Quintos,
carnavales y otras zarandajas
Dentro
del calendario festivo anual, una de las fiestas de invierno más señaladas es
el carnaval; aunque, en nuestra comarca, para hablar de esta fiesta, realmente,
hay que hacerlo en pasado ya que, en la
mayoría de los pueblos, apenas se
celebra ya.
El
declive de nuestros carnavales comenzó en la segunda mitad del siglo pasado coincidiendo con el éxodo de la gente del campo a la ciudad; sin embargo, hasta
entonces, el carnaval se celebraba en todos los pueblos y la gente participaba
activamente en la fiesta siendo los quintos, de cada lugar, los
protagonistas indiscutibles de la misma.
En
España, hasta el año 1996, existió el servicio militar obligatorio, "la
Mili" y los quintos eran aquellos chicos varones que cada año se
incorporaban a la milicia; un hecho que
coincidía en el tiempo con la llegada a la mayoría de edad.
Alcanzar
la edad adulta siempre ha sido, y es, un acontecimiento muy importante en la
vida de las personas; antes, para los
hombres, esto conllevaba una serie de "derechos" que contemplados
retrospectivamente pueden invitar a la risa, aunque entonces se les daba gran
importancia; por poner algunos ejemplos: ya no
necesitaban permiso de los padres para ir a los bares y volver tarde a
casa, podían fumar, tampoco se les mandaba a hacer recados como a los
muchachos... claro que otro de los "derechos adquiridos" era la obligación de ir a "la
Mili".
En
algunas tribus africanas, pasar a formar parte del mundo de los adultos era un
hecho que revestía una gran trascendencia para los interesados y para el resto
de la comunidad. Para que un
muchacho fuera reconocido como adulto, a todos los efectos, no le bastaba con alcanzar la edad reglamentaria; además,
tenía que realizar unos rituales, básicamente, unas pruebas de habilidad
y resistencia. Una vez que las superaba, es cuando obtenía su reconocimiento
como guerrero, con los mismos derechos y obligaciones que el resto.
Estos
rituales, que realizaban los jóvenes de las tribus, para ganarse el estatus de
adulto, son conocidos como "ritos de paso".
En
España, en el ámbito rural, cuando los
jóvenes llegaban a la mayoría de edad y pasaban a ser quintos, del mismo modo
que los jóvenes de las tribus africanas,
a lo largo del año anterior al de su incorporación al servicio militar,
intervenían en diversas celebraciones y, en el curso de las mismas, debían
realizar una serie de actos y tareas bastante estandarizados que los
antropólogos no han dudado en catalogar, también, como "ritos de
paso".
Los quintos de cada pueblo, acudían juntos a
diversos eventos en los que participaban de forma grupal constituyendo un equipo o hermandad y,desde ese año, entraban a
formar parte de la pequeña intrahistoria de cada lugar pasando a ser conocidos
como la quinta del año * * * *
La
presentación de los quintos tenía lugar, habitualmente, durante los últimos
días del año anterior; con tal fin, celebraban "la Fiesta de los
Quintos", generalmente, entre Nochebuena y
Nochevieja.
En Barrueco, la fiesta de presentación de
los quintos era el 31 de diciembre; ese día lo pasaban juntos ya desde la
mañana. Desayunaban, comían y cenaban lejos de la familia, en una casa que alguien
les había cedido, o hubieran alquilado al efecto.
Por la mañana, iban al campo con carros a por
leña, con la que harían esa noche una gran hoguera en la plaza del pueblo;
además de la leña, en otro carro volvían al pueblo con un árbol entero, generalmente un chopo o
pino, lo más recto y alto posible, al que después, en un corral, le quitaban
casi todas las ramas, dejándole únicamente las superiores a modo de penacho, y
la corteza, quedando el tronco totalmente liso, Este árbol estaba destinado a
ser plantado, esa misma tarde, en el
medio de la plaza.
Como el árbol se pingaba en la plaza el
último día de diciembre, y no en el mes de mayo como en otros sitios, por
razones obvias no podemos decir que era ""un mayo", así que lo llamaremos el Árbol de la Nochevieja, pues, en Barrueco, ese era el día
en el que lo ponían.
Al anochecer, los quintos iban por todas las
casas del pueblo invitando a los vecinos al baile de la noche -ese día el baile
lo pagaban ellos- y, cuando acababa el mismo,
completaban la jornada haciendo una buena fogata en la plaza, al lado
del árbol que previamente habían plantado, con la leña acarreada hasta allí por la mañana.
La
hoguera estaría toda la noche encendida y allí permanecían, al calor de
la lumbre, hasta el amanecer; comiendo, bebiendo, cantando e invitando a todo
aquel que se acercara por allí.
Así es como daban la bienvenida, los quintos,
al nuevo año
Tras esta fiesta de presentación en
sociedad, a lo largo del año entrante, los quintos acudían, o participaban en una larga serie de actos y celebraciones, festivas y no festivas, como eran la
Talla de los quintos y el
Sorteo, que determinaba el lugar donde iría cada uno ir a hacer la
mili; siendo también, ese año, los encargados de "pedir el vino" a los mozos forasteros que
pretendieran a alguna chica del lugar. Además de lo anterior, también
participaban en varias fiestas siendo, como ya se indicó anteriormente, los
principales promotores de los carnavales.
Los
primeros carnavales que recuerdo, en mi pueblo, siendo muy niño, se remontan a
comienzos de la década de 1960; entonces, el fenómeno migratorio, de la gente
del campo a la ciudad, aún estaba en sus inicios, y , al contrario que ahora,
los pueblos aún mantenían casi toda su población, en ellos había mucha gente joven y es sabido que, donde hay
juventud, hay alegría.
El ritual
de los quintos, durante el carnaval, aunque con pequeñas variaciones, era
bastante similar en todos los pueblos de la zona.
San Sebastián
(El veinte de enero, San Sebastián el
primero)
El día
de San Sebastián (20 de enero) podríamos considerarlo el preámbulo de los
carnavales ya que, en esta fecha, los
quintos se reunían para iniciar los preparativos como buscar una casa que les
serviría en el futuro como lugar de reunión. Iba a ser "la casa de los
quintos" , su sede
oficial. Además, ese día, también había
baile.
Los
quintos iban en grupo y cantaban alboradas por la mañana, canciones durante el
día y rondas por la noche. Dos de ellos portaban una garrafa de vino, con el
fin de beber a su antojo e invitar a los demás
(como podemos ver, eso de hacer
botellón y beber en la calle no es un invento tan moderno como algunos
pretenden. Nuestros quintos ya lo hacían hace muchos años; eso sí, no dejaban
la calle hecha un asco, llena de vasos ni botellas vacías, como ocurre
ahora)
El
cantar alboradas y rondas, e ir en grupo por la calle paseando la garrafa, no
se limitaba a este día, lo harían después de forma continuada, durante todos
los carnavales y en otras fiestas.
Jueves Merendero
(Hoy es Jueves Merendero/ me voy de merienda al campo/ llevo pan, vino y
chorizo/ en "cuantis " llegue lo zampo)
La
fiesta de carnaval, prácticamente, comenzaba el jueves anterior a los
carnavales: Jueves Merendero o Jueves de Comadres.
Este
día, también se reunía el grupo de quintos, hacían sus paseos con la consabida
garrafa, se apalabraba el borrego, por la tarde iban a comer la merienda al
campo como el resto de los jóvenes,
y por la noche había baile.
Al
comenzar el baile, tenía lugar un acontemiento muy importante para ellos pues
era el sorteo de mozos y mozas.
Llegado
el momento, en un sombrero se introducían papeles donde iban escritos el nombre
de los chicos (quintos), en otro sombrero,
papeles con el nombre de las chicas, y después dos personas iban sacándolos de
uno en uno.
Quien
tenía el sombrero de las chicas, sacaba un papel y, en voz alta, decía el
nombre allí escrito; a continuación,
quien tenía el sombrero de los quintos sacaba otro papel, pronunciaba en voz
alta el nombre del chico, y así quedaba
establecida la primera pareja.
El
proceso continuaba hasta que todos los quintos estuvieran emparejados (en algunos pueblos, el sorteo de mozos y
mozas se extendía también al resto de la mocedad, no solo a los quintos).
Este
sorteo despertaba una gran expectación no sólo entre los protagonistas, el
resto de la gente también permanecía muy atenta a los resultados -eran unas ocasiones magníficas para el
cotilleo- de modo que, al día siguiente, cuando alguien se encontraba con
alguno/a de los chicos/as implicados en la rifa, siempre le preguntaba con gran
interés que quién había sido el afortunado/a
que le había tocado en suerte.
La
"normativa" exigía que cada uno de los involucrados/as debía aceptar, sin discusión alguna, a la pareja que le hubiese correspondido; no se podía cambiar. Si le
gustaba el chico/a que el azar le había destinado, estupendo, y si no le
gustaba, tenía que aceptar el resultado del sorteo con deportividad. Ante los
ojos de todo el pueblo, eran "pareja oficial" y debían permanecer
juntos durante todos los carnavales.
Las
obligaciones de los componentes de cada pareja, respecto al compañero/a, eran
bastante simples, básicamente, consistían en asistir juntos a algunas de las
actividades que se hacían en grupo, y en tener preferencia a la hora de
bailar -ellas no debían negarle el baile
a su pareja-.
A veces,
los integrantes de la pareja se gustaban, la relación continuaba y llegaban a
hacerse novios; en cambio, otras parejas no congeniaban bien y estaban
deseando que llegara el miércoles de ceniza, ya que ese día era cuando terminaba
el compromiso adquirido.
Durante
los días de carnaval, los quintos apenas pisaban el domicilio familiar. Convivían en la casa que previamente habían
ajustado por San Sebastián; esta "casa de los quintos" era
su punto de encuentro; allí hacían vida
en común durante las fiestas, juntos y alejados de la familia; en ella comían y
dormían, acudiendo al domicilio familiar, muy puntualmente, para asearse y
cambiarse de ropa.
El sábado
(Cuando
llega la víspera)
El
hecho más destacable que ocurría el
sábado era el paseo del borrego. Éste, que previamente había sido adquirido por los quintos, el Jueves Merendero, era adornado por las chicas con
lazos en el cuello y los cuernos, cubriendo también, a veces ,el cuerpo con
alguna tela de vivos colores. Así
, engalanado, era paseado por los quintos,
recorriendo las calles del pueblo.
Youtube.com Casillas de Coria |
Este
borrego, posteriormente, sería sacrificado y alguna de las madres de los
quintos lo guisaba para que éstos se lo comieran durante los días de carnaval.
El domingo de carnaval
Era uno
de los días grandes de la fiesta y ya había que disfrazarse; cosa que hacían
tanto los jóvenes como los no tan jóvenes.
Los
disfraces eran de lo más diverso, algunos de ellos muy ingeniosos. Entonces,
como la
economía no era muy boyante (más bien, lo contrario), éstos solían elaborarse en las casas, a
partir de ropa vieja; una labor que comenzaba
pasadas las navidades.
A quienes
les gustaba mucho la fiesta, a lo largo de los carnavales, a veces, usaban
varios disfraces, uno para cada día; en
cambio, otros apenas se molestaban en elaborar disfraz alguno y se ponían lo
primero que apañaban.
El
disfraz ideal era aquel que, una vez puesto, conseguía que fuera irreconocible
quien lo llevara; aunque había algunas normas de obligado cumplimiento: la cara
podía estar pintada, pero no debían usarse máscaras, siempre debía permanecer
descubierta; en cuanto a la moral, también había que seguir ciertos cánones, a
veces no muy comprensibles; los hombres no podían disfrazarse de mujer (no
debían ponerse faldas ni colocarse tetas postizas) y, en cambio, las mujeres podían disfrazarse de hombre sin problema
alguno.
Respecto a la religión, también había que tener cierta mesura. Uno podía disfrazarse de
cura, fraile, monja, monaguillo... pero
no debían reproducirse ceremonias religiosas y tampoco, si llevabas uno de
estos disfraces, bailar muy agarrado con alguna chica porque el cura del pueblo
se lo tomaba muy mal; podía pensar que estabas ridiculizando al clero en
general, o a él en particular, y corrías el riesgo de ser "nombrado"
en el sermón del domingo siguiente.
Además
de éstas, había otras "reglas de buena conducta", cuyo solo recuerdo causa risa.
Los
quintos eran los animadores principales del carnaval, pero todo el mundo,
especialmente los jóvenes, participaba animadamente en la fiesta y había una
gran cantidad de personas que se disfrazaban.
A veces,
había grupos de carnaval que construían carrozas y las exhibían por las
calles; en éstas no primaba lo bonito,
sino lo grotesco; también era común escenificar algunas profesiones o
actividades, siempre buscando la comicidad.
Muchos
grupos llevaban instrumentos musicales para hacerse notar: un tamboril,
castañuelas, almireces, botellas de anís, sartenes... e iban cantando
canciones.
Que
cuando vendrá
el dia de las Candelas
Que cuándo vendrá
el día de Carnaval
Éste
es el estribillo de una conocida canción de carnaval que se oía infinidad de
veces a lo largo de estos días.
A lo
largo de todos los carnavales, había baile por la tarde y por la noche. Los
bailes nocturnos de antes guardaban muy poco parecido con los actuales; si nos ceñimos al horario, antes, la sesión de la noche solía acabar, más o menos, a la hora en la que comienza en
la actualidad, pues la gente se "recogía" muy pronto en sus casas.
Los
quintos, para distinguirse de los demás mozos, llevaban en los sombreros escarapelas,
unos emblemas de tela circulares, que representaban la bandera española, a
modo de círculos concéntricos, y, aparte de disfrazarse y divertirse como los
demás, tenían como misión añadida dar espectáculo para divertir a la gente.
Uno de
estos divertimentos consistía en "correr los gallos”. La tarde del domingo de carnaval es cuando solía realizarse esta
actividad que servía a los quintos para exhibirse ante todo el pueblo y demostrár su habilidad como jinetes.
El acto
consistía en colocar dos carros vacíos, uno frente al otro, a ambos lados de
una calle, apoyando la parte posterior en el suelo, con las pértigas levantadas hacia arriba.
Entre ambas se colocaba una soga, y de ella se colgaba un gallo vivo, atado por
las patas, con la cabeza hacia abajo.
Cada uno
de los quintos, subido en un caballo,
debía pasar al galope entre los carros y su objetivo
consistía en matar al
pobre gallo, arrancándole la cabeza. A
tal efecto, cada uno de los protagonistas del "gallicidio" debía
aportar el gallo correspondiente. (Quien no tenía caballo se arreglaba con un
mulo o un burro., y es que con las caballerías pasaba lo mismo que hoy con los
coches: unos van de un BMW de alta gama,
y otros en un renault Clio, por poner un ejemplo),
Verpueblos.com (Lagunilla) Salamanca |
Cada vez
que uno de estos gallos moría por "traumatismo cráneo encefálico
severo", era descolgado y sustituido por otro para que
el siguiente quinto repitiera la
faena: La carrera continuaba de forma ininterrumpida hasta que todos los
jinetes hubieran cumplido con el ritual.
En
ocasiones, en vez de arrancarle la cabeza al pobre animal, para que éste
"sufriera menos", el quinto correspondiente llevaba un palo en la
mano, a modo de espada, y al pasar bajo la soga, donde pendía el gallo, lo
mataba de un estacazo.
A pesar
de no ser un espectáculo para espíritus sensibles, ya que conllevaba mucha
violencia, era una costumbre muy arraigada y, a la "carrera de
gallos", acudía gran cantidad de público de todas las edades para ver cómo
los quintos, desde sus caballos, se cargaban a las pobres aves, aplaudiendo y jaleando fuertemente a cada uno de los jinetes, cuando
éste acometía a su víctima.
Antes de
la carrera de gallos, los mozos que tenían un año menos, aquellos que iban a
ser los quintos del año siguiente, "corrían las cintas". Esta actividad consistía en colocar,
de la misma soga donde eran colgados los gallos, unos lazos de colores
con un aro o anillo en uno de sus extremos; en este caso, el objetivo consistía
en pasar también a caballo, (o mulo, o burro), bajo ellas, con un palo en la
mano, para intentar introducirlo por uno de los aros y así llevarse una de las
cintas.
Vendría
a ser como una versión light de la carrera de gallos que les servía de
entrenamiento para el año siguiente, cuando les tocase correrlos a ellos. .
"La
carrera de los gallos", al ser un deporte bastante salvaje, en algunos
sitios los alcaldes la prohibieron, estando sólo estaba permitido correr las
cintas. En estos casos, el público asistente era mucho menos numeroso que
cuando se corrían los gallos.
Por lo
visto, la gente prefería emociones fuertes a costa de las pobres aves; a su
lado, la carrera de las cintas debía parecerles "un juego de niños".
El lunes de carnaval
Durante
la mañana del lunes, los quintos, acompañados por el tamborilero,
recorrían el pueblo repartiendo rosquillas que llevaban en unas cestas;
invitando también, a la gente, a beber
de la consabida garrafa de vino, su "fiel compañera".
Tras
llamar a la puerta de cada casa, una vez que abría el vecino/a correspondiente,
le ofrecían rosquillas y un vaso de vino. Los hombres aceptaban de buen grado
el vino; en cambio, las, mujeres, solían rehusar la invitación pues
entonces estaba mal visto que éstas bebieran en público (en privado era
otra cosa ).
Al ir
con el tamborilero, además invitaban a la gente a bailar la jota (había una
jota específica de los quintos); con frecuencia se sumaban varios vecinos a la
fiesta y se formaban divertidos corros de baile en los
barrios.
A modo de
curiosidad, indicar que los quintos se quejaban porque este día, en aquellos
domicilios
donde vivían chicas en edad de merecer, apenas encontraban alguna en casa. Éstas,
para no verse obligadas a bailar la jota con ellos, preferían ir a lavar la
ropa a "las Bordas" -entonces,
como no había agua corriente, tampoco había lavadoras, así que la ropa se
lavaba a mano en "las Bordas!, así es como eran conocidos los lavaderos
públicos -
Quintos del 56. Zarzahistoria.blogspot.com |
Otra de
las prácticas que realizaban los quintos, casi siempre el lunes de carnaval,
era representar una corrida de toros de carácter burlesco que era conocida como
la
Vaca Tora . La vaca era un
armazón de madera, que previamente habían fabricado, cubierto por tela negra, y con cuernos, dando forma a una
vaca; en su interior se introducían dos quintos, uno en la cabeza y otro detrás
y, de este modo, ya tenían conformado un imponente toro dispuesto a ser
toreado; otros quintos se disfrazaban
formando la cuadrilla de toreros: matadores, banderilleros y picadores -éstos últimos iban en un burro también convenientemente disfrazado para ejecutar la suerte
de varas-
Cada vez
que la vaca era toreada, ante todo se pretendía la comicidad, allí no había
nada serio -seguro que hasta los anti
taurinos más furibundos hubieran aplaudido este tipo de faenas- .
Iban por
las calles, seguidos por la chiquillería, y paraban en algunos sitios para
darle unos pases a la Vaca Tora; ésta,
si había alguna moza por allí, mirando la corrida, prefería dirigirse a
ella, asustándola, en vez de acudir a la
llamada de los toreros. Otras veces, la vaca se dedicaba a perseguir a
los chiquillos; o entraba en alguna
casa, ante el susto de sus moradores.
Con
frecuencia, algún vecino solicitaba, a título particular, que hicieran una
faena de lidia y los quintos respondían al requerimiento, siendo recompensados
por el aficionado, una vez finalizada la misma.
En
algunas ocasiones, los quintos elaboraban un muñeco a tamaño natural, un pelele, con
ropa vieja rellena de heno, como los clásicos espantapájaros, y lo llevaban, en
sus corribandas, sentado en un carretillo, como si fuera uno más del grupo.
Si
entraban en algún bar, incluso lo metían dentro sentándolo en una silla; cuando se encontraban en "la casa de los
quintos", a veces lo sentaban en el umbral de la misma como si estuviera
tomando el fresco.
Algunos
niños, a veces, al ver al muñeco, con su aspecto un tanto grotesco e inmóvil,
sentían miedo del mismo y evitaban acercarse a él.
En alguna
ocasión, el lugar del muñeco lo ocupaba un quinto disfrazado con la ropa del
mismo y cuando alguien se le acercaba pensando que se trataba del pelele, este
se movía agitando las manos y los pies, dando unos sustos tremendos a la
persona que confiadamente se le había acercado,
ante las risas de todo los presentes.
El
pelele, casi siempre acababa siendo quemado, al final de los carnavales, tras
ser manteado.
La Danza
de palos, y el Cordón, aunque generalmente solían bailarse en otras
fiestas; también tenían cabida durante los carnavales; especialmente el paloteo
pues, con frecuencia, eran quintos quienes formaban los grupos para bailar la
danza.
El martes de carnaval
Si el
lunes era el día reservado, por los quintos, para obsequiar al paisanaje con
rosquillas , el martes hacían La Recogida. Ese día, volvían
a recorrer el pueblo, también acompañados por el tamborilero, para pedir lo que
buenamente quisiera darles la gente; para ello, preparaban un burro (o mulo),
con aguaderas o alforjas, y con él, más
unas cestas que llevaban ellos mismos, volvían a pasar por todas las casas
donde eran obsequiados con chorizos, salchichones, huevos y a veces dinero -de
este último, muy poco-.
La
chacina la guardaban en las aguaderas del burro, y los huevos eran recogidos en las cestas que portaban
ellos. En algunas ocasiones, en vez de ir con un burro, llevaban un varal, y de
él iban colgando los chorizos.
Todo lo
recopilado, sería almacenado en la "casa de los quintos", su lugar de
reunión, para comerlo entre todos.
El
martes también era conocido como el "día de los casados". Aunque
todo el mundo participaba en la fiesta a
lo largo del carnaval, disfrazándose y acudiendo a diario al baile, este día se
decía que era el "baile de los casados" pues estaba dedicado
especialmente a ellos, aunque al mismo acudía todo el mundo sin importar el
estado civil: casados, como solteros y viudos -divorciados entonces no había-.
El
martes de carnaval, era cuando más gente se "encarnavalaba" ya que
muchos matrimonios, que no se habían disfrazado los días anteriores,
aprovechaban este día para hacerlo.
A lo
largo de las fiestas, era común que se juntaran en las casas, a la hora de la merienda, amigos, familiares
y vecinos -generalmente los casados-,
para asar y comer chorizos; aunque esta
relación de hermandad con vecinos y amigos no era exclusiva de estas fiestas.
El miercoles de ceniza
Este
día, a media mañana, ""oficialmente", es cuando acababa el
carnaval en la plaza con el "entierro de la sardina".
La forma
de celebrar dicho entierro no era constante pues variaba según los
años; en alguna ocasión se celebraba un
simulacro de entierro, en una caja metían una sardina y procedían a su
entierro, aunque allí no se enteraba nada ya que la mayoría de las veces lo que
se hacía era arrojar la caja con su sardina
a una hoguera, quemándolo todo; en cambio, otras veces se asaban
sardinas y las ofrecían a quien acudiera al acto. También hubo años en los que, simplemente, no se celebraba
acto alguno, pues los quintos aún tenían otras ocupaciones.
Aunque
para "el resto de los humanos" el miércoles ya había acabado el
carnaval y era día de ir a recibir la ceniza en la iglesia, los quintos aún no daban por finalizada la
fiesta ya que, este día, por la tarde, iban juntos a comer la merienda al
campo, con sus parejas (las del sorteo del Jueves Merendero).
Una vez
que regresaban del campo, de comer la
merienda, era cuando, realmente, acababa para ellos el carnaval rompiéndose,
entonces, el compromiso que cada uno había adquirido con la pareja que le había
correspondido en suerte, el día del sorteo.
La noche del Miércoles de Ceniza,
"cada oveja se quedaba sola con su pelleja"
(En los pueblos, cuando un hombre y una mujer
eran pareja, se decía satíricamente:
"Mira, una oveja y su
borrego"; en cambio, cuando las
parejas se dejaban y cada uno se iba para su lado, la expresión era:
"Ahora, cada oveja está con su pelleja"
La Cuaresma
El
Miércoles de Ceniza, daba comienzo el Período de Cuaresma: cuarenta días de vigilia, ayuno y abstinencia.
La
abstinencia, en este caso, consistía en privarse de comer carne durante los
cuarenta días que dura la Cuaresma; esto, fue así durante mucho tiempo, hasta
que la Iglesia, siempre tan comprensiva con los pecadores, ideó ofrecer a los
fieles la opción de poder catar la carne, durante el periodo de cuaresma, si se avenían a comprar "La Bula",
una acreditación que vendían los párrocos
-un justificante de haber pasado
por caja-
Si una
familia compraba la correspondiente bula, sus integrantes podían seguir
comiendo carne durante toda la cuaresma, salvo los viernes, tal como sucede
actualmente.
En el
caso de que alguna persona tuviera la osadía de comer carne, sin haber pagado
" la Bula " -bula y burla se
parecen mucho, ¿no os parece?- , estaba cometiendo un grave pecado mortal y
sabía que en Infierno le esperaban con la puertas abiertas; así que, para poder expiar semejante pecado y
poder salvarse, tenía que ir a confesarse.
Con
frecuencia, la penitencia impuesta por el confesor -el vendedor de bulas- ,
aparte de los rezos oportunos, consistía en ¡pagar la Bula, aunque fuera con
retraso! (je je je... estaba uno apañado si pensaba
que, sólo confesándose, iba librarse de pagar).
A partir
de 1966, a raíz del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI, decidió suprimirlas, ante la resistencia de muchos
obispos y párrocos que no querían renunciar a esta sustanciosa fuente de
ingresos; claro que, para compensarlo, idearon otros métodos alternativos; pero esto es ya otra historia.
Volvamos
con los quintos. Estos, durante la Cuaresma, aún mantenían "la casa de los
quintos" y las tardes de los
domingos, al no haber baile -otra de las limitaciones que traía esta
época de penitencia-, se reunían en ella y, con bula o sin bula, se iban
comiendo la sarta de chorizos que la gente les había dado el martes de
carnaval.
Pan,
vino, chorizo y jóvenes con ganas de juerga, a veces, no son una buena
mezcla; así que estas reuniones, casi
siempre, acababan en gamberrada segura.
Los
quintos, todos los años, solían hacer
algo significativo, alguna "gesta" que quedara en la memoria
colectiva de la gente del pueblo; a
poder ser, más notoria que las de quintadas anteriores... algo de lo que
pudieran presumir en el futuro, para que la gente del lugar lo recordara y
dijera: "pues los de la quinta del
año * * * * hicieron tal cosa"
En
muchos pueblos escribían con grandes letras, en el frontón de pelota: "
Vivan los quintos del año xxxx ", pero esto no era considerado una trastada, formaba parte del
guión; las travesuras eran otra cosa y
podían ser de todo tipo; algunas eran
leves y resultaban simpáticas; en cambio, otras eran más graves y no tenían
gracia alguna, como la de aquel año en
el que los quintos, una noche, se entretuvieron en romper casi todas la
bombillas del alumbrado público, un hecho que tuvo serias consecuencias.