Un día fueron tres médicos de senderismo, a pasar una jornada al campo en contacto con la naturaleza; esto, incluso podría haber sido en nuestro pueblo. Llegaron al río y, al alcanzar la parte superior de la vertiente, pudieron contemplar la grandeza del paisaje; permanecieron un momento admirando los impresionantes desfayaderos del Huebra, lo que conocemos los lugareños como arribes, y uno de ellos dijo:
- ¿Sabéis que aquí hay eco?
Y sin esperar respuesta alguna, por parte de
los compañeros, empezó a gritar:
- ¡¡¡Eco!!!
Inmediatamente escucharon
los tres:
- ¡¡¡Eco!!! ¡¡eco!! ¡eco! eco…
Otro gritó entonces:
- ¡¡¡Soy urólogo!!!
Oyendo a continuación repetir
al eco:
- ¡¡¡Soy urólogo!!! ¡¡Soy
urólogo!! ¡Soy urólogo! Soy…
El tercero continuó gritando:
- ¡¡¡Soy radiólogo!!!
Pudiendo escucharse inmediatamente
- ¡¡¡Soy radiólogo!!! ¡¡Soy
radiólogo!! ¡Soy radiólogo!. Soy…
Permanecieron los tres un momento en silencio mientras se apagaban los sonidos del eco, y el primero de ellos, volvió a gritar:
- ¡¡¡Soy
otorrinolaringólogo!!!
Hubo unos momentos de
silencio y al fin respondió el eco:
- ¿Qué has dicho que
eres?
Arribes del Huebra |
El otorrinolaringólogo, es el médico que
trata la patología del oído, de la nariz, y de todos los órganos y estructuras
del cuello anterior, no solo de la laringe. En realidad la especialidad se
denomina “Otorrinolaringología y
Patología Cervico Facial”, pero
vamos a dejarlo en Otorrino, que es mas simple y conocido.
Cuando un médico comienza a hacer esa especialidad,
los compañeros veteranos suelen indicar al recién llegado que aprender la profesión
no va ser nada fácil y a la vez le dan ánimos –o al menos deberían hacerlo- , asegurándole que, con
esfuerzo y empeño, sin duda alguna acabará siendo un buen profesional como
todos los que le precedieron. Además, casi siempre hay alguno que bromea sobre
el asunto y le dice:
- Lo más difícil de todo es aprender a decir correctamente
el nombre de la especialidad; una vez hayas
conseguido eso, lo demás ya es mucho más fácil
A su vez se dice que un diálogo de sordos
es aquel donde los interlocutores no se prestan atención entre ellos, cuando
estos son dos; mientras que uno dice una cosa, el otro, en vez de responder a
lo que ha expuesto el primero, contesta con algo diferente que no tiene
relación alguna con lo dicho por el compañero. Una cosa bien distinta es mantener
un diálogo con un auténtico sordo, cuyo grado de hipoacusia sea profunda e
incluso moderada (hipoacusia es el término que emplean los médicos para referirse a la sordera). .
Muchas personas tienen una pérdida lenta y progresiva
de la audición a lo largo de años; van acostumbrándose a ella y viven persuadidos
de que no tienen problema alguno de audición, y se empeñan en que oyen “como siempre” autoconvenciéndose de que el problema no está
en ellos, sino en los demás, porque no hablan lo suficientemente alto.
Un buen
número de ellos, incluso se niegan a buscar atención especializada y cuando lo hacen, la
mayoría de las veces no suele ser por voluntad propia, sino a instancias de la familia
más cercana; una vez que les ha visto el otorrino, a aquellos que les aconseja usar una prótesis auditiva (un audífono), en muchas ocasiones se niegan a usarla; y otras veces, como mal menor, aceptan hacerlo a regañadientes no haciendo un uso adecuado de los
audífonos y esto acaba, en ocasiones, dando lugar a
situaciones bastante chuscas.
Una vez un matrimonio, ya mayor, estaba en la consulta del otorrino para una revisión. El paciente era él, tenía una hipoacusia, en una consulta anterior se le había indicado la conveniencia de utilizar audífonos en ambos oídos; él había aceptado ponérselo solo en un oído y, al cabo de unos meses, había acudido a una revisión.
Cuando alguien utiliza un audífono, lo lógico es que sea para que le ayude a oír; pero
el médico, tras saludarle y decirle unas palabras, percibió que el hombre no le
estaba escuchando ya que, a pesar de mostrar mucha atención, no contestaba a lo
que le decía e insistía en que le hablase más alto.
Entonces, el otorrino, alzando la voz dijo:
- ¡¡Custodio…!! ¡¡Qué la pasa…!! ¿No le
funciona el aparato?
Para sorpresa del médico,
quien respondió no fue él sino la esposa:
- ¡Que si le funciona el
aparato …! Hace muchos años que ya no le funciona, si lo sabré yo…
La enfermera que acompañaba al médico, al oír
las palabras de la mujer, intentó contener la risa, pero no pudo y abandonó la
consulta para poder reír abiertamente, una vez fuera; en cambio el otorrino, en un alarde de profesionalidad, intentando mantener
el tipo para no desternillarse de risa también,
–doy fe que lo pasó fatal y le
costó lo indecible contenerse- señalo con el dedo la oreja donde Custodio portaba el audífono, para que no hubiese duda
alguna y le dijo a la mujer:
- Me refiero al audífono.
A lo que ella respondió:
- ¡Ah...!, pues tampoco crea
usted que ese anda muy allá. Al principio funcionaba bien y lo oía todo, pero, desde
hace varias semanas, he vuelto a tener que darle voces para que me oiga.
Solucionar el problema del audífono fue fácil,
lo único que le sucedía era que se le había acabado la pila, algo en lo que Custodio
y la mujer no habían caído, que era algo que podía suceder.
Tan solo con
cambiarla, el hombre volvió a oír aceptablemente; respecto al otro aparato…
Nuestro protagonista, cuando había estado la primera vez en la consulta del otorrino, lo hizo porque era consciente de que no oía bien, buscó ayuda especializada y gracias al otorrino y a un audioprotesista, consiguió oír, si no perfectamente, al menos a un nivel aceptable, pero hay gente que, no actúa así, a pesar de encontrarse en una situación similar.
Al contrario que Custodio, hay personas que, a pesar de oír bastante mal, se niegan a buscar atención médica para solucionar, o al menos paliar, su problema, siendo una de ellas Gaudioso (Sólo por el nombre es fácil averiguar que no estoy hablando de una persona joven).
Evidentemente,
eso solo era una apreciación suya, pues tanto la esposa como el resto de la
vecindad, hubieran estado dispuestos a jurar lo contrario, si alguien le hubiera
preguntado.
Un día, la mujer, que había salido a la tienda para comprar algo, al regresar a casa, le dijo al marido:
- ¡¡Habla mas alto!! ¡¡Que manía tenéis todos en hablarme
bajo para que no me entere de las cosas!!
(Si alguien se pregunta por qué muchos sordos
son desconfiados, aquí tiene la respuesta: como no oyen bien, creen que los
demás emplean un tono muy para hablar, porque están hablando de ellos)
Cuando la mujer de Gaudioso al fin consiguió, tras elevar el tono de su voz varias decenas de decibelios, informar al marido de que su amigo estaba enfermo, y de la recomendación para que
lo visitase, Gaudioso permaneció un buen rato pensativo, cavilando
y planificando la visita.
Tendrá un catarro que es lo habitual en este tiempo. Así que le diré lo mismo que a todos los enfermos que están en la cama constipados. Cuando uno hace visitas así, al fin y al cabo, siempre acabamos repitiendo las mismas palabras tanto el visitante... como el visitado. Cuando llegue le voy a decir:
Ya con el guion elaborado, fue a visitar al enfermo y al entrar en la sala donde se encontraba, dijo:
– ¡Venancio…querido amigo!, me enterado que estás malo
¿Qué tal estás?
Visitar a los enfermos está muy bien y es un signo de amistad muy valorado, pero a veces es mejor preguntar antes a la familia, si la visita es oportuna o no; Gaudioso no tuvo esa precaución y resultó que no lo era.
El enfermo, al contrario de lo que él pensaba, no sufría un simple catarro, sino un cólico renal; hacía poco rato se le había pasado el efecto del analgésico, en aquel momento tenía un malestar tremendo, estaba desesperado por el dolor y contestó:
– ¡Fatal…tengo un dolor fortísimo!
El visitante, incapaz de oírle, debido a su sordera y siguiendo el esquema que se había trazado contestó:
- ¡Eso es estupendo!
Venancio, se quedó atónito al escuchar el
comentario del amigo, pero recordó que era sordo, consideró que, debido a ello, no le había entendido bien y repitió:
- ¡He dicho que estoy fatal y, como no me mejore,
pronto me veo camino del cementerio!
A esto, respondió Gaudioso con el segundo punto del
guion que había elaborado:
- Me
alegro también de ello. Sigue así, porque ese es el camino que te conviene.
El enfermo, estupefacto, no daba crédito a lo que oía; si el bienintencionado visitante era sordo, él a su vez se quedó mudo del enfado que le entró, pensando que, si los amigos le daban este tipo de ánimos, con amigos así...no necesitaba enemigos.
Sin embargo, haciendo un gran acopio de paciencia, consciente
de la deficiencia auditiva del otro y convencido de que no se había enterado absolutamente de nada, repitió alzando el tono de la voz:
- ¡¡¡Acabo de decirte que estoy muy malo y que...o mejoro... o muero!!!
Pero Gaudioso, que continuaba sin entenderle, seguía sin desviarse un milímetro del
guion trazado, y respondió:
- Eso espero, y que sea lo antes posible
Algunas notas
Hace años, existían los llamados “males de viejo”, que no eran otra cosa que los trastornos que a veces acompañan a la involución natural del organismo a medida que cumplimos años. Por qué será que todos queremos cumplir muchos años, pero ninguno queremos hacernos viejo.
Si comparamos los modos de vida de ahora y de antes, afortunadamente, estos han cambiado mucho y para mejor. Antes, cuando la gente envejecía, a veces llegaban a darse situaciones bastante dramáticas porque los viejos (así eran llamados antes los mayores), vivían convencidos de que, los males que acarreaba la edad, ya no tenían remedio y se resignaban a vivir con ellos; un
ejemplo de ello eran “las cataratas”, había personas que dejaban de ver y, como
eso era considerado un “mal de viejos”, se resignaban a ello y no buscaban
atención medica.
Recuerdo un afamado oftalmólogo de Salamanca que era conocido por haber devuelto la vista a una ciega… eso era lo que decía la gente de él. Yo le conocí y un día le pregunté que si eso era cierto; al oírme, comenzó a reír con ganas diciéndome que también había oído los comentarios explicándome que todo era debido a que había operado a una mujer de cataratas. Las tenía tan avanzadas que la mujer apenas veía ya nada, una vez operada, quedó muy contenta y había pregonado a los cuatro vientos que él le había devuelto la vista..
Con los sordos sucedía algo parecido; la pérdida
auditiva, propia de la edad, también era considerado un “mal de viejos” , muchos se resignaban a ello y tampoco buscaban
atención medica. Es preciso considerar que, esto último, no era algo exclusivo del pasado ya que sigue ocurriendo en la actualidad; aunque una gran de culpa, de que esto suceda, no es debido la falta de voluntad de los pacientes, sino el alto precio de los audífonos.