miércoles, 29 de mayo de 2019

El burro enfermo




     Todos los días son importantes en la vida de las personas, pero hay fechas en nuestras biografías que resultan más significativas que otras como son los cumpleaños. El hecho de cumplir un año más siempre es motivo de alegría;  al fin y al cabo, esto significa que seguimos estando vivos, y además, como el tiempo no para, si tenemos suerte, después de otros trescientos sesenta y cinco días, podremos volver a celebrar otro nuevo cumpleaños.
  
   Es curioso ver cómo, casi todos queremos cumplir muchos años y, sin embargo, nadie quiere hacerse viejo; dos hechos que resultan totalmente incompatibles ya que, a medida que pasa el tiempo, las personas vamos sufriendo un proceso de involución natural que lleva asociado un deterioro orgánico, mental y hasta espiritual.
   Cuentan que un hombre, el día que cumplió los 70 años, recibió, por parte de un amigo algo mayor que él, como regalo, un libro titulado. “La vida sexual a partir de los 70”. Cuando llegó a casa, lleno de curiosidad, se encerró en su despacho dispuesto a leer el libro para aprender de sus enseñanzas, y una vez que lo abrió, pudo comprobar que, a pesar del gran número de páginas que tenía, todas estaban en blanco.

   Esto sucedió hace ya muchos años; cuando los coches aún no formaban parte de nuestras vidas. Entonces, en los pueblos, le gente usaba como vehículos, para ayudarse en sus tareas, caballerías: caballos, mulos y asnos. Unos vehículos 100% ecológicos, mucho más baratos que los coches híbridos y eléctricos actuales que hoy día nos venden a unos precios desorbitados, con la excusa de cuidar el medio ambiente.  
   En esa época, rara era la casa donde no había un burro que era utilizado, como “vehículo urbano”, para todo tipo de actividades, como animal de carga: ir a la fuente a por agua con las aguaderas,
www.peraledadelamata
acompañar a las mujeres cargando con la ropa y la banqueta para lavar en las bordas, llevar y traer sacos desde la huerta, arar…o, simplemente, para desplazarse a los sitios.
  
   Un día, iban subidos en el burro un hombre con un hijo de corta edad, camino de la huerta, y en una de las calles del lugar, ya casi a la a la salida, se cruzaron con otro hombre que volvía en ese momento al pueblo, con una burra.
   Ésta estaba en celo, y el asno al verla se desvió del camino, intentando, con gran ímpetu, acercarse a la misma, a la par que rebuznaba fuertemente; de modo que faltó el canto de un duro -hoy diríamos el canto de un euro- para que ambos jinetes, padre e hijo, acabaran con sus huesos en el suelo.    
   El niño, muy asustado por el empuje del asno, en su afán de acercarse a la burra, y la potencia del rebuzno -nunca le había hasta entonces rebuznar de aquella manera-, preguntó a su progenitor:
-       ¡Padre!¿Qué le pasa al burro?
-       ¡Nada hijo, no le pasa nada! Respondió el progenitor, que no quería dar muchas explicaciones al niño. Rebuzna así porque está enfermo

   A los pocos días, se dio la circunstancia de que iban subidos en el burro el niño con la madre; se cruzaron con el mismo un hombre de la ocasión anterior, que iba con su burra, y se repitió la misma escena. El burro se puso a rebuznar escandalosamente.
-       Yo sé por qué rebuzna así el burro, dijo el niño a la madre. Padre me lo contó el otro día…es porque está enfermo.
-       ¡Qué va a estar enfermo!, respondió la madre, con desdén. ¡Ojala! tuviera tu padre la mitad de la salud que tiene el burro!


   (Es éste, un cuento popular, quizá habría que catalogarlo de “chiste verde”, que contaban nuestros padres y abuelos, generalmente tras la cena, después de haber bebido unos cuantos vasos de vino, o haber empinado la bota más de lo recomendable.
  Entonces, se desinhibían y, tras mandar a los niños a la cama, para evitar que escucharan cosas inconvenientes, se divertían contando historias de este tipo, “no aptas” para menores).

miércoles, 8 de mayo de 2019


La Marimanta


   Dentro de las leyendas, encontramos una serie de seres fantásticos como el coco, el hombre del saco o el sacamantecas, que tenían una misión “pedagógica”, ya que el fin de estas narraciones, que tenían de protagonistas a estos personajes míticos, era amedrentar a los niños para evitar que se vieran envueltos en situaciones de peligro.
   Uno de estos entes “asusta niños”, muy conocido en el pueblo, era La Marimanta; un ser sobrenatural que vivía en los pozos.
   A los niños, se nos advertía con frecuencia: “No te asomes a los pozos; porque si lo haces, la Marimanta te coge por los pelos, te arrastra hasta el fondo y no volvemos a saber de tí”.

   Nadie sabe, con exactitud, cómo es La Marimanta. Cuando nos asomamos a un pozo clásico, con pocos metros de profundidad, de los que hacían nuestros antepasados manualmente a pico y pala; si tiene el brocal estrecho, cuando el nivel del agua está bajo, vemos en el fondo una inquietante oscuridad. En cambio, si es poco profundo, o el pozo está lleno, lo que apreciamos es la superficie de unas aguas tranquilas que reflejan la claridad del exterior: el cielo y la silueta de quien se asoma.
   Tanto en uno como en otro caso, es imposible ver el fondo del pozo y lo que se esconde bajo la superficie del agua; por ello, resulta fácil imaginar que La Marimanta more en las profundidades de los pozos y no podamos verla…pero ¿cómo vive? ¿Cómo respira? ¿Qué come cuando no tiene niños que llevarse a la boca?
Como quiera que estamos ante un ser mítico, estas preguntas tan racionales y mundanas no encuentran respuesta; estamos ante un enigma muy difícil de resolver.
Nadie sabe, realmente, qué aspecto tiene este ser tan extraordinario, y, cuando alguien se aventura a describirlo, ofrece unas explicaciones muy imprecisas; de hecho, si preguntamos a dos personas distintas, sobre La Marimanta, comprobamos que las respuestas, en ambos, casos no son coincidentes, lo cual es lógico si consideramos que ninguna de ellas ha tenido oportunidad de enfrentarse ante esta fiera; estamos ante un ser fantástico del que tenemos conocimiento sólo de “oídas”, no de haberlo visto  -Al ser personaje de leyenda es imposible verlo, ya que, si alguien lo hubiera visto, dejaría de ser una leyenda y pasaría a ser  una realidad-.
Claro que, si se indagamos un poco, en ocasiones, nuestra curiosidad obtiene recompensa.  
Una vez, conocí a una persona que afirmaba haber visto a La Marimanta y pudo describirla con todo detalle, sin titubear ¿Estábamos ante el fin de la leyenda?
Los hechos ocurrieron así:
Un día, en un pueblo de nuestra comarca, estaba una abuela con su nieto de corta edad en la huerta y ésta decidió aleccionar al niño para que no se acercase al pozo, intentando así evitar que pudiera caer al mismo.  
Una vez que se acercaron al mismo, se asomaron dentro para poder ver el agua y ella, empleando un tono de voz muy serio, comenzó a hablar al nieto de este modo:
Un pozo clásico

- Los niños, cuando están solos, nunca deben asomarse a los pozos porque en ellos vive La Marimanta. Si lo hacen, ésta sale, los agarra por los pelos, los lleva al hondón y después que se ahogan, se los come crudos. Como comprenderás, yo no quiero que te pase una cosa tan terrible, así que ya lo sabes;  cuando estés solo, no te asomes a ningún pozo para evitar que no te coja a ti.

Lejos de asustarse, el niño se sintió embargado por una gran curiosidad y, con gran atención, se puso a mirar las profundidades del pozo mientras preguntaba a la abuela:
- ¿Cómo es La Marimanta? Yo quiero verla.
- ¡De ningún modo! Exclamó la abuela, muy contrariada por la poca credibilidad que sus palabras habían obrado en el nieto.  Había intentado infundir al nieto temor y respeto hacia los pozos, y veía que sólo había conseguido despertar su atención hacia los mismos.
- Es mejor que nunca la veas -continuó hablando la abuela- Te ibas a asustar mucho. Yo, la verdad es que no la he visto nunca, pero debe tener un aspecto horrible. Como vive en el fondo de los pozos, seguro que tiene el cuerpo cubierto de escamas; además, en vez de dedos supongo que debe tener unas garras tremendas para poder coger a los niños y que no se le escapen, una vez que los ha atrapado; así como una boca grande, con unos dientes largos y afilados para poder comérselos.  
Pero tú tienes que estar tranquilo y no asustarte para nada, ella sólo vive en los pozos y nunca sale de allí. Únicamente hay peligro, si te acercas a uno de ellos estando solo.

   El nieto, lejos de asustarse, observaba con gran atención el interior del pozo intentando atisbar al monstruo, en la profundidad, a través del agua; de pronto, aterrorizado, dio un fuerte grito y se alejó de allí, chillando fuertemente, hasta un extremo de la huerta.
La abuela, muy extrañada, corrió tras él para tranquilizarlo. Ella pretendía amedrentar un poco al niño para evitar que se asomara a los pozos, pero no hasta ese extremo; nunca llegó a pensar que sus palabras hubiesen producido tal pavor a su nieto.
Cuando lo alcanzó, comprobó que se encontraba muy asustado, y respirando agitadamente, tras la rápida carrera.
- ¿Pero bonito?  Preguntó la abuela- ¿Te has asustado por lo que te he dicho?
- ¡Abuela! ¡La he visto! ¡La he visto! ¡He visto a la Marimanta!, gritaba el niño, con palabras entrecortadas.  Pero no es como tú dices…es una vieja horrible…está en el fondo del pozo y ha cogido un niño como yo

La abuela, rápidamente, comprendió que su nieto había divisado en el interior del pozo algo real; aunque no se trataba de ningún ser fantástico. Lo que éste había visto, que tanto le había asustado, eran sus propias caras reflejadas en la superficie del agua, mientras los dos estaban asomados al pozo.
 El problema era que él afirmaba haber visto dos seres: un niño como él, lo cual estaba fuera de toda duda, ya que era su propia imagen reflejada en la superficie del agua, pero… la otra persona…la vieja horrible, a quien el niño había identificado con la Marimanta, era el reflejo de ella misma, y esto la disgustó mucho,

 De todos modos, si el niño insistía en haber visto a La Marimanta, y ya creía en ella ¿Por qué contradecirle? ¿Acaso no era lo que pretendía?