domingo, 6 de julio de 2025

El alcalde "libertario"

 

  

 

  Aquel día, tras cerrar el consultorio del pueblo, el médico miró el reloj y comprobó con satisfacción que la consulta había acabado a una hora razonable. Estaba contento ya que, tras el intenso trabajo que había tenido a lo largo de la semana anterior, la situación parecía haberse normalizado y el estado de salud de los pacientes había vuelto a su nivel habitual. Era mediodía y como buen español que era, antes de regresar a su casa, decidió tomar algo en el bar, así que dirigió sus pasos hacia el mismo y en el camino fue recordando lo sucedido.

 

   Era la primera semana de julio, el verano estaba en sus inicios y en el pueblo, como era habitual  por estas fechas,  la población se  había incrementado notablemente; pero el motivo que tanto había intensificado  su trabajo, durante los días previos, no había sido originado por este crecimiento poblacional, sino por otro muy distinto

  

   El agua es un elemento imprescindible para nuestra existencia, que siempre ha condicionado, enormemente la vida del hombre ya que, desde el principio de los tiempos, se ha visto obligado a asentarse en lugares donde fuera fácil el acceso a este preciado elemento. Algo tan sencillo como abrir un grifo en casa y que por él salga agua apta para el consumo, para nosotros es algo rutinario y parece muy simple; pero hasta que esto ha podido ser una realidad, tanto los habitantes de los pueblos como los de las ciudades han tenido que sufrir, previamente, un montón de vicisitudes.

  Esta dependencia del agua, entre otras cosas, ha sido el motivo de que la mayoría de las ciudades estén ubicadas al lado de algún río, y de que los pueblos, cuando no tienen algún curso de agua cercano, se encuentren situados en lugares donde el agua subterránea, a través de fuentes, pozos y pilares pueda ser accesible a sus habitantes.

  Durante siglos, para el consumo habitual, la gente recogía el agua directamente de ríos, arroyos, lagos, fuentes…, ésta en ocasiones se contaminaba y quienes la bebían contraían infecciones gastrointestinales, un hecho que era bastante común de modo que el problema que nuestros antepasados tenían, respecto al agua, no se limitaba únicamente a poder disponer de ella en cantidad suficiente, siendo también necesario que fuese potable, algo que no siempre era posible.     

 

 

   Beber agua potable que procede directamente del manantial, ya sea en pozos, pilares o fuentes, es un lujo que aún nos podemos permitir en nuestros pueblos; es un agua natural, sin cloro ni sustancias añadidas que interfieran con sus características organolépticas y, aunque es un agua estupenda, a veces puede llegar a contaminarse por gérmenes, un hecho que es más común en verano cuando disminuye el caudal de los ríos y las fuentes y con ello las posibilidades de depuración natural. 

  El refranero popular dice al respecto que “agua corriente no mata a la gente”; también podríamos decir que “cuando el caudal flojea, llega la diarrea” (esto último no sé si lo dice también el refranero, o quizá fuera Platón. Y si no fue alguno de ellos, pues lo añado yo).

 

    Bueno, pues el problema de salud que había ocurrido en el pueblo, durante los días anteriores, estaba relacionado con el agua; concretamente, con una fuente pública. Ésta, proporcionaba un agua abundante, de gran calidad que, desde tiempo inmemorial, había saciado la sed de los lugareños; por ello, cuando en el pueblo se hicieron las obras de abastecimiento para llevar el agua a los domicilios, habían decidido mantenerla, tal como estaba, para que quien lo deseara pudiera seguir utilizándola.  

  Desde el otoño, cuando comenzaban las lluvias, hasta los inicios del verano siguiente, la fuente conservaba un abundante caudal, pero cuando llegaba el estío,  a medida que pasaban las semanas, el chorro del  caño iba decreciendo progresivamente de modo que, aunque el manantial casi nunca llegaba a secarse, cuando llegaba septiembre  por el caño solamente corría un pequeño hilillo de agua dando la sensación de que iba a agotarse en cualquier momento.

   En el pueblo, a pesar de que en todas las casas ya había agua corriente, la gente seguía utilizando para beber el agua de la fuente, pues la calidad de ésta era muy superior a la del abastecimiento general; reservando, ésta última, para el aseo, la limpieza de la casa y demás menesteres.

  


   El tema del agua funcionaba de ese modo: casi todo el mundo la bebía de la fuente durante otoño, invierno y primavera con total confianza, pues el caño mantenía un copioso caudal. En cambio, al llegar el verano, cuando el chorro de la fuente empezaba a menguar, los habitantes del lugar, conscientes de que, a medida que el caudal del mismo disminuía, aumentaban las posibilidades de que el agua se contaminara; por prudencia, casi todos ellos dejaban de beberla de allí pasando a beber entonces el agua del grifo de sus casas.  

   La fecha en la que la gente cambiaba sus hábitos respecto al agua no era fija ya que oscilaba todos los años dependiendo de lo abundante que hubiera sido la temporada de lluvias que condicionaba el caudal del caño; por esta circunstancia, todos los veranos el asunto de calcular cuándo dejar de beber agua de la fuente levantaba mucha expectación.

 

   El boticario había recomendado, repetidamente, al alcalde, que prohibiese a los paisanos beber agua de la fuente durante el verano ya que, al no estar potabilizada como la del suministro general, raro era el año en el que no había algún caso de gastroenteritis, mas éste nunca le había hecho caso.

  Aunque eran los últimos tiempos del franquismo y España seguía siendo un estado totalitario, donde el sentido de la autoridad se mantenía muy arraigado,  el regidor del pueblo debía ser  algo  libertario, una cosa extremadamente rara para esa época (quizá es que no tenía los suficientes redaños para enfrentarse a los vecinos, algo que no podemos descartar ) y siempre le  respondía que el agua de la fuente era estupenda, así que tenían que ser los vecinos del pueblo, y no el alcalde ni el boticario, quienes debían decidir, libremente, cuándo dejar de utilizar el agua de la fuente, cada verano.

   En realidad, casi nunca pasaba nada importante pues todos los años, cuando alguien pillaba una diarrea, lo comunicaba a los vecinos y familiares, el “boca a boca” funcionaba muy bien, y, en cuestión de horas, todos los habitantes del lugar sabían que el agua de la fuente ya no era potable y dejaban de consumirla hasta el otoño, cuando el caño volvía a recuperar un buen caudal.    

  

   Este asunto se había convertido en una tradición más del pueblo y sus habitantes, conscientes de que a medida que avanzaba el verano aumentaban las probabilidades de que se contaminara el agua de la fuente, habían establecido la costumbre de considerar al día de la Virgen del Carmen (16 de julio) como la fecha límite para dejar de beberla; así que, “por si acaso”, a partir de ese día, casi todo el mundo empezaba a beber el agua que llegaba del suministro general a los domicilios.

   Evidentemente, esto no era nada científico y, como la fecha era meramente orientativa, siempre había “valientes” que apuraban mucho los días y continuaban bebiendo agua de la fuente durante más allá de ese día. Curiosamente, los más imprudentes eran los más viejos, que seguían consumiéndola durante varias semanas más y casi nunca les pasaba nada (o si les pasaba, no lo decían).

 

  Del mismo modo que en Asturias hay un día al año en el que celebran la pesca en los ríos del primer salmón de la temporada, al que llaman “El Campano”, siendo una fecha muy señalada en el principado, en el pueblo -salvando las distancias-  también era un día muy señalado aquel en el que aparecía la primera persona de la temporada con diarrea, pues ese era el indicador de que la gente debía dejar de beber definitivamente el agua de la fuente hasta el otoño.

   

   Ese año, el otoño y el invierno anteriores habían sido especialmente secos y la   primavera también había sido muy pobre en lluvias; por ello, como los manantiales se habían cebado poco, el caudal de la fuente comenzó a mermar muy pronto. Debido a esta circunstancia, o bien a alguna otra causa que nunca llegó a saberse, resultó que, en la última semana de junio, el agua de la fuente perdió su salubridad.

 

   El primer aviso, de que el agua del caño había dejado de ser potable, no sobrevino del mismo modo a lo que venía siendo habitual durante  los años anteriores; hasta entonces, cuando alguno de “los valientes” que seguían bebiendo agua de la fuente, más allá del día de la Virgen del Carmen,  resultaba  afectado,  lo que siempre había acontecido,  cuando aparecía la primera persona afectada por gastroenteritis -que venía a ser como “El Campano” del pueblo-, ésta avisaba a los demás y, en cuestión de horas, o a lo sumo un día,  desaparecían “todos los valientes” y ya nadie bebía agua de la fuente.

   En esta ocasión, lo ocurrido fue que, como aún faltaban tres semanas para el día de la Virgen del Carmen, todo el mundo seguía bebiendo agua de la fuente ya que aún eran “fechas seguras”, y sobrevino un verdadero boom…una auténtica explosión gastroenterítica (vamos, una cagalera generalizada), resultando afectados, los habitantes del pueblo, por docenas.

 

   Durante el tiempo que duró la epidemia, los medicamentos para tratar vómitos, diarreas y dolores de abdominales corrieron a raudales, ya que era rara la familia donde uno o varios de sus integrantes no hubieran enfermado por el agua contaminada. Mientras tanto, la conciencia del farmacéutico estaba en un estado de disociación múltiple: Pensamiento positivo: estaba contento porque, al aumentar la venta de medicamentos y agua mineral (entonces, el agua mineral en los pueblos apenas se usaba y sólo se vendía en farmacias), el negoció mejoró ostensiblemente esos días.  Él, no es que se alegrara porque los vecinos se “fueran de vareta”, pero consideraba que, si estaban así y necesitaban medicamentos, alguien tenía que vendérselos. Pensamiento negativo: en su fuero interno estaba muy cabreado con el “alcalde libertario”, esa “rara avis franquista” que, haciendo caso omiso a su recomendación, nunca había querido poner un letrero en la fuente avisando de que el agua no estaba potabilizada.

 

   En la intrahistoria de los pueblos siempre acontecen hechos significativos, hitos importantes que marcan un antes y un después, tal como ocurrió con la epidemia de gastroenteritis de aquel año. Al haber sido ésta tan brutal y afectar a tantos paisanos, motivó que el alcalde perdiera súbitamente su “sensibilidad libertaria” olvidándose del derecho de los vecinos a elegir libremente el sitio donde coger el agua para beber, que tantas veces había defendido ante el boticario y decidió ejercer de alcalde con “mando en plaza” (en este caso, quizá habría que decir con “mando en fuente”), así que ordenó al alguacil poner un letrero en la fuente, para avisar del problema del agua

 

  Letrero sugerido por el boticario: “Agua no potabilizada”

  Letrero que finalmente se puso: “Prohibido beber agua de la fuente hasta nueva orden”

 

  Cuentan las crónicas que el motivo que llevó al alcalde, mandar colocar el letrero, no obedeció a la sugerencia del farmacéutico -éste llevaba años intentando convencerle de ello, sin éxito-, sino a que él resultó ser uno de los afectados (como podemos ver, las bacterias, al contrario que las personas, son justas e imparciales y les importan “un comino” las jerarquías y la autoridad).

   Lo cierto es que el aviso del letrero no tuvo utilidad alguna ya que, cuando lo colocó el alguacil en la fuente, los vecinos llevaban ya varios días sin beber agua de la misma.

 

 

(Nota aclaratoria: Aunque la foto que acompaña al texto corresponde a la fuente de Vilvestre, y en ella hay un letrero donde pone “Agua no potable” quiero aclarar que esto no ocurrió en ese pueblo). 

jueves, 1 de mayo de 2025

Un trabajo de campo

 


  Siendo estudiante en Salamanca, muchas tardes iba a estudiar a la biblioteca universitaria que entonces estaba en el edificio histórico, en la calle Libreros y en ella coincidíamos estudiantes de diversas facultades siendo allí donde conocí a una chica llamada Jimena, como la mujer del Cid.

 Como entonces no había móviles ni internet, los estudiantes, cuando nos tomábamos un rato de descanso, salíamos de la biblioteca y hablábamos entre nosotros, siendo en una de esas pausas cuando la conocí. Estudiaba Filología Hispánica (Lengua y Literatura Española) y, aunque era de León, estaba cursando su carrera en la universidad salmantina.

  Ya estaba en su último año, le interesaba mucho el dialecto leonés y, cuando le dije que era de Barrueco y que el pueblo estaba situado en la frontera portuguesa, comentó que nuestra zona, lingüísticamente, debía ser muy interesante ya que había oído que la gente de aquellos pueblos  aún seguía utilizando muchas palabras del dialecto leonés, añadiendo que le gustaría ir un día a  alguno de aquellos lugares  para realizar un “trabajo de campo” y así poder comprobarlo.

  Yo, hasta ese día, pensaba que un trabajo de campo era la tarea que a diario hacía la gente de los pueblos, criando ganado y labrando la tierra, aclarándome ella que no era lo mismo trabajar en el campo, que hacer un “trabajo de campo” ya que este último es un método de investigación que se desarrolla en un entorno determinado, para conocer directamente, sobre el terreno, aquello sobre lo que se quiere investigar.

  En este caso, la pretensión de Jimena era recoger palabras del léxico que hablaba la gente en su vida cotidiana y averiguar cuales de ellas se correspondían con el dialecto leonés, insistiendo en que lo ideal sería poder hablar con los viejos de entonces –me temo que hoy pasaría yo por ser uno de ellos- porque eran quienes mejor conservaban el vocabulario que a ella le interesaba investigar.

  La chica tenía tanto interés, y hablaba con tanto entusiasmo del tema, que la invité a ir al pueblo donde le presentaría a algún viejo para que hablaran con ella y así pudiera comprobar, si lo que le habían dicho de nosotros, respecto al antedicho dialecto, se correspondía con la realidad.

 Ella no pretendía obtener material para hacer una tesis doctoral; simplemente, deseaba obtener una pequeña colección de palabras, las suficientes para escribir un artículo en una revista...eso fue lo que me confesó, y aceptó encantada la invitación. Iríamos los dos un día a nuestro pueblo, para que conociera y hablara con algunos lugareños.

  Aunque le propuse emplear un día entero (llegaríamos al pueblo una tarde y regresaríamos a Salamanca el día siguiente, advirtiéndole que el hospedaje iba a ser gratuito, ya que estaríamos en casa de mis padres)  esa opción no la aceptó alegando que eso requeriría hacer equipaje, por lo que acordamos ir y volver al pueblo en el día. Más adelante, dependiendo del material que encontrase, valoraría si merecía la pena volver o no otro día.

  En aquella época, los estudiantes, salvo rarísimas excepciones, no teníamos coche –en realidad, ni siquiera muchos de nuestros padres lo tenían- así que fuimos al pueblo en el autobús de la línea regular que entonces había, perteneciente a la Empresa Bautista.

  El plan era coger el autobús que salía de Salamanca a las 10 de la mañana, llegando a Barrueco alrededor de las 12 si el viaje se daba bien (este duraba dos horas, sumado el recorrido y la inevitable e interminable parada técnica en Vitigudino), para regresar aquella misma tarde a Salamanca, en el  autobús que pasaba por nuestro pueblo a las 3 de la tarde, llegando a las 5 a la ciudad, tras las dos horas correspondientes de recorrido

 Conclusión: Aquel viaje nos llevaría  siete horas en total, cuatro en realizar el trayecto de ida y vuela, y   tres de permanencia en Barrueco.

  Como la estancia en el pueblo iba ser muy corta y había que aprovechar el tiempo, cuando llegamos al pueblo, para no perder tiempo, una vez bajamos del autobús, fuimos directos a casa de los informantes que previamente le había buscado a mi amiga la filóloga y que eran gente de confianza; eso al menos pensaba yo entonces, ya que eran uno de mis tíos, que, por cierto, era bastante bromista y su mujer... mi tía consorte.

  Ella, a aquellas horas, estaba haciendo la comida y no pudo atenderla como es debido según supe después, así que el responsable de proporcionar el 100% de la información fue él.

  Jimena estuvo con el informante hasta las 14 horas (las dos de la tarde, para quienes no quieran pensar demasiado a que hora corresponden las 14) siendo entonces cuando pasé a recogerla para ir a comer a casa de mis padres. Una vez presentados y ya comiendo, ellos le preguntaron que si el “trabajo de campo” había merecido la pena y respondió que había anotado bastantes palabras en su cuaderno pero, como tenía que estudiarlas para ver si coincidían con otras leonesas, aún no podía adelantarnos nada.

   A las 15 horas, subimos en el autobús para regresar a Salamanca y, una vez acomodados en nuestros asientos, le pregunté cómo había ido la entrevista añadiendo además que, si necesitaba regresar al pueblo para ampliar la investigación, podía hacerlo cuando lo deseara sin necesidad de que yo la acompañara, ya que mis padres la recibirían gustosos, aunque volviese  sola. Ella, al oírme, comenzó a reír...algo que me desconcertó un poco.

 - Ahora te explico por que me río. Dijo. Tu tío es muy majo y ha colaborado muy bien en la entrevista; en cambio tu tía apenas ha intervenido porque estuvo casi todo el rato en la cocina. Al principio empezó en serio, después fue cogiendo confianza y al final se reía todo el rato cada vez que iba recordando algunas palabras antiguas...así es como él las llamaba. Ha dicho bastantes, aunque algunas dudo hasta que existan y que no las haya inventado él.

  Para empezar, me preguntó si me sonaba machado, le respondí que, si se refería Antonio Machado, y comentó riendo:

-  Te he pillado...sabía que ibas a responder eso. Un machado es un hacha que se maneja con dos               manos y una machada es un hacha más pequeña, que solo se utiliza con una mano.

 Mientras yo tomaba nota de ello en el cuaderno, él siguió preguntando

-  Y un machadón ¿sabes lo que es?

  Cuando respondí que no, él, entre risas, dijo que tampoco lo sabía. Entonces le pedí que hiciera el favor de evitar las bromas, porque teníamos poco tiempo; tu tía, que estaba cerca, le riñó diciéndole que dejara de decir tonterías; que yo había ido a vuestro pueblo, desde Salamanca, solo para verles a ellos; que aquello era un trabajo serio, y que dejara de bromear y tomarme el pelo. 

  La riña le vino bien ya que a partir de ese momento se formalizó un poco y empezó a recordar “palabras más raras de lo habitual”, repito que así era como las denominaba él.

-  A partir de ahí supongo que todo iría bien. Comenté yo ¿Dijo alguna palabra del antiguo dialecto             leonés?

-  Palabras dijo muchas, pero la mayoría creo que son simples vulgarismos del castellano; aunque hay        una porción de ellas que no estoy segura y tengo que investigarlo.

-  Dime algunas, a ver si las reconozco. Al fin y al cabo, yo también soy un nativo de Barrueco

-  ¿Te suena “contrimas”?

-  Por supuesto. Es el equivalente a “cuanto más esto…o lo otro”.

-  Eso no es leones. Aclaró Jimena. Solo es un vulgarismo del castellano

-  Dime con otra. Insistí.

-  "Má”, “pá”, “va pallá”, “ven pacá”

-  Eso es muy fácil: Mamá; papá, voy para allá y ven para acá. Más vulgarismos ¿cierto?

-    Efectivamente. Respondió ella. Eso es puro castellano. La gente, para economizar el esfuerzo fonético, con frecuencia se come letras de algunas palabras, aunque conservan el significado

-  Entonces tampoco es leonés. Afirme yo.

-   ¡Leones dices…! Hasta en Barcelona puedes oírlo.

-   También dijo: “Aahpayá” y “vaaacaveé”

 Al oírla decir eso, los dos comenzamos a reír, aclarándole yo.

-    Eso no pertenece al dialecto leonés ni al de ningún lado; es una jerga que usan los vaqueros para dirigirse a las vacas cuando quieren dirigirlas por donde ellos quieren; pero, aunque digan esas palabras, las vacas no hacen caso alguno por mucho que se esfuercen en hablarlas así, pero bueno… lo intentan.

-    Tu tío también dijo “Cagondiez”, un taco con tintes escatológicos

-    Eso seguro que sí es leones. Bromeé yo.

-    Eso se dice en León, en tu pueblo y hasta en Logroño.

  A medida que transcurría la conversación, estaba viendo que la filóloga no había quedado demasiado satisfecha de la entrevista; pero aun así, no quise darlo todo por perdido.

-    Dime alguna palabra más, a ver si encontramos algo

-     “Ir a firmar un papel a la cuadra”. Esa frase también la dijo, pero de leonés te garantizo que no tiene absolutamente nada; es una frase, en un perfecto castellano, que se empleaba como metáfora para indicar que iba uno la cuadra, cuando no había servicios aún.

A continuación, siguió contando:

-       Después me dijo que si sabía lo que era una “Moñiga”, respondí que suponía que eran las heces de las vacas, pero que se conocían como “Boñigas” y, a partir de ahí, me informó que los Boñigos eran la heces del cerdo; los “cagajones” del caballo y burro y las “cagalitas” de cabras y ovejas”

-   ¡Pero  que coños le pasaba a mi tío hoy!  ¡Se estaba doctorando en Escatología o qué!

-   Ha debido ser eso. Respondió ella riendo. A pesar de todo, algo aprendí, porque, aunque conocía el nombre de los excrementos de casi todos los animales, el boñigo de los cerdos no... esa palabra es nueva para mí. Después dijo otra palabra y cuando le indiqué que  tampoco la conocía, comentó  que, como era muy descriptiva, no hacía falta que me dijera el significado y que intentase adivinarla por mí misma; también me dijo que, si no lo averiguaba, que te lo preguntase a ti.

-   Que palabra es.

-  “Cagalambres”

-  Yo nunca he oído esa palabra. Respondí. ¡Este tío! ¡Vaya desastre de entrevista! Cuando vuelva al pueblo me acerco a verle y le riño. No sabes cuánto lo siento. Creo que no se ha tomado en serio lo de tu trabajo. Viajar casi 200 km, entre ida y vuelta, en un autobús, para saber como se llaman las cagadas de los animales, no es muy edificante que digamos.

Llevo anotadas en el cuaderno

-  No te preocupes; además dijo otras palabras que llevo anotadas en el cuaderno; así que no todo está perdido. Además, he descubierto, y sin  pretenderlo, algo que posiblemente sea un localismo.

-  Que has descubierto. Pregunté lleno de curiosidad.

-  Ha sido en tu casa, lo usan tus padres y seguro que tú también, al menos cuando estas con ellos. Les he oído emplear varias veces, el verbo dar a modo de verbo auxiliar

   En el idioma español, sabes que los verbos auxiliares son haber, ser y estar, usándose en los tiempos compuestos; unos ejemplos pueden ser: fui admitido, estuvo riendo, está haciendo, ha comido, estuvo llorando, etc. Bueno, pues vosotros, además de ellos, usáis el verbo dar como auxiliar. Les he oído decir: no lo daba hecho, no lo daba empezado, no daba venido

-   Ese localismo, es del pueblo o solo de mi familia. Pregunté ¿Qué crees?

-   Eso ya no lo sé, tendrás que averiguarlo tú. Cuando hables con tus paisanos, comprueba si ellos              también la usan y podrás saberlo.

  Mi amiga acababa de descubrir que en Barrueco se usaba el verbo dar como verbo auxiliar y yo, intentando justificar ese hecho, le dije:

-  Creo que lo que sucede es que en mi pueblo somos muy generosos, por eso usamos tanto el verbo dar.

 

Postdata

- Jimena no volvió después al pueblo para continuar con su trabajo de campo, fui yo quien le proporcionó posteriormente una lista con varias docenas de “palabras típicas" de nuestra comarca, que recopilé.

- Por cierto, “cagalambres”, nunca supe lo que significaba y, al cabo de los años, aún sigo sin saberlo

 

 

lunes, 3 de marzo de 2025

La Cueva de la Mora

 

 

  La tradición oral, constituye una parte muy importante del patrimonio inmaterial de una comunidad, ya sea un país, región, provincia, comarca o pueblo y la integran aquellas canciones, cuentos, poesías,  fábulas, acertijos, dichos, refranes y leyendas que han sido transmitiéndose de generación en generación..

  Dentro de las leyendas, una de las más conocidas  es la que hace referencia a “la Mora Encantada”; aunque en unos lugares la denominan de este modo, con el nombre y adjetivo correspondientes, en otros es conocida simplemente por “La Mora”, o también por “La Encantada” siendo numerosísimas las localidades, a lo largo y ancho de la geografía, tanto española como portuguesa, en las que encontramos referencias o narraciones de este ser  mitológico.

  El personaje de La Mora (Moura en Galicia y Portugal), está íntimamente relacionado con otros seres fantásticos como las Xanas (Janas), las Lamias, con la Dama del Lago de las tradiciones celtas e incluso con algunas hadas y hechiceras de los cuentos infantiles.

  Aunque a primera vista pudiera parecer que nos encontramos ante distintos seres mitológicos, en realidad solo se trata de uno, ya que, todos ellos, vienen a ser versiones diferentes del mismo personaje que ha sido adaptado a los entornos culturales particulares de cada lugar. Prueba de ello es que todas ellas: Moras, Janas, Lamias…, reúnen una serie de características que les son comunes.

  La protagonista siempre es una joven y bella mujer con largos cabellos rubios que solo puede ver vista de madrugada, antes de la salida del sol y casi siempre está peinando su cabello con un peine de oro, siendo el día más propicio para poder verla la noche mágica…la madrugada de San Juan.

  Mientras que las Janas y las Lamias aparecen habitualmente vinculadas a fuentes, lagunas o corrientes de agua, ya sean ríos o arroyos, las moras son más polivalente ya que, además de aparecer asociadas al agua, igual que las anteriores, también lo están a  otros accidentes orográficos como montes y cuevas siendo muy frecuente encontrar pueblos que tienen su correspondiente Fuente de la Mora, Cueva de la Mora, Monte de la Mora…

   Una vez que ya conocemos el personaje, vamos a centrarnos en sus características.

  Si en esta vida todo tiene una misión, nuestra mora no iba a ser menos y también la tiene, aunque solo sea en el imaginario popular.

  La tarea que tienen encomendadas las moras de cada lugar, es proteger un tesoro...efectivamente, estamos hablando de tesoros y no solo de uno... sino de muchos. Como hay muchas moras dispersas por toda la península y cada una está guardando un tesoro, es evidente que existen por ahí muchos tesoros y todos aún pendientes de descubrir.

   Ya sabéis, si un día  buscáis una buena oportunidad de haceros ricos, tan solo precisáis encontraros con una mora encantada ¡Eso sí!, es necesario hacer una advertencia para evitar confusiones.  

  Estoy hablando de encontrar una auténtica “mora encantada”, las moras normales no sirven para hallar tesoros, prueba de ello es que yo, a diario, me cruzo con alguna de estas últimas por las calles de la ciudad donde vivo y, si hablamos de encontrar tesoros, aún “estoy a verlo venir”.

    Como supongo que “a nadie le amarga un dulce”; aunque para ser puristas, en este caso, sería más correcto decir: como a “nadie le amarga un tesoro”, a todo aquel o aquella que esté interesado en mejorar espectacularmente su situación económica, voy a proporcionarle unas pistas para que pueda encontrar el tesoro, indicando cuando, como y donde pueden alcanzar su objetivo.

 Cuando

  Quien pretenda ver una mora encantada, debe saber que se hace visible o invisible a voluntad, siendo  siempre durante la noche cuando se hace visible, permaneciendo así hasta que los primeros rayos solares aparecen en el horizonte; por lo tanto, para poder verla, hay que madrugar bastante ya que es preciso estar en el lugar indicado antes del alba, previamente a que la mora se haga invisible.

  Como ella puede aparecer o no a voluntad, si el día aparece lluvioso, nieva, hace frío…, no os molestéis en buscarla porque, con toda seguridad, no se va a hacer visible ¡Que pinta una mora encantada bajo la lluvia!. Además, se le mojaría el pelo que tanto se cuida.

  Por lo tanto, los mejores días para intentar verla deben ser soleados, lo cual quiere decir que la mejor época para intentar verla, son los días próximos al solsticio de verano y, dentro de estos, si hay una noche especialmente propicia es la madrugada de San Juan (24 de junio).

  Cómo

  Una vez que conocemos la fecha más favorable para encontrar a la mora, el segundo paso a seguir consiste en saber cómo poder hacernos dueños del tesoro que la susodicha mora encantada está custodiando.

  Quien consiga verla, se va a quedar fascinado al comprobar que está ante una mujer joven de gran belleza (aún a riesgo de que alguno/a pueda a morirse de envidia, a ella, al contrario de lo que nos sucede a nosotros…pobres mortales, no le afecta en absoluto el paso del tiempo y, a pesar de tener cientos de años, se conserva eternamente joven)

  Otro dato que debemos tener en cuenta es que, como siempre está peinando sus largos cabellos rubios con un peine de oro, siempre la verá muy bien peinada, de modo que si vemos a una mujer con greñas, rastas o similares no debemos fiarnos... no se trata de una mora encantada.

  El detalle del peine es fundamental ya que ella, cuando ve al “buscador de tesoros”, le va a preguntar:

- Que prefieres, que te dé este peine de oro… o que te de un beso.

  Ante esa pregunta, al interesado/a que ha llegado hasta allí intentando mejorar su fortuna, suele entrarle una duda razonable. Mientras que la existencia del tesoro oculto tan solo puede ser una patraña, el peine de oro, que ella tiene en la mano está la vista... es real y, considerando que “más vale un peine en la mano que ciento volando”, suelen elegir el peine, respondiendo entonces la mora bastante enfadada:

- Has sido muy torpe, deberías haber elegido el beso para desencantarme ya así poder llevarte el tesoro.

  Tras decir estas palabras, desaparece de su vista y lo peor de todo, es que encima se lleva el peine con ella; así que ya sabéis, aquellos que aspiréis a haceros con el tesoro. Si llegara a darse el caso, ya conocéis cual es la mejor opción a la hora de responder.

Donde

  Una vez el interesado sabe cuándo debe buscar  a la mora encantada y como proceder para desencantarla y así poder llevarse el tesoro, todo lo anterior de poco le serviría si no sabe donde encontrar una cueva con su respectiva mora encantada, ya que cuevas hay muchas pero con un tesoro escondido, no hay tantas; pero eso no va suponer un problema, porque a continuación os voy a  informar dónde es posible encontrar una cueva muy apañada para estas cosas. 

  Si alguien decide buscarla por su cuenta, lo único que se necesita es localizar algún pueblo en cuyo término municipal exista algún paraje, ya sea una cueva, fuente, un otero o un monte denominados de la Mora. Con este dato, ya tiene un claro indicio de que allí, con total seguridad, se encuentra un tesoro a su alcance. Pero si alguien quiere ir a lo seguro yo os digo donde encontrar una cueva muy accesible. 

  No es necesario ir a Albacete, por poner un ejemplo...ni mucho menos, eso pilla muy lejos. En Salamanca, el interesado/a  podría ir a la famosa la Cueva de la Mora, en la Sierra de las Quilamas (Navarredonda de la Rinconada) a probar fortuna, pero ni siquiera es necesario desplazarse hasta allí. Los habitantes de nuestra comarca tienen otra "Cueva de la Mora" mucho mas cercana, especialmente los de Barrueco.

Cueva de la Mora

  Alguno podría pensar que se encuentra en un sitio inhóspito y lejano, como “El Río” o “Los Tesos”, pero eso no es así. La cueva, a la que podéis acudir está muy cerca, casi en pleno casco urbano; concretamente en “El Castillo”, y para afinar más aún la localización, os diré que se haya en vertiente sur del mismo.

Post data

Hay quien afirma que esa cueva, realmente, es conocida como “Cueva de la Zorra”, pero eso nunca ha estado demasiado claro.

  Una vez, hace años, yo aún era muy joven, asistí a un pequeño debate entre dos paisanos de nuestro pueblo, grandes conocedores del término municipal,  y ambos discrepaban respecto al auténtico nombre de la mencionada cueva.

  Uno afirmaba que su nombre era Cueva de la Zorra, mientras que el otro decía que de eso nada, ya que su auténtico nombre era Cueva de la Mora. Este segundo, preguntó al otro:

- ¿Tú crees que aquí, en el mismo pueblo, la zorra ha podido tener su camada alguna vez?

- ¡Aquí…! Eso es imposible. Respondió inmediatamente el aludido.

- No ves como tú mismo me estás dando la razón -respondió satisfecho el compañero-  Aquí nunca ha habido zorra alguna, por lo tanto ¡cómo pretendes que se llame "cueva de la zorra"!; en cambio, una mora es mágica y puede vivir donde quiera.

viernes, 17 de enero de 2025

Es mi día de soltera

 

  El conflicto entre Lucrecia y Fabián comenzó un día de primeros de junio; él era electricista y a la vez jefe de su empresa, un negocio que tan solo contaba con un empleado…él mismo; luego, si  jefe y empleado eran la misma persona, es fácil deducir que estamos ante un autónomo ¡ un héroe para los tiempos que corren !

  Si  Leónidas, el rey espartano, precisó morir en la batalla de las Termópilas con sus trescientos guerreros, para ser considerado un héroe; en la España actual, para serlo, le hubiera bastado montar un pequeño negocio y luchar todos los días para mantenerlo.  

  Fabián había ido a la ciudad a comprar material para una instalación eléctrica que estaba haciendo en una casa y, como era el único productor de la empresa, siempre que iba procuraba arreglar todos sus asuntos por la mañana para regresar al pueblo a mediodía, comer con la familia e incorporarse a su actividad laboral por la tarde, para no perder totalmente la jornada, ya que el día que no trabajaba, "la empresa" no generaba ingresos.

  Aquel día, además de comprar material para su trabajo, a pesar de que aún faltaban algo más de dos meses para la “la media veda” , quería pasar por una armería a comprar cartuchos.

   Lucrecia se extrañó enormemente cuando a la una del mediodía recibió una llamada telefónica suya para informarla que no le esperara para comer, siendo muy parco en sus explicaciones

- Ha surgido “un imprevisto”, pero no te preocupes que no pasa nada...todo va bien. Dijo él. Te llamo para decirte que me quedo a comer aquí y vuelvo por la tarde.

  Una vez dicho lo anterior, cortó la llamada sin tan siquiera despedirse y sin dar tiempo alguno a su mujer a reaccionar, dejándola muy sorprendida. Aquello era algo inhabitual en él ya que siempre era muy cumplidor con su trabajo y aquella tarde iba a faltar al mismo.

  Además, Lucrecia apreció una contradicción y eso creó aún más desconfianza en ella. Si había surgido un imprevisto que le impedía volver al pueblo hasta la tarde, era imposible que todo estuviera tan bien como afirmaba; así que pensó que algo bastante serio debía haber sucedido. 

  Claro que aquello no iba a quedarse así; no estaba dispuesta a esperar hasta que él regresara, para saber lo ocurrido. Cogió su teléfono móvil y ahora fue ella quien le llamó.

 Cuando respondió el marido, Lucrecia oyó a través del teléfono hablar a varias personas y reír a una mujer.

- ¡Dime!  Contestó Fabián sorprendido, ya que no esperaba la llamada.

- ¡ Eres tú quien tiene que decirme ! ¿Dónde estás? Ese ruido es propio de un bar ¿Es ahí donde te ha surgido el imprevisto?

 Él permaneció un momento callado y al fin respondió:

 - ¡Verás!, lo que pasa es que no me ha dado tiempo a comprarlo todo y aún queda algo pendiente para esta tarde. La verdad es que con la prisa, no te he explicado nada.

 - ¿Qué prisa tienes, si acabas de decir que hasta la tarde no vuelves?

    Fabián, si pensaba que podía darle largas a la esposa, estaba apañado. Entonces, Lucrecia volvió a oír nuevamente, con toda claridad, una risa de mujer a través del teléfono y eso ya consiguió enfadarla del todo. Cuando él se dispuso contestarla, comprobó que había cortado la comunicación, siendo ahora él  quien volvió a llamarla dos veces seguidas sin éxito, ya que ella no le contestaba, fue en la tercera ocasión cuando al fin Lucrecia respondió

- ¡Lucrecia!, es muy largo de explicar, pero si vas a quedar más tranquila por lo que me ha pasado, te lo cuento todo...pero si no tiene importancia.

- Solo dime una cosa. Respondió ella. ¿Con quien estás y quién es esa mujer que tanto se ríe? ¿El imprevisto es ella?

Fabián, al escucharla, cayó en la cuenta de que, o lo aclaraba todo, o se había metido en un buen lío.

- ¡De ningún modo! No estoy con ninguna mujer, solo estoy con un amigo; se llama Teodosio y lo he conocido esta mañana. Estamos en un bar y en la mesa de al lado hay un grupo de mujeres que hablan y se ríen…qué quieres que yo le haga. ¡ Espera un momento !

  Lucrecia oyó que hablaba con alguien y a continuación se puso un hombre al teléfono.

- ¡Hola! Me llamo Teodosio y soy yo quien está con Fabián. Cree que usted piensa que está con una mujer y eso no es así, quédese tranquila porque estamos los dos solos. A nuestra edad, aunque quisiéramos, no nos iba a hacer caso ninguna…ya somos demasiado viejos. Lo que sucede es que a mí me gusta mucho la caza, igual que a él, y cuando se juntan dos cazadores, ya se sabe…

  Una vez aclarado el asunto, Lucrecia se tranquilizó; volvió a coger el teléfono Fabián, hablaron un poco y se despidieron hasta la tarde.

  El imprevisto que había tenido Fabián era que había coincidido en la armería con Teodosio, un hombre tan apasionado como él por la caza; se habían puesto a hablar de la afición que compartían, simpatizaron  rápidamente y, aunque ambos afirmaban tener prisa, una vez salieron juntos de la armería, decidieron ir a tomar algo a un bar cercano para seguir hablando un poco más de la actividad  que a ambos les apasionaba.

   Cuando dos cazadores impenitentes, se ponen a hablar de caza, a veces se olvidan del resto del mundo como a ellos les sucedió y hablaron de todos los aspectos relacionados con la caza: piezas a cazar, cotos, armas, ropa, perros…

  Al llegar al asunto de los perros, Fabián comentó al compañero lo sucedido con Titán, su antiguo perro, fallecido por “muerte natural” -si a un perro le disparan, el disparo es certero y muere, eso también puede catalogarse como muerte natural ¿no os parece?- indicándole que estaba pensando en  adquirir otro perro, pidiendo consejo al compañero para ver  cual le aconsejaba, con tan buena suerte que, Teodosio, además de cazador, era un experto en perros.

  A aquellas alturas de la conversación, ya se habían olvidado de la prisa que afirmaban tener ambos al salir de la armería.

 - Creo que te iría muy bien un “ Perdiguero de Burgos”.

 - Si es un perdiguero, será muy bueno para las perdices, pero yo quiero un perro que valga para todo… para “pelo y pluma”, como el pobre Titán. Respondió Fabián.

 - Se llaman perdigueros porque es el nombre de la raza y eso puede confundir a cualquiera; son especialmente buenos para las perdices, pero también tienen un comportamiento magnífico cazando conejos… eso te lo garantizo yo. Es el tipo de perro que tengo ahora y estoy muy satisfecho.

  Tengo una perra fabulosa que es de pura raza y lo tengo documentado; te voy a dar una buena noticia, puedo ofrecerte un auténtico “Perdiguero de Burgos” ya que hace tres semanas ha tenido una camada de seis cachorros. Solo me quedaban dos, así que puedes hacerte una idea de lo demandados que están; cuando se ha enterado la gente que mi perra ha tenido crías, me los han “quitado de las manos” y eso que no son baratos. Si quieres te vendo uno y, aunque acabamos de conocernos, te lo dejo a un “precio de amigo”.

 “Me ha venido Dios a ver”, esa expresión tan popular, que antes se decía cuando alguien recibía una buena noticia o un bien, fue lo que debió pensar Fabián al oírle. Necesitaba un perro y el destino, que a veces es muy  caprichoso, había querido que conociera a Teodosio, un hombre tan enamorado de la caza como él; tenía una perra de pura raza; había parido hacia pocas semanas y encima estaba dispuesto a venderle un cachorro a buen precio.

 Tener una afición desmedida por algo, sea la caza o cualquier otra actividad, es algo poco recomendable. Aristóteles decía que “en el término medio está la virtud” y ellos, en cuestiones relacionadas con la caza, lejos de encontrarse en el medio, se hallaban en el extremo; prueba de ello era que llevaban más de dos horas hablando del tema totalmente ajenos a todo lo demás.

  Era ya mediodía, Fabián aún no había ido al almacén donde compraba el material eléctrico y por eso había llamado a Lucrecia diciéndole que no le esperase para comer, mientras que Teodosio, que era de otro pueblo, al echársele el tiempo encima, también se vio obligado a llamar a su mujer para decirle que, por “causas mayores”, no podía ir a comer aquel día con ella.

  Cuando Fabián llegó al pueblo aquella tarde y entró en casa, llevaba en la mano una bandeja, con una docena de pasteles, que había comprado para Lucrecia;  algo que a ella le extrañó bastante porque era algo inusual en él.

  Si a una mujer el marido nunca le regala flores y un día, inesperadamente, se presenta con un ramo de ellas, el hecho, lejos de agradarle, suele ser motivo de alarma y lo habitual es que en vez de agradecerlo, pregunte: - ¡Que faena has hecho hoy!

  Algo así sucedió con Lucrecia al ver a Fabián entregándole los pasteles, con la mejor de las sonrisas.

- ¡Esto a qué se debe! Preguntó. 

- Me he acordado de ti y por eso te he traído unos pasteles… como nunca te traigo nada.

- ¡Ese es el problema…ese!, nunca traes nada y hoy te presentas con unos pasteles ¡Qué es lo que ha pasado!

- No ha pasado nada. Simplemente, que he comprado una cosa para mí y por eso he comprado otra cosa para ti.

- Ya me parecía a mí que algo pasaba. En vez de volver a mediodía, llamas... dices que ha surgido un imprevisto... que no vienes a comer y encima me haces hablar con un hombre a quien no conozco. Explícame qué imprevisto has tenido y a que viene tanto secretismo.  

- Ha sucedido algo muy bueno y vengo muy contento. Fui a la armería a por cartuchos, allí conocí a Teodosio, que es un tío muy majo, hablamos un poco, fuimos a tomar algo a un bar siendo allí donde estábamos cuando hablamos por el móvil; le conté que ahora estaba sin perro y, casualidades de la vida, resulta que tiene una “Perdiguera de Burgos” de pura raza que ha tenido crías hace pocas semanas. Estoy muy contento porque ha hecho el favor de venderme un cachorro a muy buen precio.

- ¡Entonces eso ha sido lo que ha pasado…un perro! Ese ha sido el motivo por el que, en vez de volver a mediodía como pensabas, apareces en casa a media tarde. Ni que hubieras ido a buscarlo a Burgos.

- No mujer, no es eso. Es que la raza del perro es esa, "Perdiguero de Burgos”. Solo fuimos a la finca de Teodosio... a su pueblo, porque que es allí donde tiene los perros. Ahora mismo traigo el cachorrito, ya verás lo bonito que es, lo tengo en el maletero del coche y debe estar asustado.

  A Lucrecia, las explicación del marido justificando el retraso, tratándose de algo relacionado con la caza no le extraño en absoluto. Fabián fue a la cochera y volvió con un cachorro en sus brazos.

 - Mira que bonito es. A que te gusta. 

- Es bonito...como todos los cachorros. Asintió Lucrecia, acariciando al perrito que la miraba con desconfianza, ya que acababa de ser separado de la madre. ¿Cuánto te ha costado? Espero que no haya sido mucho. Titán no te costó nada, recuerda que te lo regalaron.

 - ¡Ya!, pero es que no era de raza, este en cambio sí lo es y no es lo mismo.

   Ella, al oírle, miró con desconfianza al marido; eran muchos los años que llevaban casados y, a aquellas alturas  del matrimonio, le conocía perfectamente. Si hubiera sido barato, estaba segura que le hubiera respondido diciéndole la cifra que había pagado, pero el hecho de no hacerlo y, en vez de ello, valorar tanto "la mercancía" la puso en alerta.

 - ¡Mira! Siempre habéis dicho tanto Lucas como tú, que Titán era buenísimo para cazar y no sabíais ni de que raza era, así que déjate de tonterías. ¡Quiero saber cuánto has pagado por el perro! Se va a casar nuestra hija dentro de un mes y medio, nuestra cuenta corriente más vacía no puede estar y ahora al señor cazador se le ha antojado comprar un perro que sospecho que no es nada barato. 

 - Estos perros valen bastante...son de pura raza, pero Teodosio aún no me ha cobrado nada, así que quédate tranquila.

 - ¡Explícame eso bien, porque no lo entiendo! Acabas de decir que es un perro de raza y que vale mucho.  Si vas a decirme que te lo han  regalado,  eso no me lo creo.

  El segundo intento de Lucrecia, para saber el precio del cachorro, tampoco había obtenido sus frutos y eso la había enfadado bastante.

 - Espero que no hayas hecho un disparate. Siguió diciendo ¿Quieres que te recuerde cuantas escopetas has comprado durante el tiempo que llevamos casados? Si no recuerdo mal, llevas cinco... la última el año pasado; en cambio, mi hermano sigue cazando con la de siempre...la que le compró mi padre cuando era casi un muchacho, y no creo que tu caces cinco veces más que él.

- No he hecho ningún disparate…no te pongas así. Como es un cachorro, Teodosio me lo ha dejado fiado porque aún no sabe cazar; el perro tiene el instinto pero hay que enseñarle. Estos perros, ya adultos, pueden llegar a valer hasta 800 euros, pero a mí, como aún no sabe cazar  y voy a enseñarle yo, me lo ha dejado sólo en 500 y repito que no he pagado nada. Hemos llegado al acuerdo de que, cuando acabe la temporada de caza, si estoy conforme con el perro, será entonces cuando se lo pague y, si no lo estoy, se lo devuelvo.

- ¡Quinientos euros por un perro...!, con la que se nos viene ahora encima, con la boda de Marta. Exclamó ella al oírle.

   Lucrecia tuvo que sentarse para poder digerir la noticia, aunque inmediatamente se recuperó del susto, se puso en pie y le dijo una serie de palabras al marido que no son aptas para espíritus sensibles, dando comienzo, a partir de ese momento, una temporada de hostilidad hacía Fabián que duró varios días.

  Las últimas palabras que intercambiaron, antes de estar varios días sin hablarse, fueron las siguientes:

- Vamos a gastarnos casi todo el dinero que tenemos en la boda de nuestra hija y has sido capaz de gastarte quinientos euros en un perro, cuando el otro que tenías no te había costado ni un euro. Y supongo que encima pretenderás que lo cuide yo.

- Del perro me voy a ocupar yo para todo, tú no tienes que hacer nada. Hay que cuidar mucho la alimentación, no podemos darle las sobras de la comida como hacíamos con el otro ¡no ves que es un perro de raza!, además, tengo que enseñarle a cazar. ¿Te parece bien que le llamemos también Titán?

 - ¡Llámale como te de la gana! Yo le voy a llamar “Ganga”, porque menuda ganga te has traído para casa. 

  La tormenta poco a poco fue amainando y al cabo de una semana ya reinaba la paz en aquella casa;  todas las tardes, cuando Fabián acababa su trabajo, cogía la bicicleta y salía con el perro llevándolo al campo, dando largos paseos para que estuviera en forma.

   Al llegar octubre, el perro estaba plenamente desarrollado y entrenado para ser un buen “perro de muestra” y su dueño estaba encantado con el mismo, plenamente seguro de que, el nuevo Titán, les iba a proporcionar, a Lucas y a él, unas jornadas de caza memorables.

  Si todos los años Fabián estaba impaciente porque se levantara la veda para cazar, ese año lo estaba más aún; llevaba varios meses entrenando al perro y había llegado la hora de recoger el fruto por todo el trabajo realizado con Titán II.

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  El primer día hábil para cazar, aún no había amanecido y ya estaba Lucas llamando a la puerta. Él, que ya llevaba un buen rato levantado y con todo a punto para salir, le abrió, fueron a por el perro y muy contentos salieron al campo a disfrutar de los primeros lances cinegéticos de la temporada. Era el debut del nuevo perro, las expectativas eran inmejorables, el clima era excelente, no hacía frío ni llovía, y se las prometían muy felices…no podía fallar nada.

              


  Lucrecia, una vez levantada, tras desayunar, estaba sola en casa sabiendo que no iba volver a ver a Fabián hasta la noche; se encontraba sentada en la salita con un libro sobre la mesa, comenzó a leerlo y, apenas llevaba enfrascada en la lectura diez minutos, oyó que alguien abría la puerta de la calle, desde fuera, y entraba en la casa.

  Muy extrañada, ya que no esperaba a nadie y el marido hasta la noche no tenía previsto regresar, se levantó de la mesa, abandonando la lectura del libro; salió al pasillo a comprobar quien había entrado sin llamar y se llevó una enorme sorpresa al ver que era Fabián.

  En los treinta y cinco años de matrimonio, con sus correspondientes temporadas de caza, era  la primera vez que volvía del campo tan pronto. Solo tuvo que ver su cara, totalmente desencajada, para adivinar que algo serio había sucedido.

- ¡¡ Que ha ocurrido !! Preguntó alarmada.

  Él, por toda respuesta, se acercó a ella abrazándola fuertemente y eso sí que la preocupó. Ellos ya no se abrazaban nunca; así que ya no le quedó duda alguna de que algo grave había ocurrido y, si había salido a cazar, lo lógico era que se tratara de un accidente de caza.

   El presentimiento de que algo malo había pasado se convirtió en certeza cuando Fabián, sin poder contenerse, comenzó a llorar sobre su hombro. Un hombretón como él, poco dado a las emociones, que no lloraba nunca, era la segunda vez que lo hacía sobre su hombro con pocos meses de intervalo. 

   Ella le abrazó también esperando que se calmara un poco y pudiera contarle lo sucedido, siendo entonces cuando recapacitó y se temió lo peor.

  Si Fabián y Lucas siempre salían juntos a cazar y solo había vuelto él… De pronto, un terrible pensamiento acudió a su mente y casi le dio miedo preguntar.

- ¿ Ha ocurrido algún accidente con la escopeta ?

- Sí. Respondió él. No llevaba puesto el seguro, al saltar una pared se me ha disparado y…

  Hubo un intervalo de silencio por parte da Fabián, incapaz de articular palabra antes de seguir, por lo afectado que estaba, y al final logró decir:

- Lo he matado...se me disparó al escopeta sin querer y lo he matado. ¡Por qué ha tenido que pasarme esto a mí!

  Lucrecia, que era mujer muy racional y con una autodisciplina mental envidiable, al escuchar a Fabián, por poco se desmaya de la impresión. Se le aceleró el corazón, sintió un nudo tremendo en la garganta debido a la angustia que la embargaba y no pudo reprimir las lágrimas acompañando a Fabián en su llanto.

  Si antes había sido él quien había buscado amparo en ella, abrazándola; ahora ella también se abrazó a él con el mismo fin. Permanecieron así, en silencio, un buen rato y ella acertó a decir:

- Tendremos que avisar a la guardia civil y al médico.

  Él, que ya estaba más tranquilo que a su llegada, al oírla, se separó de ella mirándola extrañado y  preguntó:

- ¡Para que!  

- ¡¡¡Cómo que para qué!!! Respondió Lucrecia, casi gritando. ¡¡Has perdido el juicio... o qué te pasa!!  ¡Quieres, dejar a mi hermano tirado en la mitad del campo!

Fabián, se quedó perplejo al oírla y comprendió el malentendido:

- Tu hermano está perfectamente. A quien he matado ha sido al perro. A Lucas le he pedido que coja una pala y lo entierre, me da mucha pena y no quiero que lo coman los buitres. ¡ Desde luego... !, vaya año que llevo con los perros - Siguió lamentándose - , hace unos meses tengo que deshacerme, con mucho sentimiento, de uno... por viejo, y ahora, después de llevar meses adiestrando a otro, el primer día que lo llevo a cazar, me lo cargo de un disparo.

   Lucrecia, al saber que la víctima del accidente había sido el perro, sintió un alivio inmenso. El corazón recuperó su ritmo normal y su estado de ánimo se normalizó inmediatamente, tras el enorme sobresalto que se había llevado.

  - ¡Mira! Si ha sido el perro... Dios le ampare.  No sé por qué te pones así. Cuando has dicho que lo habías matado y me has abrazado de ese modo, pensé que te referías a Lucas. Encima, te pones a llorar como un tonto ¿Tanto cariño le habías cogido en tan poco tiempo?

 - Cariño le tenía, pero no he llorado por eso, sino de rabia ¡No sabes el disgusto que tengo! Es la primera vez que tengo un perro de raza; llevo entrenándolo varios meses empleando infinidad de horas en ello, hasta le he comprado alimentos especiales para perros, algo que nunca hice con Titán, y, una vez que está todo a punto, el primer día que lo llevo a cazar, apenas llevábamos una hora de recorrido resulta que me lo cargo de un disparo. Ahora sí que tengo que pagarle a Teodosio los quinientos euros; aunque quisiera, ya no puedo devolvérselo.

  Lucrecia, tras el enorme susto que acababa de llevarse, una vez supo que la víctima del disparo había sido Titan II y no Lucas, consideró que si para el marido aquello era una auténtica tragedia, para ella no lo era tanto y que la vida debía seguir su curso, diciendo a Fabián:

 - Te recuerdo que hoy es “mi día de soltera”. Después de misa, me voy con las amigas por ahí. Comeremos fuera y hasta la tarde no volvemos. Esto es lo que conlleva ser la mujer de un cazador como tú.