El hombre que no amaba a las
mujeres
Esto ocurrió hace ya bastantes años, cuando me
encontraba estudiando en Salamanca; era un día de abril, un Viernes de Dolores
para ser más exactos, y me iba al pueblo de vacaciones de Semana Santa. Entonces,
tener coche era un auténtico lujo y, como la mayoría de las familias no
disponían de él, cuando viajábamos, casi todos lo hacíamos en el transporte
público.
Aquella tarde,
la estación de autobuses estaba abarrotada de gente y maletas; daba la
sensación de que todos los estudiantes habíamos decidido ir a nuestros pueblos,
el mismo día y a la misma hora.
La empresa
Bautista, que era entonces la encargada de la ruta en nuestra zona, aquel día había
reforzado el servicio con más autobuses y, aun así, todos iban llenos de pasajeros.
Tras localizar
el autobús que me correspondía, guardé el equipaje en el maletero, subí al
mismo y busqué el asiento que tenía asignado, que se encontraba en la parte de
atrás. Unas filas anteriores a mí, viajaba un hombre de mi pueblo (vamos a
llamarle Teodomiro) al que saludé al pasar por el pasillo, antes de acomodarme
en mi asiento.
A las seis
de la tarde, hora oficial de salida, el autobús estaba completo con todos los
pasajeros ya sentados en nuestros asientos, el equipaje guardado en los bajos
de autobús con los portones ya cerrados, y el conductor se encontraba también, ya sentado ante
el volante… pero el coche no arrancaba. Nadie sabía por qué no nos íbamos ya.
Salir con
retraso era algo muy habitual y aquel día no fue la excepción, salimos de
Salamanca “solo” veinte minutos más tarde de lo previsto. En esta ocasión, la
demora era debida a que la empresa había vendido billetes por encima de la
capacidad de los autobuses, y no había asiento para todos los pasajeros (aunque pueda parecer que el overbooking es
un invento nuevo de las compañías aéreas, en realidad la línea salmantina de
autobuses Bautista, ya lo había inventado hace más de 40 años). La empresa,
en eso hay que alabarla, al contrario que las compañías aéreas, nunca dejaba a
nadie “en tierra”. En nuestro autobús subieron, aquel día, dos pasajeros, “de
más” que permanecieron de pie, en el pasillo. Irían allí hasta que bajase
alguien, en alguno de los pueblos más próximos a la ciudad, y quedaran asientos
libres.
Actualmente,
cuando viajamos en un medio de transporte público: tren, autobús, avión…podemos
apreciar cómo ha cambiado la sociedad en lo que respecta a la comunicación
entre las personas. Entonces no había móviles, mp3, tablets, ni ordenadores
portátiles, y los pasajeros, durante el viaje, generalmente hablábamos con el
compañero que te tocaba al lado. Estar dos horas sentado, a pocos centímetros
de tu vecino de asiento, sin dirigirle apenas la palabra, era impensable.
En cambio, hoy día, lo habitual es que el compañero de al lado se coloque los
auriculares, se ponga a navegar -o divagar- por internet, o a hablar o
“”guasapear” por el móvil, y ni te mira aunque compartas con él varias horas de
viaje.
Los nuevos sistemas
de comunicación, con los que contamos hoy día, nadie pone en duda que son una maravilla; pero, en algunos aspectos, no son
tan estupendos. Te acercan a la gente que está lejos, sí, pero te alejan de la
que tienes al lado (este fenómeno ocurre también hasta en los propios domicilios,
no hace falta viajar para para comprobarlo).
En aquellos
tiempos, como aún no existían estas nuevas tecnologías, una vez que el autobús
arrancó e inició el recorrido, muchos pasajeros comenzaron a hablar con sus
vecinos de asiento y , como buenos españoles, encima lo hacían bastante alto, oyéndose
dentro del autobús, simultáneamente, varias conversaciones.
Los dos
pasajeros que iban de pie, en el pasillo, también conversaban y uno de ellos lo
hacía en voz alta, gesticulando mucho, parecía estar muy enfadado. En un momento
dado, todos pudimos oírle decir con claridad, en un tono de voz bastante elevado:
-
¡Si es que todas las mujeres son unas putas!
A escuchar esto, casi todas las conversaciones
se interrumpieron y muchos miramos al hombre que había hecho tal afirmación.
-
¡Cállate!¸ le recriminó el compañero, al darse cuenta. Nos
están mirando todos.
El autor de la frase, también se dio cuenta
de que era observado por gran parte del pasaje e hizo caso al compañero, permaneciendo los
dos en silencio.
A los diez minutos, cuando el autobús iba
dejando atrás las últimas casas de la ciudad, casi todos los pasajeros,
incluidos los que iban a pie en el pasillo, ya habían reanudado sus charlas. La
conversación de estos dos últimos, en realidad, no era un diálogo, se trataba
de un monólogo ya
WWW.monbus.es |
Un poco antes de llegar Doñinos, el primer
pueblo de la ruta, donde tenía paraba al autobús, todos pudimos oír de nuevo, al mismo pasajero
del pasillo de antes, al orador, decir con mucha vehemencia:
-
¡De verdad. Todas las mujeres… pero todas…son unas
zorras y unas putas!
Lo
cierto es que desagradaba tanta insistencia sobre el tema. Desde que somos
niños, siempre
nos han
enseñado que no hay que meterse en conversaciones privadas; pero aquella
conversación era
cualquier cosa menos privada ya que, sin pretenderlo, la estábamos oyendo prácticamente todos los que viajábamos en el autobús. Teodomiro,
que se encontraba muy próximo al hombre que lanzaba aquellas aseveraciones sobre las
mujeres, muy contrariado, se dirigió a él en estos términos:
-
¡Oiga! Usted dice, que todas las mujeres son unas putas
¿no?
-
¡Pues sí!, respondió el otro, muy seguro de sí mismo ¡lo
digo y lo repito las veces que sea necesario!
-
Entonces…por lo que dice…su madre también lo es, claro,
afirmó Teodomiro.
Al escuchar
estas palabras, el hombre enrojeció de ira, dudó durante un momento qué hacer,
y se abalanzó sobre nuestro paisano. Éste, que tenía un paraguas en la mano, se
levantó del asiento y le dijo que si se le acercaba le arreaba con él.
Se armó una escandalera tremenda en el
autocar. Se oyeron insultos, hubo amenazas, y no llegaron a las manos porque los
viajeros, que estaban más próximos a ellos, se interpusieron entre los dos
hombres. En la trifulca intervinieron también varias mujeres que apoyaron a su
paladín, con palabras y de paso aprovecharon para insultar al deslenguado pasajero
del pasillo.
El conductor
tuvo que parar el autobús, y, tras restablecer un poco el orden, para evitar
nuevos enfrentamientos, sugirió que uno de los dos protagonistas de la gresca se
bajara allí mismo para continuar el
viaje en otro autocar de la empresa que venía detrás de nosotros; pero ninguno
quería abandonar el autobús, eso suponía
dar la razón al otro.
Un hombre,
que iba en la parte delantera del autobús, se ofreció a dejar su asiento a “el hombre que no amaba a las mujeres”, y
siguió el viaje en pie, en el pasillo, en su lugar, con el fin de separar a los dos contrincantes.
De este
modo, pudimos continuar la ruta (aquel día, el coche de línea, en vez de las
dos horas habituales que empleaba,
en hacer el trayecto, tardó tres horas en llegar al pueblo; ya que, al horario habitual hubo que sumar el retraso en la
salida y la trifulca que hubo en el autobús.
Más de uno
felicitamos a nuestro paisano por su buen hacer, defendiendo la honra de las
mujeres, y éste intentaba quitarle importancia
al asunto, echando mano del refranero:
- ¡Bah!, ha
pasado lo de siempre: “Quien dice lo que no debe, escucha lo que no quiere”
“Quien dice lo que no debe, escucha lo que no quiere”
ResponderEliminarSabio refrán, sí señor.
Según tu relato, el viaje de la capital al pueblo, aunque largo, os resultaría “divertido” con el teatro en vivo que llevabais dentro, con aquel actor principal “el hombre que no amaba a las mujeres”
Overbookin también, en aquellos coches de línea de Víctor con destino a alguna corrida en Viti, llenos hasta la baca, escalera incluida. Recuerdo que en un tema tuyo anterior comentabas esos abarrotamientos hasta en la baca con anécdota macabra, etc. ¡Qué tiempos!, qué circunstancias. ¡Cuánto ha cambiado todo!... Por eso haces bien con tus relatos e historias dejar constancia de lo que fue aquella época, no tan lejana.
Tienes razón en que antes nos comunicábamos más. Ahora todos con los aparatitos, viendo o escuchando no sé qué, ignorando al que va a tu lado. Sobre esto recuerdo una postal navideña en dos imágenes, que corría por la red: La Navidad ayer y hoy. En la primera (ayer) se veía la imagen de una abuelita entrando en el comedor con el pavo humeante y recibida con aplausos y vivas por parte de los hijos, nietos,… En la segunda (hoy) la abuelita orgullosa con el pavo humeante sin que nadie se percatara del momento, pues todos, todos, mayores y chicos a su bola, con sus tabletas, teléfonos,… y a la abuelita y su pavo ni pííí caso
-Manolo-
Sí que recuerdo el coche de Víctor, creo que además de pasajeros, llevaba el correo. Lo del transporte público es otro de los grandes cambios que ha habido, en nuestra comarca; entonces lo usaba mucha gente y hoy son contadas las personas que lo emplean.
ResponderEliminarQue tengas una buena Semana Santa, y a por un buen hornazo cuando llegue el día.
Saludos