Todos sabemos qué es una piedra, pero si aún hay alguien que tiene dudas y consulta el diccionario de la RAE, este la define como “una sustancia mineral, más o menos dura y compacta, que no es terrosa ni de aspecto metálico”, pero el diccionario no solo se limita a la anterior definición, además, propone unas cuantas más, siendo una de ellas aquella que identifica las piedras con los cálculos renales o de la vesícula biliar, causantes de los temidos cólicos que amargan la vida de aquellas personas que los padecen, por el intenso dolor que pueden llegar a ocasionarles.
Hablando de los cálculos, cuentan que, en una ocasión, una chica norteamericana estaba estudiando lengua española en su país; se encontraba en Salamanca realizando un curso de español para mejorar el conocimiento de nuestro idioma; llevaba aún poco tiempo en la ciudad y un día, al acudir a una de las clases, resultó que el profesor no había ido porque estaba enfermo y había ido en su lugar una profesora para sustituir al compañero.
Al finalizar la clase, la alumna se acercó a hablar con ella y preguntó en un español muy correcto.
- ¿Qué le ocurre al profesor Venancio? ¿Tiene algo grave?
- No, no es grave; ya le ha sucedido más veces. Es que hace cálculos en la vesícula. Contestó la profesora a la vez que se señalaba el abdomen.
Al oír la respuesta, la chica puso tal cara de extrañeza que la profesora dedujo inmediatamente que no había entendido la respuesta que le había dado:
- No has comprendido mis palabras ¿Me equivoco?
- Creo que las he entendido, pero no sé si me he enterado bien. Has dicho que el profesor Venancio “hace cálculos con la vesícula” pero no comprendo cómo puede ocurrir eso; en mi país las personas solo podemos hacer cálculos con el cerebro.
La profesora, al saber la conclusión a la que había llegado la alumna, no pudo evitar una risa floja al comprender lo que había acontecido. Entre ellas dos no había ocurrido un error de la traducción, se trataba simplemente de un fallo en la comprensión del mensaje, por parte de la chica.
- Olvida los cálculos, te lo voy a explicar de otra forma más sencilla, para que así logres entenderlo. Lo que le ocurre es que tiene piedras aquí en el abdomen…o la barriga, en español las dos palabras significan lo mismo. ¿Lo entiendes ahora?
Mientras decía esto, volvió a señalarse nuevamente la zona con la mano
- Creo que sí. Respondió la americana, que había puesto mucha atención, tanto a las palabras dichas por la profesora, como al gesto que había realizado con la mano. Lo de hacer cálculos con la barriga ha sido un error; lo que he entendido ahora es que el profesor, simplemente, tiene piedras.
- ¡Exactamente! Respondió la profesora contenta, al constatar que la chica había entendido perfectamente esta segunda explicación; aunque la satisfacción le duró tan solo unos instantes ya que ésta preguntó a continuación:
- ¿Por qué tiene piedras en la barriga? ¿El profesor las ha comido?
Quien debió mostrar en ese momento la cara de sorpresa, estoy convencido que fue la profesora al conocer la conclusión a la que había llegado la estudiante de español, tras su segunda explicación, cayendo en la cuenta que estaba ante una alumna extranjera y ella había empleado el lenguaje coloquial para explicar lo que le sucedía al compañero enfermo.
Este lenguaje, que hubiera sido válido para un español de a pie, no lo era para una extranjera que, como estaba aprendiendo el idioma, traducía las palabras literalmente, siendo eso lo que la había llevado a sacar unas conclusiones tan disparatadas.
- ¡Mira! Exclamó entonces la profesora. Vamos a la cafetería, tomamos algo y te explico desde el principio lo que le ocurre a Venancio. De momento, lo único que te pido es que olvides todo lo que hemos hablado las dos, sobre todo eso de que come piedras.
El misterio que para aquella estudiante americana representaba el hecho de que el profesor tuviera piedras en la barriga sin saber cómo “habían llegado” hasta allí, estoy totalmente seguro que se resolvió rápidamente tras las oportunas explicaciones por parte de la profesora; en cambio para mí supuso una mayor dificultad resolver un misterio que también estaba relacionado con una piedra.
En nuestro pueblo, todos sabemos perfectamente qué es una peña debido a la gran cantidad de ellas que existen no solo en el término municipal, sino en toda la comarca e incluso en el mismo pueblo; no hay que olvidar que Barrueco recibe este nombre gracias a la piedra berroqueña (el granito).
Si a ello añadimos que el granito de nuestras peñas es de un color gris oscuro y por lo tanto pardo ya tenemos formada la palabra Barruecopardo con todas las letras.
Las peñas que conocemos son de un color gris oscuro y sobre ellas crecen, habitualmente, musgos y líquenes, unas plantas que contribuyen a oscurecerlas más aún siendo, precisamente, el color de las peñas, el origen del enigma que un día, encontrándome haciendo senderismo por el río Huebra, se me planteó.
Conocemos como arribes, los cañones que han ido moldeando en la comarca, tanto el Duero como sus afluentes, erosionando el terreno a lo largo de millones de años –confieso que, cuando empezó el proceso, yo no estaba allí para verlo y que alguien me lo contó así. Además, creo que quien lo hizo, a pesar de ser más viejo que yo, tampoco estaba-.
La fuerza del agua, a lo largo del tiempo, ha ido horadando el terreno, en este caso la roca granítica y voilá, como diría un francés, ahí tenemos formados los arribes o las arribes (hay división de opiniones respecto a que sean masculinas o femeninas).
Los enormes peñascales que conforman las laderas del Huebra, así como el propio lecho por donde discurre el río, son de granito, el mismo del que están formadas todas las peñas que tenemos en la comarca y, como es oscuro, el enigma que se me planteó aquel día fue intentar saber por qué una peña, localizada entre el Agua Santa y La Huerta, encima de un montículo -allí los montículos son conocidos como picones- tiene un color diferente a las demás, recibiendo el nombre de “El Canto Blanco”.
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| Arribes del Huebra. El Canto Blanco |
Averiguar por qué nuestros antepasados un día decidieron ponerle ese nombre, es tan sencillo como preguntar “de qué color es el caballo blanco de Santiago” ya que, si decidieron llamarla “Canto Blanco”, fue porque la peña, piedra, roca o canto, todos los nombres son válidos, ya entonces tenía ese color, en un claro contraste con el resto de los peñascales graníticos que conforman las laderas del Huebra.
La peña es visible desde muchos rincones del río, debido a la situación tan estratégica que ocupa, y además da nombre al picón donde se encuentra.
Yo tenía una fundada sospecha del motivo por el que tenía ese color, una intuición que, además, era compartida por alguna persona con la que había hablado alguna vez del tema, así que un día decidí que, si quería pasar de la sospecha a la certeza, el mejor modo de lograrlo pasaba por ir hasta la mencionada peña y analizar sobre el terreno qué era lo que le proporcionaba su color.
Mi sospecha era que los responsables de que Canto Blanco fuese blanco, valga la redundancia, eran los buitres, ya que son los moradores habituales de aquel lugar.
Desde tiempo inmemorial, en los arribes del Huebra vive una colonia de buitres leonados que tienen sus buitreras en las laderas del río.
Estas aves tienen la particularidad de que no les gusta madrugar –en este y en otros aspectos, guardan bastante parecido con algunos humanos- de modo que, cuando tienen hambre, abandonan sus posaderos a media mañana emprendiendo el vuelo dos o tres horas después del amanecer, ya que esperan a que los rayos solares hayan calentado el aire.
Como el aire caliente pesa menos que el frío, se establecen entonces corrientes ascendentes de aire caliente a modo de remolinos y los buitres, que son unas aves grandes y pesadas, aprovechan estas corrientes para ganar altura con el mínimo esfuerzo posible.
Una vez iniciado el vuelo, lo hacen planeando y, valiéndose de su prodigiosa vista, cuando ven a lo lejos una carroña, descienden hasta ella y comen hasta hartarse, pues no saben cuándo van a poder repetir el siguiente festín.
La dieta habitual de un buitre leonado, la forman las carroñas de los animales muertos y para ellos son una auténtica delicatesen. A veces la carne que comen es de animales que han muerto días antes y además por enfermedades infecciosas muy graves –mirad si serían graves, que los pobres animales murieron a consecuencia de las mismas- una carne que incluso puede estar podrida.
Lo más llamativo del asunto es que, a pesar de que su dieta esté constituida por “estas exquisiteces”, ellos la toleran perfectamente sin que les pasa nada, porque tienen un aparato digestivo especializado en digerir una comida tan suculenta sin morir en el intento (y pensar que algunas personas protestamos a la hora de comer tan solo porque le falta algo de sal a los alimentos).
Los buitres tienen un estómago con uno de los ácidos gástricos más potente del reino animal y ello les permite digerir la carne, esté como esté, y soportar todas la toxinas y bacterias, habidas y por haber, que acompañan a esta, sin que les afecte lo más mínimo.
Si ésta es la dieta habitual, imaginad cómo son sus deyecciones -una forma fina de llamar a los excrementos- , esta mezcla de heces y orina constituye una combinación explosiva, capaz de corroer todo lo que se le pone por delante, excepto a las rocas.
Una vez bien comidos, con el buche lleno, vuelven a sus domicilios en los posaderos del río, y uno de ellos es el Canto Blanco. Como no tienen cuarto de baño, defecan en las peñas donde habitan y sus heces, que son líquidas y muy ácidas, actúan como un potente herbicida ante toda planta que intente colonizar aquellas peñas (los musgos y líquenes, aunque lo intentan, lo tienen muy difícil para poder sobrevivir en esos lugares).
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| El Canto Blanco |
Si a todo lo anterior añadimos, que las deyecciones (las cagadas) son blancas, ahí tenemos la respuesta al misterio: El Canto Blanco es blanco porque los buitres llevan cientos de años “dándole color”



