Historias “extraordinarias”
El monstruo (del
lago Ness) de la charca de “Praueso”
Hace años, los sistemas de explotación
ganadera eran muy distintos a los actuales; entonces, el ganado y la gente
convivían en estrecha proximidad. Todos, personas y animales, pasaban la noche
en los pueblos; por la mañana, los animales eran llevados por sus dueños a
pastar al campo y, cuando llegaba la tarde, el ganado era recogido y llevado
nuevamente al núcleo urbano, a los corrales. Como podemos ver, la gente de los pueblos
pasaba gran parte del día paseando vacas, ovejas, cabras… de un lado para otro.
Esta era la rutina diaria de los ganaderos a lo largo de todo el año, excepto en
verano. En esta estación, las labores de siega, acarreo y trilla de las mieses
ocupaban casi todo el tiempo de los campesinos y, en lo que respecta al ganado,
variaban las costumbres ya que casi todos los animales, durante el periodo
estival, permanecían día y noche en el campo, tal como ocurre ahora a lo largo
de todo el año; pero era necesario llevarlos todos los días, de los prados o
valles comunales donde permanecían, a abrevar a los pilares y charcas, ya que entonces
no existían los depósitos y bebederos móviles que los ganaderos emplean,
actualmente, llevar agua a las fincas.
Las ovejas, todas las primaveras, una vez que son esquiladas para despojarlas
de los vellones de lana que han estado protegiéndolas de los fríos invernales, quedan
preparadas para enfrentarse a los calores estivales mas, aun así, cuando
aprieta el calor, éste les afecta mucho y como están amodorradas, apenas comen durante
el día; por ello, en aquella época, al oscurecer, los pastores acostumbraban a llevarlas
desde los prados, donde pasaban el día, a beber agua a pilares y charcas y aprovechaba
esos paseos nocturnos para que pastaran con “la fresca”, así que era muy común
que anduviesen con los rebaños, por el campo, hasta bien avanzada la noche, antes de volver a encerrar los animales.
Clodoaldo, aquel verano, guardaba su rebaño de ovejas en la parte alta
de un valle cuyo nombre no tengo la
certeza de cómo se llama, ya que cada uno lo llama como le parece: Praueso, Prau
Gueso, Prao Hueso, Prao Bueso, Prao Beso, Praweso.… y a estas alturas, es prácticamente
imposible saber cuál es su auténtico nombre.
Se trata de un paraje que está a unos cien metros del cementerio, en la
parte baja de dicho valle hay una pequeña laguna -una charca-, próxima a un pilar,
y aquel verano éste era el lugar al que Clodoaldo, todos los días, llevaba sus
ovejas a abrevar.
Era una hermosa noche de verano y
el cielo, totalmente estrellado, ofrecía un aspecto espléndido, pletórico de
constelaciones y estrellas. El
espectáculo que ofrece la bóveda celeste, durante la noche, en nuestra comarca,
es magnífico; especialmente, cuando estamos en el campo alejados de los núcleos
de población y con una mínima claridad ambiental, como sucede cuando estamos
fase de Luna Nueva.
En noches así, las estrellas en el firmamento se ven muy bien; en
cambio, la superficie terrestre es poco visible y, al no poder apreciar las
irregularidades del suelo, andar por el campo es bastante dificultoso; pero esto
no suponía problema alguno para las ovejas ni para al pastor que, como estaban
acostumbrados a hacer el mismo recorrido todas las noches, desde el prado hasta
la charca y el pilar, conocían a la perfección el camino.
Bajaban por el valle despacio, dando tiempo el pastor al ganado para que
comiera lo poca hierba que a estas alturas del verano quedaba en el suelo, y,
cuando las primeras reses llegaron a las inmediaciones de la charca, en vez de
correr hacia la misma, como hacían habitualmente todas las noches, al sentir la
proximidad del agua, las primeras de la avanzadilla se detuvieron, imitándolas
a continuación el resto del rebaño -las ovejas son muy gregarias y, aunque, a los
profanos en la materia, nos parecen todas iguales y con los mismos
comportamientos, esto no es así. Cada una tiene su “propia personalidad
ovejuna” de modo que en cada rebaño siempre están las “jefas” del mismo, que
son las que siempre van por delante, abriendo el camino, dirigiendo al resto de
las compañeras de redil, que las siguen ciegamente-.
Aquella noche, a pesar de la sed acumulada a lo largo del día, ya que
desde primeras horas de la mañana no habían vuelto a probar el agua, y a pesar
de estar tan próximas a la laguna, se resistían a avanzar hacia la misma.
Los animales poseen algunas facultades, de las que carecemos los humanos,
que les permiten intuir el peligro, y aquellas ovejas parecían haber detectado
la existencia de algo extraño en la charca.
Era ya pasada la media noche y la intención del pastor pasaba porque el
ganado bebiera agua, desandar el camino
a través del valle para devolverlo al prado, donde pasaba el día y, a
continuación, irse a casa a descansar, culminando así su larga y agotadora jornada
de trabajo; así que al ver a las ovejas detenidas se impacientó y les dio unas
voces, arreándolas para que avanzaran. Algunas respondieron a su requerimiento
y se movieron, pero lo hicieron hacia los lados negándose a seguir hacia
delante.
Esto extrañó mucho a Clodoaldo, que no
apreciaba nada anómalo que justificara el recelo del ganado para acercarse a la
charca. Aunque las ovejas mostraban aquel insólito comportamiento, él no percibía nada extraño en el valle; allí,
en aquel momento, aparentemente, solo se encontraban él y el rebaño, por lo que no encontraba justificación alguna para que las reses, a pesar de la gran sed que debían tener, no quisieran acercarse a la laguna que se encontraba a tan solo unos metros de donde
Abrevadero de ganado |
Siempre se ha dicho que hasta el burro más listo a veces necesita un
estímulo para que obedezca -es la teoría del palo y la zanahoria - y Clodoaldo,
que, a esas horas del día, tenía unas ganas tremendas de irse a dormir, se
impacientó y decidió echar mano de esas ancestrales enseñanzas.
Como buen líder del rebaño que era, a pesar de no haber pisado ninguna facultad
de psicología, ni haber realizado máster alguno en terapia conductual, ni
motivación personal; la experiencia le había proporcionado suficientes conocimientos
empíricos para saber guiar al ganado y lograr que obedeciera; así que consideró
que, si ya había agotado el recurso de la palabra -las voces que les había
dado a las ovejas no habían surtido efecto alguno-, debía cambiar de
táctica empleando métodos más expeditivos, cosa que hizo dirigiéndose a una de
las ovejas que encabezaban el rebaño y le dio un “toque de atención” con la
cayada -vamos, que le arreó un estacazo en los cuartos traseros-. Su
intención era que avanzara y así las demás, al verla, siguieran su ejemplo; pero
el intento resultó fallido pues la res sólo avanzó unos dos metros alejándose
del pastor -sus motivos tenía para hacerlo- y volvió a pararse en seco, ya que en la charca había algo que la asustaba aún más que el cayado de su
dueño.
Para el amo del rebaño, era inconcebible
que aquellas ovejas, tras haber estado todo el día encerradas en el prado, sin haber
bebido nada de agua desde la mañana, no quisieran avanzar a la charca “ni a
palos”; así que decidió adelantarse un poco intentando averiguar qué era
aquello que ocasionaba la negativa del ganado para acercarse a la charca.
La oscuridad
de la noche, al estar nuestro satélite en fase de luna nueva, era tan intensa
que solo permitía la visión a muy corta distancia y, al no ver nada sospechoso,
aguzó el oído por si oía algo extraño, pero sólo logró escuchar los sonidos
propios de la noche: el gri-gri-gri insistente de los grillos, el buh-buh de
algún búho, los ladridos de algún perro lejano… Esto le recordó que llevaba casi
un mes sin perro, pues había muerto el que tenía y le estaban criando un
cachorro -lo que hubiera agradecido el pastor, aquella noche, haber tenido
un perro que le ayudase a guiar el ganado-.
Lo único que llamó su atención fue que en la charca había un silencio
inhabitual, ya que no se oía el croar de las ranas.
Todos los días, cuando se acercaba con las ovejas a la charca, oía el
alegre croar de estos anfibios; pero aquella noche reinaba en la misma un
silencio que resultaba sumamente extraño. Escudriñó con detenimiento tanto la superficie
de laguna como sus orillas, intentando descubrir algo sospechoso que
justificara ese silencio; pero, al estar la noche tan oscura y ser la
visibilidad tan escasa, apenas podía vislumbrar lo que había unos metros más
allá de donde él se encontraba.
Si la luna hubiese estado en cualquiera de las otras fases: Llena, Menguante
o Creciente, sus rayos hubieran bastado para ver con nitidez toda la superficie
de la laguna, y las orillas; incluso nuestro satélite se reflejaría en el agua
ofreciendo una imagen de lo más bucólico, pero al estar aquella noche, en fase
de Luna Nueva, apenas pudo distinguir nada.
Quizá, en la orilla opuesta de la charca, del lugar donde él se
encontraba con el ganado, le pareció distinguir una silueta algo más oscura que
el entorno, pero debido a la poca visibilidad reinante, no podía asegurar nada.
Era totalmente imposible distinguir qué era aquello que había en la orilla
opuesta de la charca, si es que había algo. Será alguna “zarzalera”, pensaba el
pastor…o unos juncos. En estos pensamientos estaba, cuando un terrorífico
sonido surcó la oscuridad.
- - ¡¡¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuh!!!
Hasta a un hombre como él, acostumbrado a bregar
por el campo desde niño, en todas las condiciones posibles, le sobrecogió aquel
aullido. Nunca había oído algo así. No era un lobo…estaba seguro de ello. Hacía
muchos años que no había lobos por la zona y, aunque alguno pudiera haber
venido de algún otro lado, él recordaba haberlos oído alguna vez en su
infancia y estaba convencido de que no lo era. No sabía qué podría ser, pero
era evidente que allí había algo y “ese algo” era lo que habían percibido las
ovejas.
Otro, en su lugar, habría echado a correr sin pensárselo dos veces, alejándose
del lugar; pero él era un hombre valiente y, a pesar del susto, permaneció
inmóvil en el lugar donde se encontraba. Además, un buen pastor nunca debe abandonar
al rebaño, sino defenderlo, y él lo era.
Mantuvo la calma como pudo, miró a ambos lados para controlar si el
peligro se le acercaba por alguno de los costados y, al ver que por allí no
había nada de particular, fijó nuevamente la vista sobre la charca, intentando distinguir
algo, ya que el bramido parecía proceder del extremo opuesto de ésta, del mismo sitio donde creyó percibir anteriormente el bulto sospechoso.
Fue entonces cuando reparó que, en ese lugar, ahora, había dos luces que
antes no había logrado ver en ningún momento. Eran unos ojos que resplandecían
en la oscuridad y le miraban amenazadores. Afortunadamente, el ser que le
miraba, fuera lo que fuera, se encontraba en el lado opuesto de la charca, continuaba
allí y no parecía tener intención de desplazarse hasta el lugar donde él estaba
con las ovejas. Observó que la distancia
entre ambos ojos era muy grande y por ello calculó que aquel bicho, fuese lo
que fuese, debía tener una cabeza enorme.
Volvió a aullar, si cabe, más fuerte que antes, y el rugido, si es que
puede llamarse así al horrible sonido que emitía aquella criatura, se extendió
por todo el valle.
Clodoaldo, se sobrecogió al oírlo, se le aceleró el corazón y hasta
creyó notar que los pelos se le ponían de punta. ¡Qué coños podría ser aquel bicharraco que,
amparado en la oscuridad de la noche, bramaba de aquel modo emitiendo un sonido
tan aterrador! Ahora entendía por qué las ranas habían dejado de croar.
Por su cabeza, los pensamientos circulaban
a gran velocidad intentando hallar una explicación lógica a lo que estaba sucediendo,
y no se le ocurría nada. Estaba ante algo desconocido. En toda su vida, nunca
se había encontrado en una situación similar y tampoco había oído contar a
alguien del pueblo que le hubiera ocurrido un algo parecido; así que, por
expresarlo en pocas palabras, la verdad es que nuestro paisano estaba muy
sorprendido y, a la vez, acojonado.
En un momento de lucidez, cayó en la cuenta de que el cementerio estaba
muy próximo al valle y fue entonces cuando creyó haber hallado una respuesta a
sus dudas: Aquella “cosa desconocida” que le miraba fijamente desde el extremo
opuesto de la charca, sólo podía tratarse de algo sobrenatural. Seguramente era
un espíritu que había decidido salir aquella noche del camposanto, y se
encontraba en el valle. ¿Qué otra cosa podía ser, si no?
La verdad es que, haber llegado a la conclusión de que se encontraba
ante un espíritu, no le tranquilizó lo más mínimo. Estaba bien no
haber huido a “las primeras de cambio”, pero tampoco era plan de ser tan
temerario como para rodear la charca y acercarse a comprobarlo ¡Quien sabe lo
que podía pasarle!
De todos modos, siempre había
oído que los espíritus son inmateriales, invisibles y no rugen; además, ¿qué pintaba
un espíritu en una charca entre el barro, agua y ranas? Inmediatamente, desechó
ese pensamiento. Lo que él estaba viendo era algo visible y material; calculó
que la distancia entre ambos ojos sobrepasaba el metro, por lo que, si el resto
de su cabeza y el cuerpo eran proporcionales a ese dato, el bicho debía ser
enorme. Si aquello no era ningún espíritu, sólo podía ser un monstruo.
Cuando llegó a esta conclusión, no lo dudó un momento; lo más prudente
era alejarse de aquel ser desconocido lo antes posible; aunque tuviera que ir a
algún lugar más lejano, aquella noche allí no iba a abrevar el rebaño.
Decidió arrear las ovejas en dirección contraria, valle arriba, para
alejarse lo antes posible de la charca y de aquella extraña criatura, y ahora sí que respondieron los
animales a sus indicaciones. En un momento determinado, incluso adelantó al
rebaño y se puso a caminar delante de las ovejas a toda prisa. Al menos, si el monstruo
se acercaba para atacar, que empezara por las ovejas, pensaba el pastor.
Clodoaldo estaba muy confuso ante lo que estaba ocurriendo. Cuando era
niño, había escuchado contar a los mayores historias relacionadas con espíritus,
monstruos y otros seres extraordinarios, pero lo que estaba viviendo aquella
oscura noche estival, era algo real…de
eso no había duda alguna. Aquello no era ninguna leyenda.
¡No sé si será un espíritu, un monstruo u otra cosa!, se decía a sí
mismo el pastor mientras se alejaba con su rebaño, precipitadamente de la
charca, ¡pero cualquiera se queda para comprobarlo!
Algunas notas aclaratorias:
* A comienzos de la década de
1970, un hombre de nuestro pueblo contó a sus vecinos que había visto un
monstruo en la charca de "Praueso"; pero, a excepción de las ovejas,
que también vivieron la experiencia en directo, nadie le creyó.
* El terrorífico ser que, emboscado en la oscuridad , tanto asustó a nuestro
paisano, en realidad eran dos hombres que estaban cazando ranas; un plato que, con
frecuencia, comían nuestros padres y abuelos -hoy día, están protegidas y ya no
es posible esta actividad- Estos dos
depredadores nocturnos, aprovechando la oscuridad de la noche, gastaron una broma al pastor y la terrorífica mirada que éste creyó ver en la orilla de la charca, no eran otra cosa que las
linternas que utilizaban para ¿cazar/
pescar? las ranas.
Todas o casi todas tus historias, José, me evocan muchos recuerdos de mi niñez. En esta unas cuantas: Me detengo en la lectura y me veo en tal o cual paraje viendo a los mozos con linternas capturando ranas y/o tencas en alguna ocasión. También cuando en mi casa estaban los mayores en las tareas de la siega o trilla, yo con mi bici iba a sacar las vacas del prao a un pilar. Para los zarceños: Del Fayal al pilar del Candeneo, unos 700 m. entre ambos, para darles agua y regreso a l prao. Recuerdos y más recuerdos. Este "paseo" con las vacas, tenía su aliciente, pues recuerdo que había una jovencita vaca que siempre era la rezagada, y mansa, lo que a mi me venía de perillas pues su rabo, trenzado y enmarañado al final, me servía para engancharlo en la varilla del freno de la bici con lo que tenía el arrastre automático asegurado. Vamos, tracción animal, pura y dura. Decir que en alguna ocasión fui a pique y la vaca arrastrando la bici; pero pese a todo era rentable y con mucho aliciente. Recuerdos, ...
ResponderEliminar-Manolo-
Hola Manolo. Me alegra que estos relatos evoquen en ti recuerdos de la niñez. Dicen que a los que somos de pueblo, cuando somos adultos, nos gusta volver a nuestros lugares de origen, porque son lugares donde fuimos felices en la infancia, algo en lo que estoy totalmente de acuerdo.
EliminarEran tiempos duros, tanto para mayores y pequeños y, si la vida era complicada, lo era para todos. Hoy día, le cuentas a alguien que, a los 12 años, nos mandaban al campo, solos, a llevar y traer vacas, cabras u ovejas y, si no es de nuestra generación, nadie te cree. Posiblemente, si esto ocurriera actualmente, hasta denunciarían a los padres por explotación de menores.
Un saludo