lunes, 19 de junio de 2023

La Soberbia

   Un pueblo, no solo es un conjunto de casas situadas unas al lado de las otras, con mejor o peor estilo urbanístico; es, sobre todo, una comunidad de personas, cada una de ellas con su propia fisonomía y sus particulares defectos y virtudes. Cada uno somos como nuestra madre nos parió y algunos incluso  peores, decía Cervantes, y es que hay gente que, en vez de emplear su tiempo en ser mejores personas e intentar vivir bien, disfrutando de la vida y haciéndola grata a aquellos que forman parte de su entorno; son unos infelices y encima intentan que los demás también lo sean. 
   Si alguna vez tenéis la mala suerte de convivir con gente con una personalidad tóxica, no os dejéis influir por ellos y dejadles que se amarguen solos; es más, si tenéis ocasión, no perdáis ocasión de recordarle que no anden fastidiando al prójimo ya que eso,  "hasta puede ser pecado".
 
   Hace años…bastantes, cuando aún había muchos curas, íbamos a la catequesis y era obligatorio  estudiar el catecismo, aprendimos que hay una caterva de pecados y, según la gravedad de los mismos, se clasificaban en mortales (los graves) y los veniales (leves). 

  Los primeros, son aquellos que comete la gente que es mala a conciencia, rompiendo, a través de ellos, su amistad con Dios, según el catecismo; en cambio, los pecados veniales, son más leves y no rompen nuestra amistad con el Creador…solo la enfrían. 

   Conclusión, que quienes cometemos estos “pecadillos veniales” seguimos siendo buena gente a pesar de ello, aunque cometamos dos docenas a diario. Dentro de este segundo grupo, están los pecados capitales que, si no recuerdo mal, son siete: Soberbia, Avaricia, Lujuria, Ira, Gula, Envidia y Pereza. 

   Fernando Díaz-Plaja, un escritor español, en 1966 publicó un libro: “El Español y los Siete Pecados Capitales”, en el que, con mucho humor, analizaba cuál era el comportamiento de los españoles de entonces, en lo relativo a dichos pecados. Aunque leí en su día el libro, no tengo la certeza de que hubiese algún pecado con el que los ciudadanos de este país nos identificáramos de una forma más llamativa que con el resto...creo que todos nos valen y que no somos ajenos a ninguno de ellos. 

   ¿Eso significa que los españoles somos soberbios, perezosos, avariciosos, lujuriosos, iracundos, comilones, envidiosos, y perezosos? Pues sí, en mayor o menor grado, todos lo somos; aunque siempre hay excepciones; uno de mis amigos tiene un abuelo muy longevo, noventa y ocho años tiene el hombre, y presume que, desde hace mucho tiempo, no ha vuelto a cometer pecado alguno relacionado con la carne -no hablo de la carne de vaca, cerdo, cordero cabrito, conejo…, esto sería un pecado de gula, sino de “la otra carne” (lujuria)- , aunque muy contento no debe estar con ello, porque le escuché decir una vez ¡quien pudiera cometer algunos pecados! 

   Hablando de los pecados capitales y aprovechando que el El Pisuerga pasa por Valladolid El Huebra pasa por Barrueco, hoy voy a recordar una anécdota ocurrida hace bastantes  años en uno de nuestros pueblos, que no sé cómo definirla, quizá podría decir que era un secreto colectivo, aunque  emplear este término no parece demasiado correcto ya que, si algo es un secreto, no puede ser colectivo porque  entonces deja de ser secreto, vendría a ser un secreto a voces pero mejor…voy directo al asunto. 

  En aquel pueblo, existía una mujer que se llamaba  Eudivigis, aunque era conocida por todos como Vigis “La Soberbia”. Identificarla por su apodo, ese era el secreto colectivo ya que todo el paisanaje la nombraba por el mote cuando ella no estaba presente, pero cuando lo estaba, la llamaban simplemente Vigis.
  El auténtico misterio radicaba, precisamente, en el origen del mote ¿qué había hecho aquella mujer para que un día alguien hubiera comenzado a llamarla así? 

  Un conocido aforismo, atribuido a los nativos norteamericanos -los indios de las películas del Oeste que luchaban con los rostros pálidos-  dice: “antes de juzgar a una persona, debes calzarte sus mocasines y caminar al menos tres kilómetros con ellos”. 
  Nosotros, en cambio, decimos que, antes de juzgar a nadie, deberíamos meternos por un momento, en su pellejo. 
  Ambas frases tienen el mismo sentido, aunque la nuestra, tiene la ventaja añadida de no tener que andar calzándonos los zapatos usados de nadie. 

   Yo conozco el motivo por el que Eudivigis recibió el sobrenombre de “la Soberbia”; y es mi propósito contar el hecho que dio lugar a que, a partir de entonces, todos la conociesen por ese sobrenombre - cuando no estaba presente, claro-. 

  El origen del sobrenombre que recibía aquella mujer estaba relacionado con unos chícharros (en Barrueco llamábamos chícharros, con acento por ser una palabra esdrújula, a las alubias carillas que no hemos de confundir con los chicharros, en este caso la palabra es llana y se refiere a los jureles, una variedad de pescado azul).
Alubias carillas(Chícharros)

 
  . Actualmente, tanto en lo pueblos como en las ciudades, casi todos los alimentos los compramos en el supermercado y el hecho de que una familia tenga su propio huerto ha pasado a ser algo prácticamente anecdótico; pero antes, en lo que respecta a los alimentos, en los pueblos, mucha gente tenía su propio huerto o huerta, y comía lo que obtenía de allí -para quien no lo sepa, huerto y huerta son sinónimos, la única diferencia entre ellos es que las huertas son extensiones de terreno de mayor tamaño- 
  Las legumbres, hortalizas, fruta y demás productos vegetales, que comían las familias, eran las que ellas mismas producían; de ahí que sólo se consumían productos de temporada, lo que proporcionaba la huerta en cada momento. Era prácticamente una economía de autosuficiencia y, cuando había excedente de algún producto, su propietario lo vendía tal como ocurrió aquel año con Bruno Ávila. 

  Este hombre, había sembrado en su huerta chícharros y era la primera vez que cultivaba esta variedad de alubias. Le habían regalado la simiente y como buen agricultor que era, decidió arriesgar poco sembrando una pequeña cuadrícula de terreno, ya que aquello no dejaba dejaba de ser una prueba y, para su sorpresa, obtuvo unos resultados óptimos; la cosecha fue muy abundante y obtuvo 30 kg que no estaba nada mal para el poco terreno que le había dedicado; pero, como la felicidad nunca es completa, ya se encuentre uno en New York o en un pueblo perdido, cuando los comieron por primera vez, resultó que a la mujer, a sus hijos y a él mismo, al ser un sabor nuevo para ellos, no les satisfizo nada y la cosecha entera de chícharros, pasó a engrosar la lista de mercancía excedente, por lo que Bruno Ávila, decidió vender toda la producción.

  Cuando un vendedor tiene un producto para vender, una de las premisas fundamentales, antes de introducirlo en el mercado, es hacer un sondeo para comprobar su posible aceptación por parte de los potenciales consumidores y, llegado el caso, una vez que tiene un pleno convencimiento de que va a tener aceptación, lo pone a la venta; pero, en el caso de los chícharros, este hombre consideró que el sondeo era innecesario ya que el objetivo no era otro que desprenderse de la mercancía, en vista de que eran ellos a quienes no les gustaba el producto. 

 Con estas premisas, cuando Bruno Ávila puso a la venta las judías, quedó demostrado que carecía totalmente de conocimientos comerciales. Comentaba a la gente que las vendía porque no le gustaban a la familia, y tanta honradez se volvió en su contra, pues, al cabo de tres semanas, no había vendido nada en absoluto.  

 Afortunadamente, el azar quiso que se encontrara en la calle con Eudivigis, una vecina suya que, aunque  trabajaba en la ciudad de vendedora, en unos grandes almacenes, se encontraba de vacaciones en el pueblo. 
 
 Al vivir en su misma calle, Bruno Ávila, se alegró mucho al verla, se dirigió hacia ella y la saludó: 

 - ¡Qué tal Vigis! ¿de vacaciones? 

 Ella, le miró, dudando un poco antes de responder y al fin dijo: 

 - Pues sí...de vacaciones. A pasar unos días por aquí con vosotros. 

 - ¿Podías hacerme un favor? –continuó hablando él- Llevo unas semanas intentando vender unos chícharros que sembré en la huerta, no he conseguido vender ni siquiera un kilo y mi mujer dice que la culpa es mía porque no los sé vender. Tú, como trabajas en una tienda y sabes cómo vender las cosas, me gustaría que me ayudaras diciéndome qué puedo hacer. 

 - ¿No has vendido nada? Preguntó ella muy extrañada. 

 - ¡Nada...ni un kilo! 

 - Eso es muy raro. ¿Los has puesto muy caros? 

 -¡Qué va! Ni siquiera me han preguntado el precio. 

 Ella, a medida que le escuchaba, iba aumentando su extrañeza y dijo

 - A ver, cuéntamelo todo desde el principio... porque esto es demasiado raro. 

 Cuando Vigis supo que había contado a varios paisanos que el motivo de vender las alubias era porque no le gustaban a la familia, hasta le entró risa. 

 - Pero hombre! Un vendedor no puede desprestigiar su propia mercancía, siempre tiene que alabarla...eso es fundamental. Recuerdo una vez, siendo niña, que mi padre tenía un caballo muy falso, a veces doblaba las patas delanteras, le cayó varias veces y, como acabó cogiéndole una manía tremenda, decidió deshacerse de él. El día antes de llevarlo al mercado de ganado para su venta, le oí decir: - ¡Y pensar que encima tengo que decir que es bueno! 

   Con los chícharros, tienes que hacer lo mismo...alabar la mercancía. No puedes decir que quieres venderlos todos, porque no os gustan, al contrario, lo que debes hacer es comentar a la gente que están buenísimos y que sólo quieres vender unos pocos, porque te sobran. 

 - Vas a tener razón –afirmó él- El problema es que todo el mundo sabe la verdad y eso ya no tiene remedio. 

  La mujer, que era buena gente, miró hasta con pena al vecino; éste, había sembrado y trabajado la tierra, ahora quería  vender unas alubias y era incapaz de desprenderse de la mercancía por ser honrado en demasía,. Así que decidió ayudarle: 

 - ¡Mira, Bruno!, la única persona capaz de vender tus chícharros, en un pueblo de 300 habitantes como el nuestro, donde todos nos conocemos, soy yo - eso sí que es tener una autoestima alta-  
   Si quieres, yo me encargo que venderlos; pero en esta vida no hay nada gratis, tienes que darme una pequeña comisión por el trabajo. 

 Bruno Ávila, al ver la seguridad que mostraba Vigis, encontró “el cielo abierto”; estaba desesperado pensando que iba a tener que quedarse con toda la cosecha de chícharros; buscaba una consejera comercial y, sin pretenderlo, había encontrado una intermediaria dispuesta a encargarse de todo, no   dudando un momento en aceptar el ofrecimiento de Vigis. 

  Ella, como era avispada, a la hora de ajustar su comisión, empezó a tantearle comenzando desde arriba, diciendo que quería el 50 % de las ganancias (avaricia severa), y él, a pesar de ser incapaz de haber vendido una sola alubia, le ofreció el 5% (tacañería severa).
  Vigis, entonces, bajó el umbral a un 30% (avaricia moderada), el subió al 10% (tacañería moderada); acordando, finalmente, que la comisión fuera de un 20 %, consiguiendo así que la avaricia y tacañería quedaron bastante equilibradas. 

 - ¿Qué precio de salida se le puede poner a las alubias?  -preguntó ella-. Tú, tendrás que amortizar los gastos de producción: adquisición de la simiente, abonos, riego, trabajo de cultivo y recogida. Ten en cuenta que tu trabajo no puede ser a perdidas. 

  Bruno Ávila, al escuchar esa pregunta, la miró extrañado y confuso a la vez; pensaba que los dolores de cabeza de la venta habían acabado, al delegar totalmente la venta en Vigis, y ésta le hacía preguntas relacionadas con cálculos económicos que ni había hecho, ni estaba dispuesto a hacer...y todo por 30 kg de alubias carillas, pensaba -quien me mandaría a mí haber sembrado esto, se reprochaba a sí mismo- 

 - ¡Mira!, a mí no me ha costado casi nada; me regalaron la simiente y todo el trabajo lo he hecho yo, así que pide lo que tú quieras y hazlo como quieras; yo, con tal de quitarme los chícharros de encima, me doy por contento. 

 - ¡Estupendo!, entonces tenemos mucho margen comercial -contestó la mujer satisfecha-. El plan es muy simple: tú no debes hacer nada ni contarle nada a nadie, y yo me ocupo de todo. Verás cómo, con un poco de marketing, en pocos días está todo vendido. 

 - ¿Qué es eso del marketing? 

 - No estoy muy segura...creo que es engañar a la gente, pero en inglés. 

 - Pero si aquí nadie sabe inglés! Avisó él. 

 Ella le miró con algo de fastidio y exclamo: 

 - ¡Tú, olvídate de todo desde ahora mismo y déjame a mí! Lo primero que voy a hacer, es poner un letrero bien visible para anunciar la mercancía, porque si nadie sabe que vendes una cosa, cómo te la van a comprar; en cuanto a ti, te repito que no debes decir nada a nadie, ni siquiera a tu mujer. Lo que estamos hablando  debe quedar entre nosotros y, por supuesto, nadie debe saber que las alubias son tuyas, así que esta noche vienes a mi casa, por la parte de atrás, sin que te vean, y las traes. 

 - ¡Perfecto! -respondió él, satisfecho por la explicación

 - Bruno Ávila, cumplió a rajatabla las instrucciones de Vigis, llevó a su casa las alubias y no dijo nada a nadie, tal como habían quedado. Ella, a su vez, pidió prestada una pizarra en el bar del pueblo, de esas donde anuncian los pinchos en esos establecimientos, y al día siguiente Bruno vio dicha pizarra expuesta en la fachada de la casa de Vigis, donde podía leerse el siguiente texto:

 >>>  Se venden exquisitas alubias de B. de Ávila.

  Entonces fue cuando él empezó a comprender qué era eso del marketing. Las judías de El Barco de Ávila, son famosas desde hace mucho tiempo y gozan, incluso, de la Denominación de Origen Protegida. En la pizarra ponía “judías”, lo cual era totalmente cierto; y después, “de B. de Ávila”; lo cual también era cierto. Él,  sabía que se refería a él, Bruno Ávila, pero la gente, como desconocía ese detalle, todo aquel que leyera la pizarra, estaba seguro que pensarían que se refería a Barco de Ávila. 
 
   Tuvo que reconocer que Vigis, sabía lo que hacía. La gente tiende a valorar más las cosas de fuera, en detrimento de las propias, y había estado muy atinada con el mensaje escrito en la pizarra; si hubiera puesto “Se venden alubias de Bruno Ávila” estaba seguro que nadie querría comprárselas. 
 
   Al día siguiente, observó que el mensaje había sufrido un pequeño cambio: 

>>> Alubias de B. de Ávila. Muy baratas. Solo quedan 10 kg. 

  Cuando leyó esto, pensó que la vendedora había tenido un gran éxito en la venta con el primer anuncio, pues, si las matemáticas no fallaban, si sólo le quedaban ya 10 kg, era porque había vendido 20 kg. 

  Al tercer día, por la mañana, el letrero había cambiado totalmente su mensaje: 

 >>> No te quedes sin probar las alubias. Solo quedan 2 kilos. 

  A mediodía, Bruno, como vivía en la misma calle que Vigis, al pasar ante su casa vio que la pizarra había desaparecido de la fachada. Casualmente, ella, también venía caminando por la calle, pero en sentido contrario, y se dirigió a él. 

 - ¡Ya está todo vendido! Ven conmigo a casa, que hagamos las cuentas. 

 -¡Estupendo! Respondió Bruno lleno de admiración. Te felicito, poner que las judías eran de B. de  
   Ávila, fue un acierto. Ya ves, en tan sólo tres días las has vendido todas...y pensar que yo, en un mes, 
   no vendí nada.

 - ¿Sabes lo mejor? –dijo ella- las he vendido todas, esta mañana. 

 - ¡Cómo dices! ¿hasta hoy no habías vendido ninguna? 

 - ¡Efectivamente! Cuando han leído que sólo quedaban 2 kilos, cada vecina ha pensado que todo el 
    mundo las había comprado, menos ella y han venido una tras otra a comprarlas, para poder comerlas 
    y no ser menos que las demás. Alguna hasta se ha llevado dos kilos pensando que ya eran las 
    últimas. 

  -¡Estupendo! -dijo Bruno, sintiendo cada vez más admiración hacia su socia - lo del “marketing 
    ese” que decías, ha funcionado. ¡Has estado soberbia!   - ahí es donde estuvo el origen de que Vigis 
    empezara a ser conocida por su sobrenombre-  

 Tras repartir las ganancias, Bruno llegó a su casa muy contento y preguntó a la mujer: 

 - ¡Ama! ¿qué comemos hoy? 

 - Hoy hay macarrones con carne picada y  para mañana voy a preparar alubias de las que ha estado 
    vendiendo Vigis; son de un pariente suyo que le había pedido que se las vendiera. Esta noche las 
    pongo en remojo. 

 - ¿Has ido a comprarle alubias a la vecina? Preguntó él, sin poder ocultar su asombro. 

 - Sí, y vamos a poder probarlas de milagro. Cuando fui a su casa, ya no le quedaba ninguna; menos 
   mal que mi hermana Julia le compró los dos últimos kilos que le quedaban y me ha cedido uno. 

 Bruno miraba a la esposa atónito, sin saber qué decir y al final comentó: 

 - ¿Tú crees que van a saber mejor que nuestros chícharros? 

 - ¡Por supuesto! ¿No ves que son de El Barco de Ávila?