vive en la memoria de sus seres queridos (Cicerón)
Cuando en nuestro pueblo hablamos de La Moronta, lógicamente, pensamos en uno de
los bares más emblemáticos del lugar; el decano, con diferencia, de todos ellos;
un punto de encuentro idóneo al que siempre merece la pena ir para ir a tomar algo, charlar con los paisanos, jugar una
partida…, que ha estado, y sigue estándolo, regentado siempre por
la misma familia, una gente magnífica, a lo largo de varias generaciones.
Pero,
además del bar, aún tenemos otra Moronta; en este caso, se trata de un paraje en
el campo localizado en un enclave muy estratégico, ya que es el lugar donde se
unen los términos municipales de El Milano, Villasbuenas y Barruecopardo. Por
allí, antiguamente, incluso había una zona conocida como los Tres Mojones, que correspondía con el lugar exacto donde coincidían los términos de los tres pueblos; allí, con toda seguridad, incluso hubo una época en la que estuvieron clavados en el suelo
los susodichos mojones, pero, hoy día, si alguien pretende localizarlos, más vale
que no pierda el tiempo porque no va a encontrar mojón alguno, al menos de
piedra -de otro tipo, ya no estoy tan seguro-
La calidad del terreno, en esta zona,
es buena; de modo que, antes, cuando en nuestra comarca aún se sembraban cereales, se
dedicaba a la agricultura. Nuestros abuelos, a menudo, al trigo también lo
llamaban pan; no en vano, la mayoría del pan se hace de trigo, de ahí que la
Moronta y el resto de las superficies dedicadas al cultivo de este cereal,
fueran conocidos como “Tierras de Pan Llevar”.
Actualmente, todo aquello está
cerrado con paredes y alambradas, ya que es utilizado, principalmente, como
pastos para el ganado; pero antes eran tierras abiertas y, a través de ellas,
había caminos y senderos que comunicaban las mismas con los respectivos pueblos; pudiendo,
además, ir de uno a otro pueblo a través de ellos.
Al ser una superficie de
terreno bastante extensa y pertenecer a tres pueblos; antes, cuando no había
paredes entre las parcelas y aún eran tierras abiertas, una de sus particularidades que tenía La Moronta era
que el aprovechamiento de las rastrojeras, una vez recogido el cereal, hasta que
llegaba la fecha de la siguiente siembra, cada año, sólo lo hacía la gente de
uno de los tres pueblos. Para decidir cuál de ellos aprovechaba aquellos pastos, todos los años se hacía una subasta y el pueblo que más alto
pujara, era quien lo hacía. El dinero recaudado, obviamente, era repartido entre
los dos pueblos que tenían que ceder el terreno al pueblo ganador.
El verano
pasado, un día salí de paseo en dirección a La Moronta, pero no al bar -allí voy
a diario- sino a la otra Moronta, aunque sólo llegué a sus inmediaciones, al valle
de las Peñas de la Marta, que linda con aquella, ya que mi objetivo era recorrer
este valle.
Tiempos atrás, me habían hablado de Marta; una mujer que, por lo visto, era
natural de El Milano; estaba casada con un hombre de Barrueco; el matrimonio
vivía en nuestro pueblo y el valle tomó el nombre de esta mujer, tras un
suceso acaecido en ese lugar.
Como a Marta ya la tenía localizada, el propósito
del paseo era localizar las susodichas peñas y comprobé que realmente existen.
Nuestros antepasados cuando ponían nombre a algo, fuera un paraje u otra cosa,
no lo hacían porque sí, siempre tenían algún fundamento.
El valle no es muy
extenso, pero el suelo es de buena calidad; la superficie del terreno, aunque no es llana, forma una
suave pendiente desde la actual carretera hasta la parte baja del valle; recibe
un pequeño caudal de agua, un regato, procedente de terrenos situados más al
norte, tras atravesar la actual carretera por el Pontón –evidentemente, el
nombre este paraje indica que en tiempos pasados allí había un pontón para
atravesar el regato-, y en la parte baja del valle hay un pilar. A pesar de la
sequía del verano pasado, su caño aún mantenía un caudal aceptable el día que
pasé por allí, aunque estoy seguro que, en fechas posteriores, como el resto de
los pilares, dejó de correr. Allí mismo, muy próximas al pilar, pude localizar las peñas que
buscaba.
Todos los años, a comienzos de octubre, empezamos a ver en los
escaparates de los bazares chinos artículos propios de la celebración de
Halloween, una fiesta norteamericana que se celebra la víspera de los Santos,
ajena a nuestra cultura, que hemos adoptado en nuestro país con un entusiasmo
desmesurado. Viene a ser un carnaval a destiempo, en el que los disfraces de la
gente son monotemáticos relacionados con muertos vivientes, esqueletos y
toda la parafernalia asociada.
Esta fiesta, que hemos importado desde los Estado
Unidos, no es originaria de allí; deriva de la fiesta que celebraban, tal día,
los colonos europeos del norte de Europa, cuyas raíces se hunden una vez más en
el mundo celta, hace unos 2500 años aproximadamente.
Según la tradición celta,
el 31 de octubre se abrían las puertas del otro mundo y los muertos podían
volver a la Tierra a arreglar asuntos pendientes (vengarse de alguien por no
haberle organizado un buen funeral, porque le habían echado arsénico en el café,
etc ).
Evidentemente, para regresar a este mundo, no compraban ropa nueva, iban a
la peluquería a arreglarse el pelo, ni se hacían la manicura; se presentaban con
el aspecto que tenían en ese momento, de ahí su facha tan terrorífica
dependiendo del grado de putrefacción de cada cual: unos eran puro hueso, otros
estaban a medio descomponer, a otros se les había caído la cabeza y la llevaban
en la mano… (no sigo porque sólo con pensarlo, me da miedo hasta a mi) y ese es
el auténtico origen de esta fiesta. La gente se disfraza en Halloween para
recordar la vuelta de los difuntos, ese día, al mundo de los vivos.
Rendir culto
a los muertos, ha sido una constante en todas las culturas. En lo que a nosotros
respecta, los cristianos también tenemos el Día de los Difuntos (2 de noviembre)
aunque, últimamente, centramos más la fiesta en el día de los Santos (1 de
noviembre).
La coincidencia de ambas fechas, la fiesta de Halloween y
la nuestra, una vez más, no es algo casual, es debida a que el cristianismo
sobrepuso nuestra fiesta con la de los celtas, un claro ejemplo más de
cristianización de una fiesta pagana anterior.
Si los disfraces de Halloween son
ridículos y no dan miedo alguno, las celebraciones que hacían los cristianos,
hasta mediados del siglo XX, en honor de los difuntos, “causaban respeto” (una
forma elegante de decir que daban miedo a algunos, niños y no tan niños).
Antiguamente, cuando llegaban estas fechas, se les hacía una novena a los
difuntos creándose en las iglesias una coreografía, para estas celebraciones
religiosas, bastante tenebrosa. Cada familia llevaba al templo su hachero -una
especie de candelero de madera parecido a una pequeña estantería- donde
colocaban cirios que eran encendidos durante las novenas (entonces, como la
gente era muy creyente, la cantidad de cirios que llegaba a encenderse era muy abundante).
A
ello se sumaba la colocación de un túmulo (la gente del pueblo lo conocía como
tumbo) en la parte delantera de la iglesia, una estructura semejante a una mesa
grande de madera, cubierto por una tela oscura, simbolizando un sepulcro, y
encima del mismo, para que no quedase duda alguna de que aquello iba de
difuntos, se colocaba una calavera.
Estas novenas se hacían al caer la tarde,
sin luz natural, la iglesia estaba iluminada con una pobre luz eléctrica y un
montón de cirios encendidos que desprendían un intenso olor a cera quemada, para añadir "alegría" al paisaje
acudían a las celebraciones muchas mujeres que habitualmente vestían de negro y a ello se sumaba el
sacerdote que, esos días, se recreaba hablando constantemente a la grey de la
muerte y de que los difuntos desde el más allá nos estaban esperando a los vivos
de acá -todo muy divertido como podemos ver- Con un ambiente así, tan tenebroso,
algunos niños que acudían a la novenas con sus padres, lo pasaban muy mal e
incluso tenían pesadillas - Creo que en el Concilio Vaticano II (1962-1965)
acertadamente, decidieron suprimir toda esta coreografía tan lúgubre-.
Todo lo anterior
constituye, solamente, la parte superficial del asunto, “el teatrillo” de la
fiesta; porque lo fundamental, el meollo del tema, sigue siendo el mismo que
ya se plantaban en la antigüedad todos los pueblos: Cuándo una persona fallece,
¿ahí acaba ya todo, o hay algo más allá?
Todas las civilizaciones, sin
excepción, desde la más remota antigüedad, no se resignan –excepto los ateos- a creer que cuando morimos aquí acaba todo. Prefieren
pensar, cada religión a su modo, que, cuando a uno nos llega la hora y la
palmamos, dejamos en este mundo el cuerpo (la parte material), mientras que el
alma o espíritu (lo inmaterial) va a otro mundo imperceptible y sobrenatural.
Los griegos clásicos, en su mitología, decían que los muertos iban al Hades; la
mitología nórdica hablaba del Valhalla y los cristianos -aquí ya sin mitología-
lo complicamos un poco más y tenemos tres posibles destinos: purgatorio, cielo e
infierno.
Independientemente de cómo llame cada religión al más allá, realmente
hablan de lo mismo -como podemos ver, las religiones son poco originales y
siempre se han copiado unas a otras- y todas coinciden en que, cuando uno muere,
el alma abandona el cuerpo y se va para el “otro lado”, pero ¿todas las almas
van, indefectiblemente, hasta allí, o algunas permanecen entre nosotros?
La ciencia, aquí
ayuda poco a aclarar el tema; los médiums, programas televisivos como Cuarto
Milenio y los libros dedicados al tema, por mucho que se empeñen, no demuestran
nada; así que una vez más el conocimiento que tenemos en esta materia es producto de la
superstición.
Cuando morimos, según la religión, las almas van al otro lado, al
lugar que les corresponda; pero la tradición dice que algunas de ellas no se van
y continúan por aquí; afortunadamente, no las vemos salvo casos excepcionales,
como ocurre la noche de los difuntos en la que se hacen visibles.
Esa noche, en los
campanarios de las iglesias, en todos los pueblos, las campanas estaban doblando
desde que oscurecía hasta el amanecer, y, además, en todas las casas se dejaba encendida una vela.
El propósito de hacer sonar las campanas, según los más creyentes, era para que
su sonido fuera oído desde el cielo por las almas de los finados, comprobando de
este modo, que sus familiares y allegados se acordaban de ellos.
Los menos
creyentes, en cambio, opinaban que el objetivo del insistente sonido de las
campanas no era ese, sino ahuyentar a los espíritus para
que no se acercaran a los pueblos; ya que esa noche, como eran visibles, procuraban llegar a las poblaciones a saludar a los familiares y paisanos dándoles unos
sustos de muerte, nunca mejor dicho.
Si una persona, esa noche, se encuentra en un núcleo urbano, el
sonido de las campanas le protege; pero, si por alguna circunstancia, se haya en
la mitad del campo, las posibilidades de tener un encuentro indeseado con una de
estas almas en pena, son enormes.
Y todo esto ¿ qué tiene que ver con Marta ? la señora que dio nombre al valle.
Esta mujer debió vivir en el siglo XIX, y
murió…eso ya lo veremos. En aquella época, no había aún coches ni carreteras,
estando los pueblos unidos por caminos de herradura (los caminos de tierra de
toda la vida) llamados así porque la gente, para ir de un pueblo a otro,
transitaba por ellos a caballo, en burro o en carruajes tirados por caballos,
aunque también era frecuente que lo hicieran caminando, tal como hizo Marta un
día de los Santos.
Había fallecido uno de sus progenitores meses atrás, y partió de Barrueco a mediodía caminando hasta El Milano, para ir al cementerio a
llevar un ramo de flores a la tumba del familiar. Entonces, para ir a ese
pueblo, había varias alternativas, según la ruta que cada uno eligiera y ella, aquel día, siguió el camino que pasaba por el paraje de La Moronta.
Como era una mujer
joven y ágil, caminó a buen paso, y a las dos horas ya estaba en el cementerio de El Milano depositando su ramo de flores. Después, visitó a algunos familiares y,
aunque tenía planeado volver a una hora temprana, para evitar que se le echara
la noche encima en pleno campo, se descuidó un poco e inició la ruta de vuelta
un poco apurada de tiempo.
Es sabido que andar por caminos solitarios, la noche
de Difuntos, puede ser una imprudencia; por eso, los parientes la invitaron a
quedarse hasta el día siguiente, pero Marta desechó la idea. Era una persona muy
racional que no creía en espíritus ni nada que se le pareciera, y había
quedado con el marido que regresaba a casa en el día. Además, aunque hubiera querido hacerlo, entonces no había
teléfono para avisarle que no la esperara.
Al iniciar el recorrido, ya se veían
algunas nubes por el oeste; a medida que Marta iba dejando a sus espaldas las
últimas casas de El Milano y progresaba en su avance, éstas, poco a poco fueron
acercándose y esto ocasionó que oscureciera antes de lo previsto.
Afortunadamente, había luna llena y su luz permitía ver bastante bien el trazado
del camino. El problema era cuando alguna nube tapaba la luna, todo a su
alrededor quedaba muy oscuro y esto la obligaba a aflojar el paso.
Por suerte,
ella era una persona valiente y la falta de luz no la inquietaba la más mínimo.
Claro que una cosa es ser valiente y otra transitar por el campo, sola, con poca
luz ambiental, la noche de Difuntos, cuando el destino se empeña en
depararte una desagradable sorpresa, como le ocurrió a ella.
De pronto, a sus
espaldas, oyó un siniestro y ronco sonido, un largo ¡uuuuuuuh! que la inquietó
bastante, haciendo que, súbitamente, toda su valentía inicial disminuyera de
nivel. Una nube inoportuna tapaba en ese momento la luna, y la oscuridad impedía
ver lo que había unos metros más allá de donde se encontraba; al ser la noche que era, y encima no poder ver el lugar de donde procedía el sonido, la imaginación echó a
volar y su seguridad inicial empezó a quebrantarse.
Dicen que los ateos, de
noche, hasta creen en Dios, y a ella le pasó lo mismo. Empezó a considerar que
una cosa es que no creyera en espíritus, y otra que realmente pudiera haberlos y
que un alma en pena anduviera pululando por allí.
Aceleró el paso, aún a riesgo
de caer y romperse la crisma, y volvió a oír de nuevo el ¡uuuuuuuuuuuuuhh!,
ahora más largo y cercano. Como había llegado ya a la altura del valle que
actualmente lleva su nombre (entonces se llamaba de otro modo), recordó que, al
pasar por allí unas horas antes, haciendo el trayecto de ida, había visto unas
peñas próximas al camino, y decidió buscar refugio en las mismas para
tranquilizarse un poco y, de paso, dar tiempo a que el espíritu o lo que fuera
se marchara a otro lado y la dejara tranquila.
Aunque estaba algo asustada y el corazón latía deprisa por la impresión; el pánico no se había
adueñado de ella y razonaba perfectamente. Encontró sin dificultad las peñas,
vio un hueco entre dos de ellas, y se situó allí sentándose en el suelo.
Permaneció en aquel lugar algo más de un cuarto de hora, aunque a ella debió
parecerle una eternidad y, como ya le dolía el culo de estar sentada sobre la
hierba y no había vuelto a oír aquel sonido tan inquietante, decidió reanudar
el camino.
Apenas había caminado veinte metros, empezó a oír a sus espaldas un
sonido, aunque diferente que el anterior. Era el tañido de una campana, pero
esto ya no la intranquilizó recordando la noche que era; sabía que provenía del
campanario de El Milano, y siguió caminando. Al instante, como si se hubiera
puesto de acuerdo, empezó a oír otra campana y a continuación una tercera. Se habían sumado a aquel sonsonete, las campanas de Villasbuenas y Barrueco emitiendo, todas ellas, de forma incesante, un toque de difuntos y así iban a permanecer toda la noche, tal como se hacía entonces.
puesto de acuerdo, empezó a oír otra campana y a continuación una tercera. Se habían sumado a aquel sonsonete, las campanas de Villasbuenas y Barrueco emitiendo, todas ellas, de forma incesante, un toque de difuntos y así iban a permanecer toda la noche, tal como se hacía entonces.
Aquel día, la acústica era
estupenda, así que desde el lugar donde se encontraba podía oír, perfectamente, las
campanadas de los tres lugares de forma asíncrona, una tras otra; de modo que
Marta tenía la sensación de que el sonido era continuado, y eso contribuía poco
a que pudiera tranquilizarse.
Aunque el ambiente sonoro no era demasiado
agradable y hubiera menoscabado el ánimo del más valiente, ella aún lo mantenía
aun nivel bastante aceptable, dadas las circunstancias; pero este decayó,
rápidamente cuando volvió a oír nuevamente el siniestro ¡uuuuuuuuuh! que ahora,
incluso, parecía estar más cerca aún, y detuvo su marcha en seco.
A estas alturas ya
estaba casi convencida de que había un alma en pena que la perseguía. El miedo
estaba empezando a atenazarle el cuerpo y casi se le saltaban las lágrimas del
pavor que sentía; el instinto le decía que debía volver al refugio que había
abandonado un rato antes, pero el sentido común le indicaba que debía superar su
miedo y llegar a su destino, a Barrueco, lo antes posible para poder dejar atrás la pesadilla
que estaba viviendo.
Estaba parada en el medio del camino sin saber qué hacer, y
la duda le duró poco. Ante ella, a una distancia indeterminada, vio de pronto
una lucecita en medio de la oscuridad que cada vez se iba aproximando más, y el
terror se apoderó de ella. Aquello ya no era sólo un sonido sospechoso del que
desconocía su origen, pudiendo tratarse de un espíritu u otra cosa; era
algo real, lo estaba viendo con sus ojos y ya se le disiparon todas
las dudas: había un espíritu y se estaba aproximando hacia ella.
Gritó
horrorizada, convencida que no había escapatoria posible, ya que la luz estaba ante ella
en el camino, esperándola, y echó a correr hacia atrás, al refugio que había
dejado momentos antes. Se tumbó sobre la hierba, boca abajo, llorando, tiritando de
miedo y rezando entrecortadamente, aunque apenas podía hilvanar las oraciones, y se arrepintió una y mil veces de no haberse quedado en El Milano a dormir como le aconsejaron los parientes. A pesar de taparse los oídos, el tañido lúgubre de las campanas seguía escuchándolo y, de pronto, oyó una voz que la aterró aún más que el ¡uuuuuuuuuuuuh! que oyera antes; se trataba del espíritu y, encima, la llamaba por su nombre. - ¡Martaaaaaa!... ¡Maraataaaaaaaaaaaaa!......¡Martaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Peñas de la Marta |
miedo y rezando entrecortadamente, aunque apenas podía hilvanar las oraciones, y se arrepintió una y mil veces de no haberse quedado en El Milano a dormir como le aconsejaron los parientes. A pesar de taparse los oídos, el tañido lúgubre de las campanas seguía escuchándolo y, de pronto, oyó una voz que la aterró aún más que el ¡uuuuuuuuuuuuh! que oyera antes; se trataba del espíritu y, encima, la llamaba por su nombre. - ¡Martaaaaaa!... ¡Maraataaaaaaaaaaaaa!......¡Martaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
Comprendió que si el espíritu sabía su nombre, indudablemente, también sabía dónde se escondía y vendría
directo hacia ella para llevarla al otro mundo. El estado de pavor que sentía,
ante una situación tan terrorífica, no hay humano capaz de aguantarlo; por ello, de pronto, perdió la conciencia y nunca se supo realmente qué es lo que pasó a
partir de ahí.
En la mañana siguiente, al amanecer, el marido y un hermano suyo
que le acompañaba, la encontraron acurrucada en el hueco de las peñas,
profundamente dormida. Curiosamente, a pesar del frío matutino de aquella mañana
de noviembre, y de la gran cantidad de horas que llevaba allí tendida, en el
suelo, a la intemperie, cuando despertó, no sentía frio alguno y tampoco le
dolía el cuerpo, algo sumamente extraño.
Explicación racional de lo sucedido:
•
El marido de Marta, al ver que ya había anochecido y aún no había regresado,
llamó a un hermano para que le acompañara y partieron en su búsqueda; entonces
no había coches, ni linternas, así que habían cogido unos faroles de aceite y
salieron al camino a recibirla. Esa fue la luz que había visto Marta, frente a
ella, que tanto la había asustado. Al gritar y echar a correr en dirección
contraria, el marido la oyó y comenzó a llamarla, de modo que la voz del
“espíritu” que había escuchado era la suya, pero Marta a esas alturas, era incapaz de
reconocer la voz de nadie. Como no la vieron, ya que estaba escondida, pasaron
de largo y llegaron a El Milano.
• La disminución del número de aves, en España,
tanto en el campo como en las ciudades, es un hecho evidente desde hace ya
bastantes años; pero, en aquella época, aún eran muy abundantes y el
“amenazante” sonido que Marta oyó, lo emitía un búho que, como todas las rapaces
nocturnas, tiene su actividad durante la noche. Los humanos tenemos un miedo
innato a la oscuridad; si además de ello, una noche estamos en el campo y
tenemos la suerte de oír el sonido que emite un ave nocturna, y no estamos
sobre aviso de que se trata de un pájaro, podemos llevarnos un susto tremendo
sea la noche de difuntos o la del marte de carnaval.
El lado esotérico del
asunto
• El marido de Marta afirmaba que su mujer, desde aquella infausta noche,
nunca volvió a ser la misma persona, y la verdad es que quedaron varios
interrogantes por resolver. No existía explicación racional alguna que
justificara el hecho de que, en la mañana siguiente, tras estar tendida tantas
horas en el suelo, a la intemperie, en una fría madrugada de noviembre, no le
doliera el cuerpo ni sintiera frío alguno cuando la encontraron.
• Cuando una
persona muere de miedo, la tradición dice que el espíritu abandona el cuerpo del
interfecto y ya nunca abandona ese lugar; Marta no murió, pero entró en un coma
profundo; tan profundo, que su espíritu pensó que sí lo había hecho y abandonó
el cuerpo. Al ser una mujer joven y sana, las constantes vitales, en todo
momento, se mantuvieron bien; de modo que, cuando llegó el amanecer, su alma, que había estado toda la noche dándose un garbeo por el valle, al comprobar que aún vivía,
decidió regresar al cuerpo (esto justificaría la ausencia de frío y las
molestias de yacer en el suelo tan duro, ya que esa alma no había estado allí
tantas horas, acababa de regresar cuando la encontraron).
También pudo ocurrir que, cuando el espíritu
quiso volver por la mañana a ocupar su “antiguo envase”, el cuerpo de Marta,
otra alma traviesa “que andaba por allí” le había cogido la delantera y por eso
su marido decía que nunca volvió a ser la misma de antes. Si esto sucedió así, eso quiere decir que el espíritu de Marta está condenado a andar
vagando eternamente por el valle que lleva su nombre. Si alguien aún mantiene dudas al respecto, puede comprobarlo, personalmente, de manera muy sencilla: se acerca hasta ese valle la noche de difuntos y después que nos lo cuente ¿Algún voluntario / a?
JO! , cualquiera va , ni siquiera de día al tal valle, ni tan solo a ver las Peñas de la Marta, cómo son y cómo están dispuestas. No, No, ni el día de difuntos, ni otro día; y menos de noche. Esta historia y así contada, da mas miedo que esos "antruejos" de estos días llamados de Halloween.
ResponderEliminarYo fui una mañana de agosto, a pleno día. En cuanto a volver la noche de difuntos por la noche. No sé. ¿Y si lo del espíritu es verdad?
EliminarMe ha encantado, Jose.
ResponderEliminarAdolfo
Me alegro que te guste. Un saludo
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