domingo, 10 de julio de 2022

El motín

 

 

   Un motín es una revuelta popular, ante un dirigente, por una orden que la gente considera injusta; ejemplos de motines famosos, que tuvieron lugar en nuestro país, fueron el motín de Esquilache, y el de Aranjuez.

   Una vez, en nuestro pueblo, ocurrió un suceso y no tengo la plena seguridad de que pueda ser catalogado como motín, eso lo dejo a criterio de cada uno.

    En el campo, cuando el terreno es poco fértil, como ocurre en nuestra comarca, no es cultivado dejándolo, de forma permanente, para pastos; de ahí que nuestra zona sea eminentemente ganadera, alimentándose el ganado con pastos naturales, cuando los hay, así como con forraje, pienso y, especialmente, paja empaquetada en pacas o rulos, en aquellas épocas del año donde los pastos escasean. Obviamente, la paja, si no se cultivan cereales, hay que comprarla en aquellos lugares donde sí lo hacen, pero esto no siempre ha sido así.

   Aunque, actualmente, la ganadería supone, prácticamente, el 100% de la actividad de nuestros paisanos, hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo pasado, la agricultura aún tenía un importante papel en la vida de nuestros pueblos, y el trabajo en el campo se repartía casi, a partes iguales, entre la agricultura y la ganadería, dedicándose grandes superficies de terreno a la siembra de cereales.    

   Si tenemos en cuenta que antes, en el campo, gran parte del terreno eran tierras abiertas, y que las explotaciones ganaderas se desarrollaban en régimen extensivo pastando el ganado, frecuentemente, en campo abierto, esto era origen de frecuentes conflictos por el peligro de que vacas, ovejas, cabras… se metieran en el terreno cultivado y comieran las cosechas.

   Para intentar solucionar esta circunstancia, haciendo posible que la agricultura y la ganadería fuesen compatibles, nuestros antepasados establecieron una serie de normas de obligado cumplimiento para todos, siendo éste el origen de las “Hojas de Cultivo”. Un método de producción, cuyo objetivo era hacer posible los cultivos en terrenos poco productivos; como en ellos no era posible sembrar las mismas parcelas todos los años, porque había que dejar descansar la tierra, la siembra de la siguiente cosecha se efectuaba en otros pagos.

   Este sistema de rotación de los cultivos, donde va alternándose cada año el terreno dedicado a la siembra de los cereales, era conocido como “Hojas de Cultivo”. Cuando la rotación era bianual se decía que había dos hojas, una reservada para siembra y otra de descanso; en cambio, cuando la rotación de los cultivos era trienal, entonces las hojas eran tres; siendo esta última modalidad la que se realizaba en nuestra comarca.

   En este segundo caso, el término municipal se dividía en tres hojas de superficies semejantes y lo más homogéneas posibles; una era la Hoja de Cultivo, que era el terreno destinado cada año a la siembra y cosecha de los cereales; en ella, obviamente, no debía pastar el ganado; la segunda, era la Hoja de Barbecho, integrada por el terreno que se preparaba para el cultivo del año siguiente, en el que se realizaban varias aradas (tras las lluvias del invierno para remover la tierra, en primavera para  eliminar las malas hierbas y enterrarlas, sirviendo estas como abono; y otra en otoño, para la siembra); la tercera hoja era la Hoja de Descanso, constituida por el terreno que había sido sembrado el año anterior.

   Tanto en la zona de barbecho como en la de descanso sí podía pastar el ganado, con la ventaja añadida de que el terreno era abonado de “forma natural” (una forma fina de decir que sus excrementos fertilizaban la tierra de un modo muy ecológico).

     La idea del cultivo en hojas tuvo su origen en la Edad Media no siendo exclusivo de nuestra zona, era una práctica muy extendida por todo el país y requería una buena coordinación entre los propietarios para evitar desfases en el uso de las parcelas (cada año debían estar al tanto de las hojas para realizar todos las mismas actividades en cada una de ellas: sembrar, llevar el ganado…).

   A grandes rasgos, este era el funcionamiento de las hojas; para vigilar que todos cumplieran las normas debidamente, existía un guarda jurado. Éste, cuando alguno incumplía la normativa, como por ejemplo llevar ganado a una zona que no correspondía, procedía a multarlo.

     Todos los años, una vez acababa la siega, cuando los manojos de cereal ya estaban apilados en las eras para proceder a la trilla (una actividad ya desaparecida desde que llagaron las cosechadoras); se daba por finalizada la Hoja de Cultivo, liberándose entonces el terreno perteneciente a la misma para que los animales pudieran aprovechar los rastrojos. Este acto era conocido como “Levantar la Hoja”, se anunciaba tocando la campana del ayuntamiento, y era una noticia muy esperada por los ganaderos,

 Si consideramos que esto tenía lugar en julio, cuando en los campos ya apenas quedaba pasto alguno para el ganado, liberar un tercio del término para que los animales aprovecharan los rastrojos suponía un gran alivio para todo el mundo. Nuestros paisanos, además del ganado para carne, cuando aún no había tractores, precisaban animales de tiro: bueyes, mulas o burros, así que la cabaña ganadera era muy numerosa y los animales, obviamente, necesitan comer a diario.

Una vez que el guarda se aseguraba que ya todo estaba segado y que en el campo ya no quedaba cereal alguno pendiente de recoger, lo comunicaba al alcalde y este mandaba al alguacil que tocara la campana del ayuntamiento. Esta era la señal de que el terreno dedicado a la hoja de siembra dejaba de estar acotado teniendo los ganaderos, a partir de ese momento, libertad para llevar al ganado a las rastrojeras, algo que venía sucediendo, ininterrumpidamente, desde siglos atrás.

  Un día de julio de aquel año, ya estaban todas las mieses en las eras dispuestas para la trilla, y un paisano se cruzó en la calle con el alcalde, dirigiéndose a él en estos términos:

-      Mira, XXXXX , ya está todo recogido. Creo que ha llegado la hora de “levantar la hoja” para poder llevar el ganado a los rastrojos; en las otras dos hojas ya está todo comido,así que cuanto antes des la orden, mejor.

   Era comienzos de la década de 1930, en plena Segunda República, y el alcalde había sido elegido recientemente, de forma democrática, para defender los intereses del pueblo, como debe ser. Claro que una cosa es la teoría y otra la realidad. Resulta que el hombre tenía el concepto de autoridad muy subido y eso de que un ciudadano cualquiera le dijese lo que tenía que hacer no le gustó nada.

-   Eso se hará cuando yo lo considere. Respondió, con algo de acritud. Mañana me aseguro personalmente de que todo el mundo ya ha acabado de segar y acarrear el cereal a las eras.

-        Yo te garantizo que no queda nada. Respondió el paisano, molesto por la desconfianza. .

-     Pues yo te repito que hasta que no lo vea personalmente y me asegure de ello, no se abren los rastrojos. Respondió el alcalde secamente.

   El regidor, a lo largo del día, aún se encontró con más paisanos que le hicieron la misma observación y esto cada vez le irritaba más. Debía tener un grado de autoestima demasiado elevado y eso de que la gente anduviera indicándole lo que debía hacer, no lo sentó demasiado bien. ¿Acaso desconfiaban de su capacidad gestora? ¿O es que no se habían enterado aún de que él era el alcalde, la máxima autoridad del lugar? Esto era inadmisible, pero pronto iban a enterarse todos quien mandaba allí.

   Pasó un día…y otro…y otro…, y no acababa de sonar la campana del ayuntamiento anunciando la apertura del aprovechamiento de los rastrojos, un hecho que tenía desconcertados a los vecinos del pueblo.

   Todos sabían que el cereal ya estaba totalmente recogido y que el siguiente paso era "levantar la hoja" para que los animales pudieran aprovechar las rastrojeras, algo que a estas alturas del año era muy necesario; pero pasaban los días y el ansiado anuncio no llegaba, así que una tarde, harto de esperar, un sobrino del alcalde, aprovechando la confianza que da el parentesco, fue a casa del tío a pedirle explicaciones y aquello acabó como el “rosario de la aurora”: uno diciendo que no existía excusa alguna para que aún no se hubiera levantado la hoja y el alcalde dando largas al asunto, diciendo que lo haría pronto, pero sin dar fecha y razón alguna de por qué no lo había hecho aún.

    El sobrino salió muy enfadado del “encuentro familiar”; aquella misma tarde pasó por casa de otros vecinos que estaban tan cabreados como él por la demora injustificada, haciéndoles partícipes que todo obedecía, únicamente, a una cabezonada del alcalde y acordaron que, en la mañana siguiente, pasándose la autorización del alcalde por ¿¿¿¿????, llevarían todos a la vez el ganado a los rastrojos, haciendo correr la voz de sus intenciones al resto de los ganaderos.

     Entonces, al contrario que ahora, el ganado se guardaba por las noches en el pueblo, en los corrales. 

  El plan era que al día siguiente, a primera hora de la mañana, harían sonar la campana del ayuntamiento, se reunirían todos en la plaza del pueblo con el ganado, y juntos irían a llevarlo a los rastrojos. Así que, una vez amanecido, varios hombres se presentaron en casa del alguacil indicándole que tocara la campana, a lo que este se negó alegando que sólo podía hacerlo si lo indicaba el alcalde; pero eso no les detuvo; ellos mismos entraron en el ayuntamiento y la hicieron sonar, indicando de este modo que, aunque fuese a espaldas de la autoridad, se daba por levantada la hoja aquel año y de paso convocar a los ganaderos en la plaza, tal como habían acordado la tarde anterior. Los dueños de los animales determinaron que la mitad de ellos irían al frente de la numerosa manada vacuna, y la otra mitad lo haría detrás, para guiarla hasta su destino.

 Mientras la gente, con sus animales, iba llegando a la plaza y ésta, poco a poco, fue llenándose de vacas, el alguacil se acercó a casa del alcalde a contarle lo que estaba ocurriendo, algo que le irritó mucho; para él, aquello era un menoscabo intolerable de su autoridad, un motín con todas las letras, así que le dijo al alguacil que, inmediatamente, se iba a encargar de cortar aquella rebelión de raíz.

   El subordinado no sé si sabría lo que era un motín, pero lo que sí sabía era que la gente estaba muy cabreada y así lo hizo saber al alcalde, pero éste no le hizo caso alguno.


    Mientras la manada de vacas, guiada por los dueños que iban a la cabeza, subía calle arriba, camino de las rastrojeras, el alcalde, a toda prisa, acompañado por el alguacil, atravesando algunas calles llegó a una que era de paso obligado para los insurgentes y su ganado, y se situó en el medio de la misma a esperarlos.

    Cuando llegó la comitiva a su altura, los hombres que iban a la cabeza de la manada vieron al regidor plantado en el medio de la calzada, pero no hicieron ademán de detenerse y el alcalde, entonces, comenzó a gritar, increpando al grupo de hombres ordenándoles que ¡¡tenían que darse la vuelta!!, porque aún no se había “levantado la hoja”. Estos, a su vez, le indicaron que se quitara del medio.

  El alcalde, entonces, empezó a mover los brazos y dar voces a las vacas que iban al comienzo de la manada, para espantarlas, y esta fue la gota que colmó el vaso.

  Los ganaderos se enfurecieron y, precisamente, el sobrino que iba en el grupo de cabeza;el mismo que el día anterior había ido en son de paz a hablar con él, invitándole a que abriera los pastos de una vez, con la ijada que llevaba en una mano, le arreó unos estacazos al alcalde que, ahora sí, abandonó el centro de la calle dejando paso a la comitiva.

  El alguacil, que contemplaba la acción unos metros atrás, desde el principio estaba convencido que aquello no podía acabar bien, así que, al ver que el sobrino se acercaba a “saludar” de aquella forma tan extraña a su tío, se alejó de allí metiéndose en una calle lateral -él solo era un mandado, y no estaba interesado en recibir lo que no quería- . Sabía que los héroes, aunque en las leyendas siempre acaban bien, en la vida real suele ocurrir lo contrario y el resultado de aquella gresca no hacía más que corroborar sus impresiones: El alcalde no le había hecho caso alguno; había querido ejercer aquella mañana de héroe, y el resultado a la vista estaba.

  Mientras que el rebaño de vacas, ya sin obstáculo alguno que dificultara el paso, siguió su camino, el imprudente alcalde y el prudente alguacil se retiraron del lugar de la contienda.

   Cuando el subordinado sugirió al jefe apaleado ir al médico, éste, tras comprobar que no tenía heridas externas, sino contusiones –sus heridas sobre todo eran morales- le dijo que no, que lo que iba a hacer era denunciar el hecho, a la Guardia Civil, inmediatamente.

  Al tratarse del alcalde, fue el sargento quien le atendió personalmente, y, cuando aquel le contó lo sucedido: Que se había plantado en el medio de una calle, delante de veinticinco ganaderos cabreados, que iban al frente de una manada de cerca de 300 vacas, para impedirles el paso, no supo que pensar. Por suerte, la cosa había quedado en contusiones; en cuanto al daño moral, el alcalde lo había sufrido, pero también lo habían sufrido los dueños del ganado viendo la tomadura de pelo de que habían sido objeto por el empecinamiento de la otra parte, así que, en ese aspecto, estaban empatados.

   Cuando pidió al alcalde que le dijera los nombres de los amotinados que le habían agredido, la respuesta de éste le dejó atónito.

-   Tienes que llamar a todos, y que paguen por lo que han hecho. Por incumplir el orden establecido y, además, por pegarme.

El desenlace:

ü  La Guardia Civil, tomó declaración a gran número de paisanos y todos contaron lo mismo. Al contrario que en Fuenteovejuna, la obra de Lope de Vega, donde la totalidad de los declarantes afirmaban haber matado al comendador, aquí nadie había visto que el alcalde hubiera sido agredido.

ü  El alguacil, a su vez, declaró que la agresión ocurrió a sus espaldas, en el preciso momento que, para alejarse de la gresca, se metió en una calle lateral, por lo que no pudo ver quien o quienes habían sido los agresores.

ü  Las vacas, si fueron llamadas a declarar, dudo mucho que pudieran decir algo más que ¡Muuú!

ü  En cuanto a las moreras que fueron testigos directos de la escena, resultaron ser las más discretas de todos ellos. No dijeron nada.