Uno de los problemas que tienen los habitantes
de los pueblos más pequeños -uno más
entre tantos- es la falta de unos servicios adecuados; un hecho que les obliga
a llevar una vida llena de limitaciones.
En muchas aldeas no hay carnicerías, pescaderías, panaderías, y, ni
siquiera, comercios donde poder comprar los productos básicos que necesitamos para
nuestra vida diaria; por ello, esta gente, cuando necesita adquirir cosas de
uso cotidiano, o alimentos para llenar la despensa, tiene que echar mano del
coche y desplazarse a algún pueblo vecino de mayor entidad, o esperar a que pase
por allí algún vendedor ambulante.
En
los pueblos algo mayores, allí sí hay tiendas: pequeños
negocios familiares que, aunque en la actualidad suelen centrar sus ventas en productos
de alimentación y droguería, antes eran más polivalentes y vendían todo tipo de
artículos a los clientes. Al respecto, recuerdo, hace ya muchos años, en un
pueblo cercano de Lumbrales, una tienda que era a la vez comercio, bar y salón
de baile. No tengo seguridad plena de ello, pero creo que el dueño de aquel
“centro comercial y de ocio” además era el cartero del lugar.
En
estos establecimientos, podemos surtirnos de artículos de primera necesidad, pero
si queremos adquirir algo fuera de lo habitual: ropa, zapatos,
electrodomésticos, material informático o telefónico y un sinfín de artículos
más, nos vemos obligados a desplazarnos a la ciudad, a las grandes superficies o
a tiendas especializadas, con la consiguiente pérdida de tiempo y dinero, ya
que los coches sin combustible no andan.
Hasta ahora, ésta era la única opción que teníamos, en las zonas rurales,
para realizar estas compras “inhabituales”; sin embargo, de un tiempo para acá,
esto ha cambiado gracias a Internet; este medio, ha hecho posible que, tener que desplazarse
a la ciudad, para comprar los productos que no podemos adquirir en nuestros
pueblos, haya pasado de ser una necesidad, a ser tan solo una opción.
La Red Informática de Comunicación (Internet),
ha hecho posible que, desde cualquier lugar donde vivamos, por muy apartado que
esté, casi todo esté a nuestro alcance sin movernos de nuestro domicilio. Esto, en una ciudad, no es tan importante, ya
que allí encontramos tiendas de todo tipo; pero en un pueblo, donde sólo
podemos encontrar los artículos básicos para la vida diaria, no deja de ser una
maravilla poder comprar lo que queramos, en cualquier lugar del mundo, y que nos
lo traigan hasta la puerta de casa.
Este
hecho es estupendo, aunque tiene el inconveniente de que, además de pagar
el producto, los gastos de transporte corren de nuestra cuenta ¡cómo no!.
La conclusión a la que nos lleva esto, siempre acaba siendo la misma:
independientemente de que vivas en el medio rural o en la ciudad, la vida
siempre es más fácil cuando tienes dinero.
En los pueblos, Internet no solo nos ha abierto
una puerta al mundo para poder realizar compras on-line; además, ha permitido
un cambio radical de la forma en que se relaciona la gente.
Una
de las virtudes que conlleva vivir en un lugar pequeño es que, al ser nuestro
entorno personal muy limitado, el contacto entre sus habitantes es muy estrecho;
como son pocos, todo el mundo se conoce. Es frecuente que un paisano, de
cualquier pueblo, se relaciones más con alguien del lugar, aunque viva en el
otro extremo del municipio, que un habitante de la ciudad con el vecino de la
puerta de al lado.
Una
relación tan estrecha, tiene sus ventajas; cuando ocurre alguna
desgracia o hay necesidad de que alguien nos eche una mano, esta ayuda nunca va
a faltar ya que los vecinos de los pueblos suelen ser muy solidarios entre
ellos; pero esta forma de vivir también lleva aparejados algunos inconvenientes,
especialmente en lo relacionado con la vida privada; como se dice vulgarmente, “no hay cena sin factura”.
En el medio rural, la vida privada es un bien prácticamente inexistente;
todo el mundo quiere saberlo todo sobre los demás: su estado de salud, la
situación laboral, y, sobre todo, hay una predilección especial en todo relacionado
con el amor. No sé por qué, pero en todos los pueblos, sean chicos o grandes, uno
de los “deportes” favoritos de la gente consiste en estar pendientes y hablar
de las relaciones sentimentales de los vecinos.
En tiempos pretéritos, cuando alguien era joven y estaba en edad de
buscar pareja, era tomado como un hecho normal por la comunidad y, aparte de la
curiosidad sobre quién era el/la afortunado/a que pretendía cada uno/a, de ahí
no pasaba el asunto; en cambio, cuando uno era ya mozo viejo, o viudo, era habitual que a uno no le dejaban en paz y, con frecuencia, recibía consejos
y ofertas de ayuda para encontrar pareja, no siendo raro que escuchara cosas
así: ¿Por qué no le dices algo a …?; también, era común que alguien le
dijera: “Conozco a una moza en tal pueblo que es muy buena chica; si quieres le
hablo de ti y te la presento”.
Algún
viudo o solterón, también podía recibir la visita de algún bienintencionado/a
que le decía: “Mi hermana la soltera, como mis padres ya han muerto, vive sola;
¿qué te parece si hablo con ella y llegáis a un arreglo?”
Hoy
día, escuchar este tipo de conversaciones, seguramente, podría ser motivo de risa;
pero antes eran bastante comunes y a los pobres mozo/as viejos/as y viudos/ as - divorciados antes no había ya que el divorcio
en nuestro país no se implantó hasta el año 1981- , no les dejaban
tranquilos.
Daba la sensación de que la comunidad estaba “preocupada” porque las
necesidades amorosas de los paisanos estuvieran cubiertas y siempre había
personas dispuestas a hacer “favores” de este tipo, sin comprender que se
estaban metiendo en aspectos personales que solo incumbían a los protagonistas.
Estos, por su parte, reaccionaban de distintas formas: A algunos, les parecía
bien que intentaran echarles una mano para poder emparejarse; otros, simplemente,
no respondían siguiendo literalmente el refrán de “a palabras necias, oídos sordos”, y, por último, también estaban
aquellos que despedían con cajas destempladas a aquellos “celestinos/as”
impertinentes que, muchas veces, incapaces de organizar sus propias vidas, se
empeñaban en arreglar las ajenas.
Este tipo de actitudes, antes tan comunes en
los pueblos, hoy día, ya están superadas; actualmente, soy incapaz de
imaginar que a alguna persona adulta se le dirija alguien, recomendándole lo que
debe hacer con su vida -la respuesta que
iba a llevarse el casamentero, es fácil imaginarla-; sin embargo, en los pueblos sigue habiendo solteros
ya entrados en años, viudos, separados y divorciados -ahora sí-, de ambos sexos; muchos de ellos aún siguen abiertos al
amor y, cuando deciden buscar “un apaño”, se dan de bruces con la triste
realidad, ya que, en estos lugares, la tarea resulta sumamente complicada.
Si ya de por sí, en los pueblos, hay pocos
habitantes; el “mercado amoroso”, a ciertas edades, es muy reducido, cuando no inexistente;
así que encontrar una pareja, que sea del mismo pueblo, es una tarea
tremendamente difícil, cuando no imposible.
Llegados a este punto, algunos, sabiamente,
deciden que, si en su pueblo no encuentran la pareja que quieren, y no quieren
renunciar a ello, deben buscarla fuera de allí.
Cuando uno cuenta sus años por decenas, es frecuente que no se sienta
demasiado motivado para vestirse con elegancia, ponerse la mejor colonia que
tenga e ir a ligar por ahí, dando lugar
a que le cataloguen de viejo/a salido/a, o cosas peores; además; son personas que
“tienen prisa” y no pueden, ni quieren, andar perdiendo el tiempo en largos
noviazgos de resultado incierto; por ello, gracias al “anonimato” que les permiten las
redes sociales, no tienen reparos en acceder, a través de Internet, a un portal
de amistad y expresar sus deseos de forma muy directa, escribiendo algo así:
“Chico de 65 años -o más-, busca amistad
con mujer de menos de 55. Estoy sano, tengo un aspecto agradable y,
económicamente, soy bastante solvente”
Además
del texto, suben una fotografía de cuando eran jóvenes y guapos, y a esperar
respuesta
-Aclaraciones: a) Ellos siempre las prefieren más jóvenes, y
el número de años, de la novia que buscan, depende de lo optimista que sea cada
uno, b) El aspecto económico, a estas edades, es fundamental, no engañarse. Si
uno no reúne “esa virtud” nunca va a tener éxito- c) Es aconsejable no exagerar demasiado con la foto; aunque pueda estar bien poner una de cuando se era más joven, la de la primera comunión no vale
Con toda probabilidad, alguien igual de
deseoso por emparejarse, responderá al anuncio de
amistad y ya tenemos dos novios “virtuales”.
Seguramente, quien se muestre receptivo/a al
anuncio y responda al mismo, es mayor de lo que afirmaba ser, y, si mostraba alguna
foto en la página de contactos de internet, está no estaba actualizada; por
ello, al llegar la hora de conocerse en persona, todas las mentiras publicadas
van a quedar en evidencia, de ahí que no sea recomendable, al pregonar las
bondades de cada uno, exagerar demasiado.
Hay que tener en cuenta que el amor sólo es ciego
cuando somos jóvenes; pero, cuando uno va haciéndose mayor, va recuperando la vista y sólo se cree lo que tiene ante sus ojos.
Cuando dos novios “virtuales”, que han
contactado por Internet, llegan a conocerse personalmente, puede ocurrir lo de siempre: que se
acepten y pasen a ser novios reales, o que no se gusten y, educadamente, “queden
sólo como amigos”.
Esta forma de iniciar una relación, hoy día,
es bastante común; hay mucha gente que vive sola y, como las personas somos animales
sociales por naturaleza, a través de Internet, no sólo en los pueblos, también en las ciudades, buscan la oportunidad que nunca tuvieron anteriormente; o bien,
una segunda oportunidad.
Esto, en absoluto es criticable; cada uno es muy dueño de buscar pareja por el
medio que sea y le parezca oportuno; si logra establecer una relación agradable
es estupendo, aunque, cuando somos mayores, no es nada fácil encontrar al
hombre o mujer de tus sueños…es más, si hay que hablar de sueños, más vale
estar muy despierto, ya que la mayoría de las personas que se prestan este tipo de
relación, a ciertas edades, casi siempre, vienen de vuelta de relaciones
anteriores.
Esta facilidad que nos proporcionan las
redes sociales, para poder relacionarnos desde casa, contrasta, notablemente, con
las tremendas dificultades que antes encontraban los mozos viejos y los viudos,
en los pueblos pequeños, para emparejarse. De hecho, muchos, aun
pretendiéndolo, no lo lograban nunca.
En la intrahistoria de cada lugar, siempre
ocurren hechos destacados que afectan a toda la comunidad, y otros menos
conocidos que afectan, únicamente, a determinados ámbitos.
El hecho que a continuación describo, no sé
en cuál de las anteriores categorías habría que situarlo; sin embargo, no tengo
duda alguna de que, si en mi pueblo, hubiera un cronista oficial, debería tomar
nota de ello para que no se repitiera.
Hace bastantes años, en Barrueco, hubo una
época en la que había muchos solteros. ¡ojo! digo solteros, no solteras; ante este hecho tan fehaciente, yo no encontraba explicación alguna ya que veía que las cualidades de los chicos casaderos, de entonces, eran similares a las de
los pueblos cercanos.
Ser guapo o feo, es algo que viene determinado
por la Madre Naturaleza... es cuestión de genética; el clima, el aire y el agua
de cada lugar, influyen poco en ello. Aunque para nuestras madres, los de Barrueco éramos los más guapos del mundo -la verdad
es que muy imparciales no eran-; lo cierto es que éramos igual de atractivos que la gente de nuestro entorno; así que no veía yo que el asunto de la
belleza pudiera ser el origen del problema.
Además, en lo que respecta a nuestras
cualidades personales, yo constataba que éramos igual de brutos que el resto de
la gente de la comarca, e igual de ricos -más
bien, igual de pobres-, así que, a primera vista, no evidenciaba ningún agente
externo que justificara la abundancia de afectos a la soltería que
había en el pueblo.
Al no existir una causa evidente que, desde
un punto de vista científico, pudiera justificar la tremenda desproporción
existente entre solteros y solteras que había en el pueblo -mientras que el número de solteras se ajustaba a la media, el índice
de solteros era excesivamente alto- empecé a sospechar que estábamos ante
un fenómeno sobrenatural que escapaba a mi entendimiento ¿Existía alguna fuerza
oculta en el ambiente que impedía a los mozos del pueblo emparejarse
debidamente? ¿Acaso se trataba de una maldición divina?
Si las mozas del lugar, siendo igual de
guapas que las de los pueblos vecinos, acababan casi todas casadas, ya fuera
con algún eventual nativo, o con forasteros, ¿por qué muchos de nosotros, con el mismo
grado de atractivo que los mozos de los pueblos de nuestro entorno, pasaba el tiempo y seguíamos estando solteros y sin
compromiso?
Evidentemente, esto debía tener una justificación,
ya fuera normal o paranormal, que era necesario descubrir. Por suerte, un día, por
casualidad, tal como ha ocurrido con otros tantos descubrimientos de la
humanidad, pudo resolverse ese misterio.
Entre los bares del pueblo, había uno que siempre
cerraba más tarde que los demás; esto favorecía que los clientes adictos
a visitar estos establecimientos siempre acabaran recalando. a última hora, en el mismo, antes de dar por finalizada la jornada. Esto ocurría a
diario, pero era especialmente notorio los fines de semana; como a esas horas, siempre estaban los mismos personajes, en este lugar; aquello podríamos
catalogarlo como “el club de los
noctámbulos”.
Un sábado por la noche, aunque no pertenecíamos a ese selecto club, un amigo y yo nos
habíamos entretenido un poco más de lo habitual y, circunstancialmente,
estábamos en dicho bar entremezclados con los parroquianos habituales.
Mi compañero, aquel día, estaba muy contento ya que celebraba su cumpleaños y aún no tenía ganas de irse para casa. Ese era
el motivo de que aún estuviéramos en aquel lugar, aquel día a aquella hora.
En un
momento dado, la dueña del bar levantó la voz y nos dijo a todos.
-
¡Acabad
lo que estáis bebiendo e id pagando, porque vamos a cerrar!
Supuse que aquel debía ser el de primer
aviso de otros que vendrían a continuación, pues todos siguieron bebiendo y
hablando sin hacer caso alguno al requerimiento. En aquel momento, debíamos
estar en el establecimiento de doce a quince personas y Silvio, mi acompañante
-no es su auténtico nombre- insistió en pagar, ya que era su celebración, y me
dijo.
-
Vámonos,
no sea que se enfade la *******, que era la dueña del local, salga con la
escoba y nos barra los pies. A mí, me da igual; al fin y al cabo, ya estoy
casado y no me va a pasar nada, pero a ti, como te barra los pies, no vas a
poder casarte nunca.
Las palabras de Silvio me dejaron muy sorprendido. Era la primera noticia que tenía yo sobre este hecho y, además,
eso lo explicaba todo. Si según la tradición, cuando una mujer le barre los pies
a un hombre soltero, este ya no va a poder casarse; estaba muy claro lo que estaba
ocurriendo allí ¡¡¡esa era la causa de que en el pueblo hubiera tal caterva de
solteros!!!.
A la mayoría de los hombres, que había en ese momento en el bar, les habían barrido...no una, sino
muchas veces los pies; luego, no cabía la menor duda de que los pobres, sin
saberlo, eran víctimas de “La leyenda de la escoba” -olvidaba decir que la mayoría de los allí presentes estaban solteros-.
Pasado un cuarto de hora, la dueña del
negocio, una vez que se aseguró que todos habíamos pagado lo que habíamos bebido, al ver que la gente se resistía a abandonar el local, dejó su
lugar tras la barra y salió al “terreno enemigo”, donde estábamos los clientes.
Una vez allí, a modo de segundo aviso, abrió la puerta de la calle de par en
par y, a continuación, con mucha energía, empezó a barrer el suelo del local comenzando en el lado de la barra, ¡entre los pies de los clientes!, obligándonos así a alejarnos de la misma y acercarnos a la puerta.
Haciendo
memoria de aquella noche, no estoy totalmente seguro de si la dueña del bar llegó
o no a barrerme los pies a mí; aunque sospecho que no llegó a hacerlo. Hace ya muchos años que deje de estar soltero.
Saludos, Manolo
ResponderEliminarHola Manolo. Aunque en el pueblo había muchos solteros, no creo que lo fuesen porque le barriese los pies aquella mujer, sino todo lo contrario. Les barrían los pies porque al estar solteros eran quienes andaban de bares hasta la hora del cierre, ya que en sus casas no tenían una voz de la conciencia que les invitara a recogerse antes.
ResponderEliminarEl otro día disfruté leyendo tu historia; pero lo hice muy deprisa. Hoy he vuelto a leerla con calma y disfrutado de nuevo y en mayor medida. Pues aparte de la historia o anécdota, propiamente dicha, tu manera de escribir, describir, contar, ambientar, lo haces de manera magistral que ya no sé qué es lo mejor. Sí, sí lo sé; todo en su conjunto.
ResponderEliminarSobre Internet ahora los políticos prometen para los pueblos banda ancha. Desde que estoy con la página, casi 19 años, siempre han prometido esas cosas que luego no llegan .
Con los bares y tiendas, bueno con el bar y la tienda, de muchos pequeños pueblos, yo pienso que debieran estar subvencionados, o al menos, exentos de algunos pagos. Sin ir más lejos el de La Zarza, actualmente, sólo abre los fines de semana. A un pueblo pequeño, como el nuestro, le quitas la tienda y el bar y quedan heridos de muerte. Son vitales lugares de encuentro, aparte de los servicios que cumplen, ese otro servicio social tan importante como el primero del abastecimiento. Cuando en La Zarza se cerró el Bar Las Columnas (Bar Sagrario, nativa de Barrueco), quedó el pueblo un mes sin bar hasta que abrió el actual Bar Bosco. Un mes que los paisanos deambulaban como zombis. En mi página y blog dejé LA NOTICIA
Tienes mucha razón cuando dices que las tiendas y bares, en los sitios pequeños, deberían estar subvencionados de algún modo, por la importante función social que cumplen, ya que, muchas veces, no le son rentables a sus propietarios.
EliminarEn estos tiempos que corren, está de moda hablar de la despoblación de los pueblos, un problema que no tiene nada de actual - lleva muchas décadas de actualidad - ante el que los políticos nunca se han preocupado lo más mínimo de ello. Ahora, “casualmente”, todos ellos, independientemente del signo que sean, se ofrecen para intentar arreglar el problema, a condición de que los elijamos. Es una pena que no haya elecciones todos los años