viernes, 19 de agosto de 2016

Historias del verano V

Siempre hay que dar gracias a Dios

   El Salto de Aldeadávila es un magnífico complejo hidroeléctrico que construyó   Iberduero (Iberdrola)  en el Duero, en su tramo internacional, donde  el río es  frontera natural entre España y Portugal.  Se trata de un espacio de  gran belleza donde todo es espectacular,  tanto la obra humana (la presa y la central hidroeléctrica excavada en la roca), como el paisaje que la Naturaleza ha configurado  allí (el gran cañón que, durante millones de años, el río ha  ido excavando en el terreno). 
   El lugar es muy  atractivo  y todos los años recibe un gran número de visitantes, pero el encanto de este sitio se ve empañado  por la dificultad que encierra llegar hasta allí;  pues,  debido a lo abrupto del terreno, acceder hasta el Salto no es fácil. 
   Para  salvar el gran desnivel existente, entre la penillanura de la meseta y las orillas del Duero,  hay que seguir  una  carretera muy sinuosa que  está conformada  por  infinidad de curvas, cada cual más cerrada,  a lo que hay que sumar la fuerte pendiente del terreno; todo ello determina que, incluso para los conductores más avezados, la bajada al salto sea bastante complicada ya que es preciso mantener un estrecho control de la velocidad, si no queremos precipitarnos al vacío a la vuelta de cualquier curva.
   Al llegar al Salto, la carretera  sigue directa hacia la Central y la Presa; pero si deseamos ir al poblado, donde vivían (y viven) los empleados de la empresa,  hay que desviarse a la izquierda  mediante un ramal que forma una curva cerrada, de 180 grados. 
     He estado recientemente en el Salto de Aldeadávila, hacía varios años que no había vuelto por allí, y, aunque lo he encontrado algo cambiado, lo esencial se mantiene tal como lo recordaba. La grandiosidad del paisaje no ha variado, siempre ha estado ahí; en cuanto a la Presa y la Central, también siguen ahí  y eso tampoco ha cambiado (habría que destacar, únicamente, que antes se podía acceder libremente a la parte superior de la Presa  para contemplarla desde arriba,  y hoy esto ya no es posible porque un enorme portón lo impide). El cambio fundamental que pude apreciar fue en el poblado ya que, actualmente, está casi deshabitado.
   Antes, no es que aquello fuese un lugar populoso; allí vivían, únicamente, los trabajadores de la empresa -aproximadamente, unas cincuenta familias-, y contaba con los servicios propios de un pueblo: tenía bar, un comercio, servicio de correos, maestro, enfermero, médico y cura (estos dos últimos, aunque vivían allí, ejercían también su actividad en el Salto de Saucelle); en cambio, hoy día, el lugar está prácticamente despoblado y  todo esto ha desaparecido
   Mientras recorría las desiertas calles del poblado,  iba recordando cómo era la vida en el Salto hace años, cuando era un núcleo de población muy moderno, con unos servicios de los que aún carecían muchos de los pueblos vecinos…cuando aún tenía vida, y, al pasar delante del edificio donde estaba el bar, recordé una anécdota que me contaron allí.  
    Era un día de verano, allá por la  década de 1980,  concretamente, un lunes por la mañana. Me dirigía al Salto de Aldeadávila y, al llegar a la entrada, cuando estaba  a punto de tomar el ramal izquierdo de la carretera para desviarme hacia el poblado, vi que por la carretera que conduce a la Central y la Presa subía un camión grúa que llevaba encima un vehículo.
  Paré a la derecha, apartando un poco el coche,  para favorecer el paso del camión que se acercaba,  y cuando  llegó a mí altura pude ver la carga que transportaba  que resultaron ser los restos de una
Carretera de El Salto
 furgoneta. La parte frontal estaba totalmente hundida, también lo estaban el techo,  ambos  lados,  la zona trasera...no había ninguna parte intacta.  Por supuesto, no había sobrevivido ningún cristal al impacto y, además, le faltaban algunas  ruedas.
   Al advertir el penoso estado en el que había quedado el vehículo siniestrado,  me sobrecogí  pensando en el brutal accidente que debía haber ocurrido y en las pobres víctimas que irían en su interior
   En aquella época, como ya indiqué anteriormente, Iberduero tenía un médico contratado para atender a los trabajadores de los  Saltos de Aldeadávila y Saucelle (entonces no existían los Centros de Salud),  el galeno se encontraba de vacaciones  y  aquel mes era yo su sustituto;  por ello,  el motivo de ir  allí  no era otro que hacer la consulta.  Como era el médico en funciones,  me extrañó mucho  no haber sido avisado para tratar a los heridos.  
   En estos lares, al ser el terreno tan escarpado y estar la  carretera bordeada de precipicios, son pocos los accidentes que ocurren debido al sumo cuidado que ponemos todos en la conducción, pero cuando los hay  son  graves; por ello, considerando el estado en el que había quedado la furgoneta,  buscando una explicación lógica  respecto al motivo de no haber sido requerido para atender a los accidentados,  pensé  que el siniestro debió haber sido  brutal,  y  que los ocupantes no habían resultado heridos,  sino algo mucho peor. La Guardia Civil, siempre tan eficaz, seguramente habría llamado directamente al forense.
  Con estos pensamientos tan poco tranquilizadores llegué a mi destino  (en aquellos tiempos, no  existía el 112  y, cuando ocurría algún  accidente, se avisaba directamente al médico del lugar y a la Guardia Civil).
   Tenía como compañero de trabajo a “un practicante” (entonces a los enfermeros/as o ATS, se les llamaba así) que, como empleado de Iberduero que era, vivía en el poblado con el resto de sus compañeros;   cuando le vi, le conté que había visto la furgoneta y le pregunté por el accidente
  Mi colega era una persona muy agradable, con gran sentido del humor, y siempre tenía ganas de  cháchara. Como vivía allí, en el Salto,  estaba  seguro que a él sí le habrían avisado para atender a los accidentados.
   Lo cierto es que no apreciaba en su cara rastro alguno de preocupación por la tragedia ocurrida, un hecho que atribuí a que se trataba de un hombre experimentado, con muchos años de  profesión,  y debía estar acostumbrado a ver todo tipo de accidentes, cada cual más trágico. Por ello, ya estaba “vacunado”  ante este tipo de catástrofes  -especialmente dura debió ser la etapa de construcción del Salto pues,  durante ese período de tiempo,  hubo numerosos accidentes con bastantes víctimas mortales-. 
   Un buen sanitario, para poder ejercer su labor con plena eficacia,  tiene que ser objetivo y mantener la tranquilidad en todo momento. Por lo visto, el practicante, este aspecto de la profesión lo dominaba perfectamente; en cambio, yo aún tenía mucho que aprender. Sólo había visto  la furgoneta, y todavía seguía angustiado pensando en las víctimas.
   Como aún faltaba casi media hora para comenzar la faena, el compañero sugirió que, hasta entonces,  tomáramos un café y, mientras tanto, me contaría lo sucedido con todo detalle.
   El bar  tenía unas  magníficas vistas  hacia Duero y la orilla portuguesa,  elegimos  una mesa  al lado de una de las ventanas  para tomar nuestro café y, una vez sentados, el practicante comenzó a relatar lo sucedido.     
- Empezaré desde el principio, dijo mi interlocutor. El accidente de la furgoneta,  que has visto en la grúa, ocurrió ayer tarde.  El vehículo es de unas monjas…de un colegio de Salamanca, no sé exactamente de qué congregación. Eran 7 monjas.
- ¿Eran? - pregunté asustado- ¿Pero han muerto todas?
   Mi compañero, en ese momento, estaba bebiendo un poco de café y levantó la mano con la palma hacia a mí,  indicándome que me esperara. Dejó la taza en el plato, y continuó su relato.
-  Habían venido de excursión, a ver los saltos de Saucelle y Aldeadávila,  así que imagino que saldrían de Salamanca a media mañana, pasarían por  Vitigudino, hasta  Lumbrales,  y bajarían  por Hinojosa al Salto de Saucelle. Creo que comieron allí, a las orillas del Duero. Seguro que llevaban merienda ¡menudas son las monjas, como para gastar dinero en restaurantes! Descansarían algo, subirían hasta Saucelle,  pasarían  por tu pueblo,  y llegaron  aquí sobre las cinco de la tarde.
El terreno es muy abrupto por estos lares

   Las palabras del compañero me estaban dejando  bastante confuso. No comprendía cómo, después de la tragedia ocurrida, éste, en vez de ir directamente al hecho y comentar  los pormenores del accidente, estaba tan despreocupado narrando lo ocurrido con tanto detalle,  y encima añadiendo comentarios de su propia cosecha.
  - La furgoneta era una DKV; en la parte delantera iban la conductora, que tenía poca experiencia,  con  la superiora  de copiloto, y detrás iban  las demás.  ¡Imagínate una furgoneta llena de monjas, con una hermana  novata conduciendo por estas carreteras! ¡Todavía no sé como bajaron  al Salto de Saucelle y subieron después, sin que les pasara nada!
    Bueno, pues  cuando han llegado a esta carretera y han empezado a bajar, la conductora, en vez de meter marchas cortas para controlar la velocidad,  venía frenando todo el rato; y  claro… son muchos km… mucha pendiente… se le calentaron los frenos…y  pasó lo que tenía que pasar (en esa época, los frenos de los vehículos no eran demasiado buenos, y no existía aún el sistema ABS en los coches).
   Mi informante, hizo entonces otra pausa,  acabó el café, y encendió un cigarro; le dio unas chupadas, disfrutando del mismo, y se dispuso a seguir narrando lo acontecido.  
   Yo estaba impaciente,  esperando enterarme de lo ocurrido,  y mi asombro por la actitud del compañero  aumentaba por momentos ¡Hay que ver los rodeos que estaba dando para contarme lo sucedido! ¡Como si no le importaran nada las monjas!  (La verdad es que para estos casos, las religiosas  tienen enchufe directo para ir al cielo. Pero hombre, un poco de consideración sí se merecían)
  - Bueno- siguió hablando mi narrador- , los frenos se calentaron mucho, la conductora empezó a notar que la DKV cada vez respondía menos  y, como veía que apenas  podía controlarla,  se lo dijo a la superiora. Ésta, al enterarse del problema,  decidió que lo mejor que podían hacer,  para que no les pasara nada, es que se pusieran todas a rezar. ¡Mucho confiar en Dios, sí, y mucho rezo, pero las pobres debían estar muertas de miedo! 
 Yo, que estaba deseando conocer el final del relato, interrumpí al practicante.
-        ¿Pero hubo accidente, o no?
      ¡Pues claro que hubo accidente! ¿Acaso no has visto la furgoneta? Espera un poco, que ya acabo de contártelo.  Lo he dejado en que las monjas, muy asustadas, iban todas rezando; y que la conductora seguía frenando continuamente, sin cambiar de marcha, así que la DKV cada vez respondía menos y apenas podía controlar la velocidad.   
       Entonces, llegaron a la entrada del poblado  y  siguieron rectas, cuesta abajo, por la carretera de la Central. ¡Tuvieron que pasarlas canutas antes de llegar al final!
   Mi compañero hizo otra pausa, y aprovechó para fumar un poco de su cigarro.
   Yo llevaba un rato barruntando que la despreocupación del practicante resultaba algo sospechosa. Pensaba que si hubieran muerto siete monjas  en el Salto, la noticia habría corrido como la pólvora y que, por uno u otro medio, yo me hubiera enterado. Además, mi compañero, aún con todos sus años de profesión, y “su gran capacidad para no implicarse emocionalmente con los pacientes”, no estaría allí tan tranquilo contándome los apuros de una monja inexperta, conduciendo una DKV, mientras bajaba al Salto. Pero yo había visto la furgoneta totalmente destrozada, de eso no había duda alguna, así que algo tenía que haber pasado. Además, el practicante también había confirmado  la existencia  del accidente.
    Éste, fumó otro poco del cigarro, y se dispuso a contarme el desenlace final (eso esperaba yo al menos).
-  Bueno, pues tenemos  la furgoneta por la carretera, cuesta abajo… a la conductora pisando a fondo el freno, que cada vez respondía menos…a las demás monjas rezando, mirando al río de reojo,  pensando  que iban a acabar en él y, milagrosamente,  llegaron a la parte más baja de la carretera, al sitio donde cambia el sentido de la pendiente… donde ésta  comienza a subir hasta la Presa y la Central.
     El alivio que debieron sentir todas las hermanas, sobre todo la conductora, al ver que se había acabado la cuesta abajo,  que ahora iban subiendo cuesta arriba, y que ya no necesitaba frenar, sino acelerar, tuvo que ser mayúsculo. Siguieron su ascenso, llegaron a un punto que les pareció bien, y pararon. 
    Cuando bajaron, estaban todas que  “no se les pegaba la ropa al cuerpo”  del miedo que habían pasado; pero lo cierto es que estaban todas bien, y  la superiora decidió que debían  hacer un “rezo extra”, en acción de gracias a Dios, por haberlas protegido de sufrir un accidente.
   Imagino que se pusieron  en círculo orando y, mientras estaban en ello, la furgoneta, que estaba parada en un sitio con algo de pendiente, empezó a moverse sola.  Por lo visto,  la  conductora, debido al nerviosismo, con la prisa por salir del vehículo, no había dejado metida marcha alguna, sólo los frenos, pero éstos ya no  frenaban nada.
   Todas pudieron ver cómo la DKV iba  cogiendo cada vez más velocidad, tomó la pendiente abajo, acabó saliéndose de la carretera, cayó por un precipicio dándose golpes por todos los lados, y cuando paró en su caída estaba “hecha mistos”.  
   Las pobres monjas debieron  quedar aterradas  al ver el estado en el que quedó el vehículo, y lo que les podía haber  ocurrido  si se la hubieran pegado  cuando bajaban (el practicante, en  realidad,  dijo acojonadas, no aterradas; pero, si consideramos que todas eran mujeres, pienso que ese término es poco apropiado, por ello  me he tomado la libertad de cambiarlo).
  Las hermanas, con el nuevo susto, habían interrumpido los rezos y la conductora se dirigió a la  superiora  para explicarle lo sucedido, y de paso justificarse:
-      Hermana ****,  la furgoneta debe haberse ido porque no habría ninguna  marcha metida.  El freno sí lo he dejado puesto, de eso estoy segura, pero como  no funcionaba bien… menos mal que no estábamos subidas. Ha sido un auténtico milagro que la furgoneta se haya ido sola al precipicio y que nosotras  estemos sanas y salvas.  
   Nadie decía nada y, tras unos momentos de tenso silencio, la hermana conductora siguió hablando:
-        ¿Qué hacemos? ¿Seguimos dando gracias a Dios?
  La superiora, que aún no se había recuperado del susto de la bajada, cuando vio  los tremendos  golpes que se había llevado la furgoneta, y el estado en que había quedado en el  fondo de un  despeñadero,  fue consciente de la tragedia que podía haber ocurrido si el accidente hubiera tenido lugar con ellas dentro de la DKV, así que estaba al borde de un ataque de nervios. A ello se sumaba  el asunto económico, ya que  la Comunidad  había adquirido la furgoneta recientemente y había quedado inservible.  
   Al  principio, debido a la impresión, no era capaz de articular palabra alguna;  después  se recuperó, cogió algo de resuello,  miró a la conductora,  y con gran enfado, respondió:
-     ¡Hermana, siempre hay que dar gracias a Dios! ¡Siempre!  ¡Por lo que le ha pasado a la furgoneta, no lo sé…pero sí que hay que dárselas,  por no haber permitido que nos matarás a todas!


4 comentarios:

  1. Qué bien relatas, escribes y describes todas estas historias y recuerdos que nos cuentas. Cuando en este caso y el anterior, por ejemplo, conocemos los lugares, personas, ambientes, nos metes de lleno en la historia que cuentas, que nos la haces vivir como si estuviéramos allí y en aquellos años. El Salto de Aldeadávila, como lo viví desde los inicios, en La Zarza, desde el abanico, arranque de la carretera hacia abajo, luego la construcción del poblado, residencias y casas de los técnicos y arquitectos, etc. Tu relato, el milagro de la DKV, me ha transportado a aquellos años en los que mi familia abastecía de leche al poblado, residencias y yo colaboraba haciendo los recibos cada mes o semana, no recuerdo bien.
    Tus experiencias, ya se ve, que son amplias y vienen de lejos, que hasta fuiste médico en el Salto. Ahí es na.

    En la anterior entrada hablas de Higinio Severino, de las minas de Barruecopardo, quisiera saber si en las fotos que hay en nuestra página en El Baúl 15, las dos del coche descapotable de la época, si una de las personas es él, como así he creído siempre, que aparece con la BB, Inés de Luna. Yo creo que sí; pero algunos me aseguran que no. Tú, ¿qué dices?
    -Manolo-

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  4. Hola Manolo. Efectivamente, uno de mis primeros trabajos fue trabajar en El Salto, sustituyendo al médico durante unas vacaciones.
    Respecto a las fotos de tu página , creo que son de 1927, donde está Inés Luna Terrero con su automóvil y un señor joven y muy elegante que bien podría ser Higinio Severino, pero no puedo asegurarlo. Yo le vi alguna vez de muy niño, a comienzos de 1960 - unos 35 años después de la foto-, pues iba con cierta frecuencia por mi pueblo, y le recuerdo muy vagamente, por lo que no puedo aclarar tu duda, aunque la BB te aseguro que no se relacionaba con cualquiera, y claro que puede ser quien la acompaña en la foto, ya que él no era "un cualquiera". Lo que si recuerdo, es el imponente coche americano que tenía.

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