miércoles, 18 de septiembre de 2019

Barrueco en el refranero

   Distinguir con claridad cuál es la diferencia entre un dicho y un refrán no siempre resulta una  tarea fácil, ya que ambos son frases hechas que contienen un mensaje.
    Los más puristas, consideran que la diferencia fundamental estriba en que los dichos emplean frases más cortas que los refranes, y que siempre son utilizados para reforzar o reafirmar un tema concreto en el transcurso de nuestras conversaciones; los refranes, en cambio, están constituidos por frases más largas que aquellos, a veces, incluso, las palabras forman un pequeño verso, y se los decimos a nuestros interlocutores , en las conversaciones, porque, de forma indirecta, muestran una enseñanza o moraleja.
    Como quiera que, tanto los unos como los otros, encierran grandes dosis de sabiduría, y que los empleamos indistintamente en nuestras conversaciones cotidianas -cada vez menos, eso sí- para  ilustrar nuestras opiniones, creo que no merece la pena seguir haciendo distinciones entre ellos.
    Tanto en los dichos como en los refranes, muchas veces, las palabras que componen sus frases, contienen una rima que los hace más gratos al oído y, a la vez, más fáciles de recordar, como el siguiente: “Quien es necio en su villa, lo es en toda Castilla”; en cambio, hay otros donde las palabras no guardan rima alguna, centrándose las frases, exclusivamente, en el mensaje que encierran , como este: “¡Coño con los de Salamanca!, allí al frío lo llaman fresco”.

   En España, hay una cantidad ingente de dichos y refranes; algunos estiman que su número podría acercarse a los cien mil, y, aunque todos ellos, en su día, tuvieron un autor; de igual modo que sucede con las canciones tradicionales, éste, casi siempre, se ha perdido en el tiempo y por ello decimos que son anónimos, de ahí que estén catalogados como refranes o dichos populares.

   En cuanto a su temática, ésta es muy amplia y abarca todos los aspectos de la vida, desde los más simples: trabajo, dinero, salud, tiempo…, hasta los más trascendentales; vida y muerte, felicidad e infelicidad, bondad y maldad, amor y desamor…

    Si un día decidimos indagar en el maremágnum del refranero español, podemos apreciar que en todos los sitios existen refranes de carácter local haciendo referencia a cosas típicas o características de cada zona, y en Barrueco no somos ajenos a ello.

   Hace tiempo, me interesé sobre el asunto y encontré unos cuantos dichos o refranes de este tipo. En unos quedamos bien, y en otros salimos malparados; pero como es bueno reconocer los defectos de uno, aunque sea en el refranero, los incluyo todos. Uno que aprendí en Cerezal, es el siguiente:

 Para cantar y bailar
 Aldeadávila y Barrueco
 y "pa" brutos y animales
 en Corporario y Masueco

   No cabe duda alguna de que el refrán no fue "sacado" en Corporario ni en Masueco. ¿No os parece?
   Otro que nos menciona, es este:

 Barrueco corral de cabras
 Saucelle de los chivitos
 Mieza de los borrachos
 Vilvestre de los bonitos

 Vilvestre corral de cabras
 Saucelle de los chivitos
 Mieza de los borrachos
 Barrueco de los bonitos

   Es fácil comprender que la primera versión la escuché en Vilvestre y la segunda en Barrueco.             ¿Que donde surgió el refrán? Nunca lo sabremos con certeza, aunque yo me inclino porque la autoría del mismo tuvo lugar en Vilvestre, ya que es el único, de los pueblos mencionados, que limita con los otros tres.
   Saucelle y Mieza, salen tratados por igual en ambas versiones, por ello, es poco probable, por no decir imposible, que sea originario de uno de estos dos pueblos.

   ¿Y qué opináis de nuestra hospitalidad? En este aspecto el refranero no nos trata muy bien que digamos, veamos para ello el siguiente, que lo dicen en Vilvestre:

 Si vas a Barrueco
 lleva la merienda en el cuerpo

   La gente de Vilvestre, así como la del resto de la comarca, venía con frecuencia a Barrueco, y los vilvestranos, evidentemente, no debían vernos muy hospitalarios -sus razones tendrían- para tener esa opinión de nosotros; claro que "a todo hay quien gana" y nosotros le pasamos la pelota a Villasbuenas. Ved para ello la versión que corría por Barrueco:

 Si vas a Barrueco
 con la merienda en el cuerpo.
 y si vas  a Villasbuenas,
 con la merienda y la cena

   El siguiente, aunque se dice por aquí, también lo he oído en otros pueblos de la provincia, dedicado a distintas vírgenes, santos y cristos. Nosotros, concretamente, lo aplicamos a nuestro Cristo de las Mercedes, y es este:

 - ¿Donde vas?
 - Voy al Cristo ­
 ¡Cuantos hay de Barrueco
 que no lo han visto!

    Aún hay algún dicho más, relacionado con el pueblo, como el siguiente.

 Barrueco ya no es Barrueco
 que es un segundo Madrid
 Cuando se acaben “los rollos”
 Todos vamos a pedir.

   De autor conocido, este “chascarrillo” hace referencia a los primeros tiempos de la explotación de las minas de Wolframio”, en este pueblo, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
   Antes de que comenzaran a explotarse las minas, excavando profundos filones en la tierra, los trozos de roca que contenían wolframio, que había en la superficie del suelo, eran conocidos como “rollos”, y mucha gente, sin necesidad de ser mineros, salía al campo, a buscar esas “piedras oscuras que pesaban mucho”, para venderlas después, ya que entonces valían bastante y con ello obtenían pingues ganancias.

   Desde el punto de vista económico, fue una época muy buena para Barrueco y hubo gente de todo tipo. Aquellos que supieron administrar adecuadamente sus ganancias, acabaron bien; en cambio, los hubo que fueron poco previsores y gastaban a manos llenas todo el dinero que ganaban, con esa actividad, pensando que aquello no iba a acabar nunca; así que, cuando acabó la guerra y bajó el precio del wolframio, algunos se habían embarcado en compras que no pudieron pagar, y acabaron en la ruina. Dicen que hubo gente que, incluso acabó “pidiendo” como ya aventuraba el dicho este.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

La "auténtica" historia de San Leonardo




   San Leonardo, es el nombre de una iglesia, más bien de lo que queda de ella, que se encuentra en el término municipal de Hinojosa de Duero, muy cerca de la raya de este pueblo con Bermellar.
   Si vamos en coche y tomamos la carretera  DSA-576 -la antigua SA 330- desde Saucelle a Lumbrales, una vez que hemos dejado atrás el Puerto de La Molinera, ya casi en terreno llano; cuando aún no nos hemos recuperado de la impresión que causan, en todo el que pasa por allí, los "desfayaderos" que tanto el río Huebra como El Camaces han labrado en el terreno, a lo largo de millones de años, en su discurrir hacia El Duero ya muy próximo; inesperadamente, a la vuelta de una curva, a lo lejos, en la margen izquierda de la carretera, podemos ver una espadaña en la mitad del campo: Es San Leonardo.

   Se trata de un despoblado en el que solamente quedan en pie la torre de una iglesia y algunos restos, pocos, de las paredes del antiguo templo. No existen más vestigios del pueblo que hubo allí hasta comienzos del siglo XIX; fue entonces cuando los últimos pobladores abandonaron el lugar.  
   Respecto a los motivos que originaron la desaparición del pueblo, existen varias versiones.
San Leonardo
  
   La versión popular, la contaban los lugareños de este modo: En tiempos de “Maricastaña”, la peste hizo estragos en el pueblo y murieron todos sus habitantes; entonces, los de Hinojosa se quedaron con las tierras del término y los de Bermellar lo hicieron con las campanas. Así me lo contó alguien de Hinojosa -si esto fue así, evidentemente, los del segundo pueblo hicieron un mal negocio con el reparto-
  
   Los historiadores, en cambio, afirman que la desaparición del pueblo no ocurrió por una causa concreta, sino que fue debida a la suma de varias circunstancias: malas cosechas, con las correspondiente hambrunas, enfermedades, guerras...  
   El hecho de que seamos una comarca fronteriza, determinó que durante las guerras que mantuvo Portugal, por su independencia, con España, a lo largo de muchos años -finales del siglo XVI y primera mitad del XVII- quienes pagaron los “platos rotos” siempre fueron nuestros antepasados.
   Tanto los ejércitos portugueses como los españoles pasaron repetidamente por aquí; los primeros saqueando y, a veces, quemando todo los que encontraban a su paso -para eso éramos territorio enemigo-, mientras que los nuestros, cada vez que venían a defendernos de los lusitanos, también apañaban todo lo que encontraron a su paso pues, aunque venían para “salvarnos”, había que alimentarlos.
   La consecuencia que trajeron estas guerras, fue que los pobres habitantes de la comarca resultaron esquilmados, tanto por “los enemigos” como por los “amigos”, dejando a nuestros antepasados en la mayor ruina.
   A pesar de todas estas calamidades, la mayoría de los pueblos lograron sobrevivir, pero algunos no lo consiguieron y desaparecieron, como ocurrió con San Leonardo.  
   En este caso, parece ser que el episodio que propició la desaparición de este lugar, como núcleo habitado, no fueron las guerras con Portugal, sino la Guerra de la Independencia, en este caso española, contra los franceses; un hecho que ocurrió a comienzos del siglo XIX. Fue entonces, cuando los últimos habitantes de San Leonardo, que para entonces ya no llegaban ni a la media docena, abandonaron definitivamente el pueblo y se fueron a vivir a Hinojosa, ya que, en realidad, era un anejo de este pueblo, permaneciendo desde entonces así.
 
    Aún existe una tercera versión, menos conocida que las anteriores, que aclara con “pelos y señales” cómo sucedió todo -Si a alguien no le convence esta tercera versión y quiere contrastar los hechos en los archivos históricos, más vale que no pierda el tiempo ya que no va a encontrar nada en ellos-. Además, al contrario de lo que dicen los historiadores, franceses y portugueses no tuvieron nada que ver en el asunto, ya que los protagonistas fueron, exclusivamente, nativos del lugar.
  
   Antes de nada, por si alguien no conoce San Leonardo, vamos a situarlo en el mapa: Se trata de un paraje perteneciente a Hinojosa de Duero (Salamanca), situado en la parte oriental de su término municipal, lindante con la parte oeste del vecino pueblo de Bermellar.

   Todo comenzó en este segundo pueblo. Hace ya muchos años, mi bisabuelo aún era un jovencito; creo que fue por esta época, a comienzos del otoño; sin saber cómo ni por qué, hubo una plaga de ratas en Bermellar.
   Éstas, que lo habían invadido todo, campaban por todos los lados: casas, graneros, cuadras, corrales, pajares... y los vecinos estaban amedrentados; nunca se había visto una cosa igual y tan dañina. La plaga había adquirido tal magnitud, que hasta los gatos huyeron del pueblo.
   Ante el grave problema que se había creado; un día, el alcalde convocó en el ayuntamiento a los habitantes del lugar para intentar buscar una solución.
 - ¡Hay que acabar con esta plaga como sea! Dijo el alcalde. ¿Se os ocurre algún remedio?  
 - Una vez ocurrió algo así en otro sitio, comentó alguien. Creo que llamaron a un flautista, éste tocó la flauta, a las ratas les gustó mucho la música, se acercaron a él, y entonces el hombre salió del pueblo tocándola y todas ellas lo siguieron. A continuación, se las llevó hasta un río que había por allí cerca, y se ahogaron todas en él. El río lo tenemos, ya que El Huebra está cerca. Lo único que necesitamos es encontrar un flautista para que se las lleve. .
    - Eso es un cuento de niños ¡Coño! Exclamó Ligorio, que así se llamaba el alcalde, muy enfadado. Yo pido soluciones reales. Esto es muy serio y no voy a admitir ninguna broma.   
    - ¡Oye!, esto no es ninguna broma. Protestó el otro. Yo he dicho lo que se me ha ocurrido. Si alguien tiene otra idea mejor, que lo diga; porque echar veneno por todo el pueblo, no es bueno para los vecinos.
- Sí, en eso tienes razón. Contestó el alcalde. Vamos a pensar un poco y, entre todos, a ver si a alguien se le ocurre un remedio... pero real. Olvidaos de los cuentos.
   Todos los allí presentes, estuvieron pensando un buen rato. Unos centraban su mirada en el techo, otros en el suelo, algunos, incluso cerraban los ojos para concentrarse en sus pensamientos… cada uno lo hacía como mejor sabía. Creo que incluso les dolía la cabeza, ya que no estaban acostumbrados a pensar tanto, pero a nadie se le ocurría nada; así que Ligorio, al ver que ningún  vecino presentaba propuesta alguna, dijo:
   - ¡Mirad! Esto es una emergencia, así que tampoco perdemos nada por probar lo de la música; además, el método es muy ecológico y lo más que puede ocurrir, es que no dé resultado -Cuando ocurrió esto, aún no existían los movimientos ecologistas; así que Ligorio, como podemos ver, era un adelantado a su tiempo- Pero tenemos un problema, continuó hablando el alcalde ¿A quién llamamos? ¿Conoce alguien a algún flautista?
   - A un flautista, no. Respondió otro de los vecinos. En cambio, conozco a un tamborilero de Barrueco que puede servirnos. Es cabrero y tiene las cabras en “Las Arribes”. Podemos decírselo a él.    
   - ¡No se hable más!, dijo Ligorio. Mañana mismo hablas con él. Le dices que le damos tres pesetas si da un pasacalles por el pueblo y es capaz de librarnos de esta plaga -si un euro son ciento sesenta y seis pesetas; a alguno, tres pesetas, puede parecerle un salario ínfimo, pero en aquellos tiempos debía ser un sueldazo-
   - No te preocupes Ligorio; mañana, a primera hora, voy a “Las Arribes”. Paso el río -los términos de Bermellar y Barrueco están separados por el río Huebra-, hablo con él, y me lo traigo para que dé el pasacalles. Si hay suerte, a mediodía se habrá llevado las ratas al río, se habrán ahogado todas, y nos habremos librado de ellas.
 - ¡Dios te oiga!, respondieron todos un tanto escépticos, ya que el método elegido, para acabar con la plaga de roedores, no les convencía mucho.
   ¡Mira por donde! los deseos de los paisanos se cumplieron "casi" en su totalidad.  Llegó el tamborilero a Bermellar y comenzó a tocar la gaita y el tamboril en la parte oriental del pueblo -en el extremo este del mismo-, en la carretera que, una vez cruzado el Puente Resbala, viene desde Saldeana a este municipio. Lo hizo con tanto ímpetu que, en menos de una hora, ante el enorme contento de los lugareños, había consiguió su objetivo. Todas las ratas desaparecieron del lugar. Aunque es
Ruinas de San Leonardo
necesario aclarar, que los hechos no ocurrieron tal como lo habían planteado el día antes en el ayuntamiento, ya que las ratas no se acercaron al tamborilero y le siguieron hasta El Huebra, que era lo previsto. Resulta que el tamborilero era tan malo, y tocaba tan mal, que los roedores huyeron despavoridos, como almas que lleva el diablo, en dirección contraria…hacia el Oeste…hacia San Leonardo. Así es como llegaron hasta ese lugar, se asentaron allí, y acabaron con el mencionado pueblo -ese, y no otro, fue el “verdadero” motivo de su desaparición-.
 
   De este modo, los de Bermellar se vieron libres de roedores, y durante años no volvieron a ver rata alguna por el pueblo, pues éstas no olvidaron, en mucho tiempo, el concierto del tamborilero.
   Según comentan, cuando éste pidió su salario, el alcalde se resistía a pagarle. Ponía como excusa que el trato consistía en que las ratas debían seguirle hasta El Huebra, para que se ahogaran allí, y, evidentemente, esto no había ocurrido así.
   Claro que el tamborilero era avispado y amenazó:
   - Mire usted, o me paga…o me voy hasta San Leonardo, me pongo a tocar el tamboril por el lado de Hinojosa, y ya veremos hacia donde corren las ratas.
  Inmediatamente recibió su salario, y muy contento se volvió a seguir cuidando sus cabras con la “satisfacción del deber cumplido”

Notas aclaratorias.

üSan Leonardo es un “rincón mágico”, uno más de los muchos que tenemos en nuestra comarca. Estar en ese lugar, al atardecer, viendo cómo los rayos del sol, especialmente en otoño, se reflejan en las piedras de la torre, es una experiencia magnífica.  
üBermellar es un pueblo con una gente estupenda, al que le tengo especial cariño pues en él es donde inicié mi actividad profesional. Allí hay ratas como en cualquier otro lugar, pero no más. Debo confesar que ésta es una historia apócrifa, y que en ese pueblo nunca hubo tal plaga.  
üRespecto a los tamborileros de Barrueco que tocaban mal; sí que los hubo…y más de uno; pero, por suerte, la mayoría tocaban (y tocan) muy bien.