viernes, 19 de febrero de 2021

De brujas y otras cosas

 


   Las brujas, bruxas, meigas, hechiceras…son unos personajes que, desde antiguo, han estado presentes en la cultura occidental y siempre han despertado una gran curiosidad entre la gente. La información   que nos ha llegado de estas señoras -aunque también ha habido brujos, éste era un gremio ampliamente dominado por las mujeres-  es abundante y proviene de fuentes muy diversas. 

   Por un lado, tenemos los cuentos populares, películas, novelas, narraciones… que nos hablan de ellas situándolas en un mundo irreal e imaginario, y, por otro lado, están los libros de historia que las ubican en el mundo real; todo ello, hace que no podamos hacer afirmaciones categóricas sobre las brujas, tanto de su existencia, como del resto de aspectos relacionados con “el brujerio”, pues la leyenda y la realidad, a menudo, están entremezcladas de tal modo que no hay forma de discernir donde acaba una y comienza la otra.

   En la Edad Media y en la Edad Moderna, en muchos países, entre ellos el nuestro, hubo numerosos procesos en los que gran cantidad de mujeres fueron acusadas de brujería y de hacer pactos nada menos que con el diablo, “obligando” a las autoridades pertinentes, en España creo era la Inquisición quien se ocupaba de estos menesteres, a emplearse a fondo para poder llevar a estas señoras “al buen camino”, que muchas veces acababa en la hoguera.

   Las mujeres, acusadas de brujería, claro que existieron, no estamos ante personajes de ficción; pero… ¿eran realmente brujas? Situémonos en el contexto del asunto: unas pobres mujeres, algunas incluso con enfermedades mentales (seguro que las esquizofrénicas y fibromiálgicas de entonces estaban incluidas en el lote) eran acusadas de brujería y, tras ser torturadas, como todas ellas acababan confesando que eran brujas, oficialmente pasaban a serlo.

   Si ésta es la prueba fehaciente de su existencia, evidentemente, no podemos estar seguros de nada ya que los inquisidores o sus equivalentes, si se hubieran empeñado en que confesaran que, en vez de brujas, eran palomas mensajeras, también lo hubieran confesado, y, evidentemente, no eran palomas.

   Pero bueno, no es mi intención intentar descubrir si hubo brujas entonces, o si continúa habiéndolas en la actualidad; en lo concerniente a este asunto, creo que cada uno debe sacar sus propias conclusiones, ya que la cosa, como indiqué anteriormente, no está nada clara.

   En Galicia, cuando a alguien le preguntan sobre las meigas, suele responder con la coletilla: “yo no creo en ellas, pero haberlas, “haylas”, por lo tanto, no están muy seguros de ello.  En cambio, tengo un amigo al que lo le cabe duda alguna de su existencia. Un día, hablando del tema me respondió:

 -    ¡Por supuesto que creo en las brujas! ¡No ves que estoy casado!

  Aunque él afirma que su mujer es una auténtica bruja, yo, cada vez que la veo, la observo con detenimiento y no le veo nada especial; claro que quién convive con ella es el amigo y sus razones tendrá para asegurarlo.

 El estereotipo que siempre nos han presentado de ellas, las describe como unas mujeres viejas y feas que llevan sobre su cabeza un amplio sombrero cónico, y esto es algo con lo que yo no estoy de acuerdo ya que muchas son jóvenes y guapas -la esposa de mi amigo, al menos lo es-.

  Conocen las propiedades tanto terapéuticas y no terapeúticas  de las plantas, y elaboran con ellas brebajes de todo tipo para tratar males, tanto físicos como espirituales, por eso, en sus casas, siempre tienen un caldero humeante a la lumbre. Sus animales de compañía son cuervos, sapos, gatos negros…, se transforman a voluntad en animales para pasar desapercibidas y pueden echar el mal de ojo.

   Los cuentos infantiles indican que, para pasar desapercibidas, suelen vivir apartadas de la civilización, en plena naturaleza, concretamente, en el medio del bosque, algo que tampoco se ajusta a la realidad. La bruja de mi amigo…perdón, la mujer de mi amigo vive en la ciudad, en un piso como tantos y tantos urbanitas, y no desea pasar desapercibida ya que sale con las amigas a tomar café, va al gimnasio, le encanta ir de compras, sale de noche con el esposo y los amigos …

  Volviendo a las brujas clásicas, les gusta mucho la juerga nocturna y en las noches de luna llena se reúnen con sus colegas en zonas apartadas, lejos de miradas ajenas. Estas reuniones, conocidas como aquelarres, son una especie de botellón donde practican ritos mágicos, beben licores que fabrican ellas

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mismas, bailan, cantan y, si algún brujo de buen ver acude a la reunión, también se dedican a “otras actividades. Vamos, que se lo pasan de miedo.

   A estas reuniones, no viajan en metro, taxi o en coche propio, gastando gasolina como el resto de los mortales, ya que tienen la particularidad de hacerlo volando en escobas.

   A mí, particularmente, las brujas no me caen mal, el único aspecto negativo que les veo, aparte de la envidia que les tengo por poder volar sin gastar dinero para viajar en avión, ni tener que hacer colas interminables en aeropuertos, es que, cuando tienen hambre, no tienen reparo alguno en comer niños pequeños.

   Antiguamente, el universo de los niños era terrorífico, al menos en el mundo rural, ya que constituíamos un bocado exquisito para todos los seres maléficos habidos y por haber. Si salíamos solos de casa y nos alejábamos de ella, podíamos caer en manos del Hombre del Saco, o el Sacamantecas, que siempre estaban al acecho; si íbamos al campo, y nos alejábamos mucho del pueblo, podíamos ser víctimas de la Fiera Corrupia, el Ojáncano, Arboroso y algún otro ser mitológico más; si nos asomábamos a los pozos, allí la encargada de arrastrarnos a sus profundidades y “comernos crudos”, era la Marimanta… Y, si esto no fuera suficiente y uno lograba sobrevivir a todas estas amenazas diurnas, cuando llegaba la noche, el peligro llegaba del aire pues era la “hora de las brujas”. Éstas, si pillaban a un niño andando solo por la calle, le agarraban por los pelos y se lo llevaban volando en la escoba.

  Evidentemente, si una bruja se llevaba a un niño era para comérselo también, en este caso no sé si crudo, asado o al ajillo –ellas, como siempre tenían un caldero a la lumbre, supongo que, en alguna ocasión, también lo preparaban a la caldereta-  

 Con el fin de poder evitar todos estos posibles contratiempos, nuestros padres, cuando éramos pequeños, nos advertían de todos estos peligros, y, en lo referente a las brujas, las indicaciones eran muy claras: al oscurecer, no debíamos andar solos por la calle para evitar ser víctima de alguna de ellas.

  Estas historias de seres fantásticos “ asusta niños” , producto de leyendas o cuentos, nos las contaban nuestros progenitores pretendiendo con poco éxito, todo hay que decirlo, amedrentarnos para evitar que nos expusiésemos peligros innecesarios, pero los muchachos lo veíamos como  lo que eran: historias fantásticas ajenas a la realidad; no obstante,  en mi pueblo, el  asunto de las brujas no nos dejaba del todo indiferentes, ya que había una calle que  era conocida como la “Calle de las Brujas” y el sentido común nos decía que si tal calle existía, era evidente que  allí debían haber vivido no una, sino varias de estas mujeres.

  Esta calle, actualmente está muy reformada y su estructura es muy distinta al trazado original; en el callejero local figura como Calle Rua, y une la Calle Real (carretera de Aldeadávila) con la Calle de la Ortiga.

  Si entramos en la calle, desde la primera, en dirección a la Calle de la Ortiga, el lado izquierdo de la misma está flanqueado por una alta pared de piedra que delimita una huerta y alguna construcción más. Este lado no ha variado mucho, desde sus orígenes. En cambio, el lado derecho de la calle ha sufrido una total transformación ya que en la década de 1960 había varias casas que fueron posteriormente derribadas, para poder hacer las construcciones actuales.  

  En dos de las casas que había entonces, en este lado derecho de la calle, habitaban dos mujeres mayores y vivían solas, cada en la suya.  Aunque ambas moraban en la “Calle de Las Brujas”, eran personas con un aspecto normal, similar al resto de las ancianas del pueblo de aquella época. Recuerdo que no usaban sombreros cónicos, sino pañuelos en la cabeza, como las demás señoras mayores de aquella época, sus gatos no eran negros, las escobas las usaban sólo para barrer…vamos, que en ellas no había nada que las hiciera parecer brujas.

  Un día, era ya noche cerrada, un niño iba solo, caminando por aquella calle que estaba poco iluminada,  podríamos decir que presentaba un aspecto bastante tenebroso, pero era muy similar  al que presentaba el resto de las calles del pueblo, ya que entonces, en todas ellas, el alumbrado público nocturno era muy pobre. 

  Como la rúa era, y es, estrecha, y por ella entonces no circulaban coches, caminaba por la parte central de la misma; de pronto, al llegar a la altura de una de las casas, oyó unos sonidos extraños que provenían del interior de la misma. Era una especie de cantinela ininteligible que emitía una voz estridente, con continuos altibajos en la intensidad del sonido. En un momento determinado, se oyó una fuerte tos y la cantinela se interrumpió, se hizo el silencio y unos instantes después volvió a oírse nuevamente aquella voz chirriante, repitiendo la misma cantinela ininteligible, que resultaba sumamente desagradable.

  El niño nunca había escuchado un sonido tan extraño. Se asemejaba, vagamente, a la voz de una mujer mayor; pero, si realmente lo era, estaba muy distorsionada y era imposible saber lo que decía, así que llegó a la conclusión de que aquello, ni de lejos tenía parecido alguno a una voz humana; luego, si la voz no era humana, debía ser sobrenatural, pensaba el rapaz.

   Se encontraba parado en la mitad de la calle, confundido, escuchando aquella extraña voz con su cántico persistente, y entonces se dio cuenta que se encontraba en la ¡¡¡“Calle de Las Brujas”!!!  viniéndole a la mente las palabras de su madre respecto a lo que éstas hacen con los niños si los encuentran de noche solos en la calle, sobrecogiéndose de espanto cuando llegó a la conclusión de que aquella horrible voz sólo podía pertenecer a una bruja. 

  Un miedo pavoroso le embargó y su corazón comenzó a latir muy deprisa. El pánico a veces inmoviliza las piernas e impide moverse a quien es presa de él, pero en este caso ocurrió todo lo contrario. Echó a correr despavorido, calle adelante, como alma que lleva el diablo, y llegó en un periquete a su domicilio. Encontró la puerta abierta, entró precipitadamente en la casa y cerró la misma con violencia.  

  La madre, al sentir el fuerte golpe de la puerta, salió al pasillo a ver qué pasaba y vio al niño aterrorizado, apoyada la espalda sobre la puerta, respirando agitadamente por el esfuerzo de la rápida carrera.

-     ¿Hijo, qué pasa? ¿Te persigue alguien?

-     ¡Sí, una bruja quiere cogerme!, contestó el niño atropelladamente.

    Al oír la respuesta, la madre comenzó a reírse y respondió:

-     Eso es imposible ¡Cómo te va a perseguir una bruja! Las brujas no existen.

-     ¡Sí existen, madre! ¡He oído a una, y me quería coger!

-     A ver, cuéntame lo de la bruja- dijo la madre, muy extrañada, queriendo enterarse del hecho que tanto había asustado al niño-.

-     Venía por la “Calle de Las Brujas” y oí una voz muy rara, unos gritos tremendos…no sé lo que quería decir, porque no la entendía, pero era una bruja. Seguro que quería cogerme para cenar esta noche, así que eché a correr… ¡qué miedo he pasado!

-     ¿Pero te perseguía? - Insistió la madre-

-     No sé, yo no he mirado para atrás por si acaso.

Al escuchar las explicaciones del niño, empezó a reír a carcajadas ante el asombro del muchacho que estaba muy extrañado por lo que estaba pasando. Había estado a punto de ser víctima de una bruja horrible y su madre, en vez de abrazarle y tranquilizarle, como hacen habitualmente las madres con sus hijos, cuando éstos han estado expuestos a algún peligro, estaba partiéndose de risa, por el suceso ¿Acaso prefería que se lo hubiera comido la bruja y no volver a verle más?

  La progenitora, llamó al padre y el niño pensó que este no dudaría en coger una estaca y acercarse a la “Calle de Las Brujas” a buscar a ese ser maléfico “come niños”, para darle su merecido, por haber querido comerse a su hijo pequeño, pero, tras escuchar lo que le contó la madre, estalló, a su vez, en carcajadas.

  Desde luego, qué padres más desconsiderados, pensaba el niño. Él muerto de miedo, y ellos también muertos…pero de risa. 

  Cuando por fin se calmaron los padres y cesaron en sus carcajadas, le explicaron al hijo el motivo de la risa. Le aclararon que no había oído a bruja alguna, sino a una mujer normal -lo de normal vamos a dejarlo entrecomillado- y podía tratarse tanto de la Tía Pelagia, como de la tía Apolonia, ya que ambas residían en aquella calle, eran vecinas y tenían los mismos hábitos. Vivían solas, imagino que serían viudas, y muchas noches, para aliviar su soledad –entonces se hacía poco uso de la televisión, ya que eran contadas las televisiones particulares- se trincaban unos vasos de vino con la cena, antes de dormir - aún no se había generalizado el uso del orfidal, y muchas mujeres echaban mano del vino peleón para “descansar mejor”-  

   Aquella noche, a alguna de ellas se le debía haber ido la mano con el vino, estaría muy alegre, se habría puesto a cantar (si es que se puede llamar así lo que hacía) y esa era la voz “sobrehumana” que había escuchado.

  Esta explicación, tan racional, no pareció convencer del todo al niño pues, aunque esas señoras, según sus padres, eran personas normales, él tenía serias dudas de que la voz que había escuchado pudiera haberla emitido una persona humana, por mucho morapio que se hubiera trasegado aquella noche. Además, aquella calle recibía le nombre de “Calle de las Brujas”, desde mucho antes de que aquellas mujeres vivieran allí, y nuestros antepasados, que no eran tontos, si le habían puesto tal nombre, por algo sería.

 Notas

·         * La Tía Pelagia y la Tía Apolonia, no se corresponden con los nombres reales de aquellas señoras, pero al tratarse de personas reales, he preferido buscarles estos “pseudónimos”.

·         * En cuanto a la “víctima”, al niño. Hasta que no pasaron bastantes años, y éste se hizo mayor, no osó volver a pasar, de noche por dicha calle.