Historias del contrabando (III)
Un “Cuculumbrero” no era
Ubaldo, desde la orilla del Duero hasta el
pueblo, tenía un largo camino por recorrer, unos 4 km., aproximadamente, siguiendo
un itinerario bastante complicado ya que se encontraba en la parte baja de los arrribes
del río.
Conocemos por Arribes, al terreno que
circunda los ríos de nuestra comarca. Estos, durante millones de años, han ido
erosionado el terreno conformando unos profundos cañones de gran pendiente en
cuyo fondo discurren las corrientes fluviales; éstas depresiones del terreno,
en algunos sitios, están formadas por barrancos con paredes verticales de gran
altura superando en algunos sitios los 300 m. de caída libre; en aquellos lugares
donde no hay barrancos, el terreno ofrece unos desniveles más suaves, pero siempre
con una gran pendiente.
La gran depresión del terreno existente,
entre la meseta y la orilla del río, determina que la ladera del Duero presente unos grandes desniveles y, consecuentemente, que los caminos que la recorren tengan interminables
subidas (o bajadas, dependiendo del sentido de la marcha), rampas, repechos,
cortados…para salvar la pendiente; esto supone una gran dificultad para
el caminante que transita por ellos, que se ve obligado a realizar un esfuerzo
considerable para superar las dificultades del terreno; en ocasiones, los
caminos sólo son estrechos senderos y veredas y si a ello sumamos que los
contrabandistas, muchas veces, recorrían los mismos a la luz de la luna, podemos
hacernos una clara idea de lo complicada que era la labor de aquellos hombres.
La dificultad del camino era algo que Ubaldo
ya tenía asumido y no le suponía problema alguno, estaba en buena forma
física, conocía perfectamente los vericuetos del terreno y, precisamente por eso, había sido elegido por su maestro como aprendiz de contrabandista (aparte de ser un enchufado, pues para eso
eran cuñados).
Si aquella noche la luna hubiese estado en fase de luna nueva, en vez de luna llena, y Ubaldo hubiese mirado en algún momento
el firmamento, habría podido ver la bóveda celeste llena de estrellas con las
constelaciones propias de la estación: Vía Láctea, las Osas Mayor y Menor, Casiopea,
El Dragón, Perseo, Andrómeda...; a los planetas Venus y Marte
y, con suerte, alguna estrella fugaz…un espectáculo nocturno que habría hecho
las delicias de cualquier aficionado a la astronomía; pero él no estaba allí para
ver espectáculos estelares sino por asuntos terrenales y avanzaba mirando continuamente el suelo para evitar dar un traspiés y caerse.
Era medianoche y calculaba que, al paso que llevaba,
el recorrido hasta el pueblo le llevaría cerca de cuatro horas; una vez allí,
descargaría la mercancía y, si todo iba bien, antes de 5 horas, con la
satisfacción del deber cumplido, estaría durmiendo y soñando con los angelitos;
eso, si no tenía la mala fortuna de encontrarse con la Guardia Civil, porque
entonces...
Una vez iniciada la ruta, avanzaba despacio
tirando suavemente del rabero del mulo y éste le seguía dócilmente; el primer tramo del camino era el más
dificultoso, el terreno era bastante irregular y con muchos repechos; pero, tras dos horas de marcha, ya había logrado superarlo.
Aunque algo fatigado, estaba satisfecho por lo bien que iba discurriendo todo; la temperatura de la noche estival era
agradable, durante su marcha iba escuchando el canto insistente de los grillos junto al ulular lejano de algún ave nocturna, y el mulo iba con la carga, tras él. con paso seguro, como si lo que hacer caminatas nocturnas fuese algo habitual.
Con la mejoría del terreno, ya no era necesario ir tan pendiente del suelo que pisaba y su mente se entretuvo en pensar en el dinero que
recibiría por el trabajo que estaba realizando, en el que le pagarían por los
próximos viajes que haría, hasta que el maestro se recuperara, y en lo bien que
le vendría la pasta. Estos pensamientos hicieron que le mejorara el ánimo y hasta le entraron ganas de cantar, pero se contuvo; alguien que debe pasar
desapercibido, no puede hacerlo a las dos de la mañana. aunque esté en el campo.
Se encontraba ya próximo a una calleja bordeada por
paredes de piedra, tan comunes en nuestra zona, que le facilitaría mucho el camino y, como estaba algo cansado, al llegar al comienzo de la misma, decidió que era un buen
momento para descansar. Encontró una piedra plana sobre la que se sentó y dejó al mulo
suelto para que
descansara también.
Calleja bordeada de paredes de piedra |
Tras una corta pausa, decidió continuar la ruta y se adentró en la calleja; con la mejoría del firme y la referencia
de las paredes a ambos lados, logró avanzar más deprisa.
Aquella noche, el cielo estaba totalmente
despejado y los rayos lunares permitían una aceptable visión del terreno más cercano; pero, unos metros más allá, ésta era muy limitada resultando
imposible vislumbrar, con claridad, lo que había alrededor. Sólo era posible
percibir un paisaje nocturno de tonos claro oscuros, conformado por bultos y sombras.
Hasta
ese momento, Ubaldo sólo se había preocupado en superar las dificultades propias del camino, y estaba tranquilo; como el pueblo aún quedaba lejos, sabía que hasta allí las
posibilidades de ser pillado por la
autoridad eran mínimas; sin embargo, éstas irían aumentando a medida que se fuera
acercando al destino. Cuando estos pensamientos ocuparon su mente se
intranquilizó un poco; hasta entonces, ni siquiera había barajado la
posibilidad de que le cogiesen con el alijo de tabaco
Era consciente de que la guardia civil,
aunque vigilaba habitualmente las carreteras y los sitios próximos al pueblo,no
se limitaba siempre a ello; en algunas ocasiones, también se adentraba en los
caminos y por ello no podía descartar la posibilidad de poder encontrársela en
cualquier lado.
Tras hacer este razonamiento, comenzó a
sentir algo de desasosiego; inconscientemente, fue disminuyendo la velocidad de su paso y
acabó deteniéndose, algo que también hizo el mulo. Permaneció unos minutos quieto, reconsiderando la situación, respiró profundamente intentando tranquilizarse y, tras
meditarlo un poco, determinó que no era momento para vacilaciones; lo que
estaba haciendo ya no tenía vuelta atrás y la única alternativa que le quedaba era
seguir hacia delante.
Reanudó su camino, el mulo obedientemente le siguió y, tras haber avanzado un corto trayecto, percibió al lado de una de
las paredes que bordeaban la calleja, dos bultos que le parecieron sospechosos y, con el consiguiente susto, volvió a detenerse.
Demasiado sencillo estaba resultando todo,
pensaba Ubaldo; la entrega de la mercancía, la subida desde el río
hasta ese punto, lo contento que iba, pensando en el dinero que iba a ganar por
este trabajo; evidentemente, había pecado de optimista ¿cómo no había pensado en
la posibilidad de tener un encontronazo en el camino con la autoridad? ¿Y si resultaba que aquellos dos bultos sospechosos al lado de una pared, eran dos guardias al acecho de algún
pringado, como él?
Le entró un gran nerviosismo, sintió
que el corazón se le aceleraba dentro del pecho y reconoció que estaba a punto de sufrir un ataque de pánico.
Allí
parado, en medio de la calleja, a pesar de que había una hermosa “lua cheia”
como dicen los portugueses, por mucho que intentara aguzar la vista, la
claridad ambiental era insuficiente para ver con nitidez la zona donde sospechaba que la
patrulla se encontraba vigilando el camino.
Permaneció unos minutos quieto y, tras comprobar que las sombras sospechosas no se movían, se serenó un poco; el sentido
común le llevó a pensar que, como “de noche todos los gatos son pardos” y era su primer viaje, lo único que estaba ocurriendo es que, aquella noche, no es
que fueran pardos, sino que él lo veía todo muy negro, y que lo único que
estaba pasando era, simplemente, que tenía miedo escénico.
Lo lógico
era que aquellas cosas oscuras y sospechosas, que sobresalían sobre la pared, fueran
unas matas de zarzales u otro tipo de arbusto; porque, pensándolo bien ¿qué iban a
hacer dos guardias civiles, allí perdidos, en el campo, en la mitad de la nada,
al lado de un muro de piedras?
Tras llegar a esta conclusión, se convenció a si mismo que sólo era una falsa alarma y esto le tranquilizó; pero allí seguía habiendo algo y,
fuera
lo que fuese, personas o elementos inanimados, a aquella distancia era
imposible distinguir de qué se trataba.
Nuestro becario contrabandista, aún estuvo
un rato más en la calleja detenido sin saber cómo actuar, mientras que el mulo
le miraba inquisitivamente, como si quisiera invitarle a que se moviera ya
que, al fin y al cabo, quien llevaba la carga era él y no su dueño.
Ubaldo intentó imaginar qué habría hecho su
maestro en semejante circunstancia y no recordaba que Ezequiel le hubiese dicho
nada sobre estos aspectos del oficio -seguramente,
no lo había hecho para evitar que se asustara innecesariamente -, al no saber cómo proceder, tuvo que improvisar.
Retrocedió unos metros por la calleja, metió
el mulo en un prado, lo ató por el rabero a un árbol, volvió sobre sus pasos y avanzó hasta la zona conflictiva; si eran guardias civiles quienes estaban
allí, la verdad es que iban a sorprenderse: un paisano, paseando sólo, de
madrugada, tan lejos del pueblo, resultaba, si cabe, más sospechoso aún que un
contrabandista con su alijo, pero no se le ocurrió otra cosa.
Al llegar a la zona sospechosa pudo comprobar que los
bultos que sobresalían sobre la pared sólo eran unas matas de zarzales y no cabezas de personas, sintió un gran alivio por ello y decidió proseguir su camino.
Tras recoger la caballería, una vez
reanudada la marcha, consiguió avanzar a buen paso pero, tras haber caminado unos quince minutos, se llevó un nuevo sobresalto - Si hubiera leído el horóscopo, seguramente, éste, le hubiera informado
que no era un buen día para los negocios y hubiera acertado, porque aquella noche no ganaba para
sustos-
A lo lejos, calleja adelante, se veía una luz por encima de las paredes; aunque, por suerte, estaba muy distante; fue entonces cuando reconoció que Ezequiel tenía razón cuando le dijo que no debía encender la linterna durante el trayecto,salvo extrema necesidad, porque podrían verle a gran distancia.
A lo lejos, calleja adelante, se veía una luz por encima de las paredes; aunque, por suerte, estaba muy distante; fue entonces cuando reconoció que Ezequiel tenía razón cuando le dijo que no debía encender la linterna durante el trayecto,salvo extrema necesidad, porque podrían verle a gran distancia.
Si allí adelante había gente con linternas, y no tenían inconveniente alguno en ser vistos, sólo
podía ser la autoridad que estaba vigilando el camino; esto es lo que pensó Ubaldo, al ver aquella
luz, y ahora sí llegó al convencimiento de que el peligro era real.
Maldijo a su mujer y a Ezequiel por haberle
convencido para que aceptara "el trabajo” y, sobre todo, se maldijo a sí
mismo por haberse dejado convencer, dando lugar a que se hallara en esa
situación, preguntándose que qué pintaba allí, en plena noche, en aquella calleja, con el mulo cargado con un alijo de tabaco, en vez de estar en la
cama, tan a gusto...y todo por ganar algo de dinero.
Para ser feliz, hacen falta pocas cosas: salud, dinero suficiente para vivir con desahogo, tener cerca a alguien a quien querer
y que te corresponda, un trabajo que sea de tu gusto, y poco más. Si tienes eso, ganar más dinero contribuye muy poco para ser más feliz (Todo ello pensaba Ubaldo en ese momento, y
es que uno se vuelve muy filosófico ante las situaciones más insospechadas)
Afortunadamente, la luz que veía estaba
lejos y, gracias a la distancia que les separaba, no podían verle a él. Alguien
dijo: “si un día te encuentras en un callejón sin salida, no te quedes allí, sal por donde
entraste” . Eso es lo que tuvo que hacer Ubaldo; como no podía avanzar, decidió
retroceder sobre sus pasos por la calleja abajo, con la intención de buscar una ruta alternativa; aún
quedaba mucha noche por delante para llegar al pueblo.
El lado positivo del asunto era que ya sabía
dónde se encontraba la patrulla de la benemérita, vigilando y, “si estaba allí…no
podía estar en otro lado” -está visto que, para pensar con lógica, no hace falta ir a la universidad-
Desanduvo el camino hasta el sitio donde se
iniciaba la calleja, una vez allí, consideró que ya estaba lo suficientemente
de lejos de la luz y decidió descansar un rato sentándose sobre la misma piedra
que antes había usado para el mismo fin. Dejó suelto al mulo que permaneció quieto, a su
lado, y se puso a planificar la nueva ruta que iba a tomar.
De pronto, el silencio de la noche quedó roto por un fuerte ruido entre la maleza, a escasa distancia de donde se encontraban él y el mulo descansando.
De pronto, el silencio de la noche quedó roto por un fuerte ruido entre la maleza, a escasa distancia de donde se encontraban él y el mulo descansando.
Es
curioso comprobar cómo, cada uno de nosotros, ante un mismo hecho, reaccionamos
de forma tan distinta. Ubaldo, a consecuencia del ruido, se llevó un susto tan grande
que le dejó totalmente paralizado en el lugar donde estaba sentado; en cambio, en el mulo, el ruido ejerció el efecto contrario pues se espantó y, al estar
suelto, inició una rápida carrera, tal como si se hubiera transformado en un auténtico caballo pura sangre en un hipódromo, hacia la calleja por la que, con tanto sigilo, acababan de
volver, en dirección a la luz que su dueño intentaba evitar.
Al ver hacia donde se había dirigido el mulo
desbocado, Ubaldo quedó atónito. Ahora sí que se había fastidiado todo…cualquiera
lo perseguía. Nunca, en sus pensamientos más pesimistas, había pensado que pudiera
ocurrir algo así.
El ruido había sido ocasionado por un tejón
que andaba a aquellas horas de corribanda nocturna; El bicho, ajeno a los
miedos del contrabandista novato, al detectar su presencia, había huido
precipitadamente del lugar, metiendo mucho ruido al rozar su cuerpo con el pasto y los
matorrales.
Ubaldo se maldijo, nuevamente, por haber
aceptado el encargo ¿¡¡A esto lo llamaban ganar un dinero fácil!!?; todo esto pensaba a la par que unos pensamientos abrumadores acudían a su mente:
Si la luz que había visto en la calleja pertenecía a la patrulla de la guardia
civil, estaba perdido: cogerían el mulo con
la carga, por la mañana ya sabrían quién era su dueño, irían a su casa a
buscarle y después... No quería ni pensar lo que vendría después.
De nuevo se encontró ante el dilema de no saber cómo actuar. Aventurarse
por la calleja, a buscar el mulo, equivaldría a meterse voluntariamente en la
boca del lobo y esa posibilidad inmediatamente la desechó. Permaneció un buen
rato en el lugar, bastante abatido, sin saber qué hacer y, finalmente, optó por regresar
a casa tomando una ruta alternativa; se alejaría de aquella zona dando un rodeo y ya, sin el mulo, incluso podría ir campo a través.
Al menos, esta parte del plan salió bien y en
poco más de una hora, con gran cautela, llegó al pueblo cuyas calles, al ser
aún noche cerrada, permanecían desiertas.
Entró en su casa con gran sigilo, para no
despertar a la familia, y, a pesar de las emociones pasadas: disgustos, sobresaltos, miedos… pensó que
lo mejor que podía hacer era acostarse e intentar dormir algo; aún faltaban varias horas hasta el
amanecer y quién sabía si al día
siguiente tendría que hacerlo en un calabozo.
La esposa, ajena a todo, estaba profundamente
dormida y, cuando Ubaldo se tumbó a su lado, en la cama, se despertó y
preguntó:
- ¿Ya has vuelto? - una pregunta de lo más retórico; tener delante a alguien que ha estado
fuera, y preguntarle si ya ha vuelto, es algo que hacemos con frecuencia-. ¡Qué bien! ¡menos mal que no ha pasado nada y
estás aquí, sano y salvo!
- ¿¡¡Que no ha pasado nada!!? contestó Ubaldo muy enfadado. Sí que ha
pasado…y mucho.
- ¿Qué ha pasado? Preguntó Mari Flor que, sobresaltada, encendió la luz sentándose en la cama.
- De momento nada, respondió él, lacónicamente...pero va a pasar. No sé cómo voy a salir de esta. Mañana va a venir los guardia a buscarme. Menudo lío se ha preparado…¡y todo por haceros caso a ti y a
tu hermano!.
-
¡Pero dime ya lo que te ha
pasado!, exclamo ella muy preocupada.
- A mi nada, pero el mulo, con la
carga de tabaco, se espantó y echó a correr hacia una calleja donde estaba la
guardia civil. Yo, lo que he hice fue alejarme de allí y he venido dando un
rodeo. ¡Con que era un dinero fácil! ¡Verás tu por donde nos va a salir ese
dinero!
-
Pero tú estás bien, ¿no?,
insistió Mari Flor.
-
Sí, de momento sí; pero cuando
vean el mulo con el tabaco…
-
¿Y estás seguro de que eran
guardias civiles?, volvió a insistir ella.
- De cerca no los he visto; lo que
vi fue una luz delante de mí, en la calleja por la que venía, a bastante
distancia, y, a las 3 de la mañana, o era la Guardia Civil, o era “La Huesteda”;
yo, como no creo en cosas raras, me inclino por lo primero. -Lo que nuestros abuelos llamaban “La Huesteda”
es conocida, en Galicia, como La Santa Compaña. En todos los lados es lo mismo:
una procesión nocturna de ánimas con velas; pero en cada sitio recibe un nombre
diferente-
- A ti no te vieron en ningún
momento ¿verdad?, continuo Mari Flor hablando, a la vez que pensaba cómo podía
solucionarse aquel embrollo. En el peor de los casos, siguió diciendo ella, puedes decir que alguien te cogió el mulo sin permiso y que se lo llevó
para hacer contrabando. Aunque todos en el pueblo saben que Ezequiel se
dedica a esto, es del dominio público que tiene una pierna rota y que él no puede haber
sido…y a Portugal no van a ir preguntando que a quien le pasaron el tabaco.
-
¡Qué fácil lo veis todo las
mujeres!, protestó Ubaldo. Claro, como el delincuente soy yo…
-
¡Fácil
no es, y cuesta un poco creerlo!, respondió ella; pero algo habrá que contar. Si
no te han visto, a ver cómo demuestran que has sido tú, siguió Mari Flor con su
razonamiento. Lo importante es que estás bien. Vamos a intentar dormir algo y
que sea lo que Dios quiera. Es una pena…con lo bien que nos hubiera venido el
dinero.
Como
aún era de noche, intentaron dormir algo; pero el pobre Ubaldo, después de tantas
emociones, no logró pegar el ojo; la esposa, en cambio, pudo reanudar su sueño con facilidad.
Se levantaron temprano y, tras desayunar,
permanecieron en silencio, sentados en la mesa de la cocina, sin saber qué
hacer; esperando que, de un momento a otro, llegara la Guardia Civil
preguntando por Ubaldo…pero allí no venía nadie.
Mari Flor, como había dormido bien, razonaba
mucho mejor que Ubaldo y le dijo a éste:
- ¡Mira! vamos a hacer nuestras tareas diarias
como si no hubiera pasado nada. Si uno quiere pasar por inocente, debe
parecerlo -Creo que algo parecido le dijo
el Cesar, en la antigua Roma, en alguna ocasión, a su mujer, aunque, en este
caso, referido a la decencia- No podemos estar aquí esperando a que vengan
los guardias, con cara de culpables...como si hubiéramos hecho algo malo. Si te parece bien, tú te vas al campo y yo me pongo a hacer los oficios de la casa.
- Sí, tienes razón, contestó el marido. Me voy a
la huerta hasta mediodía y que sea lo que tenga que ser. Cuando venga la Guardia
Civil, les dices que no sabes nada y que yo he estado en casa toda la noche.
Después los mandas para allá.
Cuando Ubaldo salió a la calle para ir a
trabajar a la huerta, lo hizo con cierto recelo. Estaba convencido de que la autoridad,
de un momento a otro, iba a venir a detenerle y no quería que eso ocurriera
allí, delante de todos los vecinos, por lo que tenía prisa por alejarse de la
casa.
Una vez que cerró la puerta, cuando se
disponía a ir calle abajo, lo que vio le dejó sumamente
sorprendido. En ese
momento, el mulo, con la carga de tabaco íntegra, subía calle arriba. Éste, tras
el susto del tejón, cuando detuvo su carrera, había parado en algún lugar
indeterminado y, una vez que amaneció, se había orientado perfectamente tomando
el camino de vuelta al pueblo; había atravesado varias calles, a plena luz del
día, y allí estaba... a punto de llegar al domicilio.
Calle de un pueblo ribereño |
En aquella época, en un pueblo ribereño, ver
un mulo cargado era algo muy habitual y no había llamado la atención de nadie.
Ubaldo, metió a la caballería en el corral,
llamó a la mujer y entre los dos descargaron la mercancía, que no había sufrido
daño alguno. Ambos estaban muy contentos, especialmente él que había pasado de
la angustia más absoluta, a la euforia; tan exultante estaba que casi le dio un beso al mulo por el gran peso que acababa de quitarle de encima, mas no se atrevió; estaba la esposa delante y se hubiera enfadado con él. Podría haber pensado que lo quería tanto como a ella.
En un momento determinado,preguntó Mari Flor:
En un momento determinado,preguntó Mari Flor:
-
Entonces, la luz que viste... ¿era
“La Huesteda?
- Pues no sé si lo sería, respondió Ubaldo, pero te aseguro que un Cuculumbrero no era.
- Pues no sé si lo sería, respondió Ubaldo, pero te aseguro que un Cuculumbrero no era.
Post
data:
Existen dos
interrogantes,
a) La luz
que vio aquella noche Ubaldo, si no pertenecía a la Guardia Civil, ¿qué otra
cosa podía ser sino “La Huesteda”?. Los “Cuculumbreros”, aunque se vengan arriba
e iluminen mucho, solo es posible verlos si estamos muy cerca de ellos; como la luz
que él vio estaba bastante distante, era imposible que se tratara de uno de estos insectos..
b) Este
primer viaje de Ubaldo, tras las peripecias que sufrió, ¿Supuso el comienzo de
una larga y prometedora carrera como contrabandista? Estoy convencido de que,
tras los sustos y miedos, que pasó aquella noche, no le quedaron ganas de volver
a hacer más viajes, aunque más vale que Mari Flor pensara igual que él, porque
si no…
Ubaldo metido a contrabandista tiene su morbo y suspense que tú administras y dosificas la mar de bien. Nos tienes noches sin dormir, soñando con cocolumbreros (así en La Zarza) y otras luces. ¿Qué luz sería la que Ubaldo vio al final de túnel? Pero...qué túnel, si allí no había ninguno? Ya no sabemos si es que lo soñamos, imaginamos, o hemos leído tu relato u qué-
ResponderEliminar-Manolo-
Una historia basada en un hecho real, como dicen las películas americanas, aunque sucedió de forma "algo distinta". Las luciernagas (nuestros cuculumbreros) antes eran muy abundantes; cuando dabas un paseo nocturno, rara era la vez en la que no veías una docena de ellos y, en la actualidad, si ves uno ya puedes considerarte afortunado ya que lo habitual no es ver ninguno.
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