jueves, 19 de octubre de 2023

El misterio de la Peña del Tanque



   El senderismo, es una actividad deportiva no competitiva que está muy en boga actualmente que consiste en realizar caminatas a través de la naturaleza; no requiere material específico alguno para practicarlo, está al alcance de todos y puede una hacerse en solitario o en grupos que pueden ser reducidos...con los amigos, o multitudinarios, como sucede cuando se participa en marchas senderistas organizadas por los ayuntamientos y otras entidades. 

   A mí, desde que era pequeño, siempre me ha gustado efectuar recorridos por nuestros campos y estaba convencido de que lo que hacía era dar, simplemente, paseos, hasta que en una ocasión me crucé con un paisano, en uno de ellos trayectos y me dijo: - ¡Que...!¡Estás haciendo senderismo como yo! 

   Fue ese día, cuando me enteré que los paseos campestres, que había dado hasta entonces, ahora se llamaban así; sin embargo, independientemente del nombre que se le dé, yo sigo cansándome igual que antes, así que el cambio de nombre de esta actividad, me trae al fresco -sobre todo si es invierno- 

   En nuestro pueblo, cuando alguien pretende realizar un paseo campestre -o hacer senderismo- tiene muchas alternativas ya que todo es campo; si su itinerario pasa por el valle de “La Rodilla”, allí puede ver, al lado del camino, una de las muchas peñas graníticas que encontramos en nuestro pueblo - en el término municipal- , de la cual podríamos decir que tiene "peñalidad propia", ya que tiene un nombre: Peña del Tanque (si fuese una persona, lo que tendría sería personalidad).

   Recuerdo que, cuando era niño, a veces pasaba por allí con los amigos; entonces, uno de nuestros juegos preferidos era jugar a la guerra y siempre había alguno que, con la agilidad propia de la infancia, subía a la peña y desde allí disparaba a un enemigo imaginario, ya que estaba subido en lo que para nosotros era un tanque...esto es, un carro de combate blindado y autopropulsado con tracción de orugas o ruedas con cadenas, aunque el suyo era de piedra y permanecía allí, inmóvil, desde el principio de los tiempos. 

   Desde entonces, he vuelto a pasar por allí con cierta frecuencia  y como la peña está al mismo lado del camino, aún sin pretenderlo, he seguido viéndola un montón de veces. 
  Siendo ya de adulto, un día me llamó poderosamente la atención un detalle: el nombre de la peña. Me parecía sumamente extraño que nuestros antepasados, siempre tan acertados poniendo nombres a los distintos parajes del pueblo, así como a las fuentes, arroyos, peñas... hubiesen visto parecido alguno entre aquella peña y un carro de combate, ya que yo no le veía la similitud por ningún lado. 

   Si eso, ya de por sí, representaba un enigma para mí, lo más extraño de todo era que los carros de combate (los tanques), fueron inventados por los ingleses a comienzos del siglo XX, durante la Primera Guerra mundial, concretamente en 1914; en cambio, nuestra Peña del Tanque recibe ese nombre desde varios siglos antes; con lo cual, quien se lo puso era totalmente imposible que lo hubiese hecho buscando su similitud con un carro de combate, ya fuera inglés, americano o alemán. 

   El diccionario, tampoco ayudaba gran cosa para resolver ese “misterio” pues dentro de los significados que tiene la palabra tanque, además del antedicho carro de combate, la identifica con un depósito de gran tamaño, montado sobre un camión o un remolque para transportar líquidos - los ganaderos conocen muy bien estos tanques ya que, durante los veranos, uno de sus oficios es llevar agua al ganado en estos recipientes -; también puede ser un recipiente o depósito destinado a contener líquidos o gases -en algunas huertas, podemos ver tanques de agua para riego-; una persona gruesa y voluminosa también puede ser catalogada, metafóricamente, como un tanque (o un armario). 

   Como ninguna de las acepciones anteriores guardaba similitud alguna con la susodicha peña, el nombre que le dio origen a la misma seguía siendo un enigma para mí, hasta que la casualidad quiso que, por fin, un día pudiera resolverse el misterio. 

    Hablaban en la calle Casiano y Celso (no son sus nombres reales) , el primero de ellos era un amigo de la familia y, como llevaba un tiempo sin verle, al verle hablando con el otro me detuve a saludarle. En ese momento, oí que decía Celso: 

 - Esta mañana, estaba en “La Palombera” –otro de los parajes del pueblo- , había una piedra bastante grande en el suelo, caída de una pared desde “sabe Dios cuándo”, fui a levantarla para volver a colocarla en su sitio, y me llevé un susto ya que, debajo de ella, había un tanque enorme.

 - Supongo que no lo matarías -dijo Casiano. 

 - ¡No...de ningún modo! Mi padre ya desde niño me enseñó que, cuando viese un tanque, debía respetarlo porque puede ser el alma de alguien. 

 - Yo me resisto a creer que eso sea cierto –aseveró Casiano- no quiero ni imaginar que el alma de mi padre, que en “gloria esté”, sea precisamente un tanque y que ande pululando por ahí, o viviendo debajo de la tierra o de una piedra; además, con lo feos que son, yo que ellos, me reencarnaba en otro animal más bonito. 
  De todos modos, hiciste muy bien en dejarle tranquilo, esos bichos son muy beneficiosos. Sabrás que dan suerte, atraen la lluvia y son muy buenos para las huertas; por eso, nunca debemos matarlos. 

   Yo, al oírles, quedé muy sorprendido. Estaban hablando de ”los tanques” y de algunas de sus cualidades. Gracias a sus palabras, acababa de enterarme que un tanque era un animal, pero aún no sabía exactamente de qué bicho se trataba y mi imaginación echó a volar jugándome una mala pasada. 

   Si el animal vivía habitualmente debajo de la tierra y de las piedras, al abrigo de la mirada de los humanos, y, además, incluso podía albergar el alma de una persona fallecida, no podía ser un animal cualquiera, y hasta barajé la posibilidad de que pudiera tratarse de un animal fabuloso...como los dragones, con la diferencia de que estos últimos no existían y los tanques sí; estaba hasta hasta emocionado ante tal descubrimiento. 

   Obviamente, quería saber cómo eran esos animales, así que pregunté a los dos hombres qué era un tanque y los me miraron muy sorprendidos al comprobar mi ignorancia sobre el asunto, diciendo Celso: 

 - ¿Pero no sabes lo que es un tanque? 

 - Hasta ahora mismo, pensaba que es un carro de combate, pero ya veo que no es así. Explicarme lo 
    que es.

  Al oír mi pregunta, ambos me miraron casi con pena, al comprobar mi ignorancia sobre los tanques, y Casiano, el amigo de la familia, fue quien me dio la información. 

 - Es un sapo...hombre ¡cómo va a haber un carro de combate debajo de una piedra! y encima en “La 
   Palombera”. Aquí, a los sapos, sobre todo a los más grandes, siempre se les ha llamado tanques. 

 - ¿Un sapo...? -respondí, sin poder disimular mi desilusión al oír la respuesta- 

   El chasco se debió a la gran decepción que acababa de llevarme. Minutos antes había llegado a pensar que se trataba de un animal desconocido, poco menos que “mitológico” y ahora resultaba que se trataba de un simple sapo. 

   Se dice que no debemos acostarnos cada día, sin haber aprendido algo nuevo y aquel día, a pesar de ser solo las doce del mediodía, si por ello fuera, yo ya podía hacerlo...había aprendido algo que desconocía hasta entonces. 

   De todos modos, a pesar del desengaño que me había llevado, al saber que un tanque era un sapo, la aclaración acabó siendo útil; me sirvió para averiguar porqué la Peña del Tanque tenía ese nombre; ahora sí que le veía un parecido razonable con un tanque (sapo)
Peña del Tanque

   Además, eso explicaba, perfectamente, que tuviera tal nombre desde siglos antes a que existieran los carros de combate. Nuestros antepasados, también en esta ocasión, habían estado acertados al llamar a aquella peña de ese modo. 

   Una vez enterado de que en Salamanca a los sapos se les llamaba tanques, aún quedaban algunos detalles por aclarar, aunque ya no tenían relación alguna con la antedicha peña, sino con las supersticiones. 
   Los dos hombres, cuando hablaban del tanque, habían comentado algunas de sus peculiaridades: cada sapo era el alma de un difunto, tener un sapo en el huerto daba buena suerte; atraían la lluvia... y además, estaban plenamente convencidos de la verisimilitud de sus afirmaciones. 

   Aquello era un claro ejemplo de tradición oral; conocemos por este nombre, el conjunto de  conocimientos de todo tipo que son transmitidos de generación en generación y que ellos los habían adquirido, sin duda alguna, de sus padres y abuelo, y si eran conocedores de la “vida y milagros” de los sapos, yo también quería embeberme de esos saberes. 

   Por suerte, Casiano, el amigo de la familia, era un “libro abierto” para estas cosas; pero como aquel no era el mejor lugar, ni el mejor momento para hablar, largo y tendido del tema, quedamos que otro día, ante un buen vaso de vino -él acabó tomando varios-, iba a darme una lección de su sapiencia sobre los tanques. 

   Lo de acompañar la conversación con el vino estaba muy justificado, hay un dicho que dice: Después de la lluvia nace la hierba, después del vino nacen las palabras” y de eso, precisamente, se trataba. Mi objetivo era que Casiano estuviera muy inspirado para informarme de todo, y como el vino siempre ayuda... 

   A pesar de que mi interés iba encaminado fundamentalmente a conocer los aspectos esotéricos que rodeaban a estos animales, antes de mantener nuestra conversación ojeé un libro de zoología para saber algunas cosas sobre la biología de los sapos y aprendí muchas cosas. 

 Existen muchas variedades, pero, “el nuestro”, el que vemos habitualmente –cada vez menos, eso sí-, es el sapo común europeo (Bufo bufo). 

  Son animales anfibios, como las ranas;  pero mientras que éstas son fácilmente visibles en primavera y verano, ya que si nos acercamos a una charca o regato, a cualquier hora del día, podemos verlas saltar desde la orilla hasta el agua; y también podemos oír los magníficos conciertos que nos ofrecen en las charcas, con sus característicos croares; los sapos son mucho más discretos, ya que son de hábitos nocturnos y, además, no cantan como como ellas.  

   Si nos fijamos en su aspecto, hay que reconocer que no son precisamente guapos; en los cuentos infantiles aparecen, frecuentemente, como paradigmas de la fealdad –casi todos los príncipes  encantados son sapos y por algo será-; además, por si lo anterior no bastara para ser impopulares, son los animales de compañía de las brujas, junto con los cuervos. 

   Hablando de feos y de la noche, me viene a la mente un dicho que era muy conocido en nuestro pueblo: : "El que sea feo, que haga los recados de noche"... pero volvamos a los sapos

   La cabeza se une al cuerpo directamente, sin un cuello visible y detrás de los ojos tienen dos glándulas salivales prominentes, que contienen un veneno que le es útil para disuadir a los posibles depredadores. 
   El cuerpo es achaparrado -ni son guapos ni estilizados, como podemos ver-; las patas anteriores son cortas, mientras que las traseras son más largas y fuertes; ellos, al contrario que las ranas que se desplazan mediante saltos, lo hacen caminando, aunque pueden dar saltos cortos si se ven amenazados. 
   La piel es seca y cubierta de pequeñas protuberancias y su color es de un tono bastante uniforme variando entre marrón o grisáceo. 

   En cuanto al tamaño, los machos miden unos 10 cm de longitud; en cambio, las hembras son notablemente mayores tanto en tamaño como en volumen, alcanzando entre 15 -20 cm. 

   Pueden vivir bastante años;  mientras que en la naturaleza tienen una supervivencia de diez a doce años, en cautividad ésta mucho más prolongada (el doble e incluso el triple). 

   Son animales solitarios, podríamos catalogarlos como unos solteros empedernidos, y viven bajo tierra, en galerías que excavan ellos mismos, o debajo de alguna piedra. 
  
   El sapo común hiberna, como todos los anfibios y reptiles, de ahí que en otoño e invierno sea prácticamente imposible que nos crucemos con alguno de estos animales; aunque en primavera y verano, cuando están activos, tampoco es fácil verlos porque se pasan el día escondidos en su escondrijo al ser de hábitos nocturnos; aunque los días lluviosos también les gusta salir al exterior, aunque sea de día.  

   Cuando llega el atardecer, el sapo sale de su guarida y puede desplazarse en la oscuridad a bastante distancia; el objetivo de estos paseos, no es por prescripción médica para guardar la línea, sino para cazar durante la noche los invertebrados con los se alimenta: larvas de todo tipo, babosas, escarabajos, grillos, orugas, moscas, gusanos, etc. 
  Al amanecer, con la satisfacción del deber cumplido -y con la barriga llena- ya está de vuelta en su morada, ya que se orienta perfectamente; llegando a ocupar el mismo escondrijo durante varios meses. 

   Son animales solitarios pasándose la vida  solos en su agujero; pero todos los años, cuando llega la primavera y despiertan de su letargo,  hacen una excepción de su misantropía y tienen un periodo de socialización ya que, durante unas semanas, se dedican a hacer "turismo sexual".
 
   Esto sucede al poco tiempo de despertar de su letargo invernal; ocurre, entonces, una migración masiva de los sapos hacia algunas charcas o cursos de agua determinados, que son sus puntos de encuentro, donde coinciden gran número de sapos y sapas - supongo que ahora hay que decirlo así ¡qué tiempos los actuales! ¿verdad?, en los que algunos/as políticos/as están empeñados/as en indicarnos incluso cómo  tenemos que hablar , politizando hasta el lenguaje- siendo el objetivo de estas reuniones la reproducción. 

  Estas charcas suelen ser aquellas donde nacieron  volviendo a ellas, año tras año, cuando son adultos, para reproducirse. Allí permanecen unas semanas “de jolgorio”, empleando su tiempo en esos menesteres, y una vez finalizada la tarea y  las hembras han dejado sus huevos fecundados, abandonan las charcas volviendo a sus "domicilios", aunque si no están motivados a regresar hasta allí, no tiene inconveniente en fabricarse otro u ocupar alguno vacío -ni los sapos se libran del fenómeno okupa-

  Es bastante común verlos en aguas estancadas como charcas y cauces de regatos con poco caudal, y también podemos encontrarlos en zonas secas bastante alejadas del agua, incluso a varios kilómetros de su lugar de nacimiento; pero el sitio donde es más habitual verlos, es desde el coche cruzando las carreteras, en sus desplazamientos. 

  Como todos los anfibios, se trata de una especie animal protegida pero, del mismo modo que sucede con el resto de anfibios y reptiles, lamentablemente, desde hace unos años, sufren un importante declive en casi todas las regiones españolas que está motivado por diversas causas, entre las que encontramos los atropellos en las carreteras, el uso de herbicidas y otros productos fitosanitarios en al agricultura, y la desecación y drenaje de estanques y charcas...sus lugares de reproducción. 

 

domingo, 1 de octubre de 2023

El Baile de la Bandera y otras cosas

    

   El patrimonio folklórico que tenemos en nuestro pueblo, nuestros  bailes y canciones tradicionales, es rico y variado; pero si hubiera que buscar una palabra que reflejara claramente su situación actual, desgraciadamente, ésta no puede ser otra que el olvido.

    Al contrario de lo que sucede en muchos lugares de nuestra geografía, donde están orgullosos de su folklore y lo conservan y promocionan todo lo posible; nosotros, ni lo conservamos y, mucho menos, lo promocionamos.

    Hasta mediados del siglo pasado, en nuestro pueblo se bailaban una serie de danzas: el Baile del Cordón, la Rosca, la Danza de Palos, la Bandera; así como charros, jotas, y otros bailes de forma habitual y era algo que formaba parte de nuestra idiosincrasia; pero, como en todos los sitios, no solo en nuestro pueblo, fue desapareciendo progresivamente el gusto por bailar estos bailes tradicionales, un hecho que fue debido a varias razones, destacando, entre todas ellas, una modernidad mal entendida.

   Llegaban “nuevos tiempos” y la gente pretendía adaptarse a la vida moderna y olvidar cuanto antes todo aquello que sonara a antiguo;  de modo que, bailar una jota al son del tamborilero, era visto como algo propio de gente atrasada que había quedado anclada en el tiempo.

   Esto ocurría no solo en nuestro pueblo, sino en todos los lados dando lugar a que nuestras tradiciones, el rico folklore que teníamos, pasara de ser una realidad a quedar totalmente olvidado yendo a parar, como se dice vulgarmente, al Limbo de los Justos, como tantas otras cosas y, salvo alguna excepción muy puntual, allí sigue.

    En cuanto a los tamborileros, nuestros músicos autóctonos,  también sufrieron un declive tremendo;  muchos de ellos emprendieron el camino del más allá -dicho sin florituras, las palmaron- sin que hubiera un relevo generacional porque nadie mostraba interés alguno por emularles – cuando digo emularles, no me refiero a que quisieran seguir su camino muriéndose como ellos, sino a aprender a tocar la gaita y el tamboril- y su número fue disminuyendo dramáticamente, alcanzando sus niveles más bajos en las décadas de 1960 -70.

   Ya no eran requeridos para tocar en fiestas, bodas y otras celebraciones; llegando, realmente, a  estar en peligro de extinción, pues nuestros padres preferían escuchar y bailar con la música de “los Chupaligas” una estupenda familia de músicos, creo que eran oriundos de Cabeza del Caballo, y otros grupos similares, porque tocaban música “moderna”

    A finales de la década de 1970, hubo una canción que se hizo muy famosa “El video acabó con la estrella de la radio” (The Buggles, 1979), y yo, que por esa época, estaba aprendiendo a tocar la gaita y el tamboril,  encontraba bastante similitud con lo que había estado sucediendo, pensaba que la música pop estaba a punto de acabar con los tamborileros, algo que, afortunadamente no llegó a suceder.

   Tras este largo preámbulo, hoy me gustaría recordar uno de nuestros bailes tradicionales,  aunque en este caso se puede decir que no está olvidado ya que sigue siendo el único que conservamos en la actualidad; afortunadamente, todos los años, aún sigue habiendo gente que baila la bandera ante el Cristo el día de su fiesta.

   Todo tiene un origen, además un porqué, y este es, precisamente, el motivo de este escrito: comentar algunos detalles del Baile de la Bandera.

   El baile en sí, aunque es lo más conocido y lo único que ha llegado hasta el presente; en realidad,  formaba parte  de un ritual mucho más amplio como podremos ver.

    Si quisiéramos situar, geográficamente, los lugares donde realizan este tipo de celebraciones o ceremonias, donde una bandera se convierte en la figura central de la fiesta, hay que empezar diciendo que no es algo exclusivo de nuestra provincia, ni tan siquiera de nuestra comunidad, en Extremadura, Castilla-la Mancha y posiblemente en alguna otra comunidad o región –por si alguien prefiere llamarlo así- también hay pueblos donde una bandera es el elemento esencial de la fiesta.

   El ritual que se sigue con la enseña, varía según el lugar; en unos sitios, simplemente, la ondean haciendo distintas figuras con ella; en otros hacen desfiles donde ocupa el lugar más destacado; en otros la colocan en un sitio principal... 

   Dentro de nuestra provincia, sería inexcusable olvidar a Miranda de Castañar, donde la bandera juega un papel fundamental en la fiesta de Santa Águeda (2 de febrero); ese día, “las águedas” realizan con ella un auténtico ceremonial, cuyo objetivo, las acciones y movimientos que efectúan con la bandera, entre otras cosas., es reafirmar, aquel día su autoridad sobre los hombres

   Además de Miranda del Castañar, dentro de la provincia de Salamanca, es, sobre todo, en algunos pueblos de nuestra comarca donde aún continúa ejecutándose el baile de La Bandera.

    El origen de las ceremonias o rituales, en torno a La Bandera, se piensa que es común a todos los sitios donde celebran esta tradición, remontándose sus inicios al siglo XVII, quizá un poco antes.

   En esa época, no había un ejército estructurado, como el que tenemos ahora, y en muchos pueblos  lo que había era una especie de milicia civil que, aunque no eran militares,  podríamos catalogarlos como “soldados en la reserva”.

   La milicia tenía una jerarquía casi militar en la que había oficiales: sargentos, cabos…, y las armas que portaban sus integrantes eran las de aquel tiempo, alabardas y espadas. Además, una de estas personas portaba una bandera que era identificativa de cada pueblo o ciudad. 

   En algunos de los lugares, donde mantienen esta tradición, incluso usan una indumentaria que recuerda antiguos uniformes militares.

   Esta “milicia”, desde sus inicios, estuvo siempre vinculada a cofradías e intervenía en procesiones y romerías, escoltando a las imágenes; posteriormente, cuando perdió su primitivo carácter militar, continuó acompañando al santo o cristo correspondiente, pasando entonces a cumplir una función exclusivamente religiosa.

    La bandera de cada lugar era un elemento fundamental de estos “soldados”, era para ellos un signo de identidad, y con ella hacían lo que se conoce como “el juego de la bandera” que consiste en ondearla y realizar diversas figuras, pasándola unos a otros. 

    Es ésta, una actividad compleja que requiere un gran esfuerzo y habilidad por parte de los abanderados; estos, la revolotean a lo alto y alrededor del cuerpo, vigorosamente, procurando  que no se enrede y que esté siempre desplegada.

    En nuestro pueblo, y pueblos vecinos, el juego de la bandera fue evolucionando y acabó convirtiéndose en una danza, que conocemos como Baile de la Bandera.

    En Barruecopardo, se creó la Sacramental Cofradía o Hermandad del Cristo de las Mercedes - sus estatutos están fechados en 1664- ,  tuvo mucha importancia en su tiempo y perduró durante siglos, desapareciendo a mediados del siglo XX.

  Cada año, tenía dos mayordomos, tal como sigue ocurriendo hasta ahora (en la actualidad existen mayordomos, pero no hay cofradía); cada año, una vez que los mayordomos salientes habían cumplido su cometido y entregaban las varas a los entrantes, pasaban a ser, automáticamente,  cofrades del Cristo.

  Hasta la década de 1940, la cofradía del Cristo aún existía, tenía muchos cofrades y, entre sus integrantes, todos los años se ofrecían cuatro de ellos como encargados de la Bandera.

   Estos cuatro abanderados portaban los atributos de la misma: Un palo alto, coronado por una pequeña cruz, una alabarda, un bastón (creo que este elemento en algún momento anterior fue una espada) y una bandera que llevaba grabada la Cruz de Santiago, ya que Barrueco era un pueblo santiaguista.


    El Día del Cristo, los cuatro abanderados, junto a los mayordomos y resto de cofrades,  acompañaban a la imagen titular; la fiesta comenzaba al amanecer, cuando el tamborilero recorría las calles del pueblo  tocando La Alborada, a lo que seguían una romería y diversos actos religiosos en la explanada del Cristo y en el vecino valle Cardadal.

   Esta fiesta atraía a mucha gente de la comarca, debido a que nuestro Cristo de las Mercedes es muy milagrero y todo el mundo se acercaba a Él para pedirle favores, o mercedes (de ahí le viene el apellido a nuestro Cristo). 

    En un momento dado, ante la imagen se situaban los cofrades en círculo delimitando un espacio ( tal como se sigue haciendo) para poder hacer el ofertorio y bailar la Bandera, y tras ellos se situaba el público. Mientras tanto, el tamborilero comenzaba a tocar el tamboril con ritmo insistente, indicando que iba a comenzar el ritual.

   En un momento determinado, comenzaba a tocar con la gaita el son propio de este baile, e iniciaba la danza el cofrade que portaba la bandera que era habitualmente el de más edad.

    Después, el baile se repetiría múltiples veces siguiendo un orden preestablecido: le seguían los otros cofrades de la Bandera, el resto de la cofradía y, por último, aquellas personas del pueblo y forasteras que quisieran participar en la danza.

    Bailar la Bandera era un honor y cada hombre que lo hacía –aún faltaba mucho tiempo para que las mujeres se incorporaran a la danza- daba un pequeño donativo, alguna moneda, que se empleaba para el mantenimiento del cristo y la ermita.

   En nuestro pueblo, y en otros lugares vecinos, la particularidad que tiene La Bandera es que,  mientras en otros sitios  se limitan a ondearla y  agitarla con los brazos, dibujando con ella figuras en el aire,  aquí es un baile en el que cada uno de los ejecutantes danza al ritmo de la música que toca el tamborilero. 

  El abanderado, a la par que baila, coge la bandera por el mástil, con una mano y la ondea constantemente, con energía, haciendo diversas figuras, pasándola por encima de su cabeza y de los hombros, alrededor de la cintura, debajo de las piernas…

   Durante el baile, la bandera ha de permanecer siempre desplegada, de ahí que el bailador tenga que evitar, constantemente, que se enrolle en el palo y, obviamente, que no se le caiga de las manos.

   La ejecución correcta de este baile encierra bastante dificultad ya que, mientras el danzante baila, siguiendo con los pies los pasos correspondientes, con los brazos debe realizar, simultáneamente, el "juego de la bandera".

   Algunos, también ejecutan el baile sentados, ondeándola desde esa posición.

  Al terminar el baile, el danzante hace una leve inclinación de cabeza hacia la imagen del Cristo, hincando una rodilla en tierra, mientras coloca el mástil de la bandera en posición vertical. 

   Los espectadores saben apreciar el esfuerzo, la habilidad y la pericia de cada uno de los danzantes, celebrando cada baile con un fuerte aplauso.

   Para bailar la danza, el tamborilero toca una melodía específica para tal fin, conocida como “El toque de la Bandera” que consta de tres partes, correspondiéndose, cada una de ellas, con las tres partes de que consta el baile: Entrada, paso de jota y pasos finales.

  Cuando aún existía la Cofradía del Cristo, el día siguiente de la fiesta, por la mañana, los cofrades se reunían en la ermita para escuchar una misa por los hermanos difuntos, especialmente por los fallecidos el último año y, después, en el pórtico, sentados en los poyos de piedra, trataban los asuntos concernientes a la cofradía y hacían el balance de cuentas.

   Algunos ingresos ya hemos visto, anteriormente, de donde provenían;  en cuanto a los gastos estos eran variados y, entre ellos, me gustaría destacar que cuando un cofrade moría y su familia tenía pocos medios, la cofradía corría con los gastos del entierro.

  La Bandera, es uno de los bailes más emblemáticos de nuestra comarca y se bailaba en casi todos los pueblos del entorno pero, del mismo modo que ocurrió con otros bailes y danzas tradicionales, dejó de hacerse en casi todos los sitios. Actualmente se sigue bailando en Hinojosa, Mieza, Vilvestre y Barrueco.

  En Hinojosa no es un simple baile, allí, La Bandera forma parte de un largo ritual que celebran  los habitantes de ese pueblo el día de San Juan,  conocido como “echar la bandera”; en  él,   las distintas escenas que se suceden a lo largo de la ceremonia representan  la rebelión que hace siglos protagonizó la gente del lugar ante un señor feudal que oprimía a sus habitantes –cuando hablo de oprimir, no es que abrazara a la gente con muchas ganas, sino que los crujía a impuestos como nuestros feudales actuales: el Ministerio Hacienda y compañía -.

  En Barrueco, tal como sucedió con las demás danzas, el baile de la Bandera estaba totalmente perdido; siendo recuperado gracias al interés de un persona: Alejandro Rebollo que, con gran ilusión,  en la década de 1970, promovió la creación de una asociación cultural llamada “Amigos de Barruecopardo”. 

  Inicialmente, los fundadores de esta asociación tenían muchos proyectos que con el tiempo se fueron diluyendo poco a poco y, posiblemente, su único logro real fue la recuperación de este baile.  

  Los integrantes de la asociación tuvieron que costear la elaboración de los elementos que forman la Bandera: Una bandera roja, con la Cruz de Santiago grabada en el centro, la alabarda, el palo coronado con una cruz y un cuarto elemento que no recuerdo exactamente su estructura, creo que era una vara corta adornada en los extremos, aunque en tiempos anteriores por lo visto era una espada (la antigua bandera y demás abolorios que la acompañaban habían desaparecido “misteriosamente” y no se sabía nada de ellos).

  Para concluir este escrito,  voy a rememorar una historia, relacionada con este baile, que tuvo lugar en nuestro pueblo, en la primera mitad del siglo XX.

  Había cuatro matrimonios amigos, cuyos maridos eran cofrades del Cristo; éstos, un año, fueron los abanderados y prometieron que, si pasados veinticinco años, sobrevivían todos, tanto los esposos  como las esposas, volverían a serlo nuevamente.

  Cuando un asunto lo fías tan largo, te despreocupas totalmente del mismo; pero no hay forma de parar el tiempo; el calendario siguió su curso y pasaron los veinticinco años del compromiso adquirido.

   Llegó la fecha y los cuatro cofrades sobrevivían, pero uno había enviudado, así que la condición de la supervivencia de los ocho no se cumplía en su totalidad.

  Un día se reunieron los tres matrimonios supervivientes, con el cofrade viudo, para hablar del tema, buscando su opinión, dejando la decisión en sus manos. Nuestro cofrade viudo, tras meditarlo un poco, aceptó cumplir el compromiso adquirido, por todos ellos, cinco lustros antes. 

  Este hecho tuvo lugar en la primera mitad del siglo pasado, era la década de 1920, y aún eran jóvenes cuando hicieron su promesa. Veinticinco años más tarde, en la década de 1940, fue cuando la cumplieron.

  Se trata de una historia real y, por lo tanto, de personas reales; nuestros paisanos se llamaban   Agapito, Cristino, Hermenegildo, y Ricardo - mi abuelo materno-

   Estos hombres, ya en plena madurez; algunos con la cabeza plateada (una forma algo cursi de llamar a las canas) y otros con ella despoblada (de pelo), se dispusieron a cumplir la promesa que hicieran siendo jóvenes.

   En el pueblo, todo el mundo conocía la promesa de los cuatro abanderados y el día de la fiesta, la gente acudió en gran número a la ermita del Cristo, para ver cómo, una vez más, se cumplía el ritual del Baile de la Bandera y verificar que aquellos hombres cumplían el compromiso adquirido. 

   Nuestros cuatro paisanos, sin la agilidad que les acompañara veinticinco años antes; con artrosis y algún otro achaque añadido, propio de la edad; pero con el mismo entusiasmo que pusieron, veinticinco años atrás, cuando eran jóvenes; uno tras otro, el  catorce de septiembre de aquel año, tal como habían hecho sus  antepasados durante siglos, bailaron La Bandera, entre los aplausos de la gente.