jueves, 28 de marzo de 2024

Teología para niños... como yo ( Las Capellanías)

 

  Cuando alguien llega al final de su ciclo vital (cuando las palma), si ha sido medianamente bueno durante su existencia, el alma acabará en el cielo; aunque casi siempre pasa primero por el purgatorio,  un misterioso lugar que nadie ha visto y del que todos hablan como si hubieran pasado por allí el día antes.

  Como nadie ha vuelto de ese lugar, para contarnos como es, cada cual puede figurárselo como le parezca como en su día hizo, de una forma magistral, Dante (1265-1321) escribiendo “La Divina Comedia”, una obra maestra de la literatura universal que consta de tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso.

  Independientemente de como sea, lo que sí queda claro es que las almas que llegan allí, acabarán entrando en el cielo tras purificarse; mas lo fastidioso del asunto es el modo de realizar esa purificación pues consiste en sufrir penas  parecidas a las del  infierno, pero más leves (aunque aquí también  hay llamas, las ánimas no se abrasan como en las calderas de Pedro Botero, solo se chamuscan un poco).

  Sabemos que el destino final de las ánimas del purgatorio va a ser el cielo..., hasta ahí, de acuerdo;  pero desconocemos el tiempo que cada una de ellas precisa estar en este lugar; eso va a depender de las circunstancias de cada una y  muchas veces esta estancia se alarga excesivamente, incluso siglos – para que luego digan que las listas de espera de la Seguridad Social son largas ¡si es que nos quejamos por “na”! -

  Por suerte, desde la Tierra, los vivos podemos ayudar a estas ánimas a acortar su estancia en ese lugar, mediante diversos procedimientos:

    La Moza de Ánimas de la Alberca, todas las tardes, al oscurecer, sale a pedir al vecindario una oración por las “benditas ánimas de purgatorio” –por cierto, yo una vez la vi y no era tan moza- .

   Antes, en casi todas las parroquias, en paralelo a la Cofradía del Santísimo Sacramento, existía la  Cofradía de las Ánimas del Purgatorio,  cuyo quehacer principal era rezar y encargar misas por todas ellas y, de forma especial, por las de los cofrades difuntos y sus familias.

 

  También existía la compra de indulgencias. El procedimiento consistía en comprar -sí, otra vez sale el dinero a relucir-, una especie de acciones para ir al cielo (este asunto da para varias tesis doctorales y, en alguna de ellas, indudablemente, saldrían a relucir Lutero y la Reforma Protestante).

  Además de todo lo anterior, lo mas eficaz para abreviar la permanencia de las ánimas en el purgatorio, por lo visto, es decir misas por ellas; a mayor  número de misas, antes cruzaran el umbral del cielo.

    Una vez llegados al asunto de las misas, hay que aclarar que, como todo en la vida, tienen un precio, fácilmente deduciremos que, si el fallecido  ya no está por aquí  no las puede pagar él, ésta es una misión de la familia.   

  Cuando a uno le llega el día D, son los parientes quienes pagan a la funeraria para que se ocupe del cuerpo, y al cura para que se ocupe del alma (funerales y misas).

   Si nos remontamos al pasado, igual que ahora, a veces, algunos no se llevaban demasiado bien con la familia; tenían poca confianza en que ésta fuese generosa a la hora de pagar las correspondientes misas y, por ello, la Iglesia, siempre tan perspicaz, inventó un sistema que garantizaba la celebración regular de misas por la gente, uno vez dejaba este mundo, sin necesidad de que mediara pariente alguno.

   El procedimiento consistía en la creación de unas fundaciones llamadas capellanías que funcionaban así: la persona interesada, segregaba de su patrimonio uno o varios bienes: casas, corrales, terrenos rústicos…, los cedía a la parroquia y el cura adquiría el compromiso de decirle el número de misas que acordaran, a cambio de la donación.

  Estos bienes, eran arrendados por la parroquia y con la renta obtenida se cobraban las misas.

   Las capellanías comenzaron a existir en la Edad Media (siglo XII) y tuvieron un largo recorrido a lo largo del tiempo llegando a su máximo apogeo en los siglos XVI y XVII.

 Aunque en el siglo XIX desaparecieron en muchos sitios, debido a las desamortizaciones de los bienes eclesiásticos, otras sobrevivieron como sucedió en Barrueco.

     En nuestro pueblo, se mantuvieron todas hasta el siglo XX, siendo vendidas, varias de ellas en la segunda mitad del mismo por uno de los párrocos que tuvimos Actualmente, en pleno siglo XXI, la parroquia aún conserva alguna.

    El número de misas que precisaba cada ánima, para poder abandonar el  purgatorio se desconocía y, como no hay posibilidad de conexión con ese lugar para ver si seguía allí o ya lo había abandonado,  esto casi siempre quedaba a criterio del capellán; este lo calculaba a "ojo de buen cubero" y, cuando estimaba que un alma ya había alcanzado el paraíso celestial, era cuando dejaba de decirlas.

   Aplicar misas, por el ánima de alguien, debe ser muy eficaz para poder acortar la estancia en el purgatorio; prueba de ello era que, cuando los responsables de encargar las misas eran los herederos y estos escatimaban en gastos, el ánima, a veces, incluso regresaba a la Tierra a pedirle explicaciones por su tacañería, llevándose, algunos, unos sustos tremendos. 

    Barrueco, eclesiásticamente, durante siglos, tuvo cierta importancia, pues perteneció a la Orden de Santiago y fue la sede de uno de sus vicariatos; una situación que se mantuvo hasta el año  1873, fecha en la que desaparecieron las ordenes militares.

El apóstol Santiago

   Fue a partir de esa fecha, cuando pasó a integrarse, como una parroquia más, junto al resto de los pueblos que integraban el vicariato, en la diócesis de Ciudad Rodrigo.

   Si nos remontamos a los tiempos del vicariato, cuando nuestro pueblo aún pertenecía a la Orden de Santiago, vamos  a suponer -solo suponer- que aquí vivían dos curas, el vicario y un capellán.

  El primero, obviamente, era el jefe del negocio y  el otro ejercía de ayudante. Si uno decía la misa de las once del domingo y otro la de las ocho de la mañana del lunes, os propongo un reto: quién oficiaba la misa de las ocho de la mañana el lunes…, el jefe o el ayudante.

 Volviendo a las capellanías, en nuestro pueblo, a lo largo de los siglos, fueron acumulándose varias de estas fundaciones y el encargado de decir las correspondientes misas era el capellán.  

  Evidentemente, no podía decir veinte misas diarias, una por cada ánima y lo que hacía era decir una semanal que servía para todas.

  Sacaba un pliego de papel, donde tenía escrita la lista, con los nombres y apellidos de los donantes de  las capellanías, y anunciaba públicamente:

   - Esta misa es aplicada por las almas de  tal… , tal…, tal,…,y así hasta que completaba la serie; de modo que, con una sola misa, los dejaba a todos apañados.

  Conclusión, Si solo decía una misa semanal, para tanta ánima, tocaban a poca misa cada una; así, poco podía acortarse la estancia de cada una de ellas en el purgatorio.

  Lo que sigue a continuación, refieren las crónicas que sucedió a mediados del siglo XVII; la vida de nuestros paisanos de entonces transcurría apaciblemente y los amaneceres y anocheceres se sucedían unos tras otros sin grandes novedades hasta que un día se fastidió el asunto.

 A Agripino, un barroqueño de aquella época, le tenía arrendado la parroquia un terreno;  concretamente, la cortina de la capellanía de Alonso Rodríguez  (cada capellanía tenía el nombre del donante: capellanía de Catalina García, capellanía de Fulgencio Casado…).

  Aquel hombre, la había dejado a la parroquia para que le dijeran las correspondientes misas, una vez hubiera abandonado este mundo y cuando esto ocurrió, Agripino, que era el arrendatario, a la hora de abonar la correspondiente renta anual, no lo hizo, con el consiguiente enfado del capellán.

  El cura, cuando le vio, le dio un primer aviso recordándole que la deuda no la tenía con él, sino con el alma de Alonso, ya que esa renta servía para pagar sus misas y eso de tener deudas con un ánima del purgatorio, eran palabras mayores.

  El rentero  respondió que ya pagaría, pasó el tiempo, no cumplió su palabra y el capellán le hizo esta advertencia :

 -   Voy a dejar de aplicar misas por Alonso y debes saber que, aunque esté en el purgatorio, sabe perfectamente lo que ocurre aquí en la Tierra;  así que no te extrañe que cualquier noche su ánima regrese del más allá, para pedir explicaciones de por qué no se le dicen sus misas y esto es peligroso…, te lo advierto. A lo mejor te lleva con él, aunque no te hayas muerto.

   Si el capellán pretendía amedrentar a Agripino, para que apoquinara el alquiler de la capellanía ¡iba apañado!; el hombre además de ser “muy agarrao”, era tan incrédulo como la gente de ahora y eso de que el ánima de Alonso Rodríguez regresara al pueblo, a pedirle explicaciones, no lo creyó y siguió sin realizar  el pago correspondiente.

  Si esto sucedía en el siglo XVII, aún faltaban dos siglos para que Édison inventara la bombilla, de modo que, cuando llegaba la noche, en las calles de pueblos y ciudades no había iluminación alguna.     En nuestro pueblo, una vez que se ocultaba el sol tras los montes de Freixo de Espada à Cinta, las casas quedaban envueltas en penumbra o en la más absoluta oscuridad, dependiendo de la fase lunar, presentando las calles un aspecto bastante tenebroso, así que la gente evitaba en lo posible deambular por ellas, salvo que se viera obligada por alguna necesidad, y, cuando lo hacían, se alumbraban, llevando en la mano un farol de aceite,  un candil o una vela.  

  Los faroles, proporcionaban luz suficiente para ver el suelo por donde se pisaba y poco más; el campo visual de los transeúntes que se alumbraban con ellos apenas alcanzaba los dos metros de distancia en las noches mas oscuras, reinando mas allá de esa distancia, la oscuridad.

  Una mañana, una vez hubo amanecido, a primera hora, Agripino sintió unos golpes en la puerta de la calle, salió a abrir y vio a una vecina que vivía varias casas más arriba.

 - ¡ Buenos días Genoveva… pasa!

-  No, no voy a pasar. Contestó ella, muy seria. Solo quería ver si estas bien.

-  Sí… estoy bien ¿ por qué dices eso ?

-  Ayer tarde estuve en casa de mi hija, cuando volví a la mía era ya era noche cerrada y estaba muy oscuro, venía con un farol y, cuando llegue a nuestra calle, vi a lo lejos una luz que se acercaba y me detuve para ver quien era y saludarle, antes de meterme en casa, pero no llegamos a cruzarnos porque se paró a la altura de tu casa más o menos, y cuando reparé en lo que veía no puedes hacerte una idea del susto que me llevé..., cada vez que lo pienso, aún me tiembla el cuerpo. ¡Era un cirio encendido que andaba solo, iba suspendido en el aire!

- No entiendo lo que dices, contestó él, muy extrañado ¡ Qué es eso de que un cirio andaba él solo !

- ¡¡ Lo que estas oyendo !!, respondió Genoveva  - ella era consciente de que lo que estaba contando no era fácil de creer -.  No sabes el susto que me llevé,  era un espanto lo que paró cerca de tu puerta; me dio tanto miedo, que me metí en mi casa corriendo, cerré por dentro y hasta que no ha llegado la luz del día, no me he atrevido a salir.

 Agripino tras escuchar a la vecina, empezó a reír.

-  Eso que dices es una tontería…, a que sí ¿ Te ha dicho el cura que me cuentes este cuento ?

- ¡ Ni es una tontería…, ni he hablado con cura alguno! ¡ Solo estoy diciendo lo que vi !  ¡ Parece mentira... !, encima de venir a avisarte, me tomas por tonta. Respondió ella muy enfadada, marchándose de allí sin despedirse.

   La noche siguiente no sucedió nada, y tampoco las sucesivas; hasta que llegó la noche del siguiente lunes.

  Caminaba Regino, otro paisano, por las oscuras rúas del pueblo, con el consabido farol y, al llegar a la calle de Agripino observó que, en dirección contraria, avanzaba hacia él una luz, lo cual no tenía nada de particular, al fin y al cabo él también llevaba otra luz; pero, cuando estuvo cerca, observó que la luz provenía de un cirio encendido y le entró un gran  desasosiego al ser consciente de lo que estaba viendo. Debido a la gran oscuridad de la noche,  solo se veía el cirio encendido y nada más; no se apreciaba persona alguna que lo sostuviera y eso le inquietó enormemente

 - ¡ Quien eres !, preguntó dos o tres veces seguidas, alzando la voz. Pero no obtuvo respuesta alguna.

  Era valiente y no se asustaba fácilmente, pero aquella luz que tenía enfrente era algo para lo que no encontraba explicación alguna y, ante la posibilidad de que se tratase de un ente  sobrenatural, sin dudarlo un momento, se dio la vuelta y se fue de allí lo más a prisa que pudo, con el fin de alejarse de aquella misteriosa luz que se había aproximado hacia él, sin saber con que intenciones.

  Llegó a casa muy alterado, cerró la puerta por dentro con el cerrojo y, algo más tranquilo, informó a la mujer lo sucedido. Ésta, cuando acabó de contarlo, comentó:

 -   ¡ Menos mal que te alejaste ! Eso no puede ser nada bueno. La Genoveva estuvo contando el otro día  que la noche anterior había visto esa luz y que paró cerca de la casa de Agripino, pero nadie le hizo caso..., como a veces empina el codo, todas pensamos que esa noche lo había empinado demasiado.  

   Ahora resulta que es verdad, ya sois dos quienes habéis visto lo mismo ¡ que podrá ser !  Puede ser un espantajo, pero... ¿ y si es un alma en pena, que viene a por alguien ? Dicen que a veces se aparecen cuando va morir alguien pronto. Espero que no seamos ninguno de nosotros. Mañana voy a hablar con alguno de los curas,  a ver que dice.

   Al día siguiente, la mujer de Regino fue a ver al capellán, el vicario no estaba, y le preguntó si había alguien muy enfermo en el pueblo, a punto de morir; explicándole que el marido había visto la noche anterior lo que parecía ser un alma en pena y que Genoveva había visto algo parecido unos días antes.

 El clérigo, tras escucharla atentamente, sin dudarlo un momento, contestó:

-  Puedes estar segura que los dos han visto la misma luz; y si además ha sido en esa calle, no cabe duda alguna : es el ánima de Alonso Rodríguez que viene a pedirle cuentas a Agripino, algo que a mí no me extraña nada.

  Tiene arrendada la capellanía que dejó Alonso a la vicaría, para que le dijésemos misas, pero como no paga la renta, he dejado de aplicar misas por él, debe haberse enfadado el ánima y ha vuelto del purgatorio a pedir explicaciones a ese tramposo.

  La mujer, al oírle, exclamó horrorizada.

- ¡¡ Está diciendo usted, que no hay duda alguna de  que, cuando llega la noche, hay un ánima del purgatorio recorriendo las calles del pueblo !!  

- Exacto,  pero el único que debe preocuparse es Agripino, los demás no corremos peligro alguno.

- ¿ Y como sabe que se trata del ánima de Alonso Rodríguez y no otra? Todas deben ser iguales.

- Es fácil deducirlo. Hoy es martes, lo que cuentas sucedió esta noche pasada y coincide que  la misa de las capellanías la digo los lunes por la mañana. Como Alonso ha visto que no he aplicado la misa  por su alma, y, en cambio, por los demás sí, su ánima está enfadada y por eso se ha aparecido la noche del lunes.

  Pregunta a Genoveva qué noche se le apareció a ella; si te dice que vio esa luz la noche del lunes anterior, ya no hay duda alguna que se trata del ánima de Alonso.

    Las palabras del cura, afirmando que había un alma en pena, recorriendo las noches de los lunes, las oscuras calles del pueblo, lejos de tranquilizar a aquella mujer la preocuparon enormemente. Le aterrorizaba la  idea de poder cruzarse con ella, aunque el clérigo afirmara que debía estar tranquila.

   Antes de regresar a su casa, pasó a ver a Genoveva, le contó su conversación con el capellán,  y esta le confirmó  que, tal como él sospechaba, había sido la noche del lunes, de la semana anterior, cuando tuvo el encuentro con aquella misteriosa luz.

  Al llegar el mediodía, todo el pueblo sabía que, las noches de los lunes, el ánima de Alonso Rodríguez deambulaba por las calles del pueblo por culpa del tramposo de Agripino

Algunas notas

*  Cada capellanía recibía el nombre de la persona que la había dejado a la parroquia. Como  Alonso había dejado una cortina para que dijeran misas por él, la suya era conocida la Cortina de la Capellanía de Alonso Rodríguez, pero, a partir estos hechos, pasó a ser conocida, por la gente, como Cortina de la Capellanía de las Ánimas de los Lunes.

*  El purgatorio, no es un espacio físico, tal como nos contaban de niños, se trata de un concepto religioso: “es el transito de las almas en su camino hacia el cielo”;  en cambio, La Cortina de la Capellanía de las Ánimas de los Lunes, sí existe. Si alguien quiere verla, no tiene que ir muy lejos, se encuentra en Las Regaderas.

 

viernes, 23 de febrero de 2024

Teología para niños…como yo (Primera parte)

 


   En el cristianismo, como en el resto de las religiones, existe una gran preocupación por el más allá, es más, todas ellas intentan convencer a los respectivos fieles que este mundo, simplemente, es un lugar de paso y que, cuando las palmamos, aunque nuestro cuerpo, la parte orgánica: chicha, huesos y demás… para que nos entendamos, acaba convertido en polvo haciendo buena la frase “polvo eres y en polvo te has de convertir”, ¿o quizá era “de un polvo vienes y en polvo te has de convertir”?  (no estoy muy seguro cual de las dos frases es la correcta, aunque, pensándolo bien,  posiblemente las dos lo sean).

  Bueno, pues cuando llega este fatídico momento, el cuerpo, o lo que queda de él, permanece por aquí, ya sea enterrado o incinerado, mientras que el alma sigue un camino cuyo destino final es incierto y va depender del tipo de religión que tenga cada uno.

   Si nos centramos en la nuestra, el cristianismo, las almas, una vez han abandonado el cuerpo, pueden tener destinos distintos,  dependiendo  de lo buenos o malos que hayamos sido a lo largo de su vida.

  Cuando hablamos de un destino final, este solo puede ser el cielo o el infierno, ya que el purgatorio solo es un lugar de paso.

  Ir directo al cielo es extremadamente difícil; soy incapaz de imaginar qué méritos debe hacer una persona para que se dé tal circunstancia; en cambio, ir directo al infierno es mucho más sencillo y, al contrario de los que van al cielo, aquí si que se me ocurren un montón de motivos que pueden acabar con el alma de uno en ese lugar.

  Al respecto, contaba Mark Twain que un hombre se estaba muriendo y preguntó a un cura cual era el mejor lugar para ir respondiéndole éste que cada uno tenía sus ventajas: “el cielo por el clima y el infierno por la compañía”  (es sabido por todos, que en el infierno es donde acaba la gente mas divertida).

    Hoy no quiero hablar del cielo ni del infierno, sino del purgatorio, un sitio muy interesante y a la vez enigmático, que es el lugar donde acabamos casi todos los cristianos, al abandonar este mundo,  cuando no hemos sido demasiado buenos, ni demasiado malos, sino regulares.

   Dicho de otra manera: aquellos que somos buenos y malos a tiempo parcial, dependiendo de los días y las circunstancia de cada uno...que es lo habitual, por lo visto, acabamos allí.

   Antes de continuar es necesario aclarar que los “habitantes“ del purgatorio son las ánimas, no las almas, porque no son lo mismo, aunque entre ellas, solo existe una diferencia conceptual ya que  reciben uno u otro nombre dependiendo del momento existencial. Las personas, cuando estamos vivos, tenemos alma y, cuando morimos, esta pasa a denominarse ánima.

  Conclusión: las ánimas son las almas de los que ya no están vivos, vendría a ser como el jugador de futbol que cambia de equipo; el jugador sigue siendo el mismo, pero juega con distinta camiseta.

  Como decía anteriormente, cuando fallecemos, casi todas las almas, una vez pasan a ser ánimas, acaban en el purgatorio que es un lugar de paso, una especie de estación intermedia en su camino hacia el cielo; allí, sufren un proceso de reciclaje o reacondicionamiento y una vez alcanzan la excelencia, es cuando ya pueden subir al cielo; claro que es necesario hacer muchos méritos hasta que llegue a ese punto, si quieren salir de allí alguna vez y no eternizarse en la espera.

  El purgatorio, indudablemente, es un lugar superpoblado, y, aunque alguno puede imaginarlo como un inmenso hotel con buffet y todo, eso no es así; las ánimas no ocupan espacio físico, luego no son necesarios comedores, dormitorios, aseos…y, además, caben todas y con holgura.

  El tiempo que cada ánima debe permanecer en el purgatorio, antes de alcanzar el cielo, es muy variable y depende de los méritos que haya hecho cada uno en la tierra, cuando aún estaba vivo y coleando  (Aviso para hombres, mujeres y personas transexuales, asexuales y demás: “vivo y coleando”, es una expresión popular que no tiene nada que ver con el movimiento de la cola, significa, simplemente, estar sano sin mas,  por lo tanto, es válido para todos los géneros no solo para los que tienen cola). 

  Como el purgatorio sólo es un lugar de paso, las ánimas allí se sienten forasteras y por ello desean abandonar ese lugar cuanto antes para seguir su camino hacia el cielo, lo que plantea una pregunta muy interesante: ¿Qué méritos debe hacer una persona en vida para que su estancia en el purgatorio no se alargue demasiado?

   Esto es importante tenerlo en cuenta porque la medida del  tiempo, en ese lugar, no es como aquí en nuestro mundo ya que, si se ha descuidado un poco y no ha cumplido debidamente en la Tierra los preceptos que manda la Santa Madre Iglesia, y encima nadie pone remedio a ello, puede tirarse allí una eternidad.

  Lo que sí se sabe, es que el tiempo de espera para acceder al cielo, desde el purgatorio, no es por el orden de llegada al mismo sino por las virtudes o méritos tanto del interesado como de la familia. Respecto al interesado, va depender de haber sido buen cristiano cometiendo pocos pecados y siendo generoso con la Iglesia a la hora de "aflojar la bolsa"  y en cuanto a la familia, de lo que recen por él y también del dinero que esté dispuesta a gastarse por el difunto. 

   La Iglesia, desde siempre, ha valorado mucho la plata como dicen los argentinos, o el cash como llaman muchos, ahora, al dinero; pero esto no hay que tomarlo como un de crítica, es algo comprensible si tenemos en cuenta que con los bienes espirituales no se come. Todos los humanos, sin distinción de raza, o religión, aprecian mucho el dinero…incluso los ateos.

   La consecuencia que podemos sacar de lo anterior es que, si eres rico, tienes más posibilidades de llegar antes al cielo, que si no lo eres y eso lo han sabido desde siempre los clérigos de todos lo tiempos.

   Siglos atrás, alguien debió sugerir a los reyes -hablo de aquellos tiempos en que los reyes vivían  como reyes-  que, si pagaban la construcción de iglesias, ermitas, monasterios… , y eran enterrados allí, adquirían una preferencia absoluta para llegar rápidamente al cielo; algo así como si viajaran por una autopista, su paso por el purgatorio iba a ser muy fugaz y estando exentos de las tasas de peaje.  

   Si alguien piensa que Felipe II mandó construir el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, solo para que lo visitaran los turistas, está muy equivocado, lo hizo con el fin de ser enterrado en él, así como sus descendientes.

  Del mismo modo que los reyes maniobraban así para seguir viviendo como reyes en el más allá,  muchos nobles, con el mismo fin, siguieron su ejemplo y también mandaron construir iglesias, ermitas, conventos… para ser enterrados en esos lugares, intentando, también, de este modo, asegurarse un sitio en el Paraíso (no confundir el Paraíso Celeste no en el Terrenal); así que ya sabéis, cuando veáis  la tumba de un noble o un personaje notable, en alguna iglesia, es debido a que él o la familia, costearon la construcción de la misma, existiendo para ello dos claras razones: a)  Tenían mucho dinero y los constructores de entonces no cobraban tanto como los de ahora, b) Aún no existían el banco de Santander o Iberdrola, y preferían invertir el dinero en estos menesteres.

   Si por un lado nos encontramos a los reyes y nobles enterrados en iglesias y monasterios, y a los obispos en catedrales, con el fin de que sus ánimas tuviesen paso franco hacia el cielo;  y por otro  a la gente normal y corriente enterrada en un hoyo bajo tierra, en un nicho estrecho o en una vasija tras ser incinerados; fácilmente deduciremos que, desde estos lugares, no hay autopistas para el cielo como en el caso de los primeros;  las ánimas de los pobres tienen que seguir un camino mucho más largo, tortuoso y seguro que hasta en mal estado, algo que es totalmente injusto ¡y yo que pensaba que la muerte nos hacía a todos iguales!

   Para minorar “tamaña injusticia”, la Iglesia, en su día, decidió que al resto de los mortales había que favorecerles también el trayecto hacia el cielo e ideó un sistema en el que ¡cómo no!, también había que pasar por caja; de forma que, cuando alguien fallecía, si la familia del finado pagaba misas y responsos por su alma, y compraba indulgencias –una especie de tasas de peaje  que vendía la iglesia para ir al cielo- se acortaba enormemente su estancia en el purgatorio.

  Desconozco el catalogo de las prestaciones y la normativa existente en el purgatorio, pero estoy seguro que, cuantas más misas y responsos pagaba la familia y más indulgencias comprara, menos tiempo tardaba el ánima del finado en alcanzar la gloria.

  Cuando unan persona moría y tenía hijos u otros familiares cercanos, dispuestos a rezar por ellos y gastar la pasta en estos asuntos, todo iba sobre ruedas y su ánima tenía asegurado el descanso eterno, pero  ¿ qué ocurría si el difunto no tenía algún familiar o persona cercana confiable, y tenía la sospecha de que si le dejaba su dinero a alguien, para que lo gastara en misas aplicadas por su alma, este decidía pasar del tema, gastándoselo en vino y olvidándose del difunto?

 Por suerte, la Iglesia, una vez más, encontró una solución para estos casos tan particulares.

  Una persona podía asegurarse “un pasaporte para el cielo” si dejaba directamente a la parroquia, en herencia, un bien material: una casa o un terreno rústico.  En estos casos, el cura del pueblo, o de la ciudad, lo arrendaba y el dinero obtenido de esas rentas era empleado en decir misas por el alma del benefactor.

  Esto, en realidad, era una compraventa, pues el dueño de la casa o terreno lo entregaba al cura a cambio de la correspondiente contraprestación espiritual. Estas donaciones eran conocidas con el nombre de Capellanías, y es algo que nos pilla muy cerca. En nuestro pueblo, la iglesia posee desde hace siglos, tierras  que son conocidas como Capellanías.

   En Barrueco, nunca hubo nobles de alta alcurnia, como en Picones o Cerralbo, por poner unos ejemplos cercanos. El marqués de Picones y el marqués de Cerralbo existieron y, seguramente, alguno de sus descendientes conserva los respectivos títulos nobiliarios.

  El marqués de Cerralbo, como era rico, costeó la edificación de una iglesia para tener allí el panteón familiar (la Capilla del marqués de Cerralbo es un magnífico templo que está en  Ciudad Rodrigo).  

   En nuestro pueblo, si hubo nobles, eran gente de la baja nobleza, como mucho hidalgos, que era lo último del escalafón nobiliario.

   Hace siglos, algunos de nuestros antepasados, fuesen o no hidalgos, con el fin de intentar asegurarse un salvoconducto para el cielo, se acogieron al sistema de las Capellanías y cedieron a la iglesia, tierras, cortinas, prados, huertos…siendo éste el origen de las capellanías en Barrueco.

  El cura administraba estos bienes, los arrendaba y el dinero obtenido era empleado en decir misas por las  almas de los antiguos dueños que los habían donado.

  Pero una vez, no sabemos si premeditadamente o no,  olvidó decir las misas y ocurrieron cosas muy serias.

jueves, 4 de enero de 2024

Pidiendo el aguinaldo

 

  

    Todos los años, cuando el mes de diciembre se acerca a su final, llegan las navidades; unas fiestas que para los niños resultan maravillosas y que para los adultos no lo son tanto.

    La celebración de estas fiestas gira en torno al día de Navidad (25 de diciembre), fecha en la que conmemoramos el nacimiento de Jesús, y, a pesar de ser una de las más importantes festividades cristianas, actualmente, muchas personas han perdido totalmente la perspectiva de lo que representan.   

     El día de Navidad se circunscribe sólo a esa fecha, pero, generalmente, hablamos de navidades en plural ya que, durante estos días, además de esta festividad, celebramos otras fiestas; por ello, quizá es más correcto hablar de Tiempo de Navidad.

   Existe cierta confusión respecto a la duración de las navidades. La mayoría de la gente considera  Tiempo de Navidad  el que transcurre entre Nochebuena (24 de diciembre), y el día de los Reyes  (6 de enero); pero las fechas no coinciden, exactamente, con lo que la Iglesia Católica establece como Tiempo Litúrgico de Navidad, que es el comprendido entre el día de Nochebuena y el domingo posterior a los Reyes (el bautismo de Jesús por San Juan Evangelista); por lo tanto, si nos atenemos a la liturgia,  podemos apreciar que la duración de las navidades es variable dependiendo de los años.

   En esta vida, con el paso del tiempo, todo va evolucionando e igual sucede con el Tiempo de Navidad ya que la forma de celebrar estas fiestas también ha ido cambiando a largo de los años.

  La celebración religiosa, que dio origen a esta celebración, en la actualidad ha pasado a un segundo, o tercer plano, y la gente, cuando llega esta época del año, hace planes de todo tipo, pero casi ninguno de ellos pasa por asistir a la Misa del Gallo. 

  Para algunos, las navidades son, simplemente, un periodo vacacional más y aprovechan estas fechas para viajar, son los típicos “pseudoateos”, aquellas personas que, no creyendo en los preceptos religiosos, en cambio, sí creen en las vacaciones de navidad, en las de semana santa y todas las festividades religiosas del calendario a condición de que sean días no laborables.

 Los centros comerciales, por su parte, intentan convencernos de que las navidades duran dos o tres meses, y que es necesario que gastemos un montón de dinero para poder ser felices; por ello, cada año que pasa inician la campaña de ventas navideñas con mayor antelación no siendo raro ver ya, en la primera quincena de octubre, cómo algunos establecimientos empiezan a ofrecer en sus estanterías productos navideños.


 Podemos encontrar lotería de navidad a la venta, en las correspondientes administraciones , desde el verano; en noviembre, la televisión ya nos trae a la pantalla películas sobre temas navideños; a primeros de diciembre e incluso últimos de noviembre, casi todas las ciudades alumbran sus calles con las luces de navidad; llegan las inevitables comidas y cenas de empresa  en las que te ves sentado a la mesa con gente a la que incluso aborreces; también llegan las cenas de los cuñados que a veces no sabes si definirlos como enemigos amigables o simplemente enemigos;   hay que hacer frente a la interminable lista de regalos de Papa Noel y de los Reyes Magos, la televisión nos bombardea continuamente con anuncios de juguetes, cavas, turrones y  colonias -como si sólo necesitáramos oler bien en esta época del año-.

  La suma de todo este barullo de cosas y circunstancias, que por estas fechas se nos viene encima, provoca que muchas personas acaben sintiendo auténtica aversión hacia la Navidad, de modo que, para ellos supone un gran alivio dejar atrás el día de Reyes, una vez que finalizan las fiestas, considerándose unos auténticos supervivientes de las mismas, aunque haya que enfrentarse a la cuesta de enero.

 Una cuesta que, en realidad, la hemos creado nosotros con los gastos que realizamos durante las navidades; y a la que el gobierno contribuye generosamente, todos los años, con las correspondientes subidas de impuestos –una forma un tanto extraña de felicitarnos el nuevo año a los ciudadanos.

 Esta distorsión de la Navidad a la que asistimos es especialmente perceptible en las ciudades, pero el fenómeno no es ajeno a los pueblos; en muchos de ellos, la celebración de la navidad ha cambiado enormemente dando lugar a que una serie de costumbres, que se desarrollaban en ellos durante el Tiempo de Navidad, hayan desaparecido, prácticamente, en su totalidad,  siendo sustituidas por otras “más acordes” a los tiempos actuales; algunas, incluso rozan el esperpento como lo ocurrido en un pueblo  donde el alcalde un año se empeñó  en encender personalmente las luces del pino que había mandado colocar en la plaza,  convocando a los vecinos,  como si aquello fuera el árbol de navidad del Rockefeller Center neoyorkino

  El pueblo apenas superaba los 200 habitantes, era de noche, hacía mucho frío, y al evento solo asistió el alcalde, acompañado por algún familiar próximo y el alguacil (este último, al ser funcionario municipal, supongo que lo haría obligado por las circunstancias y no porque le entusiasmara ver un pino iluminado).

   En otro pueblo, los quintos organizaron una Cabalgata de Reyes y, al no haber camellos, lo cual es comprensible, utilizaron unos burros en su lugar. Como sólo había montura para dos, decidieron que sólo saldrían dos reyes en la cabalgata, con el consiguiente enojo del cura cuando se enteró de lo sucedido, por el poco rigor histórico que supuso haber prescindido de un rey -aquellos que quieran pensar un poco, les reto a que averigüen cuál de los tres reyes no salió aquel día en la cabalgata. Hoy día aquellos chicos hubieran sido hasta tachado de racistas-

   Otra vez, el día de Navidad, cuando la existencia de entidades bancarias en los pueblos no era una rareza como en los tiempos que corren, un bromista -algunos sospechan que fue obra de un estudiante de publicidad y marketing -  colocó en la puerta de la única entidad bancaria del pueblo una misiva escrita, que decía así: “Con un préstamo de esta entidad, la Virgen hubiera parido en una buena clínica”.

   Al día siguiente, el empleado de la oficina, al incorporarse a su trabajo, no reparó en la nota que permaneció allí expuesta, en la puerta, gran parte de la mañana, hasta que una mujer llegó a la oficina a hacer una operación y, tras leerla, le dijo al empleado que le parecía irreverente que una entidad bancaria hiciese ese tipo de publicidad. Éste, no dando crédito a lo que oía, se asomó a la puerta y, asombrado, comprobó la veracidad del asunto -lo veraz era que allí estaba la nota, no que la entidad ofreciese el préstamo-.

  Estas son “formas modernas” de celebrar la navidad en el medio rural; en cambio, en los pueblos, hasta no hace muchos años, durante el Tiempo de Navidad, se celebraban una serie de tradiciones muy interesantes,  muchas de ellas ya  desaparecidas. Una de estas tradiciones, ya en desuso, era la de pedir “el aguinaldo”. 

  Conocemos por aguinaldo el regalo que, en dinero o especie, se daba durante el Tiempo de Navidad a grupos de niños o jóvenes que recorrían el pueblo cantando, a la puerta de las casas, unas canciones de estructura y musicalidad sencilla, específicas para la ocasión.

  El día de pedir el aguinaldo variaba, dependiendo de cada lugar; en unos sitios se hacía el día de Navidad; en otros el día de Año Nuevo y, finalmente, en otros pueblos, tenía lugar la víspera de Reyes.  En esta última fecha, era cuando salían a pedirlo en Barruecopardo.

    El petitorio tenía lugar en la tarde-noche del 5 de enero. Cuadrillas de niños y no tan niños recorrían todo el pueblo llamando en la puerta de las casas y, cuando sus moradores salían a abrir, les preguntaban.

-  Sr./a ***** ¿Cantamos, rezamos o lloramos?

    Si el dueño/a de la casa solicitaba rezar, todos rezaban - esta opción era la elegida cuando había fallecido algún familiar próximo, a los dueños de la casa, durante el año anterior -.  

  Si lo elegido era llorar, todos lloraban; eso sí, con poca convicción, pero como se iba a pedir, con tal de agradar, había que cumplir lo solicitado.

 Por último, si la opción elegida era cantar, cantaban "El Aguinaldo" que en nuestro pueblo decía así:

                     Hoy es víspera de Reyes

                     Año nuevo ya pasado  

                     entre damas y doncellas

                     vengo a pedir aguinaldo

                       

                     Yo se lo vengo a pedir

                      a este caballero honrado

                      que me de de los sus bienes

                      como Dios se los ha dado  

                        

                      Cuchillito de oro veo relucir

                       chorizo y morcilla me van a partir

                       no quiero morcilla rancia 

                       ni tampoco farinato

                       que quiero una longaniza

                        tan larga como el mi brazo


   Entonces, "el caballero honrado" les daba a los componentes de la cuadrilla un donativo en dinero (pocas veces), o en especie (morcilla, farinato, almendras, dulces...).

 La longaniza, que era lo que se pedía en la canción, casi nunca llegaba.