lunes, 23 de diciembre de 2019

Cosas de la caza




  Si queremos definir al deporte, en pocas palabras, podemos decir que es una actividad física de carácter competitivo, sujeta a unas normas, en la que todos los participantes tienen las mismas oportunidades de ganar. Hasta ahí, el asunto parece estar bastante claro y acepta poca discusión;  cosa bien distinta es cuando pretendemos identificar la caza como una actividad deportiva. Éste es ya un viejo debate donde no hay un acuerdo unánime.
 
   Por un lado están los cazadores, para ellos no cabe discusión alguna, y, si hablas del asunto, con alguno de ellos, seguramente, te dirá que la actividad cinegética es el mejor deporte del mundo. 

   Si estimamos que un cazador, cada día que sale a desarrollar su afición, pasa caminando, en plena naturaleza, una media de 8 horas, esto supone un importante esfuerzo físico equiparable al que realizan  los  corredores de fondo o los practicantes de esquí,  por poner unos ejemplos; entonces, si nadie pone en tela de juicio que estas últimas actividades sean un deporte, ¿hay alguna razón para negar que la caza  pueda serlo?

   En el lado contrario encontramos a los defensores de los animales. Ellos opinan que la caza en modo alguno debe ser considerada un deporte.
   Una actividad, donde uno de los competidores, el cazador/a, sale al campo provisto de un arma de largo alcance, con capacidad de efectuar varios disparos en cuestión de segundos, acompañando  de un perro que le levanta las piezas, evitando que los “otros adversarios”: conejos , liebres, perdices, codornices, tórtolas y demás, puedan permanecer escondidos, y donde la única oportunidad que tienen estos últimos de “competir” -más bien de sobrevivir-, es salir corriendo o, en su caso, volando a toda prisa para evitar ser alcanzados por los disparos del cazador, ni de lejos puede ser catalogada como un deporte, si ya de entrada, en el 100% de los casos, se sabe que la victoria va a decantarse siempre del mismo lado.

   Independientemente de que la caza sea o no considerada un  deporte, se trata de una práctica que ha acompañado al hombre desde la Prehistoria, ya que los primeros pobladores necesitaban ser  cazadores para poder comer.
   Antes de que en el Neolítico apareciera la agricultura, nuestros antepasados más remotos, sobrevivían comiendo frutos silvestres y carne (habría que incluir los peces, también en este apartado)  de los animales que cazaban con armas muy rústicas –aún faltaban milenios para que aparecieran las  escopetas repetidoras-.
   En aquellos tiempos, ser cazador era un oficio de alto riesgo ya que debía enfrentarse, cuerpo a cuerpo, a los animales que pretendía abatir. Entonces, sí que podríamos catalogar a la caza como un auténtico deporte de competición. Aquí, ambos rivales, estaban muy igualados y las dos partes tenían similares posibilidades “de ganar”. De hecho, muchas veces, era el cazador quien acababa siendo la víctima.
    Debía ser un auténtico espectáculo ver a aquellos hombres, provistos únicamente con lanzas y hachas rudimentarias, cazando mamuts; tengo la sensación de que no debían disfrutar demasiado a la hora de cazar uno de estos mastodontes.
 
  Afortunadamente, la cosa ha cambiado mucho y hoy resulta mucho más sencillo llenar la despensa; sólo tiene uno que coger el coche,  acercarse a Mercadona, Carrefour, Alcampo … y en poco rato, sin más arma que la tarjeta de crédito, está uno de vuelta  en casa, con el deber cumplido. 
 -Un estudio sociológico reciente, ha determinado que los hombres, cuando van a comprar, se dividen en dos categorías: los que van con una lista a comprar, y los que dejan la lista en casa. ¡Ojo!, no confundir una nota con una lista; esta última es la mujer del comprador…la que  le elabora la nota a éste,  para que haga bien “el mandao”-

  Bueno, pues siguiendo con el tema de la caza, aunque a otro nivel, recuerdo un cuento que contaban nuestros abuelos.
   Había una vez en un pueblo tres amigos,  los tres que eran cazadores y habían formado una partida para salir a cazar juntos aquella temporada. Como el resultado de las jornadas cinegéticas es muy variable, dependiendo de las circunstancias del día: clima, abundancia de piezas, puntería, que hayan pasado por el terreno previamente otros cazadores… ,habían llegado al acuerdo de que el total de piezas que se hubieran cobrado al final de cada jornada, entre los tres, lo repartirían equitativamente. 
   Una abierta la veda, el primer día hábil para cazar, los tres amigos salieron al campo, a disfrutar de su afición, y la cosa no es que fuera espectacular, pero, para los tiempos que corren, tampoco estuvo mal del todo ya que por la tarde, a la hora del reparto, entre los tres habían cazado once piezas: 5 conejos, 5 perdices y 1 liebre; con lo cual, era imposible dividir aquello a partes iguales.
   En cuanto a los animales de pelo, la cosa estaba bien equilibrada: uno tocó a dos conejos, otro dos  conejos y al tercero le correspondieron la liebre y el otro conejo; pero con los animales de pluma, la cosa estaba bastante complicada ya que dos de ellos tocaban a un par  dos perdices y para el tercero sólo quedaba una, y no sabían cómo llegar a un acuerdo.
   Entonces, muy cerca de donde se encontraban los tres cazadores haciendo el reparto, acertó a pasar  un pájaro volando a baja altura; uno de ellos, rápidamente,  cogió la escopeta, le quitó el seguro, apuntó hacia el pájaro, calculó el trayecto y la velocidad que llevaba y, tras efectuar un certero disparo,  pudo ver cómo el pobre animal caía abatido al suelo. 
   Muy contento el cazador, corrió hasta donde se encontraba la pieza,  la cogió y se la dio al compañero que le faltaba una perdiz.
  ´- Toma, Teodomiro. Ahora ya estamos los tres en paz. 
    Éste, cogió el pájaro en su mano, lo miró con  extrañeza y dijo a los compañeros:
-         ¡Pero si es un mochuelo!
-         ¡Ya! Pero está gordo y algo de carne tendrá. Respondió el compañero que lo había cazado.
-         ¡Efectivamente! Intervino el otro cazador. Además, hay que ver lo oportuno que ha sido el  mochuelo. Ha acertado a pasar, precisamente, en el momento del reparto; gracias a ello, éste ha sido equitativo y estamos ya los tres iguales.
   Teodomiro, al ver a sus dos compañeros convencidos de que el destino había querido que fuese él quien debía quedarse con aquel pájaro,  consideró que no merecía la pena protestar; así que cogió el mochuelo para sumarlo a las piezas que le habían tocado en el reparto, lo comparó con la
Mochuelo común. Seo.org
hermosa perdiz que tenía, comprobando que la calidad de las piezas no tenía parecido
alguno y, aunque interiormente estaba bastante enfadado, intentó disimularlo como pudo.
   Si en aquel momento sus compañeros hubieran podido leer sus pensamientos, habrían comprobado que Teodomiro opinaba como Chamfort, un pensador francés del siglo XVIII, que decía de la amistad: “Existen tres clases de amigos: los amigos que nos aman, los amigos que se burlan de nosotros y los amigos que nos odian”. En aquellos momentos, él tenía la sensación de pertenecer al segundo grupo. 

  El domingo siguiente, al amanecer, los tres cazadores habían quedado en la plaza del pueblo para salir a cazar y el último en llegar, al punto de encuentro, fue Teodomiro. Éste, al encontrarse con los dos compañeros, tras darle los buenos días,  les dijo:
 -         Antes de nada, quiero que quede clara una cosa. No sé cómo se nos va a dar hoy la jornada, y si  vamos a cazar mucho o poco…pero comprenderéis que yo, hoy, “no voy a cargar con el mochuelo”.

Notas pseudo etnológicas

a)       Cargar con el mochuelo”, es una expresión muy común que se usa para expresar desagrado cuando uno se ve obligado a ocuparse de un trabajo que nadie quiere hacer, o bien en situaciones, donde sucede algún desaguisado colectivo, ninguno de los implicados quiere asumir la responsabilidad de ello y la culpa acababan endosándosela a alguien en concreto.

b)        En cuanto a la procedencia de esta la expresión, algunos encuentran relación entre este cuento popular y la misma, opinando que la frase es consecuencia del cuento; sin embargo, también existe la posibilidad de que pueda haber sucedido exactamente lo contrario, y que el cuento sea una consecuencia de la frase.
  Otros localizan el origen de la expresión en la Edad Media relacionándolo con la cetrería, una actividad consistente en emplear aves rapaces para la caza.
          En aquella época, los reyes eran aficionados a este tipo de caza y, aunque las aves favoritas
para estos menesteres eran habitualmente halcones, azores y gavilanes, algunos monarcas eran muy caprichosos  y , además de las aves habituales, empleaban para esta actividad  aves “más raras”, y, a poder ser, que no las tuvieran los vecinos para darles envidia, así que no era infrecuente que en su colección también hubiese mochuelos.
 Si consideramos que estos últimos son aves nocturnas que no están acostumbradas a cazar a la luz del día, debía ser muy costoso adiestrarlos para que cazaran de día, al gusto del señor; por lo que no debe extrañarnos en absoluto que, entre los cetreros reales, ninguno quisiera “cargar con el mochuelo”

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Toponimia Popular (II). La Zarza

 
 
   Si hacemos un recorrido por la toponimia de los pueblos de nuestra comarca, encontramos muchos lugares cuyo nombre tiene su origen en el mundo vegetal como es el caso de Ahigal de los Aceiteros, Almendra, Carrasco, los dos Cerezales, de Peñahorcada y de Puertas, Encinasola, El Manzano, Olmedo, Pozos de Hinojo, Robledo Hermoso, Zarza de Don Beltrán, Zarza de Pumareda… 
    En el caso de este último pueblo, la relación con el reino vegetal la encontramos por duplicado.
    Por una parte, tenemos Zarza, que es el nombre abreviado de Zarzamora, un arbusto silvestre, muy abundante en la comarca; sus tallos, que están cubiertos de espinas -los zarzales-, llegan a alcanzar hasta 4 metros de longitud y de ellos nacen, en verano, sus frutos: las moras, que son comestibles. Es una planta muy invasiva, de rápido crecimiento, y, aunque es común verla al lado de las paredes que delimitan las fincas, puede colonizar amplias extensiones del terreno si se la deja crecer a su libre albedrío. 
   En segundo lugar, como apellido, encontramos Pumareda, cuya etimología parece provenir de un tipo de fruta concreta: los frutos pomáceos, entre los que se encuentran la manzana, la pera y el membrillo. Los nombres de Pomar, Pumar, Pomareda y Pumarada, derivan de este tipo de fruto y se emplean mucho en Asturias haciendo referencia a las plantaciones de manzanos. Si consideramos que, cuando se fundó este pueblo, los reyes de León también lo eran de Asturias, esto nos lleva a pensar que los primeros pobladores, de Zarza de Pumareda  debieron ser asturianos y decidieron ponerle el apellido Pumareda, a este pueblo, para diferenciarlo del resto de lugares con los que comparte el nombre de Zarza.
   Lo expuesto anteriormente son, únicamente, especulaciones, ya que el origen del nombre de este pueblo pudo ser éste, o bien otro distinto, -nunca tendremos una certeza absoluta de ello-; en cambio, los “expertos” en toponimia popular no tienen duda alguna de por qué, este pueblo, se llama así. 
   A mí, siendo adolescente, uno de estos “entendidos” me contó el motivo de que “La Zarza”, que es el nombre abreviado que empleamos la gente de la zona para referirnos a La Zarza de Pumareda, tenga este nombre. 
   Volvíamos una noche de Aldeadávila a Barrueco en coche, y este hombre, que compartía los asientos traseros conmigo, al pasar por allí, me dijo: - ¿Sabes por qué este pueblo se llama “La Zarza?     
 - Supongo que porque habría muchas zarzas por aquí. Respondí yo, dejándome llevar por la lógica.
 - ¡Qué va…!, respondió mi compañero de viaje. Si fuera así, se llamaría “Las Zarzas” ¿no crees? 

   Voy a contártelo, tal como me lo contaron a mí. Este pueblo antes se llamaba de otra manera, pero un día ocurrió aquí un suceso muy señalado, y fue entonces cuando le cambiaron el nombre. Es una historia muy interesante en la que se entremezclan, a partes iguales, la superstición con el terror, faltando el canto de un duro -hoy diríamos el canto de un euro- para que aquello acabara en tragedia.     La culpable de todo ello, ya te lo adelanto, fue una lechuza. 
   Como la cosa se estaba poniendo interesante y aún faltaban unos kilómetros para llegar a nuestro destino, animé a aquel improvisado narrador a que me contara la historia. 

   - Esto ocurrió hace muchos años, aunque no demasiados -continuó hablando él- A mí me lo contó un hombre y a él, a su vez, se lo había contado su abuelo que afirmaba haber conocido a un amigo que era amigo de un primo segundo del hombre que protagonizó el suceso -con tales referencias, no cabe duda alguna que el hecho tuvo que ser “verídico”-. 
   En aquella época, aún no circulaban coches por nuestra comarca y la gente que viajaba de un pueblo a otro, o a la ciudad, lo hacía en caballería: burro, caballo o mulo, que venían a ser los coches de ahora; o en coches tirados por caballos. Los más pobres lo hacían en el coche de San Fernando…ya sabes: unos a pie y los otros andando. 
   Bueno, pues resulta que el protagonista fue un hombre de Mieza que era tratante de ganado, y había venido a La Zarza porque un hombre de este pueblo quería comprar un mulo. El tratante tenía uno muy bueno para vender, había quedado con el posible comprador para enseñárselo, y una tarde se vino con el mulo para acá. El zarceño, cuando lo vio, le gustó mucho el animal y, tras regatear un poco el precio, pronto llegaron a un acuerdo. Entonces, cuando los tratos acababan bien, siempre se celebraba el “alboroque”, así que tras la venta del mulo fueron a la taberna y se entretuvieron allí un buen rato.     Cuando el tratante y el comprador decidieron acabar la celebración, salieron del bar y resulta que  ya había anochecido. El de Mieza, como ya no tenía mulo, debía volver andando a su pueblo, así que el comprador le invitó quedarse en La Zarza, hasta la mañana siguiente, ofreciéndole cama y cena, para que pudiera hacer el camino de vuelta a casa con la luz del día, pero el miezuco desestimó la propuesta del compañero porque había quedado con la mujer en que regresaría aquella noche, aunque fuera tarde, ya que tenía que hacer algo en su pueblo al día siguiente, a primera hora, y no podía aplazar el regreso. 
   En aquellos tiempos, ir caminando de un lugar a otro era algo muy habitual. En nuestra comarca, aún no había luz eléctrica, tampoco circulaban coches, y creo que Graham Bell ni siquiera había inventado el teléfono. 
   Por suerte, aquella noche, había una hermosa luna llena y ello permitía a Bibiano, que así se llamaba el tratante, caminar, viendo con claridad el suelo que pisaba, sin correr el riesgo de romperse la crisma a consecuencia de algún tropezón. 
   Los dos paisanos, tras haberse trasegado dos jarras de vino y haber comido unos buenos pinchos; con la barriga llena y el vinillo circulando por todo el cuerpo estaban muy alegres, y Bibiano le dijo al compañero: 
   - ¡Por mí no te preocupes! Esto sólo es un paseo. Y si llego tarde… ¡qué se le va a hacer!, como dice el refrán “más tarde…será más tarde…pero más de noche ya no va a ser”. Si me espabilo un poco, aunque llegue “entre gallos y medianoche”, aún podré dormir lo suficiente hasta la mañana.          - Como quieras, respondió el compañero. 

   Se despidieron con un apretón de manos y Bibiano dirigió sus pasos hacia la salida del pueblo, al camino que une La Zarza con Mieza. 

   Hoy día, a nadie, ni siquiera al senderista más avezado, se le ocurriría emprender una ruta en solitario, de 5 km, en plena noche, tan sólo iluminado por “la luar” (luz de la luna en el antiguo dialecto leonés, en gallego y en portugués), pero estamos hablando de la gente de antes, personas duras como los robles, y esto, para ellos, era una nadería…tan solo un paseo a la luz de la luna. 
   Una vez que Bibiano tomó el camino hacia su pueblo, apenas había dejado atrás las últimas casas de La Zarza, -las casas que hoy día podemos ver a las afueras, en la salida hacia Mieza, aún no se habían construido- de pronto sintió en el aire un sonido extraño, como un chirrido metálico, por encima de su cabeza, y al mirar hacia arriba, intentando localizar su origen, pudo apreciar que lo emitía un pájaro de alas blancas que pasaba volando a baja altura. 
   El caminante, rápidamente supo identificar al pájaro: era una coruja, nombre con el que es conocida popularmente la lechuza, y eso le inquietó un poco. 
   Los búhos, mochuelos, cárabos, autillos y lechuzas, son aves rapaces nocturnas que viven en nuestros campos y siempre han despertado mucha curiosidad, a la vez que recelo, entre la gente, debido a que su actividad la desarrollan durante la noche...la hora de las brujas, espíritus, fantasmas. 
   La coruja, es un ave muy bonita y de aspecto inconfundible. Tiene el cuerpo cubierto por un plumaje en el que predomina el color blanco, y una cara en forma de corazón en la que destacan unos ojos negros que contrastan, profundamente, con el resto del disco facial que es blanco.
   Los clásicos griegos profesaban un gran respeto a la lechuza, que era considerada el símbolo de Atenea, diosa de la sabiduría, siendo también el símbolo de la filosofía; en cambio, en el imaginario popular, las rapaces nocturnas, en general, y, de un modo especial, la coruja, eran considerados pájaros de mal agüero. Esto último es debido a que, mientras que el resto de las aves nocturnas viven en el campo, alejadas del hombre, las lechuzas, con frecuencia, anidan en sitios cercanos a él: corrales, edificios abandonados, campanarios de las iglesias…. , y, a causa de esta proximidad es  más probable encontrarse con una lechuza que con cualquiera de las otras rapaces nocturnas. 
   Se creía que algunas brujas se convertían en lechuzas para ir volando de unos sitios a otros; de ahí la expresión “bruja-coruja” - Imagino que esto ocurriría antes de que se inventaran las escobas voladoras, algo que supuso un gran “avance tecnológico” para el gremio brujeril-. 
   Además de su relación con las brujas, también se creía que si una persona oía y/o veía una lechuza, ello presagiaba una desgracia: una enfermedad o, lo que es peor aún, la muerte de un familiar 
cercano o de uno mismo. Por ello, a Bibiano, el hecho de haber tenido ese inesperado encuentro le inquietó un poco. ¿Qué desgracia habrá venido a anunciar esta coruja ?, pensaba el caminante. 
   Los suyos, a mediodía, cuando había salido de su pueblo, con el mulo, camino de La Zarza; estaban muy sanos, así que no pensaba que pudiera venir algo malo por ahí; de modo que quedaba él. ¿Acaso iba a tener algún contratiempo en el camino? 
   Afortunadamente, él no era medroso y el hecho de haber visto una lechuza no iba a cambiar para nada sus planes, así que continuó la marcha sin darle excesiva importancia al asunto. 
   Apenas había avanzado veinte metros, volvió a oír de nuevo, en el aire, el mismo sonido agudo, una mezcla de siseo y chirrido metálico, que oyera antes, y vio pasar, nuevamente, volando ante él, a baja altura, a la lechuza. 
   Una vez, vale, ¡¡pero dos!! Esto ya no es una casualidad, pensó Bibiano. 
   Había oído, en más de una ocasión, historias escabrosas sucedidas a caminantes solitarios, siempre ambientadas en la oscuridad de la noche, donde una lechuza había estado presente, y, ¡mira por donde! era de noche, estaba solo, y una coruja se había cruzado ya dos veces, en su camino. 
   Esta vez notó que la pequeña inquietud que sintiera con el primer avistamiento, había aumentado bastante e, inconscientemente, fue disminuyendo el ritmo de la marcha, llegando, en un momento dado, a detenerse en el medio del camino sin saber que actitud tomar. Tras los dos avisos de la coruja, tenía el presentimiento de que algo malo iba a suceder aquella noche, pero no tenía la más remota idea de lo que pudiera ocurrir. Él estaba sano y se sentía bien; así que, si no existía un problema interno de salud, lo que ocurriera debía ser algo externo ¿Pero qué? 
   Ante unos pensamientos tan poco tranquilizadores, por un momento, incluso estuvo tentado de volver sobre sus pasos y aceptar el generoso ofrecimiento que le hiciera el comprador del mulo para que se quedara a dormir en su casa aquella noche; pero el hecho de tener que justificarse diciendole que había reconsiderado la invitación porque se le había cruzado una coruja en el camino, le pareció demasiado ridículo, así que desecho de inmediato la idea; por ello, tras dudarlo durante unos instantes, decidió continuar la ruta. Su objetivo aquella noche era llegar a Mieza, y ninguna lechuza iba a impedirlo. 

   Antes, la gente, que era muy creyente, consideraba que su vida estaba en manos del destino y que poco podían influir en él, por ello, cuando uno debía enfrentarse a alguna situación imprevisible, era frecuente oír en los pueblos: “No te preocupes demasiado, pasará lo que tenga que pasar, y eso no hay quien lo cambie”. A esa conclusión había llegado Bibiano mientras proseguía su camino. 
  Apenas había avanzado unos cincuenta pasos desde que reanudara la marcha, observó que en la margen izquierda del camino, unos metros más adelante, había unas tapias pintadas de blanco en las que se reflejaba muy bien la luz de la luna. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que aquello era el cementerio del pueblo y que, quisiera o no, debía pasar por allí ya que se encontraba al mismo
Cementerio de La Zarza
borde del camino.
   Él, anteriormente, había pasado muchas veces por aquel lugar, pero, como siempre lo había hecho de día, nunca había llamado su atención el hecho de que estuviera allí el camposanto; sin embargo, cuando llega la noche, las cosas cambian, y, la perspectiva de estar al lado del cementerio, a aquella hora, le intranquilizó bastante. 
   Los humanos, desde el comienzo de los tiempos, hemos sentido un miedo innato a la oscuridad; además, a ello hay que añadir que, antes, los padres, cuando éramos niños, con frecuencia fomentaban este miedo, para que no saliéramos de noche hablándonos de brujas, espíritus, y otros seres maléficos que acostumbran a hacer sus actividades durante la noche -respecto a las brujas, nuestros padres siempre decían que eran viejas, feas y malas. Yo, más adelante, descubrí, por mí mismo, que esto no siempre es así pues también las hay jóvenes y guapas- 
   Afortunadamente, los tiempos cambian y, actualmente, aquella vieja costumbre de los padres, de amedrentar a los hijos, ha desaparecido; hoy día, algo así, incluso, sería considerado como maltrato psicológico infantil; pero como Bibiano era de aquella época, de niño también había sido amedrentado por sus progenitores y aún no había superado totalmente sus miedos infantiles a la oscuridad; así que, al percatarse de que tenía que pasar al lado del cementerio, notó que la leve inquietud inicial, súbitamente, había aumentado muchos enteros transformándose en angustia, y ésta iba acrecentándose por momentos. 
   Sentía una opresión que, partiendo del pecho, le subía hasta la garganta, donde notaba la sensación de tener “un nudo” apretándole el cuello (cuando un hombre está asustado y siente opresión en la garganta, con frecuencia dice que es porque los ******** se le han subido hasta allí y los lleva de corbata, lo cual es pura metáfora. Anatómicamente, está demostrado que ello es totalmente imposible.  Sólo es una somatización de la angustia).
   El tratante se detuvo nuevamente  en el medio del camino, sin dejar de observar aquella tapia que se encontraba a tan solo a unos metros de donde estaba parado y volvió a oír el mismo sonido chirriante de las veces anteriores veces… fue entonces cuando la vio. 
   La luz lunar permitía ver, perfectamente, desde donde él se encontraba, la encalada tapia del camposanto y, encima de ella, mirándole fijamente, estaba posada la coruja. El pájaro, en vez de asustarse por la proximidad del caminante, permanecía inmóvil, sobre la tapia, como si estuviera esperándole. Entonces lo entendió todo. 
   El mal que intuía que iba a ocurrir aquella noche, y que hasta ese momento no sabía de dónde podía provenir, ahora ya estaba claro…procedía del cementerio. Algún espíritu sabía que aquella noche iba a pasar por allí un pobre desgraciado, y estaba esperándolo para llevárselo al otro mundo.     Notó que el corazón palpitaba aceleradamente en su pecho, la angustia que sentía en la garganta aumentaba por momentos, haciéndose casi asfixiante, y hasta el vello del cuerpo se le erizó...ahora sí que no podía disimular que estaba acojonado en grado sumo. 
   Bibiano, ya sin pararse a pensar en nada, siguió avanzando mecánicamente y, al llegar a la altura del cementerio, aceleró el paso arrimándose todo lo posible al lado opuesto del camino, para pasar lo más alejado posible de la lechuza que, posada en la tapia, no dejaba de mirarle fijamente. 
   Los rayos de la luna llena permitían ver cómo el pájaro seguía los movimientos del caminante, girando la cabeza, sin mover el cuerpo -las rapaces nocturnas pueden girar el cuello ampliamente, permitiéndoles mantener un campo visual de 270 grados. Aunque la gente cree que pueden girar la cabeza 360 grados, eso no es así- 
   Bibiano, a su vez, no dejaba de mirar a la lechuza que permanecía inmutable sobre la tapia del cementerio y, como iba caminando sin mirar donde ponía los pies, acabó pisando en el mismo borde del camino, resbaló y fue a dar con sus huesos en la cuneta. 
   Muy dolorido, por el golpe dado contra el suelo, se maldijo a sí mismo por caminar sin ir mirando por dónde pisaba. Se sentó y, cuando se disponía a levantarse, sintió que varias manos le sujetaban con fuerza por la espalda impidiéndole incorporarse. 
 - ¡Suéltame! ¡¡Por favor no me hagas nada!! ¡¡¡No me hagas nada!!! 
  - ¡¡Socorro!! ¡¡¡socorro!!! 
   El miezuco, aterrorizado, con voz desgarrada, gritaba desesperadamente al sentir aquella extraña fuerza que, tras haberle atrapado por la espalda, le impedía moverse; pero allí, los únicos seres vivos que había, eran él y la lechuza - ¿A quién pretendería pedir socorro, aquel pobre hombre?- 
   Con sus voces, lo único que consiguió es que la lechuza levantara el vuelo y abandonase la tapia, del cementerio.
   No sabemos si los esfuerzos que realizaba Bibiano, para intentar desprenderse de aquella fuerza extraña que le atenazaba por la espalda, fueron insuficientes; o si en realidad era el terror que sentía lo que le mantuvo allí paralizado, pero el caso es que era incapaz de incorporarse desde el suelo, y, tras unos largos segundos que debieron parecerle horas, comenzó a sentir que todo a su alrededor empezaba a dar vueltas y acabó perdiendo la conciencia. 

   El asunto se aclaró en la mañana siguiente, al amanecer, cuando un hombre de La Zarza, que iba al campo, al pasar por aquel lugar, vio al tratante que permanecía sentado en la cuneta. Tenía enganchada la ropa, por la espalda, en un zarzal, y ya ni siquiera hacía esfuerzo alguno por levantarse. 
   El pobre, estaba delirando y decía una y otra vez: 
    - Por no hacerle caso a la coruja…por no hacerle caso a la coruja... 

   El caso es que la noticia de lo sucedido corrió como la pólvora por todos los pueblos de la comarca - siguió contando mi compañero de asiento- y la gente, cuando pasaba por este pueblo, al principio, decía: Aquí fue donde ocurrió “lo de la zarza”. Más adelante, para abreviar, decían: Éste es el pueblo de “la zarza”, y, así es como acabo siendo conocido por todos. 
   Con el paso del tiempo, un día, el ayuntamiento del lugar, en vista de que todo el mundo en la comarca decía que los habitantes de allí eran del pueblo de La Zarza, decidieron cambiarle el nombre y, desde ese día, se llama “La Zarza”

 Nota 
   El cuento de un hombre que, una noche, en un camino, queda atrapado por una zarza, pensando que es un espíritu, lo contaban en todos los pueblos de la zona; sin embargo, mi informante afirmaba que no se trataba de cuento alguno, sino de una historia real que había sucedido en La Zarza. Y yo… ¿por qué iba a contradecirle?

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Alejaros del castaño


    Una vez, en este pueblo, vivían un hombre y una mujer que llevaban ya muchos años casados, y, como ocurre en casi todos los matrimonios que llevan ya muchos años de convivencia, la vigorosa hoguera que es el amor de juventud, con el transcurso del tiempo había ido debilitándose y tan solo subsistía ya una pequeña llamita. Al menos, todo hay que decirlo, aún había algo de luz en la pareja y se toleraban lo suficiente. Hoy día, las cosas ya no suelen ser así, pues cuando la relación de los matrimonios actuales comienza a ir mal y toma la cuesta abajo; la llama, no es que se debilite poco a poco, como sucedía antes, sino que, en la mayoría de las ocasiones, se apaga de sopetón y "cada mochuelo acaba marchándose a su olivo".  
   Cuando una pareja inicia una relación sentimental, el amor de estas primeras etapas es muy pasional: ciego, intenso, ilusionante..., pero, con el tiempo, más pronto o más tarde, acaba recuperando la vista, pierde intensidad, la ilusión inicial va disminuyendo progresivamente, y esa pasión inicial evoluciona a un tipo de amor más adulto…más sosegado; en ocasiones, demasiado sosegado, como era el caso.

   Bueno, pues este matrimonio llevaba ya varias décadas de convivencia y, aunque la llama ya calentaba poco, la relación entre ambos conyuges era muy correcta y mantenían una convivencia razonablemente buena. No obstante, el marido, desde hacía varias semanas, había notado que la esposa mostraba hacia él más indiferencia de la habitual.
  - ¿Tú me quieres?, preguntaba a veces él.
  - ¡Pues claro, hombre!, contestaba la mujer, sin dejar de hacer aquello en lo que estuviese ocupada en aquel momento, y sin mirarlo siquiera. Con lo que dejaba al pobre marido en un mar de dudas.
   
   Un día, el hombre decidió poner a prueba a la esposa y, como había oído que uno cuando realmente aprecia las cosas es cuando éstas le faltan, decidió hacerse el muerto -No puedo explicarme cómo se las arregló para engañar a la gente: esposa, familia, amigos, vecindad y hasta al médico; pero el caso es que se hizo el muerto, y lo hizo tan bien, que todos le creyeron-
   Durante el velatorio, que entonces se hacía en las casas, él, desde el féretro, oía a la gente darle el pésame a su mujer, por la “enorme pérdida” -uno cuando mejor persona es, y cuando más alabanzas recibe, es cuando se muere-, y ella  sollozaba; así que el marido, desde el interior del ataúd pensaba: Pues si llora, será porque algo me quiere.
  
   Cuando llegó la hora del entierro; en los pueblos, entonces, al contrario que ahora, el último viaje que le daban a uno no era en un coche fúnebre, sino que el ataúd era llevado a hombros por cuatro hombres. Coincidía que en aquel pueblo, en el camino del cementerio,  había unos castaños y el “difunto”, al llegar a la altura de ellos, desde el ataúd, se encaramó a la rama de uno de aquellos árboles ¡¡¡sin que nadie se percatase de ello!!!, de modo que, cuando llegaron al cementerio, enterraron caja vacía.
   Al llegar la noche, amparado en la oscuridad, el “difunto vivo” bajó del castaño y se dirigió al pueblo. Mientras recorría el trayecto hasta su casa, iba pensando: ¡Pobre mujer! Lo triste que debe estar por haberse quedado viuda. Va a ponerse contentísima cuando vea que estoy vivo ¡Vaya sorpresa que le voy a dar!  
 
   Lo cierto es que, cuando llegó a su casa, hubo sorpresa…sí...y por ambas partes, pero quien se llevó la mayor sorpresa fue él, ya que la mujer estaba en casa, en la cama, con otro hombre, y no precisamente rezando el rosario.
   El “ex difunto” montó en cólera y -éste, como es un cuento muy antiguo, en otros tiempos, cuando lo contaban, hablaban de insultos, amenazas, y “otras cosas”; pero los tiempos que corren obligan a decir que- ambos se lo tomaron con mucha deportividad, no pasó nada grave, y siguieron viviendo juntos, como si no hubiera pasado nada. Al fin y al cabo, estaban empatados: él, a ella, le había gastado la broma de que estaba muerto, y ella a él de que estaba muy viva, así que acabaron perdonándose mutuamente.
Camino del cementerio
   Al poco tiempo, al hombre le dio un “patatús”, murió “de verdad” y cuentan que, cuando iban a enterrarle, camino del cementerio, al llegar a la altura de los castaños, la viuda, que no estaba dispuesta a que se repitiera lo de la vez anterior, gritó a los hombres que llevaban el ataúd:
   - ¡Alejaros del castaño! ¡No suceda lo de antaño!

Nota

Éste, es un conocido cuento popular que nos contaban de niños. En Barrueco, como en el camino del cementerio hay unos castaños, a mí me lo contaron más de una vez, con ocasión de algún entierro, al pasar al lado del castañar; por ello, siempre estuve convencido de que el cuento era propio de mi pueblo.
Más adelante, pude comprobar que, tal como sucede con la mayoría de los cuentos tradicionales, casi nunca son exclusivos de un lugar pues lo contaban también en otros sitios, tanto dentro como fuera de nuestra provincia.


martes, 15 de octubre de 2019

Toponimia popular. El Milano


   La toponimia, es una disciplina cuyo objetivo es buscar el origen de los nombres propios de cada lugar -los topónimos-, tanto de los núcleos de población, como de los distintos parajes que componen los términos municipales de cada pueblo o ciudad -sus campos- ; ya que, aunque el Catastro, para identificar el terreno, emplea una nomenclatura a base de sectores, polígonos, y parcelas, con sus correspondientes numeraciones; antes, cada rincón del territorio era identificado con un nombre propio.

   Los topónimos, pueden ser clasificados en diversos grupos:
   Por un lado, tenemos aquellos que describen, o toman el nombre, de alguna característica física o de los elementos que conforman el paisaje: accidentes del terreno, ubicación en un monte, en llano o en un valle; estar al lado de alguna corriente de agua; abundancia de peñas…. (Creo innecesario aclarar, a aquellos que han pasado alguna vez por allí, por qué el pueblo de “La Peña” recibe tal nombre).
  También forman parte de este grupo, aquellos topónimos cuyo nombre proviene del mundo vegetal, de los que encontramos numerosos ejemplos en nuestra comarca: Almendra, Cerezal de Peñahorcada, El Manzano, Encinasola, Robledo Hermoso, Zarza de Pumareda…
   En otro apartado, encontramos los topónimos cuyo origen deriva del nombre de algún personaje, generalmente, un noble que fue propietario del pueblo o que intervino en su fundación. Buenos ejemplos de ello son El Cubo de Don Sancho y Valderrodrigo (Val de Rodrigo).
   Existe otro grupo que hace referencia al origen de los primeros pobladores del lugar como es el caso de San Felices de los Gallegos, donde sus primeros pobladores debieron tener esa procedencia; Cabeza de Framontanos, también se incluye en este apartado ya que framontanos parece ser una evolución lingüística de foramontanos, nombre con el que eran conocidas las gentes del norte de la península que repoblaron amplias zonas del Reino de León.
   Al lado de estos topónimos, cuyo origen puede ser relacionado con personas, accidentes geográficos, o la procedencia de sus repobladores o fundadores, encontramos un numeroso grupo cuyo origen es desconocido. Algunos de ellos corresponden, simplemente, a nombres antiguos que en su día dejaron de utilizarse (sobrevive el nombre, pero desconocemos a qué correspondía en su tiempo); otras veces, los nombres, con el paso del tiempo, han sufrido una variación lingüística y la relación entre el nombre y su origen se ha perdido -“Mata Hijas”, que es un paraje del pueblo, no significa que allí algún mal padre, en su día, se cargara a sus hijas. Sólo es una evolución del nombre original: “La Mata de las Hijas”-. Correcornicarricuesta, una palabra estupenda para que practiquen las personas que no pronuncian la “erre”, es otro ejemplo de paraje con nombre raro, que parece la descripción de un acontecimiento, más que otra cosa.

   A grandes rasgos, esto es lo que constituye la toponimia seria -vamos a llamarla así- A propósito de ello, existe un libro muy interesante: Toponimia Salmantina, de Antonio Llorente Maldonado, un antiguo catedrático de la USAL, reeditado recientemente por la Diputación de Salamanca, cuyo acceso es libre y gratuito a través de internet.

   Al lado de esta toponimia docta, hay una toponimia popular que explica, a su modo, el origen de los topónimos de una forma sencilla, y que, aunque casi nunca coincide con la otra, no deja de ser interesante. Un ejemplo lo encontramos con el pueblo de El Milano.
   Cuentan que al principio, cuando se fundó el pueblo, se llamaba solamente Milano, y que el origen del topónimo surgió así:
   Para situarnos en el tiempo, debemos remontarnos nada menos que hasta la Alta Edad Media. En esa época, los reyes de León, que llevaban ya muchos años ocupados en reconquistar territorio a los moros, una de las ocasiones en la que alguno de estos reyes había decidido avanzar al sur del Duero, para ganar terreno al enemigo, acertó a pasar por aquí un ejército para luchar contra los árabes. Aquel día no sé qué habrían comido los pobres soldados, pero el caso es que les entró una diarrea tremenda y quiso el destino que, precisamente, al pasar por el terreno que hoy ocupa ese pueblo, que aún no existía, tanto la tropa como los oficiales, todos ellos, sintieron unas necesidades imperiosas de abonar el suelo -aliviar la tripa, “tirar los pantalones”, “meditar”, defecar… en fin, que cada uno emplee el sinónimo que desee, ya que hay muchos- 
   Al estar en plena naturaleza, lo tuvieron fácil y no hubo necesidad de hacer cola a la puerta de los servicios, como hubiera ocurrido hoy día; así que todos a la vez, unos al lado de otros, en total camaradería, se distribuyeron por el campo dispuestos a aliviar su necesidad.
    Uno de los capitanes, que también estaba afectado, se había situado en una elevación del terreno y,desde aquella posición tan privilegiada, pudo ver a los soldados, agachados como él, en pleno proceso de … y, para entretenerse, se puso a contar los culos que veía.
   Tras llevar un buen rato con el recuento, ya harto, no quiso seguir y decidió acabar redondeando la cantidad, así que dijo:
 - Aquí, más o menos, hay mil ano.
   Resulta que aquel oficial era andaluz y se comía las “eses” -no puedo explicarme cómo, entre las tropas leonesas, había un oficial andaluz, si aún estaban en plena reconquista y Andalucía seguía siendo territorio árabe…pero eso es un detalle menor- y ésta fue la causa de que ese pueblo, originariamente, se llamara Milano.
   Una vez que aquel ejercito prosiguió su camino hacia el sur, como aquello ya era terreno conquistado -y abonado-, decidieron fundar allí un pueblo al que le dieron ese nombre. 
   Durante algún tiempo, los primeros habitantes del lugar vivieron en paz y armonía, pero esta situación duró poco ya que, debido al nombre que tenía el pueblo, pronto acabó la paz al formándose dos bandos opuestos.       
   Por un lado, estaba el grupo de “los tradicionalistas”, integrado por aquellos que estaban satisfechos de que el pueblo se llamara Milano; ellos, presumían de que el nombre tenía un origen guerrero ya que, al fin y al cabo, había sido un ejército, en plena reconquista, quien había dado nombre al lugar.
   Los del otro bando, en cambio, consideraban que Milano no era un nombre apropiado para su lugar de residencia ya que, aunque hubiese sido un bravo ejército leonés quien había dado origen al topónimo, la acción que dio lugar a ello, muy bélica no es que hubiera sido.
   El caso es que este segundo grupo era más numeroso que el primero y, con el fin de poder apartar sus pensamientos de la escatología, cada vez que oían el nombre del lugar; un día, democráticamente, aprovechando que eran más, votaron, ganaron, y decidieron modificar el nombre del pueblo; pero no demasiado, para evitar que “los tradicionalistas” se sintieran decepcionados con el cambio y sintieran añoranza del nombre original, así que consintieron que continuase llamándose Milano, pero añadiéndole el artículo El, pasando a denominarse el pueblo, desde entonces, El Milano, que es el que conserva hasta hoy.

   Lope de Vega, nuestro genial escritor del Siglo de Oro (s. XVII), escribió: “No quiso la lengua castellana que de casado a cansado hubiese más de una letra de diferencia", resaltando el distinto significado que puede tener una palabra, al añadirle o restarle, simplemente, una letra.
 Estas sutiles diferencias sintácticas, como podemos ver, ya las dominaban a la perfección los antiguos paisanos de este pueblo desde mucho antes del Siglo de Oro; pues, a la vista está que, con sólo añadirle un artículo al nombre original, y pasar a llamarse, desde entonces, El Milano, consiguieron que el significado del mismo fuese totalmente distinto al anterior.

     El Milano Real (Milvus milvus), y el Milano Negro (Milvus migras), son unas aves rapaces que, con frecuencia, podemos ver sobrevolando el cielo de nuestra comarca. El primero, que es sedentario, permanece todo el año con nosotros. En invierno, además, a los milanos reales nativos se suman otros congéneres suyos, procedentes del norte de Europa, que vienen a pasar la estación con nosotros, aprovechando las “bondades del clima”, ya que, en sus lugares de procedencia, aún es peor que aquí. Al Milano Negro, en cambio, sólo podemos verlo, entre nosotros, en primavera y verano, pues en otoño emigra a África permaneciendo allí hasta la primavera, que es cuando regresa.

   Si alguien decide acercarse hasta El Milano y pregunta a cualquiera de sus habitantes sobre el origen del nombre del pueblo; éste, seguramente, lo relacionará con estas magníficas aves rapaces. En cambio, la “auténtica” versión… la de la Reconquista…la que explica realmente la procedencia del nombre, nadie quiere admitirla.

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Barrueco en el refranero

   Distinguir con claridad cuál es la diferencia entre un dicho y un refrán no siempre resulta una  tarea fácil, ya que ambos son frases hechas que contienen un mensaje.
    Los más puristas, consideran que la diferencia fundamental estriba en que los dichos emplean frases más cortas que los refranes, y que siempre son utilizados para reforzar o reafirmar un tema concreto en el transcurso de nuestras conversaciones; los refranes, en cambio, están constituidos por frases más largas que aquellos, a veces, incluso, las palabras forman un pequeño verso, y se los decimos a nuestros interlocutores , en las conversaciones, porque, de forma indirecta, muestran una enseñanza o moraleja.
    Como quiera que, tanto los unos como los otros, encierran grandes dosis de sabiduría, y que los empleamos indistintamente en nuestras conversaciones cotidianas -cada vez menos, eso sí- para  ilustrar nuestras opiniones, creo que no merece la pena seguir haciendo distinciones entre ellos.
    Tanto en los dichos como en los refranes, muchas veces, las palabras que componen sus frases, contienen una rima que los hace más gratos al oído y, a la vez, más fáciles de recordar, como el siguiente: “Quien es necio en su villa, lo es en toda Castilla”; en cambio, hay otros donde las palabras no guardan rima alguna, centrándose las frases, exclusivamente, en el mensaje que encierran , como este: “¡Coño con los de Salamanca!, allí al frío lo llaman fresco”.

   En España, hay una cantidad ingente de dichos y refranes; algunos estiman que su número podría acercarse a los cien mil, y, aunque todos ellos, en su día, tuvieron un autor; de igual modo que sucede con las canciones tradicionales, éste, casi siempre, se ha perdido en el tiempo y por ello decimos que son anónimos, de ahí que estén catalogados como refranes o dichos populares.

   En cuanto a su temática, ésta es muy amplia y abarca todos los aspectos de la vida, desde los más simples: trabajo, dinero, salud, tiempo…, hasta los más trascendentales; vida y muerte, felicidad e infelicidad, bondad y maldad, amor y desamor…

    Si un día decidimos indagar en el maremágnum del refranero español, podemos apreciar que en todos los sitios existen refranes de carácter local haciendo referencia a cosas típicas o características de cada zona, y en Barrueco no somos ajenos a ello.

   Hace tiempo, me interesé sobre el asunto y encontré unos cuantos dichos o refranes de este tipo. En unos quedamos bien, y en otros salimos malparados; pero como es bueno reconocer los defectos de uno, aunque sea en el refranero, los incluyo todos. Uno que aprendí en Cerezal, es el siguiente:

 Para cantar y bailar
 Aldeadávila y Barrueco
 y "pa" brutos y animales
 en Corporario y Masueco

   No cabe duda alguna de que el refrán no fue "sacado" en Corporario ni en Masueco. ¿No os parece?
   Otro que nos menciona, es este:

 Barrueco corral de cabras
 Saucelle de los chivitos
 Mieza de los borrachos
 Vilvestre de los bonitos

 Vilvestre corral de cabras
 Saucelle de los chivitos
 Mieza de los borrachos
 Barrueco de los bonitos

   Es fácil comprender que la primera versión la escuché en Vilvestre y la segunda en Barrueco.             ¿Que donde surgió el refrán? Nunca lo sabremos con certeza, aunque yo me inclino porque la autoría del mismo tuvo lugar en Vilvestre, ya que es el único, de los pueblos mencionados, que limita con los otros tres.
   Saucelle y Mieza, salen tratados por igual en ambas versiones, por ello, es poco probable, por no decir imposible, que sea originario de uno de estos dos pueblos.

   ¿Y qué opináis de nuestra hospitalidad? En este aspecto el refranero no nos trata muy bien que digamos, veamos para ello el siguiente, que lo dicen en Vilvestre:

 Si vas a Barrueco
 lleva la merienda en el cuerpo

   La gente de Vilvestre, así como la del resto de la comarca, venía con frecuencia a Barrueco, y los vilvestranos, evidentemente, no debían vernos muy hospitalarios -sus razones tendrían- para tener esa opinión de nosotros; claro que "a todo hay quien gana" y nosotros le pasamos la pelota a Villasbuenas. Ved para ello la versión que corría por Barrueco:

 Si vas a Barrueco
 con la merienda en el cuerpo.
 y si vas  a Villasbuenas,
 con la merienda y la cena

   El siguiente, aunque se dice por aquí, también lo he oído en otros pueblos de la provincia, dedicado a distintas vírgenes, santos y cristos. Nosotros, concretamente, lo aplicamos a nuestro Cristo de las Mercedes, y es este:

 - ¿Donde vas?
 - Voy al Cristo ­
 ¡Cuantos hay de Barrueco
 que no lo han visto!

    Aún hay algún dicho más, relacionado con el pueblo, como el siguiente.

 Barrueco ya no es Barrueco
 que es un segundo Madrid
 Cuando se acaben “los rollos”
 Todos vamos a pedir.

   De autor conocido, este “chascarrillo” hace referencia a los primeros tiempos de la explotación de las minas de Wolframio”, en este pueblo, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
   Antes de que comenzaran a explotarse las minas, excavando profundos filones en la tierra, los trozos de roca que contenían wolframio, que había en la superficie del suelo, eran conocidos como “rollos”, y mucha gente, sin necesidad de ser mineros, salía al campo, a buscar esas “piedras oscuras que pesaban mucho”, para venderlas después, ya que entonces valían bastante y con ello obtenían pingues ganancias.

   Desde el punto de vista económico, fue una época muy buena para Barrueco y hubo gente de todo tipo. Aquellos que supieron administrar adecuadamente sus ganancias, acabaron bien; en cambio, los hubo que fueron poco previsores y gastaban a manos llenas todo el dinero que ganaban, con esa actividad, pensando que aquello no iba a acabar nunca; así que, cuando acabó la guerra y bajó el precio del wolframio, algunos se habían embarcado en compras que no pudieron pagar, y acabaron en la ruina. Dicen que hubo gente que, incluso acabó “pidiendo” como ya aventuraba el dicho este.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

La "auténtica" historia de San Leonardo




   San Leonardo, es el nombre de una iglesia, más bien de lo que queda de ella, que se encuentra en el término municipal de Hinojosa de Duero, muy cerca de la raya de este pueblo con Bermellar.
   Si vamos en coche y tomamos la carretera  DSA-576 -la antigua SA 330- desde Saucelle a Lumbrales, una vez que hemos dejado atrás el Puerto de La Molinera, ya casi en terreno llano; cuando aún no nos hemos recuperado de la impresión que causan, en todo el que pasa por allí, los "desfayaderos" que tanto el río Huebra como El Camaces han labrado en el terreno, a lo largo de millones de años, en su discurrir hacia El Duero ya muy próximo; inesperadamente, a la vuelta de una curva, a lo lejos, en la margen izquierda de la carretera, podemos ver una espadaña en la mitad del campo: Es San Leonardo.

   Se trata de un despoblado en el que solamente quedan en pie la torre de una iglesia y algunos restos, pocos, de las paredes del antiguo templo. No existen más vestigios del pueblo que hubo allí hasta comienzos del siglo XIX; fue entonces cuando los últimos pobladores abandonaron el lugar.  
   Respecto a los motivos que originaron la desaparición del pueblo, existen varias versiones.
San Leonardo
  
   La versión popular, la contaban los lugareños de este modo: En tiempos de “Maricastaña”, la peste hizo estragos en el pueblo y murieron todos sus habitantes; entonces, los de Hinojosa se quedaron con las tierras del término y los de Bermellar lo hicieron con las campanas. Así me lo contó alguien de Hinojosa -si esto fue así, evidentemente, los del segundo pueblo hicieron un mal negocio con el reparto-
  
   Los historiadores, en cambio, afirman que la desaparición del pueblo no ocurrió por una causa concreta, sino que fue debida a la suma de varias circunstancias: malas cosechas, con las correspondiente hambrunas, enfermedades, guerras...  
   El hecho de que seamos una comarca fronteriza, determinó que durante las guerras que mantuvo Portugal, por su independencia, con España, a lo largo de muchos años -finales del siglo XVI y primera mitad del XVII- quienes pagaron los “platos rotos” siempre fueron nuestros antepasados.
   Tanto los ejércitos portugueses como los españoles pasaron repetidamente por aquí; los primeros saqueando y, a veces, quemando todo los que encontraban a su paso -para eso éramos territorio enemigo-, mientras que los nuestros, cada vez que venían a defendernos de los lusitanos, también apañaban todo lo que encontraron a su paso pues, aunque venían para “salvarnos”, había que alimentarlos.
   La consecuencia que trajeron estas guerras, fue que los pobres habitantes de la comarca resultaron esquilmados, tanto por “los enemigos” como por los “amigos”, dejando a nuestros antepasados en la mayor ruina.
   A pesar de todas estas calamidades, la mayoría de los pueblos lograron sobrevivir, pero algunos no lo consiguieron y desaparecieron, como ocurrió con San Leonardo.  
   En este caso, parece ser que el episodio que propició la desaparición de este lugar, como núcleo habitado, no fueron las guerras con Portugal, sino la Guerra de la Independencia, en este caso española, contra los franceses; un hecho que ocurrió a comienzos del siglo XIX. Fue entonces, cuando los últimos habitantes de San Leonardo, que para entonces ya no llegaban ni a la media docena, abandonaron definitivamente el pueblo y se fueron a vivir a Hinojosa, ya que, en realidad, era un anejo de este pueblo, permaneciendo desde entonces así.
 
    Aún existe una tercera versión, menos conocida que las anteriores, que aclara con “pelos y señales” cómo sucedió todo -Si a alguien no le convence esta tercera versión y quiere contrastar los hechos en los archivos históricos, más vale que no pierda el tiempo ya que no va a encontrar nada en ellos-. Además, al contrario de lo que dicen los historiadores, franceses y portugueses no tuvieron nada que ver en el asunto, ya que los protagonistas fueron, exclusivamente, nativos del lugar.
  
   Antes de nada, por si alguien no conoce San Leonardo, vamos a situarlo en el mapa: Se trata de un paraje perteneciente a Hinojosa de Duero (Salamanca), situado en la parte oriental de su término municipal, lindante con la parte oeste del vecino pueblo de Bermellar.

   Todo comenzó en este segundo pueblo. Hace ya muchos años, mi bisabuelo aún era un jovencito; creo que fue por esta época, a comienzos del otoño; sin saber cómo ni por qué, hubo una plaga de ratas en Bermellar.
   Éstas, que lo habían invadido todo, campaban por todos los lados: casas, graneros, cuadras, corrales, pajares... y los vecinos estaban amedrentados; nunca se había visto una cosa igual y tan dañina. La plaga había adquirido tal magnitud, que hasta los gatos huyeron del pueblo.
   Ante el grave problema que se había creado; un día, el alcalde convocó en el ayuntamiento a los habitantes del lugar para intentar buscar una solución.
 - ¡Hay que acabar con esta plaga como sea! Dijo el alcalde. ¿Se os ocurre algún remedio?  
 - Una vez ocurrió algo así en otro sitio, comentó alguien. Creo que llamaron a un flautista, éste tocó la flauta, a las ratas les gustó mucho la música, se acercaron a él, y entonces el hombre salió del pueblo tocándola y todas ellas lo siguieron. A continuación, se las llevó hasta un río que había por allí cerca, y se ahogaron todas en él. El río lo tenemos, ya que El Huebra está cerca. Lo único que necesitamos es encontrar un flautista para que se las lleve. .
    - Eso es un cuento de niños ¡Coño! Exclamó Ligorio, que así se llamaba el alcalde, muy enfadado. Yo pido soluciones reales. Esto es muy serio y no voy a admitir ninguna broma.   
    - ¡Oye!, esto no es ninguna broma. Protestó el otro. Yo he dicho lo que se me ha ocurrido. Si alguien tiene otra idea mejor, que lo diga; porque echar veneno por todo el pueblo, no es bueno para los vecinos.
- Sí, en eso tienes razón. Contestó el alcalde. Vamos a pensar un poco y, entre todos, a ver si a alguien se le ocurre un remedio... pero real. Olvidaos de los cuentos.
   Todos los allí presentes, estuvieron pensando un buen rato. Unos centraban su mirada en el techo, otros en el suelo, algunos, incluso cerraban los ojos para concentrarse en sus pensamientos… cada uno lo hacía como mejor sabía. Creo que incluso les dolía la cabeza, ya que no estaban acostumbrados a pensar tanto, pero a nadie se le ocurría nada; así que Ligorio, al ver que ningún  vecino presentaba propuesta alguna, dijo:
   - ¡Mirad! Esto es una emergencia, así que tampoco perdemos nada por probar lo de la música; además, el método es muy ecológico y lo más que puede ocurrir, es que no dé resultado -Cuando ocurrió esto, aún no existían los movimientos ecologistas; así que Ligorio, como podemos ver, era un adelantado a su tiempo- Pero tenemos un problema, continuó hablando el alcalde ¿A quién llamamos? ¿Conoce alguien a algún flautista?
   - A un flautista, no. Respondió otro de los vecinos. En cambio, conozco a un tamborilero de Barrueco que puede servirnos. Es cabrero y tiene las cabras en “Las Arribes”. Podemos decírselo a él.    
   - ¡No se hable más!, dijo Ligorio. Mañana mismo hablas con él. Le dices que le damos tres pesetas si da un pasacalles por el pueblo y es capaz de librarnos de esta plaga -si un euro son ciento sesenta y seis pesetas; a alguno, tres pesetas, puede parecerle un salario ínfimo, pero en aquellos tiempos debía ser un sueldazo-
   - No te preocupes Ligorio; mañana, a primera hora, voy a “Las Arribes”. Paso el río -los términos de Bermellar y Barrueco están separados por el río Huebra-, hablo con él, y me lo traigo para que dé el pasacalles. Si hay suerte, a mediodía se habrá llevado las ratas al río, se habrán ahogado todas, y nos habremos librado de ellas.
 - ¡Dios te oiga!, respondieron todos un tanto escépticos, ya que el método elegido, para acabar con la plaga de roedores, no les convencía mucho.
   ¡Mira por donde! los deseos de los paisanos se cumplieron "casi" en su totalidad.  Llegó el tamborilero a Bermellar y comenzó a tocar la gaita y el tamboril en la parte oriental del pueblo -en el extremo este del mismo-, en la carretera que, una vez cruzado el Puente Resbala, viene desde Saldeana a este municipio. Lo hizo con tanto ímpetu que, en menos de una hora, ante el enorme contento de los lugareños, había consiguió su objetivo. Todas las ratas desaparecieron del lugar. Aunque es
Ruinas de San Leonardo
necesario aclarar, que los hechos no ocurrieron tal como lo habían planteado el día antes en el ayuntamiento, ya que las ratas no se acercaron al tamborilero y le siguieron hasta El Huebra, que era lo previsto. Resulta que el tamborilero era tan malo, y tocaba tan mal, que los roedores huyeron despavoridos, como almas que lleva el diablo, en dirección contraria…hacia el Oeste…hacia San Leonardo. Así es como llegaron hasta ese lugar, se asentaron allí, y acabaron con el mencionado pueblo -ese, y no otro, fue el “verdadero” motivo de su desaparición-.
 
   De este modo, los de Bermellar se vieron libres de roedores, y durante años no volvieron a ver rata alguna por el pueblo, pues éstas no olvidaron, en mucho tiempo, el concierto del tamborilero.
   Según comentan, cuando éste pidió su salario, el alcalde se resistía a pagarle. Ponía como excusa que el trato consistía en que las ratas debían seguirle hasta El Huebra, para que se ahogaran allí, y, evidentemente, esto no había ocurrido así.
   Claro que el tamborilero era avispado y amenazó:
   - Mire usted, o me paga…o me voy hasta San Leonardo, me pongo a tocar el tamboril por el lado de Hinojosa, y ya veremos hacia donde corren las ratas.
  Inmediatamente recibió su salario, y muy contento se volvió a seguir cuidando sus cabras con la “satisfacción del deber cumplido”

Notas aclaratorias.

üSan Leonardo es un “rincón mágico”, uno más de los muchos que tenemos en nuestra comarca. Estar en ese lugar, al atardecer, viendo cómo los rayos del sol, especialmente en otoño, se reflejan en las piedras de la torre, es una experiencia magnífica.  
üBermellar es un pueblo con una gente estupenda, al que le tengo especial cariño pues en él es donde inicié mi actividad profesional. Allí hay ratas como en cualquier otro lugar, pero no más. Debo confesar que ésta es una historia apócrifa, y que en ese pueblo nunca hubo tal plaga.  
üRespecto a los tamborileros de Barrueco que tocaban mal; sí que los hubo…y más de uno; pero, por suerte, la mayoría tocaban (y tocan) muy bien.