martes, 21 de marzo de 2023

El curandero de Coria

 



Las palabras son una medicina para el alma que sufre (Esquilo)

   Los curanderos o sanadores, eran unas personas que, sin haber realizado estudios académicos, realizaban procedimientos curativos basándose en creencias y empleando métodos que carecen de base científica.
   
   Dentro del gremio, se podían distinguir dos grandes grupos. Uno, en el que se incluían aquellos que trataban problemas físicos u orgánicos mediante el empleo de remedios naturales, como hierbas medicinales, o bien aprovechaban su destreza manual para tratar dolores articulares y/o musculares dando masajes; y otro que estaba integrado por aquellos que se ocupaban, fundamentalmente, de tratar trastornos psicológicos y mentales.

   Lo cierto es que sus campos de actuación no estaban tan netamente delimitados ya que algunos ejercían una actividad mixta y trataban problemas de ambos tipos.

   Mientras que para llegar a ser curandero del primer grupo, bastaba con aprender el oficio; los del segundo grupo eran personas que poseían un don o gracia especial para curar, estaban predestinados para ello ya antes de nacer, y existían varios signos externos que presagiaban, en ellos, la posesión de una gracia innata para curar como haber llorado en el vientre de la madre durante el embarazo – a día de hoy, sigo sin entender cómo se perciben esos llantos- , haber venido al mundo en fechas tan significativas como el 29 de febrero y el 21 de junio o el 21 de diciembre -solsticios de verano e invierno -, o ser el séptimo de los hermanos –como podemos ver, el tamaño de las familias actuales no da para que las parejas puedan tener hijos curanderos-.

  La gracia, energía o el don que poseían estas personas, que las capacitaba para curar, procedía de unas fuerzas ocultas o potencias sobrenaturales -no me estoy refiriendo a Dios, en este caso estaríamos hablando de hacer milagros- inaccesibles al resto de los mortales, a las que sólo ellos tenían acceso.
 
  Para nuestros antepasados más lejanos, la práctica de la medicina estaba ligada a la magia, existiendo  en el mundo mágico o espiritual fuerzas sobrenaturales de dos tipos. Los espíritus malos, que eran los causantes de todas las desgracias que les ocurrían a nuestros antepasados: malas cosechas, las enfermedades, guerras…, y los espíritus buenos, responsables de las cosas positivas: buenas cosechas, la salud y otras.

   Estas fuerzas extrañas, para algunas culturas, eran los dioses.

   Por “suerte”, estos espíritus buenos no han desaparecido, siempre han estado ahí, siguen estándolo y eran quienes les proporcionaban los poderes curativos, “el don”, a estos curanderos.

   Alguno/a puede pensar que estos hombres y mujeres eran, simplemente, unos farsantes que intentaban engañar a la gente con “esas cosas tan raras” , pero esto no era así; ellos, estaban plenamente convencidos de poseer el don de curar; si a ello sumamos que casi todos los enfermos, que a ellos acudían, creían que estaban en posesión de esa energía positiva y eran capaces de canalizarla hacia ellos para sanarlos, tenemos un caldo de cultivo muy favorable para que la gente,  que a esos profesionales acudía, pudiera ser curada.

  Ya que estamos hablando de fuerzas sobrenaturales habría que plantearse unas preguntas, en este caso relacionadas con el mundo real (o natural), ¿sus tratamientos eran eficaces? ¿La gente que a ellos acudía recuperaba total o al menos parcialmente la salud?

  Hay una máxima en medicina - en la medicina convencional- que dice que “Sólo se curan los que se pueden curar”, algo que, aunque parece demasiado obvio, es así ya que hay enfermedades que pueden curarse y otras que no; ocurriendo algo similar con los curanderos, a unos lograban curarlos y a otros no.

  El acto de sanación se iniciaba, habitualmente, con una entrevista en la que el curandero hablaba con el afectado/a para conocer cuál era el problema que le había llevado hasta él, aunque no era imprescindible acudir físicamente; a veces, bastaba que alguien cercano al enfermo le llevara un mechón de cabello o algún objeto personal del afectado, comúnmente ropa que hubiera usado recientemente, con la condición de no haber sido lavada -el wipp express, el jabón Lagarto y similares, como podemos ver, serán excelentes detergentes, pero no eran buenos para la magia-

  Una vez que el sanador conocía lo que le pasaba al afectado/a, se iniciaba el procedimiento mágico en el que, habitualmente, le imponía o estrechaba las manos del enfermo –era necesario un contacto directo para poder transmitirle la energía curativa-, a la vez que se dirigía a las fuerzas sobrenaturales protectoras empleando un lenguaje ininteligible que sólo él entendía. O bien, mientras pronunciaba sus locuciones, tenía en sus manos el mechón de pelo o la prenda de ropa que le hubieran llevado, cuando el afectado no había ido.

   Aunque cada sanador tenía sus particulares formas de proceder, la esencia del ritual que empleaban era así.

   La gente que acudía a estos personajes, casi siempre, eran personas con trastornos psicológicos, mentales y hasta espirituales (aquellos que pensaran que le habían echado mal de ojo, o que hubiera ocurrido en su entorno alguna desgracia injustificada, a menudo también acudían a ellos).

  A menudo, eran pacientes que habían buscado, previamente, curación en la medicina convencional, no habían logrado recuperar la salud y decidían acudir al sanador por iniciativa propia o persuadidos por alguien próximo, con el siguiente razonamiento: “No tienes nada que perder”

 Aunque, a veces, también empleaban medios terapéuticos naturales, casi siempre hierbas con propiedades medicinales, estas muchas veces actuaban como un placebo, ya que la fortaleza del
tratamiento radicaba en la sugestión que ejercían sobre las personas que a ellos acudían.
   Sugestionar a alguien, consiste en influirle de tal modo que acabe convencido para seguir un determinado camino, pensando y actuando, tal como le indica el “influencer” de turno, en este caso el curandero. Si consideramos que los pacientes que acudían a ellos, lo hacían persuadidos de que podían mejorarse por las grandes capacidades sanadoras del personaje, tenemos la situación perfecta para que pudieran recuperar la salud perdida..

   Hasta bien avanzada la década de 1970, existían varios curanderos, en el norte de la provincia de Cáceres, siendo el curandero de Coria el más conocido en nuestra zona. No sé si era originario de esa ciudad –Coria, aunque pequeña, es una bonita e histórica ciudad- o era de un pueblo cercano, pero el caso es que pasaba consulta en Coria al menos un día de la semana.
Coria (Cáceres)


   Aunque nosotros teníamos curanderos más cercanos en nuestra provincia, eran del grupo de los clásicos, quienes trataban enfermedades orgánicas, pero carecían del “don” necesario para curar determinadas enfermedades; en cambio, el curandero de Coria sí lo poseía y acudían a él clientes de Cáceres, Salamanca y hasta de la vecina Portugal.

  Este señor, además de tener su don innato para curar, poseía una particularidad de la que carecían otros colegas y es que, la potencia de la gracia curativa que tenía, no disminuía con el paso del tiempo...al contrario, se recargaba de vez en cuando, de un modo natural (eso creía él). Tenía epilepsia - aunque él decía que no lo era, su médico afirmaba que sí- y cuando sufría convulsiones, a través de las mismas afirmaba que recibía un plus de energía para seguir curando –vamos, que así recargaba la batería de su don-

  Conocí a una joven pareja de nuestra zona, trabajaban ambos cónyuges en Madrid, esperaban ilusionados un hijo, nació el mismo y ella sufrió una depresión postparto, una terrible enfermedad que descoloca a cualquier familia que tenga la desgracia de sufrir un hecho así, ya que lo habitual es que una madre se ocupe de su bebé, pero, en estos casos, la recién parida es incapaz de cuidarse a sí misma y menos del recién nacido.
  
  Ante la imposibilidad de recibir apoyo familiar en Madrid, debido a que los abuelos del niño, por ambas partes, vivían en el pueblo, la familia decidió que la madre y el bebé vinieran a casa de los padres de ella -esto sucedió en un pueblo de la comarca, no en el nuestro- para que ambos, madre y niño, pudieran ser atendidos por ellos, ya que el marido tenía que trabajar - entonces, los permisos de paternidad sólo duraban un día, lo justo para ir al registro civil a inscribir al recién nacido - , la madre, obviamente, recibió atención psiquiátrica, pero pasaban las semanas y no experimentaba mejoría alguna; el bebé recibía atención por la abuela, teniéndolo la madre lo justo para amamantarlo, -la pobre no estaba ni para cuidarse a sí misma-, como pasaba el tiempo y la enferma no mejoraba, una vecina bienintencionada propuso al padre de la deprimida que por que no la llevaba al curandero de Coria, porque había curado al tal, al cual, a la tala, a la cuala… y el hombre le respondió que no estaba para escuchar tonterías.

  Pasaron varias semanas más, sin que la enferma experimentara mejoría alguna, para desesperación de todos y el abuelo del niño, totalmente desbordado por aquella desgracia que le tocaba vivir diario, se acordó de la sugerencia de la vecina, de recurrir al curandero de Coria, llamó al yerno a Madrid pidiendo su opinión y éste aceptó basándose en el clásico “no tenemos nada que perder”. La pobre deprimida, que no estaba para tomar decisiones, aceptó, alquilaron un taxi y, como sabían qué día de la semana pasaba consulta el sanador de Coria, se presentaron en esa ciudad una mañana.

  El curandero necesitó poco esfuerzo para saber lo que le pasaba a la chica. Un deprimido tiene el ánimo bastante bajo y la chica, concretamente, lo tenía por los suelos. Cuando les indicó a ambos, padre e hija, que para poder curarla era imprescindible tener fe en que él podía hacerlo, porque si no era así, no había nada que hacer, le respondió el padre que habían recorrido más de 150 km para llegar hasta allí y que eso sólo lo hacía alguien plenamente convencido de que él podía curarle, unas palabras que agradaron al curandero.

  Entonces, el sanador dijo al padre que pasara a la habitación de al lado, dejándole a solas con la hija; comenzó explicándole a ella, que lo que le sucedía, aunque era poco habitual, no era algo excepcional,  y que ya había curado a alguna recién parida, en su misma situación, anteriormente. A continuación, le comentó que era debido a los cambios que sufría el organismo de las mujeres durante el embarazo; estos, aunque desaparecen paulatinamente, tras dar a luz; a veces tardan más de lo habitual en volver a la normalidad y que a ella, concretamente, le sucedía que aún tenía “la sangre de la cabeza” muy alterada -esa fue la justificación que dio-. Lo siguiente que le dijo fue que debía estar totalmente convencida, que aquello iba a remediarlo él.

  Al acabar sus explicaciones, tomó las manos de la chica entre las suyas y entonó en voz alta un largo conjuro… una serie de palabras ininteligibles –era un diálogo exclusivo entre los espíritus y él, no apto para simples mortales– acabando el ritual con unas palabras de agradecimiento, que ahora sí eran inteligibles, para que pudiera entenderlas la enferma:

 - Quiero daros las gracias por haberme escuchado y afirmar - por lo visto, aquel día, eran varios los espíritus a los que se había dirigido- que vais a ayudar a XXXXX, y así yo puedo adelantarle que en unos días estará perfectamente.

   Entonces, miró fijamente a los ojos a la chica, como queriendo hipnotizarla, a la par que le decía:

- A veces “ellos” no responden y yo no puedo confirmar nada, pero quiero que sepas que contigo sí lo han hecho…han respondido y puedes estar segura que te vas a curar muy pronto, no tengas duda alguna.

   El curandero, a continuación, le soltó las manos y dio por terminada la ceremonia.

   Cuando preguntó el padre de la chica, al curandero, si ésta debía seguir tomando las pastillas que le prescribió le psiquiatra, le contestó que, tras el ritual realizado, no necesitaba tomar nada, añadiendo a continuación:

- No sé si XXXXX tiene la suficiente fe, pero, aunque no la tenga, puedo aseguraros a los dos que se va a curar, porque "ellos" me lo han dicho.

   Tanto al padre como a la hija, aunque no estaban tan convencidos como el curandero, les confortó saber que, tras varios meses de incertidumbre, sufriendo aquella pesadilla, había alguien plenamente seguro de que se iba a curar y, además, pronto.

  Antes de una semana, XXXXX se encontraba bastante mejor y aceptaba coger en brazos a su hijo, algo que, hasta entonces, nunca había hecho; también le apetecía salir a la calle a pasearlo en el cochecito, aunque la abuela del niño la acompañaba siempre porque aún no se fiaba de la mejoría y no deseaba dejarla sola con el bebé, aun viendo que cada día la hija se encontraba mejor. El colmo de la felicidad fue cuando un día, la ex enferma les dijo a los padres que ya no pintaba nada allí con ellos, y que quería volver a Madrid, a su casa, con el marido.

Nota

- Tanto detalle de lo sucedido sólo lo conocían el curandero y la afectada: A él no le llegué a conocer, luego es fácil comprender que fue ella quien me lo contó, varios meses después. Yo, en aquella época, estudiaba medicina y quería saber mi opinión de lo sucedido.

- Existen dos posibilidades. La depresión postparto tiene un período de evolución y, antes o
después, acaba curándose. ¿Fue pura casualidad que coincidiera la mejoría con la consulta del
curandero? ¿O, realmente, fue el curandero quien la curó, logrando sugestionarla valiéndose de sus palabras y la oportuna comunicación con los “espíritus protectores”? Esto último, al fin y al cabo, no deja de ser un modo, un tanto sui géneris, de hacer psicoterapia.