El hombre callado
Recientemente, tuve ocasión de
conocer a una mujer peruana que reside, con su familia, en un pueblo de
Extremadura; dicha población tiene cerca de 2500 habitantes y, como en todos los sitios, allí
hay bastantes parados.
Resulta que, en dicho pueblo, un
día surgió una oferta laboral y ninguno de los parados del lugar quiso
aceptar el empleo; en cambio, el marido de esta mujer, que ni siquiera vivía
allí, cuando se enteró de tal oferta, aceptó gustoso el trabajo y se trasladó
con la familia a vivir a dicho municipio.
La conclusión que podemos
sacar de ello, es que los desempleados del pueblo estarían parados, pero no
necesitados; mientras que el peruano estaba parado y necesitado.
El trabajo consiste en ser guardés de una
finca; el sueldo es normal, no es bajo;
la vivienda es gratis; los gastos de agua y luz corren por cuenta del dueño de
la finca, y tiene sus vacaciones reglamentarias.
Hasta aquí, todo parece estar correcto;
luego, ¿por qué ninguno de los parados del pueblo aceptó el empleo?. La verdad es que, a ciencia cierta, no lo sé;
habría que preguntárselo a todos ellos, uno a uno, para que cada cual cuente su
circunstancia; pero, aunque sí que me gustaría averiguar la causa , mi curiosidad no es tanta como para acercarme hasta
allí y hacer una encuesta sobre el asunto.
Se dice que toda "cena conlleva una
factura", o, dicho de otro modo, que todo asunto tiene una cara buena, y otra menos buena; dependiendo, todo
ello, del lugar desde el que se mire o aborde el mismo. En este caso, la cara
menos buena de este trabajo, es que su desempeño requiere, como
condición indispensable, que el guardés de la finca debe vivir en la misma, a 5
km. del pueblo más próximo.
El paisaje es muy bonito; la pureza del aire
que allí se respira es inmejorable; por las mañanas, los componentes de la
familia son despertados por los trinos de los
pájaros; no tienen vecinos
molestos... Una forma tan bucólica de
vivir, cuando es para unas horas, o unos días, resulta muy agradable; pero, cuando vivir en medio de la dehesa
extremeña, alejado de la civilización, se convierte en tu modo de vida
habitual, esto ya no resulta tan el atractivo.
Sospecho que ese fue el motivo por el que
ninguno de los parados del pueblo quiso
aceptar el empleo; no obstante, la mujer me indicó que ellos ya llevaban viviendo, en la finca, más de dos años, y que estaban muy contentos.
En Salamanca, donde también abundan las
dehesas, los dueños de las fincas, tal como ocurre con los cortijos o dehesas,
en Extremadura y Andalucía, casi todos ellos
viven con su familia en la ciudad, siendo los empleados quienes residen
(más bien, residían) en ellas.
Debido a que trabajar en el campo es poco atractivo, para la mayoría de la gente, no resulta tarea fácil
encontrar empleados dispuestos a vivir
en plena dehesa, alejados del mundanal
ruido, como decía el poeta; por ello; dentro de las pocas ofertas laborales que tenemos en la provincia, no es raro ver
anuncios en los que se ofrecen empleos para trabajar en explotaciones
ganaderas.
Esto es algo que ocurre en la actualidad, pero no siempre
fue así; hasta hace unos 30 años, los dueños de las fincas no tenían dificultad
alguna para encontrar empleados dispuestos a vivir en el campo. Imagino que
entonces debíamos estar más necesitados que ahora y, por ello, nunca faltaban vaqueros dispuestos
a aceptar estas condiciones de trabajo.
En ocasiones, incluso se
consideraban bastante afortunados por poder trabajar allí, en su tierra, sin
tener que emigrar fuera de su entorno, desempeñando un empleo que les permitía
vivir con bastante desahogo: recibían su sueldo, la casa era gratis y, además, algunos, hasta podían criar algo de
ganado propio.
Bueno, pues esto ocurrió en una
dehesa salmantina, a comienzos de la década de 1970, por la zona de Villavieja y Retortillo, ahora
tan de actualidad debido a la mina de uranio, cuando los vaqueros y sus familias
aún continuaban viviendo en las fincas.
En aquella dehesa, residía un
vaquero con su familia y el hombre, como buen charro, era trabajador, honrado y
formal.
Se dice de los salmantinos que,
en general, somos poco simpáticos y que no nos gusta hablar demasiado; nuestro
vaquero, no sólo se ajustaba al prototipo, lo superaba con creces ya que era de
pocas palabras.
La verdad es que para vivir en
el medio del campo, sólo con la familia,
no hace falta ser un dechado de simpatía, pero es que el hombre medía tanto sus
palabras, y hablaba tan poco, que la mujer y los hijos, cuando no estaba
presente, bromeaban sobre el asunto y preguntaban ¿dónde está "el hombre
callado"?.
Es virtud bien sabida que,
quien menos habla, menos tonterías dice; mas lo de este hombre era ya exagerado
y su mujer tenía que sacarle las palabras casi a la fuerza; ella, por su parte,
era muy parlanchina, y hablaba hasta por los codos, como se dice vulgarmente,
compensando sobradamente a aquel hombre tan taciturno que el destino le había
deparado por compañero (sería interesante saber cómo habían llegado a
relacionarse cuando eran novios; quizá entonces, él, hasta era simpático y todo. Y es que, de novios,
todos parecen buenos, pero luego...).
Se han realizado estudios sobre la diferencia del lenguaje entre hombres y mujeres indicando alguno de ellos que, al cabo del día, los hombres emplean un promedio de 15.000 palabras, mientras que las mujeres utilizan unas 30.000.
Se han realizado estudios sobre la diferencia del lenguaje entre hombres y mujeres indicando alguno de ellos que, al cabo del día, los hombres emplean un promedio de 15.000 palabras, mientras que las mujeres utilizan unas 30.000.
Este hombre, en una
jornada normal, apenas llegaba a las
500, excepto cuando bebía algo de vino; en esas ocasiones, se volvía más dicharachero y mejoraba
un poco sus números.
.
La comarca donde está la finca,
desde el punto de vista eclesiástico, pertenece a la diócesis de Ciudad
Rodrigo, y, un domingo, el obispo de esa ciudad iba a ir al pueblo, donde esta
ubicada la
dehesa, a administrar el
Sacramento de la Confirmación a los chicos del lugar y de las fincas próximas; entre ellos, estaba
una de las hijas de este matrimonio.
Diocesisciudadrodrigo.org |
- Mira Gaudioso, dijo la mujer al marido, el
día antes de la ceremonia. Mañana, como sabrás, viene el obispo al pueblo y va
a confirmar a la niña, así que tendrás
que hablar con él.
- Vale, respondió nuestro paisano. ¿Y qué le
digo?
- ¡Pues qué le vas ha decir! -contestó exasperada
la mujer- le dices lo normal... no puedes decirle solo ¡hola! y ya está. Lo
único que debes hacer es ser amable con él y decirle lo que os decís siempre
los hombres cuando os veis y no os conocéis.
La esposa observó con atención al marido, a
ver qué contestaba, y vio que, como como siempre, no respondió nada. Poco
convencida de que hubiera comprendido
bien, lo que le había dicho, decidió seguir aleccionándole respecto al
comportamiento que debía seguir, ante la visita del mitrado:
- Va a asistir bastante gente y, como el
obispo no nos conoce a ninguno, imagino
que nos saludará a todos y ya está...no
creo que se pare a hablar mucho con la gente; así que le saludas, le dices
alguna palabra más, y se acabó... es muy muy fácil. Eso sí, lo poco que hables
con él, que sea correcto. Le preguntas...pues lo mismo que a tu hermano, cuando
hace tiempo que no lo ves, por poner un ejemplo.
- Vale, vale...lo he entendido - respondió
Gaudioso- Tú tranquila.
Él, que vivía tan a gusto en la dehesa, con
un círculo social tan limitado que se reducía a la familia, al dueño de la
finca, cuando les visitaba, y a la gente que veía ocasionalmente, cuando se
desplazaba al pueblo; aquella noche durmió muy inquieto por las recomendaciones
que le había hecho su mujer: "Debía dirigirse al obispo y ser simpático"
¡Casi nada!. Aquello era algo que se alejaba totalmente de sus hábitos diarios
y no estaba muy seguro de poder superar la prueba con solvencia.
Llegó el domingo y, tras la ceremonia, hubo
un convite organizado por los padres de los chicos, que habían sido
confirmados, para festejar el evento y
agasajar al obispo.
En un momento dado, Gaudioso, siguiendo las
recomendaciones de su mujer, de ser comunicativo y amable con el obispo; algo
nervioso, se acercó hasta él, y haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, acertó a
decir:
- ¿Que tal Sr. obispo? ¿Como está Vd.? ¿Y su
señora? ¿Y sus hijos?
El obispo, muy confuso, no supo qué
responder.
(Desconozco la conversación que ambos esposos
mantuvieron después, cuando el marido le explicó a la mujer lo simpático y
amable que había sido con el obispo, mas cuentan las crónicas, que los gritos
de la mujer, a pesar de que la dehesa es muy extensa, llegaron a oírse hasta en
las dehesas vecinas)
Una historia más, y tan bien narrada, que nos las haces vivir casi, casi en directo. La escritura tiene esa ventaja sobre la imagen, cine, televisión, que según lees le vas poniendo las imágenes que a cada cual le sugiere la narración, al contrario de aquellos medios que te muestran la imagen, que puede o no coincidir con la que uno se imagina en la escrito, en la lectura.
ResponderEliminarEn esta ocasión, supongo que el Sr. Obispo, comprendería muy bien a Gaudioso y sus nervios del momento.
Parece que oigo a su mujer, retumbando en la dehesa: ¡Animal! Mira que eres animal, preguntarle al obispo por su mujer ¡animal!...
Y así, una tras otra, ya nos has regalado 55 historias, publicadas en tu blog. Gracias José.
-Manolo-
Este hecho ocurrió realmente y me lo contaron en Villavieja. En muchas ocasiones, uno quiere parecer lo que no es, y ello acarrea más de un disgusto, como le ocurrió al pobre Gaudioso; "obligado" por su mujer a transformarse en una persona simpática, de un día para otro.
EliminarNo es fácil encontrar gente para trabajar en el campo, como bien dices cada uno tiene sus razones. La historia muy bien narrada.
ResponderEliminarUn saludo.
Se habla de que una de las causas del despoblamiento rural es la falta oportunidades laborales en los pueblos y, muchas veces, esto no se ajusta a la realidad; oportunidades de trabajo hay...eso sí, si te dedicas a la agricultura y/o ganadería, una actividad que rechazan, muchos jóvenes en los pueblos.
EliminarUn saludo
Jajajajajaja.... La contextualización perfecta... El chascarrillo muy gracioso...
ResponderEliminarDe chascarrillo nada. Una historia muy real. La duda que me queda es si la confusión del obispo fue debida a lo inesperado de la pregunta, o si tenía alguna "novia oculta" y pensó que Gaudioso había descubierto su secreto (quiero pensar que fue por lo primero)
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