miércoles, 2 de mayo de 2018


El hombre callado


   Recientemente, tuve ocasión de conocer a una mujer peruana que reside, con su familia, en un pueblo de Extremadura; dicha población tiene cerca de 2500  habitantes y, como en todos los sitios, allí hay bastantes parados.
  Resulta que, en dicho pueblo, un día surgió una oferta laboral y ninguno de los parados del lugar  quiso aceptar el empleo; en cambio, el marido de esta mujer, que ni siquiera vivía allí, cuando se enteró de tal oferta, aceptó gustoso el trabajo y se trasladó con la familia a vivir a dicho municipio.   
   La conclusión que podemos sacar de ello, es que los desempleados del pueblo estarían parados, pero no necesitados; mientras que el peruano estaba parado y necesitado.
   El trabajo consiste en ser guardés de una finca;  el sueldo es normal, no es bajo; la vivienda es gratis; los gastos de agua y luz corren por cuenta del dueño de la finca, y tiene sus vacaciones reglamentarias. 
   Hasta aquí, todo parece estar correcto; luego, ¿por qué ninguno de los parados del pueblo aceptó el empleo?.  La verdad es que, a ciencia cierta, no lo sé; habría que preguntárselo a todos ellos, uno a uno, para que cada cual cuente su circunstancia; pero, aunque sí que me gustaría averiguar la causa , mi curiosidad no es tanta como para acercarme hasta allí y hacer una encuesta sobre el asunto. 

  Se dice que toda "cena conlleva una factura",  o, dicho de otro modo, que todo asunto tiene una cara buena, y otra menos buena; dependiendo, todo ello, del lugar desde el que se mire o aborde el mismo. En este caso, la cara menos buena de este trabajo, es que su desempeño requiere, como condición indispensable, que el guardés de la finca debe vivir en la misma, a 5 km. del pueblo más próximo.
 
   El paisaje es muy bonito; la pureza del aire que allí se respira es inmejorable; por las mañanas, los componentes de la familia son despertados por los trinos de los  pájaros;  no tienen vecinos molestos...  Una forma tan bucólica de vivir, cuando es para unas horas, o unos días, resulta  muy agradable;  pero, cuando vivir en medio de la dehesa extremeña, alejado de la civilización, se convierte en tu modo de vida habitual,  esto ya no resulta tan el atractivo.   
   Sospecho que ese fue el motivo por el que ninguno de los parados del  pueblo quiso aceptar el empleo; no obstante, la mujer me indicó que ellos ya llevaban viviendo, en la finca, más de dos años,  y que estaban muy contentos.

   En Salamanca, donde también abundan las dehesas, los dueños de las fincas, tal como ocurre con los cortijos o dehesas, en Extremadura y Andalucía, casi todos ellos  viven con su familia en la ciudad, siendo los empleados quienes residen (más bien, residían) en ellas.
  Debido a que trabajar en el campo es poco atractivo, para la mayoría de la gente, no resulta tarea fácil encontrar empleados dispuestos a  vivir en plena dehesa,  alejados del mundanal ruido, como decía el poeta; por ello; dentro de las pocas ofertas laborales  que tenemos en la provincia, no es raro ver anuncios en los que se ofrecen empleos para trabajar en explotaciones ganaderas.

   Esto es algo  que ocurre en la actualidad, pero no siempre fue así; hasta hace unos 30 años, los dueños de las fincas no tenían dificultad alguna para encontrar empleados dispuestos a vivir en el campo. Imagino que entonces debíamos estar más necesitados que ahora y,  por ello, nunca faltaban vaqueros dispuestos a aceptar estas condiciones de trabajo.
   En ocasiones, incluso se consideraban bastante afortunados por poder trabajar allí, en su tierra, sin tener que emigrar fuera de su entorno, desempeñando un empleo que les permitía vivir con bastante desahogo: recibían su sueldo, la casa era gratis y,  además, algunos, hasta podían criar algo de ganado propio.  

   Bueno, pues esto ocurrió en una dehesa salmantina, a comienzos de la década de 1970,  por la zona de Villavieja y Retortillo, ahora tan de actualidad debido a la mina de uranio, cuando los vaqueros y sus familias aún continuaban viviendo en las fincas.
  
   En aquella dehesa, residía un vaquero con su familia y el hombre, como buen charro, era trabajador, honrado y formal.
   Se dice de los salmantinos que, en general, somos poco simpáticos y que no nos gusta hablar demasiado; nuestro vaquero, no sólo se ajustaba al prototipo, lo superaba con creces ya que era de pocas palabras.
   La verdad es que para vivir en el medio del campo, sólo con la familia,  no hace falta ser un dechado de simpatía,  pero es que el hombre medía tanto sus palabras, y hablaba tan poco, que la mujer y los hijos, cuando no estaba presente, bromeaban sobre el asunto y preguntaban ¿dónde está "el hombre callado"?. 
   Es virtud bien sabida que, quien menos habla, menos tonterías dice; mas lo de este hombre era ya exagerado y su mujer tenía que sacarle las palabras casi a la fuerza; ella, por su parte, era muy parlanchina, y hablaba hasta por los codos, como se dice vulgarmente, compensando sobradamente a aquel hombre tan taciturno que el destino le había deparado por compañero  (sería interesante saber cómo habían llegado a relacionarse cuando eran novios; quizá entonces, él, hasta  era simpático y todo. Y es que, de novios, todos parecen buenos, pero luego...).
   Se han realizado estudios sobre la diferencia del lenguaje entre hombres y mujeres indicando alguno de ellos que, al cabo del día, los hombres emplean un promedio de 15.000 palabras,  mientras que las  mujeres utilizan unas 30.000.
    Este hombre, en una jornada normal,  apenas llegaba a las 500, excepto cuando bebía algo de vino; en esas ocasiones, se volvía más dicharachero y mejoraba un poco sus números. .
   
  La comarca donde está la finca, desde el punto de vista eclesiástico, pertenece a la diócesis de Ciudad Rodrigo, y, un domingo, el obispo de esa ciudad iba a ir al pueblo, donde esta ubicada la 
Diocesisciudadrodrigo.org
dehesa, a administrar el Sacramento de la Confirmación a los chicos del lugar y  de las fincas próximas; entre ellos, estaba una de las hijas de este matrimonio.
   - Mira Gaudioso, dijo la mujer al marido, el día antes de la ceremonia. Mañana, como sabrás, viene el obispo al pueblo y va a confirmar a la niña,  así que tendrás que hablar con él.
   - Vale, respondió nuestro paisano. ¿Y qué le digo?
   - ¡Pues qué le vas ha decir! -contestó exasperada la mujer- le dices lo normal... no puedes decirle solo ¡hola! y ya está. Lo único que debes hacer es ser amable con él y decirle lo que os decís siempre los hombres cuando os veis y no os conocéis. 
   La esposa observó con atención al marido, a ver qué contestaba, y vio que, como como siempre, no respondió nada. Poco convencida de que hubiera comprendido  bien, lo que le había dicho, decidió seguir aleccionándole respecto al comportamiento que debía seguir, ante la visita del mitrado:
   - Va a asistir bastante gente y, como el obispo no nos conoce a ninguno,  imagino que nos saludará a todos y  ya está...no creo que se pare a hablar mucho con la gente; así que le saludas, le dices alguna palabra más, y se acabó... es muy muy fácil. Eso sí, lo poco que hables con él, que sea correcto. Le preguntas...pues lo mismo que a tu hermano, cuando hace tiempo que no lo ves, por poner un ejemplo.
  - Vale, vale...lo he entendido - respondió Gaudioso- Tú tranquila. 

   Él, que vivía tan a gusto en la dehesa, con un círculo social tan limitado que se reducía a la familia, al dueño de la finca, cuando les visitaba, y a la gente que veía ocasionalmente, cuando se desplazaba al pueblo; aquella noche durmió muy inquieto por las recomendaciones que le había hecho su mujer: "Debía dirigirse al obispo y ser simpático" ¡Casi nada!. Aquello era algo que se alejaba totalmente de sus hábitos diarios y no estaba muy seguro de poder superar la prueba con solvencia.
   Llegó el domingo y, tras la ceremonia, hubo un convite organizado por los padres de los chicos, que habían sido confirmados,  para festejar el evento y agasajar al obispo.
   En un momento dado, Gaudioso, siguiendo las recomendaciones de su mujer, de ser comunicativo y amable con el obispo; algo nervioso, se acercó hasta él, y haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, acertó a decir:
   - ¿Que tal Sr. obispo? ¿Como está Vd.? ¿Y su señora? ¿Y sus hijos?
    El obispo, muy confuso, no supo qué responder.

(Desconozco la conversación que ambos esposos mantuvieron después, cuando el marido le explicó a la mujer lo simpático y amable que había sido con el obispo, mas cuentan las crónicas, que los gritos de la mujer, a pesar de que la dehesa es muy extensa, llegaron a oírse hasta en las dehesas vecinas)

6 comentarios:

  1. Una historia más, y tan bien narrada, que nos las haces vivir casi, casi en directo. La escritura tiene esa ventaja sobre la imagen, cine, televisión, que según lees le vas poniendo las imágenes que a cada cual le sugiere la narración, al contrario de aquellos medios que te muestran la imagen, que puede o no coincidir con la que uno se imagina en la escrito, en la lectura.
    En esta ocasión, supongo que el Sr. Obispo, comprendería muy bien a Gaudioso y sus nervios del momento.
    Parece que oigo a su mujer, retumbando en la dehesa: ¡Animal! Mira que eres animal, preguntarle al obispo por su mujer ¡animal!...
    Y así, una tras otra, ya nos has regalado 55 historias, publicadas en tu blog. Gracias José.
    -Manolo-

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    1. Este hecho ocurrió realmente y me lo contaron en Villavieja. En muchas ocasiones, uno quiere parecer lo que no es, y ello acarrea más de un disgusto, como le ocurrió al pobre Gaudioso; "obligado" por su mujer a transformarse en una persona simpática, de un día para otro.

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  2. No es fácil encontrar gente para trabajar en el campo, como bien dices cada uno tiene sus razones. La historia muy bien narrada.
    Un saludo.

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    1. Se habla de que una de las causas del despoblamiento rural es la falta oportunidades laborales en los pueblos y, muchas veces, esto no se ajusta a la realidad; oportunidades de trabajo hay...eso sí, si te dedicas a la agricultura y/o ganadería, una actividad que rechazan, muchos jóvenes en los pueblos.
      Un saludo

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  3. Jajajajajaja.... La contextualización perfecta... El chascarrillo muy gracioso...

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    1. De chascarrillo nada. Una historia muy real. La duda que me queda es si la confusión del obispo fue debida a lo inesperado de la pregunta, o si tenía alguna "novia oculta" y pensó que Gaudioso había descubierto su secreto (quiero pensar que fue por lo primero)

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