domingo, 15 de enero de 2023

Arbideo

 


 Ir de paseo por el bosque es como recibir un fuerte abrazo de la Madre Naturaleza (J. Erwine)

 

   Los bosques, los árboles en general, son un auténtico regalo que nos ofrece la naturaleza, desde el principio de los tiempos, siendo providenciales para la humanidad pues aportan tal cantidad de beneficios para los otros seres vivos, hombres y animales que, si nos propusiéramos realizar una lista pormenorizada de ellos, ésta sería interminable.

     El principal regalo, que nos ofrecen los árboles es, a través de sus hojas, absorber dióxido de carbono y fabricar el oxígeno que respiramos, un elemento sin el cual la vida no sería posible. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que los bosques son los pulmones del planeta.

   Además, los frutos del bosque fueron un componente fundamental en la dieta de los primitivos pobladores; estos, junto con la caza y la pesca, constituyeron uno de los pilares básicos en su alimentación, antes de la aparición de la agricultura, cuando aún eran exclusivamente cazadores y recolectores.

   La madera es una materia prima de primer orden con la que se construyen casas, muebles, útiles de trabajo y de ocio, carruajes, e incluso armas -un garrote es un arma mientras no se demuestre lo contrario-, sin olvidar que también es un excelente combustible, más ecológico que los derivados del petróleo, que permitió a nuestros antepasados, y hoy día nos sigue permitiendo, a nosotros, combatir el frío invernal y cocinar nuestros alimentos.

  Si quisiéramos continuar hablando de efectos beneficiosos, aún podríamos añadir que de algunos árboles se obtienen medicinas, y aún podríamos seguir sumando muchos más beneficios, pero para no alargar excesivamente la lista voy a dejarlo aquí.

    Otra utilidad asociada a las arboledas es la de proporcionar refugio, tanto a los hombres, sean estos héroes –todos los cinéfilos conocemos que en el bosque de Sherwood se refugiaban Robin Hood y sus amigos- o villanos, así como a los animales, unos lugares donde además de encontrar protección ante los cazadores, también hallan alimento en los frutos y hojas arbóreas.

   Sumado a todo lo anterior, el bosque ofrece ,además, beneficios de tipo espiritual. Para algunas culturas, ciertos bosques eran lugares sagrados donde recibían culto diversas divinidades; sin olvidar, además, algunos árboles mitológicos como el Árbol de la Vida, o el del Bien y del Mal (este último es mencionado en el Génesis).

  Actualmente, en el siglo XXI, aunque ya no vayamos a rendir culto alguno a estos lugares, allí seguimos encontrando un beneficio espiritual; en este caso, es la sensación de paz y bienestar que ofrece la floresta a las personas que a ellos se acercan.

   Un paseo por el encinar, el robledal o el castañar, a cualquier hora del día, es muy reconfortante para el senderista, una delicia para los sentidos

                                                                                                                               

   Este puede ver los cambios que va experimentando el paisaje, el aspecto de las arboledas, día a día, a largo de todo el año, acorde a los ciclos de la Naturaleza. Observar los variopintos colores que presentan las hojas del robledal en otoño, previamente a su caída, es un espectáculo visual inigualable, pura magia.

   También puede escuchar los sonidos del bosque, el canto de los pájaros cuyo hábitat principal son las ramas de los árboles, como los coloristas carboneros, herrerillos, oropéndolas y verdecillos…, y el del resto de la fauna que allí habita; sin olvidar que, a veces, es el propio bosque quien habla directamente a quien sabe escucharlo. No me digáis que el tenue sonido de las hojas arbóreas mecidas por el viento no es un susurro que se convierte casi en un grito cuando es una fuerte ráfaga quien las agita.

   Además, puede percibir el profundo olor que desprenden las flores, las que nacen directamente en el suelo, las de los árboles y arbustos: tomillo, romero, retama… y el olor de la hierba y la tierra mojada, tras las primeras gotas de la lluvia; una muestra variopinta de fragancias que deja un recuerdo imborrable en la mente en todo aquel que ha tenido la suerte de percibirlas.

   Si hay unos seres vivos capaces de transmitir energía positiva a otros, a través del tacto, estos son los árboles, ya que toman su alimento, a través de las raíces, directamente de la Madre Tierra. Es por ello, muy recomendable para la salud, abrazar todos los días un árbol para poder captar esa energía que desprenden –el beneficio curativo que supone abrazar a los árboles, no es algo que se  estudie en las facultades de medicina y tampoco hay evidencia científica que lo avale, pero ¿qué nos impide probarlo?. Al fin y al cabo, esta acción, a diferencia de los medicamentos, carece de efectos secundarios y no perdemos nada por intentarlo-  

    En cuanto al sentido del gusto, el bosque nos ofrece la posibilidad de degustar los frutos que, tan generosamente, nos ofrecen árboles y arbustos: castañas, bellotas, arándanos, zarzamoras, endrinos…, y el propio suelo, especialmente en otoño, una época idónea para recorrer las arboledas, a la búsqueda de setas.

  Además de todo lo anterior, el bosque aún nos reserva otras sorpresas ya que, en sus rincones más escondidos, moran seres fantásticos de todo tipo; tenemos un primer grupo integrado por los númenes (deidades protectoras), un segundo grupo en el que incluimos duendes, elfos, hadas, gnomos… que, aunque no puedan ser catalogados como benefactores, como los primeros, al menos son inofensivos, y un tercer grupo constituido por seres monstruosos y maléficos, entre los cuales está Arbideo.

 ¿Y quién es Arbideo, se preguntará alguno?

     Este ser, es el protagonista de una de las leyendas más extrañas que circulaban en nuestro pueblo y ya os adelanto que es un ser maléfico.

   Los árboles pertenecen al reino vegetal y tienen raíz, tronco y hojas; el hecho de tener raíces implica que estén fijos al suelo y nunca puedan moverse del lugar donde nacen, permaneciendo a lo largo de su vida siempre allí; en cambio, Arbideo, a pesar de ser un árbol, concretamente, un roble, se mueve a voluntad por el campo. Es bastante alto, mide cerca de 10 metros de altura y, al contrario que los demás robles, además de poder desplazarse a voluntad, no toma su alimento del suelo a través de las raíces, como el resto de los árboles, sino que se alimenta de carne.

Arbideo ( foto auténtica)

   Sí, Arbideo es carnívoro y le gusta la carne tierna, como a mí; con la diferencia de que yo no como niños como él, ya que las víctimas preferidas de este maléfico ser son aquellos muchachos que tienen la ocurrencia de andar solos por el campo.

   Este monstruo come-niños, como puede moverse libremente, a pesar de ser un árbol, siempre está al acecho de posibles víctimas.  Desconozco sus preferencias culinarias y no puedo afirmar si a los niños los come crudos, asados o fritos, pero el caso es que, si ve un muchacho que anda solo por el campo, irremisiblemente, acaba devorado.

   Las leyendas para meter miedo a los niños son muy abundantes, siendo el objetivo, común a todas ellas, asustarlos a fin de evitar su exposición a posibles peligros; en este caso, el objetivo perseguido era evitar que se alejaran solos del pueblo.

 En casi todas ellas, los protagonistas son animales míticos -el coco, la fiera Corrupia- u hombres muy malos –el hombre del saco y el sacamantecas son unos clásicos-  no siendo ajenas a ello, además, las brujas. Esta leyenda de Arbideo, es muy curiosa si tenemos en cuenta que se trata de un árbol que come personas.

    ¡ Y es que, amigos míos, ya no podemos fiarnos ni de las plantas!

Nota

    En la primera mitad del siglo pasado, una tarde de febrero, estaba un hombre de nuestro pueblo, en un valle, cuidando un rebaño de vacas y vio acercase cuatro niños que iban a comer la merienda al campo, ya que era el Jueves Merendero.

   A lo lejos, en el horizonte, se apreciaban nubes negras que presagiaban tormenta y este hombre, al ver a aquellos muchachos de corta edad, tan lejos del pueblo, les recomendó que regresaran a sus casas lo antes posible para evitar que les pillara la tormenta en pleno campo. Como viera que no le hicieran caso alguno (el no hacer caso a los consejos de los mayores no es algo exclusivo de los tiempos actuales, como podemos ver), les propuso escuchar la leyenda de Arbideo, a lo que se prestaron muy contentos, ya que aquel hombre era conocido por ser un gran narrador de historias.

   El dueño de las vacas, aunque sabía que este malévolo ser está especializado en comer a los niños, cuando salen solos al campo, aquel día, intencionadamente, desvirtuó un poco la narración afirmando que no era imprescindible estar solo para ser devorado por este monstruo, pues si tenía hambre atrasada, que era lo habitual, no tenía reparo alguno en comerse un muchacho, aunque perteneciera a un grupo, como ocurría con ellos cuatro. Concluyó la historia afirmando que, una vez que Arbideo hace acto de presencia, al tener un aspecto terrorífico, todos huyen despavoridos; pero él, que es bastante rápido, persigue a sus potenciales víctimas eligiendo para ser devorado, ¡cómo no!, al último, al menos veloz.

  Los chicos, tras escuchar al hombre, se burlaron de él afirmando que aquello sólo era un cuento y no hicieron caso alguno a su recomendación de volver al pueblo para evitar tener un desagradable encuentro con Arbideo, pero la tormenta sí era real. Al poco rato, empezó a correr el viento, se fueron aproximando las nubes, sonó el primer trueno a lo lejos y fue entonces cuando los chicos se asustaron y decidieron regresar a sus casas.

   Es sabido, por todos, que el miedo a veces hace ver cosas inexistentes; por ello, aunque estaban convencidos que Arbideo sólo era un personaje de ficción, iban mirando de soslayo los robles que encontraban en los prados que bordeaban el camino, no fuera el caso de que alguno se moviera.

    En un momento dado, uno de los muchachos creyó ver que un roble se movía (en realidad se movían las ramas de todo ellos, empujadas por el viento; pero la imaginación a veces es muy traicionera y él creyó ver que un roble, realmente, se movía y había cambiado de lugar)  lo comentó a los demás, que ya de por sí estaban asustados por la tormenta, que cada vez estaba más próxima, y se apoderó el pánico de todos ellos, convirtiéndose el paso ligero que llevaban hasta ese momento, en una carrera desesperada en la que ninguno quería ser el último para evitar ser víctima del monstruo.

  El más pequeño del grupo, obviamente, era el que menos corría y supongo que iría diciéndoles a los demás la clásica frase: - No corráis que es peor.  El pobre muchacho, aunque iba muerto de miedo corriendo a la zaga de los demás, que no le esperaron en ningún momento –la solidaridad del grupo, si brilló por algo fue su ausencia- “sobrevivió” y no murió aquel día víctima del monstruo vegetal. Murió de viejo y no hace mucho tiempo.  

   Ese niño, que se llamaba Manolo, fue quien me contó la leyenda de Arbideo. El hombre de las vacas, que a su vez se la había narrado a él, y al resto de los compañeros, era mi abuelo materno.

  Manolo, al acabar de contar el suceso, me confesó: -Vaya faena que nos hizo tu abuelo. Si su objetivo era asustarnos, lo consiguió. En mi vida he pasado tanto miedo como aquel día.