En España, nuestros antepasados más lejanos, vamos a situarlos en unos 25.000 años atrás, por poner una fecha, no tenían las preocupaciones que mantenemos los españoles actuales con el coronavirus, no pagaban impuestos, y tampoco padecían a los políticos que tenemos ahora, así que alguno de nuestros contemporáneos incluso podría llegar a envidiarles, pero viendo las condiciones en las que vivían, más bien sobrevivían, pienso que no debemos añorar excesivamente unos tiempos en los que la preocupación esencial de los humanos (y humanas), de entonces, consistía en intentar comer todos los días, algo que no resultaba nada fácil ya que Mercadona, Alcampo, Carrefur y demás establecimientos del ramo, aún tardarían muchos años en abrir sus establecimientos por todo el país.
La ropa era de poca calidad, los más privilegiados vivían en cuevas sin calefacción ni aire acondicionado; para procurarse la comida cazaban y pescaban con armas rudimentarias, y, como la agricultura aún no se había “inventado”, recolectaban las plantas y frutos que la Naturaleza, espontáneamente, les proporcionaba. Con todos estos condicionantes, el hecho de sobrevivir ya de por sí constituía un éxito ,pues las probabilidades de morir de hambre, frío en invierno, o atacados por animales o por otros humanos, eran muy altas, de modo que nadie llegaba a viejo.
En la
vida, primero tienen que estar cubiertas las necesidades vitales y, una vez que
esto se logra, es cuando uno comienza a sentir las necesidades espirituales, por lo que tener “pensamientos profundos”, en aquellos tiempos era algo inusual.
Seguramente, en una época de bonanza climática, primavera o verano, con
abundante caza a la vista, y con árboles frutales silvestres dando sus frutos, los
hombres prehistóricos estarían satisfechos y se reconciliarían con la vida, pero
cuando llegaba el invierno, arreciaba el frío y escaseaban los alimentos, en medio de tantas
penalidades, alguno de los humanos de entonces, en un momento de bajón, pudo pensar: “Estoy pasando más hambre que el
perro del afilador, tengo un frío del carajo y mi existencia es una pena...no sé
qué pinto aquí. ¿Para qué coños nacemos las personas, si todos acabamos muriendo,
tras un montón de penalidades?”.
Había
nacido el primer filósofo -esto debió
pensarlo un homo sapiens, los neandertales por lo visto no pensaban tanto-
Esta pregunta,
aparentemente tan tonta, sobre el sentido de la vida, que aquel hombre, fuese o
no un homo sapiens, pudo llegar a hacerse; desde entonces, ha sido planteada, a
largo de los siglos, infinidad de veces, por todo tipo de personas, tanto
filósofos como no filósofos, y sigue sin tener una clara respuesta que convenza
a todos por igual.
Todos
sabemos qué es la vida, no en vano somos seres vivos y, como humanos que somos,
pensamos, aunque a veces no lo parezca; pero si alguien nos pidiera que definiéramos
en pocas palabras qué es la vida, comprobaríamos que no resulta una tarea fácil;
además, encontraríamos tantas definiciones como personas, ya que cada uno
tendríamos una respuesta diferente acorde a nuestra propia existencia
Desde el
punto de vista de la biología, la respuesta es fácil y sirve todo el mundo, tanto para los
guapos como para los feos; aquí no hay diferencias: somos seres vivos
porque nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Pero, desde el punto de
vista espiritual, la cosa cambia. Vivir no solo consiste en existir; ahí
tenemos los árboles, que también son seres vivos, y mucha
espiritualidad no se les ve; ésta, es una propiedad exclusiva de los humanos -de todos modos, si miramos a nuestro
alrededor, a veces encontramos personas con un nivel de espiritualidad similar
a la de los vegetales-.
Sólo son cuatro, pero qué difícil reunirlas
todas ¿verdad?
Dentro de sus cuatro condiciones, muy
acertadamente, situaba en primer lugar la salud.
Schopenhauer, otro filósofo, en este caso alemán, de comienzos del siglo XIX, sospecho que debió estar enfermo una buena temporada, pues en sus escritos también ponderaba mucho la salud. Durante un tiempo, estuve trabajando en una sala que tenía colgado, en una de sus paredes, un cartel en el que estaba escrito uno de sus aforismos: “La salud no lo es todo, pero sin salud, lo demás es nada”.
La salud, con diferencia, es el bien más importante que tenemos, pero somos tan tontos que sólo sabemos valorarla cuando nos falta, y es que forma parte de la condición humana no saber apreciar las cosas, en su justo valor, hasta que las perdemos.
Esto sucedió hace
años, recuerdo que era por este tiempo, primavera, concretamente, a mediodía. Entró en
el bar un paisano, vamos a llamarlo X, debía andar entre los cuarenta y los
cincuenta años, y tenía una herida en una sien, conveniente tapada por gasa y
esparadrapo. Se dirigió a la camarera, y le dijo:
- ¡ Ponle a todos
lo mismo que estén tomando, que les quiero invitar! ¡ Hoy estoy muy contento!
Tanta generosidad, suele tenerla uno cuando tiene algo que celebrar: se va a casar con un/a buen/a novio/a, le ha tocado la lotería, le han aumentado sustancialmente el sueldo en el trabajo (esto último queda para la nostalgia), etc…pero no era el caso.
En un
pueblo, donde todo el mundo se conoce, sabíamos que X había sufrido un
accidente de tráfico dos días antes. Iba acompañado por la esposa y un hijo, conducía él, el coche era nuevo, apenas llevaba con el mismo dos semanas, y habían dado varias vueltas de campana, quedando el auto
totalmente destrozado. De hecho, el seguro lo había catalogado como siniestro total. Afortunadamente, los
ocupantes, aparte de haber sufrido magulladuras por todo el cuerpo, y pequeñas
heridas, a pesar de lo aparatoso del accidente, habían salido
indemnes del percance.
El automóvil, nos hizo saber después, lo había comprado a plazos, aún tenía un año por delante para pagarlo y, por ahorrar algo, no había hecho un seguro a todo riesgo. El coche, como dije anteriormente, había quedado para chatarra, así que el panorama que tenía por delante, aquel hombre, era desalentador: pagar durante un año un coche inexistente, por lo que todos coincidíamos en que el pobre X tenía poco que celebrar por la importante pérdida económica que para él le suponía el asunto.
Otro, en
su lugar, estaría apesadumbrado, echando maldiciones sobre el asunto, y,
seguramente, permanecería deprimido en su casa, sin gana alguna de salir, para evitar "malgastar el dinero en bares", pero aquel hombre estaba con nosotros en el
bar y muy sonriente. Era la cara de la felicidad.
- ¡Déjalo! Dijo uno de los parroquianos. Debió pensar que a X, los golpes del accidente debían haber desarreglado algo la mollera. Tú tienes poco que celebrar. Te invito yo a ti.
-
¡De eso nada!
Respondió el accidentado. ¡Claro que tengo mucho que celebrar!
-
¿Te va a dar
un coche nuevo el seguro? Preguntó alguien.
- ¡De ningún modo! Respondió el implicado. Compré un coche nuevo hace dos semanas y me he quedado sin él, pero eso a mí ya no me importa en absoluto. Soy viejo, saqué el carnet a trancas y barrancas y reconozco que conduzco fatal, así que he decidido no volver a conducir más en la vida, para evitar poner a alguien en peligro. En cuanto al coche, que le den por saco; tengo un año por delante para pagarlo....eso se arregla con dinero y ya está. Lo que realmente me importa son los míos, en el accidente he podido matarlos y, por suerte, a ellos no les ha pasado nada y a mi tampoco. Los tres estamos bien y eso hay que celebrarlo, por ello quiero invitaros, porque estoy muy contento. Para mí, anteayer, es como si hubiera vuelto a nacer. Al contrario de algunos, que no pudieron contarlo, yo he vuelto a tener una segunda oportunidad.
Post Data
* El paisano X existió realmente. Un día, con
su coche recién estrenado, sufrió un accidente en un cambio de rasante. El hombre, haciendo honor a su palabra, no volvió a conducir nunca más.
Sabio, sin duda el tal señor X, pues su decisión lo acredita. Quién sabe si descendí a de aquel primer filósofo de tu relato.
ResponderEliminarCierto, cada persona somos un mundo, o varios, vete a saber.
-Manolo-
Valorar lo que tienes, algo que parece tan simple, claro que es de sabios.
ResponderEliminarRespecto a la posibilidad de que X fuera descendiente del primer filósofo, ¿por qué no?. Si tenemos dos padres, 4 abuelos, ocho bisabuelos, diez y seis tatarabuelos...si seguimos tirando del hilo hacia atrás, aquel hombre puede ser antepasado directo de media humanidad