Que
Dios le de salud para…
(Bienaventurados
los borrachos, porque verán a Dios dos veces)
Todos los de Mieza / son unos
borrachos / se beben el vino / y se gastan los cuartos. Esta canción, la
escuché una vez en Vilvestre y en ella, como
podemos ver, los de Mieza no salen bien parados.
En cambio, en Mieza, cantaban lo
siguiente: Los mozos de Vilvestre / son
unos borrachos / se beben el vino / y se gastan los cuartos.
Que en cuál de los dos pueblos
hay más borrachos, pues no lo sé; tampoco es plan de hacer una encuesta para ver
si alguno de ellos destaca en estos menesteres.
Antes, era muy común la aversión que
había entre la gente de pueblos colindantes; raro era el lugar donde sus
vecinos no cantasen alguna cantinela en la que los habitantes de algún pueblo aledaño
salían malparados; aunque, en el pueblo aludido, también solían tener otra similar
donde los perjudicados eran los del primer pueblo, tal como
ocurría con el asunto de los borrachos de Mieza y Vilvestre.
En este sentido, es famosa la disputa que mantienen, desde tiempo
inmemorial, entre Saucelle y Vilvestre, sobre cuál de ambos lugares es el pueblo de
los “averriaos” -obviamente, en cada uno de ellos afirman que los averriaos son “los otros”-. A pesar
de la enorme importancia que tiene el asunto, y de la gran trascendencia que conlleva,
para los habitantes de ambas localidades, vivir con la incertidumbre de saber, a
ciencia cierta, quienes son “los averriaos”; tras largos y concienzudos
estudios que se han realizado sobre el tema, aún no ha sido posible resolver este
dilema.
Bueno, pues esto sucedió hace ya
mucho tiempo, y el asunto también estaba relacionado con borrachos; aunque será
mejor empezar desde el principio.
El hecho aconteció a comienzos
del siglo XX y en España reinaba por entonces Alfonso XIII; en esa época apenas
había carreteras, las pocas que había unían
ciudades y pueblos importantes y, los pueblos estaban unidos entre sí por
caminos de herradura.
Para viajar a la ciudad había transporte público, unos coches de caballos
similares a las diligencias de las películas del oeste americano -sin indios,
eso sí- , y cuando la gente se desplazaba de un pueblo a otro, solía hacerlo a
caballo (esto lo hacían las personas ricas de entonces, hoy equivaldrían a los
que se mueven en BMW, Audi y Mercedes), en burro, en mulo, o caminando.
Era un Primero de Mayo y ese día, aunque es la Fiesta del Trabajo, en Barrueco lo que realmente celebran es la fiesta
de su patrón, San Felipe, que es muy anterior a la otra. Actualmente, la festividad se reduce a un
solo día, el uno de mayo, pero antes duraba tres días, ya que comenzaba el día de
San Felipe (uno de mayo) y terminaba el día de la Cruz (3 de mayo).
En este pueblo, por San Felipe, se celebraba una importante feria de
ganado a la que acudía gran cantidad de gente de todos los pueblos de la
comarca y de fuera de ella, y aquel año, entre el numeroso el gentío que llenaba las
calles del pueblo, se encontraban cuatro mozos de Saldeana. Habían llegado a
media mañana, juntos, cada uno en su burro; llevaban merienda, como era
habitual entonces, y, a la hora de comer, en uno de los bares del pueblo, entre
los cuatro compraron una garrafa de vino para acompañar los alimentos.
El
morapio debía estar muy bueno y los cuatro rellenaron los vasos una
y otra vez, hasta que lo terminaron todo. Aunque la garrafa no era demasiado
grande, imagino que para cuatro podría ser de medio cántaro (unos 8 litros), cuando
quisieron darse cuenta ésta estaba muy vacía, y ellos muy llenos y alegres; se habían trasegado cada uno de ellos una
buena cantidad de vino, ese licor que, en el decir del Viejo Testamento, alegra
el corazón de los hombres.
A media tarde, cuando llegó la hora de regresar a su pueblo, los cuatro estaban
aún muy alegres, y cada uno se subió a su “vehículo” para iniciar su
itinerario.
Las previsiones para el viaje de regreso eran excelentes; el día, plenamente primaveral, había sido soleado y la temperatura era agradable; aunque
estaban algo desorientados por lo del vino, no había peligro alguno de perdida ya que los
burros conocían perfectamente el camino de vuelta, así que sus amos ni siquiera
necesitaron arrearlos para iniciar la ruta.
Por entonces no se hacían controles de alcoholemia a los viajeros, tal
como sucede ahora, de modo que, aunque todos ellos iban un poco achispados, ello
tampoco suponía un problema para el viaje¸ aunque yendo en burro tengo grandes
dudas que se lo hicieran
incluso en la actualidad.
Entonces,
no había carretera para ir a Saldeana, aún faltaban varias décadas para que ésta
fuera una realidad, y el trayecto había que hacerlo a través de algún camino; para
regresar a su pueblo existían tres caminos distintos: El de Arriba, el de
Enmedio, y el de Abajo ( no es broma) , y ellos, los burros más bien, siguieron
el de Enmedio, que es por el que habían venido a la fiesta.
El camino que siguieron atraviesa un valle, en
el que hay un pilar , y los asnos, al llegar a su altura, se acercaron al mismo
a beber agua. Mientras estaban en ello, uno
de los cuatro jóvenes miró con atención a los compañeros y se le ocurrió contarlos.
No se incluyó en el recuento, y, evidentemente, sólo llegó hasta tres.
En el valle había un pilar |
- ¡Ay
madre!, dijo en voz alta. Se ha perdido
uno. Éramos cuatro y ahora solo somos tres.
- Déjame
contar a mí, dijo el compañero que tenía
más cerca. Te habrás equivocado. Y mira que con el vino que has bebido deberías
ver el doble.
Comenzó a hacer el recuento y tampoco se
incluyó en el mismo, tal como había hecho el compañero anterior, por lo que también
sólo llegó hasta tres.
- ¡Es
verdad!, ¡Falta uno! , exclamo muy preocupado. De los cuatro, uno se ha perdido
por el camino y no nos hemos dado cuenta. ¡Pobrecito!, qué va a hacer ahora
cuando se dé cuenta de que se ha perdido, dijo al borde de las lágrimas -el vino ocasiona estas reacciones, a unos le
da euforia y a otros les pone tristes- ¿Qué hacemos ahora?
- Dejadme
que cuente yo, dijo un tercero. No me fío mucho de vosotros. Yo creo que es que os habéis pasado un poco con el vino y no
sois capaces de contar bien.
Desde el burro, tal como hicieran los dos anteriores, contó a los tres
compañeros, tampoco se incluyó en el recuento y obtuvo el mismo resultado que los dos anteriores.
- ¡Tenéis
razón! ¡Sólo estamos tres! ¡Pero no sé quién es el que falta! ¿Ahora qué
hacemos? Seguro que anda por ahí perdido sin saber ni dónde está . ¿Qué le vamos
a decir a su padre, cuando nos vea volver sin él?
- ¿Al
padre de quién?, dijo el cuarto. Porque yo tampoco sé quién es el que falta. -éste
también había contado sólo a sus otros tres compañeros, sin incluirse en el
recuento, tal como habían hecho los demás, y había llegado a la misma
conclusión-.
En estas disquisiciones se
encontraban, cuando llegó un hombre al pilar, a dar agua a las vacas. Vio a los cuatro mozos allí parados, cada uno subido en su burro, y
les preguntó que si pasaba algo.
- Verá
usted, somos de Saldeana y volvemos de San Felipe. Esta mañana, al venir,
éramos cuatro; ahora sólo somos tres y es que no sabemos quién de los cuatro es
el que falta. ¿Puede usted ayudarnos?
El dueño de las vacas rápido se dio cuenta del
estado en el que se encontraban aquellos jinetes. Apenas eran capaces de
sostenerse en los burros y encima pretendían hacer ejercicios de contabilidad;
hasta se maravilló porque hubiesen sido capaces de contar hasta tres. Consideró
que era urgente ayudarles para que siguieran la ruta hasta su pueblo, antes de
que se les hiciera demasiado tarde, y, además, debía ser muy convincente ya que
los que abusan del vino no suelen tener la conciencia muy despierta.
-
Venga, voy a ayudaros. Poneros todos aquí, cerca de mí.
Con el palo que llevaba en la mano, para las
vacas, le arreó al que estaba más cerca un golpe en la cabeza…suave…pero un
golpe al fin y al cabo, y contó:
-¡Uno!
Éste, se quejó por el golpe y se llevó la mano a la cabeza.
- ¡Dos!,
continuó el benefactor, dándole otro estacazo al segundo, con el mismo
resultado.
De igual modo procedió con los otros dos, dándole a cada uno con el palo
en la cabeza, a la par que los enumeraba, y cuando acabó dijo:
- ¡Y
cuatro!, ya estáis todos. Mirad, aquí hay cuatro personas y cuatro burros. Podéis
iros tranquilos a vuestro pueblo, que no falta ninguno. De todos modos, si
queréis os cuento otra vez, para estar más seguro.
- ¡NOOOOOOO!,
dijeron, doloridos, todos a la vez, mientras se rascaban la cabeza.
Ya
más tranquilos, por haber encontrado “al compañero perdido”, aguijaron los
burros para proseguir el camino y uno de
ellos, volviendo la cabeza, se dirigió al hombre de las vacas que había
resuelto en entuerto.
- ¡Señor!, muchas gracias por encontrar al
compañero perdido. Que Dios le de salud para seguir haciendo favores.
(Éste
es un cuento popular muy conocido. Aunque me lo contaron personalizándolo en
unos mozos de Saldeana; en este pueblo, seguramente, también lo contaban,
aunque los borrachos, en su caso, seguramente eran de Barrueco.
Los
cuentos populares suelen tener una amplia difusión; de hecho, éste lo cuentan
también en Extremadura, Castilla la Mancha y posiblemente
en otros muchos lugares)
Pertenezcan a donde sea, a un pueblo u otro estas historias o cuentos, son divertidos. Y, como casi siempre, los del pueblo en cuestión, no quedan muy bien parados, pues está claro que se queda mejor endosándoselo al de al lado o al más rival. Aquí tan brutos eran unos, como el hombre de las vacas que los contó a garrotazo limpio.
ResponderEliminar-Manolo-
Pues sí, a veces eran, y eramos, un poco brutos. En ocasiones, ibas a un pueblo distinto al tuyo, bailabas con una moza del lugar y corrías el riesgo de que alguno te quisiera pegar. Otras veces, los muchachos "jugábamos" a apedrearnos los de un barrio contra los de otro (esto no aparece recogido en los libros sobre juegos tradicionales, pero era así). Un saludo.
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