Si queremos definir al deporte, en pocas
palabras, podemos decir que es una actividad física de carácter competitivo,
sujeta a unas normas, en la que todos los participantes tienen las mismas
oportunidades de ganar. Hasta ahí, el asunto parece estar bastante claro y
acepta poca discusión; cosa bien
distinta es cuando pretendemos identificar la caza como una actividad
deportiva. Éste es ya un viejo debate donde no hay un acuerdo unánime.
Por un lado están los cazadores, para ellos
no cabe discusión alguna, y, si hablas del asunto, con alguno de ellos, seguramente,
te dirá que la actividad cinegética es el mejor deporte del mundo.
Si estimamos que un cazador, cada día que
sale a desarrollar su afición, pasa caminando, en plena naturaleza, una
media de 8 horas, esto supone un importante esfuerzo físico equiparable al que
realizan los corredores de fondo o los practicantes de
esquí, por poner unos ejemplos;
entonces, si nadie pone en tela de juicio que estas últimas actividades sean un
deporte, ¿hay alguna razón para negar que la caza pueda serlo?
En el lado contrario encontramos a los
defensores de los animales. Ellos opinan que la caza en modo alguno debe ser
considerada un deporte.
Una actividad, donde uno de los
competidores, el cazador/a, sale al campo provisto de un arma de largo alcance,
con capacidad de efectuar varios disparos en cuestión de segundos, acompañando de un perro que le levanta las piezas,
evitando que los “otros adversarios”: conejos , liebres, perdices, codornices,
tórtolas y demás, puedan permanecer escondidos, y donde la única oportunidad
que tienen estos últimos de “competir” -más
bien de sobrevivir-, es salir corriendo o, en su caso, volando a toda prisa para evitar ser alcanzados por los disparos del cazador, ni de lejos puede ser
catalogada como un deporte, si ya de entrada, en el 100% de los casos, se sabe
que la victoria va a decantarse siempre del mismo lado.
Independientemente de que la caza sea o no considerada
un deporte, se trata de una práctica que
ha acompañado al hombre desde la Prehistoria, ya que los primeros pobladores
necesitaban ser cazadores para poder
comer.
Antes de que en el Neolítico apareciera la
agricultura, nuestros antepasados más remotos, sobrevivían comiendo frutos
silvestres y carne (habría que incluir los peces, también en este apartado) de los animales que cazaban con armas muy
rústicas –aún faltaban milenios para que
aparecieran las escopetas repetidoras-.
En aquellos tiempos, ser cazador era un oficio
de alto riesgo ya que debía enfrentarse, cuerpo a cuerpo, a los animales que
pretendía abatir. Entonces, sí que podríamos catalogar a la caza como un auténtico deporte de competición. Aquí, ambos rivales, estaban muy igualados y las dos
partes tenían similares posibilidades “de ganar”. De hecho, muchas veces, era el cazador quien acababa siendo la víctima.
Debía ser un auténtico espectáculo ver a
aquellos hombres, provistos únicamente con lanzas y hachas rudimentarias, cazando
mamuts; tengo la sensación de que no debían disfrutar demasiado a la hora de
cazar uno de estos mastodontes.
Afortunadamente, la cosa ha cambiado mucho y
hoy resulta mucho más sencillo llenar la despensa; sólo tiene uno que coger el
coche, acercarse a Mercadona, Carrefour,
Alcampo … y en poco rato, sin más arma que la tarjeta de crédito, está uno de
vuelta en casa, con el deber
cumplido.
-Un
estudio sociológico reciente, ha determinado que los hombres, cuando van a
comprar, se dividen en dos categorías: los que van con una lista a comprar,
y los que dejan la lista en casa. ¡Ojo!, no confundir una nota con una lista;
esta última es la mujer del comprador…la que le elabora la nota a éste, para que haga bien “el mandao”-
Bueno, pues
siguiendo con el tema de la caza, aunque a otro nivel, recuerdo un cuento que
contaban nuestros abuelos.
Había una
vez en un pueblo tres amigos, los tres
que eran cazadores y habían formado una partida para salir a cazar juntos
aquella temporada. Como el resultado de las jornadas cinegéticas es muy
variable, dependiendo de las circunstancias del día: clima, abundancia de
piezas, puntería, que hayan pasado por el terreno previamente otros cazadores…
,habían llegado al acuerdo de que el total de piezas que se hubieran cobrado al
final de cada jornada, entre los tres, lo repartirían equitativamente.
Una abierta la veda, el primer día hábil para
cazar, los tres amigos salieron al campo, a disfrutar de su afición, y la cosa
no es que fuera espectacular, pero, para los tiempos que corren, tampoco estuvo
mal del todo ya que por la tarde, a la hora del reparto, entre los tres habían
cazado once piezas: 5 conejos, 5 perdices y 1 liebre; con lo cual, era
imposible dividir aquello a partes iguales.
En cuanto a los animales de pelo, la cosa
estaba bien equilibrada: uno tocó a dos conejos, otro dos conejos y al tercero le correspondieron la
liebre y el otro conejo; pero con los animales de pluma, la cosa estaba
bastante complicada ya que dos de ellos tocaban a un par dos perdices y para el tercero sólo quedaba una,
y no sabían cómo llegar a un acuerdo.
Entonces,
muy cerca de donde se encontraban los tres cazadores haciendo el reparto,
acertó a pasar un pájaro volando a baja
altura; uno de ellos, rápidamente, cogió
la escopeta, le quitó el seguro, apuntó hacia el pájaro, calculó el trayecto y
la velocidad que llevaba y, tras efectuar un certero disparo, pudo ver cómo el pobre animal caía abatido al
suelo.
Muy
contento el cazador, corrió hasta donde se encontraba la pieza, la cogió y se la dio al compañero que le
faltaba una perdiz.
´- Toma,
Teodomiro. Ahora ya estamos los tres en paz.
Éste,
cogió el pájaro en su mano, lo miró con
extrañeza y dijo a los compañeros:
-
¡Pero si es un mochuelo!
-
¡Ya! Pero está gordo y algo de carne tendrá. Respondió el compañero que
lo había cazado.
-
¡Efectivamente! Intervino el otro cazador. Además, hay que ver lo
oportuno que ha sido el mochuelo. Ha
acertado a pasar, precisamente, en el momento del reparto; gracias a ello, éste
ha sido equitativo y estamos ya los tres iguales.
Teodomiro, al ver a sus dos compañeros
convencidos de que el destino había querido que fuese él quien debía quedarse
con aquel pájaro, consideró que no
merecía la pena protestar; así que cogió el mochuelo para sumarlo a las piezas
que le habían tocado en el reparto, lo comparó con la
hermosa perdiz que tenía,
comprobando que la calidad de las piezas no tenía parecido alguno y, aunque interiormente estaba bastante enfadado,
intentó disimularlo como pudo.
Mochuelo común. Seo.org |
Si en aquel momento sus compañeros hubieran
podido leer sus pensamientos, habrían comprobado que Teodomiro opinaba como Chamfort, un pensador francés del
siglo XVIII, que decía de la amistad: “Existen
tres clases de amigos: los amigos que nos aman, los amigos que se burlan de
nosotros y los amigos que nos odian”. En aquellos momentos,
él tenía la sensación de pertenecer al segundo grupo.
El domingo siguiente, al amanecer, los tres
cazadores habían quedado en la plaza del pueblo para salir a cazar y el último
en llegar, al punto de encuentro, fue Teodomiro. Éste, al encontrarse con los dos
compañeros, tras darle los buenos días,
les dijo:
-
Antes de nada, quiero que quede clara una
cosa. No sé cómo se nos va a dar hoy la jornada, y si vamos a cazar mucho o
poco…pero comprenderéis que yo, hoy, “no voy a cargar con el mochuelo”.
Notas
pseudo etnológicas
a)
“Cargar con el mochuelo”, es una
expresión muy común que se usa para expresar desagrado cuando uno se ve
obligado a ocuparse de un trabajo que nadie quiere hacer, o bien en situaciones,
donde sucede algún desaguisado colectivo, ninguno de los implicados quiere
asumir la responsabilidad de ello y la culpa acababan endosándosela a alguien
en concreto.
b)
En cuanto a la procedencia de esta la
expresión, algunos encuentran relación entre este cuento popular y la
misma, opinando que la frase es consecuencia del cuento; sin embargo, también existe
la posibilidad de que pueda haber sucedido exactamente lo contrario, y que el
cuento sea una consecuencia de la frase.
Otros localizan el origen de la expresión en
la Edad Media relacionándolo con la cetrería, una actividad consistente en
emplear aves rapaces para la caza.
En aquella
época, los reyes eran aficionados a este tipo de caza y, aunque las aves
favoritas
para
estos menesteres eran habitualmente halcones, azores y gavilanes, algunos
monarcas eran muy caprichosos y , además
de las aves habituales, empleaban para esta actividad aves “más raras”, y, a poder ser, que no las tuvieran
los vecinos para darles envidia, así que no era infrecuente que en su colección
también hubiese mochuelos.
Si
consideramos que estos últimos son aves nocturnas que no están acostumbradas a
cazar a la luz del día, debía ser muy costoso adiestrarlos para que cazaran de
día, al gusto del señor; por lo que no debe extrañarnos en absoluto que, entre
los cetreros reales, ninguno quisiera “cargar con el mochuelo”
Saludos, y Feliz Navidad y Año Nuevo
ResponderEliminar-Manolo-
Hola Manolo feliz 2020. Disculpa al retraso en felicitarte el nuevo año )(lo de felicitar la Navidad ya no tiene remedio). He estado una semana de viaje sin acceso a Internet.
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