El itinerario de las almas
La biología dice que son seres vivos aquellos que tienen la capacidad de
nacer, crecer, reproducirse y morir,
unas propiedades que, en la Naturaleza, poseen los animales y las plantas. Estos,
al nacer, tienen unas expectativas de vida que son muy variables dependiendo
de las distintas especies; mientras hay mosquitos que viven tan solo unos días – menos aún si nos pican y los pillamos-,
algunas tortugas marinas y ballenas alcanzan una supervivencia que se aproxima
a los 200 años; pero si buscamos récords de longevidad, donde los encontramos es en el reino vegetal, siendo las Secoyas Rojas quienes poseen el
récord absoluto; algunas de estas espectaculares coníferas, que llegan a alcanzar los 100 metros, pueden a superar los 2.000 años. El problema que se plantea,
para quien desee verlas, es que debe viajar hasta la costa oeste de Estados
Unidos, que es donde se encuentran; por ello, si queremos ver árboles
longevos más cercanos, pueden servirnos nuestros robles y
encinas, cuya edad se contabiliza en centenares de años.
Independientemente de la mayor o menor supervivencia que alcanzamos los
seres vivos, todos tenemos un inicio y un final -el nacimiento y la muerte-,
el período tiempo que transcurre entre estos dos momentos tan importantes de nuestra
existencia, es la vida.
Los humanos, como animales que somos -unos más que otros, eso sí-, tenemos
las mismas propiedades biológicas que “nuestros hermanos”; sin embargo, hay
algo que nos diferencia de ellos y es que, al ser racionales, como podemos
pensar y razonar, somos conscientes de lo que es la vida y, lo que es más
terrible, que esta tiene un final cuando llega la muerte; vivimos con la
certeza de que estamos predestinados a morir, en un plazo de tiempo más o menos
lejano, y esto es algo que no llevamos bien.
Una de
las grandes preguntas que se ha hecho el hombre, desde la más remota
antigüedad, es qué pasa después de la muerte. Enfrentarse a ese trance, es algo
que siempre nos ha creado una gran inquietud.
Las distintas civilizaciones, siempre han
intentado soslayar el hecho de la muerte negándose a admitir que ésta sea la
meta final de nuestro camino, y todas, sin excepción, han coincidido en aceptar
la idea de que, tras la muerte, existe “un más allá”, un mundo diferente al
nuestro, el terrenal, al que vamos después de morir.
Esta idea de considerar a la muerte, “simplemente”,
como un tránsito hacia “el otro mundo”, ha permitido al hombre que, el hecho de
enfrentarnos a ella, no resulte tan abrumador; no obstante, hay
que reconocer que, aunque la humanidad lleva sobre la tierra varios miles de años,
y han existido (y existen), innumerables teorías que intentan proporcionar
respuestas a esta duda, ninguna de ellas ha podido ser demostrada -seguimos sin saber dónde está físicamente "ese otro mundo"- por lo tanto, para
seguir hablando del tema, es preciso abandonar los caminos de la ciencia y
entrar en el terreno de la fe; es en este contexto, y no en otro, donde cada
cultura o religión ha tratado de resolver este dilema según sus propias
creencias.
En la
Grecia clásica, hace aproximadamente 2.500 años, algunos filósofos como Pitágoras,
Platón y Empédocles, intentaron explicar el asunto de la vida y la muerte
afirmando que el hombre es la suma del cuerpo y del alma; una
idea que, aunque la habían tomado de otras civilizaciones anteriores, ellos
“perfeccionaron" y que, de un modo u otro, ha llegado hasta nuestros días. Ellos
llegaron a esta conclusión:
El
cuerpo es el envase, la parte material u orgánica; si buscamos un símil
con la informática, diríamos que es el hardware, y es mortal; mientras
que el
alma, ánima o espíritu, es la parte inmaterial de la persona -lo que determina que el hombre sea un ser
racional-; vendría a ser el software, y es inmortal.
Cuando un ser humano muere, no cabe
discusión alguna con el destino del cuerpo; al tratarse de algo material, es
incinerado o enterrado, la Naturaleza sigue su curso, y acaba convertido en
polvo haciendo bueno el dicho de que “de un polvo vienes y, al final, en polvo te
conviertes” (quizá no sea ésta, exactamente, la frase escrita en el Génesis, pero el sentido es el
mismo)
El problema se plantea a la hora de buscar
un destino al alma (Alma=espíritu=ánima). ¿Qué ocurre con el espíritu de las
personas, cuando mueren?
Los griegos creían que el espíritu de
una persona, al morir, sufría una transmigración (reencarnación) de modo que al
nacer otra persona, se incorporaba a ella. Sostenían que el alma era inmortal,
sobrevivía a la muerte del cuerpo, y regresaba bajo otras formas.
En este sentido, las diversas religiones han
seguido caminos parecidos -en realidad,
las ideas o creencias, como antes no existían los derechos de autor, han ido copiadas de unas religiones a otras; por supuesto, cada una de ellas afirma que
sus dogmas son los auténticos- y, de una u otra forma, todas prometen otro
mundo -otra vida- en el más allá, marcando a los creyentes un camino a seguir,
una serie de normas que deben cumplir, para poder alcanzarlo con garantías.
La
percepción que han tenido (y tienen) las distintas culturas, respecto al asunto
de la muerte, coincide en lo fundamental: en la inmortalidad del alma y en la existencia
de otro mundo tras la muerte; sin embargo, cada una de ellas le ha imprimido
sus propias particularidades.
Los
nativos norteamericanos, cuando morían, estaban destinados a cabalgar
por las Praderas del Gran Espíritu -supongo
que los sioux debían imaginárselas llenas de bisontes para cazar y libres de
rostros pálidos”-
Los
celtas, también creían en la existencia de dos mundos: el de los vivos -el
nuestro-, y el de los muertos. La
Fiesta de Halloween, que se celebra el 31 de octubre, tiene su origen en la tradición celta;
ellos pensaban que ese día se abrían las puertas del otro mundo para que los
espíritus pudieran volver a la Tierra a arreglar aquellos asuntos que hubieran
dejado pendientes.
-La costumbre de disfrazarse de zombis,
espantajos y demás lindezas, durante la noche de Halloween, parece tener su
origen en la creencia del regreso, este día, de los espíritus a la Tierra. La
gente, con sus disfraces, pretendía adoptar el mismo aspecto que ellos para
evitar que les reconocieran-.
Los
vikingos, a su vez, tenían el
Valhalla, la morada de los dioses. Éste era el destino de los guerreros
que morían en batalla, al que eran conducidos por las Valkirias -imagino que el resto de los vikingos, aunque
no murieran en combate, también tendrían sitio en el Valhalla, aunque fuese en lugares
con menos glamour-.
La
gente de mi tribu (los de la zona noroeste de Salamanca),
así como el resto de los cristianos, cuando la Parca viene a visitarnos,
nuestras almas tienen como destino final el
Cielo o Paraíso
-supongo que
nuestro cielo, el Valhalla y los cielos de las otras religiones, deben estar
colindantes y quedar todos en la misma zona-.
Los cristianos, tenemos razones suficientes
para sentir envidia de los vikingos, ya que nos cuesta mucho más que a ellos
llegar al Cielo: no tenemos bellas valkirias que nos enseñen el camino y, además, mientras
que a ellos les bastaba morir en una batalla para ir hasta allí, nosotros necesitamos
currárnoslo mucho si queremos que nos admitan en El Paraíso; para obtener este
privilegio, estamos obligados a ser buenos a lo largo de toda la vida, y ¡eso
es más difícil!
Nuestra religión, que es la buena, en sus
comienzos, también admitía la reencarnación de las almas, tal como pensaban los
antiguos griegos, pero había algunos aspectos que no quedaban demasiado claros:
Si uno era muy malo, la persona en quien se reencarnaba su alma, cuando moría, ¿iba a ser malo también?; si en una época
determinada había más recién nacidos
que almas en uso ¿los sobrantes se quedaban sin alma?, y si sucedía lo contrario
y había más almas que recién nacidos, ¿en qué lugar se almacenaban éstas?
Estas y otras preguntas, relacionadas con la
transmigración de las almas, carecían de respuestas convincentes y esto creaba una
gran confusión; por ello, un Papa, creo que fue en el siglo VI, decidió que
eso de que las almas se reencarnaran en otras personas no molaba mucho, determinando que, a partir de ese momento, cada uno de nosotros, cuando viniéramos al mundo,
lo haríamos con un alma de nueva generación.
Entonces, si al nacer venimos al mundo con
un alma nueva; al morir, ¿cuál es el destino de las almas viejas…las de los
difuntos?
Cuando era niño, mi catequista, que sabía
mucho de estas cosas, nos contaba lo
siguiente: las almas de los malos van de patitas al Infierno, las de los buenos -aquellos que tienen un expediente impecable-, van derechitas al Paraíso (Cielo), y las de los regulares
(los que son buenos y malos a tiempo parcial) van al Purgatorio, que es un lugar de tránsito, donde las ánimas deben permanecer
un tiempo, purgando sus pecados, para poder entrar en el cielo. Vendría a ser un
lugar para el reciclado de almas.
(Nota: Hasta que fui adulto, mi existencia era muy triste; desde pequeño, siempre
me habían dicho que, para alcanzar el Paraíso, era condición “sine qua non” tener
que morir y esto no me hacía especial ilusión; sin embargo, un día descubrí
que hay otro paraíso aquí en la tierra, concretamente, ¡en nuestra comarca! y mi
vida cambió. ¡Es fantástico! Puedo ir al Paraíso, siempre que quiero, sin
necesidad de morirme; es un sitio muy recomendable, y desplazarse hasta allí es
muy fácil pues se puede llegar en coche hasta la misma puerta. Si
alguien quiere ir a pasar un rato al Paraíso, sólo tiene que acercarse a
Aldeadávila: La “Cafetería restaurante El Paraíso” es uno de los bares más
emblemáticos de ese pueblo.
Volviendo
a las ánimas; cuando alguien muere, el espíritu debe abandonar el cuerpo y emprender
el camino hacia el cielo; pero, en ocasiones, muchas almas, al ser inmortales, no
son conscientes de que el cuerpo que las albergaba ha perdido su vitalidad, desconocen
que tienen que abandonarlo y, por eso, hay que echarles una mano.
En algunos pueblos de Salamanca, la familia del fallecido, para ayudar a
que su alma abandonase el cuerpo, a veces colocaba encima del pecho del finado
una taza con sal y pimienta. Esto lo pude ver, una vez, en la década de 1980,
en un pueblo de la zona de Béjar (entonces los velatorios se realizaban en el
domicilio del difunto).
Había
fallecido un hombre, y al preguntarle a la esposa el objetivo de colocar el
recipiente sobre el difunto, me respondió que siempre se había hecho así y que
debía permanecer allí unas horas para ayudar a que el alma abandonara el cuerpo
y así pudiera ir al cielo.
Yo desconocía que las ánimas tuvieran tanta aprensión por la sal y la
pimienta, pero si la mujer lo decía…
En lo tocante a las almas, uno de los
recuerdos que guardo de la infancia, en mi pueblo, tuvo lugar en un velatorio. Una mujer, que había enviudado hacía poco tiempo, me dejó muy
sorprendido cuando se acercó al ataúd del fallecido y le habló así a su
ocupante:
-
Le
dices a ***** (su marido fallecido) que hemos ganado el juicio y que tenía toda
la razón…ya verás lo contento que se va a poner cuando lo sepa (La mujer se refería a
un proceso judicial por una herencia ¡cómo no!)
A
aquel muerto, no recuerdo que le hubieran puesto una taza con sal y pimienta en
el pecho, así que es muy posible que el espíritu aún permaneciera por allí y
escuchara el recado.
Los tiempos cambian y hoy, posiblemente, si
se desarrollara una escena similar, la familia de la viuda la llevaría, a la
mayor brevedad posible, al psiquiatra; pues tendrían serias dudas de que la
mujer tuviera sus facultades mentales en orden; sin embargo, en aquella época,
y, sobre todo, en tiempos anteriores, la gente vivía plenamente convencida de que
el otro mundo debía ser bastante similar a éste -un lugar de compadreo- y por
eso, aquella viuda consideraba que era muy normal enviar al marido un recado, a
través del espíritu del muerto.
Los presentes en el velatorio, que contemplaron
la escena de la mujer dando su encargo al fallecido, apenas hicieron comentario
alguno; hablar con el espíritu de los muertos, había sido una práctica habitual
hasta entonces y no debió resultarles demasiado extraño.
También era muy común que los viudos/as, los
días posteriores a la defunción, se acercaran al cementerio y, situándose ante
la tumba del cónyuge difunto, mantuvieran conversaciones con él -unos monólogos, evidentemente-
contándole los avatares de su vida diaria, convencidos de que el finado seguía
escuchándole. Si algún día se encontraban el cementerio cerrado, no tenían
inconveniente en contarle sus cosas desde la puerta del camposanto, a veces, en
voz alta para que pudiera escucharle desde la tumba.
Era su forma de entender que, como el alma
del difunto era inmortal, aún debía andar por allí viéndole y escuchándole; se
resistían a pensar que una persona, a la que has querido y con la que has
convivido durante mucho tiempo, se hubiera ido para siempre.
Continuando con el itinerario de las ánimas;
al abandonar el cuerpo, como todo el mundo considera de sí mismo que es razonablemente
bueno, la primera intención de su alma siempre es tomar el camino del cielo -no creo que a nadie se le ocurra ir al
infierno voluntariamente-, y, una vez en las puertas del Paraíso, son
recibidas por unos operarios que se ocupan de hacer la selección de las almas
que llegan hasta allí, adjudicando los destinos -aunque San Pedro es conocido, vulgarmente, como el portero del lugar;
en realidad es el Jefe de Admisión-.
Aquello debe ser muy similar a los
exámenes de selectividad para entrar en una universidad pública española. Los malos
-los peores de cada clase- son enviados directamente al Infierno (quedan descartados para siempre); a los mejores
-los números uno de cada promoción- se les franquean las puertas para entrar en
el Cielo, tras darles las normas de vida y convivencia en ese lugar, y el
resto -los regulares- son remitidos al Purgatorio, donde deben purgar sus
pecados para poder entrar en el cielo (necesitan una buena preparación con el fin de poder entrar
en una segunda convocatoria).
(La duda que me queda es adónde van los ateos,
ya que, si no creen en Dios ni en el Paraíso, allí no pueden ir…aunque ellos se
lo pierden ¡no haber sido ateo!)
Los viajes que tienen que seguir los espíritus, hacia el “más allá”
deben ser muy complicados; estas rutas no están incluidas en los programas de
los GPS y, además, tampoco tenemos valkirias que nos guíen, por lo que el camino
hacia el Cielo sospecho que, muchas veces, debe ser muy similar a lo que sucede
en invierno, en una autopista española, cuando nieva… un auténtico caos.
Como ya expliqué antes, las almas, como son inmortales, al morir el cuerpo que las ha albergado, algunas se despistan, no se dan
cuenta de que éste último ha llegado al final de sus días, y desconocen que
tienen que iniciar su viaje permaneciendo por aquí, perdidas, algún tiempo; otras,
en cambio, se dan cuenta del deceso e inician el viaje, pero, a pesar de poner
voluntad, se pierden por el camino y vuelven a sus orígenes haciendo honor al
refrán de que “más vale lo malo conocido
que…”
Existe aún un tercer grupo de almas, las más listas, que saben cuándo
abandonar el cuerpo, inician su viaje en el momento oportuno, y llegan al Cielo
en un periquete; claro que a estas no vamos a verlas nunca por aquí y, por eso,
hoy no toca hablar de ellas.
Los espíritus que no alcanzan los espacios
celestes, se quedan por aquí pululando a nuestro alrededor; aunque, por suerte,
son invisibles para nosotros. Hay personas que, en ocasiones, afirman haberlos
sentido, e incluso insisten en haber visto alguno en forma de fantasmas -estadísticamente, está comprobado que
quienes más ánimas ven, son aquellos que están pasados de cubatas- Yo, por
mi parte, también reconozco haberme cruzado con más de un fantasma, pero de
carne y hueso.
Las ánimas
que permanecen en La Tierra, tienden a concentrarse en determinados lugares
como son las proximidades de los cementerios y los pueblos abandonados; estos, pueden
haber sido
abandonados por los cuerpos, pero no ocurre lo mismo con las almas; por
ello, cuando lleguemos a un sitio y no veamos a nadie, no debemos decir alegremente: ¡aquí
no hay ni un alma!, porque seguramente no estemos acertados.
La tradición, también dice que se acercan en
gran número, a los pueblos y ciudades, durante la Noche de los Difuntos
(madrugada del 2 de noviembre); ese día, deben sentir nostalgia y pretenden regresar
a sus antiguos domicilios.
En tiempos pasados, cuando no había coches y
la gente viajaba a lomos de caballerías o caminando; los viajeros, esa noche, evitaban
a toda costa deambular por los caminos después del oscurecer, ya que las
ánimas, aunque son invisibles, hay determinadas fechas en las que pueden
hacerse visibles, dando unos sustos tremendos, y esa noche es una de ellas.
El peligro que corrían los caminantes, la
Noche de los Difuntos, deambulando por los caminos, envueltos en una oscuridad que
ese día era particularmente espectral, no era figurado…era real. Se cuentan
terribles historias de personas que, por despiste, u obligadas por las
circunstancias, habían tenido que desplazarse, de una a otra población, esa noche, que aparecieron muertas
en la mañana siguiente, en el medio del camino, por “causas desconocidas”; sin
embargo, nadie albergaba duda alguna de que esta muerte había sido causada por
las ánimas. Ellas, no es que intervinieran directamente en tales óbitos, lo hacían indirectamente ya que la causa de su muerte era el miedo que
sentían hacia ellas.
Ese mismo día, era costumbre que, en los
campanarios de pueblos y ciudades, durante toda la noche, hasta el amanecer, estuviese
sonando una campana entonando el lúgubre toque de difuntos; además, en todas
las casas, debía permanecer un cirio encendido, no sólo durante la noche, sino
las 24 horas, del día.
No hay
un acuerdo unánime en cuanto al significado de las campanadas sonando durante
la Noche de Difuntos, ni el cirio encendido; en este aspecto, las opiniones son
muy diferentes.
Los más piadosos, opinan que el sonido de las
campanas y la luz de los cirios en las casas, servía para orientar, en esa noche tan
especial, a las almas perdidas. Como cada campana tiene un sonido único, diferente
a las demás, las ánimas reconocían el son de la de pueblo y, gracias a ello, sabían
a qué lugar debían dirigirse; en cuanto a las luces de los cirios, en las casas,
servirían para que se orientaran y pudieran regresar aquella noche a sus antiguos
hogares.
Otros, en cambio, sostienen que el objetivo
del tañido de las campanas, aquella noche, lejos de tener un fin piadoso, era
para ahuyentar a las ánimas, evitando, de este modo, que se acercaran a los
pueblos para que no asustaran al personal. Respecto a las llamas de los cirios,
tendrían como misión dar luz para combatir el miedo innato que los humanos
tenemos a la oscuridad; esa noche en especial, con tanta alma en pena pululando
a nuestro alrededor, cuando aún no había luz eléctrica, como el ambiente de las
casas era especialmente tenebroso. era necesario mantener
una luz encendida con un fin protector ya que, como las ánimas prefieren la
oscuridad, evitaban así que se acercaran a los hogares.
A quienes son partidarios de esta segunda
opinión, lejos de inspirar piedad, lo que producen las ánimas es
pavor y por ello, consideran que es necesario protegerse de ellas, coincidiendo con
el miedo de los celtas a los espíritus durante la noche de Halloween, ¿pura casualidad?...
¡de ningún modo!; el hecho de que la fiesta de Halloween y la de los Difuntos estén
tan próximas en el calendario, no es casual.
Del mismo modo que sucede con otras fiestas
paganas anteriores al cristianismo, el Papa correspondiente, un día decidió
cristianizar la fiesta y, con este fin, el Día de los Difuntos, que
originariamente se celebraba en otras fechas, creo que en de mayo, pasó a
realizarse también en noviembre, al día siguiente de la fiesta celta.
Si consideramos
que las almas perdidas, las “de por aquí” son invisibles, resulta difícil entender
cómo es posible que se las tuviera tan presentes y se les guardara tanto
respeto (miedo más bien) , especialmente en tiempos pasados; de todos modos, es mejor que sigan siendo invisibles, pues,
cuando una persona llega a verlas, significa que el final de sus días está muy
próximo -son tan consideradas, que vienen
a avisarnos de que falta poco para que les hagamos compañía, y de que es el
momento de poner los papeles al día y así evitar problemas con Hacienda a
los herederos-
En algunas ocasiones, a lo largo de todo el año, sin quedar circunscrito a esta fecha, también es posible ver
grupos de ánimas caminando en procesión; éstas, van deambulando en hileras de dos,
sin un rumbo determinado, portando hachones (o velas). Cuando alguna persona tiene
la desgracia de cruzarse con una de estas procesiones de ánimas, es señal inequívoca
de que alguien próximo va a morir pronto; el espectador que se cruza con el
cortejo, además, corre un gran peligro ya que, a veces, una fuerza irresistible
le lleva a acompañar a la comitiva y no vuelve a saberse más de él
-Es preciso aclarar que no todo el mundo
está “cualificado” para poder
encontrarse con estas comitivas de ánimas, es condición indispensable estar solo en medio del campo, tiene
que ser de noche y, además, debe tener
mucho miedo. La verdad es que la
gente que ve extraterrestres, ovnis, fantasmas, animas…, en todos ellos, se
repiten los mismos patrones-
A esta comitiva nocturna de ánimas en
pena, nuestros antepasados la conocían como “La Huesteda”; así al menos es como
me lo enseñaron a mí; sin embargo, en cada zona recibe nombres distintos.
Esta tradición, la procesión de ánimas
perdidas, es poco conocida en nuestra
comarca, al contrario de lo que sucede en Galicia, donde las costumbres relacionadas
con la muerte se han mantenido “muy vivas” hasta nuestros días; allí, esta
comitiva de ánimas es muy popular y la conocen como “La Santa Compaña” (En el norte de Portugal, también hay comitivas nocturnas de ánimas en pena paseando por allí, siendo conocidas como "Procissão das Almas" , lo cual es una muestra más de que la tradición no entiende de fronteras).
La duda que tengo es si las comitivas son
distintas, y en cada lugar hay una, o bien, se trata siempre de la misma que
anda recorriendo todo el país.
Conocí a una persona que afirmaba haberse
cruzado, en una ocasión, con “La Huesteda”. Por supuesto, las condiciones requeridas,
para que esto sucediera, se cumplían en su totalidad: ocurrió en el campo, era
de noche y se encontraba solo.
Diodoro, el protagonista del suceso, me lo
contó siendo ya mayor y situó la acción en la primera mitad del siglo pasado,
cuando era un jovenzuelo bien parecido. Resulta que “hablaba” con una chica de
un pueblo vecino y, entonces, como apenas había carreteras, los pueblos estaban
unidos por caminos de herradura; obviamente, apenas había coches por estos
lares.
Era domingo y Diodoro había ido al pueblo de
la novia para pasar la tarde con ella; al oscurecer, volvía de regreso a su pueblo
subido en su burro y se encontraba muy cansado; iba quedándose dormido sobre el
animal y, para evitar que le venciera el sueño y caerse del asno, decidió parar
a descansar un rato; se apartó del camino, entró en un prado, colocó sobre la
hierba una manta que llevaba, y se dispuso a echar una cabezadita.
No supo determinar el tiempo que estuvo
dormido, pero era ya noche cerrada cuando su sueño fue interrumpido por un
fuerte olor a cera y el ruido de unos pasos -si
eran ánimas, unos entes inmateriales, no entiendo lo de los pasos, pero él lo
contaba así y ¡cómo iba yo a discutírselo!- Desde la posición de tumbado en la que se
encontraba, vio cómo una procesión de almas en pena, lentamente, en total
silencio, pasaba ante su aterrorizada mirada.
Permaneció en el suelo, como hipnotizado, sin poder moverse del lugar, mientras
la procesión seguía su camino, alejándose de allí, y volvió a quedar sumido en un
profundo sueño del que se despertó al amanecer del nuevo día, sin tener la
certeza de que lo ocurrido hubiera sido una pesadilla o algo real.
Lo que había visto nuestro paisano, aquella
noche ¿era, realmente, “La Huesteda”? Él afirmaba que sí, pues lo recordaba
todo nítidamente y, a los pocos días, un paisano del pueblo -muy viejo eso sí- murió, y como estas
procesiones, cuando aparecen, lo hacen para anunciar la muerte de alguien
cercano...
Freud, un célebre psicoanalista austriaco, intentando
poner algo de raciocinio a estas cuestiones, llegó a la conclusión de que las religiones
tienen su origen, precisamente, en el terror que la gente tiene a la muerte. Él consideraba que las
distintas creencias, para intentar paliar el miedo del hombre a lo desconocido,
han inventado auténticas fábulas ofreciéndonos la “certeza” de que hay algo más
allá de este mundo terrenal. Cada una de ellas, partiendo de la premisa de ser
la auténtica, para que sus seguidores puedan acceder a “ese lugar”, ha
establecido una serie de normas o dogmas a seguir, acorde a sus creencias, que les
sirven de guía para poder alcanzarlo.
Independiente de que uno tenga o no tenga fe, y de lo que pensara Freud del asunto, la muerte no es ninguna fábula, es una realidad, un hecho inevitable y además necesario -¿a alguien le gustaría ser
inmortal en un cuerpo cada vez más viejo y lleno de males?-
Saber que todos tenemos un final, y que éste
puede estar “a la vuelta de cualquier esquina”, debería servirnos, no para
vivir amargados pensando continuamente que nuestro fin puede llegar en
cualquier momento, sino para apreciar nuestra existencia en su justo valor,
considerando que la vida es algo maravilloso y que debemos vivirla plenamente, siendo conscientes de que cada día que vivimos es
irrepetible.
El tiempo que dure nuestra vida no depende
de nosotros; en cambio, la forma en que lo hagamos sí que está en nuestras manos.
Siempre mueren los mejores,
dicen de uno cuando muere. Yo, como no
he muerto aún,
debo ser de los peores. Pero me alegro de ello (Mark Twain)
Muy, muy buena, divertida y documentada tu lección de hoy sobre almas, muertos, vivos, difuntos ánimas, paraísos, purgatorios, infiernos, …y muy oportuna, también, para los días que estamos. Durante la lectura, he hecho varios paréntesis, pues me venían recuerdos y ambiente de mi niñez en La Zarza , con el catafalco, (tumba) que se montaba en medio de la iglesia y responsos ante el mismo, etc. la noche (toda la noche) oyendo el “din”…”don”, de las campañas, tocando a muerto. Recuerdos tristes y lúgubres, que luego siguiendo con la lectura de tu relato, volvía la alegría con tus descripciones sobre distintas creencias y cstumbres de ayer y halloweens de hoy.
ResponderEliminar¡FELIZ DIA DE DIFUNTOS O HALLOWEEN O QUE LA SANTA COMPAÑA TE ACOMPAÑE O TE SEA LEVE!
-Manolo-
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEn nuestra niñez, los norteamericanos, los de USA (vamos de perdonar a los canadienses) aún no habían colonizado el mundo, culturalmente, y pudimos conocer y vivir, nuestras costumbres, pero hoy día, las fiestas de Halloween, otro carnaval, ha venido a sustituirlas. Mi abuelo, siempre que alguien moría y decían la gente lo bueno que había sido, decía : "Dios nos libre del día de las alabanzas", y tenía toda la razón, hemos de intentar vivir lo mejor posible mientras estemos por aquí. Manolo, espero que tarden mucho en alabarte de ese modo
ResponderEliminarSí, sí, José: ”Que Dios nos libre del día de las alabanzas”, pero ese día llegará aunque no sea precisamente de alabanzas; no nos vamos a librar.
ResponderEliminarLos sabios clásicos dijeron:
“La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo ya no estoy”.... POS ESO
-Manolo-