Silverio era propietario de una de las más afamadas
ferreterías de la ciudad, un negocio familiar que compartía con dos hermanos,
Gene y Paula; siempre estaba muy bien surtida y tenían una clientela numerosa y
fiel, lo que propiciaba que el negocio funcionara a plena satisfacción de los
dueños.
Aquel lunes, como todos los días laborables,
llegó muy puntual a abrir la ferretería. Solía ser el más madrugador de los hermanos,
por lo que, habitualmente, era el encargado de abrir la tienda tras subir la
persiana metálica que daba acceso al interior, resultándole sumamente extrañó ver
que el negocio ya estaba abierto cuando llegó. Aquel día se había adelantado su
hermano Gene, que estaba, en aquellos momentos, pegando un cartel con cinta
adhesiva dentro de la tienda.
-
¡Buenos días hermano, qué haces!
-
Aquí pegando este anuncio. Voy a vender la
escopeta.
-
¿¡¡Qué dices!!? Exclamó Silverio
sumamente extrañado. ¿Cómo vas a vender tu escopeta? Pero si ayer te estrenabas
como cazador, ¿Qué paso? ¿No pegaste ningún tiro?
-
Te equivocas, respondió el hermano muy
serio. Fui el que más tiros dio y con diferencia
-
Pues entonces no entiendo nada. Contestó Silverio.
Para
entender lo que había pasado, no bastaba con remontarse al día anterior, sino a
varias semanas atrás. Gene, su hermano menor, a sus cuarenta y ocho años, nunca
había mostrado interés alguno por las armas ni por la caza. La familia era
originaria de un pueblo de la provincia, sus padres cuando eran niños, se había
trasladado a la ciudad donde el padre había abierto el negocio de la
ferretería, y seguían manteniendo bastante relación con los paisanos del pueblo;
muchos de ellos, además, eran clientes y pasaban por allí, a comprar, cuando
iban a la ciudad.
Uno de los paisanos, Segismundo -Segis para los conocidos- era amigo de
la infancia de Gene. Dos meses atrás había ido un día a la ciudad, pasó por la
ferretería a saludar a los hermanos y Gene le había acompañado a una armería,
ya que uno de los motivos que le había llevado aquel día ir a la ciudad era comprar
cartuchos porque se había abierto la Media Veda, un periodo de tiempo que transcurre
en la segunda mitad del verano, en el que cazadores matan el gusanillo
de las ganas de cazar, cargándose miles de aves, sirviendo además, como un anticipo a
la apertura oficial de la veda, que suele acontecer en la primera quincena de
octubre.
Segis sentía una afición desmedida por la caza
de modo que, cuando salía a relucir algún tema relacionado con esta actividad, se le iluminaba el alma hablando de ella. Para él, año se dividía
en dos etapas: período hábil y período inhábil para cazar, algo que dejaba
reflejado en un calendario de sobremesa que miraba a diario. En él, los días hábiles
para cazar aparecían subrayados con rotulador fosforescente rojo, mientras que el resto de los días permanecían en el más absoluto anonimato,
sin una triste nota de atención.
Antes
de ir a la armería, los dos amigos pasaron por una cafetería a tomar algo, se sentaron
en una mesa, y a Gene se le ocurrió hacer al amigo la típica pregunta que no
se le debe hacer a un cazador si quiere evitar el riesgo de pasar más de media
hora oyendo batallitas.
-
Segis, ¿tú, desde cuándo eres cazador?
- No sabría decirte. Contestó el amigo. Creo
que desde siempre. Cuando era niño ya iba con mi padre a cazar. Lo de ser
cazador, debe ser algo genético, como ser hincha del Atlético de Madrid, un
club que, aunque gane pocos títulos, tiene una afición incondicional que ama al
equipo de forma desmedida, permaneciendo fiel a sus colores, a lo largo del
tiempo, inmune a los acontecimientos que puedan sucederle.
- Todos los cazadores decís que ahora hay poca
caza. Siguió comentando Gene. ¿Mantienes la afición de siempre, o ha disminuido
con el tiempo?
Antes de contestar, Segis soltó una
carcajada
- ¿Has oído, alguna vez, decir a un agricultor que la cosecha es buena? Lo mismo pasa con los cazadores, nunca tenemos suficiente... siempre queremos más. Cazar es fantástico; en el comienzo de los tiempos, los primeros humanos eran cazadores y recolectores, cazaban animales para alimentarse con su carne y cogían frutos silvestres; entonces se cazaba por necesidad; pero, desde que se inventó la agricultura y se domesticaron los primeros animales, pasó a ser una actividad de ocio y dejó de ser una necesidad. Hoy día, unos dicen que la caza es un deporte, los más finos la catalogan como una actividad cinegética…casi un arte, y para mí simplemente es una afición.
Si los humanos pretendemos ser felices,
ayuda mucho tener una afición, algo que nos guste y haga sentir bien, como
coleccionar sellos; bolígrafos; latas de cerveza, mejor llenas que vacías eso
sí; tener una moto Harley-Davidson… yo que sé. Cada uno se imagina el paraíso a
su modo y el mío consistiría en tener una buena escopeta, un buen perro, y un
coto sin períodos de veda alguna, con abundante caza que no se acabara nunca.
Cuando comentabas antes que había poca caza, es cierto: cada vez hay más cazadores con mejores escopetas y menos piezas que abatir. En nuestra zona, y creo que en todas, cada vez se caza menos. Si mi afición dependiera de las piezas que me cobro cada semana, ya lo habría dejado hace años; pero cazar no solo es disparar a los animales, supone todo un rito que comienza por las mañanas al salir al campo con las primeras luces del día y contemplar los amaneceres; respirar el aire puro; recorrer caminos, veredas y caminar campo a través; ver los cambios de la vegetación en relación con el clima; en esencia, disfrutar de la naturaleza realizando a la vez una actividad tan emocionante como lo es cruzarte con un conejo, una liebre o un bando de perdices salvajes, es algo extraordinario. También asisto ocasionalmente a alguna batida de jabalíes, aunque eso ya es caza mayor, y así es como voy tirando.
En cuanto a la rentabilidad, no tiene ninguna;
al contrario, es un capricho algo caro. El arma, pagar la licencia, el seguro,
el coto, los cartuchos, los cuidados del perro todo el año. En fin, ¿qué quieres
que te diga?, en los tiempos que corren es solo la afición lo que le lleva a uno
a cazar y no hay más.
Cuando
Segis hablaba de temas relacionados con la caza, perdía la noción del tiempo y siguió aún casi media hora más con su retahíla; a la par que el ánimo del
cazador aumentaba a medida que se alargaba la conversación, el de Gene iba disminuyendo. Al principio le
prestó atención, esta se fue diluyendo progresivamente y al final, ya ni oía lo
que Segis continuaba narrando. Llegó un momento en el que se puso en pie con
intención de avisar al camarero, para que le cobrara lo que habían tomado, y ya
no llegó a sentarse, haciendo comprender al amigo que la paciencia de su
auditorio, o sea, la suya, había tocado fondo y no estaba dispuesto a seguirle escuchando.
Una vez que abandonaron la cafetería, fueron a la armería a por los cartuchos, Segis aprovechó para ver los últimos modelos de escopeta y vio una que le encantó, comentando a Gene:
-
Yo,
si hoy tuviera que comprar una escopeta, me llevaba esta ¡qué maravilla! Lo que ocurre es que tengo ya tres y si me
presento con otra en casa, la mujer, o se divorcia, o la estrena pegándome un
tiro con ella, y con toda la razón.
¡Mira
ver Gene! Anímate tú. Estoy seguro que si la compras, y te vienes a cazar conmigo,
vas a coger una afición de la leche.
-
Alguna
vez sí que me he planteado si me gustaría salir a cazar o no. Comentó Gene.
-
Tienes que probar un día – le animó Segis- “De todas las cosas de esta vida
manda catar el señor”. Decía el arcipreste de Hita, y, aunque creo que se
refería a cosas de comer, para esto también nos vale. Tienes que salir un día a
cazar a ver si te gusta. No puedes morirte con esa duda. Saca la licencia de
armas, yo te dejo una escopeta y sales un día conmigo. Si ves que te gusta, entonces
ya compras una escopeta nueva, como la que estamos viendo…es magnífica. Yo, si
las circunstancias fueran otras, me la llevaba sin dudarlo un instante.
La vehemencia que había puesto Segis al describir los avatares de la caza, y el haber tenido
en sus manos aquella escopeta que tanto gustaba al amigo, sintiendo la suavidad de la culata
de madera pulida, así como ver los grabados tan bonitos que tenía en la parte metálica de la
empuñadura, hicieron que Gene comenzase a plantearse el hecho de iniciarse en esas lides; a
ello se sumaba el hecho de que, a diario, pasaba caminando ante la armería, que estaba situada
en el trayecto de su casa a la ferretería y a través del escaparate podía ver la escopeta que había
tenido en sus manos, en una vitrina.
Un día, entró en la armería interesándose por la misma y el dueño, un vendedor de la vieja
escuela, capaz de vender cubitos de hielo a un esquimal, en pleno invierno, supo hacer
su trabajo a la perfección, indicándole que aquel arma era lo mejor de lo mejor: bonita,
precisa, ligera…el sueño de todo cazador, y lo más interesante de todo era que, “casualmente”,
aquel día, estaba en oferta y valía un 15% menos.
Gene, tras oír al vendedor, fue cauto; él también era vendedor y sabía tanto o más del oficio
que el dueño de la armería, así que le dijo que iba a pensarlo, pero el tiempo de la meditación
fue corto ya que, a los dos días, volvió al establecimiento a efectuar la compra.
Aquella misma noche llamó a Segis
diciéndole que había comprado la escopeta que le había
recomendado y que le hiciese socio del coto de caza del pueblo, porque había decidido iniciarse
como cazador.
La repentina conversión de Gene, sorprendió bastante al amigo; nunca es tarde para incorporarse a una actividad, pero el sentido común indica que siempre es necesario probar primero las cosas, especialmente si la actividad conlleva un gasto de dinero; una vez ya convencido de que aquello te convence, es cuando ha llegado la hora de implicarse a fondo en ello, y veía que Gene había empezado por el final, lo que se dice popularmente, había comenzado la casa por el tejado, decidiendo ser cazador de la noche a la mañana y sin llevarlo en los genes, como era su caso.
Segis le indicó que lo de pertenecer a la sociedad de cazadores para poder cazar, al principio podía prescindir de ello ya que él, como era socio del coto, podía llevar un invitado; en cuanto a la escopeta, le recomendó que hablara con el dueño de la armería y le dijese que de momento aplazaba la compra, porque él le dejaría una de las suyas para empezar y una vez se convenciese de que tenía madera de cazador, es cuando había llegado el momento de comprar una propia y hacerse socio del coto; pero Gene estaba obcecado y le indicó que el suyo ya era un camino sin retorno pues ya había pagado la escopeta, tenía cita para obtener la licencia de armas, que conocía a un corredor de seguros y ya había también hablado con él…vamos, que en breve esperaba tener resueltos todos los trámites necesarios.
En pocas semanas había pasado de ser un hombre a quien el mundo de la caza le resultaba indiferente, a ser un aspirante a cazador impaciente por iniciarse en su nueva afición.
En
esta vida, uno no puede ser bueno en todo; por ello, es recomendable dedicarse exclusivamente
a un número limitado de actividades y buscar la excelencia en ellas. La esencia
de todo lo anterior es que, si te dedicas a algo, debes intentar ser el mejor
en lo tuyo y Gene, que era de esta opinión, con lo de la caza siguió este
camino. Si ya tenía una escopeta excepcional, según el armero y Segis, había
llegado la hora de vestir al cazador. Eso de que el hábito no hace al monje, no
iba con él; si había decidido ser monje, lo iba a hacer con el mejor hábito
posible, así que fue a una tienda especializada y compró el equipo entero de
cazador: botas de montaña, pantalón de lona, camisa, chaleco, jersey, braga
para el cuello, cazadora de camuflaje, canana, prismáticos y un elegante
sombrero verde con plumas en la banda del mismo.
Ya con todo el equipo en casa, y 2500 euros
menos en la cuenta, llegó el gran día. La veda se había abierto y, aunque la
suya era una vocación tardía, estaba tan ilusionado como un
adolescente a punto de acompañar por primera vez a su padre a cazar; el
inconveniente que encontró fue que las previsiones del tiempo para “el día D”,
anunciaban lluvia, y eso no le gustó nada.
Habló con Segis, telefónicamente, el día
antes, para comentar lo de la lluvia y éste le respondió con las palabras
propias de un genuino cazador: “ el
periodo hábil para cazar es que el que es, la lluvia es un problema menor y no
se puede desperdiciar ningún día, ya que uno de los mandamientos del cazador es
que, lo que no cazas tú, lo caza otro”; pero como Gene no era tan genuino,
sino un recién llegado al gremio, las explicaciones del amigo no le
convencieron. Él no estaba dispuesto a
mojarse y decidió aplazar su bautismo de fuego para el siguiente domingo
Habían quedado en casa de Segis para iniciar desde allí la ruta, y la
noche antes Gene se acostó algo nervioso costándole incluso conciliar el sueño,
estaba deseoso de que llegara la mañana para ir, por fin, hasta al pueblo y poder
estrenar, de una vez, aquella magnífica escopeta que había comprado semanas
atrás.
Cuando
Segis, vio llegar al neófito cazador, tuvo que hacer un esfuerzo para contener
la risa. Iba
vestido impecablemente sin faltarle
detalle, totalmente de verde y toda la ropa era de marca, por
supuesto.
-
Gene,
no lo tomes como una crítica negativa, al contrario –dijo al amigo- Todo te
sienta fenomenal, pero es que así se viste la gente que va de safari a África a
cazar elefantes; para disparar a cuatro conejos, si es que conseguimos verlos, no
hace falta complicarse mucho la vida.
- No
sabía que ponerme, y compré esto. Contestó
- Si
estás muy bien, eso no se discute. Para monterías donde se alterna con gente de
postín, estás fenomenal, pero para caza menor como la que vamos a hacer hoy, cualquier
cosa hubiera valido. Las botas sí, son muy importantes, hay que proteger los pies
de la humedad, pero lo demás…
-
Gene
miró al amigo y vio que llevaba una gorra visera vieja con publicidad, por lo
que era fácil deducir que no había pagado nada por ella; un grueso forro polar que años atrás debió tener sus mejores tiempos, pantalones vaqueros bastante
gastados, y botas de montaña hidrófugas de buena calidad -con el calzado sí que se había esmerado el amigo en proteger bien los
pies, viendo que había aplicado lo que predicaba - pero, lo que llamó
poderosamente la atención, fue que apenas llevaba cartuchos; mientras que él
llevaba la canana llena con su peso correspondiente, Segis llevaba un puñado de ellos
en los bolsillos. Por lo visto no era muy optimista respecto al número de piezas
que esperaba ver y, al comentárselo Gene, respondió con pleno convencimiento:
-
Ojalá
pueda dispararlos todos.
Llevaban cerca de dos horas batiendo el terreno
y el perro olfateó algo, resultó ser un conejo que echó a correr, el pobre sus razones tenía para ello. Segis no lo pensó, apuntó rápidamente con la escopeta y lo abatió de un certero
disparo, sin dar tiempo a Gene a enterarse siquiera del lance.
-
Al
siguiente ya le tiras tú-. Avisó Segis.
Tuvo que pasar casi otra hora hasta que el
perro olfateó algo. Gene preparó la reluciente escopeta que llevaba consigo, para
disparar, y salió una liebre a toda carrera, pero el perro que iba tras ella se interponía en la trayectoria de disparo y desistió de apretar el gatillo. Estaba nervioso y deseoso de disparar
a algo, pero si no salen las piezas, poco puede hacerse. Después de tres horas
de camino, estaban cansados y el botín era muy pobre: tan solo el conejo cazado
por Segis.
Se sentaron a descansar, sentándose en una
peña, comieron un bocadillo, echaron unos tragos de vino de una bota que
llevaba Segis, y éste vio la tapadera de un viejo puchero, de metal esmaltado, que
eran los que antes se usaban en la lumbre para cocinar, al lado de la peña, que
alguien habría tirado allí, posiblemente años atrás, diciéndole a Gene:
- Tengo una idea. Habrás visto que no estamos viendo nada de caza y supongo que querrás pegar algún tiro para estrenar la escopeta. Vamos a hacer tiro al plato, yo cojo esta tapadera, la tiro y cuando esté lejos, antes de llegar al suelo, disparas a ver si logras darle.
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A Gene le agradó mucho la idea, y se dispusieron a ello. Segis se puso tras una peña para protegerse de los disparos y se puso a tirar la tapadera que habían encontrado, una y otra vez, lo más lejos y alto posible, para que le disparara Gene y así pudiera estrenar su escopetea.
Estuvieron entreteniéndose en esta
actividad, cerca de media hora disparando Gene al objeto, al menos, dos docenas
de veces; como a medida que ejercitaba la puntería con los sucesivos tiros,
cada vez le iba acertando más veces, la tapadera acabó hecho un colador.
Lo peor que le puede pasar a un cazador, que lleva mucho tiempo recorriendo una zona
determinada del coto de caza, sin que encontrar apenas piezas a las que disparar, es oír disparos de
otros cazadores a lo lejos; esto le lleva a pensar que no ha estado acertado en la elección de la ruta,
mientras que el de los disparos ha tenido mejor suerte con la zona elegida.
Si encima, en vez de oír algún disparo
aislado, lo que oye son dos docenas de ellos como ocurría
aquel día, eso desmoraliza a cualquiera. En este caso, suele acabar pensando que no encuentra
animales para abatir, porque estos se han concentrado donde suenan los tiros. ¿Qué hace entonces?,
pues el sentido común le dice que el mejor planteamiento consiste en acercarse a aquella
zona donde suenan los disparos a ver si al menos logra cruzarse con los animales que han escapado
a la puntería del afortunado compañero
que, aquel día, ha sabido elegir el mejor cazadero.
Esto, no lo pensó uno solo, fueron tres los cazadores, cada uno desde un lugar diferente, quienes
se acercaron al lugar donde Gene practicaba el tiro al plato, llevándose todos, una desilusión
mayúscula al comprobar en qué se estaban entreteniendo los dos amigos.
-
Esto es un engaño, protestó el primero que
llegó, rezongando por las falsas expectativas que se había creado. Al oír tanto
disparo, pensé que toda la caza del coto se había concentrado en este lugar, y resulta que sois vosotros jugando al plato.
Gene y Segis rieron por las palabras del enfadado cazador, abandonaron actividad en la que se habían entretenido hasta entonces e invitaron al compañero a beber un trago de la bota; le explicaron que era el
bautismo de fuego de Gene como cazador, e incluso le invitaron a tirar
también a la tapadera, pero el hombre no estaba dispuesto a desperdiciar
cartuchos en este menester y siguió su camino.
Algo más tarde, cuando los dos amigos
siguieron la ruta, al poco rato el perro levantó un bando de perdices, y Segis
animó a Gene a disparar:
-
¡Tírale tú! ¡tírale tú!
-
Gene disparó y por fin se cobró su primera
pieza. Ya podía considerarse cazador.
Estaba anocheciendo, cuando Gene regresaba en su coche, de vuelta a la ciudad, tras
su primera jornada de caza e iba haciendo balance de lo ocurrido a lo largo de
día. Aquella mañana, había madrugado mucho; como los buenos cazadores salen con el
alba a cazar, él ya estaba levantado a las seis de la mañana para viajar hasta
el pueblo e iniciar la jornada con las primeras luces del amanecer, tal como
había quedado con el amigo.
El camino de ida, a pesar del madrugón, lo había hecho muy contento, con la ilusión de quien va iniciarse en una actividad que prometía ser de lo más interesante, y ahora, de vuelta a casa, reconoció que de aquella ilusión matutina ya no le quedaba nada. Habían caminado cerca de veinte kilómetros, él no acostumbraba a hacer tan largos recorridos y estaba agotado; sólo habían cazado a lo largo del día tres piezas, Segis dos conejos y él su perdiz, así que el amigo iba sobrado de razón cuando metió un puñado de cartuchos en el bolsillo y decía que ojalá pudiera emplearlos todos; pero lo peor de todo era que, en su fuero interno, no estaba contento consigo mismo por haber matado a aquella perdiz.
El pobre pájaro vivía en el campo, libremente sin hacer ningún mal a nadie y había llegado un tío con un arma de largo alcance, desde la ciudad, y lo había matado sin necesidad alguna, sólo por gusto. Al coger la perdiz muerta, que le había acercado el perro, y sentirla aún caliente en la mano, sintió hasta desazón. Era evidente que no sentía satisfacción alguna con lo que había hecho.
Al despedirse de Segis, cuando éste le preguntó
si le esperaba el siguiente domingo, las dudas que habían ocupado su pensamiento
a lo largo de la jornada habían desaparecido y, aunque ya había tomado una
decisión, no quiso comunicársela al amigo en aquel momento.
Había decidido que aquel había sido su
primer y último día como depredador de los pobres animales, y que su bautismo de
fuego, como cazador, iba a servir además de entierro.
Una prueba evidente del poco entusiasmo que en él había despertado la experiencia vivida, sucedió aquella misma tarde cuando su amigo, en un acto de generosidad, quiso que se llevara uno de los conejos cazados por él, además de la perdiz, y no sólo había rechazado su ofrecimiento sino que se negó a llevar la perdiz -no quería llevar con él nada que le recordara lo ocurrido-; además, el sombrero tan bonito que llevaba, con su pluma y todo, se lo regaló a Segis para que pudiera deshacerse de su vieja gorra, ya que él estaba plenamente convencido de que no iba a volver a necesitarlo.
Aún quedaba pendiente el asunto de la
escopeta con la que había matado al ave, “el arma del
crimen”, era
necesario deshacerse de ella cuanto antes y ese había sido el motivo de que el
lunes, a primera hora, hubiera abierto él la tienda
para colocar el letrero en la ferretería anunciando su venta.
Al recordar las palabras de Segis, cuando decía que ser cazador era algo genético, como ser hincha del Atlético de Madrid; Gene creyó encontrar una pista de su repentina aversión a la caza . Yo creo que la clave de lo ocurrido posiblemente está relacionada con el futbol, pensaba; si Segis caza y es del Atlético ahora lo entiendo todo; cómo voy a ser un cazador como él, si ya soy del Real Madrid
Nota
* Esta historia tan surrealista ocurrió realmente, pero los nombres de los protagonistas no son reales,
Saludos,
ResponderEliminar-Manolo-
Hola Manolo. En estas fechas es obligado desear feliz navidad a todo el mundo, pero entre amigos este deseo se queda corto. Espero que la vida te sonría y puedas ser feliz no solo estos días sino a lo largo de todo el año. Un saludo
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