miércoles, 19 de agosto de 2020

El Cura Chico

 


   Un cura chico, como el propio nombre indica, es un señor que es cura y además de baja estatura; la gente de “antes”, en los pueblos, tan amiga de poner apodos a sus convecinos, muchas veces utilizaba las características físicas de las persona con este fin: El Rubio, Manos Grandes, El Orejotas, El Bizco, El Gordo… eran nombres empleados para nombrar a algunas personas, motes que a veces no se limitaban a un individuo concreto, sino que alcanzaban a sus allegados e incluso llegaban a ser heredados, constituyéndose, en muchas ocasiones, auténticas sagas con ellos: La mujer de Muchohombre (éste es que tenía muchos hijos), la hija de la Guapa, el nieto del Rompebragas, etc.

   Esta costumbre de poner apodos a la gente, afortunadamente, ya casi ha desaparecido y es algo que no hemos de añorar ya que, en ocasiones, alguno de estos alias era ofensivo o de mal gusto, al afectado/a no le hacía gracia alguna, y era origen de conflictos.

   Si buscamos una posible justificación al empleo de estos apodos, la encontramos en la excesiva concentración de personas que compartían el mismo nombre. No era raro que en un pueblo de 500 habitantes hubiera treinta Manolos, otros tantos Josés, veinticinco Franciscos, veinte Juanes… lo cual hacía sumamente difícil localizar a una persona concreta sólo por su nombre de pila, de ahí que fuera preciso añadir algún otro “dato identificativo” a cada una de ellas para distinguirla de los demás: Manolo el de “la Nati”, Manolo “el zapatero de la plaza”, Manolo “El Carbonero”, Manolo “el de Saldeana”…Esto ya es otra cosa ¿verdad?. Gracias a estos calificativos, todos los manolos estaban perfectamente identificados, tal como sucedía con el resto de los hombres y mujeres de cada lugar.

   En la primera mitad del siglo XX, la profesión (vocación) de sacerdote, al contrario de lo que sucede ahora, estaba muy extendida entre los jóvenes y, gracias a ello, todos los pueblos tenían su propio sacerdote dándose la circunstancia de que, en los municipios grandes, incluso había dos o más curas.

   En el nuestro, por esa época, teníamos dos; un párroco, que actuaba como “jefe del negocio” y un coadjutor que vendría a ser el “pringao de turno”. Si el primero era el que oficiaba la misa mayor del domingo, a las once de la mañana, el segundo decía la de las ocho de la mañana del lunes y cosas así. Además, el coadjutor se encargaba de echar una mano a los curas de los pueblos próximos cuando en ellos sólo había un titular y este se ausentaba por alguna circunstancia.

   Bueno, pues el Cura Chico era coadjutor en Barruecopardo y con cierta frecuencia tenía que desplazarse a los pueblos cercanos a realizar su trabajo como pastor de las almas del lugar que le correspondiese en cada caso.

   En aquella época, en nuestra comarca, aún no había carreteras asfaltadas, como ahora,  sino caminos de tierra para unir los distintos pueblos, apenas circulaban coches y la gente para desplazarse de un pueblo a otro lo hacía con vehículos de tracción animal: carruajes, a lomos de alguna caballería, o bien caminando -hoy día, hacer caminatas por el campo es considerada una actividad deportiva conocida como senderismo. ¿Quién le iba a decir a nuestros antepasados, obligados a veces a realizar largas caminatas campestres por necesidad, que esto acabaría convirtiéndose en una actividad lúdica? -

    El Cura Chico, al ser sacerdote y “tener posibles”, para sus viajes no tenía necesidad de caminar, ya que poseía un buen caballo, éste era de gran alzada y por lo visto era todo un espectáculo verle montar al mismo pues, debido a su baja estatura, como desde el suelo le era imposible alcanzar la grupa, cada vez que tenía que subirse al animal lo hacía desde en un poyo de piedra a la par que alguien sujetaba el caballo por las bridas para evitar que se moviera.

   Una vez, el cura de El Milano tuvo que ausentarse de la parroquia por problemas personales y el Cura Chico le sustituyó en sus quehaceres, cosa que no suponía problema alguno para él ya que, si el clima acompañaba, como disponía de un buen caballo, hacer el camino entre ambos pueblos era un agradable paseo.  

   En aquellos tiempos, la profesión de sacerdote estaba muy bien considerada y la buena gente de ese pueblo lo acogió de forma exquisita, sobre todo las mujeres; éstas, con frecuencia, tras los oficios religiosos, se quedaban a hablar con él y le obsequiaban invitándole en sus casas a tomar una copa y unos dulces, e incluso, si se terciaba, también a comer; así que nuestro cura, cada vez que iba a El Milano lo hacía encantado pues pasaba de ser un cura segundón en su lugar de origen, a ser la primera   autoridad religiosa de este otro pueblo -y la única- . Los lugareños le trataban tan bien que, si no fuera una falta de respeto al Sumo Hacedor, podría decirse que cada vez que iba a este pueblo de adopción se sentía “como Dios”.

  De todas las mujeres, había una que le acogió especialmente bien, tan bien…tan bien que la cosa acabó en ******** -que cada uno se imagine lo que quiera-; ella estaba casada y se daba la circunstancia de que uno de sus hijos era monaguillo y ayudaba al sacerdote en la misa.

   El cura titular de El Milano tenía una vaca lechera que se la había regalado la gente del lugar y su ama (la criada) todos los días la ordeñaba y a veces con su leche hacía queso. Un día, con nocturnidad y alevosía, resulta que desapareció la vaca; el ama del cura se lo dijo al alcalde; este hizo algunas pesquisas y, como en un pueblo pequeño hasta los secretos más secretos son del dominio público, le costó poco saber quién había robado la vaca.

  El domingo siguiente, cuando llegó el Cura Chico en su caballo, desde Barrueco, a decir la misa, el alcalde estaba esperándole en la puerta de la iglesia y le puso al corriente del asunto:

 -   ¡Mire usted! El cura de aquí, don ******, tiene una vaca lechera que se la hemos regalado entre todos, alguien la ha robado y la tiene en su casa, encerrada en el corral. La vaca, hasta que vuelva nuestro cura, en realidad es como si fuera de usted y hay que hacer algo para que se la devuelvan. Yo, si quiero tomar cartas en el asunto, tendría que ir a la Guardia Civil y denunciar a la familia que la tiene, pero este pueblo es muy pequeño, nos conocemos todos y sería muy desagradable. Creo que lo mejor es que hable usted con quien la tiene para que la devuelva, ya que a todos los efectos usted es el dueño actual de la vaca; si se niega me lo dice y entonces sí que le denuncio.

   Al Cura Chico le pareció bien la idea del alcalde. En un pueblo, cuando un hombre o mujer denuncian a un paisano/a, se inicia una enemistad entre ambos que “es para siempre”. Él, como hombre de la iglesia que era, una de sus misiones consistía en favorecer la convivencia entre los parroquianos y se mostró de acuerdo con el alcalde en que era la persona indicada para para solucionar aquel problema de una forma pacífica.

 -   ¿Quién tiene la vaca en su corral? Pregunto al alcalde.

-   ¡El marido de la Alejandrina! Respondió éste mirándole fijamente a los ojos, para ver su reacción.

 

   Resulta que la Alejandrina era “la amiga especial” del cura, así que al oír las palabras de su interlocutor

no pudo disimular algo de fastidio, a la par que le embargó una duda. ¿El alcalde, se había dirigido a él porque, simplemente, en aquellos momentos era la autoridad religiosa del lugar y por tanto la persona idónea para solucionar los problemas de la grey? ¿O porque era “amigo” de la Alejandrina y quería que, aprovechando esta “amistad”, influyera en ella para que hablara con el marido y éste accediera a liberar la res secuestrada?

       De uno u otro modo, comprendió que, si el alcalde se había dirigido a él para intentar solucionar el secuestro de la vaca, “por las buenas”, no tenía argumentos para poder negarse, así que aceptó el encargo.

       -   No te preocupes -dijo al alcalde-yo me encargo de que devuelvan la vaca.

 

Aquel día, antes de comenzar la misa, el cura habló a solas con el monaguillo, el hijo de “la amiga” y le dijo:

 

 -   Cuando yo acabe el sermón y te avise, subes al púlpito y recitas la siguiente:

 

La vaca galana

la del cura del lugar

Desde hace unos días

está encerrada en mi corral.


   Una vez que acabó la misa, cuando volvió el monaguillo a casa, le contó a su madre lo ocurrido y esta se enfadó mucho por la denuncia pública de la que había sido objeto la familia, desde el púlpito, durante la misa, y le dijo a su hijo:

 

   -  ¡Mira! Lo de la vaca es verdad. Está en el corral, la ordeñamos todos los días y nos quedamos con la leche; al fin y al cabo, don ****, el cura de aquí no está y al Cura Chico, como vive en otro pueblo, no le hace falta alguna, así que no la vamos a soltar todavía. El próximo domingo, le dices que te deje subir al púlpito otra vez, pero entonces tienes que decir:

 

El Cura Chico

duerme con mi madre

la danza va a ser 

si se entera mi padre.

 Notas


   *   Este es un cuento tradicional que contaban nuestros mayores dándose la circunstancia de que su protagonista, el Cura Chico, no era un personaje de ficción, era una persona real. El cuento, a mí me lo contaron tal cual lo trascribo y, durante mucho tiempo, incluso llegué a creer que era originario del pueblo por este motivo. Pude comprobar, posteriormente, que también es conocido no sólo en otros pueblos, sino en otras provincias. Curiosamente, en las distintas versiones que conozco, el protagonista siempre es un Cura Chiquito.

 *   Nuestro Cura Chico se llamaba Nicolás y, además de atribuirle la gente del pueblo el protagonismo del presente cuento, un “poeta” local elaboró unas coplas (un romance) basado en estos presuntos amores clandestinos. Quiero aclarar que la mujer implicada no se llamaba Alejandrina.

5 comentarios:

  1. Vaya, vaya con el cura Chico. Y vaya con la Alejandrina.
    Como siempre, tus historias y cómo las cuentas, nos divierten; nos haces pasar un buen rato; además contribuyes a que estas historias no se pierdan con el paso de los años.
    Tu aclaración sobre el porqué de los motes, es cierta. Yo soy Manolo en La Zarza, para diferenciarme de mi padre Manuel. También el “Meco chico” (mote de mi padre), o Manolo el de la Lorenza (mi madre); pero últimamente, como dije en mi pregón de las fiestas de San Lorenzo 2012, soy Manolo el de la página. Y añadía, que si mi madre viviera y oyera eso de Manolo el de la página, se preguntaría quién sería esa tal Página, que dice que mi Manolo es suyo, etc.
    Aclarar que el mote de mi padre: “Meco” le vino porque cuando era pequeñito le curaron o repararon un diente. Y al preguntarle: ¿Quién te lo hizo? – El meco. (por el médico). Y así le quedó asignado. Luego al pasar de los años, los hijos, éramos los hijos del “Meco”. Y se dio el caso que, mi padre ya mayor, uno de mis hermanos, que tuvo taxi en el pueblo, lo conocían por todas partes y pueblos como el “Meco” heredando el apodo, arrebatándoselo al titular. Es cierto que la mayoría de motes son despectivos y/o peyorativos y prueba de ello es que yo al inicio de la página quise recopilarlos y relacionarlos, prometiendo que cuando recibiera al menos cinco, por parte de los familiares de los titulares del mote, iniciaría y publicaría la lista. Aunque algún familiar sí estaba de acuerdo en publicar, otro no lo estaba. Nunca llegué a esos cinco. Nunca publiqué nada. Años más tarde llegó un zarceño con las mismas intenciones, lo intentamos de nuevo; pero con el mismo resultado negativo.

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    1. He visto el pregón que hiciste en San Lorenzo 2012. Estuviste genial.
      Un saludo

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    2. Bueno, una chapucilla más de las mías; pero que a la mayoría de zarceños les gustan. El vídeo, montado después, se acerca bastante a lo que fue la presentación en power-point y en pantalla grande.

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  2. Me alegro que te guste el cuento del cura Chico, que como aclaro, existió realmente y al que se le atribuían amores con una mujer de El Milano, otra cosa es que fueran reales o no.
    Respecto a los apodos, es como dices, se heredaban casi siempre. Por cierto al "Meco", el taxista de La Zarza, yo sí le conocí siendo niño; tenía mucha relación con mi padre que también era del gremio. Un saludo

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  3. Siendo del gremio, claro que se conocían todos los de los pueblos cercanos. Se veían y juntaban en Viti y/o Salamanca. Mi hermano José, taxista, el "Meco", vive en La Zarza. Todavía, en un viejo Patrol, todoterreno, nos lleva por los campos de La Zarza para ver tal o cual paraje. 84 años.

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