El hombre informal
El
estereotipo que se tiene de los salmantinos es que somos austeros, secos -a veces, incluso antipáticos-, muy apegados a nuestra tierra, leales,
formales y muy cumplidores de la palabra que damos. Claro que los estereotipos
no siempre se cumplen, sirva de muestra lo que ocurrió una vez en Cerezal de
Peñahorcada.
Frontón de Cerezal |
Ya hace
bastante tiempo, vivía en ese pueblo un hombre que era poco cumplidor de su
palabra. Cuando un hombre no respeta su palabra, es que no se respeta a sí
mismo; y si no se respeta a sí mismo, mucho menos respeta a los demás. No son
compañías deseables.
Bueno, pues
este hombre una vez pidió prestados veinte duros a un vecino y le prometió que, antes
de un mes, se los devolvería (La unidad monetaria que hubo en España, hasta enero
del año
2002, era la peseta, pasando a
serlo, a partir de esa fecha, el euro que es la unidad monetaria actual. Un duro equivalía a cinco pesetas, luego
veinte duros correspondían a cien pesetas y, aunque en la actualidad, con esa cantidad
de dinero, apenas podríamos comprar nada -veinte duros equivalen a unos 60 céntimos de euro-, en la
primera mitad del siglo XX era una cantidad de dinero importante).
El convecino,
vamos a llamarlo Ramiro, hizo pasar al paisano,
que le había pedido prestado el dinero, hasta la cocina y de un vasar cogió una
taza en la que guardaba, exactamente, veinte duros. Tomó el dinero y se lo dio,
diciéndole:
- Aquí
tienes fulanito, devuélvemelos lo antes posible. Sabes que a mí no me sobra el
dinero.
Pasaba el
tiempo y el deudor no devolvía a Ramiro el dinero que éste le había prestado.
Una tarde,
el tramposo fue a visitar a su bienhechor y no lo hizo, precisamente, para devolverle los
veinte duros que éste le había dejado; el motivo de la nueva visita era para pedirle prestados otros veinte duros, ya
que tenía una gran necesidad.
Otro, en su
lugar, hubiera despachado al deudor con “cajas
destempladas” pero Ramiro debía tener un autocontrol mental envidiable pues, cuando
escuchó la petición del moroso, no dijo nada. Le hizo pasar amablemente hasta
la cocina de su casa, llegó hasta el vasar y cogió la misma taza de donde había
sacado el dinero la vez anterior, metió
la mano en ella y la sacó vacía.
- Mira, dijo
mostrándole la taza. No hay nada. Si me hubieras devuelto los veinte duros,
ahora podría prestártelos otra vez y sacarte del apuro. Como no lo hiciste, no
te los puedo dejar
Magnífica lección de Ramiro a su “jeta” vecino. Y magnífica también tu explicación-lección, oportuna, del valor de 20 duros, que no está demás para los más jóvenes, saber el valor en aquellos tiempos de esa cantidad.
ResponderEliminarEn nuestra página, apartado personajes >Da.Anita (maestra en La Zarza) aparece la asignación que tenía anualmente: 625 pesetas. Firma el documento el Rector de la Universidad de Salamanca Miguel de Unamuno. Siguiendo con el precio/valor de las cosas, en 1921, la factura de gastos de la construcción del torreón del reloj en La Zarza, arroja un total de 4.355,85 pesetas. Por cierto en la factura mencionada hay un apunte de los jornales del albañil de Cerezal, Jesús, 50 jornales a 7.50 = 375.
-Manolo-
Antes se decía que " vas a pasar más hambre que un maestro de escuela" y a la vista está que era verdad.
ResponderEliminarIlustrativo, ejemplar y acertado el Cuento-cometario, que, aunque ficticio, es una realidad relativamente frecuente, no sólo entre los salmantinos que como bien comentas, tenemos fama de austeros y un poco secos en algunas ocasiones; sino que, eso le afecta a toda la sociedad, aunque sea un secreto a voces (¿quién no lo ha sido alguna vez en la vida?)
ResponderEliminarEs bien sabido que jetas con una cara más dura que el hormigón, abundan por todas partes.
José, tu llegada a la Web zarceña, le está dando vida y alegría con tu ejemplario tus comentarios con las correspondientes pinceladas de humor que hacen más amena la lectura de las leyendas, que, en nuestra infancia iban de boca en boca al calor de la lumbre de la chimenea o a las caricias del reverbero del brasero, tapados con la mantilla (o faldilla) que cubría las piernas para que no se escapara el calor.
Saludos. Luis
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ResponderEliminarLa Verdad es que tiene su moraleja. El asunto de prestar dinero a otro siempre ha sido causa de conflicto. Si alguien te lo pide prestado una vez, incluso puedes dudar o no de dejárselo, pero pero si te lo pide ya dos veces se te van todas las dudas. Respecto a estas historias , cuentos y demás como bien dices, te diré que efectivamente, la mayoría los oí al calor del brasero
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