viernes, 23 de febrero de 2024

Teología para niños…como yo (Primera parte)

 


   En el cristianismo, como en el resto de las religiones, existe una gran preocupación por el más allá, es más, todas ellas intentan convencer a los respectivos fieles que este mundo, simplemente, es un lugar de paso y que, cuando las palmamos, aunque nuestro cuerpo, la parte orgánica: chicha, huesos y demás… para que nos entendamos, acaba convertido en polvo haciendo buena la frase “polvo eres y en polvo te has de convertir”, ¿o quizá era “de un polvo vienes y en polvo te has de convertir”?  (no estoy muy seguro cual de las dos frases es la correcta, aunque, pensándolo bien,  posiblemente las dos lo sean).

  Bueno, pues cuando llega este fatídico momento, el cuerpo, o lo que queda de él, permanece por aquí, ya sea enterrado o incinerado, mientras que el alma sigue un camino cuyo destino final es incierto y va depender del tipo de religión que tenga cada uno.

   Si nos centramos en la nuestra, el cristianismo, las almas, una vez han abandonado el cuerpo, pueden tener destinos distintos,  dependiendo  de lo buenos o malos que hayamos sido a lo largo de su vida.

  Cuando hablamos de un destino final, este solo puede ser el cielo o el infierno, ya que el purgatorio solo es un lugar de paso.

  Ir directo al cielo es extremadamente difícil; soy incapaz de imaginar qué méritos debe hacer una persona para que se dé tal circunstancia; en cambio, ir directo al infierno es mucho más sencillo y, al contrario de los que van al cielo, aquí si que se me ocurren un montón de motivos que pueden acabar con el alma de uno en ese lugar.

  Al respecto, contaba Mark Twain que un hombre se estaba muriendo y preguntó a un cura cual era el mejor lugar para ir respondiéndole éste que cada uno tenía sus ventajas: “el cielo por el clima y el infierno por la compañía”  (es sabido por todos, que en el infierno es donde acaba la gente mas divertida).

    Hoy no quiero hablar del cielo ni del infierno, sino del purgatorio, un sitio muy interesante y a la vez enigmático, que es el lugar donde acabamos casi todos los cristianos, al abandonar este mundo,  cuando no hemos sido demasiado buenos, ni demasiado malos, sino regulares.

   Dicho de otra manera: aquellos que somos buenos y malos a tiempo parcial, dependiendo de los días y las circunstancia de cada uno...que es lo habitual, por lo visto, acabamos allí.

   Antes de continuar es necesario aclarar que los “habitantes“ del purgatorio son las ánimas, no las almas, porque no son lo mismo, aunque entre ellas, solo existe una diferencia conceptual ya que  reciben uno u otro nombre dependiendo del momento existencial. Las personas, cuando estamos vivos, tenemos alma y, cuando morimos, esta pasa a denominarse ánima.

  Conclusión: las ánimas son las almas de los que ya no están vivos, vendría a ser como el jugador de futbol que cambia de equipo; el jugador sigue siendo el mismo, pero juega con distinta camiseta.

  Como decía anteriormente, cuando fallecemos, casi todas las almas, una vez pasan a ser ánimas, acaban en el purgatorio que es un lugar de paso, una especie de estación intermedia en su camino hacia el cielo; allí, sufren un proceso de reciclaje o reacondicionamiento y una vez alcanzan la excelencia, es cuando ya pueden subir al cielo; claro que es necesario hacer muchos méritos hasta que llegue a ese punto, si quieren salir de allí alguna vez y no eternizarse en la espera.

  El purgatorio, indudablemente, es un lugar superpoblado, y, aunque alguno puede imaginarlo como un inmenso hotel con buffet y todo, eso no es así; las ánimas no ocupan espacio físico, luego no son necesarios comedores, dormitorios, aseos…y, además, caben todas y con holgura.

  El tiempo que cada ánima debe permanecer en el purgatorio, antes de alcanzar el cielo, es muy variable y depende de los méritos que haya hecho cada uno en la tierra, cuando aún estaba vivo y coleando  (Aviso para hombres, mujeres y personas transexuales, asexuales y demás: “vivo y coleando”, es una expresión popular que no tiene nada que ver con el movimiento de la cola, significa, simplemente, estar sano sin mas,  por lo tanto, es válido para todos los géneros no solo para los que tienen cola). 

  Como el purgatorio sólo es un lugar de paso, las ánimas allí se sienten forasteras y por ello desean abandonar ese lugar cuanto antes para seguir su camino hacia el cielo, lo que plantea una pregunta muy interesante: ¿Qué méritos debe hacer una persona en vida para que su estancia en el purgatorio no se alargue demasiado?

   Esto es importante tenerlo en cuenta porque la medida del  tiempo, en ese lugar, no es como aquí en nuestro mundo ya que, si se ha descuidado un poco y no ha cumplido debidamente en la Tierra los preceptos que manda la Santa Madre Iglesia, y encima nadie pone remedio a ello, puede tirarse allí una eternidad.

  Lo que sí se sabe, es que el tiempo de espera para acceder al cielo, desde el purgatorio, no es por el orden de llegada al mismo sino por las virtudes o méritos tanto del interesado como de la familia. Respecto al interesado, va depender de haber sido buen cristiano cometiendo pocos pecados y siendo generoso con la Iglesia a la hora de "aflojar la bolsa"  y en cuanto a la familia, de lo que recen por él y también del dinero que esté dispuesta a gastarse por el difunto. 

   La Iglesia, desde siempre, ha valorado mucho la plata como dicen los argentinos, o el cash como llaman muchos, ahora, al dinero; pero esto no hay que tomarlo como un de crítica, es algo comprensible si tenemos en cuenta que con los bienes espirituales no se come. Todos los humanos, sin distinción de raza, o religión, aprecian mucho el dinero…incluso los ateos.

   La consecuencia que podemos sacar de lo anterior es que, si eres rico, tienes más posibilidades de llegar antes al cielo, que si no lo eres y eso lo han sabido desde siempre los clérigos de todos lo tiempos.

   Siglos atrás, alguien debió sugerir a los reyes -hablo de aquellos tiempos en que los reyes vivían  como reyes-  que, si pagaban la construcción de iglesias, ermitas, monasterios… , y eran enterrados allí, adquirían una preferencia absoluta para llegar rápidamente al cielo; algo así como si viajaran por una autopista, su paso por el purgatorio iba a ser muy fugaz y estando exentos de las tasas de peaje.  

   Si alguien piensa que Felipe II mandó construir el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, solo para que lo visitaran los turistas, está muy equivocado, lo hizo con el fin de ser enterrado en él, así como sus descendientes.

  Del mismo modo que los reyes maniobraban así para seguir viviendo como reyes en el más allá,  muchos nobles, con el mismo fin, siguieron su ejemplo y también mandaron construir iglesias, ermitas, conventos… para ser enterrados en esos lugares, intentando, también, de este modo, asegurarse un sitio en el Paraíso (no confundir el Paraíso Celeste no en el Terrenal); así que ya sabéis, cuando veáis  la tumba de un noble o un personaje notable, en alguna iglesia, es debido a que él o la familia, costearon la construcción de la misma, existiendo para ello dos claras razones: a)  Tenían mucho dinero y los constructores de entonces no cobraban tanto como los de ahora, b) Aún no existían el banco de Santander o Iberdrola, y preferían invertir el dinero en estos menesteres.

   Si por un lado nos encontramos a los reyes y nobles enterrados en iglesias y monasterios, y a los obispos en catedrales, con el fin de que sus ánimas tuviesen paso franco hacia el cielo;  y por otro  a la gente normal y corriente enterrada en un hoyo bajo tierra, en un nicho estrecho o en una vasija tras ser incinerados; fácilmente deduciremos que, desde estos lugares, no hay autopistas para el cielo como en el caso de los primeros;  las ánimas de los pobres tienen que seguir un camino mucho más largo, tortuoso y seguro que hasta en mal estado, algo que es totalmente injusto ¡y yo que pensaba que la muerte nos hacía a todos iguales!

   Para minorar “tamaña injusticia”, la Iglesia, en su día, decidió que al resto de los mortales había que favorecerles también el trayecto hacia el cielo e ideó un sistema en el que ¡cómo no!, también había que pasar por caja; de forma que, cuando alguien fallecía, si la familia del finado pagaba misas y responsos por su alma, y compraba indulgencias –una especie de tasas de peaje  que vendía la iglesia para ir al cielo- se acortaba enormemente su estancia en el purgatorio.

  Desconozco el catalogo de las prestaciones y la normativa existente en el purgatorio, pero estoy seguro que, cuantas más misas y responsos pagaba la familia y más indulgencias comprara, menos tiempo tardaba el ánima del finado en alcanzar la gloria.

  Cuando unan persona moría y tenía hijos u otros familiares cercanos, dispuestos a rezar por ellos y gastar la pasta en estos asuntos, todo iba sobre ruedas y su ánima tenía asegurado el descanso eterno, pero  ¿ qué ocurría si el difunto no tenía algún familiar o persona cercana confiable, y tenía la sospecha de que si le dejaba su dinero a alguien, para que lo gastara en misas aplicadas por su alma, este decidía pasar del tema, gastándoselo en vino y olvidándose del difunto?

 Por suerte, la Iglesia, una vez más, encontró una solución para estos casos tan particulares.

  Una persona podía asegurarse “un pasaporte para el cielo” si dejaba directamente a la parroquia, en herencia, un bien material: una casa o un terreno rústico.  En estos casos, el cura del pueblo, o de la ciudad, lo arrendaba y el dinero obtenido de esas rentas era empleado en decir misas por el alma del benefactor.

  Esto, en realidad, era una compraventa, pues el dueño de la casa o terreno lo entregaba al cura a cambio de la correspondiente contraprestación espiritual. Estas donaciones eran conocidas con el nombre de Capellanías, y es algo que nos pilla muy cerca. En nuestro pueblo, la iglesia posee desde hace siglos, tierras  que son conocidas como Capellanías.

   En Barrueco, nunca hubo nobles de alta alcurnia, como en Picones o Cerralbo, por poner unos ejemplos cercanos. El marqués de Picones y el marqués de Cerralbo existieron y, seguramente, alguno de sus descendientes conserva los respectivos títulos nobiliarios.

  El marqués de Cerralbo, como era rico, costeó la edificación de una iglesia para tener allí el panteón familiar (la Capilla del marqués de Cerralbo es un magnífico templo que está en  Ciudad Rodrigo).  

   En nuestro pueblo, si hubo nobles, eran gente de la baja nobleza, como mucho hidalgos, que era lo último del escalafón nobiliario.

   Hace siglos, algunos de nuestros antepasados, fuesen o no hidalgos, con el fin de intentar asegurarse un salvoconducto para el cielo, se acogieron al sistema de las Capellanías y cedieron a la iglesia, tierras, cortinas, prados, huertos…siendo éste el origen de las capellanías en Barrueco.

  El cura administraba estos bienes, los arrendaba y el dinero obtenido era empleado en decir misas por las  almas de los antiguos dueños que los habían donado.

  Pero una vez, no sabemos si premeditadamente o no,  olvidó decir las misas y ocurrieron cosas muy serias.

jueves, 4 de enero de 2024

Pidiendo el aguinaldo

 

  

    Todos los años, cuando el mes de diciembre se acerca a su final, llegan las navidades; unas fiestas que para los niños resultan maravillosas y que para los adultos no lo son tanto.

    La celebración de estas fiestas gira en torno al día de Navidad (25 de diciembre), fecha en la que conmemoramos el nacimiento de Jesús, y, a pesar de ser una de las más importantes festividades cristianas, actualmente, muchas personas han perdido totalmente la perspectiva de lo que representan.   

     El día de Navidad se circunscribe sólo a esa fecha, pero, generalmente, hablamos de navidades en plural ya que, durante estos días, además de esta festividad, celebramos otras fiestas; por ello, quizá es más correcto hablar de Tiempo de Navidad.

   Existe cierta confusión respecto a la duración de las navidades. La mayoría de la gente considera  Tiempo de Navidad  el que transcurre entre Nochebuena (24 de diciembre), y el día de los Reyes  (6 de enero); pero las fechas no coinciden, exactamente, con lo que la Iglesia Católica establece como Tiempo Litúrgico de Navidad, que es el comprendido entre el día de Nochebuena y el domingo posterior a los Reyes (el bautismo de Jesús por San Juan Evangelista); por lo tanto, si nos atenemos a la liturgia,  podemos apreciar que la duración de las navidades es variable dependiendo de los años.

   En esta vida, con el paso del tiempo, todo va evolucionando e igual sucede con el Tiempo de Navidad ya que la forma de celebrar estas fiestas también ha ido cambiando a largo de los años.

  La celebración religiosa, que dio origen a esta celebración, en la actualidad ha pasado a un segundo, o tercer plano, y la gente, cuando llega esta época del año, hace planes de todo tipo, pero casi ninguno de ellos pasa por asistir a la Misa del Gallo. 

  Para algunos, las navidades son, simplemente, un periodo vacacional más y aprovechan estas fechas para viajar, son los típicos “pseudoateos”, aquellas personas que, no creyendo en los preceptos religiosos, en cambio, sí creen en las vacaciones de navidad, en las de semana santa y todas las festividades religiosas del calendario a condición de que sean días no laborables.

 Los centros comerciales, por su parte, intentan convencernos de que las navidades duran dos o tres meses, y que es necesario que gastemos un montón de dinero para poder ser felices; por ello, cada año que pasa inician la campaña de ventas navideñas con mayor antelación no siendo raro ver ya, en la primera quincena de octubre, cómo algunos establecimientos empiezan a ofrecer en sus estanterías productos navideños.


 Podemos encontrar lotería de navidad a la venta, en las correspondientes administraciones , desde el verano; en noviembre, la televisión ya nos trae a la pantalla películas sobre temas navideños; a primeros de diciembre e incluso últimos de noviembre, casi todas las ciudades alumbran sus calles con las luces de navidad; llegan las inevitables comidas y cenas de empresa  en las que te ves sentado a la mesa con gente a la que incluso aborreces; también llegan las cenas de los cuñados que a veces no sabes si definirlos como enemigos amigables o simplemente enemigos;   hay que hacer frente a la interminable lista de regalos de Papa Noel y de los Reyes Magos, la televisión nos bombardea continuamente con anuncios de juguetes, cavas, turrones y  colonias -como si sólo necesitáramos oler bien en esta época del año-.

  La suma de todo este barullo de cosas y circunstancias, que por estas fechas se nos viene encima, provoca que muchas personas acaben sintiendo auténtica aversión hacia la Navidad, de modo que, para ellos supone un gran alivio dejar atrás el día de Reyes, una vez que finalizan las fiestas, considerándose unos auténticos supervivientes de las mismas, aunque haya que enfrentarse a la cuesta de enero.

 Una cuesta que, en realidad, la hemos creado nosotros con los gastos que realizamos durante las navidades; y a la que el gobierno contribuye generosamente, todos los años, con las correspondientes subidas de impuestos –una forma un tanto extraña de felicitarnos el nuevo año a los ciudadanos.

 Esta distorsión de la Navidad a la que asistimos es especialmente perceptible en las ciudades, pero el fenómeno no es ajeno a los pueblos; en muchos de ellos, la celebración de la navidad ha cambiado enormemente dando lugar a que una serie de costumbres, que se desarrollaban en ellos durante el Tiempo de Navidad, hayan desaparecido, prácticamente, en su totalidad,  siendo sustituidas por otras “más acordes” a los tiempos actuales; algunas, incluso rozan el esperpento como lo ocurrido en un pueblo  donde el alcalde un año se empeñó  en encender personalmente las luces del pino que había mandado colocar en la plaza,  convocando a los vecinos,  como si aquello fuera el árbol de navidad del Rockefeller Center neoyorkino

  El pueblo apenas superaba los 200 habitantes, era de noche, hacía mucho frío, y al evento solo asistió el alcalde, acompañado por algún familiar próximo y el alguacil (este último, al ser funcionario municipal, supongo que lo haría obligado por las circunstancias y no porque le entusiasmara ver un pino iluminado).

   En otro pueblo, los quintos organizaron una Cabalgata de Reyes y, al no haber camellos, lo cual es comprensible, utilizaron unos burros en su lugar. Como sólo había montura para dos, decidieron que sólo saldrían dos reyes en la cabalgata, con el consiguiente enojo del cura cuando se enteró de lo sucedido, por el poco rigor histórico que supuso haber prescindido de un rey -aquellos que quieran pensar un poco, les reto a que averigüen cuál de los tres reyes no salió aquel día en la cabalgata. Hoy día aquellos chicos hubieran sido hasta tachado de racistas-

   Otra vez, el día de Navidad, cuando la existencia de entidades bancarias en los pueblos no era una rareza como en los tiempos que corren, un bromista -algunos sospechan que fue obra de un estudiante de publicidad y marketing -  colocó en la puerta de la única entidad bancaria del pueblo una misiva escrita, que decía así: “Con un préstamo de esta entidad, la Virgen hubiera parido en una buena clínica”.

   Al día siguiente, el empleado de la oficina, al incorporarse a su trabajo, no reparó en la nota que permaneció allí expuesta, en la puerta, gran parte de la mañana, hasta que una mujer llegó a la oficina a hacer una operación y, tras leerla, le dijo al empleado que le parecía irreverente que una entidad bancaria hiciese ese tipo de publicidad. Éste, no dando crédito a lo que oía, se asomó a la puerta y, asombrado, comprobó la veracidad del asunto -lo veraz era que allí estaba la nota, no que la entidad ofreciese el préstamo-.

  Estas son “formas modernas” de celebrar la navidad en el medio rural; en cambio, en los pueblos, hasta no hace muchos años, durante el Tiempo de Navidad, se celebraban una serie de tradiciones muy interesantes,  muchas de ellas ya  desaparecidas. Una de estas tradiciones, ya en desuso, era la de pedir “el aguinaldo”. 

  Conocemos por aguinaldo el regalo que, en dinero o especie, se daba durante el Tiempo de Navidad a grupos de niños o jóvenes que recorrían el pueblo cantando, a la puerta de las casas, unas canciones de estructura y musicalidad sencilla, específicas para la ocasión.

  El día de pedir el aguinaldo variaba, dependiendo de cada lugar; en unos sitios se hacía el día de Navidad; en otros el día de Año Nuevo y, finalmente, en otros pueblos, tenía lugar la víspera de Reyes.  En esta última fecha, era cuando salían a pedirlo en Barruecopardo.

    El petitorio tenía lugar en la tarde-noche del 5 de enero. Cuadrillas de niños y no tan niños recorrían todo el pueblo llamando en la puerta de las casas y, cuando sus moradores salían a abrir, les preguntaban.

-  Sr./a ***** ¿Cantamos, rezamos o lloramos?

    Si el dueño/a de la casa solicitaba rezar, todos rezaban - esta opción era la elegida cuando había fallecido algún familiar próximo, a los dueños de la casa, durante el año anterior -.  

  Si lo elegido era llorar, todos lloraban; eso sí, con poca convicción, pero como se iba a pedir, con tal de agradar, había que cumplir lo solicitado.

 Por último, si la opción elegida era cantar, cantaban "El Aguinaldo" que en nuestro pueblo decía así:

                     Hoy es víspera de Reyes

                     Año nuevo ya pasado  

                     entre damas y doncellas

                     vengo a pedir aguinaldo

                       

                     Yo se lo vengo a pedir

                      a este caballero honrado

                      que me de de los sus bienes

                      como Dios se los ha dado  

                        

                      Cuchillito de oro veo relucir

                       chorizo y morcilla me van a partir

                       no quiero morcilla rancia 

                       ni tampoco farinato

                       que quiero una longaniza

                        tan larga como el mi brazo


   Entonces, "el caballero honrado" les daba a los componentes de la cuadrilla un donativo en dinero (pocas veces), o en especie (morcilla, farinato, almendras, dulces...).

 La longaniza, que era lo que se pedía en la canción, casi nunca llegaba.

sábado, 16 de diciembre de 2023

La anécdota de mi vida

  

   Una mañana de diciembre, en un pequeño pueblo de Extremadura, a través de los altavoces del ayuntamiento se oyó el siguiente mensaje:

   “Desde hace varios días se encuentra depositada, en este ayuntamiento, una cartera con dinero y sin documentación alguna. Como nadie ha venido aún a preguntar por ella, este aviso es para el dueño o dueña de la misma, con el fin de que pase a recogerla”.

    Tras oír el aviso, acudieron tres personas a reclamar la cartera, alegando que la habían perdido unos días antes. No habían caído en la cuenta que era el 28 de diciembre, obviamente, la cartera no existía. 

     Aquello resultó ser una broma del alcalde con la complicidad el secretario y el municipal – en los pueblos de Extremadura, al alguacil lo llaman municipal-

   Curiosamente, en otro pueblo, un día sucedió lo contrario siendo varios vecinos quienes gastaron una broma al secretario del ayuntamiento, aunque no era un 28 de diciembre, sino un día del mes  julio.

   A veces suceden anécdotas en las que el protagonista afirma que es la “anécdota de su vida” porque está convencido que es imposible que vuelva a ocurrirle algo similar, como sucedió con aquel hombre.

    Se llamaba Nino y era el secretario no de un ayuntamiento sino de varios, un hecho muy habitual en los municipios salmantinos pues, casi todos ellos, al ser pequeños, no pueden mantener un secretario propio y éste es compartido entre varios lugares.

  Si a ello sumamos que, como sucede con el resto de funcionarios que ejercen su profesión en el medio rural, casi todos viven en la ciudad desde donde se desplazan, a diario, a realizar su actividad a los municipios donde trabajan; apenas tienen contacto con los vecinos de los pueblos donde trabajan y a muchos ni les conocen.

 Este hombre, se había incorporado a su actividad, como secretario, en aquel pueblo, tan solo unas semanas atrás; aquel día, salió de su casa, en la ciudad, temprano, como hacía habitualmente, llegó al pueblo, aparcó el coche, entró en el despacho del ayuntamiento y una vez encendido el ordenador, mientras este cargaba los programas, miró la calle a través de la ventana pudiendo ver como el sol iluminando la plaza del pueblo así como las fachadas y tejados de las casas.

   Una mujer pasaba en ese momento por la plaza, con una bolsa camino de la tienda…todo normal; todo parecía indicar que aquella iba a ser una jornada rutinaria como las demás; se sentó a la mesa, preparó unos documentos e inició su trabajo.

    No llevaba aún una hora en la oficina, enfrascado en su trabajo y alguien llamó a la puerta  a la par que la abría, entraba sin esperar respuesta alguna, la cerraba y ya dentro fue cuando dijo:

 - ¡Con permiso!

   El secretario, miró con fastidio al hombre que tenía en pie ante él. Si para aquel vecino, pedir permiso para entrar consistía en pasar y, una vez dentro, decir que si podía hacerlo ¡qué sería para él no pedirlo!

   No obstante, decidió pasar por alto ese detalle. Si otro día volvía a repetirse el incidente, habría que llamarle al orden, pero no estaba dispuesto aquel día a dar lecciones de urbanidad.

  El hombre, entonces, se sentó sin más en una silla ante él, al otro lado de la mesa, y dijo:

 - Me siento si no le importa.

  Y si me importa que, si ya está sentado -continuó en sus pensamientos el secretario-. Esta gente de los pueblos…

   Como solo llevaba unas semanas trabajando allí y además repartía su actividad con otros dos pueblos, apenas conocía a los vecinos de ninguno de ellos, pero al hombre que tenía delante ya le había visto antes en una ocasión y se acordaba perfectamente de él.

   Algunos días, a media mañana, en su rato de descanso, confraternizaba con el alguacil, el alcalde o alguno de los concejales que hubiera ido por el ayuntamiento y salía a tomar con ellos algo al bar de la plaza, siendo en el mismo donde le había visto e incluso había cruzado alguna palabra con él.

   Tendría unos cuarenta años, cara agradable, zapatillas deportivas, pantalón y camisa vaquera, sombrero para el sol… todo a juego; pero lo que llamaba especialmente la atención era que llevaba lo que él pensaba que era un pañuelo al cuello a pesar de ser verano.

   El día que le conoció, se lo había presentado el alguacil y le había dicho:

 - Este "cowboy" es Cienfuentes, realmente se apellida Cifuentes, pero todos le llamamos así; siempre va vestido de vaquero, un día iba a entrar en un banco y le cerraron la puerta por dentro pues pensaban que iba atracarlos…como siempre lleva un pañuelo en el cuello, dirían: ahora se tapa la cara, saca el revólver y nos roba.

 - Yo creo que en el banco si roban a alguien es a los clientes- se defendió el aludido- Además, esto no es un pañuelo…es una braga que es mucho más práctico.  El día que la compre, en Décatlon  -siguió contando- se formó un lio tremendo. Quería comprar dos, llegué a la tienda, recorrí varios pasillos, no las veía y pregunto a una dependienta;

 - ¿Dónde tienen ustedes las bragas?

 Ella me miró muy sorprendida y respondió con todo el descaro

 - No sé por qué pregunta eso, ¡dónde quiere que las tengamos!

 Me extrañó su respuesta y le respondí:

 - Mire, yo quiero comprar unas bragas y nos las veo por ningún lado

 - ¿Y que quiere, que se las enseñe yo? –contestó ella muy irritada.

 - Pues claro…por eso se lo estoy diciendo a usted ¿no es una empleada de la tienda?

 En ese momento, pasaba el vigilante de seguridad cerca y le llamó la chica:

 - ¡Enrique! este sinvergüenza se está metiendo conmigo

 - ¡¿Yo?! Señorita quiero comprar unas bragas para el cuello y solo le he preguntado donde las tienen porque no las encuentro.

  - Es en este otro pasillo –respondió la chica sin más, bastante cortada- y se fue a toda prisa dejándonos al vigilante y a mí mirándonos.

    Fue entonces cuando me di cuenta del malentendido. No es lo mismo una braga para el cuello que unas bragas…ese fue el malentendido.  Así que tuve que explicarle lo sucedido al vigilante.

  Ya sabéis –concluyo su narración- si vais a comprar una braga para el cuello aclaradlo bien para que no os ocurra lo que a mi.

   Cifuentes, era electricista, una vez había sufrido una descarga eléctrica y había estado a punto de morir, le habían hecho una traqueotomía en el hospital, le había quedado una cicatriz poco estética en el cuello y ese era el motivo de que, incluso en verano, prefiriera llevarlo tapado.

  El secretario todo esto se lo había escuchado a él y al alguacil aquel día, y por ello le conocía.

   Se dice que la ropa es un claro reflejo de la personalidad de cada uno, de modo que, quien utiliza ropa clara, denota ser optimista, mientras que los pesimistas suelen preferir colores oscuros.

 El hombre que tenía delante debía ser muy optimista, así como un admirador de los nativos americanos pues aquel día llevaba una camiseta muy colorida con el rostro de un gran jefe indio estampado en el pecho de la misma.

 - Tú eres Cifuentes ¿verdad? –preguntó el funcionario

 - Sí, ha acertado usted. ¡Verá!  -siguió hablando- He perdido una cartera con dinero…bastante dinero, no lleva documentación alguna y estoy preocupadísimo.

  Soy electricista, soy autónomo, una desgracia como otra cualquiera de las que tenemos en España, y los gastos se me acumulan pues tengo un hijo estudiando fuera que cuesta lo suyo y además una mujer que es bastante caprichosa.

  Hay mujeres que cuando ven una buena tienda de ropa eso las hace felices…para ellas es como estar en el paraíso, y eso que Eva creo que andaba desnuda por allí; bueno, pues la mía es así; además, tiene muy buen gusto, solo le gusta lo bueno y eso se paga.

  También tengo una niña pequeña y, tanto la niña como los demás, tenemos que comer todos los días y sin dinero, ya me dirá usted cómo.

    Usted dirá que para qué le cuento mi vida, es que me ha salido un trabajo…montar la instalación de tres casas; hace un rato saqué todo el dinero que tenía en mi cuenta para comprar el material, lo metí en la cartera y ha sido precisamente al salir del banco cuando la he perdido.

  Del dinero que hay en la cartera, ahora mismo, dependemos enteramente mi familia y yo para poder comer.

   Cuando el vecino acabó de hablar, el secretario permaneció unos segundos en silencio, antes de responder. Sopesó lo que le estaba contando el hombre, valoró lo importante que era para él recuperar la cartera y le respondió:

 - Siento lo de la cartera. Pero no sé que puedo hacer por ti. Si alguien la encuentra y la trae al ayuntamiento, ya sé que eres tú quien la ha perdido. Le digo a Crisanto, el alguacil, que te la lleve.

 - Por eso venía, para avisarle que si alguien encuentra una cartera… es mía, en ella está casi todo lo que tengo, exactamente 3500 euros, para pagar el material, para comer, para todo…. 

 - Vale, espero que haya suerte, alguien la encuentre y la devuelva.

 - Ya veremos…usted, como lleva poco tiempo aquí, no conoce aún cómo es la gente de este pueblo. A lo mejor alguien la trae diciendo que la ha encontrado y que estaba vacía…eso sí que puede pasar. Hay algunos que, con tal de apañar dinero, son capaces de cualquier cosa.

 - Malo será hombre. Seguro que quien la encuentre la trae y yo te lo hago saber…no te preocupes.

    Apenas había pasado un cuarto de hora, desde que se fue el hombre de la cartera perdida, y alguien volvió a llamar a la puerta.

 - ¡Pase!, dijo el secretario desde su mesa, sin querer levantarse de la silla.

   Pero quien estuviera al otro lado de la puerta no pasaba, y el secretario, desde su asiento, volvió a invitarle a entrar, casi gritando:

 - ¡¡Pase!!

    La persona que había llamado no pasaba y además volvió a golpear la puerta, algo que irritó al secretario.

 ¡Quién será el pesado éste! Unos pasan y piden permiso para entrar cuando están dentro, y otros no entran aunque se lo des -mascullaba muy contrariado al verse obligado a levantarse de la silla para ir a abrir la puerta-

   Tras ella pudo ver que quien había llamado era una mujer. La hizo pasar y la invitó a sentarse en la mesa, frente a él.

    Observó que, igual que Tomás, también vestía una ropa muy colorista; una camiseta de manga corta de color azul claro con letras estampadas en el pecho con el mensaje “Hoy es el mejor día de tu vida”, un pantalón corto de tela vaquera, así como unas zapatillas deportivas y era muy atractiva.Morena, con melena larga, le calculo entre 35 y cuarenta años

  - ¿Por qué no pasaba cuando se lo dije? - preguntó el secretario.

   Pero la mujer, en vez de contestarle, comenzó a hablar por su cuenta, como si no hubiera oído la pregunta.

 -  ¡Tiene que hablarme alto! Tengo un problema muy serio; soy algo sorda, utilizo audífonos y se le han acabado las pilas ayer a los dos a la vez, que ya es mala suerte; como hable bajo me quedo "in albis".

    Al oírla, el secretario la miró con arrepentimiento. Ahora entendía por qué no había entrado cuando la invitó a pasar; simplemente, es que no le había oído. Pobre mujer –pensaba-  y yo despotricando porque no entraba.

  Con el fin de apaciguar su conciencia, se dispuso a mostrar la mayor empatía posible con la vecina sorda que tenía delante. Qué pena, con lo guapa que es, resultaba que era sorda; está visto que la felicidad nunca es completa -pensaba el secretario-.

 - ¿Y cómo puede andar por la calle sin los audífonos…sin oír? -preguntó.

 - ¡Bah, para lo que hay que oír a veces!  -contestó ella con desdén- Le voy a decir a lo que he venido,  he perdido una cartera y quería hablar con usted por si la ha encontrado alguien y la ha traído al ayuntamiento.

  Solo contiene dinero, la documentación la llevo siempre en otro lado. En la cartera llevaba, exactamente, 3.000 euros.

   Al escuchar sus palabras, el secretario la miró estupefacto. Aquel era un pueblo pequeño, apenas llegaba al medio millar de habitantes, y en la misma mañana había dos personas que afirmaban haber perdido una cartera con importantes cantidades de dinero: uno con 3.500 y otra con 3000 euros.

   Aquello era demasiada casualidad; por otra parte, no entendía por qué la gente de aquel pueblo llevaba tanto dinero en efectivo. Cifuentes para comprar material, y aquella mujer a saber para qué.

  - Entonces…¿no llevaba usted documentación en la cartera?, preguntó a la mujer, alzando bastante la voz para que pudiera oírle.

  - ¡Por favor, no grite! - protestó ella-. Aunque soy sorda, "no lo soy del todo".

 - ¡Vale! ¡vale! Disculpe -se justificó el funcionario, bajando la voz.

 - No sé lo que está diciendo ahora - dijo entonces la mujer.

   El secretario, bastante confundido, no sabía cómo seguir hablándola: si lo hacía alto, le decía que no le chillara; y si hablaba bajo, le decía que no le oía. ¿Cuál es el tono que necesito para hablarle a esta mujer sin que se ofenda? –se preguntaba - 

 - ¿Por qué llevaba tanto dinero en la cartera? Eso ya no lo hace casi nadie; es mejor pagar las cosas con tarjeta, así evita que se repita el suceso que le ha ocurrido

 - No sé si le estoy entendiendo bien ¿está diciendo que coma jeta y queso escurrido? ¿Por qué me dice eso?

 - No por favor…no he dicho eso –se disculpó él, alzando inconscientemente la voz nuevamente- lo que he dicho es T-a-r-j-e-t-a, s-u-c-e-s-o y o-c-u-r-r-i-d-o.

 - ¡No de voces¡ -protestó ella- le repito que tan sorda no estoy

  Nino, el secretario, estaba desconcertado. Haciendo memoria del temario de oposiciones, no recordaba en qué parte del reglamento de la administración local ponía que fuera misión del secretario ser depositario de los objetos perdidos, ni de cómo hablarle a un sordo "que no lo es del todo", que no lleva puestos los audífonos, y que no quiere que le hablen alto. -La de cosas inútiles que hay que estudiar a veces, para ganar una oposición-.  

 -  Aquí nadie ha traído cartera alguna; si alguien la trae…se la recojo.

 - De acuerdo. Muchas gracias. No sabe la falta que  me hace ese dinero.  Es todo el que tengo; como no parezca la cartera, voy a tener que pedir un préstamo para poder comer el resto del mes.

 - Espero que la encuentre alguien y se la devuelva.

 - Aquí hay gente que es muy ladrona -aseveró la mujer- , a lo mejor quien la encuentre se queda con el dinero y la devuelve vacía.

 - No creo que sea tan mala – respondió el secretario intentando tranquilizar a la mujer. Si aparece la avisamos. ¿Como se llama usted?

 -  Me llamo Nina ¿y usted?

 - ¡Que casualidad! Yo me llamo Nino –respondió el secretario.

 - ¿Eso es diminutivo de Saturnino, Alfonsino, Diamantino …?

 - No, solo Nino…es que existe San Nino. ¿Usted es Antonina, Clementina, Georgina…?

 - Tampoco…solo soy Nina. ¡Vaya coincidencia!

 - Efectivamente. Bueno si aparece la cartera, la aviso Nina

 - ¡Cómo que si aparece! ¡¡tiene que aparecer!! Si la trae alguien y ve que no está el dinero, le dice que no sea ladrón y que lo devuelva.

   Nino estuvo apunto de decirle que, casualmente, a otro vecino le había ocurrido lo mismo y había pasado por allí un rato antes; pero estar con una mujer a la que no sabía en qué tono hablarle le incomodaba mucho y se calló.

    Cuando ella salió del despacho, el secretario, al quedar solo, hasta sintió alivio.

    Llevaba un buen rato intentando reanudar su trabajo y no podía concentrarse debido al asunto de las carteras perdidas, aquello le parecía hasta inverosímil.  Era incapaz de entender que, en un pueblo tan pequeño, dos personas hubieran perdido una cartera casi a la vez, las dos sin documentación y encima con bastante dinero.

   Las casualidades existen, pero a veces rozan lo increíble y esta era una de ellas.

   Estaba sumido en estos pensamientos, cuando volvió a llamar alguien a la puerta y hasta tuvo el temor de que fuera un tercer vecino diciendo que había perdido otra cartera, sintiendo un alivio enorme a ver que se trataba de Crisanto, el alguacil que, para su sorpresa, traía una cartera en la mano.

 - Buenos días Nino. ¿Ha venido alguien preguntando por una cartera perdida? Un hombre ha encontrado ésta hace un rato y me la ha dado por si alguien viene a reclamarla.

 - ¡Menos mal que ha aparecido! Pero no solo ha venido uno preguntando por una cartera, han venido dos.

 - ¡Eso no puede ser! ¿Cómo pueden haber venido dos personas preguntando por la cartera?, solo puede ser de uno; el problema es que no hay documentación alguna que pueda aclarar de quien es, si la hubiera ya se la habría llevado ya.

 - Casualmente, eso es lo me han dicho los dos que han venido, cada uno de ellos afirma haber perdido una cartera y ninguno llevaba documentación alguna en la misma, solo dinero.

 - Estás diciendo que dos personas han perdido una cartera con dinero y sin documentación. Estas de broma ¿verdad? …eso es imposible.

 - De imposible nada. Han venido dos personas, cada una por su lado, y eso es lo que me han contado

 - De todos modos -dijo el alguacil- tampoco hay problema, aquel de los dos que acierte la cantidad de dinero que tiene, se la damos a él.

 - O a ella –aclaró Nino- uno de ellos es una mujer. Al menos no llevaban la misma cantidad, porque ya sería el colmo;  él afirmaba que llevaba 3500 euros y ella 3000 ¿has contado el dinero que hay en la cartera?

 - Sí, pero estás hablando de unas cantidades… En la cartera solo hay 35 euros

Solo hay 35 euros

 - Pues aquí han venido dos personas, una es Cifuentes y otra que se llama Nina, diciendo los dos que han perdido una cartera, la de él con 3500 euros y la de ella con 3000.

 -  No les hagas caso a ninguno de los dos, es imposible que lleven esas cantidades en una cartera.  Como mucho, en la de él puede haber 35 y en la de ella 30. Les conozco bien…esos dos viven al día y seguramente no tienen ese dinero ni en el banco.

 - Pues a mi me ha parecido que eran muy sinceros.

 - No les hagas ni caso a ninguno de ellos. Estoy convencido que esta cartera ni siquiera es la suya.

 - Con esas cantidades seguro que te van a decir que no.

 - ¿Apuestas algo a que, si les ofreces la cartera a cualquiera de los dos, afirman que es la suya?

 -  Tanto ella como él hablaban muy en serio y me parecieron sinceros. Además, ella es sorda y los    sordos son muy desconfiados; decía que aquí hay gente que es muy ladrona, que seguramente    la cartera aparecería, pero sin el dinero y ahora te presentas tú con una cartera casi vacía…la mujer lo ha clavado.

 - Si es la Nina que yo pienso, oye mejor que tú y que yo.

 - ¿Y de Cifuentes que me dices… que no es electricista y que no hace montajes eléctricos?

 - Cifuentes es profesor de matemáticas y trabaja en un instituto, ni vive aquí; como no haya venido de vacaciones…

 - Pero si fuiste tú quien me contó que era electricista y que lleva el pañuelo o la braga al cuello para tapar una cicatriz de una traqueotomía.

 - Ese es Cienfuentes, no Cifuentes. ¿Entonces, cual de ellos ha estado hoy aquí hablando contigo?

  - ¡Y yo que sé…me estás haciendo dudar! Pero la cara era la del hombre que vimos en el bar hace sólo dos días, de eso estoy seguro.

 - ¿Llevaba una braga del cuello?

 - No me he fijado, de eso no estoy seguro; pero de su cara,  te repito que sí estoy seguro.

 Entonces...–continuó hablado el secretario- aquí hay dos personajes, uno es Cifuentes y otro es Cienfuentes, este pueblo está llenos de casualidades.

 - Sí. Son dos personas diferentes Los dos, realmente son Cifuentes, pero a uno lo llamamos Cienfuentes para distinguirlo del otro.

 - Y además aseguras que no te crees lo de las dos carteras perdidas –añadió el secretario

 - ¿Tú no crees que es demasiada coincidencia? –preguntó el alguacil-  Dos personas pierden la misma mañana una cartera, las dos con mucho dinero y sin documentación alguna. Eso no pasa ni en las películas…yo no me preocuparía por eso

 -Pues yo no he hecho otra cosa que pensar en el asunto desde que he han estado aquí los dos.

 - No te preocupes… de verdad, eso lo resuelvo yo. Vamos a tomar un café al bar, te relajas y verás como vuelves a la oficina como nuevo. Además, no nos va a costar nada…pagamos con el dinero de esta cartera que me han dado -dijo Crisanto riendo-. Cuando aparezca el dueño le decimos que el café nos lo hemos cobrado de aquí por guardársela. 

 - ¿Y si aparecen Nina y Cifuentes…o Cienfuentes? Ahora no sé ni con quien he estado. El caso es que dijo ser Cifuentes, de eso estoy seguro, pero también me dijo que era electricista...no entiendo nada, pero era su cara, de eso sí estoy seguro.

 - Si es electricista es Cienfuentes –dijo Crisanto- pero da igual; aparezca el que aparezca, yo hablo con él o con ellos si aparecen los dos…tú tranquilo. Te he dicho que vas volver a la oficina relajado y con el asunto de las carteras resuelto, ya verás.

   Nino y Crisanto, tras cerrar la secretaría, salieron del ayuntamiento, fueron la bar de la plaza, pidieron un café, apenas llevaban cinco minutos en el establecimiento y entró un hombre con pantalón vaquero, una camiseta que llevaba estampada en el pecho el rostro de un gran jefe indio, gafas de sol  y un sombrero y Nino le dio en el brazo a Crisanto que estaba de espaldas a la puerta.

  - Ahí lo tenemos, acaba de entrar.

 Crisanto se dio la vuelta y le llamó:

 - ¡Cifuentes! Ven para acá hombre y tomas un café con nosotros.

 El hombre se acercó, le saludó y Crisanto dijo:

 - Mira este es Nino el nuevo secretario ¿ya le conocías?

 - No, encantado –dijo, a la vez que le daba la mano-  Soy Ramiro, aunque en el pueblo me llaman Cifuentes.

   Nino, muy sorprendido, le dio la mano cortésmente mirándole a la cara y al cuello; no tenía braga ni cicatriz alguna. Pero la camiseta con la cara del jefe indio estampada en el pecho era la misma  que él había visto hacía un rato, así que estaba plenamente convencido que se trataba de la misma persona que había ido a verle diciendo que había perdido la cartera, y no entendía por qué había dicho que no le conocía .

 - ¿Usted ha estado esta mañana en la secretaría?

 -  No, hace mucho que no voy al ayuntamiento. No tengo nada pendiente –contestó con naturalidad

 Nino, incrédulo ante sus palabras, aún insistió

 - ¿Está seguro que no ha estado en la secretaría, esta mañana, hablando conmigo?

 Cifuentes miró a Crisanto poniendo cara de extrañeza antes de contestar.

 - ¿Qué le pasa a este señor? Si me preguntara que si he estado en el ayuntamiento hace un año, hasta         lo dudaría, pero esta mañana… Le garantizo que no. Además...acabamos de conocernos.

 - Creo que te ha confundido con Cienfuentes –respondió Crisanto- .

 - Eso es otra cosa…mucha gente nos confunde. Se trata de otra persona –dijo mirando a Nino- no es         la primera vez que ocurre.

 -  Pues lleva una camiseta exacta a la suya -aseguró el secretario con desconfianza.

 - La habrá comprado en el mismo mercadillo que yo. Pero él es Cienfuentes y yo soy Cifuentes.

 - ¿Y tanto os parecéis que hasta os confunden? –insistió el secretario.

   Estaban en estas, cuando entró una mujer en el bar y el secretario la reconoció, era la misma que había estado en el ayuntamiento preguntando por la cartera perdida, aunque ahora no tenía la misma camiseta que llevaba cuando había estado en la secretaría sino otra diferente; esta también llevaba estampada la cara de otro jefe indio, aunque distinto al de Cifuentes y eso le hizo dudar ¿Sería la misma mujer que él había visto?

 - Mira quien acaba de entrar -dijo Crisanto.

 - ¡Lorena! ven…estamos aquí –la llamó Cifuentes.

   La mujer se acercó al grupo sonriente y Nino no dejaba de mirarla a la cara notando que ella no le prestaba atención alguna, como si no le hubiera visto en la vida.

 - Hola Crisanto –saludó-

 - Este es el nuevo secretario y se llama Nino -les presentó Cifuentes- Es Lorena, mi mujer. Este señor piensa que he estado en el ayuntamiento esta mañana y ya le he dicho que acabo de salir de casa. Me ha confundido con Cienfuentes.

 - Encantada  -dijo ella dando la mano a Nino, que no dejaba de mirarla a la cara, fijamente, cada vez más desconcertado.

  El rostro de aquella mujer era exactamente igual al de la mujer que había estado ante él, en el ayuntamiento, una hora antes; pero se llamaba Lorena, oía perfectamente y la camiseta no era la misma que llevaba la otra.

    Allí cabían dos opciones, en aquel pueblo sucedían demasiadas casualidades o le querían volver loco entre todos. Pero él no se cohibió

 -  Usted supongo que tampoco ha estado en la secretaría esta mañana.

 -¡Yo!  ¿Para qué iba a ir al ayuntamiento?

 - Discúlpeme, una mujer que se parece mucho a usted, ha estado esta mañana en la secretaría hablando conmigo porque había perdido una cartera con dinero. Se llama Nina.

 - Yo soy Lorena, en cuanto a la cartera –llevó al mano al bolsillo y sacó un pequeño monedero- no he perdido nada

 -Perdónenme los dos…de verdad, van a decir ustedes que estoy tonto, pero esta mañana un hombre y una mujer que se les parecen mucho a ustedes dos…pero mucho, han estado conmigo en el ayuntamiento y les he confundido con ustedes; también les aseguro que no he bebido ni fumado nada ilegal. Solo he desayunado en casa ante de venir al pueblo y he tomado lo mismo que todos los días.

 Crisanto miraba sonriendo a Cifuentes y a Lorena, ellos a él y dijo ella.

 - Nino, espere un momento. Ahora seguimos hablando

   El secretario vio que Lorena salía a la calle e inmediatamente volvía a entrar acompañada por una pareja; él era idéntico a Cifuentes y ella a Lorena, quedando totalmente perplejo…ahora lo entendía todo

   Llegaron hasta ellos, los tres muy sonrientes viendo la cara de perplejidad que presentaba el secretario. Cifuentes y Cienfuentes eran hermanos gemelos y ellas también; además, eran parejas… estaban casados los dos hermanos con las dos hermanas.

 - No hace falta que hagamos más presentaciones –comentó Crisanto- ya os conocéis todos.

  El funcionario permaneció un momento en silencio, mirándolos a todos, y al fin dijo: 

 - No sabéis el alivio que siento al veros a los cuatro, pensé que me estaba volviendo loco;  entonces... ¿a quienes he visto en el ayuntamiento por fin?

 - He estado yo primero, dijo Cienfuentes y mi cuñada Lorena. Además, hemos intercambiado las camisetas entre nosotros.  La broma ha sido idea de Crisanto; nosotros solo hemos sido los ejecutores.

   Anteayer vinieron Lorena y mi hermano de vacaciones al pueblo y lo ideamos los seis. Lola, la mujer de Crisanto, es hermana de ellas; ella no es gemela con nadie, así que somos cuñados de Crisanto.

   Esta broma ya la hemos gastado mas veces, en el pueblo no claro…aquí nos conocen; como usted es forastero era la persona idónea para repetirla.

 - Entonces no hay carteras perdidas, Nina no es sorda y nadie va a pasar hambre el resto del mes. No sabéis lo que me alegro…

  ¡Vaya anécdota! No se me va a olvidar en la vida.