sábado, 29 de julio de 2023

Regreso al infierno



   Fuera de nuestro círculo social más próximo, en muchas ocasiones, tenemos contacto con gente que apenas deja en nosotros recuerdo alguno; si subo a un tren, aunque en el viaje comparta el mismo vagón con ochenta personas y, circunstancialmente, haya cruzado palabras de cortesía con alguien durante el trayecto, cuando llego a mi destino, la mayoría de las veces, una vez bajo del tren, no conservo ni el recuerdo de sus caras. 

   En cambio, hay personas con las que coincides una única vez, estás tan solo un rato con ellas y dejan en ti una huella que perdura para siempre, como me sucedió con Armindo -vaya nombre verdad- 

   Este hombre era el cabrero del pueblo (el oficio de cabrero es una profesión que ha quedado para el   recuerdo. Antes, era común que cada familia tuviera unas cuantas cabras: una, dos, tres…, para autoabastecerse de leche y/o hacer queso, y, como salir con unas ellas al campo y cuidarlas durante todo el día, no era productivo para nadie, existía la figura del cabrero comunitario que, a cambio de un salario, que pagaban entre todos, se ocupaba de llevar las cabras de todo pueblo, a pastar todos los días hiciera calor, frío, lloviera, tronara, hubiera niebla…)

   A Armindo, le conocí siendo estudiante y fue un caluroso día de verano, como los que tenemos ahora; una tarde, había ido a dar un largo paseo con la bici a uno de los incomparables parajes que ofrecen las arribes de Duero y cuando llegué a un determinado a lugar, continué a pie bajando la ladera del río. Si la temperatura era alta arriba, en la meseta; en las arribes lo era más aún.

Arribes del Duero

  Estábamos en plena canícula estival; a pesar de ser ya las seis de la tarde, la temperatura era excesivamente alta para seguir caminando bajo aquel rachisol y, al ver ante mí una alta peña, me acerqué hasta ella con la intención de aprovechar su sombra. 
   Siempre había oído que si puedes elegir entre la sombra de un árbol y la de una peña, es recomendable elegir la peña porque su sombra conforta más y, como en aquel paraje existían las dos posibilidades, me fui directo a ella.

   Estaba en el lado del sol, me acerqué hasta ella y, al rodearla, buscando su protección ante los rayos solares, me encontré a un hombre sentado en el suelo, que había tenido la misma idea yo, aunque ya llevaba en aquel lugar un buen rato, desde donde cuidaba un numeroso rebaño de cabras que  por allí andaban,   dispersas, buscando alimento.

    Los dos quedamos muy sorprendidos al vernos ya que encontrarse con alguien, por aquellos solitarios pagos, era algo inusual. A mí, al ver el rebaño de cabras, me costó poco adivinar que estaba guardando aquel hato de ganado.

    Se trataba de un hombre ya algo mayor, eso me pareció entonces desde mis 21 años; hoy quizá hasta lo vería bastante joven, pues rondaría los sesenta.

   - Hola, buenas tardes -saludé al cabrero- ¿qué hace usted por aquí, a estas horas con el calor que hace? Esto es la antesala del infierno.


   Si yo estaba extrañado de haber encontrado una persona por aquellos andurriales, el cabrero debió quedar más sorprendido aún, al verme llegar. Acostumbrado a estar solo todo el día, con el hato de cabras, sin ver ni hablar con nadie, no esperaba ni por asomo encontrarse con otro individuo en aquellos parajes tan alejados del pueblo. 

   Permaneció un rato en silencio, mirándome con atención, recuperándose de la sorpresa de mi presencia y contestó educadamente. 

   - Buenas tardes. Soy el cabrero del pueblo y hoy tocaba venir por aquí con las cabras. ¿Y tú qué haces “paquí” abajo? -preguntó- aquí nunca viene nadie y menos en verano, con “la calor” que hace. 

  Tuve que reconocer, en aquel momento, que, si yo estaba extrañado de haber encontrado aquel hombre, por aquellos pagos, él tenía sobradas razones para estarlo más aún, de mi presencia, en aquel lugar, aquella tarde y con aquel calor, pues carecía de un motivo tan razonable como el suyo.  
   Su estancia, en aquel lugar, estaba muy justificada...tenía que cuidar las cabras y estas comen todos los días, sea verano o invierno; pero yo, que lo hacía solo por gusto, porque me encantaba aquel paisaje, pensé que, si le decía la verdad, posiblemente no iba a entenderlo e, incluso, podría pensar que hacía falta estar tonto para andar por allí pasando aquel calor, pero tampoco había razón alguna para mentir y eso fue lo que le dije. 

   - Soy de Barrueco, me gusta mucho este paisaje y vengo a menudo en la bicicleta hasta aquí. La he dejado ahí arriba, al lado de la carretera, a la sombra de un alcornoque. Hasta aquí he venido caminando; lo que pasa es que hoy no he acertado con la hora; aún es pronto y hace demasiado calor, por eso he llegado hasta aquí buscando la sombra de la peña, como usted.

   - ¡Pues anda! ¡Que si llegas a venir a las tres o las cuatro...! Entonces sí que te hubieras enterado de lo que es pasar calor. 

   - ¿Usted lleva por aquí todo el día? - pregunté a Armindo, a la vez que observaba detenidamente su aspecto- 

   De estatura regular, delgado, llevaba un sombrero de paja de ala ancha, para proteger la cabeza y la cara del sol; aun así, la piel del rostro, con abundantes arrugas, así como la de los antebrazos y las manos, que sobresalían de las mangas de la camisa que llevaba aquel día, estaba muy morena por las largas horas de exposición al sol - los rayos del sol tienen el mismo efecto sobre la piel de una persona, indistintamente que se trate de un bañista en una playa del Mediterráneo o un pastor de cabras en las Arribes del Duero-. 

   Vestía una camisa de manga larga remangada, y unos pantalones de pana que estoy seguro le servirían por igual para los días fríos de invierno, así como unas botas de piel, que debían tener más kilómetros que un autobús de línea regular; debía llevar tantos años con ellas, que hasta tenían un remiendo de piel sobre la piel, algo que ya no se lleva. 

   El equipo de trabajo que llevaba consistía en un morral, para las viandas , una bota de vino y un palo recto y largo de zambullo (olivo silvestre) terminado en forma de porra en la zona de apoyo. 

   -   ¡Pues claro que llevo todo el día! -debió considerar que mi pregunta era algo torpe, si unos instantes antes acababa de decirme que era el cabrero - Estoy aquí desde primera  hora, cuando llegué del pueblo con las cabras. 
      
       He estado abajo toda la mañana, ya que allí hay agua y el ganado tiene que  beber...claro, a mediodía es cuando he empezado a subir con las cabras y, como conozco bien todas las rutas, cuando voy a cada sitio ya tengo establecidos los sitios de parada, para que coman los animales y descansar yo, y este es uno de ellos, aquí siempre paro un buen rato; esta peña da buena sombra. 
    
       A esta forma de vida, ya estoy acostumbrado desde siempre. En verano se pasa calor y en invierno frío, pero hay que aguantarse...este oficio es así - dijo el hombre, dando muestras de un admirable estoicismo, mientras reía al ver la cara de asombro que yo debí mostrar- 
    Lo de hoy no es para tanto -siguió diciendo- hay días y ratos que aún calienta más -si alguien está un día a 35º a la sombra, puede hacerse una idea del “no es para tanto” que decía el cabrero- 

   Además, yo he estado en sitios mucho peores que este-dijo, para concluir la explicación-. 

   Al oír la última frase, pensé que Armindo se refería, exclusivamente, al clima y le pregunté si es que había estado haciendo el servicio militar África, expuesto a temperaturas superiores - hasta hacía poco tiempo, España aún tenía colonias en ese continente- 

   - ¡Qué va...! Yo nunca he estado en África, cuando digo sitios peores, me refiero a la guerra...allí se estaba mucho peor que aquí cuidando cabras, aunque haga este calor. Yo, de mozo, donde estuve fue en la Guerra Civil (1936-1939). 

    Antes, dijiste que esto parecía la antesala del infierno y eso no es verdad...ni se le parece. Lo sé, porque yo he estado allí; estuve en la guerra...en el frente ¡Eso sí que fue estar en el infierno!; sobre todo los primeros días...fueron horrorosos. 

  Imagínate un chico como yo, que casi nunca había salido del pueblo; porque yo llevo cuidando ganado desde los doce años; a esa edad, ya cuidaba las ovejas de mi padre. 

   Un día, vinieron al pueblo, a reclutarnos a unos cuantos. Ya ves tú la idea que yo tenía de la guerra; tuvieron que ir campo a por mí, porque entonces ya estaba cuidando cabras; nos llevaron a un campamento un tiempo... muy poco, allí nos enseñaron algo de instrucción, a manejar el fusil, a distinguir lo que es un sargento de un capitán y antes de dos meses ya estábamos en el frente. 

 ¡Eso sí que es estar en el infierno! -repitió por segunda vez- ¡putas guerras…!, sobre todo los primeros días -hizo una pausa para buscar una palabra adecuada que reflejara como debió sentirse entonces- fueron los más jodidos de todos. Aquello era un sinvivir, estábamos totalmente acojonados pensando que íbamos a morir a cada momento y algunos hasta lloraban de miedo; encima, los soldados veteranos, en vez de consolarlos, se reían de ellos. 

  Aunque apenas dormíamos, comíamos lo justo y había pulgas y piojos a espuertas, lo peor no era eso, sino el sonido de las bombas y las balas que pasaban silbando sobre nuestras cabezas. 

   Al cabo de los días te ibas acostumbrando y ya no estábamos tan asustados; pero no era porque hubiera desaparecido el miedo, lo que sucedía es que ya teníamos tanto... , que no nos cabía más en el cuerpo. 

   Los soldados más veteranos, aunque algunos eran unos cabrones y se divertían asustando a los novatos, la mayoría eran majos y, aunque también tenían miedo como nosotros, intentaban tranquilizar a los recién llegados, pero es imposible estar tranquilo sabiendo que enfrente hay otros soldados que te pueden matar en cualquier momento. 
  Algunos nos decían: 

 - Si quieres, yo te enseño un truco para no estar en el frente y que te lleven a la retaguardia. 

  A nosotros, nos extrañaba que dijeran eso, pues pensábamos que, si tan fácil era evitar estar en el frente, por qué ellos seguían allí; hasta que les oímos la solución que proponían: 

 - Cuando dispare el enemigo, saca una mano por encima de la trinchera y si tienes suerte y te la atraviesa una bala, te llevan al hospital una temporada. Lo que pasa es que te la pueden destrozar y te puedes quedar inútil de la mano para siempre. Además, como vea el sargento lo que estás haciendo, te va a inflar de hostias y además te va a decir que, si quieres, el tiro en la mano te lo pega él - el lenguaje empleado en la guerra, evidentemente, no era demasiado exquisito

  Yo, confieso que, inconscientemente, no pude evitar mirar las manos de Armindo y pude comprobar que las dos estaban integras, así que le comenté: 

   - Usted, supongo que no las sacaría. 

   - No, yo nunca las saqué. Así que ya ves -siguió contando-, en la guerra, especialmente en el frente, se está mucho peor que por aquí, donde solo pasas un poco de calor y ya está. 

   - Tiene usted toda la razón -asentí yo- antes dije que esto parecía la antesala del infierno y ya veo que no es así...,que el auténtico infierno está en otros lados. 

   Armindo me miraba satisfecho, al comprobar que con sus palabras me había convencido de que la ladera del Duero, aunque fuera verano, no era la antesala del infierno, y  añadió: 

   - Pues aún hay sitios peores que el frente, no creas... 

  - ¿Peores aún? -exclamé, aquel hombre no dejaba de asombrarme- 

 -  Sí...los hay peores y yo también estuve allí. 

   Armindo, antes de seguir hablando, cogió la bota de vino que estaba allí en el suelo, con el morral, a su lado, y me la ofreció. 
   Era estupendo ver cómo dos personas que minutos antes no nos conocíamos de nada y, ni tan siquiera sabíamos la existencia el uno del otro, estábamos allí sentados dialogando, cordialmente, en el medio del campo, compartiendo la sombra de la peña y ahora la bota de vino. 

   - ¡Bebe un trago! Esto siempre viene bien, para el calor y para el frío –dijo sin poder evitar una carcajada- 

   Estar solo en el campo, todo el día, a uno le da pocas oportunidades de sacarle gusto a la vida; estoy seguro que a Armindo, aquellos traguitos de vino, que de cuando en cuando bebía de la bota, le reconfortaban y le daban energía para seguir la jornada. 

   - Como ya te he dicho -continuó diciendo el cabrero, tras haberle dado también un buen tiento a la bota- hay cosas peores que estar en el frente. Llevaba varias semanas allí y un día se presenta el capitán pidiendo voluntarios para la retaguardia, pero sin decirnos para qué. 
   
  Yo, hasta ese momento, pensaba que estar en el frente es el peor lugar posible para un soldado, y que, si me presentaba voluntario, para lo que fuera, sólo podía mejorar, pero estaba equivocado. 
 
  En las guerras, cuando piden voluntarios para algo, no suele ser para nada bueno. El caso es que me puse muy contento ya que fui uno de los elegidos, pero la alegría me duró poco...los voluntarios eran para formar un pelotón de fusilamiento y lo malo es que si te presentas voluntario, para lo que sea, ya no te puedes echar "patrás". 

   - ¿No les habían dicho para que querían los voluntarios? –pregunté- 

   - En la guerra a los soldados no se le da explicación alguna...solo órdenes, y si no las cumples a quien fusilan es a ti. ¡Que más hubiéramos querido que en vez de estar en el frente nos llevaran al calabozo! 

   Estuvimos una temporada matando gente y no eran soldados enemigos, sino paisanos. No es que estuviéramos todo el día haciéndolo, entiéndeme, lo hacíamos solo una vez al día, casi siempre al amanecer. 

   Menos mal que, al ser un pelotón, como todos disparábamos la vez, siempre pensabas que eran los demás quienes mataban al pobre o a la pobre que nos habían puesto allí delante, pues también había mujeres. Aunque tratas de convencerte de que tú no estás matando a nadie, sino que lo hace el pelotón, en el fondo sabes que tú formas parte de él; además, tienes que apuntar bien para matarlo a la primera y no dejarlo sólo mal herido. 

   Si los primeros días en el frente habían sido horribles; los primeros, formando parte del pelotón de ejecución, aún fueron peores. 
   En el frente, el enemigo está lejos; son soldados que también están armados y pueden matarte, pero en el pelotón, al ejecutado lo tienes allí mismo, muy cerca y es diferente. 

   Al principio cuesta mucho, sientes remordimientos y tienes hasta pesadillas, pero te acostumbras pronto; al fin y al cabo, tú solo eras un mandado que cumple órdenes; al final se convierte en una rutina, ya no tienes pesadillas y duermes estupendamente. 

 -Armindo, mezclaba indistintamente, en la narración, el tiempo pasado con el presente; señal inequívoca de que aún guardaba un recuerdo muy vivo de aquellos hechos, a pesar de haber sucedido cuarenta años atrás-. 

 - ¿Y como acabó aquello? -pregunté- Me refiero a lo del pelotón de fusilamiento.

 - Pues llegó un día que se acabó y ya está...ya no habría nadie más que matar, así que nos volvieron a llevar al infierno; o sea... al frente. 

 Comprenderás que, el andar con las cabras, todos los días, pasando penalidades, aunque tenga que estar por aquí “tirao”, no es nada si lo comparo con lo que me tocó vivir en la guerra. 

Nota 

 * Esto no es ficción, todo es real excepto el nombre del cabrero, que no se llamaba Armindo. 

 * Aunque sólo coincidí una vez con este hombre, aquella tarde estival en la que me contó sus vivencias “en el infierno”; aún sigo recordándolo muchas veces cuando voy al Salto de Saucelle, ya que, en uno de aquellos parajes, en la ladera del Duero, fue donde le conocí. 

8 comentarios:

  1. Cuantas vivencias y qué interesantes tienes.gracias por compartirlas

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  2. Un relato muy interesante y de lectura amena , como todos los que publicas . Enhorabuena

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    1. Es curioso que, actualmente, algunos hablen de la Guerra Civil como si esta hubiera sido ayer y la hubieran vivido; mientras que los auténticos protagonistas, quienes estuvieron en ella y la vivieron en primera persona , no querían ni recordarla. y la mayoría se resistían a hablar de ella. "Armindo" fue una excepción. Un saludo

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  3. Respuestas
    1. Hola Manolo. Ya está ahí San Lorenzo un año más. Pásalo bien, y que sigamos viendo muchos "sanlorenzos" más. Un saludo.

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  4. Soy Ángel García. Perfecto como todos , y mejor recoppilados

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  5. Me alegro que te guste. Eso fue todo real, aquí no hay ficción alguna. Un abrazo.

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