Las otras virtudes del
dinero
Decía Voltaire
que, en cuestiones de dinero, todos somos de la misma religión, y no le faltaba
razón. El dinero, queramos o no, es necesario para todo, en todos los sitios,
actividades y circunstancias. Aunque se dice que el dinero no da la felicidad,
la verdad es que los que mantienen una buena cuenta bancaria tienen más posibilidades
de ser felices, que aquellos que no la tienen…para qué nos vamos a engañar (si alguien no está de acuerdo con esto, y es
más feliz sin dinero, que me dé el suyo, decía un listo).
Además del valor mercantil, el dinero tiene otras virtudes. Siempre se ha dicho que un
hombre feo, si es pobre, es un feo sin
más; en cambio, si es rico, ya no es tan feo
a los ojos de los demás. Luego, una de las virtudes del dinero es que
puede mejorar el aspecto de las personas
(y no me refiero, precisamente, a intervenciones de cirugía estética). Esto lo aprendí hace mucho tiempo y no fue en
el colegio, ni en la universidad. La
lección la recibí en la calle, en un pueblo de nuestra comarca.
Hasta hace unos cuarenta años, prácticamente, el 100 % de los matrimonios eran religiosos,
apenas había matrimonios civiles, y las bodas se celebraban en la iglesia, como
Dios manda.
En los casorios, como era costumbre en los pueblos, el ritual comenzaba cuando el novio, con la
madrina y sus invitados, se acercaban a la
casa de la novia donde recogían a ésta y al padrino; partiendo, desde allí, el cortejo nupcial al
completo: novios, padrinos e invitados
de ambas partes hacia la iglesia para celebrar el enlace matrimonial, propiamente
dicho.
Un día,
se casaba una novia joven y guapa, con un novio bastante mayor que ella
que, además, era poco agraciado. Ella tendría veinticinco años, y él rondaba
los treinta y cinco (antes, la gente se
casaba mucho antes que ahora de modo que, cuando llegabas a los treinta ,
generalmente, ya tenías uno o dos hijos; en cambio, si llegabas a esa edad, y aún no estabas casado/a, eras considerado un solterón / a. Actualmente, a los 30, casi todos afirman ser
aún demasiado jóvenes para dar ese paso).
La novia era nativa del lugar y, en cambio, él era de otro pueblo. Imagino que, como
forastero que era, para cumplir la tradición, en su día habría pagado la cuartilla de vino correspondiente, a los
mozos del pueblo -un antiguo rito tribal- , requisito “imprescindible”, en
aquellos tiempos, para poder ennoviarse con una moza de otro lugar.
Las bodas, en los lugares pequeños, eran (y
son) todo un acontecimiento que rompe
la rutina diaria, en la que se implica todo el mundo, unos como
asistentes a la celebración y los demás como espectadores.
En todo el
pueblo se oía el estruendo de los cohetes que, desde primeras horas de la
mañana, había empezado a tirar la familia de los novios, ya que se trataba de una
boda de postín, y las comadres, con gran curiosidad, desde hacía
mucho rato, se habían echado a la calle para ver pasar la comitiva, que ya se
acercaba.
Primero iba el
tamborilero, tocando un alegre
pasacalles, después la novia con el padrino; a continuación el novio con la
madrina, y detrás los invitados, muy
numerosos en esta ocasión; todos muy
elegantes, como correspondía al acontecimiento.
- ¡Que guapa va la novia!, dijo una de las
espectadoras, a la de al lado.
- Si, contestó esta. Vale mucho más que él. Es
más joven, y mucho más guapa. Todavía no sé cómo se habrá fijado en ese
hombre. La verdad es que sólo lo he visto una vez y me
pareció bastante feo. Además, es mucho más viejo que ella.
- Sí, contestó
la primera, pero tiene mucho dinero. ¿No lo sabías? Me lo ha dicho mi prima, la Teodosia, que está casada en el pueblo del novio. Tiene un “capitalazo”, ha heredado de sus
padres y también de dos tías solteronas. Tiene un montón de “praos” (aún no
había llegado la concentración parcelaria por estos lares), tierras de “pan
llevar”, varias huertas, mucho ganado, una
buena casa, y, por si fuera poco, también
es dueño de un comercio que le va muy bien.
En aquel preciso
momento pasaba ante ellas el novio, del brazo de la madrina, y entonces la “evaluadora
de novios feos” comentó a la otra:
Tu entrada, José, tan divertida y curiosa como todas. Pequeñas-grandes lecciones de vida, casi todas.
ResponderEliminarLeyendo este tema del dinero venían a mi memoria dichos como:
“Hay cosas más importantes que el dinero; pero son muy caras”
O sobre la edad de las casaderas, oigo en la radio una cuña publicitaria que dice más o menos:
“Antes, a las de cuarenta años nos llamaban cuarentonas, ahora cuarentañeras” , que parece igual pero no es lo mismo, la carga de una y otra palabra.
Sobre la fealdad que el dinero la suaviza… Recuerdo que vi una vez dos viñetas. Una de un tipo con una cara muy fea, en la siguiente la misma cara dentro de un “haiga” descomunal y se hacía una pregunta: ¿Ha cambiado la fealdad del tipo? . Efectivamente el marco de la segunda suavizaba la fealdad de la primera y la imaginación iba más lejos, que si el tipo tenía ese coche, qué praos, casas, … no tendría.
La “evaluadora de tipos feos” de tu historia tenía y tiene razón, pues esto sigue vigente.
-Manolo-
Esta es una historia real, el hecho lo viví en primera persona (yo era uno de los espectadores. No el novio feo y rico), y me hizo mucha gracia en su día. Como bien dices, esto sigue vigente. A veces recuerdo la anécdota, cuando veo parejas entre hombres españoles no demasiado jóvenes, con mujeres inmigrantes jóvenes y guapas, supongo que enamoradas de la "simpatía" de ellos. Un saludo.
ResponderEliminarTienes razón, José, el dinero nos nubla la vista y tapa muchas fealdades, no sólo la física.
ResponderEliminarUn abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEl dinero sólo es dinero; por eso hay que saber darle la importancia que tiene, pero en su justa medida. Un abrazo.
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