domingo, 23 de abril de 2023

¿Saya o saia?



   Hasta la segunda mitad del siglo XX, la religiosidad en España era un fenómeno profundamente arraigado en la sociedad, lo cual no debe extrañarnos lo más mínimo si consideramos que, durante siglos, para la gente, siempre había sido la providencia quien había regulado y guiado sus vidas. 

   Los matrimonios tenían los hijos que Dios les concedía; la gente enfermaba y sanaba porque Dios lo disponía; si alguien moría, también era por voluntad del Creador; cuando había sequía, se hacían rogativas al Ser Supremo para que lloviera; las chicas pedían un novio a San Antonio; los toreros se encomendaban a multitud de cristos y vírgenes antes de salir al ruedo para no tener percances…Aún podríamos seguir nombrando un sinfín de ejemplos, pero hoy voy a centrarme exclusivamente en la salud y el dinero –el amor, aunque también es muy importante, queda pendiente para otro día-. 

  Un psiquiatra norteamericano, de origen húngaro, Thomas Szasz, decía: “Antiguamente, cuando la religión era fuerte y la ciencia débil, el hombre confundía la magia con la medicina; ahora, cuando la ciencia es fuerte y la religión débil, toma la medicina por magia” 
  Esto, explicado en términos menos técnicos, significa que, hasta la segunda mitad del siglo pasado, la ciencia (la medicina) desafortunadamente, aún era poco eficaz para tratar muchas enfermedades; esta situación, por suerte, ha mejorado considerablemente y, actualmente, la medicina ha avanzado bastante (la ciencia hoy es fuerte) siendo posible tratar eficazmente muchas patologías, que antes carecían de un tratamiento eficaz. 

  Pero antes, cuando la “ciencia aún era débil”, la gente, con frecuencia, pretendía recuperar la salud dirigiéndose a Dios a través de algún cristo, virgen o santo, para que este, en su infinita bondad, como dice la gente religiosa, le restituyese la salud perdida; de todos modos, cuando venían mal dadas, y las enfermedades eran incurables, tal como sucede ahora, “no te salvaba ni Dios”, pero algo había que hacer y, como la esperanza es lo último que se pierde… 

  Dios, aunque esté en todos los lados, no lo vemos, y como mirar a la nada no nos ha gusta a los humanos -al menos a mí me sucede- esto explica que tanto nuestros abuelos, como nuestros padres y algún contemporáneo que otro, a la hora de pedir a Dios las cosas, lo hacían y hacen, dirigiéndose a Él través de alguna imagen de nuestras iglesia o ermitas. 

  Sobre este particular, hay que decir que, en nuestra comarca, había dos cristos muy milagreros, nuestro Cristo de las Mercedes, que si se llama así es, precisamente, por las mercedes o favores que concedía a quienes a él se dirigían, y el Nazareno de San Felices de los Gallegos. 
   
  Cuando existen dos figuras similares, sean del tipo que sean, cada una de ellas tiene sus partidarios y esto también ocurría con nuestros dos cristos, estando, en este caso, las preferencias, sobre el uno o el otro, determinadas, fundamentalmente, por la zona donde vivía cada uno de sus adeptos; es obvio que, en la margen derecha del Huebra, en nuestro lado, nuestro cristo ganaba en número de fieles; mientras que en el otro lado, en El Abadengo (Lumbrales y alrededores), quien se llevaba las preferencias, con diferencia, era el Nazareno de San Felices. 
  Lo bueno del asunto es que aquí ni hay, ni había, competencia o rivalidad de ningún tipo, como ocurre con otras cosas – cuando eres hincha del Real Madrid o del F. C. Barcelona, lo eres del uno o del otro, pero de los dos es imposible – Uno puede ser devoto de ambos cristos y asistir, además, a sus respectivas fiestas, ya que ambas de celebran en fechas diferentes. 
   
  El día 3 de mayo, se celebra la Cruz de Mayo o Invención de la Santa Cruz, conmemorándose,
Jesús Nazareno. San Felices
según la tradición, el hallazgo de la Cruz por Santa Elena; siendo ésta la fiesta dedicada al Nazareno de San Felices.

   El 14 de septiembre, se festeja la Cruz de Septiembre o Exaltación de la Cruz, fecha que recuerda la consagración de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén (año 335), siendo este día del año cuando celebramos la fiesta del Cristo de las Mercedes. 

  Como ser devoto de los dos cristos era y es perfectamente compatible, antes había mucha gente que no dudaba en acudir a ambas fiestas. 

   Ir de Barrueco al Cristo, es uno de los clásicos paseos que hacemos y apenas supone esfuerzo alguno ya que la ermita está cerca, menos de un km, y supone una agradable caminata que podemos hacer siguiendo varios trayectos. Podemos ir por Santana - Santana, Santa Ana, La Cruz de los Caídos y el antiguo cementerio son todo lo mismo, no olvidarlo -, o bien a través del valle Cardadal (o Cadadal), donde estaba La Alameda. 

 Hace muchos años, el ayuntamiento de aquel momento -hay que aclarar que el actual no tiene nada que ver con esto- decidió cortar los chopos del valle, supongo que para vender la madera -no creo que lo hicieran porque daban demasiada sombra en verano - y nos quedamos sin alameda. No critico que tomaran esa decisión, supongo que lo hicieron pensando en el bien del pueblo, pero podían haber plantado después otros chopos y hoy día podríamos seguir teniendo otra hermosa alameda, igual o mejor que la desaparecida. 

  Ir hasta San Felices, a la ermita del Nazareno, desde nuestro pueblo, si queremos hacerlo dando un paseo, ya es otra cosa. “Google maps” indica que hay 32,5 km, y que para hacer ese trayecto, caminando, se tardan 7 horas, en coche 31 minutos y en bici 1 hora y 52 minutos -si paramos ocho minutos para mear y descansar, ya tenemos las dos horas justas- 

   Lo que no dice Google, es cuanto se tarda en burro o en caballo, vehículos en los que, antes, mucha gente iba a la Fiesta de la Cruz del 3 de mayo de ese pueblo, cuando aún no había coches y las carreteras eran caminos. 

  La gente que iba a San Felices desde Barrueco, Saldeana, Villasbuenas, etc cruzaba el río por el puente Resbala y seguía, habitualmente, el camino hasta el cruce con la carretera C-517, Salamanca–La Fregeneda, tomando dirección a Lumbrales. 
   
   Una vez en la carretera comarcal, aproximadamente a medio km del cruce, en el lado izquierdo de la misma, existe un pequeño tramo de la antigua carretera, fuera de servicio, donde hay una fuente conocida como “Caño de Bebe y Vete”, porque al lado del caño existía una inscripción con ese mensaje, dirigido a quienes pasaban por allí y paraban a beber agua. 
   Visité el caño el verano pasado y como ocurre con tantas cosas de nuestra comarca, la fuente existe; obviamente, nadie se la ha llevado a otro lugar, pero el entorno estaba totalmente abandonado. 

   En relación con la fiesta de los dos cristos, existía una costumbre en nuestra comarca que tenía una conexión directa, nada y nada menos, con la siesta, ese deporte nacional que, al ser desconocido en muchos países, dudo mucho que pueda ser admitido alguna vez como deporte olímpico –llegado el caso, los españoles, ahí, nos llevaríamos todas las medallas, no me queda duda alguna- 
   Una vez un pensador dijo que “La siesta es la forma en que la naturaleza nos recuerda que la vida es grata”. Estoy seguro que se le ocurrió una tarde de verano al levantarse de una de ellas. 

  Volviendo a la siesta, nuestros antepasados decían que el período hábil para echársela, era aquel que transcurría desde “la Cruz de Mayo” hasta “la Cruz de Septiembre” habiendo mucha gente que respetaba escrupulosamente esta costumbre. 

  En esta vida, todo es a cambio de algo. Una persona trabaja a cambio de su salario; cuando vas a comprar algo, tienes que pagar su valor con dinero; para viajar en autobús, tren, barco o avión, es necesario pagar el billete…, pero no todo se resume a las cosas materiales. Así, cuando tienes novio/a  lo que hay es un intercambio de afectos -y otras cosas- pero es un intercambio, al fin y al cabo. 

  Esto, si lo trasladamos al campo de la religión, podemos ver que también ocurría con las peticiones que hacía la gente al Creador. Cuando una persona pedía algún bien a Dios a través de algún intermediario, ya fuera un santo, virgen o cristo, lo hacía a cambio de una promesa. 
  Una promesa, religiosa en este caso, es una petición que se hace a la divinidad comprometiéndose  a hacer algo a cambio. Un ejemplo muy simple de promesa, era la que hacían las madres cuando aún había servicio militar obligatorio -la famosa mili- Antes del sorteo de los quintos, en el que se determinaba el lugar donde cada uno era destinado, algunas le llevaban una vela al Cristo pidiéndole que su hijo obtuviera un buen destino. No era lo mismo acabar haciéndola en Cáceres, por poner un ejemplo, que en Ceuta o Melilla. 

   Las peticiones, y promesas correspondientes, eran de todo tipo; como pedir un buen trabajo, aprobar una oposición a guardia civil, policía, bombero o incluso a catedrático de universidad, etc. a cambio de ofrecer velas, acudir a novenas, encargar misas -pagándolas, evidentemente- . Eran promesas que suponían un mayor o menor coste económico para el interesado/a ; de modo que, cuando alguien andaba liado en alguno de estos menesteres, no dudaba en solicitar la ayuda del cielo, siendo acorde a la categoría de la petición, el alcance de la promesa que el interesado hacía. 
  Éstas últimas, no siempre se cumplían; unas veces era la providencia quien hacía oídos sordos a las peticiones, y otras eran los interesados quienes, a pesar de recibir el bien solicitado, incumplían lo prometido. 
  Aunque en la política esto es lo habitual, ya que muchos políticos hacen todo tipo de promesas antes de las elecciones y, una vez consiguen ser elegidos, se olvidan de todo; las promesas religiosas casi siempre se cumplían. 

  En ocasiones, la promesa era de tipo espiritual -vamos a llamarlo así-, consistiendo la misma en realizar algún esfuerzo o una acción externa significativa, estando relacionadas las peticiones, muchas veces, con algún problema de salud. 
  Si una persona o algún familiar próximo, como un hijo pequeño, tenían alguna enfermedad; era frecuente hacer una promesa, pidiendo ayuda al cielo, para recuperar la salud perdida. 

   En lo que respecta al Nazareno de San Felices, una de las promesas más comunes, que hacía la gente, era acudir a rezarle el día de su fiesta (el 3 de mayo), oír misa y/o rosario en la ermita y acompañar a la imagen en la procesión de su traslado a la iglesia. 
 La promesa podía consistir, simplemente, en acudir hasta ese pueblo, el día de su fiesta, en peregrinación; un año, dos, tres, cinco e incluso de por vida, dependiendo de los casos. 
  Algunos peregrinos iban caminando descalzos desde su pueblo hasta a la ermita y muchos portaban un escapulario, para que no le quedara duda a nadie de cuál era su destino. 
  También había personas que sólo iban descalzas durante la procesión. Otros, al llegar desde su pueblo a la ermita, se postraban de rodillas y se ponían a rezar durante mucho tiempo, sin cambiar de posición, a veces con los brazos extendidos en cruz -un sufrimiento o mortificación que visto desde los tiempos actuales no es fácil entender- 

  En ocasiones, las promesas eran exageradísimas llegando a extremos inimaginables. Siendo muy niño, una vez fui con mi familia, un 3 de mayo, a San Felices; nosotros fuimos en coche y la promesa que habían hecho mis padres, aquel año, era muy sencilla ya que consistía, simplemente, en ir a la fiesta del nazareno y acudir a los oficios religiosos.  
  Había mucha gente; la ermita estaba a rebosar; en la calle estábamos una multitud esperando la salida de la imagen para iniciar la procesión, en su bajada hasta la iglesia del pueblo, y una vez iniciado el
Ermita de Jesús Nazareno San Felices

recorrido, una mujer había hecho la promesa de hacerlo entero avanzando de rodillas; tras recorrer tan solo unos metros, empezaron a sangrarle ambas piernas y el cura, con muy buen criterio, detuvo la procesión y le impidió seguir. 
  Le dijo que ya era suficiente, que Dios había visto que había cumplido la promesa y que ya sólo tenía que rezar para hacerle sus peticiones. 

 Las mejores promesas, las más sinceras, eran aquellas que se hacían a nivel particular…un compromiso entre Dios y el interesado, sin que éste comunicara a los demás lo que pensaba hacer; de ahí que mucha gente no hiciera público el tipo de promesa que había hecho. 

  Una vez, en un pueblo, a comienzos del siglo pasado, había una joven pareja -a diferencia de ahora, entonces, todas las parejas, estaban compuesta por un hombre y una mujer y estaban casados por la iglesia, “como Dios mandaba”- y el 3 de mayo de aquel año fueron a San Felices, dirigiéndose a la ermita del Nazareno porque ella había hecho una promesa. 

  Aquí el asunto no tenía nada que ver con la salud, eran jóvenes y estaban muy sanos. El tema iba por otros derroteros; ella tenía un tío ya mayor, bastante rico, estaba soltero, no tenía hijos y ella había dicho al marido que tenía hecha una promesa al Nazareno para que su tío, en vez de repartir la herencia entre todos los sobrinos, se la diera solo a ella -como podemos ver, al pobre nazareno las peticiones que le llegaban, a veces, eran bastante pintorescas-

  El marido no la había tomado en serio, pensaba que tan solo era una excusa para ir a la Fiesta de San Felices, no dijo nada, y allí que se presentaron los dos. 

 Actualmente, cuando hay una fiesta religiosa, podemos ver que el vestuario de las mujeres es muy variado: vestidos de fiesta; trajes pantalón; ropa actual y no tan actual; faldas largas y cortas; a veces, incluso hay chicas con minifalda ante el disgusto de algunos curas –los que no somos curas, no nos disgustamos tanto- , pero, hasta mediados del siglo pasado, los vestidos de las mujeres, tanto para fiestas como para cualquier actividad eran más homogéneos ya que, sin excepción, todas vestían con saya, una falda larga de vuelo ancho, que cubría desde la cintura hasta los tobillos - no estaba bien visto que las mujeres usaran pantalones-. 
  Debajo de la saya llevaban, sobre todo en invierno, un refajo, otra falda gruesa, en este caso de paño más basto que servía para protegerse del frío; y algunas, aún, llevaban una tercera capa: unas enaguas: otra falda de tela lisa y más fina, que estaba en contacto con la piel; o pololos, aunque estos últimos eran muy poco usados. 
  Cada mujer vestía a su gusto igual que ahora, con/sin refajo; con/sin enaguas. 
  En cuanto a las bragas… pues bueno, ¿qué era eso?, preguntaban algunas, y es que muchas nunca las usaban. 
 Una vez oí a una mujer decir: ¡Que suerte tenéis los hombres, porque podéis mear de pie! 
 Le respondí que mi abuela sí lo hacía. Se subía un poco la saya para no mojarla y era capaz de hacerlo perfectamente. 

  Bueno, pues nuestra mujer, la que quería que el nazareno hiciera lo posible para que el tío la dejara como heredera universal, era de esa época; de cuando las mujeres vestían sayas que iban desde la cintura a los tobillos y, si se lo proponían, también meaban de pie. 

  Una vez que comenzó la procesión de traslado de la imagen del nazareno, desde su ermita a la iglesia del pueblo, comenzó a lloviznar y ella se disgustó mucho, ya que había ido a la peluquería el día anterior; pensó que la lluvia iba a estropearle el peinado y, para protegerlo, como aquel día iba con saya y enaguas, se le ocurrió subirse la saya por detrás, para proteger el cabello de la lluvia, con la intención de dejar cubierta la retaguardia con las enaguas;  mas no cálculo bien y se subió las dos prendas quedando a la vista, de todos los que iban tras ella, las piernas y las posaderas; pero ella,  como no se veía por atrás, continuo en la procesión, caminando tan tranquila. 

 “Casualmente”, la gente que iba tras ella, en la procesión, eran hombres; estos, quedaron sorprendidos por lo que veían y no la avisaron, ya que estaban encantados por el espectáculo que ella, involuntariamente, estaba ofreciendo. 
  Al cabo de un rato, fue una mujer quién la avisó de lo que estaba sucediendo y ella, muy enfadada, se bajó a toda prisa la saya y las enaguas para taparse, encarándose después con el marido preguntándole que por qué no la había alertado, ya que él sí estaba al tanto de lo que pasaba, respondiendo éste: 

 - Es que pensaba que esa era la promesa que habías hecho. 

 Nota

   A la fiesta de la Cruz, de San Felices, acudían también muchos portugueses de los pueblos próximos, del otro lado de La Raya y este cuento, historia, anécdota o como cada cual quiera catalogarlo, se contaba en los pueblos de ambos lados de la frontera. 
  En el lado portugués, decían que la protagonista de la historia, la mujer que se había subido la saya, era española; en cambio, en el lado español, afirmaban que la mulher que se había subido “a saia” era portuguesa; y ahí está el dilema. ¿Con qué se protegió la protagonista el peinado?, ¿era una saya? o ¿era uma saia?.

4 comentarios:

  1. Hay que volver despacito a esta historia para saborear y disfrutar con la saya, saia, savia y sabia manera de contarla.
    Saludos, -Manolo-

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    1. Aun sigue celebrándose la fiesta de la Cruz en San Felices, pero ha evolucionado mucho. Aunque acude mucha menos gente que antes , sigue manteniendo su encanto aunque ya no vayan mujeres con sayas a hacer sus promesas. Un saludo

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  2. Tan interesante como las otras narraciones.
    Me gustaría que se editara un libro donde se recopilaran.
    Y poder comprarlo para disfrutar unos buenos ratos.
    Enhorabuena Jose

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