- ¿Qué tal te ha
ido hoy en el trabajo?
-
Bien. Respondió el marido. Aunque
he tenido un pequeño incidente. Una compañera me ha llamado machista; en
realidad, sólo fue una advertencia. Íbamos
juntos por un pasillo, al llegar a una puerta le cedí el paso y me dijo que esa
era una actitud machista y que no iba a entrar…que pasara yo primero. Entonces,
le respondí que la suya era una actitud feminista y que, si lo hacía yo antes
que ella, me sentiría mal; así que le propuse que pasáramos los dos a la vez…
pero no cabíamos.
-
¡Vaya tontería! Hay que ver hasta
donde han llegado algunas mujeres. Dijo Ana, mostrando su enfado habitual
cuando salían a relucir temas de este tipo, y es que ella, una defensora a
ultranza de la igualdad hombre mujer, casi desde la adolescencia, cuando aún
faltaban muchos años para que, en nuestro país, el feminismo fuera un tema de
actualidad, era una feminista convencida; pero renegaba del feminismo radical que
pretende situar a la mujer en un nivel superior al hombre, una actitud propia
de ese machismo al que tanto critica.
- Ahí
habéis estado los dos iguales…sí. Afirmó Ana. Pero igual de tontos. Vaya majadería.
Con los problemas que hay en el mundo: hambre, guerras, enfermedades, desigualdades
sociales, migraciones… y vosotros discutiendo a ver quién pasa primero por una puerta.
Al escuchar las palabras del marido, Ana le dirigió
una mirada que hubiera asustado al más pintado, un claro aviso de que se
acercaba “una tormenta dialéctica”; claro que Melo, tras muchos años de
convivencia, era experto en “capear temporales”. Sabía que el “huracán” Ana”
estaba a punto de descargar su furia, y con resignación se dispuso a soportar, estoicamente,
la “borrasca” que él mismo había provocado:
-
¡Aun no entiendo cómo te gusta recordar
eso! ¡¡Pagaste porque te dio la gana!!
¡¡Sabes que yo no era partidaria de ello y que, si me llego a enterar antes, no
hubiera ocurrido!! ¡¡¡Eso sí que fue un acto de machismo y no la tontería de quién debe pasar antes por una puerta!!! ¡¡¡Tratar a las mujeres como si fuéramos una
mercancía que perteneciera a los hombres!!! ´
Ambos cónyuges eran de pueblos distintos, aledaños
uno del otro, y antes era muy común que los
habitantes de los pueblos vecinos
estuvieran enemistados entre sí; por ello, todo chico sabía que, si iba a determinados lugares, era recibido con recelo por el
simple hecho de ser forastero, de modo que, encontrar novia en un
pueblo que no era el suyo, a veces resultaba algo complicado.
Néstor, un amigo de Melo, se había enamorado de una chica del pueblo de al lado, llevaban poco tiempo de relación, y un domingo le pidió que le acompañara a ver a la novia, para no estar solo “en terreno hostil”. Entonces, los domingos, había baile en casi todos los pueblos. El plan era que la enamorada iría al baile acompañada por una amiga y se la presentaría para que estuviera con ella, mientras los novios estaban a lo suyo.
Melo
accedió a acompañarle y la amiga que le fue presentada resultó ser Ana -así es
como ambos se habían conocido-. En un momento determinado, tres jóvenes del
lugar se acercaron a Néstor que, como ya había ido, repetidamente, a aquel pueblo, a ver a la misma chica, era evidente que estaba interesado por ella.
El
motivo de dirigirse al amigo de Melo, fue para decirle que el siguiente
domingo, si volvía por allí, debía abonar el “impuesto correspondiente”, un
acto que era conocido, comúnmente como “pagar
el vino”.
Ésta,
era una antigua costumbre existente, tanto en Salamanca como en otras
provincias, cuyo origen es bastante discutido. Mientras que algunos sostienen que,
para encontrar el inicio de esta tradición, hay que remontarse a tiempos muy antiguos,
casi en los albores de nuestra historia; otros lo sitúan en épocas mucho más
modernas.
Quienes
defienden que estamos ante una costumbre milenaria, piensan que su origen en un rito
tribal, ¡casi nada! que ha perdurado en el tiempo. Nuestros antepasados más
lejanos, cuando buscaban novia, a menudo iban a alguna tribu vecina y raptaban
una mujer. No era demasiado romántico, pero debió ser una práctica bastante habitual.
Evidentemente, los hombres de las otras tribus hacían lo mismo y esto era
motivo de continuos conflictos entre vecinos.
Más adelante,
cuando nuestros antepasados se civilizaron “un poco” - a la vista de lo que ocurre en el mundo actual, creo que el proceso de
civilización aún está bastante incompleto-, lo del rapto fue sustituido por un acuerdo
económico, siendo el principal beneficiario del mismo el padre de la chica, ya que
recibía de la familia del novio, fuera o no forastero, bienes de diverso tipo, a
cambio de entregarle la hija.
(Como podemos ver, en aquella época, la mujer,
a pesar de ser la principal afectada de los acuerdos, no pintaba nada en el
asunto -si hubiese existido entonces una ministra de igualdad, como ahora, ahí sí
que hubiera tenido trabajo-).
La obligación de pagar al padre de la chica, para
poder casarse con ella, ha sido un hecho habitual a lo largo de los siglos, e incluso, actualmente, en algunas culturas - en
pleno siglo XXI- , sigue realizándose. Pero en nuestro medio, esta práctica
desapareció hace mucho tiempo.
Lo que aún persistió, en algunos lugares, fue la
costumbre de que los novios forasteros pagasen la correspondiente fiesta a la
comunidad, siendo una posible secuela de este acto el “pago del vino” ; un ritual que, aunque inicialmente estuvo muy generalizado, realizándose en varias regiones de nuestra geografía, con el paso del tiempo fue
desapareciendo en casi todos los lados; sin embargo, a comienzos de la década de 1970,
algunos pueblos aún mantenían esta tradición.
En estos lugares,
cuando un chico forastero encontraba novia, los jóvenes del pueblo le conminaban
a pagar un tributo cuyo importe variaba dependiendo de cada lugar. En nuestra
comarca, era muy común tener que aportar una cantara de vino (algo más de 16
litros) y embutidos; con ello, los receptores del canon hacían una merienda. Otras
veces, en vez de realizar el pago en especie, el novio abonaba una cantidad de
dinero, previamente estipulada, que era empleada con el mismo fin.
Aquello no era, precisamente, un acto de buena voluntad -pagar impuestos a Hacienda, tampoco lo es- Todo forastero que fuera catalogado "oficialmente" como novio de una nativa, estaba obligado a ello. Si alguno se resistía a pagar, los mozos del lugar lo tiraban a un pilón (una fuente publica que además servía de abrevadero para el ganado),
advirtiéndole, además, que, hasta que no
estaba esperándole para remojarle las veces que fuera necesario.
Este
pagamento, además de servir para que sus beneficiarios celebraran una juerga, era
útil para poner a prueba al pretendiente de la chica. Como primero recibía un
aviso para cumplir “con la obligación”, si tenía poco interés por ella, no
volvía por allí evitando, de este modo, pagar la tasa. En caso contrario, volvía y pagaba.
El
día que Melo acompañó a Néstor, al pueblo de la novia, éste aceptó - él sí tenía interés por Elia, que así se
llamaba la chica- comprometiéndose a
hacerlo el domingo siguiente; lo que a Melo le sorprendió, enormemente, fue que,
a pesar de ser el primer día que aparecía por allí, los mismos que habían
exigido el tributo al amigo, a él le dieron un primer aviso con el mismo fin; algo
que estaba fuera de lugar, ya que ese desembolso era “un privilegio” reservado a
los forasteros que claramente mantenían una relación con alguna chica, no a
un recién llegado.
- ¡Tú, como sigas viniendo por aquí, tienes que
pagarlo también! Le dijeron los sacacuartos aquellos. No creas que te vas a
librar
Melo,
prudentemente, se dio por avisado y no protestó. No dejaba de ser un gallo en
corral ajeno; en cambio Ana, que pertenecía a aquel corral y sabía perfectamente
con quien estaba tratando, se enfadó con los pedigüeños:
- ¡Vamos a ver! Este chico y yo sólo somos amigos, no somos novios, así que dejad de molestarle. Además, si quiere venir por aquí, puede hacerlo, libremente, cuando le dé la gana. Estaría bueno que, porque vosotros lo digáis, tenga que pagar por venir a este pueblo. ¡Pero de donde salís vosotros! ¡Esa es una costumbre estúpida que ya casi no se hace en ningún lado!
Cuando aquellos “mafiosos del vino” se
alejaron, Melo le comentó a Ana:
- Gracias
por defenderme. Yo, como sabes, sólo he venido a acompañar a Néstor. Nunca
pensé que fueran a pedirme el vino, precisamente hoy.
- Esos
están tontos, así que no les hagas caso alguno. Respondió ella. Saben perfectamente
que el pago del vino a nadie se le ha pedido nunca el primer día, por eso me he
puesto así. Sólo quieren fastidiar. Dirás que soy una arrabalera, pero es que me
ha sentado muy mal.
- Debes gustarle a alguno de los tres –respondió él- y al verme contigo se ha puesto celoso.
La
tarde fue transcurriendo sin más novedad; Ana, que era muy agradable, le prestó
a Melo mucha atención ya que era un favor que le había encomendado la amiga y,
cuando llegó la hora, ellos volvieron a su pueblo y ellas a sus casas.
El
domingo siguiente, Néstor volvió a aquel pueblo a ver de Elia y, como iba
dispuesto a “abonar la tasa”, sabía que iba a ser bien recibido, así que esta
vez fue solo. Soltó el dinero - no le
apetecía a ir con la garrafa y los chorizos en la mano- y, a partir de entonces, los jóvenes del lugar, una vez
cumplido el rito, se olvidaron del asunto. En cambio, Melo,
ese domingo, no volvió. La verdad es que ni fue, ni se le esperaba.
El tiempo siguió su curso, las estaciones fueron sucediéndose; pasado un año, llegó el verano, con él las fiestas del pueblo de las chicas: toros, encierros, verbenas en la plaza…y Melo, como el resto de los jóvenes de la comarca, acudió a la fiesta. En una calle se cruzó con Ana que iba con dos amigas y, al ser viejos conocidos, pararon a saludarse, él les presentó a sus amigos, ella a las amigas, les preguntaron si podían acompañarlas, ellas aceptaron, Melo se situó al lado de Ana y ya no se separaron en toda la tarde.
Al ser verano, como eran estudiantes, todos ellos estaban de vacaciones. Por la noche, al despedirse de Ana, antes de volver a su pueblo, le indicó si podía volver a verla el día siguiente, aunque fuera lunes, y ella aceptó. Los dos eran guapos, se caían bien, la relación siguió para adelante y al cabo de varias semanas, en el pueblo, era del dominio público que había un chico forastero que “hablaba” con Ana.
Melo, que ya llevaba un mes yendo regularmente a visitar a Ana, estaba bastante extrañado de que nadie le hubiera abordado aún para exigirle el
correspondiente “pago del vino”; así que un día, que volvió por allí, a ver a la chica, se cruzó en la calle con sus primos, los mellizos que el año anterior le habían
avisado que, si volvía a aquel lugar, ya sabía a lo que atenerse, y se dirigió a
ellos.
- ¡Oye! ¿Sabéis
que Ana y yo estamos saliendo?
A Melo le agradó la franqueza de los hermanos. No se lo pedían, simplemente, porque eran familiares de Ana y querían evitar que se disgustara con ellos; además, a pesar de llevar tan poco tiempo saliendo con la prima, sólo por este hecho, sin apenas conocerle, se sentían obligados a defenderle de lo que fuera.
Pensó
que gente así, tan maja, merecía una correspondencia por su parte, y ya que
ellos habían sido quienes le advirtieran, tiempo atrás de que, si volvía por allí,
debía realizar el pago correspondiente. Si decidía hacerlo voluntariamente, nadie mejor que ellos para recibir la dádiva.
Con esta acción, solo
veía ventajas: Los primos podrían justificarse ante Ana alegando que
él, voluntariamente, había querido pagar sin que ellos le hubieran exigido nada y, como los hermanos, iban a invitar a sus amigos a la correspondiente
merendola, todo el mundo se enteraría que él ya había cumplido con el requisito de modo que, en el futuro, ya nadie podría incordiarle por ese motivo.
A los hermanos le pareció una buena idea y les dio el dinero.
Con esta maniobra “de alta diplomacia”,
Melo se las prometía muy felices, pero con lo que no contaba fue que, al comunicarle
a Ana “lo listo” que había sido, ésta se enfadó muchísimo diciéndole que podía volverse
a su pueblo cuando quisiera, porque lo suyo había acabado.
¿Por qué Ana cortó de una forma tan tajante a Melo?
La discriminación de la mujer respecto
al varón, a lo largo de la historia, ha sido una constante, en todas las
culturas y, a raíz de ello, surgió el feminismo. Un movimiento social cuyo
objetivo es lograr la igualdad a todos los niveles del hombre y la mujer.
Esta corriente, en un principio se centró en el logro del sufragio
femenino (en España se consiguió en 1933); pasando, posteriormente, a ser su principal
objetivo la emancipación de la mujer.
Este hecho, que en otros países se desarrolló entre 1960 -1970, a España llegó
mucho más tarde debido al régimen político que teníamos entonces.
En aquella época, en nuestro país, la emancipación
femenina no era aún un tema de actualidad y, aunque la sociedad española era bastante
machista, la mayoría de hombres y mujeres apenas tenían conciencia de ello.
Ana, en cambio, estaba muy sensibilizada ante este tema ya que estaba
estudiando la Carrera de Derecho, el concepto de la justicia lo tenía a flor
de piel, y el menoscabo de los derechos
de la mujer por razón de sexo, le sentaba fatal.
Mientras que para Melo, el hecho de “pagar
el vino” había sido un simple formalismo, para evitar que nadie le incordiara
por salir con Ana; ella, en cambio, lo vio desde una perspectiva muy diferente.
Un hombre había pagado a otros hombres, para ganarse “el derecho a salir con
ella”, y eso era un signo externo, de machismo intolerable; un auténtico atentado a su
dignidad. Ese había sido el origen del enfado y ruptura con el novio.
Como
podemos ver, la maniobra de Melo acabó siendo un fiasco tremendo. No sólo había
perdido el dinero y la novia; también, por añadidura, se había ganado una
enemiga, “por machista”; aunque él, en aquel momento, no era consciente de
ello.
Aunque los dos, finalmente, acabarían uniendo
sus vidas, retomar la relación llevó mucho tiempo y costó a Melo lo que no está
escrito, pero esa es ya otra historia.
Magnífico, divertido y como ese tema lo hemos vivido, pues mucho más divertido.
ResponderEliminarTerminas tu relato diciendo:
" Aunque los dos, finalmente, acabarían uniendo sus vidas, retomar la relación llevó mucho tiempo y costó a Melo lo que no está escrito, pero esa es ya otra historia.
Pues de esa otra historia, quedamos a la espera.
-Manolo-
Hola Manolo. Hoy tocaba lo del asunto del "pago del vino" por parte de los novios forasteros, algo de lo que, habitualmente, se encargaban los quintos del año. A la gente que tenemos cierta edad, aún nos tocó a más de uno vivir en primera persona este hecho. Un saludo
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