Las postrimerías de lo que puede
considerarse la Época Dorada del contrabando, en la frontera hispano portuguesa,
podemos situarlas en los primeros años de la década de 1970 -contrabando, en realidad, nunca ha dejado
de haber-; en esta época, aún había mucho "negocio" y ser
contrabandista era una actividad bastante común.
Un paisano nuestro -no voy a decir su pueblo de procedencia, solo aclararé que era
ribereño del Duero-, por esa época, ya era un veterano del oficio y
trabajaba para una de estas "empresas de importación"; en una ocasión,
tuvo un accidente y se fracturó una pierna; consecuentemente, se vio obligado a
estar apartado del negocio durante varios meses y su jefe le propuso que
buscara un contrabandista interino de plena confianza para ""cubrir su baja
laboral".
Si eres contrabandista, no puedes poner
anuncios en ningún lado solicitando un sustituto; por ello, tuvo que buscarlo en su círculo más cercano y el elegido
resultó ser un cuñado…sí, uno de esos parientes que, a veces, en las cenas y
comidas de navidad, te encuentras sentado en la misma mesa que él y no te
explicas cómo puede estar ocurriendo esto cuando tú jamás, ni estando borracho, le
invitarías a la tuya ni él te invitaría la suya. Claro que también hay cuñados
bien avenidos, como era el caso.
Ubaldo, que así se llamaba el elegido, estaba casado
con una hermana de Ezequiel, el contrabandista titular, y ella siempre había
sentido bastante envidia por el nivel de vida que llevaba la familia de su hermano
ya que, económicamente, siempre habían vivido mejor que ellos gracias al
segundo empleo de éste: contrabandista a tiempo parcial - lo de sentir envidia, siendo españoles, no debe extrañarnos lo más
mínimo que suceda. En este país, al nacer, estoy convencido de que todos venimos
al mundo con un gen que nos predispone a ello-
Mari Flor, así se llamaba la mujer de
Ubaldo, al conocer el ofrecimiento del hermano para que su marido le
sustituyese durante unos meses, se puso muy contenta; era la ocasión perfecta
para hacerse con un dinero fácil que vendría de perlas a la economía familiar;
en cambio, a Ubaldo, el aspirante a contrabandista sustituto, que era poco
amante del riesgo y la aventura, la propuesta de su cuñado no acababa de
convencerlo.
Una tarde, Ezequiel explicó al cuñado todos
los pormenores del trabajo y lo sencillo que resultaría ganar un dinero extra; mas
a Ubaldo la vida le había enseñado que si alguien quiere ganar mucho, tiene
que trabajar mucho, y eso de ganar mucho, a cambio de poco, no le convencía.
- ¿Y si me cogen con la mercancía, que va a
pasar? ¿Iré a la cárcel?, preguntó Ubaldo.
- ¡De ningún modo!, respondió su instructor.
Es sólo un delito económico…te ponen una multa, se paga y ya está
- ¿¡¡Solo una multa!!?,
pero si yo no tengo dinero para pagar multas, protestó el aprendiz.
- No te
preocupes de nada, contestó el cuñado en tono tranquilizador. Si te pilla la
Guardia Civil, te limitas a decir que eres el responsable de todo y que no hay
nadie más implicado, que querías ganar dinero para comprar algo, lo que se te
ocurra…algo creíble, y que por eso hacías contrabando. Si estás callado y no
delatas a nadie, el jefe paga la multa.
- ¿En serio?,
¡eso es otra cosa!, contestó Ubaldo muy aliviado; entonces, sí.
- Lo que ocurre
es que el dinero hay que devolverlo después, advirtió Ezequiel. En principio,
tú no tienes que desembolsar nada; en ese aspecto, debes estar tranquilo; lo
único que pasaría es que tendrías que volver a hacer más viajes y con lo que te
pagase el jefe, por los nuevos trabajos, se va cobrando.
Esta explicación ya no gustó tanto al
aspirante a contrabandista, estaba visto que nadie regalaba nada y que, si
había multa, al final, el "pagano" iba a acabar siéndolo él; ya se
veía detenido por la guardia civil, pagando la multa correspondiente y haciendo
multitud de viajes hasta la frontera para devolverle la pasta al jefe que no
debía delatar -pero cómo iba a delatarlo si no sabía quién era, donde vivía, ni como se llamaba-
Mari Flor, por su parte, estaba contentísima
con el dinero que el marido iba a ganar con su nuevo trabajo y le animaba
fervientemente a que lo aceptara:
- ¡Tú eres el
más indicado para sustituir a Ezequiel!, le dijo, repetidamente, al esposo. Le
haces un favor a él y de paso nos lo haces a nosotros; además, sólo van a ser
unos cuantos viajes, hasta que él pueda caminar bien.
Ubaldo, se dedicaba al campo, estaba muy
satisfecho con su trabajo y lo de convertirse en contrabandista, aunque fuera
eventualmente, no acababa de convencerlo; reconocía que dicha actividad podría
reportarle un dinero fácil que le vendría muy bien, pero también tenía su
riesgo y las expectativas de que le pillara la guardia civil ahí estaban, así
que no quiso aceptar el empleo.
Ante su negativa, Ezequiel, buen conocedor
de la condición humana, al comprobar que la oratoria y la retórica no eran
suficientes para convencer al cuñado, tuvo que echar mano de otros recursos.
Cicerón, un filósofo romano, decía hace más
de 2000 años que "Habiendo dinero
suficiente, no hay fortaleza que se resista" y el contrabandista
titular, aún sin haber leído a este pensador, siguió su consejo ofreciéndole al
cuñado una cantidad de dinero superior a la inicial, "libre de
impuestos", por el trabajo a realizar. Tras esta nueva oferta, pudo
comprobar que el filósofo tenía razón ya que "la fortaleza" cayó -Ubaldo acabó aceptando el trabajo-.
Los argumentos económicos no fueron los
únicos que motivaron a Ubaldo a aceptar su nueva ocupación; su esposa, que
consideraba aquello un verdadero golpe de suerte, también estaba a favor de que
“diera el sí” y utilizó para convencerlo sus propios argumentos femeninos. Hay
un viejo refrán que dice: "Si tu mujer te dice que te tires de un tajo,
procura que sea bajo" (porque al final te tiras).
De este modo, Ubaldo, de la noche a la
mañana, ingresó en el “honorable” gremio de los contrabandistas.
Contrabando entre España y Portugal ha habido
siempre, pero su mayor apogeo tuvo lugar antes del ingreso de España y
Portugal en la UE ya que entonces, entre ambos países, existía una gran
diferencia en el precio de algunos productos y eso creaba una situación óptima
para el desarrollo de esta actividad.
La época en la que Ubaldo accedió al oficio,
Portugal aún tenía sus colonias africanas y desde ellas llegaba, al país vecino, abundante café que
era bueno y barato. Éste, junto con el tabaco rubio, era uno de los artículos
preferidos para hacer contrabando ya que en España su precio era muy superior.
Las rutas que seguían los contrabandistas,
para su actividad, discurrían a través de caminos poco transitados y alejados
de las vías principales para evitar los controles de la Guardia Civil,
realizándose el transporte de las mercancías a lomos de mulos o burros ya que,
entonces, los caminos que había en Los Arribes, para subir por la ladera del
río, no eran aptos para vehículos mecánicos.
Respecto al horario, el paso de los
productos objeto de contrabando, de uno a otro país, muchas veces ocurría durante
la noche ya que, a pesar de que realizar el trabajo en horario nocturno
resultaba bastante complicado, los contrabandistas se sentían más seguros al
amparo de la oscuridad.
En nuestra comarca, la frontera portuguesa
está delimitada por los ríos Duero y Águeda, así que el paso de mercancías, de
uno a otro país, fuera de los pasos fronterizos habituales, sólo podía hacerse
atravesando los ríos, una labor que, en El Duero, era realizada por pescadores
lusos. Debía ser poco rentable para ellos vivir exclusivamente de la pesca en el río y por ello ampliaban su actividad laboral pescando “otras cosas” durante la
noche.
Una vez que cruzaban el río con la mercancía, hasta la orilla española, allí les estaban esperando los colegas españoles que
recogían el alijo y lo subían hasta el pueblo de donde procedían. Esta última
parte del procedimiento era realizada por nuestros paisanos, que eran quienes
mejor conocían el terreno y sabían por dónde transcurrían las callejas,
senderos, coladas, roderas... evitando los caminos principales, que eran los
más vigilados.
El plan que había trazado Ezequiel para su
discípulo, básicamente, consistía en reproducir los pasos que seguía él, habitualmente, cuando estaba en activo: bajaría hasta el Duero con discreción
para no llamar la atención; cogería los fardos y los trasladaría hasta las
proximidades del pueblo, escondiéndolos en un lugar seguro. Posteriormente, otro
empleado de la "empresa" pasaría a recogerlos y los llevaría a la
ciudad para proceder a su distribución y venta.
Ubaldo, nuestro novel contrabandista, estaba
preocupado por lo que se avecinaba y su inquietud se acentuó aún más el día que
recibió un aviso de su cuñado para que pasara por su casa a verle; una vez
allí, Ezequiel le comunicó que todo estaba preparado para que hiciera el primer
viaje: el debut iba a ser el día siguiente y quería darle las últimas
recomendaciones.
Le indicó el lugar concreto donde tendría
que recoger la mercancía, así como la hora a la que tenía que estar a la orilla del
Duero; entonces, no había teléfonos móviles para comunicarse (aún faltaban
décadas para que estos formaran parte de nuestras vidas), y estos asuntos se
prefijaban de antemano, a conciencia, para evitar errores innecesarios.
Le aclaró que ese día el alijo iba a ser de
tabaco rubio, que el colega portugués ya sabía que iba a ir él en su lugar, que
todo iba a ser muy fácil y que era fundamental que estuviera tranquilo... las
recomendaciones propias de un profesor a su becario, antes de un examen.
Se tomaron unos vasos de vino mientras que el
discípulo era aleccionado por su maestro y éste, además, aprovechó la ocasión para
motivarle con el fin de que perdiera el temor que siempre nos embarga a todos
cuando nos enfrentamos a algo por primera vez.
- La tarea,
concluyó Ezequiel, es muy sencilla…ya lo verás. Debes a tener cuidado con los
fardos para que no se estropeen, los guardas donde ya sabemos y, una vez vengan
a recogerlos, recibirás el dinero inmediatamente.
Le contó que el jefe era muy serio en los
pagos y que “la empresa”, en este aspecto, actuaba de forma ejemplar ya que todo trabajo
hecho era pagado de inmediato.
Cuando alguien tiene un negocio, si quiere
que funcione correctamente, es fundamental que los empleados estén muy motivados
y la primera norma para conseguirlo, independientemente del ramo o actividad
que desarrolle, es que el pago de los salarios esté siempre al día. Como
podemos ver, el jefe sabía lo que se traía entre manos.
Tras las oportunas palabras de Ezequiel y las
expectativas de un dinero próximo, Ubaldo aquella noche volvió a su casa con la
moral muy alta para abordar la empresa que le esperaba; pero en la mañana
siguiente, al despertar, la euforia de la noche anterior había desaparecido y
estaba bastante nervioso ya que esa noche iba iniciarse en su nueva profesión.
La puntualidad, además de ser signo de
buena educación, es otro de los principios necesarios para el buen
funcionamiento de una empresa y Ubaldo, que estaba dispuesto a cumplir su cometido como el
mejor, desde un buen rato antes de la hora fijada ya se encontraba a la orilla
del Duero.
El sitio para la descarga de la mercancía
había sido elegido a conciencia, se trataba de un paraje bastante apartado
donde la barca podía atracar fácilmente, cuyo acceso, desde tierra, no era
demasiado complicado para las caballerías.
Desde que en el Duero Internacional se
construyeron las presas de Saucelle y Aldeadávila, en el lado español, y las
correspondientes del lado portugués, el río está embalsado y esto hace que, en
algunas zonas, la distancia entre ambas orillas sea bastante grande; no
obstante, tiene la ventaja de
que el curso del río está siempre tranquilo al no
haber corriente.
El Duero internacional |
Ubaldo, llevaba una linterna para avisar al colega
portugués que, como él, estaría en el lado opuesto del río esperando su señal,
y, a la hora indicada, la enfocó hacia la orilla portuguesa encendiéndola y
apagándola un número determinado de veces, tal como le había dicho Ezequiel,
para indicar que el nuevo contrabandista ya estaba allí.
Sabía que lo que ocurriera a partir de
entonces era un acto de fe, ya que desde el otro lado del río no iban a
responderle (si había alguien vigilando desde el lado español y le devolvían
las señales luminosas, podrían ver la luz desde gran distancia y eso era
peligroso). Una vez hecho el aviso, tenía que limitarse a esperar y, si todo
iba bien, al cabo de un rato, el colega portugués habría atravesado el río y
estaría a su lado en la orilla española.
Aquella noche, nuestro satélite estaba en
fase de luna llena permitiendo una visión bastante aceptable del entorno; las
aves diurnas, desde hacía varias horas, descansaban en sus dormideros dando
paso a las nocturnas y, aunque se escuchaba muy cercano el ulular de un búho,
Ubaldo no lo oyó; él no estaba allí para admirar a la Naturaleza sino por
"asuntos laborales" y no dejaba de mirar con gran atención el río.
Apenas había pasado una media hora, vio que algo
se movía sobre la superficie del agua; inicialmente, era una masa informe que, a
medida que pasaban los minutos y se aproximaba, iba adquiriendo forma; era la
silueta de una barca con alguien sobre ella remando -no empleaba motor alguno, para no delatarse con el ruido- que se
acercaba, silenciosamente, hacía el lugar donde él se encontraba.
Como aquel era el sitio habitual de los
encuentros anteriores, el colega portugués tenía memorizado el lugar y, a pesar
de haber hecho el trayecto guiándose sólo con los rayos lunares, se había
orientado perfectamente, había atravesado el río y allí lo tenía frente a él,
muy próximo a la orilla. Entonces, Ubaldo, una vez más, volvió a encender la
linterna para guiarle hasta el sitio exacto donde se encontraba.
Cuando la barca llegó a la orilla, vio que
en ella venían dos personas; su dueño, que era quien remaba, y otro acompañante
que debía ser el encargado de la mercancía.
La luz ambiental que proporcionaba la luna
era suficiente para poder desenvolverse por allí y cuando los dos portugueses
bajaron de la barca, tras saludarse, sin pérdida de tiempo, descargaron los
fardos de tabaco y ayudaron a Ubaldo a colocar la carga en el mulo.
Una vez que acabaron esta labor, los dos
ocupantes de la barca se despidieron, subieron a la misma y volvieron por donde
habían venido, mientras que el neófito contrabandista se dispuso a iniciar
la ruta que tenía por delante.
La carga, aunque era voluminosa, no pesaba
mucho y el mulo caminaba con mucha soltura.
Nos has dejado en plena noche, a Ubaldo con la mercancía a lomos del mulo, sin saber cual será su destino final. Qué angustia, José, no tardes mucho en contarnos el final o cómo sigue la historia. Eres un maestro en contar historias y crear el angustioso suspense en el que nos dejas. Pronto: Historias del contrabando (III)
ResponderEliminar-Manolo-
Tienes razón Manolo. He dejado plantados, a Ubaldo y el mulo con la mercancía, a la orilla del río; aunque he estado atareado últimamente, creo que en breve van a subir por la ladera del Duero. Un saludo.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPues si,estamos en espera de la siguiente parte que está en suspense...
EliminarGracias de nuevo por tan entretenidas historias. Y desde que conocí a la que ya hace 37 años es mi esposa había oiado algo del tema, en concreto de una familia muy conocida, pero nunca contado con tanto salero y lujo de vivencias . ENHORABUENA, eres un verdadero DRUIDA relatándonos retazos de nuestra zona.
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