miércoles, 5 de abril de 2017

El hombre que no amaba a las mujeres


   Esto ocurrió hace ya bastantes años, cuando me encontraba estudiando en Salamanca; era un día de abril, un Viernes de Dolores para ser más exactos, y me iba al pueblo de vacaciones de Semana Santa. Entonces, tener coche era un auténtico lujo y, como la mayoría de las familias no disponían de él, cuando viajábamos, casi todos lo hacíamos en el transporte público. 
   Aquella tarde, la estación de autobuses estaba abarrotada de gente y maletas; daba la sensación de que todos los estudiantes habíamos decidido ir a nuestros pueblos, el mismo día y a la misma hora.
   La empresa Bautista, que era entonces la encargada de la ruta en nuestra zona, aquel día había reforzado el servicio con más autobuses y, aun así, todos iban  llenos de pasajeros.
   Tras localizar el autobús que me correspondía, guardé el equipaje en el maletero, subí al mismo y busqué el asiento que tenía asignado, que se encontraba en la parte de atrás. Unas filas anteriores a mí, viajaba un hombre de mi pueblo (vamos a llamarle Teodomiro) al que saludé al pasar por el pasillo, antes de acomodarme en mi asiento.
   A las seis de la tarde, hora oficial de salida, el autobús estaba completo con todos los pasajeros ya sentados en nuestros asientos, el equipaje guardado en los bajos de autobús con los portones ya cerrados,  y el conductor se encontraba también, ya sentado ante el volante… pero el coche no arrancaba. Nadie sabía por qué no nos íbamos ya.
   Salir con retraso era algo muy habitual y aquel día no fue la excepción, salimos de Salamanca “solo” veinte minutos más tarde de lo previsto. En esta ocasión, la demora era debida a que la empresa había vendido billetes por encima de la capacidad de los autobuses, y no había asiento para todos los pasajeros (aunque pueda parecer que el overbooking es un invento nuevo de las compañías aéreas, en realidad la línea salmantina de autobuses Bautista, ya lo había inventado hace más de 40 años). La empresa, en eso hay que alabarla, al contrario que las compañías aéreas, nunca dejaba a nadie “en tierra”. En nuestro autobús subieron, aquel día, dos pasajeros, “de más” que permanecieron de pie, en el pasillo. Irían allí hasta que bajase alguien, en alguno de los pueblos más próximos a la ciudad, y quedaran asientos libres.
   Actualmente, cuando viajamos en un medio de transporte público: tren, autobús, avión…podemos apreciar cómo ha cambiado la sociedad en lo que respecta a la comunicación entre las personas. Entonces no había móviles, mp3, tablets, ni ordenadores portátiles, y los pasajeros, durante el viaje, generalmente hablábamos con el compañero que te tocaba al lado. Estar dos horas sentado, a pocos  centímetros  de tu vecino de asiento, sin dirigirle apenas la palabra, era impensable. En cambio, hoy día, lo habitual es que el compañero de al lado se coloque los auriculares, se ponga a navegar -o divagar- por internet, o a hablar o “”guasapear” por el móvil, y ni te mira aunque compartas con él varias horas de viaje.  
  Los nuevos sistemas de comunicación, con los que contamos hoy día, nadie pone en duda que son una  maravilla; pero, en algunos aspectos, no son tan estupendos. Te acercan a la gente que está lejos, sí, pero te alejan de la que tienes al lado (este fenómeno ocurre también hasta en los propios domicilios, no hace falta viajar para para comprobarlo).
   En aquellos tiempos, como aún no existían estas nuevas tecnologías, una vez que el autobús arrancó e inició el recorrido, muchos pasajeros comenzaron a hablar con sus vecinos de asiento y , como buenos españoles, encima lo hacían bastante alto, oyéndose dentro del autobús, simultáneamente, varias conversaciones.
  Los dos pasajeros que iban de pie, en el pasillo, también conversaban y uno de ellos lo hacía en voz alta, gesticulando mucho,  parecía estar muy enfadado. En un momento dado, todos pudimos oírle decir con claridad, en un tono de voz bastante elevado:
-   ¡Si es que todas las mujeres son unas putas!
    A escuchar esto, casi todas las conversaciones se interrumpieron y muchos miramos al hombre que había hecho tal afirmación.
-        ¡Cállate!¸ le recriminó el compañero, al darse cuenta. Nos están mirando todos.
   El autor de la frase, también se dio cuenta de que era observado por gran parte del pasaje  e hizo caso al compañero, permaneciendo los dos en silencio.
   A los diez minutos, cuando el autobús iba dejando atrás las últimas casas de la ciudad, casi todos los pasajeros, incluidos los que iban a pie en el pasillo, ya habían reanudado sus charlas. La conversación de estos dos últimos, en realidad, no era un diálogo, se trataba de un monólogo ya
WWW.monbus.es
que uno hablaba muy exaltado (el orador), elevando cada vez más el tono de la voz, mientras el otro sólo escuchaba (el escuchante).
   Un poco antes de llegar Doñinos, el primer pueblo de la ruta, donde tenía paraba al autobús,  todos pudimos oír de nuevo, al mismo pasajero del pasillo de antes, al orador, decir con mucha vehemencia:
-   ¡De verdad. Todas las mujeres… pero todas…son unas zorras y unas putas!
   Lo cierto es que desagradaba tanta insistencia sobre el tema. Desde que somos niños, siempre
nos han enseñado que no hay que meterse en conversaciones privadas; pero aquella conversación era cualquier cosa menos privada ya que, sin pretenderlo,  la estábamos oyendo prácticamente todos los  que viajábamos en el autobús. Teodomiro, que se encontraba muy próximo al hombre que lanzaba aquellas aseveraciones sobre las mujeres, muy contrariado, se dirigió a él en estos términos:
-   ¡Oiga! Usted dice, que todas las mujeres son unas putas ¿no?
-   ¡Pues sí!, respondió el otro, muy seguro de sí mismo ¡lo digo y lo repito las veces que sea necesario!
-   Entonces…por lo que dice…su madre también lo es, claro, afirmó Teodomiro.
   Al escuchar estas palabras, el hombre enrojeció de ira, dudó durante un momento qué hacer, y se abalanzó sobre nuestro paisano. Éste, que tenía un paraguas en la mano, se levantó del asiento y le dijo que si se le acercaba  le arreaba  con él.
   Se armó una escandalera tremenda en el autocar. Se oyeron insultos, hubo amenazas, y no llegaron a las manos porque los viajeros, que estaban más próximos a ellos, se interpusieron entre los dos hombres. En la trifulca intervinieron también varias mujeres que apoyaron a su paladín, con palabras y de paso aprovecharon para insultar al deslenguado pasajero del pasillo.
   El conductor tuvo que parar el autobús, y, tras restablecer un poco el orden, para evitar nuevos enfrentamientos, sugirió que uno de los dos protagonistas de la gresca se bajara allí mismo para  continuar el viaje en otro autocar de la empresa que venía detrás de nosotros; pero ninguno quería abandonar el autobús,  eso suponía dar la razón al otro. 
   Un hombre, que iba en la parte delantera del autobús, se ofreció a dejar su asiento  a “el hombre que no amaba a las mujeres”, y siguió el viaje en pie, en el pasillo, en su lugar, con el fin de      separar a los dos contrincantes.
   De este modo, pudimos continuar la ruta (aquel día, el coche de línea, en vez de las dos horas      habituales que empleaba, en hacer el trayecto, tardó tres horas en llegar al pueblo; ya que, al horario  habitual hubo que sumar el retraso en la salida y la trifulca que hubo en el autobús.  
   Más de uno felicitamos a nuestro paisano por su buen hacer, defendiendo la honra de las mujeres, y  éste intentaba quitarle importancia al asunto, echando mano del refranero:
  ­- ¡Bah!, ha pasado lo de siempre: “Quien dice lo que no debe, escucha lo que no quiere”



2 comentarios:

  1. “Quien dice lo que no debe, escucha lo que no quiere”
    Sabio refrán, sí señor.
    Según tu relato, el viaje de la capital al pueblo, aunque largo, os resultaría “divertido” con el teatro en vivo que llevabais dentro, con aquel actor principal “el hombre que no amaba a las mujeres”
    Overbookin también, en aquellos coches de línea de Víctor con destino a alguna corrida en Viti, llenos hasta la baca, escalera incluida. Recuerdo que en un tema tuyo anterior comentabas esos abarrotamientos hasta en la baca con anécdota macabra, etc. ¡Qué tiempos!, qué circunstancias. ¡Cuánto ha cambiado todo!... Por eso haces bien con tus relatos e historias dejar constancia de lo que fue aquella época, no tan lejana.
    Tienes razón en que antes nos comunicábamos más. Ahora todos con los aparatitos, viendo o escuchando no sé qué, ignorando al que va a tu lado. Sobre esto recuerdo una postal navideña en dos imágenes, que corría por la red: La Navidad ayer y hoy. En la primera (ayer) se veía la imagen de una abuelita entrando en el comedor con el pavo humeante y recibida con aplausos y vivas por parte de los hijos, nietos,… En la segunda (hoy) la abuelita orgullosa con el pavo humeante sin que nadie se percatara del momento, pues todos, todos, mayores y chicos a su bola, con sus tabletas, teléfonos,… y a la abuelita y su pavo ni pííí caso

    -Manolo-

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  2. Sí que recuerdo el coche de Víctor, creo que además de pasajeros, llevaba el correo. Lo del transporte público es otro de los grandes cambios que ha habido, en nuestra comarca; entonces lo usaba mucha gente y hoy son contadas las personas que lo emplean.
    Que tengas una buena Semana Santa, y a por un buen hornazo cuando llegue el día.
    Saludos

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