miércoles, 26 de octubre de 2022

Las Peñas de la Marta

Uno nunca muere del todo, 
vive en la memoria de sus seres queridos (Cicerón) 

   Cuando en nuestro pueblo hablamos de La Moronta, lógicamente, pensamos en uno de los bares más emblemáticos del lugar; el decano, con diferencia, de todos ellos; un punto de encuentro idóneo al que siempre merece la pena ir  para ir a tomar algo, charlar con los paisanos, jugar una partida…, que ha estado, y sigue estándolo, regentado siempre por la misma familia, una gente magnífica, a lo largo de varias generaciones. 

   Pero, además del bar, aún tenemos otra Moronta; en este caso, se trata de un paraje en el campo localizado en un enclave muy estratégico, ya que es el lugar donde se unen los términos municipales de El Milano, Villasbuenas y Barruecopardo. Por allí, antiguamente, incluso había una zona conocida como los Tres Mojones, que correspondía con el lugar exacto donde coincidían los términos de los tres pueblos; allí, con toda seguridad, incluso hubo una época en la que estuvieron clavados en el suelo los susodichos mojones, pero, hoy día, si alguien pretende localizarlos, más vale que no pierda el tiempo porque no va a encontrar mojón alguno, al menos de piedra -de otro tipo, ya no estoy tan seguro- 

   La calidad del terreno, en esta zona, es buena; de modo que, antes, cuando en nuestra comarca aún se sembraban cereales, se dedicaba a la agricultura. Nuestros abuelos, a menudo, al trigo también lo llamaban pan; no en vano, la mayoría del pan se hace de trigo, de ahí que la Moronta y el resto de las superficies dedicadas al cultivo de este cereal, fueran conocidos como “Tierras de Pan Llevar”. 

  Actualmente, todo aquello está cerrado con paredes y alambradas, ya que es utilizado, principalmente, como pastos para el ganado; pero antes eran tierras abiertas y, a través de ellas, había caminos y senderos que comunicaban las mismas con los respectivos pueblos; pudiendo, además, ir de uno a otro pueblo a través de ellos. 

   Al ser una superficie de terreno bastante extensa y pertenecer a tres pueblos; antes, cuando no había paredes entre las parcelas y aún eran tierras abiertas, una de sus particularidades que tenía La Moronta era que el aprovechamiento de las rastrojeras, una vez recogido el cereal, hasta que llegaba la fecha de la siguiente siembra, cada año, sólo lo hacía la gente de uno de los tres pueblos. Para decidir cuál de ellos aprovechaba aquellos pastos, todos los años se hacía una subasta y el pueblo que más alto pujara, era quien lo hacía. El dinero recaudado, obviamente, era repartido entre los dos pueblos que tenían que ceder el terreno al pueblo ganador. 

   El verano pasado, un día salí de paseo en dirección a La Moronta, pero no al bar -allí voy a diario- sino a la otra Moronta, aunque sólo llegué a sus inmediaciones, al valle de las Peñas de la Marta, que linda con aquella, ya que mi objetivo era recorrer este valle. 

   Tiempos atrás, me habían hablado de Marta; una mujer que, por lo visto, era natural de El Milano; estaba casada con un hombre de Barrueco; el matrimonio vivía en nuestro pueblo y el valle tomó el nombre de esta mujer, tras un suceso acaecido en ese lugar.  
  Como a Marta ya la tenía localizada, el propósito del paseo era localizar las susodichas peñas y comprobé que realmente existen. Nuestros antepasados cuando ponían nombre a algo, fuera un paraje u otra cosa, no lo hacían porque sí, siempre tenían algún fundamento. 

   El valle no es muy extenso, pero el suelo es de buena calidad; la superficie del terreno, aunque no es llana, forma una suave pendiente desde la actual carretera hasta la parte baja del valle; recibe un pequeño caudal de agua, un regato, procedente de terrenos situados más al norte, tras atravesar la actual carretera por el Pontónevidentemente, el nombre este paraje indica que en tiempos pasados allí había un pontón para atravesar el regato-, y en la parte baja del valle hay un pilar. A pesar de la sequía del verano pasado, su caño aún mantenía un caudal aceptable el día que pasé por allí, aunque estoy seguro que, en fechas posteriores, como el resto de los pilares, dejó de correr. Allí mismo, muy próximas al pilar, pude localizar las peñas que buscaba. 

   Todos los años, a comienzos de octubre, empezamos a ver en los escaparates de los bazares chinos artículos propios de la celebración de Halloween, una fiesta norteamericana que se celebra la víspera de los Santos, ajena a nuestra cultura, que hemos adoptado en nuestro país con un entusiasmo desmesurado. Viene a ser un carnaval a destiempo, en el que los disfraces de la gente son  monotemáticos relacionados con muertos vivientes, esqueletos y toda la parafernalia asociada. 

   Esta fiesta, que hemos importado desde los Estado Unidos, no es originaria de allí; deriva de la fiesta que celebraban, tal día, los colonos europeos del norte de Europa, cuyas raíces se hunden una vez más en el mundo celta, hace unos 2500 años aproximadamente. 
   Según la tradición celta, el 31 de octubre se abrían las puertas del otro mundo y los muertos podían volver a la Tierra a arreglar asuntos pendientes (vengarse de alguien por no haberle organizado un buen funeral, porque le habían echado arsénico en el café, etc ). 

   Evidentemente, para regresar a este mundo, no compraban ropa nueva, iban a la peluquería a arreglarse el pelo, ni se hacían la manicura; se presentaban con el aspecto que tenían en ese momento, de ahí su facha tan terrorífica dependiendo del grado de putrefacción de cada cual: unos eran puro hueso, otros estaban a medio descomponer, a otros se les había caído la cabeza y la llevaban en la mano… (no sigo porque sólo con pensarlo, me da miedo hasta a mi) y ese es el auténtico origen de esta fiesta. La gente se disfraza en Halloween para recordar la vuelta de los difuntos, ese día, al mundo de los vivos. 

   Rendir culto a los muertos, ha sido una constante en todas las culturas. En lo que a nosotros respecta, los cristianos también tenemos el Día de los Difuntos (2 de noviembre) aunque, últimamente, centramos más la fiesta en el día de los Santos (1 de noviembre). 
   La coincidencia de ambas fechas, la fiesta de Halloween y la nuestra, una vez más, no es algo casual, es debida a que el cristianismo sobrepuso nuestra fiesta con la de los celtas, un claro ejemplo más de cristianización de una fiesta pagana anterior. 

  Si los disfraces de Halloween son ridículos y no dan miedo alguno, las celebraciones que hacían los cristianos, hasta mediados del siglo XX, en honor de los difuntos, “causaban respeto” (una forma elegante de decir que daban miedo a algunos, niños y no tan niños). 
   Antiguamente, cuando llegaban estas fechas, se les hacía una novena a los difuntos creándose en las iglesias una coreografía, para estas celebraciones religiosas, bastante tenebrosa. Cada familia llevaba al templo su hachero -una especie de candelero de madera parecido a una pequeña estantería- donde colocaban cirios que eran encendidos durante las novenas (entonces, como la gente era muy creyente, la cantidad de cirios que llegaba a encenderse era muy abundante). 
   A ello se sumaba la colocación de un túmulo (la gente del pueblo lo conocía como tumbo) en la parte delantera de la iglesia, una estructura semejante a una mesa grande de madera, cubierto por una tela oscura, simbolizando un sepulcro, y encima del mismo, para que no quedase duda alguna de que aquello iba de difuntos, se colocaba una calavera. 
   
   Estas novenas se hacían al caer la tarde, sin luz natural, la iglesia estaba iluminada con una pobre luz eléctrica y un montón de cirios encendidos que desprendían un intenso olor a cera quemada, para añadir "alegría" al paisaje acudían a las celebraciones muchas mujeres que habitualmente vestían de negro y a ello se sumaba el sacerdote que, esos días, se recreaba hablando constantemente a la grey de la muerte y de que los difuntos desde el más allá nos estaban esperando a los vivos de acá -todo muy divertido como podemos ver- Con un ambiente así, tan tenebroso, algunos niños que acudían a la novenas con sus padres, lo pasaban muy mal e incluso tenían pesadillas - Creo que en el Concilio Vaticano II (1962-1965) acertadamente, decidieron suprimir toda esta coreografía tan lúgubre-. 

   Todo lo anterior constituye, solamente, la parte superficial del asunto, “el teatrillo” de la fiesta; porque lo fundamental, el meollo del tema, sigue siendo el mismo que ya se plantaban en la antigüedad todos los pueblos: Cuándo una persona fallece, ¿ahí acaba ya todo, o hay algo más allá? 

   Todas las civilizaciones, sin excepción, desde la más remota antigüedad, no se resignan –excepto los ateos- a creer que cuando morimos aquí acaba todo. Prefieren pensar, cada religión a su modo, que, cuando a uno nos llega la hora y la palmamos, dejamos en este mundo el cuerpo (la parte material), mientras que el alma o espíritu (lo inmaterial) va a otro mundo imperceptible y sobrenatural. 
   Los griegos clásicos, en su mitología, decían que los muertos iban al Hades; la mitología nórdica hablaba del Valhalla y los cristianos -aquí ya sin mitología- lo complicamos un poco más y tenemos tres posibles destinos: purgatorio, cielo e infierno. 

  Independientemente de cómo llame cada religión al más allá, realmente hablan de lo mismo -como podemos ver, las religiones son poco originales y siempre se han copiado unas a otras- y todas coinciden en que, cuando uno muere, el alma abandona el cuerpo y se va para el “otro lado”, pero ¿todas las almas van, indefectiblemente, hasta allí, o algunas permanecen entre nosotros? 

  La ciencia, aquí ayuda poco a aclarar el tema; los médiums, programas televisivos como Cuarto Milenio y los libros dedicados al tema, por mucho que se empeñen, no demuestran nada; así que una vez más el conocimiento que tenemos en esta materia es producto de la superstición. 

   Cuando morimos, según la religión, las almas van al otro lado, al lugar que les corresponda; pero la tradición dice que algunas de ellas no se van y continúan por aquí; afortunadamente, no las vemos salvo casos excepcionales, como ocurre la noche de los difuntos en la que se hacen visibles. 
   Esa noche, en los campanarios de las iglesias, en todos los pueblos, las campanas estaban doblando desde que oscurecía hasta el amanecer, y, además, en todas las casas se dejaba encendida una vela. 
   El propósito de hacer sonar las campanas, según los más creyentes, era para que su sonido fuera oído desde el cielo por las almas de los finados, comprobando de este modo, que sus familiares y allegados se acordaban de ellos. 
   Los menos creyentes, en cambio, opinaban que el objetivo del insistente sonido de las campanas no era ese, sino ahuyentar a los espíritus para que no se acercaran a los pueblos; ya que esa noche, como eran visibles, procuraban llegar a las poblaciones a saludar a los familiares y paisanos dándoles unos sustos de muerte, nunca mejor dicho. 

   Si una persona, esa noche, se encuentra en un núcleo urbano, el sonido de las campanas le protege; pero, si por alguna circunstancia, se haya en la mitad del campo, las posibilidades de tener un encuentro indeseado con una de estas almas en pena, son enormes. 

   Y todo esto ¿ qué tiene que ver con Marta ? la señora que dio nombre al valle.
 
   Esta mujer debió vivir en el siglo XIX, y murió…eso ya lo veremos. En aquella época, no había aún coches ni carreteras, estando los pueblos unidos por caminos de herradura (los caminos de tierra de toda la vida) llamados así porque la gente, para ir de un pueblo a otro, transitaba por ellos a caballo, en burro o en carruajes tirados por caballos, aunque también era frecuente que lo hicieran caminando, tal como hizo Marta un día de los Santos. 

   Había fallecido uno de sus progenitores meses atrás, y partió de Barrueco a mediodía caminando hasta El Milano, para ir al cementerio a llevar un ramo de flores a la tumba del familiar. Entonces, para ir a ese pueblo, había varias alternativas, según la ruta que cada uno eligiera y ella, aquel día,  siguió el camino que pasaba por el paraje de La Moronta. 

   Como era una mujer joven y ágil, caminó a buen paso, y a las dos horas ya estaba en el cementerio de El Milano depositando su ramo de flores. Después, visitó a algunos familiares y, aunque tenía planeado volver a una hora temprana, para evitar que se le echara la noche encima en pleno campo, se descuidó un poco e inició la ruta de vuelta un poco apurada de tiempo. 

   Es sabido que andar por caminos solitarios, la noche de Difuntos, puede ser una imprudencia; por eso, los parientes la invitaron a quedarse hasta el día siguiente, pero Marta desechó la idea. Era una persona muy racional que no creía en espíritus ni nada que se le pareciera, y había quedado con el marido que regresaba a casa en el día. Además, aunque hubiera querido hacerlo, entonces no había teléfono para  avisarle que no la esperara. 

   Al iniciar el recorrido, ya se veían algunas nubes por el oeste; a medida que Marta iba dejando a sus espaldas las últimas casas de El Milano y progresaba en su avance, éstas, poco a poco fueron acercándose y esto ocasionó que oscureciera antes de lo previsto. Afortunadamente, había luna llena y su luz permitía ver bastante bien el trazado del camino. El problema era cuando alguna nube tapaba la luna, todo a su alrededor quedaba muy oscuro y esto la obligaba a aflojar el paso. 
   
   Por suerte, ella era una persona valiente y la falta de luz no la inquietaba la más mínimo. Claro que una cosa es ser valiente y otra transitar por el campo, sola, con poca luz ambiental, la noche de Difuntos, cuando el destino se empeña en depararte una desagradable sorpresa, como le ocurrió a ella.
 
  De pronto, a sus espaldas, oyó un siniestro y ronco sonido, un largo ¡uuuuuuuh! que la inquietó bastante, haciendo que, súbitamente, toda su valentía inicial disminuyera de nivel. Una nube inoportuna tapaba en ese momento la luna, y la oscuridad impedía ver lo que había unos metros más allá de donde se encontraba; al ser la noche que era, y encima no poder ver el lugar de donde procedía el sonido, la imaginación echó a volar y su seguridad inicial empezó a quebrantarse. 

   Dicen que los ateos, de noche, hasta creen en Dios, y a ella le pasó lo mismo. Empezó a considerar que una cosa es que no creyera en espíritus, y otra que realmente pudiera haberlos y que un alma en pena anduviera pululando por allí. 
 Aceleró el paso, aún a riesgo de caer y romperse la crisma, y volvió a oír de nuevo el ¡uuuuuuuuuuuuuhh!, ahora más largo y cercano. Como había llegado ya a la altura del valle que actualmente lleva su nombre (entonces se llamaba de otro modo), recordó que, al pasar por allí unas horas antes, haciendo el trayecto de ida, había visto unas peñas próximas al camino, y decidió buscar refugio en las mismas para tranquilizarse un poco y, de paso, dar tiempo a que el espíritu o lo que fuera se marchara a otro lado y la dejara tranquila. 

   Aunque estaba algo asustada y el corazón latía deprisa por la impresión; el pánico no se había adueñado de ella y razonaba perfectamente. Encontró sin dificultad las peñas, vio un hueco entre dos de ellas, y se situó allí sentándose en el suelo. 
   Permaneció en aquel lugar algo más de un cuarto de hora, aunque a ella debió parecerle una eternidad y, como ya le dolía el culo de estar sentada sobre la hierba y no había vuelto a oír aquel sonido tan inquietante, decidió reanudar el camino. 

   Apenas había caminado veinte metros, empezó a oír a sus espaldas un sonido, aunque diferente que el anterior. Era el tañido de una campana, pero esto ya no la intranquilizó recordando la noche que era; sabía que provenía del campanario de El Milano, y siguió caminando. Al instante, como si se hubiera

puesto de acuerdo, empezó a oír otra campana y a continuación una tercera. Se habían sumado a aquel sonsonete, las campanas de Villasbuenas y Barrueco emitiendo, todas ellas, de forma incesante, un toque de difuntos y así iban a permanecer toda la noche, tal como se hacía entonces. 
   
   Aquel día, la acústica era estupenda, así que desde el lugar donde se encontraba podía oír, perfectamente, las campanadas de los tres lugares de forma asíncrona, una tras otra; de modo que Marta tenía la sensación de que el sonido era continuado, y eso contribuía poco a que pudiera tranquilizarse. 

   Aunque el ambiente sonoro no era demasiado agradable y hubiera menoscabado el ánimo del más valiente, ella aún lo mantenía aun nivel bastante aceptable, dadas las circunstancias; pero este decayó, rápidamente cuando volvió a oír nuevamente el siniestro ¡uuuuuuuuuh! que ahora, incluso, parecía estar más cerca aún, y detuvo su marcha en seco. 

  A estas alturas ya estaba casi convencida de que había un alma en pena que la perseguía. El miedo estaba empezando a atenazarle el cuerpo y casi se le saltaban las lágrimas del pavor que sentía; el instinto le decía que debía volver al refugio que había abandonado un rato antes, pero el sentido común le indicaba que debía superar su miedo y llegar a su destino, a Barrueco, lo antes posible para poder dejar atrás la pesadilla que estaba viviendo. 
  Estaba parada en el medio del camino sin saber qué hacer, y la duda le duró poco. Ante ella, a una distancia indeterminada, vio de pronto una lucecita en medio de la oscuridad que cada vez se iba aproximando más, y el terror se apoderó de ella. Aquello ya no era sólo un sonido sospechoso del que desconocía su origen, pudiendo tratarse de un espíritu u otra cosa; era algo real, lo estaba viendo con sus ojos y ya se le disiparon todas las dudas: había un espíritu y se estaba aproximando hacia ella. 

   Gritó horrorizada, convencida que no había escapatoria posible, ya que la luz estaba ante ella en el camino, esperándola, y echó a correr hacia atrás, al refugio que había dejado momentos antes. Se tumbó sobre la hierba, boca abajo, llorando, tiritando de 
Peñas de la Marta

miedo y rezando entrecortadamente, aunque apenas podía hilvanar las oraciones, y se arrepintió una y mil veces de no haberse quedado en El Milano a dormir como le aconsejaron los parientes. A pesar de taparse los oídos, el tañido lúgubre de las campanas seguía escuchándolo y, de pronto, oyó una voz que la aterró aún más que el ¡uuuuuuuuuuuuh! que oyera antes; se trataba del espíritu y, encima, la llamaba por su nombre. - ¡Martaaaaaa!... ¡Maraataaaaaaaaaaaaa!......¡Martaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! 

   Comprendió que si el espíritu sabía su nombre, indudablemente, también sabía dónde se escondía y vendría directo hacia ella para llevarla al otro mundo. El estado de pavor que sentía, ante una situación tan terrorífica, no hay humano capaz de aguantarlo; por ello, de pronto, perdió la conciencia y nunca se supo realmente qué es lo que pasó a partir de ahí. 

   En la mañana siguiente, al amanecer, el marido y un hermano suyo que le acompañaba, la encontraron acurrucada en el hueco de las peñas, profundamente dormida. Curiosamente, a pesar del frío matutino de aquella mañana de noviembre, y de la gran cantidad de horas que llevaba allí tendida, en el suelo, a la intemperie, cuando despertó, no sentía frio alguno y tampoco le dolía el cuerpo, algo sumamente extraño. 

   Explicación racional de lo sucedido

   • El marido de Marta, al ver que ya había anochecido y aún no había regresado, llamó a un hermano para que le acompañara y partieron en su búsqueda; entonces no había coches, ni linternas, así que habían cogido unos faroles de aceite y salieron al camino a recibirla. Esa fue la luz que había visto Marta, frente a ella, que tanto la había asustado. Al gritar y echar a correr en dirección contraria, el marido la oyó y comenzó a llamarla, de modo que la voz del “espíritu” que había escuchado era la suya, pero Marta a esas alturas, era incapaz de reconocer la voz de nadie. Como no la vieron, ya que estaba escondida, pasaron de largo y llegaron a El Milano. 

• La disminución del número de aves, en España, tanto en el campo como en las ciudades, es un hecho evidente desde hace ya bastantes años; pero, en aquella época, aún eran muy abundantes y el “amenazante” sonido que Marta oyó, lo emitía un búho que, como todas las rapaces nocturnas, tiene su actividad durante la noche. Los humanos tenemos un miedo innato a la oscuridad; si además de ello,  una noche estamos en el campo y tenemos la suerte de oír el sonido que emite un ave nocturna, y no estamos sobre aviso de que se trata de un pájaro, podemos llevarnos un susto tremendo sea la noche de difuntos o la del marte de carnaval. 

 El lado esotérico del asunto 

   • El marido de Marta afirmaba que su mujer, desde aquella infausta noche, nunca volvió a ser la misma persona, y la verdad es que quedaron varios interrogantes por resolver. No existía explicación racional alguna que justificara el hecho de que, en la mañana siguiente, tras estar tendida tantas horas en el suelo, a la intemperie, en una fría madrugada de noviembre, no le doliera el cuerpo ni sintiera frío alguno cuando la encontraron. 

• Cuando una persona muere de miedo, la tradición dice que el espíritu abandona el cuerpo del interfecto y ya nunca abandona ese lugar; Marta no murió, pero entró en un coma profundo; tan profundo, que su espíritu pensó que sí lo había hecho y abandonó el cuerpo. Al ser una mujer joven y sana, las constantes vitales, en todo momento, se mantuvieron bien; de modo que, cuando llegó el amanecer, su alma, que había estado toda la noche dándose un garbeo por el valle, al comprobar que aún vivía, decidió regresar al cuerpo (esto justificaría la ausencia de frío y las molestias de yacer en el suelo tan duro, ya que esa alma no había estado allí tantas horas, acababa de regresar cuando la encontraron).

    También pudo ocurrir que, cuando el espíritu quiso volver por la mañana a ocupar su “antiguo envase”, el cuerpo de Marta, otra alma traviesa “que andaba por allí” le había cogido la delantera y por eso su marido decía que nunca volvió a ser la misma de antes. Si esto sucedió así,  eso quiere decir que el espíritu de Marta está condenado a andar vagando eternamente por el valle que lleva su nombre. Si alguien aún mantiene dudas al respecto, puede comprobarlo, personalmente, de manera muy sencilla: se acerca hasta ese valle la noche de difuntos y después que nos lo cuente  ¿Algún voluntario / a?

domingo, 2 de octubre de 2022

Un teso de leyenda



    Nuestra comarca no podemos decir que sea montañosa, pues aquí no hay montañas; y tampoco es, precisamente, una penillanura, ya que su relieve es bastante irregular coexistiendo el terreno llano, a veces salpicado de pequeños montículos, con profundas depresiones del mismo, que nosotros conocemos como arribes,  en cuyo fondo discurren nuestros ríos: el padre Duero y sus hijos o afluentes  Águeda, Huebra, Camaces (éste afluente del Huebra), Uces y Tormes; sin olvidar tampoco un sinnúmero de arroyos y riveras  que desembocan en los ríos.

Un montículo, es una elevación natural del terreno que recibe distintos nombres, dependiendo de sus características, algunos de ellos muy curiosos como: teso, picón, cabeza, cabezo, coto, cota, cotorro, lomo, loma, risco, otero, cerro, altozano, alto…     

   Si trazáramos un triángulo cuyos vértices coincidieran con los pueblos de Vilvestre, Cerezal y Barrueco, en el terreno delimitado por el mismo, formando parte de los términos municipales de los tres lugares, se localizan unos montículos que constituyen uno de los paisajes más característicos de la comarca, que conocemos como Los Tesos.

   Los tesos principales son cuatro, se sitúan formando una cadena en dirección nordeste-suroeste, y sus nombres, siguiendo dirección norte sur, son Peña Horcada, Omamula, Espinazo de Cabra y El Carrascal.

Peña Horcada

    El nombre de los topónimos de cada lugar, que recibieron de los primeros pobladores, los segundos, los terceros…vaya usted a saber; muchas veces se basaba en alguna característica del terreno, algún accidente geográfico que hubiera por allí, vegetación predominante, animales que allí abundasen, algún manantial…

   Si un sitio es conocido como Peña de la Tortuga, indudablemente, allí hay una peña que tiene mucha semejanza con este animal. Si otro lugar es conocido como La Tejeda, podemos estar seguros que allí hay, o hubo alguna vez, tejos (un tipo de árbol), y así sucesivamente.

                                                                                             Peña de la Tortuga

  Bueno, pues con estos tesos sucedió los mismo; cuando nuestros antepasados los bautizaron, les pusieron unos nombres que resultan muy descriptivos y que les vienen como "anillo al dedo" a todos ellos, como a continuación veremos:

    El Carrascal

   Es el teso que está más al sur. En el terreno próximo a este teso son abundantes los carrascos de encina. Aunque Barrueco pertenece a la comarca natural de La Ramajería, donde nuestro árbol totémico es el roble, en la zona suroeste del término, donde está situado este paraje, ya van apareciendo las encinas, árboles característicos del clima mediterráneo, propio de los vecinos pueblos de La Ribera del Duero.

   Luego, si al sitio donde hay peras recibe el nombre de peral, y donde hay melones es un melonar; ¿qué mejor nombre puede recibir un lugar donde son abundantes los carrascos?

    El nombre de Comarca Arribes del Duero, es un invento relativamente reciente; desde siempre, en nuestra zona, había dos comarcas naturales, La Ramajería y La Ribera. Esta segunda - su nombre, evidentemente, no los pueblos que la forman-, ha dejado de existir debido a intereses ajenos a sus gentes. Parece ser que no interesaba a la denominación de origen Vinos de la Ribera del Duero que existiese otra comarca también llamada Ribera del Duero; así que ya sabéis por qué Aldeadávila de la Ribera y Pereña de la Ribera perdieron el apellido y un día pasaron a ser simplemente Aldeadávila y Pereña    

   Espinazo de Cabra.

   Es el siguiente en dirección norte. Los sucesivos crestones de piedra que lo forman, groseramente, recuerdan la columna vertebral de un animal, en este caso, una cabra muy delgada a la que se le nota toda la osamenta. Algunos, también lo conocen como Espinazo del Can, en este caso el espinazo del pobre animal esquelético, sería un perro.

   Un dicho popular relacionado con la delgadez dice: “Pasar más hambre que el perro del afilador, lo único caliente que tenía para llevarse a la boca eran las chispas”.

   No quiero ni pensar la que le caería hoy día a un afilador que tuviese un perro muerto de hambre; si no acababa en la cárcel, se libraría por los pelos y, por supuesto, si se diera el caso, sin posibilidad de indulto (en este país, los indultos no se hicieron para afiladores con perros muy flacos, sino para los ……………. - te invito a que rellenes la línea de puntos tú mismo/a-).    

   Omamula.

   El nombre originario de este teso fue, seguramente, "Loma de la Mula" y, con el tiempo, derivó a su actual nombre de "Omamula", más corto y fácil de decir. Loma de Mula (Omamula) resulta muy adecuado, como nombre, para este teso pues, si nos fijamos en su morfología, podemos ver que guarda bastante parecido con el lomo de una mula, en este caso, muy bien alimentada a la que no se le nota hueso alguno.  

   La suavidad de sus laderas, si las comparamos con los demás tesos, permitía, antiguamente, aprovechar parte del terreno para cultivos de secano; generalmente, cebada o centeno.

   Peñahorcada.

   El más septentrional de los cuatro tesos, lo forman dos grandes rocas que dejan en medio una hondonada. Visto desde lejos, su figura rememora un horcón de heno. Al horcón, también se le conoce como horca u horcada; luego, Peña Horcada, como podéis ver, es también un nombre muy descriptivo del paraje al que da nombre, como ocurre con los otros tesos.

   También es el teso más humanizado, ya que en la cima del mismo se encuentran repetidores de telefonía móvil y una torre de observación para la prevención de incendios.

   En el lado oeste del teso, hay una cueva con su correspondiente leyenda; en este caso leyendas, pues son dos.

   La fascinación que ofrecen las cuevas, suele ir asociada al misterio que supone adentrarse en las entrañas de la tierra, envueltos en la oscuridad, donde la imaginación del explorador puede ser ilimitada, pero el hecho de que esta cueva sea pequeña, escasamente alcanza los dos metros profundidad, impide que podamos tomarnos demasiado en serio las leyendas que se le adjudican.

   La primera de las leyendas, similar a las cuevas de otros lugares, es la que afirma que en su interior hay un tesoro escondido.

   Aprovechando sus pequeñas dimensiones, confieso que yo un día lo busqué con sumo interés - la posibilidad de encontrar un tesoro no la tiene uno todos los días-. Entré en la cueva con una buena linterna, miré el suelo, techo, paredes laterales, el fondo de la misma y no encontré nada de valor.

   Como no hallé el tesoro, si realmente existe, ahí sigue, en la cueva, esperando desde tiempo inmemorial, a que alguien lo descubra.

La segunda leyenda, también es común a las cuevas de otros sitios. En aquellos lugares donde existe más de una cueva, los lugareños, con frecuencia, afirman que las cuevas están comunicadas entre sí, y nuestra comarca no es ajena a esta creencia.

   La leyenda dice que la cueva de Peña Horcada, comunica con la Cueva del Toral, que está en el Huebra. Por lo tanto, si los cálculos no me fallan, la comunicación subterránea entre ambas, discurriría a través de un pasadizo de unos 6 -7 km en línea recta.

   Cuando uno entra en la cueva del Toral, se halla en un lugar mágico donde te lo puedes creer todo; en cambio, la cueva de Peña Horcada es otra cosa.  Si entras en ella muy decidido y con poco cuidado, estás expuesto a darte, rápidamente, un cabezazo en el fondo de la misma y esto te servirá para sacar dos conclusiones: que la leyenda es falsa, ya que no comunica con nada, y que la piedra está muy dura.

   Aún hay una tercera leyenda asociada al Teso de Peña Horcada; en este caso, relacionada con la morfología del propio teso y, al contrario que las anteriores, hasta ahora nadie ha logrado aún desmitificarla ; gracias a ello, podemos seguir diciendo que Peña Horcada es un teso de leyenda.

   Si preguntáramos a un geólogo cómo se formaron los tesos, supongo que nos lo explicaría con mucho detalle echando mano de la geomorfología (una rama de la geología), diciéndonos que la formación del relieve terrestre obedece a procesos geológicos que comenzaron hace millones de años, y que esto no es un proceso estable sino dinámico, aunque no lo notemos, debido a la acción conjunta del viento, el agua y los seres vivos (hombre, animales y plantas), que moldean y transforman poco a poco el terreno, y después empezaría a hablar de plegamientos terrestres en el interior de la tierra, volcanes y terremotos.

   A estas alturas de la explicación, seguramente, ya estaríamos un poco perdidos y quizá hasta dispuestos a invitarle a que dejara la explicación, pues el geólogo aún podría seguir durante horas aclarándonos la pregunta.

     Nuestros antepasados, en cambio, lo explicaban de una forma más sencilla y amena echando mano de una leyenda. Ellos, afirmaban que la estructura del Teso de Peña Horcada (las dos moles de piedra separadas por una gran hendidura) es obra de un gigante.

   Antes de que los humanos poblaran la Tierra, en ella sólo había dioses y gigantes. Los primeros vivían como tales; según la mitología griega, se lo pasaban muy bien: comían, bebían, retozaban los unos con las otras, los otros con los otros, las otras con las otras… y no trabajaban -para eso eran dioses-; en cambio, los gigantes, eran muy parecidos a los humanos.

  No preguntéis qué comían los gigantes, donde compraban la ropa, ni qué marca de cerveza bebían, porque no lo sabemos; lo único que conocemos de ellos es que eran enormes, tenían una fuerza descomunal y, mira si serían parecidos a los humanos, que tenían que trabajar siendo los encargados de realizar las tareas que les encomendaban los dioses (vendrían a ser los pringaos de turno).

    Por lo visto, un dios de los de entonces, pasó por aquí, debía ser era algo caprichoso, y decidió construir un campo de golf en lo que hoy es nuestra comarca – y eso que aún no se había inventado este deporte-  encomendando a un gigante que fuera allanando el terreno.

   Éste, supongo que renegaría lo suyo ya que, como entonces no había maquinaria pesada, los trabajos se hacían a mano y, por muy forzudo que fuera, eso de allanar todo el terreno a pico y pala y, encima como único operario, no debió gustarle demasiado. Pero bueno, era cumplidor y un día, por la mañana temprano, se dispuso a allanar el terreno, empezando por el Teso de Peña Horcada.

   Este teso, originalmente, estaba formado por una piedra colosal de un solo cuerpo. El gigante picapedrero apareció con un pico y una pala enormes, acordes a su tamaño; dejó la pala en el suelo, cogió el pico con fuerza, dio un primer golpe en la mitad del teso y rompió aquella enorme piedra por la mitad, quedando una hendidura en medio, tal como lo vemos ahora, dando por concluido su trabajo.

   Hoy día, aún sigue especulándose por qué el gigante, tras el primer golpe, no continuó realizando su labor, cargándose este teso y el resto de los tesos, para allanar el terreno, ya que ese era el proyecto original.  

   La teoría más aceptada es que, con el primer y único golpe que dio, debió romperse el mango del pico, volvió a Grecia a reponerlo, ya que era originario de allí, se entretuvo en el camino, y nunca más volvió, siendo este el motivo de que la obra quedara inconclusa.

   Lo que son las cosas, si el mango del pico no se hubiera roto, hoy toda la zona sería una extensa llanura y los tesos no existirían; gracias a que no volvió el gigante, podemos admirar el teso de Peña Horcada tal como es.  

   Con sus 837 metros sobre el nivel del mar, representa la cima más alta de la comarca pudiéndose contemplar desde allí, a ambos lados del teso, un imponente paisaje que comprende  varios pueblos, tanto de la comarca como de Portugal,  los Arribes del Duero y del Huebra, la Sierra de San Jorge más allá del Huebra, entre Cerralbo y Olmedo. La Peña de Francia, a lo lejos, también es posible verla en los días claros, y, ya próximo, a nuestros pies, el paisaje comarcano tan característico a base de robles, piornos, tomillos, escobas, encinas, viñedos, almendros, olivos...Los sembrados, los valles...

   Yo, cada vez que estoy allí arriba, en el teso, siempre pienso lo mismo: Fue una suerte que  el gigante dejara el trabajo inacabado.