Un filósofo, es aquella persona que se dedica profesionalmente a la filosofía; esta afirmación, aunque es correcta, no se ajusta totalmente a la realidad ya que el término es más amplio y hay que hacerlo extensivo, además, a toda persona aficionada a filosofar, independientemente de que se dedique, profesionalmente o no, esta actividad.
Filósofos famosos, a lo largo de la historia, ha habido muchos y hacer una selección de quiénes fueron los más influyentes no es una tarea fácil; si pidiésemos a dos expertos en el tema, que elaborasen por separado una relación de los pensadores más importantes que ha habido a lo largo del tiempo, ambas listas no iban a ser iguales pues cada una de ellas iba a depender del gusto de cada uno; pero quien, con total seguridad, no iba a aparecer en una lista de estas características sería el “Tío Contrapunto”, un paisano del pueblo; él no se reconocía, ni mucho menos, como filósofo, a pesar de que las circunstancias le habían llevado a tomarse la vida con filosofía.
“Yo soy yo y mi circunstancia”, es una conocida frase de Ortega y Gasset, un filósofo español del siglo XX, que viene “que ni pintada” para entender lo que es “tomarse la vida con filosofía”; esta frase refleja perfectamente cómo vivimos las personas, enfrentándonos, día a día, a todo tipo de situaciones, tanto favorables como desfavorables, especialmente a estas últimas; donde la paciencia y el buen humor juegan un importante papel para sobrellevar nuestra existencia, sin que el desánimo prenda en nosotros ¡Quién
iba a decirle a Torcuato, conocido por todos en el pueblo como el Tío
Contrapunto, veinticinco siglos más tarde, que Sócrates tenía razón y no
precisamente por lo feliz que era en su matrimonio!
Se había casado a los 22 años, una edad
normal para la época –entonces la mayoría
de la gente lo hacía entre los 18 y los 25 -, con su novia de siempre, una
chica guapa y agradable, de su misma edad, después de tres años de noviazgo; entonces,
estos, generalmente, eran prolongados para que los contendientes -perdón, los pretendientes- pudieran conocerse bien.
Como curiosidad, resaltar que en un pueblo
de la comarca hubo una pareja que mantuvo el noviazgo durante más de 50 años,
cada uno viviendo en su casa, -no como
ahora-, y, aunque con frecuencia hacían amagos de casarse señalando
posibles fechas, siempre muy lejanas, fiándolo para largo, creo que nunca
llegaron a encontrar el momento de hacerlo.
Un matrimonio, no es una unidad, es la suma de dos individualidades,
marido y mujer, o compañero y compañera, si no hay matrimonio por medio; ambos,
tanto física como espiritualmente, a medida que pasa el tiempo, crecen y
maduran, siendo lo ideal que lo hagan paralelamente…en la misma dirección, de tal
modo que ese amor inicial, ciego y apasionado, con el tiempo va, paulatinamente,
transformándose en un tipo de amor más maduro y sosegado donde ambos
componentes de la pareja continúan haciendo su itinerario espiritual juntos; aunque a veces la relación se deteriora, desaparece el amor, y estos
caminos paralelos pasan a ser divergentes, cuando no opuestos, llegando a preguntarse
los dos componentes de la pareja cómo es posible qué sigan conviviendo con una
persona a la que ya no quieren.
Llegados a este punto, en la actualidad, la solución es fácil: se separa
la pareja y cada uno inicia una nueva vida por su lado, pero esto aún no
era posible en los tiempos de Torcuato y resulta que, al cabo de los años, la
situación a la que había llegado el matrimonio era que Torcuato y Casilda ya no se querían y el desapego era mutuo; pero, como no podían separarse, ni civil ni eclesiásticamente, seguían conviviendo
bajo el mismo techo haciendo una vida de pareja donde los desencuentros eran
continuados.
No consta que hubiera violencia física entre
ellos en ningún momento, ni que uno tuviera subyugada la voluntad del otro; habían llegado a un punto de tolerancia mutua bastante equilibrado, pero existía bastante ensañamiento psicológico de uno hacia el otro, una actividad en la que ambos se empleaban a fondo.
El marido insistía en que el grado de encono que
ella empleaba hacia él era excesivo, y tenía la seguridad de que Casilda hasta entrenaba
para aprender adjetivos despectivos, con el fin de dedicárselos cuanto tenía
ocasión; en cambio, ella vivía con el convencimiento de que Torcuato, a quien
le gustaba mucho la lectura, leía solamente para averiguar nuevas palabras con
las que ofenderla de una forma más culta.
Evidentemente, una relación entre dos
personas que no se llevan bien y que tienen que vivir “forzosamente” en la
misma casa, debe ser sumamente complicada.
La consecuencia de todo ello es que, tanto Torcuato como Casilda,
necesitaban tomarse la vida con mucha… mucha… mucha filosofía.
Largos años de convivencia, en esta situación, dieron lugar a anécdotas
de todo tipo y calibre, estando el chantaje emocional, entre ambos cónyuges, a la
orden del día.
Cuentan que ella, a veces, cuando buscaba a Torcuato y no sabía adonde
ido, preguntaba a las vecinas:
-- ¿Habéis visto al indeseable de mi marido?
Otras veces,
los adjetivos empleados eran: golfo, granuja, “el tonto este”, etc.
Él, a su vez, cuando preguntaba a las vecinas
por su mujer, su frase favorita era que si sabían dónde había ido “la
Trotaconventos”, una prueba evidente de que había leído el Libro del Buen Amor,
del Arcipreste de Hita.
Un día, sonaban las campanas de la iglesia y Torcuato preguntó a un vecino que si sabía el motivo, ya que no era día festivo -Él, nunca iba a misa porque decía que fue allí, el día de la boda, donde habían empezado todos sus males- Cuando el vecino le contestó que “tocaban a casar” porque había una boda, respondió.
- ¡Qué pena! A ver si hay suerte y algún día tocan a descasar para que pueda ir yo.
Una tarde de verano, tras una de sus discusiones habituales, creo que ya
reñían por todo - si la puerta de la
calle debía estar cerrada, abierta o medio abierta y cosas así, era motivo suficiente
para ello-, ella, muy enfadada, le dijo al marido que no aguantaba más y se iba a tirar a
un pozo. Ante tal amenaza, él, “visiblemente afectado”, le indicó que se
llevara una toalla para poder secarse, cuando saliera del mismo. Casilda, al
ver el poco efecto que su arrebato había causado en Torcuato, no llegó ni a
asomarse al brocal del mismo.
En otra ocasión, una noche antes de acostarse, fue él quien amenazó a
Casilda diciéndole que al día siguiente, no quiso
precisar la hora, quien iba a tirarse al pozo sería él - por cierto, seguían acostándose juntos. No sé si se limitaban sólo a
dormir o si, de vez en cuando, hacían un armisticio y se entretenían en otras
actividades- el caso es que al amanecer, Casilda, al despertarse, vio que el
marido ya no estaba en el lecho. Como no lo veía por ninguna parte y los
vecinos tampoco sabían nada de él, ante la duda de que hubiese cumplido su
amenaza, fue a denunciar el hecho a la Guardia Civil.
Los guardias estuvieron recorriendo las huertas -entonces había muchas- buscando en todos los pozos, sin resultado
alguno. A mediodía, un paisano que había ido a Salamanca a media mañana, conocedor de la desaparición de Torcuato, llamó
por teléfono a la guardia Civil del pueblo para dar aviso de que le había visto vivo y en perfecto estado de salud. Lejos de cumplir la amenaza de tirarse al pozo,
había cogido el coche de línea que pasaba por el pueblo, muy temprano, para ir
a la ciudad y había sido visto por el paisano en un conocido bar capitalino,
dando claras muestras de que tenía mucha más afinidad por el vino y las tapas
de los bares, que por el agua de los pozos.
Otro día ocurrió... y otro……, y otro……La
cantidad de anécdotas que rodearon la vida de este peculiar matrimonio son
incontables, pero lo cierto es que continuaron conviviendo juntos hasta el
final de sus días, “hasta que la muerte los separó”, cumpliendo literalmente las
palabras rituales que dice el cura en las bodas de los matrimonios católicos.
Ante una copa de vino |
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