domingo, 20 de diciembre de 2020

El Tronco de la Navidad.


  Aunque la encina es el árbol más representativo de Salamanca, debido a la abundancia y amplia distribución que tiene en la provincia, en la zona noroeste, concretamente, en nuestra comarca, el árbol que predomina en nuestros campos no es la encina sino el roble, nuestro árbol totémico.   

  Ramajería, es el apelativo que siempre ha recibido nuestra comarca, al menos en los mapas, un nombre que está perfectamente integrado con el paisaje, ya que el origen de tal denominación es atribuido al “ramón”, nombre genérico con el que eran conocidas las ramas de los robles con las que era alimentado el ganado, en verano y comienzos del otoño, cuando la hierba escaseaba en los prados.

   Los robles, son unos árboles que pertenecen al género Quercus, tal como sucede con las encinas y alcornoques; en el mundo, hay alrededor de 500 especies  y de estas,  en nuestra comarca, predominan dos: el Quercus Robur, o roble común, conocido también como carvallo, carballo o carbayo -la forma de escribirlo o expresarlo, de uno u otro modo, varía dependiendo de cada lugar-, y el Quercus Pyrenaica, popularmente conocido como carrasco o melojo; este último apelativo es debido a que sus hojas, en otoño, antes de caer del árbol, adquieren un color amarillento, muy bonito, similar al de la miel, proporcionado a nuestros campos, en esa estación, una gran belleza paisajística.

  Estos árboles crecen bien en terrenos como el nuestro, con un clima oceánico, cuyas temperaturas no son excesivamente cálidas en verano ni muy frías en invierno, y durante el otoño, al ser de hoja caduca, se desprenden de éstas permaneciendo “dormidos”, hasta la primavera.

  Sus frutos son las bellotas, maduran en octubre o noviembre, y, al contrario que las de las encinas y alcornoques, que tienen un sabor agradable, las suyas son amargas debido a la abundancia de taninos y por ello sólo son aprovechadas, como alimento, por los animales; sin embargo, en otras latitudes, hay especies de robles cuyas bellotas tienen sabor dulce.

   Hace años, durante una temporada, yo llevaba unas cuantas bogallas, de adorno, en mi coche, y recuerdo que, en más de una ocasión, alguna persona que subió al mismo y nunca había estado en un robledal, como desconocía qué eran aquellas “pelotitas tan extrañas”, pidió información sobre ellas proporcionándome una ocasión perfecta para explicarle qué eran las agallas (bogallas) de los robles.

  Se trata de unas neoformaciones que salen en las ramas de los robles originadas por una avispilla (Andricus kollari). Las hembras de estos insectos ponen sus huevos en el interior de los brotes tiernos de estos árboles, y ellos, como medio de defensa, hacen crecer alrededor del huevo una agalla, una excrecencia esférica que puede llegar a alcanzar 2 a 3 cm de diámetro. Existen dos variedades, una cuya superficie es totalmente lisa (bogallos) y otra con suaves prominencias (bogallas).

   Las agallas, que al principio son de consistencia blanda, con un color que oscila entre verde y amarillo pálido; posteriormente, se endurecen adquiriendo un color marrón oscuro, y su misión consiste en servir, de cobijo y alimento, inicialmente al huevo, y, posteriormente, a la larva del insecto.

  Además de proporcionar “alojamiento” a los vástagos de la avispilla, los niños, en los pueblos, las usábamos en nuestros juegos infantiles. Imaginábamos que éramos ganaderos, y con ellas hacíamos rebaños, siendo las bogallas, las de las prominencias, las vacas, y los bogallos, que son totalmente esféricos y de menor tamaño, los terneros.

   El aprovechamiento que los humanos obtenemos de los robles es amplio. En lo culinario, hay que reconocer que su utilidad es escasa ya que sus bellotas, como anteriormente dije, son amargas y no sirven de alimento para las personas, sin embargo, en este aspecto,  no todo está perdido, pues  de ellas pueden obtenerse licores; en cambio, los animales, tanto domésticos como salvajes, tienen en los robles una buena despensa, debido a que, tanto las hojas como las bellotas, les sirven de alimento.

  Estos árboles, también tienen propiedades medicinales; antes, los curanderos, para aliviar las diarreas, recomendaban beber agua donde habían sido cocidas previamente las bellotas; además, para tratar las ulceras varicosas de la piel indicaban a los afectados que se lavaran la zona con agua donde previamente había sido hervida la corteza del árbol. También la industria química, de su corteza, obtiene taninos, que son utilizados para curtir cueros y para elaborar tintes.

     Si algo hay que destacar del aprovechamiento de los robles, indudablemente, es el empleo de su madera que es muy dura y resistente, de ahí proviene el dicho de “estar fuerte como un roble” para significar a aquellos que, a pesar de los años, gozan de buena salud, ya que este árbol es sinónimo de fuerza y longevidad. Esta madera, soporta muy bien la putrefacción ante la humedad, de ahí que se haya utilizado, desde la antigüedad, en la construcción de barcos y toneles de vino, cerveza  y otros licores; también en la construcción tiene múltiples aplicaciones: tarimas para los suelos, pilares y vigas para soportar los techos y tejados, postes para el teléfono y la electricidad, traviesas para las vías del tren...

  En ebanistería, el roble constituye una materia prima de primer orden, ya que los muebles fabricados a partir de esta madera son muy apreciados.

    A todo lo anterior, también hay que sumar su alto poder calorífico, siendo ampliamente empleada, a modo de combustible, especialmente hasta mediados del siglo XX, en forma de leña o como carbón vegetal –la madera de roble, en nuestra comarca, permitió a nuestros antepasados cocinar y aliviar el frío invernal durante siglos, de ahí el respeto y valor que siempre le dieron a este árbol-

    Además de la gran utilidad material que obtenían nuestros antepasados de estos árboles, hay otros aspectos, quizá no tan evidentes, pero no menos interesantes, relacionados con los robles, que forman parte de nuestra cultura, desde la más remota antigüedad.

   Decían las leyendas que, quien llevaba consigo un trozo de madera de roble, a modo de amuleto, estaba protegido ante todos los males, tanto físicos como espirituales; también se decía que, portar una bellota en el bolsillo, aumentaba la potencia sexual en el varón - ¡qué suerte tenían nuestros antepasados! Actualmente, muchos hombres gastan elevadas cantidades de dinero en viagra y productos similares, y a ellos les bastaba con llevar una bellota de roble encima-

    Si nos adentramos en el mundo espiritual, hay que decir de los robles eran venerados por nuestros antepasados. En las etapas más remotas de nuestra historia, antes de que existieran los dioses actuales, nuestros ancestros creían en otras fuerzas sobrenaturales, “sus dioses”, como el sol, la luna, los ríos, las fuentes, el viento…la lista debía ser muy grande, y entre ellos estaban los árboles que eran considerados númenes protectores del hogar.  Para favorecer que su magia protegiera a las familias de los espíritus malignos, en los pueblos, existía una costumbre antiquísima, cuyo origen se pierde una vez más, en la noche de los tiempos, que consistía en quemar en todos los hogares, durante el solsticio de invierno, el tronco de un árbol. Supongo que en cada lugar elegirían un árbol autóctono, el más representativo de la zona y, como en nuestra comarca, el árbol más emblemático es el roble, era un tronco de este árbol el empleado por nuestros antepasados, para este fin.


   En el mundo celta, los druidas celebraban sus reuniones en bosques que para ellos eran lugares sagrados, y estos, eran robledales. Nuestra zona, como era territorio celta, algo nos tocaría, así que ya sabéis: si un día estáis en un robledal y notáis algo especial, es debido a la magia que desprenden estos árboles.

   Las celebraciones que hacían nuestros antepasados,  ligadas al solsticio de invierno, cuando   surgió el cristianismo, pasaron a ser  consideradas paganas por la nueva religión , poniendo los primeros cristianos un gran empeño en acabar con ellas y para ello emplearon distintos métodos. Uno de ellos consistió en cristianizarlas; de este modo, solapándolas con las fiestas paganas,  los neo cristianos fueron olvidándose de todo lo anterior. 

   En lo que respecta a las fiestas del solsticio de invierno,  fue el Papa Julio I , en el siglo IV quien instauró la Fiesta de Navidad en esta época del año; fue a partir de entonces cuando este tronco, que nuestros antepasados más lejanos quemaban durante le solsticio de invierno,  pasó a llamarse “Tronco de Navidad” que no hay que confundirlo, en modo alguno, con el árbol de navidad.

   Hasta la segunda mitad del siglo pasado, durante el invierno, en las cocinas de los pueblos, la lumbre, prácticamente, estaba encendida las 24 horas del día ya que, además de tener que combatir el frío, era el lugar donde se cocinaban los alimentos antes de que llegaran las cocinas eléctricas y de butano, así que quemar leña de roble, en nuestra zona, tanto el tronco, como ramas, convenientemente troceados, era algo habitual.

  La peculiaridad que tenía el Tronco de Navidad es que, como su propio nombre indica, era quemado durante estos días, y, además, no podía ser troceado. Entonces, casi todas las cocinas eran grandes, ya que muchas hacían las veces da sala de estar, y el roble era llevado entero, entre varios hombres, hasta la cocina. Un vez allí, se encendía la tarde de Nochebuena y debía durar hasta el comienzo del nuevo año, así que tenía una semana por delante para ir quemándose.

   El día de Año Nuevo, lo que quedara de él era apagado y guardado en la leñera, pues como tenía poderes protectores, volvía a ser encendido cuando fuera necesario. Estas situaciones “de necesidad” solían ser cuando había una tormenta, ya que el humo que salía por la chimenea tenía la capacidad de desviar los eventuales rayos que pudieran caer sobre la casa, o cuando una persona de la familia o alguna cabeza de ganado caía enferma.

  Un tronco para que esté ardiendo ininterrumpidamente una semana entera, debe ser largo y grueso, y esto no siempre era posible; sin embargo, todo estaba previsto, y, como lo realmente importante era que hubiese una continuidad en la combustión, antes de que se agotara, con el último rescoldo del mismo, se encendía uno nuevo y este, imagino ya llegaba al día de Año Nuevo. Ese día, era apagado y lo que quedara del mismo era conservado, como ya indiqué anteriormente, para usarlo cuando la ocasión lo requería; además, siempre se reservaba algún fragmento del mismo para poder encender con él el Tronco de Navidad del siguiente año.

  Las cenizas eran recogidas con sumo cuidado y, posteriormente, se esparcían en las huertas, viñas y demás tierras de labor, para que, con su magia, protegiesen las cosechas y además favorecer el que  fueran abundantes.

  Esta tradición del Tronco de Navidad, estoy convencido de que, como ocurre con tantas otras costumbres, antiguamente debió estar muy extendida, tanto dentro como fuera de nuestro país. Las costumbres no conocen fronteras territoriales.

   A veces oímos hablar a algunas personas, sobre determinadas costumbres tradicionales, afirmando que son propias y exclusivas de un determinado lugar: región, provincia, pueblo…el suyo, evidentemente; esto, es algo muy común y responde, únicamente, al deseo de significarse y parecer distinto que los demás. Curiosamente, casi todos los que hablan de estos temas, “tan particulares y que solo ocurren en su pueblo”, tienen conocimiento de ello a través de referencias escritas por gente lejana, que, a veces, ni siquiera sabe que existe ese lugar, y, además, tampoco lo han vivido.

    Yo, en lo que respecta al Tronco de Navidad, puedo decir que, en cierta forma, lo viví de cerca -y eso que no soy tan viejo -. Siendo niño, en la segunda mitad del siglo pasado, el día de Nochebuena poníamos un buen tronco de roble en la lumbre, troceado eso sí; aunque para nosotros no tenía nada de especial pues también lo poníamos los días anteriores y los posteriores, aquello era un hecho constante  a lo largo de todo el invierno.

  La verdad es que no buscábamos magia alguna…bastante mágico era estar sentado frente a la chimenea y ver cómo las llamas iban consumiendo la leña de roble, disfrutando del calor que desprendía la candela.

   Fue en una de estas veladas, al calor de la lumbre, la televisión aún no se había hecho dueña y señora de nuestros ratos de ocio, cuando un familiar próximo me contó los pormenores de esta costumbre. La cosa empezó así:

-      ¿Sabes una cosa?, yo aún recuerdo, cuando era pequeño, cómo mi padre y los vecinos, el día de Nochebuena, se ayudaban unos a otros a colocar en las cocinas el Tronco de Navidad..

 Nota

   Nosotros también guardábamos la ceniza de la lumbre, y, posteriormente, la usábamos para abonar una pequeña viña que teníamos, “porque siempre se había hecho así”. Debo reconocer que aquella ceniza tenía poca magia, pues la calidad del vino que nos proporcionaba la viña, algunos años, dejaba mucho que desear; pero bueno, tampoco es que San Isidro, que todos los años es sacado en procesión para bendecir los campos, hiciera mucho por ella. Al final, las cepas fueron arrancadas para darle otra utilidad a aquel terreno.

viernes, 23 de octubre de 2020

El Corral de los Lobos

 

 

    Una vez tres cazadores formaron una partida para ir a cazar al lobo, tuvieron suerte, abatieron un buen ejemplar y, mira por donde, los tres querían la piel del animal.

   “Pa” mí…”pa” ti…”pa” ti…”pal” otro…, estuvieron discutiendo un buen rato a ver cuál de los tres tenía más derecho a quedarse con la pelleja del animal y, como no llegaban a ponerse de acuerdo, determinaron acudir al juez para que decidiera cuál de ellos se quedaba con la piel.

   El juez lo pensó un poco, miró a los tres hombres y dijo:

   - Aquel de los tres que diga la mejor sentencia, se llevará la piel del lobo.

    Llegó uno y dijo:

   - Yo creo, señor juez, que este lobo que hemos “matao”, ha comido más de crudo que de “asao”.

   Otro dijo lo siguiente:

   - Sr. Juez, este lobo que hemos “matao”, ha dormido más al raso que bajo “tejao”.

   El tercero, a su vez, dijo:

   -   A este lobo que hemos “matao”, nadie le ha dado peor rato que el que nosotros le hemos “dao”.

- Para ti es la piel, dijo el juez al último.

   Y se acabó.

      Este cuento, que nos contaban de pequeños, es un ejemplo de narraciones tradicionales donde el factor a destacar es el ingenio de las personas. Como podemos ver, en este caso, el juez no tuvo duda alguna en adjudicar la piel del lobo al que dijo la última sentencia,

    Actualmente, en nuestra comarca, salir a cazar al lobo es algo totalmente impensable ya que estos animales, al sur del Duero, están incluidos en el listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial, y si alguien osa hacerlo, aunque le haya comido medio rebaño de ovejas, está expuesto a fuertes sanciones económicas por parte de la autoridad y, con toda seguridad, acabará siendo acusado, por las organizaciones ecologistas, de haber cometido un crimen de lesa humanidad.

   Sin embargo, si alguien es algo antojadizo y un día quiere darse el capricho de abatir a un “lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos”, como decía el poema de José Agustín Goytisolo, al norte del Duero sí que puede hacerlo, ya que en determinadas comarcas es considerado una especie cinegética de caza mayor. Claro que para ello son necesarios una serie de trámites, así como las bendiciones de la Junta de Castilla y León que es quien determina el cupo de ejemplares que pueden abatirse cada año en la Comunidad, con el fin de evitar que haya una “superpoblación lobera” en el territorio; previo pago, eso sí, de unos cuantos euros -“sólo” unos miles-

  Cazar lobos no es fácil. Pretender hacerlo mediante las modalidades de rececho (acercarse sigilosamente al animal y pillarle despistado, para matarlo cuando está a tiro, o a salto de mata, es extremadamente difícil, por no decir imposible. Son de tendencia muy esquiva y procuran vivir alejados del hombre -tienen sobradas razones para ello-, además, están dotados de una vista y un olfato muy desarrollados que le son sumamente útiles para cazar a sus presas, y para protegerse de los cazadores.

   Si un cazador sale al campo con la pretensión de cazar lobos, siguiendo alguno de los métodos anteriores, estos animales, como son capaces de verle y olfatearle a larga distancia,  se alejan a toda prisa del lugar sin que aquel tenga siquiera la oportunidad de verles el pelo.

   Al lobo suele cazársele en la modalidad de aguardo, que consiste en esperarle en un sitio determinado al que acude habitualmente a comer, porque se le ha echado comida allí previamente durante un tiempo y, cuando tiene hambre, se ha acostumbrado a acercarse hasta ese lugar a nutrirse; o al acecho, en este caso,el objetivo consiste en esperarle durante la noche, en alguna vereda o sitio donde es sabido que pasa habitualmente en sus corribandas nocturnas.

  Para estos lances, el cazador ha de estar debidamente camuflado y armarse, además de una buen escopeta o rifle, de mucha paciencia, ya que puede tirarse horas esperando a que su víctima pase por allí si es que pasa, ya que puede haber cambiado de planes y tomar otro camino dejando al cazador, sea legal o furtivo, compuesto y sin pieza cobrada.

   Actualmente, la caza del lobo está totalmente prohibida en España, casi en la totalidad del territorio, pero, hasta hace tan solo unas décadas, no solo es que estuviera permitida, sino que cazar lobos estaba bien visto ya que eran abundantes y atacaban al ganado. Aunque se distribuían prácticamente por todas las regiones de nuestro país y campaban por sus respetos, procuraban guardar una distancia prudencial con el hombre ya que la proximidad hacía que se jugaran literalmente el pellejo. Era bastante común, en muchas casas, encontrar alfombras de piel de lobo/a y de zorro macho y zorro hembra -al zorro hembra no me atrevo a llamarla zorra por las connotaciones machistas que ello puede suponer-.

   Eran tiempos en los que ser ganadero y vivir del campo era casi una labor heroica ya que muchas veces ganaban lo justo para sobrevivir a pesar de desarrollar un trabajo que resultaba muy duro y con unas jornadas laborales que a veces eran interminables.  

   Durante el día, los pastores pasaban el día entero en el campo, expuestos a soles, lluvias, vientos, tormentas, heladas… cuidando los rebaños de los posibles ataques del lobo y también de posibles robos por parte de los cuatreros, que también los había; para cuidar el ganado, casi siempre tenían perros de todo tipo, desde mastines hasta perros pulgosos de raza incierta, que les ayudaban a proteger los rebaños. Y durante la noche, guardaban el ganado en corrales, para tenerlo a buen recaudo. Sabían que el peligro del lobo siempre estaba presente, y por ello debían mantener las reses siempre protegidas.

   El lobo, por su parte, intentaba mantenerse lejos del hombre y para comer intentaba arreglárselas  cazando animales salvajes pues sabía que si se acercaba demasiado a los humanos su piel podía pasar a ser una bonita alfombra; claro que con frecuencia la caza escaseaba, no encontraban condumio en su medio y, aun con el riesgo que ello llevaba, tenía que acercarse al territorio del hombre a ver si pillaba algún rebaño accesible para llevarse algún cordero u oveja a la boca o, llegado el caso, alguna cabra o cabrito.

  A las vacas y a sus becerros no solía atacarlos ya que estos animales son más corpulentos y la naturaleza les ha proporcionado unos largos cuernos con los que, llegado el caso, se defienden eficazmente -para que luego digan que el tamaño no importa y que los cuernos son malos-

   Cuando ocurría alguna Lobada, que es como eran conocidos los ataques del lobo al ganado, eso era un signo inequívoco de que algún lobo andaba en las cercanías. Es sabido que una vez que el lobo ha probado la carne de cordero o cabrito, lo habitual es que repita, de modo que, cuando vuelve a tener hambre, reincide en atacar otro rebaño y se olvida de andar por los montes y barrancos buscando jabalíes y ciervos, a quienes les cuesta mucho cazar.

-      Como podemos ver, tal como ocurre con los humanos, su naturaleza le inclina a ser comodón y realizar el menor esfuerzo posible; otra característica, que comparte con el hombre, es que, cuando come un buen lechazo, indefectiblemente, repite la experiencia-

  Bueno, pues cuando había alguna lobada, la solución que buscaban nuestros antepasados era deshacerse del lobo, cazándolo, empleando para ello lo que se conocían como “corrales de lobos”.

   Estos corrales, son unas construcciones circulares de paredes muy altas, sin techo, levantadas con piedras de granito, tan abundantes en nuestra comarca, mediante la técnica conocida como “piedra seca”, denominada así porque se realiza sobreponiendo las piedras unas sobre otras, sin ningún material de unión interpuesto -cemento o barro- entre ellas.

Corral de lobos (Saucelle)
   Para la parte superior del muro se reservaban lanchas de piedra planas que sobresalían hacia adentro, como el alero de los tejados, para impedir que una vez el lobo entrara dentro del corral, pudiera salir de allí por mucho que saltara, ya que estos corrales eran trampas que se construían para cazarlos.



  Los muros de estos corrales eran muy altos y por ello, en la parte exterior de los mismos solía haber alguna escalerilla construida aprovechando las propias piedras de la pared procurando que sobresalieran de la misma, cuyo fin era facilitar que el lobo pudiera subir con facilidad a la parte alta del muro y desde allí saltara al interior.

- ¿Y por qué iba a saltar el lobo al interior del corral? Puede preguntarse alguno.

   La respuesta a ello es que estas construcciones se hacían para cazarlo siguiendo una técnica muy similar al aguardo, pero sin la figura del cazador pudiente dispuesto a pegarle un tiro al lobo, por un puñado de euros. Los corrales de lobos se construían para tenderle una trampa a este malvado personaje de los cuentos, que consistía en dejar, en el interior del corral, alguna oveja vieja o enferma como cebo, durante la noche, para que llamara la atención del depredador y este la cazara.  

   Cuando un lobo hambriento encontraba  una oveja sola e indefensa en el medio del campo, sin perro alguno que la defendiera, debía pensar que era su día de suerte, poco menos que un regalo de los dioses lobunos, si es que existen;  así que imagino que subiría alegremente por la escalerilla el muro del corral, desde la cima del mismo se relamería observando a su víctima, sin importarle lo más mínimo si era de raza churra o merina, y después saltaba al interior para darse el festín  correspondiente. Una vez saciado su apetito, cuando intentaba salir de allí, es cuando comprobaba que había objeto de una trampa.

  La gran altura de los muros, sin ninguna arista donde apoyarse así como las piedras planas de la parte alta del mismo, sobresaliendo del borde superior de la pared, impedían que pudiera salir de allí, quedando atrapado hasta la mañana siguiente.

  Cuando el dueño de la oveja volvía a ver si la trampa había tenido éxito y comprobaba que allí había un lobo, supongo que éste acababa malamente y su piel, tras ser curtida y debidamente preparada, acaba siendo convertida en una alfombra o formando parte de un bonito abrigo.

  En nuestro pueblo hubo un corral de lobos, aunque un poco cutre, todo hay que decirlo. Era muy pequeño, apenas dos metros de diámetro y sus constructores no debieron esmerarse mucho en su construcción pues, además de diminuto, no ha resistido el paso del tiempo y está totalmente en ruina.

   Donde hay un magnífico corral de lobos, muy bien conservado, es en Saucelle, muy próximo el antiguo camino de Barrueco a este pueblo; es de forma circular, tiene unos 12-15 metros diámetro y está construido con una imponente pared de piedra granítica de dos metros de altura.

   El que los hombres de entonces se tomaran la molestia de construir un corral de lobos tan espectacular, es un claro indicador de la gran cantidad de lobos que en su día tuvo que haber en la comarca.

domingo, 20 de septiembre de 2020

El regreso de El Lobo



   El lobo es un animal que despierta pasiones, tanto a favor como en contra. Mientras que para unas personas es un simpático e inofensivo animal que, injustificadamente, se ha ganado la mala fama de ser el malo de los cuentos infantiles; para otras, especialmente los ganaderos que son víctimas de sus tropelías, es un ser dañino y sanguinario, solo comparable a una maldición divina. 

   Este animal, últimamente, está de actualidad en nuestra comarca ya que, tras haber desaparecido de la provincia de Salamanca durante 60-70 años, ha vuelto a aparecer por estos pagos atacando rebaños de ovejas, con la consiguiente desesperación de los dueños debido a las pérdidas económicas que ello ocasiona. La realidad es que, durante siglos, el lobo siempre había convivido con nosotros y su presencia en nuestros campos no supone ninguna novedad; simplemente, asistimos a un reencuentro con el animal que se comió a Caperucita y a su abuelita. 
   Como en todo conflicto es aconsejable conocer “al enemigo”, creo que es bueno saber cómo es el lobo, así como “su vida y milagros”. 

   El lobo (Canis Lupus), es un animal salvaje que pertenece a la especie de los mamíferos. Su aspecto, como ocurre con las personas, puede variar de unos ejemplares a otros; debido a estas diferencias, podemos decir que no hay dos lobos iguales. La altura de un lobo adulto, a la altura del hombro, oscila entre los 60 y los 80 centímetros, su peso varía entre 30 y 50 kilos, y la longitud, medida desde el hocico hasta el extremo distal de la cola, puede estar entre 1,3 a 1,8 metros.
   El color del pelo no es monocromático, suele presentar una mezcla de colores cuyas tonalidades varían entre blanco, gris, rojo, marrón y negro; a medida que envejecen va adquiriendo un matiz grisáceo y es que, tal como ocurre con las personas, la edad tampoco les sienta bien -vamos que también encanecen- 
   Hay perros con pelaje muy similar a los lobos, así que, para distinguirlos de ellos, hay que fijarse en otros datos anatómicos como la mayor longitud de las patas, el color amarillo de los ojos y el hocico que es más grande y estrecho que el de los perros. 

   Es un carnívoro depredador que se alimenta, básicamente, de las presas que caza: grandes y pequeños herbívoros: corzos, muflones, ciervos, jabalíes, conejos…, así como, de roedores, aves y otros pequeños animales. Si esto acabara aquí, todo iría muy bien; el problema es que también le “inca el diente” a las ovejas y cabras domésticas. 
   Puede sobrevivir hasta 2 semanas sin probar bocado, pero cuando el hambre aprieta, cosa que ocurre a menudo, si no encuentra nada que cazar, es “poco exquisito” y no duda en compartir con las aves carroñeras restos de animales que han muerto de forma natural o por accidente, incluso, en condiciones extremas, pueden llegar a comerse a otro lobo más débil que ande por allí, ya que las muestras de canibalismo entre lobos no son una rareza -Tomas Hobbes, un filósofo inglés, cuando decía que “el hombre es un lobo para el hombre”, debió inspirarse en esta propiedad lobuna- . 

   Están perfectamente adaptados para cazar, tanto de día como de noche, gracias a un agudísimo sentido del olfato y a una visión perfectamente adaptada para ver sus presas con nitidez, incluso en plena noche; a todo lo anterior, hay que sumar una excelente capacidad motora, siendo capaces de recorrer varios kilómetros trotando a una velocidad de 10 km/h; además, en un momento determinado, cuando persiguen una presa, pueden alcanzar velocidades punta de 65 km/h. 

   Son animales muy sociales que viven en grupos perfectamente estructurados: las manadas, y, además son muy territoriales. Cada manada ocupa una extensión de terreno que oscila entre los 100 y los 200 kilómetros cuadrados, recorren constantemente el territorio en busca de presas, llegando a cubrir a diario distancias de hasta 25 km/ día, y evitan en lo posible invadir el territorio de otras manadas. Cuando esto ocurre, los lobos que están asentados en el territorio invadido no usan precisamente la diplomacia para indicarles amablemente a los forasteros que se vayan por donde han venido, sino que los atacan con ferocidad - Como podemos ver, la hospitalidad no es una de sus virtudes - 
   Aunque la mayoría de los lobos viven en manadas, existe un pequeño porcentaje de la población lobuna, un 10% aproximadamente, que no se integra en grupo alguno y prefieren vivir solos, son lobos solitarios que vendrían a ser los “inadaptados sociales” de la especie. 
elobservador.comuyos

  Cada manada está formada por una pareja reproductora constituida por un macho dominante (macho alfa) y una hembra beta -aquí las lobas feministas aún no han conseguido imponer su bandera- y los hijos de las camadas anteriores, existiendo en ellas una estricta jerarquía social. Al frente de cada manada está el macho alfa, que es quien toma la iniciativa en la caza, ejerce de guía en los desplazamientos, vela por la seguridad del grupo y será siempre el primero en comer. No tolera que ningún otro miembro de la manada se alimente antes que él, haciéndolo a continuación, o a la vez, su compañera, la hembra beta. 
   Aunque el número de lobos que componen una manada puede ser muy variable, en general, cada una de ellas no suele superar los 6-7 ejemplares. 
   Es admirable ver cómo se desarrolla la convivencia de los lobos dentro de la manada, observándose en la misma una serie de comportamientos que no cabría esperar en unos animales salvajes, llamando poderosamente la atención la calidad de las relaciones lobunas que, en algunos aspectos, llega incluso a superar los estereotipos que cabe esperar en las relaciones humanas.

   Un hecho destacable, en la pareja reproductora, es la fidelidad que guardan entre sí sus dos componentes. Un perro se aparea con una perra y “si te he visto no me acuerdo”, ahí acaba la relación; incluso, si encuentra otra perra en celo, también “se lía” con ella, quedando todo el proceso de embarazo, parto y crianza de la prole en manos exclusivamente de la “mamá perra”, ya que del padre nunca se volvió a saber; en cambio, las parejas de lobos son estables y suelen permanecer unidas “para siempre”, para lo bueno y para lo malo, tal como hacen las parejas humanas bien avenidas, y los dos, tanto el padre como la madre, se implican en la crianza de sus cachorros. 
   
   Cuando una pareja de lobos inicia una relación y se aparea, permanecerán juntos en la misma manada durante toda la vida (Los lobos, si llegan a viejos, pueden vivir de 6 a 8 años). 
   Si buscamos alguna razón especial que motive el que la pareja reproductora de cada manada permanezca junta a lo largo de los años, la verdad es que no se sabe por qué; del mismo modo, tampoco se sabe con exactitud en que aspectos se fija un lobo para elegir a una determinada loba como pareja, ya que la belleza, la simpatía y una buena situación económica, algo que valoran mucho hombres y mujeres, carecen de sentido para los ellos. 

   Un macho alfa sólo se reproducirá con otra loba diferente a su pareja oficial, en el caso de que ésta haya muerto o haya desaparecido. Como podemos ver, son animales muy fieles, bastante más que muchos humanos - nunca va a ponerle los cuernos el uno al otro-. 

   Mantener la misma pareja, durante toda la vida, no resulta sencillo para los lobos -ni para las personas- y por ello, esta relación lobuna deben trabajársela mucho. 
   Una de las “virtudes” de la hembra beta es que tiene muy “mala leche”, especialmente con las otras hembras de la manada, mostrándose siempre muy agresiva con ellas; esta actitud de hostilidad las estresa mucho y causa en ellas la inhibición del celo, de modo que no sienten necesidad, ni deseos, de buscar un novio para poder ***** -Consejo para los hombres: hay que tomar nota de los lobos y procurar no estresar a vuestras parejas si queréis que estas sean receptivas para ****-. 
   El macho alfa, a su vez, cuando se inicia la época de celo de la pareja, empieza a ser muy cariñoso con ella mostrándole constantemente su afecto a través de diversos gestos -segundo consejo, también para los hombres: sed atentos y cariñosos con la pareja ayuda mucho a conseguir que ésta acepte *****- 

   En cada grupo de lobos, solo la pareja reproductora puede aparearse y procrear, mientras que el resto de los lobos deben mantenerse castos y puros, cosa que no es tan sencilla. Este voto de castidad involuntario origina que haya mucha tensión en las manadas durante las épocas de celo, ya que el resto de los lobos -los que no la catan- se mueren de envidia al ver cómo el macho alfa y la hembra beta se dedican a sus quehaceres amorosos mientras que ellos deben guardar contención y abstinencia, esto hace que se sienten impulsados a buscar pareja. 
   Los lobos jóvenes, ya maduros, cuando quieren reproducirse, deben buscarse la vida fuera de su manada de nacimiento, abandonándola para buscar novia y un territorio propio. 
   Estos “jóvenes” que se emancipan de la manada, pueden viajar a grandes distancias debiendo evitar aquellos territorios ya ocupados por otros lobos, como ya se indicó anteriormente. Si un intruso llega a “una propiedad privada”, aunque sólo sea con la intención de buscar novia, no es bien recibido y tiene muchas probabilidades de ser matado por la manada propietaria del lugar -los lobos tendrán otros muchos problemas, pero los líos que tenemos en este país con los okupas es algo desconocido para ellos- 
   Una nueva manada se forma cuando un lobo ya adulto deja su grupo y encuentra una pareja y un territorio que esté libre, creando allí “un nuevo hogar”. 

   Otra de las características de los lobos es que, cuando alguno de los integrantes de la manada, tiene alguna enfermedad grave que le limita mucho, o está malherido por alguna trampa o por haber sido alcanzado por algún cazador, normalmente es matado por el resto de los compañeros -como podemos ver, son partidarios de la eutanasia-. 

   Las parejas reproductoras sólo tienen una camada de cachorros al año. El apareamiento tiene lugar a comienzos de año, entre enero y abril, y la loba, tras dos meses de embarazo, pare una media de seis cachorros que van a ser amamantados por la madre durante el primer mes; el padre, a su vez, ejerciendo una paternidad responsable, alimenta a la hembra durante este periodo.
   Los lobeznos aún van a permanecer en la guarida durante varios meses y, durante ese tiempo, todos los miembros de la manada, que son los hermanos mayores, además de los padres, cuidan de los pequeños -La madre loba puede ir a trabajas (cazar) y salir libremente de la guarida sin tener la necesidad de pagar guardería ni buscarse canguro alguno para que le cuiden los “niños”-

   Antiguamente, los lobos eran abundantes y se distribuían, prácticamente, por todo el mundo: Europa, Asia, Norteamérica y África, pero, en la actualidad, ocupan una zona muy inferior al que antes era su territorio. Respecto a la población de lobos, existe una amplia variabilidad dependiendo de las distintas regiones del planeta donde habitan, ya que, mientras en algunos países la cantidad de ejemplares es abundante como es el caso de Rusia, China y algún otro país asiático, en otros su número se ha reducido drásticamente encontrándose la especie en peligro de extinción. 

   En España tenemos el lobo ibérico (Canis Lupus Signatus), aunque es catalogado por algunos zoólogos, como una subespecie endémica de la Península Ibérica, no todos lo reconocen como tal, y su situación podríamos catalogarla como intermedia, ya que ni es abundante ni está al borde de la extinción. 
    A comienzos del siglo XX, en nuestro país, a pesar de que el lobo era considerado una alimaña y los ayuntamientos incluso pagaban primas a quienes los cazaban, era abundante y se distribuía por la práctica totalidad de la península; pero, a partir de entonces, inició una fuerte regresión, debido a la fuerte persecución que sufrían, y su número se redujo drásticamente llegando a su mínima expresión a mediados del siglo, sobre todo en las décadas de 1960 y 1970. 
  En esa época, el gobierno estableció una normativa que prohibía su caza directa, así como la colocación de trampas y venenos en el campo y, gracias a ello, su número volvió a incrementarse. 
  
   Un estudio realizado en 1990, para evaluar la situación del lobo en España, indicaba que por aquellas fechas existían en nuestro país entre 1500 y 2000 lobos, localizándose el 90% de la población en el cuadrante noroccidental del país: Galicia, noroeste de Castilla y León, y sur de Asturias y Cantabria (En Portugal, es la zona norte del país donde se concentra su población lobera y hemos de considerarla la misma que la nuestra. No tiene sentido alguno hablar de lobos lusos y españoles, ellos no entienden de fronteras). 
   Además, en la mitad sur de España, se localizaban dos núcleos aislados, uno en Extremadura, concretamente en la Sierra de San Pedro, y otro en Andalucía, en Sierra Morena 
  Desde entonces, la evolución del lobo en la Península ha sido dispar, mientras que las poblaciones al norte del Duero se han mantenido relativamente estables, en Extremadura y Andalucía el lobo ha desaparecido. 
   En los comienzos del presente siglo, gracias a los trabajos de protección del lobo ibérico, este animal, tras largos años de permanecer confinado -una palabra que ahora está de plena actualidad- en el norte de la península, un día, “solo o con ayuda de otros”, decidido cruzar el Duero hacia el sur, y desde hace varios años se han localizado ejemplares en Salamanca, Ávila, Segovia, norte de la comunidad de Madrid y en Guadalajara. 
   Los más optimistas también hablan del avistamiento de algunos ejemplares en Sierra Morena y las sierras del norte de Extremadura, pero creo que esto, simplemente, obedece más a los deseos de algunos que a la realidad.

miércoles, 19 de agosto de 2020

El Cura Chico

 


   Un cura chico, como el propio nombre indica, es un señor que es cura y además de baja estatura; la gente de “antes”, en los pueblos, tan amiga de poner apodos a sus convecinos, muchas veces utilizaba las características físicas de las persona con este fin: El Rubio, Manos Grandes, El Orejotas, El Bizco, El Gordo… eran nombres empleados para nombrar a algunas personas, motes que a veces no se limitaban a un individuo concreto, sino que alcanzaban a sus allegados e incluso llegaban a ser heredados, constituyéndose, en muchas ocasiones, auténticas sagas con ellos: La mujer de Muchohombre (éste es que tenía muchos hijos), la hija de la Guapa, el nieto del Rompebragas, etc.

   Esta costumbre de poner apodos a la gente, afortunadamente, ya casi ha desaparecido y es algo que no hemos de añorar ya que, en ocasiones, alguno de estos alias era ofensivo o de mal gusto, al afectado/a no le hacía gracia alguna, y era origen de conflictos.

   Si buscamos una posible justificación al empleo de estos apodos, la encontramos en la excesiva concentración de personas que compartían el mismo nombre. No era raro que en un pueblo de 500 habitantes hubiera treinta Manolos, otros tantos Josés, veinticinco Franciscos, veinte Juanes… lo cual hacía sumamente difícil localizar a una persona concreta sólo por su nombre de pila, de ahí que fuera preciso añadir algún otro “dato identificativo” a cada una de ellas para distinguirla de los demás: Manolo el de “la Nati”, Manolo “el zapatero de la plaza”, Manolo “El Carbonero”, Manolo “el de Saldeana”…Esto ya es otra cosa ¿verdad?. Gracias a estos calificativos, todos los manolos estaban perfectamente identificados, tal como sucedía con el resto de los hombres y mujeres de cada lugar.

   En la primera mitad del siglo XX, la profesión (vocación) de sacerdote, al contrario de lo que sucede ahora, estaba muy extendida entre los jóvenes y, gracias a ello, todos los pueblos tenían su propio sacerdote dándose la circunstancia de que, en los municipios grandes, incluso había dos o más curas.

   En el nuestro, por esa época, teníamos dos; un párroco, que actuaba como “jefe del negocio” y un coadjutor que vendría a ser el “pringao de turno”. Si el primero era el que oficiaba la misa mayor del domingo, a las once de la mañana, el segundo decía la de las ocho de la mañana del lunes y cosas así. Además, el coadjutor se encargaba de echar una mano a los curas de los pueblos próximos cuando en ellos sólo había un titular y este se ausentaba por alguna circunstancia.

   Bueno, pues el Cura Chico era coadjutor en Barruecopardo y con cierta frecuencia tenía que desplazarse a los pueblos cercanos a realizar su trabajo como pastor de las almas del lugar que le correspondiese en cada caso.

   En aquella época, en nuestra comarca, aún no había carreteras asfaltadas, como ahora,  sino caminos de tierra para unir los distintos pueblos, apenas circulaban coches y la gente para desplazarse de un pueblo a otro lo hacía con vehículos de tracción animal: carruajes, a lomos de alguna caballería, o bien caminando -hoy día, hacer caminatas por el campo es considerada una actividad deportiva conocida como senderismo. ¿Quién le iba a decir a nuestros antepasados, obligados a veces a realizar largas caminatas campestres por necesidad, que esto acabaría convirtiéndose en una actividad lúdica? -

    El Cura Chico, al ser sacerdote y “tener posibles”, para sus viajes no tenía necesidad de caminar, ya que poseía un buen caballo, éste era de gran alzada y por lo visto era todo un espectáculo verle montar al mismo pues, debido a su baja estatura, como desde el suelo le era imposible alcanzar la grupa, cada vez que tenía que subirse al animal lo hacía desde en un poyo de piedra a la par que alguien sujetaba el caballo por las bridas para evitar que se moviera.

   Una vez, el cura de El Milano tuvo que ausentarse de la parroquia por problemas personales y el Cura Chico le sustituyó en sus quehaceres, cosa que no suponía problema alguno para él ya que, si el clima acompañaba, como disponía de un buen caballo, hacer el camino entre ambos pueblos era un agradable paseo.  

   En aquellos tiempos, la profesión de sacerdote estaba muy bien considerada y la buena gente de ese pueblo lo acogió de forma exquisita, sobre todo las mujeres; éstas, con frecuencia, tras los oficios religiosos, se quedaban a hablar con él y le obsequiaban invitándole en sus casas a tomar una copa y unos dulces, e incluso, si se terciaba, también a comer; así que nuestro cura, cada vez que iba a El Milano lo hacía encantado pues pasaba de ser un cura segundón en su lugar de origen, a ser la primera   autoridad religiosa de este otro pueblo -y la única- . Los lugareños le trataban tan bien que, si no fuera una falta de respeto al Sumo Hacedor, podría decirse que cada vez que iba a este pueblo de adopción se sentía “como Dios”.

  De todas las mujeres, había una que le acogió especialmente bien, tan bien…tan bien que la cosa acabó en ******** -que cada uno se imagine lo que quiera-; ella estaba casada y se daba la circunstancia de que uno de sus hijos era monaguillo y ayudaba al sacerdote en la misa.

   El cura titular de El Milano tenía una vaca lechera que se la había regalado la gente del lugar y su ama (la criada) todos los días la ordeñaba y a veces con su leche hacía queso. Un día, con nocturnidad y alevosía, resulta que desapareció la vaca; el ama del cura se lo dijo al alcalde; este hizo algunas pesquisas y, como en un pueblo pequeño hasta los secretos más secretos son del dominio público, le costó poco saber quién había robado la vaca.

  El domingo siguiente, cuando llegó el Cura Chico en su caballo, desde Barrueco, a decir la misa, el alcalde estaba esperándole en la puerta de la iglesia y le puso al corriente del asunto:

 -   ¡Mire usted! El cura de aquí, don ******, tiene una vaca lechera que se la hemos regalado entre todos, alguien la ha robado y la tiene en su casa, encerrada en el corral. La vaca, hasta que vuelva nuestro cura, en realidad es como si fuera de usted y hay que hacer algo para que se la devuelvan. Yo, si quiero tomar cartas en el asunto, tendría que ir a la Guardia Civil y denunciar a la familia que la tiene, pero este pueblo es muy pequeño, nos conocemos todos y sería muy desagradable. Creo que lo mejor es que hable usted con quien la tiene para que la devuelva, ya que a todos los efectos usted es el dueño actual de la vaca; si se niega me lo dice y entonces sí que le denuncio.

   Al Cura Chico le pareció bien la idea del alcalde. En un pueblo, cuando un hombre o mujer denuncian a un paisano/a, se inicia una enemistad entre ambos que “es para siempre”. Él, como hombre de la iglesia que era, una de sus misiones consistía en favorecer la convivencia entre los parroquianos y se mostró de acuerdo con el alcalde en que era la persona indicada para para solucionar aquel problema de una forma pacífica.

 -   ¿Quién tiene la vaca en su corral? Pregunto al alcalde.

-   ¡El marido de la Alejandrina! Respondió éste mirándole fijamente a los ojos, para ver su reacción.

 

   Resulta que la Alejandrina era “la amiga especial” del cura, así que al oír las palabras de su interlocutor

no pudo disimular algo de fastidio, a la par que le embargó una duda. ¿El alcalde, se había dirigido a él porque, simplemente, en aquellos momentos era la autoridad religiosa del lugar y por tanto la persona idónea para solucionar los problemas de la grey? ¿O porque era “amigo” de la Alejandrina y quería que, aprovechando esta “amistad”, influyera en ella para que hablara con el marido y éste accediera a liberar la res secuestrada?

       De uno u otro modo, comprendió que, si el alcalde se había dirigido a él para intentar solucionar el secuestro de la vaca, “por las buenas”, no tenía argumentos para poder negarse, así que aceptó el encargo.

       -   No te preocupes -dijo al alcalde-yo me encargo de que devuelvan la vaca.

 

Aquel día, antes de comenzar la misa, el cura habló a solas con el monaguillo, el hijo de “la amiga” y le dijo:

 

 -   Cuando yo acabe el sermón y te avise, subes al púlpito y recitas la siguiente:

 

La vaca galana

la del cura del lugar

Desde hace unos días

está encerrada en mi corral.


   Una vez que acabó la misa, cuando volvió el monaguillo a casa, le contó a su madre lo ocurrido y esta se enfadó mucho por la denuncia pública de la que había sido objeto la familia, desde el púlpito, durante la misa, y le dijo a su hijo:

 

   -  ¡Mira! Lo de la vaca es verdad. Está en el corral, la ordeñamos todos los días y nos quedamos con la leche; al fin y al cabo, don ****, el cura de aquí no está y al Cura Chico, como vive en otro pueblo, no le hace falta alguna, así que no la vamos a soltar todavía. El próximo domingo, le dices que te deje subir al púlpito otra vez, pero entonces tienes que decir:

 

El Cura Chico

duerme con mi madre

la danza va a ser 

si se entera mi padre.

 Notas


   *   Este es un cuento tradicional que contaban nuestros mayores dándose la circunstancia de que su protagonista, el Cura Chico, no era un personaje de ficción, era una persona real. El cuento, a mí me lo contaron tal cual lo trascribo y, durante mucho tiempo, incluso llegué a creer que era originario del pueblo por este motivo. Pude comprobar, posteriormente, que también es conocido no sólo en otros pueblos, sino en otras provincias. Curiosamente, en las distintas versiones que conozco, el protagonista siempre es un Cura Chiquito.

 *   Nuestro Cura Chico se llamaba Nicolás y, además de atribuirle la gente del pueblo el protagonismo del presente cuento, un “poeta” local elaboró unas coplas (un romance) basado en estos presuntos amores clandestinos. Quiero aclarar que la mujer implicada no se llamaba Alejandrina.

sábado, 18 de julio de 2020

El Tío de las Guindas

   En el campo decimos que es tiempo de cerezas cuando este fruto ya está maduro y listo para su consumo, una época que en nuestro medio transcurre generalmente desde primeros de mayo hasta mediados de julio; todos los años, cuando llegaba la temporada de las cerezas, la gente, en nuestra zona, hablaba indistintamente de guindas y cerezas, como esto era algo que estaba habituado a oír desde niño, nunca había llamado excesivamente mi atención. Fue el año pasado cuando reparé en ello y me surgió la duda ¿Cerezas y guindas son sinónimos del mismo fruto? ¿Acaso corresponden a dos frutos diferentes?

    Sócrates uno de los grandes filósofos en la Grecia Clásica (el siglo V a. de C.), vivía en Atenas y acostumbraba a ir al ágora (la plaza) para hablar con la gente. Si hubieran existido entonces las tabernas, seguramente estas conversaciones socráticas hubieran tenido lugar en algún bar ateniense, ante una copa de vino griego, que creo que es muy bueno, pero como en esos tiempos los bares aún no se habían inventado, todo esto tenía lugar en plena calle.
   Este filósofo se caracterizaba por plantear, a quienes le escuchaban, preguntas trascendentes que hoy día, a pesar de los años transcurridos, siguen estando vigentes, del tipo: ¿Todo lo que es legal es justo?, ¿Crees que los dioses escuchan por igual a los ricos que a los pobres? ¿Piensas que los políticos buscan el bien del pueblo, o el bien propio?   

   Actualmente, en pueblos y ciudades, por suerte sí hay bares y yo un día, en una cafetería de la plaza de mi pueblo, emulando a Sócrates, pregunté a dos paisanos que estaban a mi lado cuál era la diferencia entre las guindas y las cerezas -la pregunta muy trascendental no es que fuera, pero era la duda que yo tenía aquel día y aquellos dos parroquianos tenían pinta de saber del tema -   
   La cuestión parecía muy simple y yo esperaba una respuesta clara y sencilla, pero, para mí sorpresa, allí se estableció un auténtico debate sobre el asunto. Aunque la pregunta iba dirigida a los dos hombres que estaban a mi lado, en aquel momento había cuatro o cinco clientes más en el bar y todos acabaron opinando sobre el tema; además, como casi siempre ocurre en los grandes debates académicos, tampoco hubo un acuerdo final.

   Uno afirmaba que no había diferencia alguna y que simplemente eran dos formas diferentes de llamar al mismo fruto; otro opinaba no tenían nada que ver una con la otra, “que las guindas eran guindas y las cerezas eran cerezas” -esto último no pudo rebatírselo nadie- ; otro contaba que siempre prefería comer guindas en vez de cerezas porque eran más digestivas; un cuarto afirmaba que las guindas no eran buenas para comer en fresco y que sólo valían para meterlas en aguardiente, pues le daban un buen sabor  -imagino que después, cuando se bebiera el aguardiente, aprovecharía para comer alguna guinda y entonces hasta le parecerían exquisitas-… En fin, no sé cómo volvía Sócrates a casa después de cada uno de sus debates en el ágora ateniense, pero yo volví a la mía con las mismas dudas que tenía cuando hice la pregunta. 
   Por lo visto, todos debían ser especialistas en cerezas, o al menos creían serlo, y cuando abandoné el bar aún seguían discutiendo sobre el tema, así que tuve que valerme de otros medios para enterarme del asunto.

  Aquellos que empleen ambos nombres, guindas y cerezas, indistintamente, hay que decirles que no están cometiendo error alguno ya que ambas son cerezas que se corresponden con distintas variedades del mismo fruto.
   Las guindas son cerezas que proceden de un árbol: prunus cerasus (conocido popularmente como “guindo”), tienen un sabor agridulce y, aunque se puede comer el fruto fresco y antes era muy común encontrarlas a la venta, hoy día se emplean fundamentalmente para elaborar aguardiente y hacer mermeladas u otro tipo de conservas.
   El resto de las cerezas proceden de otro árbol: prunus avium (el cerezo común) que da un tipo de cerezas más dulces que las guindas. Pero de ningún modo hemos de pensar que sólo hay dos tipos de cerezas, en el mundo hay muchas variedades de ellas; sólo en España, existe más medio centenar.
  
   Hasta no hace mucho tiempo, en las tiendas encontrábamos indistintamente cerezas y guindas, pero, como la cereza dulce, comercialmente, tenía más aceptación, los agricultores han ido seleccionando las variedades en aras a una mayor rentabilidad, se ha ido industrializando el cultivo, y hoy día casi el 100% de las cerezas que vemos a la venta en las fruterías corresponden a variedades de cerezas dulces.

   Se trata de un fruto muy apreciado, cuyo cultivo está muy difundido por todo el mundo; propio de climas templados, en España los cerezos crecen muy bien en las zonas con clima mediterráneo. En Salamanca, así como en el resto de la Submeseta Norte, tenemos un clima de tipo continental que no es apropiado para este tipo de cultivo; no obstante, hay algunas zonas donde existe un microclima muy parecido al mediterráneo, como ocurre en las Arribes Duero, y ello ha hecho posible el cultivo de la cereza en algunos pueblos, especialmente en Mieza que es el único lugar de la comarca donde la producción de este fruto ha alcanzado cierta entidad.
   En este pueblo, actualmente, está muy racionalizado el cultivo y hay una cooperativa que comercializa casi toda la cosecha, pero antes cada productor, a título individual, cultivaba sus cerezos y, cuando el fruto ya estaba maduro, metía las cerezas en unas banastas, las colocaba a lomos de un mulo o un burro, a modo de alforjas, y recorría la comarca vendiendo la mercancía por los pueblos, directamente. Era un comercio sin intermediarios, de productor a consumidor.
   En aquellos tiempos, hasta hace unos 50-60 años, apenas existían los coches particulares y menos entre la gente del campo, así que la imagen de un hombre con una caballería cargada con unas banastas, no solo de cerezas sino con otras variedades de fruta, vendiendo por las casas, puerta a puerta, formaba parte del paisaje habitual en las calles de nuestros pueblos.

   Esto ocurrió hace ya muchos años, un día de primeros de julio. Situémonos en la hora incierta que es el mediodía - aunque el mediodía cronológico de cada jornada son las 12 horas y ahí no cabe discusión alguna, la gente no tiene tan claro el concepto del mediodía. Cada uno tenemos nuestra propia “hora del mediodía” y ésta, a menudo, no coincide con la hora de los demás. Si tenemos en cuenta que casi todos consideramos que la tarde comienza una vez que hemos comido, obviamente, el “mediodía de cada uno” es el tiempo que transcurre desde las doce hasta este momento, de ahí que para algunos “su mediodía” incluso puede durar horas-
   
   Era “el mediodía” y un grupo de cuatro hombres, que estaba en una de las tabernas del pueblo, salió del establecimiento con intención de ir a otro bar antes de dispersarse y regresar cada uno a su casa para comer. Una vez en la calle, vieron que pasaba en ese momento un hombre vendiendo guindas.
   El vendedor era de Mieza, había salido de su pueblo temprano y, tras pasar por Cerezal, como allí no vendiera toda la mercancía, había continuado hasta Barrueco. Una vez aquí, si no conseguía acabar con las existencias del día, aún continuaría su recorrido por algún otro pueblo ya que el objetivo siempre era el mismo: volver a casa después de haber vendido toda la fruta que llevaba. 
   Estos hombres de Mieza eran gente muy laboriosa. Se levantaban al amanecer, aparejaban la caballería con la carga y salían de su pueblo a recorrer la comarca para vender la fruta. Cuando   regresaban a su lugar de origen, como en esta época del año las tardes son muy largas, muchas veces el descanso que se tomaban consistía en ir al campo a recoger la fruta que saldrían a vender el día siguiente y así un día tras otro hasta que acababa la temporada y en los árboles ya no quedaba fruto alguno.

   (Aviso: Si alguien pretende, hoy día, hallar algún ejemplar de este tipo de personas tan trabajadoras, que no pierda el tiempo. No lo va a encontrar. Tal como ocurriera con los dinosaurios hace millones de años, más recientemente, eso sí, también se han extinguido).   
 
     Como ya indiqué anteriormente, entonces casi nadie tenía coche y los burros y mulos eran los vehículos empleados habitualmente para estos menesteres.
     Aquellos hombres, al salir del bar y ver al miezuco, uno de ellos preguntó:

   -   ¡Qué vende, buen hombre!
   ¡Tengo guindas! ¡Muy buenas! ¡Además, están recién cogidas! Contestó el vendedor
   -   ¡A cuánto son!, preguntó otro.
   -   ¡Muy baratas!, respondió el de Mieza, sin dar más detalles.

   Él sabía que quien se encargaba de hacer la compra de cada casa siempre era la mujer, así que no mostró demasiado interés en perder el tiempo con aquella cuadrilla de hombres que ya de mañana andaban de bares.
   Entonces, los hombres repararon en la burrita que traía el hombre para transportar las cerezas -esta iba habitualmente en unas banastas a modo de alforjas- y les hizo mucha gracia ya que era muy pequeña.
   En el mundo hay muchas razas de burros de distintos tamaños y pelajes; en lo referente al tamaño, hay asnos grandes, otros que podríamos catalogarlos de tamaño intermedio, y también pequeños que resultan muy simpáticos a la vista como era el caso.
   Análogamente a lo que sucede hoy día con los coches, ya que mientras unos los prefieren  grandes y largos otros los eligen cortos y pequeños, entonces con los burros sucedía lo mismo. Algunos preferían burros corpulentos de gran alzada, para el trabajo, y otros en cambio los elegían  pequeños; quienes tenían burros chicos,  casi siempre era para hacer labores menores o, simplemente, como vehículo para desplazarse a los distintos lugares. A veces resultaba grotesco ver hombres muy altos subidos en burros bajitos, que iban casi arrastrando los pies por el suelo.
 
   La burrita del hombre de las guindas era de este tipo. De pelaje marrón oscuro, apenas medía 1,20 m. de alzada; sumamente dócil, allí estaba al lado del dueño sin que éste necesitase sujetarla para que permaneciera a su vera, soportando en el lomo la carga de cerezas.

-   ¿De dónde viene usted con una burra tan pequeña? Preguntó otro. ¿Viene de Mieza?
-    ¡Pues sí! Soy de Mieza y vengo de Mieza. Contestó el vendedor. La burra, aunque la ven chica, tiene mucha fuerza, lo que pasa es que yo he venido andando con ella; cuando venda todas las guindas, entonces ya me subo en la burra para volver a mí pueblo.
  
   Todos miraban con atención a la simpática burrita y ésta le miraba a ellos con indiferencia. Entonces comentó uno:

   La burra es bonita. Si casi debe dar pena subirse en ella. ¿Es una cría?
-  ¡Qué va a ser una cría! Contestó el de Mieza con desdén, al ver que aquellos hombres, de pronto, habían perdido todo el interés por las guindas, si es que lo habían tenido alguna vez, y ahora este se centraba en la burra. La tengo desde hace tiempo y el animal es así, pequeño… como el dueño.
- Bueno amigos, continuó hablando el dueño del animal, yo he venido a vender cerezas y si quieren comprar alguna…vale, y si no…yo sigo mi camino. Está empezando a hacer calor y tengo que acabar de vender toda la fruta para poder volver pronto “pal” pueblo.
¡No tenga tanta prisa!, dijo otro. Si hace falta, nosotros le compramos algunas guindas y ya 
 está. Déjenos admirar la burrita un poco más.

   Eran hombres jóvenes los que formaban el grupo y el que acababa de hablar estaba encantado con el animal, empezó a acariciarle la cabeza y el cuello a la par que le dirigía algunas palabras para que se tranquilizara ante la presencia de un extraño como él, y ella se dejaba hacer.

  -  Si no llevara usted la carga de guindas, le pedía que me dejara dar un paseo en la burra. ¡Qué bonita es! Aunque al verla tan pequeña, casi da pena subirse en ella. Dan ganas hasta de cogerla.
-   ¡Pues cógela si puedes! Contestó el dueño que estaba empezando a cansarse de la situación. Él había llegado a ese pueblo a vender guindas, tenía que continuar recorriendo las calles del lugar anunciando la mercancía por las casas, y estaba allí parado en mitad de la calle con aquellos hombres a quienes lo único que les interesaba era lo graciosa que era la burra que llevaba. Así que decidió zanjar la conversación y seguir con su actividad mercantil.
-    Mirad, la burra la compré siendo una cría hace 3 años, y aunque la veáis pequeña es muy fuerte, me lleva a todos los sitios y me hace el avío. Además, añadió a modo de broma, tiene la ventaja de que si un día voy subido y me caigo de ella, como es bajita, el suelo está cerca y me haré poco daño. Al principio, cuando la compré, alguna vez la cogí, así que imaginad lo pequeña que era cuando era una cría, pero creció y ahora cualquiera carga con ella. En fin, me alegra que os guste la burra, pero ella y yo tenemos que seguir nuestro camino.

-       ¡Espere un poco, hombre! Dijo el que acariciaba al animal. Nosotros vamos al bar que se ve allí adelante. ¿Qué le parece si cojo la burra, con la carga y todo, y la llevo hasta allí sin parar? Si puedo hacerlo, nos paga usted una ronda a todos, y si no logro llegar hasta allí, con la burra encima, los compañeros y yo le compramos todas las guindas que le quedan y así se puede volver para su pueblo ya mismo.

   Todos quedaron muy sorprendidos al escuchar lo que acababa de proponer el compañero, y el primero que reaccionó ante la propuesta fue el dueño del animal:

  ¿Pero dónde se ha visto tal cosa? Estoy acostumbrado a ver burros cargando con personas, pero nunca he visto personas cargando con burros.
            -  Si acepta, lo va a poder ver. Respondió el que había lanzado el desafío. Eso sí, se dirigió a 
           los amigos, si no soy capaz de llegar hasta allí, tenéis que comprometeros a comprar las         
           guindas conmigo. 
            -  ¡Venga, vale! Contestaron estos.

   El dueño de la burra aceptó de buen grado aquella inusual apuesta, convencido de que ya 
tenía vendida toda la mercancía del día; "el porteador" de burros se situó debajo del animal y los compañeros le ayudaron a sujetar la burra que, a pesar de su docilidad, lógicamente estaba algo asustada. La cargó sobre sus hombros, sujetando las patas adelante, sobre el pecho, para impedir que el animal se moviera, la izó del suelo y comenzó el recorrido cuya meta era un bar que estaba a la vista, frente a ellos, calle arriba, a unos cien metros aproximadamente de donde se encontraban.
 
   Con paso firme, el joven que cargaba con la burra avanzaba y sus compañeros, que iban tras él con el vendedor, no dejaban de animarle, jaleándole; en cambio, el dueño del animal, el “Tío de las Guindas”, caminaba en silencio convencido de que de un momento a otro iba a acabar el espectáculo.       
   Un hombre cargando con un asno, seguido por una cuadrilla de hombres animándole, no es un espectáculo que pueda verse todos los días, así que todo aquel que pasaba en aquellos momentos por la calle se detenía a mirar aquella extraña comitiva.
 
   El centenar de metros que separaban ambos bares, sin faltar ninguno, fue capaz de recorrer el fornido joven que cargaba con el animal. Cuando estaba a punto de llegar a su meta, los clientes de aquel establecimiento, al ver acercarse aquella extraña procesión, entre risas y comentarios salieron a la calle a recibirlos.
 
       Cuando la comitiva alcanzó la meta, llegando a la puerta del establecimiento, los compañeros           ayudaron al cargador de burros a dejar el animal en el suelo, le felicitaron por haber ganado la     
    apuesta y entraron en el bar a celebrar lo sucedido, a la par que el dueño del animal maldecía para 
    sus adentros haber aceptado el desafío; no solo había perdido la venta de las cerezas, sino que 
    además debía invitar a los apostantes. Él había dado su palabra y no podía faltar a ella.
¿Quién era más burro?   


   Este hecho sucedió realmente y, aunque no es un cuento, también tuvo un final feliz como las narraciones infantiles, pero los protagonistas no acabaron comiendo perdices, sino guindas.     El hombre que susurraba y cargaba con burros, y sus compañeros, eran buena gente y, en un acto de generosidad y gratitud,- La gratitud es la señal de las almas nobles (Esopo) - por el buen rato que habían pasado con el vendedor y su burra, hablaron con los demás clientes que había en el bar y entre todos los allí presentes, incluida la dueña del establecimiento, le compraron todas las guindas que aún le quedaban por vender;  gracias a ello, éste con su burra, subido en ella…ahora sí, desde el bar, muy contento,  emprendió el camino de regreso a su pueblo.

Nota
 Esto ocurrió a comienzos de 1960; ese día, mi padre, "a mediodía” (debían ser las 3 de la tarde) volvió a casa con dos kilos de cerezas.