jueves, 21 de octubre de 2021

El tío Contrapunto

 

    Un filósofo, es aquella persona que se dedica profesionalmente a la filosofía; esta afirmación, aunque es correcta, no se ajusta totalmente a la realidad ya que el término es más amplio y hay que hacerlo extensivo, además, a toda persona aficionada a filosofar, independientemente de que se dedique, profesionalmente o no, esta actividad.

   Filósofos famosos, a lo largo de la historia, ha habido muchos y hacer una selección de quiénes fueron los más influyentes no es una tarea fácil; si pidiésemos a dos expertos en el tema, que elaborasen por separado una relación de los pensadores más importantes que ha habido a lo largo del tiempo, ambas listas no iban a ser iguales pues cada una de ellas iba a depender del gusto de cada uno; pero quien, con total seguridad, no iba a aparecer en una lista de estas características sería el “Tío Contrapunto”, un paisano del pueblo; él no se reconocía, ni mucho menos, como filósofo, a pesar de que las circunstancias le habían llevado a tomarse la vida con filosofía.

   “Yo soy yo y mi circunstancia”, es una conocida frase de Ortega y Gasset, un filósofo español del siglo XX, que viene “que ni pintada” para entender lo que es “tomarse la vida con filosofía”; esta frase refleja perfectamente cómo vivimos las personas, enfrentándonos, día a día,  a todo tipo de situaciones, tanto favorables como desfavorables, especialmente a estas últimas; donde la paciencia y el buen humor juegan un importante papel para sobrellevar nuestra existencia, sin que el desánimo prenda en nosotros  

   Una persona que ha aprendido a tomarse la vida con filosofía, es aquella que, a la hora de enfrentarse a determinados actos o hechos, aún en las condiciones más hostiles, sabe abordarlos estoicamente, con una actitud positiva, consiguiendo así que todo ello -la circunstancia- repercuta lo menos posible en su estado de ánimo -en el yo-, algo que el “tío Contrapunto”, tras largos años de entrenamiento, había logrado a la perfección. 

    A Sócrates, un filósofo griego del siglo V a. de C, un día le preguntó un joven ateniense si era bueno casarse, y el le respondió de este modo:

 - ¡Cásate! Si te va bien en el matrimonio, serás feliz…y si no, te harás filósofo.

  ¡Quién iba a decirle a Torcuato, conocido por todos en el pueblo como el Tío Contrapunto, veinticinco siglos más tarde, que Sócrates tenía razón y no precisamente por lo feliz que era en su matrimonio!

  Se había casado a los 22 años, una edad normal para la época –entonces la mayoría de la gente lo hacía entre los 18 y los 25 -, con su novia de siempre, una chica guapa y agradable, de su misma edad, después de tres años de noviazgo; entonces, estos, generalmente, eran prolongados para que los contendientes -perdón, los pretendientes-  pudieran conocerse bien.

   Como curiosidad, resaltar que en un pueblo de la comarca hubo una pareja que mantuvo el noviazgo durante más de 50 años, cada uno viviendo en su casa, -no como ahora-, y, aunque con frecuencia hacían amagos de casarse señalando posibles fechas, siempre muy lejanas, fiándolo para largo, creo que nunca llegaron a encontrar el momento de hacerlo.

   Uno de los motivos por el que los noviazgos fueran tan prolongados, era para que las parejas se conociesen bien antes de tomar la decisión de unirse en matrimonio, algo sumamente importante ya que entonces no existía el divorcio en España –este no llegó hasta 1981-  y quienes se casaban lo hacían “para siempre”.

     Torcuato y Casilda, su mujer, al principio fueron felices o al menos quiero suponer que sí, pero a medida que pasaba el tiempo la relación fue deteriorándose progresivamente hasta unos extremos inimaginables.

    Un matrimonio, no es una unidad, es la suma de dos individualidades, marido y mujer, o compañero y compañera, si no hay matrimonio por medio; ambos, tanto física como espiritualmente, a medida que pasa el tiempo, crecen y maduran, siendo lo ideal que lo hagan paralelamente…en la misma dirección, de tal modo que ese amor inicial, ciego y apasionado, con el tiempo va, paulatinamente, transformándose en un tipo de amor más maduro y sosegado donde ambos componentes de la pareja continúan haciendo su itinerario espiritual juntos; aunque a veces la relación se deteriora, desaparece el amor, y estos caminos paralelos pasan a ser divergentes, cuando no opuestos, llegando a preguntarse los dos componentes de la pareja cómo es posible qué sigan conviviendo con una persona a la que ya no quieren. 

  Llegados a este punto, en la actualidad, la solución es fácil: se separa la pareja y cada uno inicia una nueva vida por su lado, pero esto aún no era posible en los tiempos de Torcuato y resulta que, al cabo de los años, la situación a la que había llegado el matrimonio era que Torcuato y  Casilda ya no se querían y el desapego era mutuo; pero, como no podían separarse, ni civil ni eclesiásticamente, seguían conviviendo bajo el mismo techo haciendo una vida de pareja donde los desencuentros eran continuados.

   No consta que hubiera violencia física entre ellos en ningún momento, ni que uno tuviera subyugada la voluntad del otro; habían llegado a un punto de tolerancia mutua bastante equilibrado, pero existía bastante ensañamiento psicológico de uno hacia el otro, una actividad en la que ambos se empleaban a fondo.

   El marido insistía en que el grado de encono que ella empleaba hacia él era excesivo, y tenía la seguridad de que Casilda hasta entrenaba para aprender adjetivos despectivos, con el fin de dedicárselos cuanto tenía ocasión; en cambio, ella vivía con el convencimiento de que Torcuato, a quien le gustaba mucho la lectura, leía solamente para averiguar nuevas palabras con las que ofenderla de una forma más culta.

   Evidentemente, una relación entre dos personas que no se llevan bien y que tienen que vivir “forzosamente” en la misma casa, debe ser sumamente complicada.

   La consecuencia de todo ello es que, tanto Torcuato como Casilda, necesitaban tomarse la vida con mucha… mucha… mucha filosofía.

   Largos años de convivencia, en esta situación, dieron lugar a anécdotas de todo tipo y calibre, estando el chantaje emocional, entre ambos cónyuges, a la orden del día.

  Cuentan que ella, a veces, cuando buscaba a Torcuato y no sabía adonde ido, preguntaba a las vecinas:

         -- ¿Habéis visto al indeseable de mi marido?

Otras veces, los adjetivos empleados eran: golfo, granuja, “el tonto este”, etc. 

    Él, a su vez, cuando preguntaba a las vecinas por su mujer, su frase favorita era que si sabían dónde había ido “la Trotaconventos”, una prueba evidente de que había leído el Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita.

  Un día, sonaban las campanas de la iglesia y Torcuato preguntó a un vecino que si sabía el motivo, ya que no era día festivo -Él, nunca iba a misa porque decía que fue allí, el día de la boda, donde habían empezado todos sus males- Cuando el vecino le contestó que “tocaban a casar” porque había una boda, respondió.

    - ¡Qué pena! A ver si hay suerte y algún día tocan a descasar para que pueda ir yo.

   Una tarde de verano, tras una de sus discusiones habituales, creo que ya reñían por todo - si la puerta de la calle debía estar cerrada, abierta o medio abierta y cosas así, era motivo suficiente para ello-, ella, muy enfadada, le dijo al marido que no aguantaba más y se iba a tirar a un pozo. Ante tal amenaza, él, “visiblemente afectado”, le indicó que se llevara una toalla para poder secarse, cuando saliera del mismo. Casilda, al ver el poco efecto que su arrebato había causado en Torcuato, no llegó ni a asomarse al brocal del mismo.

   En otra ocasión, una noche antes de acostarse, fue él quien amenazó a Casilda diciéndole que al día siguiente, no quiso precisar la hora, quien iba a tirarse al pozo sería él - por cierto, seguían acostándose juntos. No sé si se limitaban sólo a dormir o si, de vez en cuando, hacían un armisticio y se entretenían en otras actividades- el caso es que al amanecer, Casilda, al despertarse,  vio que el marido ya no estaba en el lecho. Como no lo veía por ninguna parte y los vecinos tampoco sabían nada de él, ante la duda de que hubiese cumplido su amenaza, fue a denunciar el hecho a la Guardia Civil. 

   Los guardias estuvieron recorriendo las huertas -entonces había muchas- buscando en todos los pozos, sin resultado alguno. A mediodía, un paisano que había ido a Salamanca a media mañana,  conocedor de la desaparición de Torcuato, llamó por teléfono a la guardia Civil del pueblo para dar aviso de que le había visto vivo y en perfecto estado de salud. Lejos de cumplir la amenaza de tirarse al pozo, había cogido el coche de línea que pasaba por el pueblo, muy temprano, para ir a la ciudad y había sido visto por el paisano en un conocido bar capitalino, dando claras muestras de que tenía mucha más afinidad por el vino y las tapas de los bares, que por el agua de los pozos.

   Otro día ocurrió... y otro……, y otro……La cantidad de anécdotas que rodearon la vida de este peculiar matrimonio son incontables, pero lo cierto es que continuaron conviviendo juntos hasta el final de sus días, “hasta que la muerte los separó”, cumpliendo literalmente las palabras rituales que dice el cura en las bodas de los matrimonios católicos.

   Conocemos como contrapunto, al contraste entre dos cosas opuestas, donde la definición de una lleva implícita la referencia de la contraria; así, el día es el contrapunto de la noche, del bien lo es el mal, de la belleza la fealdad, de la salud la enfermedad, de la alegría la tristeza… 

   La explicación de por qué Torcuato era conocido en el pueblo como “El Tío Contrapunto”, tuvo su origen en una conversación que mantuvo con uno de sus “psicoterapeutas”. 
    Actualmente, cuando alguien desea ir al psicoterapeuta, pide una cita y asiste a la consulta de este/a, pero en los tiempos de Torcuato, la cosa era más simple. Entonces, uno, generalmente, hacía psicoterapia todos los días, sin ser consciente de ello, aunque la “consulta” en estos casos era el bar. Allí, a diario, sobre todo los hombres, coincidían con los amigos y, como tenían mucha confianza entre ellos, delante de una copa de vino, se contaban sus penas -supongo que también sus alegrías- 
Ante una copa de vino


   Fue en una de estas sesiones de "psicoterapia de taberna", a las que asistía Torcuato a diario, cuando le confesó a uno de los amigos: 
    - A veces me preguntan por qué Casilda y yo nos llevamos tan mal, y eso tiene una fácil explicación: ella y yo somos el contrapunto uno del otro. 

 Nota 
    Recientemente, tuve una conversación con un abogado que lleva más de veinte años en la profesión y decía que el índice de separaciones, desde sus inicios profesionales, a la actualidad, no había dejado de crecer. Además, opinaba que el 50% de las parejas, que se casan hoy día, van a terminar separándose. ¿Excesivo? No me atrevo a opinar al respecto.

    Antes de que existiera el divorcio en España , la situación que vivieron Torcuato y Casilda era bastante común en los matrimonios. Obviamente, no hay estadísticas de la cantidad de gente que, aun deseándolo, no podía separarse porque la ley no contemplaba ese supuesto y tenían que sobrellevarlo como podían,  por ello, aún desconociendo la cantidad de afectados, ahora sí opino, seguro que fue excesiva.