Una vez estuve en un pueblo donde tenían a San Hermógenes como patrón y, al visitar la iglesia de aquel lugar, vi su altar mayor de estilo neoclásico, con varias imágenes en el mismo, pero allí no estaba la del patrón; a éste, le tenían reservada una capilla en una de las zonas laterales del templo a la que se accedía a través de una gran puerta metálica enrejada que estaba abierta y, al pasar al interior, vi, adosado a la pared, un altar de piedra granítica de muy buena factura, destinado a albergar la imagen del santo, pero se encontraba vacío.
San Felipe: Olvidado en nuestra ermita |
de tercera categoría, de los que apenas hay imágenes, como ocurre con San Hermógenes, un soldado romano que, en un ejercicio de transfuguismo, tan propio entre los políticos de hoy , se convirtió al cristianismo junto a otros compañeros; con la diferencia de que los tránsfugas de antes no eran tan bien tratados como a los de ahora. Cómo sería la cosa que, por este motivo, fue martirizado.
Ante
la alternativa de que la imagen no estuviera en su lugar, por hallarse en
proceso de restauración, y aprovechando que el cura, en ese momento, estaba en la
sacristía, me dirigí hasta allí a
preguntarle por la imagen.
Se trataba de un cura joven y, después de
presentarme, tras oír mi pregunta, se sintió bastante extrañado por mi interés; debió llamarle mucho la atención que un forastero se interesara precisamente
por ese santo.
Me comentó que él llevaba ejerciendo de
párroco, en aquel pueblo, cinco años, y que cuando llegó, San Hermógenes ya no estaba
en su altar. El anterior cura le había dicho que él, a su vez, cuando había llegado a aquel pueblo, bastantes años atrás, tampoco
estaba, así que no podía darme muchas noticias al respecto.
- - ¿Pero la imagen ha
existido alguna vez?, insistí yo
- -Sí. Contestó el
párroco. Claro que existió. La gente mayor del pueblo aún la recuerda.
- - ¿Y sigue siendo el patrón del pueblo? Volví a preguntar.
- Por supuesto, dijo el cura algo irritado por la pregunta. Una cosa es que no haya imagen y otra que no exista el santo. No tienen nada que ver una cosa con la otra. Verás, continuó hablando el párroco, comprendo que te resulte extraño el hecho de que San Hermógenes sea el patrón del pueblo y no tengamos imagen alguna del mismo. Esto se debe a que un día, ya hace muchos años, desapareció en unas circunstancias algo extrañas, pero no es óbice alguno para que siga siendo nuestro patrón. Es más, la gente de aquí incluso habla de un milagro ocurrido por mediación del santo, aunque oficialmente nunca llegó a reconocerse. Yo llevo varias parroquias, sabrás que ahora hay pocos curas, y tengo mucha prisa. Me están esperando en otro pueblo para decir una misa. Si tienes mucho interés en el asunto, te aconsejo que vayas a ver a Elpidio, el antiguo sacristán. Es natural del pueblo y siempre ha vivido aquí, él te puede informar mucho mejor que yo; tiene muchos años, pero su memoria es fantástica y creo que es la persona idónea para satisfacer su curiosidad. Puedes decirle que vas de mi parte.Además, dijo el párroco para rematar la cuestión, como cura que soy, no soy la persona más indicada para hablar del milagro. Sólo te pido una cosa, si te habla del mismo, no juzgues los hechos con los ojos de un hombre de hoy, aquello ocurrió hace más de 60 años y la perspectiva de las cosas de entonces y de ahora es muy diferente. No lo olvides.
Era evidente que el cura sabía mucho más de San Hermógenes de lo que me había dado a entender, y que, elegantemente, se estaba quitando del medio para no seguir hablando del tema. Debía sospechar que no iba a conformarme con sus breves explicaciones y que iba a continuar preguntando a la gente del pueblo sobre su “patrón ausente”, así que, como mal menor, había decidido remitirme al sacristán.
Cabía la posibilidad de que Elpidio estuviera
en el campo trabajando; mucha gente en los pueblos, cuando se jubila, tienen huertas o animales
para seguir haciendo alguna tarea y entretenerse en algo, y si esto era así,
tendría que volver otro día, pero Dios, o San Hermógenes -vaya usted a saber- , quiso que aquel fuera mi día de suerte ya que
la esposa del sacristán me dijo que estaba en el pueblo, y que si quería verle,
a estas horas - era la una del mediodía - todos los días, acostumbraba ir a los
bares del pueblo y que no iba a tener
dificultad alguna en encontrarlo ya que sólo había dos y ambos estaban en la
plaza, así que la cuestión era fácil: Si no estaba en uno, estaba en el otro.
En el primer bar que entré, había cuatro
clientes y uno de ellos era Elpidio. Tras saludarle, le dije que venía de parte
del cura, le expliqué el motivo de haber ido a verle, que el párroco había comentado
que él la personan idónea para informarme, y esto pareció agradarle. Además, le
indiqué que quería invitarle a algo mientras me lo contaba. De hecho, invité a
todos los parroquianos que estaban con él.
La mayoría, nos encontramos en un término
medio y ese supongo que era el caso de Elpidio, pero a aquellas horas, tras los
vinos que se había trasegado anteriormente, y el que yo le invité, estaba
bastante locuaz haciendo bueno el dicho “
Después de la lluvia nace la hierba; después del vino, las palabras “, así que,
tras beber un poco del vaso -creo que era clarete de Cigales- que nos había
puesto la camarera, empezó a contarme:
- Mira, yo ya soy muy viejo; tengo ochenta y tres años y he sido sacristán durante más de sesenta. Iba para cura y estuve en el seminario varios años, pero me gustaban las mujeres y lo del voto de castidad no me convencía nada, así que, a los diecisiete años, lo dejé ¿y sabes lo primero que hice cuando dejé el seminario?
- Se buscó una novia.
Respondí yo.
-
Efectivamente.
Continuó, entre risas, Elpidio. A mí me gustaba estudiar y se me daba bien el
latín, que entonces era fundamental para las misas y celebraciones religiosas; coincidió
que por aquella época murió el antiguo sacristán, y el cura que había entonces,
don Emeterio, un día se presentó en mi casa y dijo que, aprovechando que había
sido seminarista y sabía latín, tenía que ser el nuevo sacristán. ¡Y eso que yo no iba ni a misa!
No hay peor cristiano que aquel que, durante
años, ha estado asistiendo, por obligación, a diario a misas, rosarios y resto
de actividades que hay en los seminarios, como me había ocurrido a mí, así que
la cosa no me hacía gracia alguna y me negué, pero don Emeterio insistió y supo
convencerme con un buen argumento. Me ofreció un pequeño sueldo, al mes. Algo
testimonial, todo sea dicho, así que acepté y hasta ahora. Actualmente los
sacristanes ya no tenemos función alguna y hace años que “dejé de ejercer”, pero
en el pueblo, para todos, sigo siendo el sacristán.
-
¿Sigue cobrando como sacristán? Pregunté yo.
-
No. Hace mucho que dejé de hacerlo. Si no hago nada, no puedo cobrar nada. Pero estuve cobrando mi sueldo bastante tiempo. Debía ser el único sacristán asalariado de toda la diócesis.
- En cuanto a la imagen de San Hermógenes, falta de su altar desde hace más de 50 años. Continuó hablando Elpidio. Por aquel entonces, se había casado el alcalde del pueblo, un hombre que sobrepasaba ampliamente los cuarenta, con una mujer de veinticinco, pasaba el tiempo, no tenían hijos, y en un pueblo pequeño donde la vida privada es un hecho desconocido, la gente preguntaba continuamente al matrimonio que qué pasaba con los hijos, y que a ver si es que “no valían” -una expresión muy corriente de entonces para referirse a los problemas de reproducción que tenemos algunas personas-
El
problema estaba en él y no de ella, como veras más adelante. Aclaró Elpidio. Se
rumoreaba que, como él ya tenía sus años, “las cosas” en la cama no funcionaban
como Dios manda, porque “el pajarito no le volaba bien”, y así, malamente,
podían hacer lo que hay que hacer para poder tener un hijo.
Hoy día, la medicina tiene remedios para
arreglar esas cosas, pero en aquellos tiempos todavía no había los adelantos de hoy
día, y, para intentar solucionar el problema, a Marcelina, así se llamaba la
mujer del alcalde, se le ocurrió hacer una novena al patrón del pueblo, a San
Hermógenes, pidiéndole que hiciera lo posible para que pudiera tener un hijo.
Resultó que la mujer del alcalde, la de los veinticinco años, le pidió a San Hermógenes con mucha fe que, como quería tener un hijo, hiciera lo posible para que esto pudiera suceder. Si una novena consiste en efectuar rezos a la Virgen o algún Santo durante nueve días, ya casi al final de la misma, al octavo día, el marido sufrió un infarto tremendo y murió “de repente”, quedando la mujer viuda; así que la novena de Marcelina, al santo, para poder tener un hijo, pensó ella que había quedado en agua de borrajas.
El nuevo marido era parejo en edad y “todo lo
tenía en buen uso” –el sacristán lo contó
de otra manera más explícita- así
que al año del “casamento”, aproximadamente, la pareja tuvo un hermoso niño.
Marcelina
estaba inmensamente feliz con el retoño y decía a todo el mundo que ahora es
cuando lo entendía todo; que su novena no había sido en balde, y que el
embarazo y nacimiento de su hijo había sido un auténtico milagro propiciado por
San Hermógenes. Ella se había dirigido al santo pidiéndole un hijo y lo tenía
gracias a que éste que, siguiendo unos caminos un poco enrevesados eso sí, desde
el cielo había hecho lo posible para que tal cosa sucediera.
La feliz mamá, en agradecimiento al santo, hizo
la promesa de que, durante un año, en su capilla no iba a faltar nunca una vela
encendida y, a raíz de esto, por toda la comarca se corrió la voz de que San Hermógenes
era un santo “muy apañao” para ayudar a las parejas a tener hijos. Debido a
esta circunstancia, en su capilla, a partir de entonces, era muy habitual ver al
lado de las velas que ponía Marcelina, otras que llevaban algunas mujeres
pidiendo al santo otro milagro.
Todo iba sobre sobre ruedas, hasta que un
día una mujer de un pueblo cercano, apareció en el templo con una vela y preguntó al cura que cual era la capilla de San Hermógenes. Don Emeterio se lo indicó, y le dijo
que si no tenía hijos.
- Sí. Respondió la
mujer. Tengo cuatro hijos.
- ¿¡¡Cuatro hijos!!?
Contestó don Emeterio sumamente sorprendido ¿Y viene a pedirle otro a San
Hermógenes?
- ¡No señor! ¡Cómo voy
a pedirle un hijo a San Hermógenes! Contestó la mujer con desdén. Lo que pasa es
que tengo un problema tremendo con mi marido. Es un mal esposo y ya no sé qué
hacer con él -entonces no existía el
divorcio en España, y cuando uno se casaba era para “ toda la vida”- Conozco
a la Marcelina, sé que le pidió a San Hermógenes que hiciera lo posible para
poder tener un hijo, y el santo lo solucionó todo: arregló el problema que
tenía con el marido, y así pudo después tener el niño. Bueno, pues yo como ya
tengo hijos, no necesito pedirle tanto al santo, con la mitad del milagro me
conformo.
Al oír esto, don Emeterio, se quedó helado. Siguió hablando Elpidio. Él pensaba que todas las velas que le llevaban las mujeres al santo eran para buscar descendencia, y ahora resultaba que aquella, y quien sabe si alguna más, iban sólo a pedirle la primera parte del milagro.
Aquella misma tarde me encargó que llamara
al herrero y que le ayudara a poner una cerradura a la puerta de la capilla de
San Hermógenes, ya que sólo tenía un pasador, pues no quería que nadie volviera
a entrar en la misma a pedirle milagros de ningún tipo al santo; pero, a pesar
de todo, seguían apareciendo velas encendidas en el suelo, por fuera de la reja,
de modo que, una madrugada, misteriosamente, desapareció la imagen del santo de
su capilla, para evitar que la gente continuara pidiéndole milagros.
- - ¿ Y qué fue de la
imagen? Pregunté yo.
- No estoy seguro
del todo. Contestó el sacristán. Don Emeterio, decía que se la habían llevado
al obispado y que este la había enviado a alguna parroquia de otra diócesis,
lejos de la nuestra, para que las feligresas le perdieran la pista y se
olvidaran de ella; pero yo tengo serias dudas de que acabara así.
Había
un anticuario que venía mucho por los pueblos a comprar cosas viejas a la
gente, y don Emeterio a veces le vendía cosas que decía que “ya no servían”.
Unos días antes de la desaparición de la imagen, ese hombre había estado por aquí
y yo mismo le vi hablando con él. Si a eso unimos que la desaparición, ocurrió una
noche y a escondidas, creo que la sospecha es más que fundada de donde pudo
acabar San Hermógenes. Habría que preguntarle al anticuario, pero murió ya hace
muchos años.
No sé, José, de dónde sacas tantas historias, cuentos, anécdotas y todas esas cosas que te contaron y que tan bien has guardado para ahora contarlas en escritura amena y mucha gracia, en tu blog para todos nosotros. No sé si tus fuentes son o fueron reales o tu fuente es tu mente privilegiada con un archivo bien guardado y ordenado, que cuando quieres sacas a luz el tema que elijas. No sé si había oído nombrar alguna vez a este santo: San Hermógenes.
ResponderEliminarEn adelante, ya no puedo decir lo mismo. Sé que sí existió, llegando a santo y con algún milagro atribuido y si no que se lo digan a Marcelina si lo suyo no fue un milagro, o dos.
Pero es así, como dices, que a vuestro San Felipe el pueblo, sus gentes, ¿lo tiene un poco abandonado? Eso no está bien.
Como hijo del pueblo, tienes que interceder para solucionar esa situación.
Y como la fiesta de Barrueco está cerca. FELIZ DIA DE SAN FELIPE
-Manolo-
Antiguamente, una de nuestras fiestas principales era en San Felipe, efectivamente, y se desarrollaba durante 3 primeros días de mayo. Después comenzó a celebrarse la Fiesta del Trabajo, creo que a finales del siglo XIX, el primer día de mayo, y aunque ésta se celebra en todos los lados, para nosotros sigue siendo San Felipe efectivamente: La imagen del santo, e está en la ermita olvidada por todos. Creo que muchos, incluso desconocen que uno de los dos alteres que acompañan al Cristo, en su ermita, pertenece a ese santo. Tendré que "investigar" un poco y comprobar si también tiene algún milagro en su currículum para revalorizarlo un poco.
EliminarQue historias tan bien contadas y amenas...no se si realidad o literatura...pero en cualquier caso muy entretenidas...me encantan...!!
ResponderEliminarMe alegro que te gusten. Respecto a su veracidad, la verdad es que la realidad, si cabe, a veces es más inverosímil que la ficción. Un saludo.
EliminarMe gustan las vidas de los santos...suelen ser muy curiosas...!!
ResponderEliminarS Felipe resucito al hijo de un principe encontrado muerto...!!
Impresionda con la historia.Yo también do de Baarruecopardo y conocida tuya.Por mi nombre deducirás quién soy.Afirmo el olvido a San Felipe,realmente sólo nos acordamis de él el día de su fiesta.También es verdad que al estar en la ermita del Cristo de las Mercedes le hace perder protagonismo,pues todos vamos a pedir y rezar al Cristo.Ha sido un placer leer la historia.Mi nombre es María de la Cruz.Un saludo
ResponderEliminarSé quien eres, claro que sí. Me alegro que te haya gustado la historia y coincido contigo plenamente con lo que dices de San Felipe. Cuando uno va allí, va a ermita del Cristo sin más que para eso es el que hacía milagros en la comarca.
Eliminar