Un motín es una revuelta popular, ante un dirigente, por una orden que la gente considera injusta; ejemplos de motines famosos, que tuvieron lugar en nuestro país, fueron el motín de Esquilache, y el de Aranjuez.
Una vez, en nuestro pueblo, ocurrió un suceso y no tengo la plena
seguridad de que pueda ser catalogado como motín, eso lo dejo a criterio de
cada uno.
Si tenemos en cuenta que antes, en el campo, gran parte del terreno eran
tierras abiertas, y que las explotaciones ganaderas se desarrollaban en régimen
extensivo pastando el ganado, frecuentemente, en campo abierto, esto era origen
de frecuentes conflictos por el peligro de que vacas, ovejas, cabras… se
metieran en el terreno cultivado y comieran las cosechas.
Para intentar solucionar esta circunstancia, haciendo posible que la
agricultura y la ganadería fuesen compatibles, nuestros antepasados establecieron
una serie de normas de obligado cumplimiento para todos, siendo éste el origen
de las “Hojas de Cultivo”. Un método de producción, cuyo objetivo era hacer
posible los cultivos en terrenos poco productivos; como en ellos no era posible
sembrar las mismas parcelas todos los años, porque había que dejar
descansar la tierra, la siembra de la siguiente cosecha se efectuaba en otros
pagos.
Este sistema de rotación de los cultivos, donde va alternándose cada año el terreno dedicado
a la siembra de los cereales, era conocido como “Hojas de Cultivo”.
Cuando la rotación era bianual se decía que había dos hojas, una reservada para siembra y otra de descanso; en cambio,
cuando la rotación de los cultivos era trienal, entonces las hojas eran tres; siendo esta última
modalidad la que se realizaba en nuestra comarca.
En este segundo caso, el término municipal se dividía en tres hojas de
superficies semejantes y lo más homogéneas posibles; una era la Hoja
de Cultivo, que era el terreno destinado cada año a la siembra y
cosecha de los cereales; en ella, obviamente, no debía pastar el ganado; la
segunda, era la Hoja de Barbecho, integrada por el terreno que se
preparaba para el cultivo del año siguiente, en el que se realizaban varias
aradas (tras las lluvias del invierno para remover la tierra, en primavera
para eliminar las malas hierbas y
enterrarlas, sirviendo estas como abono; y otra en otoño, para la siembra); la
tercera hoja era la Hoja de Descanso, constituida por el terreno que había sido
sembrado el año anterior.
Tanto en la zona de barbecho como en la de descanso sí podía pastar el
ganado, con la ventaja añadida de que el terreno era abonado de
“forma natural” (una forma fina de decir que sus excrementos fertilizaban la tierra
de un modo muy ecológico).
La idea del cultivo en hojas tuvo su origen en la Edad Media no siendo exclusivo de nuestra zona, era una práctica muy extendida por todo el país y requería una buena coordinación entre los propietarios para evitar desfases en el uso de las parcelas (cada año debían estar al tanto de las hojas para realizar todos las mismas actividades en cada una de ellas: sembrar, llevar el ganado…).
A grandes rasgos, este era el funcionamiento de las hojas; para
vigilar que todos cumplieran las normas debidamente, existía un guarda jurado. Éste, cuando alguno incumplía la normativa,
como por ejemplo llevar ganado a una zona que no correspondía, procedía a multarlo.
Todos los años, una vez acababa la siega, cuando los manojos de cereal ya estaban apilados en las eras para proceder a la trilla (una actividad ya desaparecida desde que llagaron las cosechadoras); se daba por finalizada la Hoja de Cultivo, liberándose entonces el terreno perteneciente a la misma para que los animales pudieran aprovechar los rastrojos. Este acto era conocido como “Levantar la Hoja”, se anunciaba tocando la campana del ayuntamiento, y era una noticia muy esperada por los ganaderos,
Una vez que el guarda se aseguraba que ya todo estaba
segado y que en el campo ya no quedaba cereal alguno pendiente de recoger, lo
comunicaba al alcalde y este mandaba al alguacil que tocara la campana del
ayuntamiento. Esta era la señal de que el terreno dedicado a la hoja de
siembra dejaba de estar acotado teniendo los ganaderos, a partir de ese momento,
libertad para llevar al ganado a las rastrojeras, algo que venía sucediendo,
ininterrumpidamente, desde siglos atrás.
Un día de julio de aquel año, ya estaban todas
las mieses en las eras dispuestas para la trilla, y un paisano se cruzó en la
calle con el alcalde, dirigiéndose a él en estos términos:
- Mira, XXXXX , ya está
todo recogido. Creo que ha llegado la hora de “levantar la hoja” para poder
llevar el ganado a los rastrojos; en las otras dos hojas ya está todo comido,así
que cuanto antes des la orden, mejor.
Era comienzos
de la década de 1930, en plena Segunda República, y el alcalde había sido
elegido recientemente, de forma democrática, para defender los intereses del
pueblo, como debe ser. Claro que una cosa es la teoría y otra la realidad. Resulta
que el hombre tenía el concepto de autoridad muy subido y eso de que un ciudadano
cualquiera le dijese lo que tenía que hacer no le gustó nada.
- Eso se hará cuando
yo lo considere. Respondió, con algo de acritud. Mañana me aseguro
personalmente de que todo el mundo ya ha acabado de segar y acarrear el cereal
a las eras.
- Yo te garantizo que
no queda nada. Respondió el paisano, molesto por la desconfianza. .
- Pues yo te repito
que hasta que no lo vea personalmente y me asegure de ello, no se abren los
rastrojos. Respondió el alcalde secamente.
El regidor, a lo largo del día, aún se
encontró con más paisanos que le hicieron la misma observación y esto cada vez
le irritaba más. Debía tener un grado de autoestima demasiado elevado y eso de
que la gente anduviera indicándole lo que debía hacer, no lo sentó demasiado bien. ¿Acaso desconfiaban de su
capacidad gestora? ¿O es que no se habían enterado aún de que él era el
alcalde, la máxima autoridad del lugar? Esto era inadmisible, pero pronto iban
a enterarse todos quien mandaba allí.
Pasó
un día…y otro…y otro…, y no acababa de sonar la campana del ayuntamiento anunciando
la apertura del aprovechamiento de los rastrojos, un hecho que tenía desconcertados a
los vecinos del pueblo.
Todos sabían que el cereal ya estaba
totalmente recogido y que el siguiente paso era "levantar la hoja" para que los
animales pudieran aprovechar las rastrojeras, algo que a estas alturas del año
era muy necesario; pero pasaban los días y el ansiado anuncio no llegaba, así que una
tarde, harto de esperar, un sobrino del alcalde, aprovechando la confianza que
da el parentesco, fue a casa del tío a pedirle explicaciones y aquello acabó
como el “rosario de la aurora”: uno diciendo que no existía excusa alguna para
que aún no se hubiera levantado la hoja y el alcalde dando largas al asunto,
diciendo que lo haría pronto, pero sin dar fecha y razón alguna de por qué no
lo había hecho aún.
Entonces, al contrario que ahora, el ganado
se guardaba por las noches en el pueblo, en los corrales.
El subordinado no sé si sabría lo que era un motín, pero lo que sí sabía era que la gente estaba muy cabreada y así lo hizo saber al alcalde, pero éste no le hizo caso alguno.
Cuando llegó la comitiva a su altura, los hombres que iban a la cabeza de la manada vieron al regidor plantado en el medio de la calzada, pero no hicieron ademán de detenerse y el alcalde, entonces, comenzó a gritar, increpando al grupo de hombres ordenándoles que ¡¡tenían que darse la vuelta!!, porque aún no se había “levantado la hoja”. Estos, a su vez, le indicaron que se quitara del medio.
El alcalde, entonces, empezó a mover los
brazos y dar voces a las vacas que iban al comienzo de la manada, para
espantarlas, y esta fue la gota que colmó el vaso.
Los ganaderos se enfurecieron y, precisamente, el
sobrino que iba en el grupo de cabeza;el mismo que el día anterior había ido en
son de paz a hablar con él, invitándole a que abriera los pastos de una vez, con
la ijada que llevaba en una mano, le arreó unos estacazos al alcalde que, ahora sí, abandonó
el centro de la calle dejando paso a la comitiva.
El alguacil, que contemplaba la acción unos metros atrás, desde el principio estaba convencido que aquello no podía acabar bien, así que, al ver que
el sobrino se acercaba a “saludar” de aquella forma tan extraña a su tío, se alejó de allí metiéndose en una calle lateral -él solo era un mandado, y no estaba interesado en recibir lo que no quería- . Sabía que los héroes, aunque en las leyendas siempre acaban bien, en la vida real suele ocurrir lo contrario y el resultado de aquella gresca no hacía más que
corroborar sus impresiones: El alcalde no le había hecho caso alguno; había querido ejercer aquella mañana de héroe, y el resultado a la vista estaba.
Mientras que el rebaño de vacas, ya sin
obstáculo alguno que dificultara el paso, siguió su camino, el imprudente alcalde y el prudente alguacil se retiraron del lugar de la contienda.
Cuando
el subordinado sugirió al jefe apaleado ir al médico, éste, tras comprobar que no tenía
heridas externas, sino contusiones –sus
heridas sobre todo eran morales- le dijo que no, que lo que iba a hacer era
denunciar el hecho, a la Guardia Civil, inmediatamente.
Al tratarse del alcalde, fue el sargento
quien le atendió personalmente, y, cuando aquel le contó lo sucedido: Que se
había plantado en el medio de una calle, delante de veinticinco ganaderos
cabreados, que iban al frente de una manada de cerca de 300 vacas, para
impedirles el paso, no supo que pensar. Por suerte, la cosa había quedado en
contusiones; en cuanto al daño moral, el alcalde lo había sufrido, pero también lo habían sufrido los dueños del ganado viendo la tomadura de pelo de que habían sido objeto por el
empecinamiento de la otra parte, así que, en ese
aspecto, estaban empatados.
Cuando pidió al alcalde que le dijera los nombres de
los amotinados que le habían agredido, la respuesta de éste le
dejó atónito.
- Tienes que
llamar a todos, y que paguen por lo que han hecho. Por incumplir
el orden establecido y, además, por pegarme.
El
desenlace:
ü La Guardia Civil, tomó declaración
a gran número de paisanos y todos contaron lo mismo. Al contrario que en Fuenteovejuna,
la obra de Lope de Vega, donde la totalidad de los declarantes afirmaban haber matado al comendador, aquí
nadie había visto que el alcalde hubiera sido agredido.
ü El alguacil, a su vez, declaró que la agresión ocurrió a sus espaldas, en el preciso momento que, para alejarse de la gresca, se metió en una calle lateral, por lo que no pudo ver quien o quienes habían sido los agresores.
ü Las vacas, si fueron llamadas a
declarar, dudo mucho que pudieran decir algo más que ¡Muuú!
ü En cuanto a las moreras que fueron
testigos directos de la escena, resultaron ser las más discretas de todos ellos. No
dijeron nada.
Desde La Zarza real, y virtual, Saludos calurosos.
ResponderEliminar-Manolo-
Hola Manolo. Espero que este calor se pase pronto y puedas disfrutar de tu pueblo
EliminarJosé Carreto
EliminarAnimo Jose, estos relatos nos devuelven a otros tiempos, ya un poco lejanos pero de alguna forma añora dos. Aunque la postura de aquel alcalde sea ahora actualidad en más de un ayuntamiento. La historia se repite.
ResponderEliminarUn saludo.
Joaquín am
EliminarEse motín, aunque no salga en los libros de historia, fue real. En cuanto al alcalde, fue un personaje irrepetible.
EliminarJosé Carreto
Eliminar