Historias del verano V
Siempre hay que dar gracias a Dios
El Salto de
Aldeadávila es un magnífico complejo hidroeléctrico que construyó Iberduero (Iberdrola) en el Duero, en su tramo internacional, donde el río es frontera natural entre España y Portugal. Se trata de un espacio de gran belleza donde todo es espectacular, tanto la obra humana (la presa y la central
hidroeléctrica excavada en la roca), como el paisaje que la Naturaleza ha
configurado allí (el gran cañón que, durante
millones de años, el río ha ido
excavando en el terreno).
El lugar es muy atractivo y todos los años recibe un gran número de
visitantes, pero el encanto de este sitio se ve empañado por la dificultad que encierra llegar hasta
allí; pues, debido a lo abrupto del terreno, acceder
hasta el Salto no es fácil.
Para salvar el gran desnivel existente, entre la
penillanura de la meseta y las orillas del Duero, hay que seguir una
carretera muy sinuosa que está conformada por
infinidad de curvas, cada cual más cerrada, a lo que hay que sumar la fuerte pendiente
del terreno; todo ello determina que, incluso para los conductores más
avezados, la bajada al salto sea bastante complicada ya que es preciso mantener
un estrecho control de la velocidad, si no queremos precipitarnos al vacío a la
vuelta de cualquier curva.
Al llegar al Salto, la carretera sigue directa hacia la Central y la Presa; pero
si deseamos ir al poblado, donde vivían (y viven) los empleados de la empresa, hay que desviarse a la izquierda mediante un ramal que forma una curva cerrada,
de 180 grados.
Antes, no es
que aquello fuese un lugar populoso; allí vivían, únicamente, los trabajadores
de la empresa -aproximadamente, unas cincuenta familias-, y contaba con los
servicios propios de un pueblo: tenía bar, un comercio, servicio de correos, maestro,
enfermero, médico y cura (estos dos últimos, aunque vivían allí, ejercían también
su actividad en el Salto de Saucelle); en cambio, hoy día, el lugar está prácticamente
despoblado y todo esto ha desaparecido
Mientras recorría las desiertas calles del
poblado, iba recordando cómo era la vida
en el Salto hace años, cuando era un núcleo de población muy moderno, con unos
servicios de los que aún carecían muchos de los pueblos vecinos…cuando aún tenía
vida, y, al pasar delante del edificio donde estaba el bar, recordé una
anécdota que me contaron allí.
Paré a la
derecha, apartando un poco el coche,
para favorecer el paso del camión que se acercaba, y cuando llegó a mí altura pude ver la carga que transportaba
que resultaron ser los restos de una
Carretera de El Salto |
Al advertir
el penoso estado en el que había quedado el vehículo siniestrado, me sobrecogí pensando en el brutal accidente que debía
haber ocurrido y en las pobres víctimas que irían en su interior
En aquella
época, como ya indiqué anteriormente, Iberduero tenía un médico contratado para
atender a los trabajadores de los Saltos
de Aldeadávila y Saucelle (entonces no existían los Centros de Salud), el galeno se encontraba de vacaciones y aquel
mes era yo su sustituto; por ello, el motivo de ir allí
no era otro que hacer la consulta. Como era el médico en funciones, me extrañó mucho no haber sido avisado para tratar a los
heridos.
En estos
lares, al ser el terreno tan escarpado y estar la carretera bordeada de precipicios, son pocos
los accidentes que ocurren debido al sumo cuidado que ponemos todos en la
conducción, pero cuando los hay son graves; por ello, considerando el estado en el
que había quedado la furgoneta, buscando
una explicación lógica respecto al
motivo de no haber sido requerido para atender a los accidentados, pensé
que el siniestro debió haber sido brutal, y que los
ocupantes no habían resultado heridos, sino algo mucho peor. La Guardia Civil,
siempre tan eficaz, seguramente habría llamado directamente al forense.
Con estos
pensamientos tan poco tranquilizadores llegué a mi destino (en aquellos tiempos, no existía el 112 y, cuando ocurría algún accidente, se avisaba directamente al médico
del lugar y a la Guardia Civil).
Tenía como compañero
de trabajo a “un practicante” (entonces a los enfermeros/as o ATS, se les
llamaba así) que, como empleado de Iberduero que era, vivía en el poblado con
el resto de sus compañeros; cuando le
vi, le conté que había visto la furgoneta y le pregunté por el accidente
Mi colega era
una persona muy agradable, con gran sentido del humor, y siempre tenía ganas
de cháchara. Como vivía allí, en el
Salto, estaba seguro que a él sí le habrían avisado para
atender a los accidentados.
Lo cierto es
que no apreciaba en su cara rastro alguno de preocupación por la tragedia ocurrida,
un hecho que atribuí a que se trataba de un hombre experimentado, con muchos
años de profesión, y debía estar acostumbrado a ver todo tipo de accidentes,
cada cual más trágico. Por ello, ya estaba “vacunado” ante este tipo de catástrofes -especialmente dura debió ser la etapa de
construcción del Salto pues, durante ese
período de tiempo, hubo numerosos accidentes
con bastantes víctimas mortales-.
Un buen
sanitario, para poder ejercer su labor con plena eficacia, tiene que ser objetivo y mantener la
tranquilidad en todo momento. Por lo visto, el practicante, este aspecto de la
profesión lo dominaba perfectamente; en cambio, yo aún tenía mucho que aprender.
Sólo había visto la furgoneta, y todavía
seguía angustiado pensando en las víctimas.
Como aún faltaba casi media hora para
comenzar la faena, el compañero sugirió que, hasta entonces, tomáramos un café y, mientras tanto, me
contaría lo sucedido con todo detalle.
El bar tenía unas
magníficas vistas hacia Duero y
la orilla portuguesa, elegimos una mesa al lado de una de las ventanas para tomar nuestro café y, una vez sentados, el
practicante comenzó a relatar lo sucedido.
- Empezaré desde el principio, dijo mi interlocutor.
El accidente de la furgoneta, que has
visto en la grúa, ocurrió ayer tarde. El
vehículo es de unas monjas…de un colegio de Salamanca, no sé exactamente de qué
congregación. Eran 7 monjas.
- ¿Eran? - pregunté asustado- ¿Pero han muerto todas?
Mi
compañero, en ese momento, estaba bebiendo un poco de café y levantó la mano
con la palma hacia a mí, indicándome que
me esperara. Dejó la taza en el plato, y continuó su relato.
- Habían
venido de excursión, a ver los saltos de Saucelle y Aldeadávila, así que imagino que saldrían de Salamanca a
media mañana, pasarían por Vitigudino,
hasta Lumbrales, y bajarían
por Hinojosa al Salto de Saucelle. Creo que comieron allí, a las orillas
del Duero. Seguro que llevaban merienda ¡menudas son las monjas, como para
gastar dinero en restaurantes! Descansarían algo, subirían hasta Saucelle, pasarían
por tu pueblo, y llegaron aquí sobre las cinco de la tarde.
El terreno es muy abrupto por estos lares |
Las palabras del compañero me estaban
dejando bastante confuso. No comprendía
cómo, después de la tragedia ocurrida, éste, en vez de ir directamente al hecho
y comentar los pormenores del accidente,
estaba tan despreocupado narrando lo ocurrido con tanto detalle, y encima añadiendo comentarios de su propia
cosecha.
- La furgoneta era una DKV; en la parte
delantera iban la conductora, que tenía poca experiencia, con la
superiora de copiloto, y detrás iban las demás.
¡Imagínate una furgoneta llena de monjas, con una hermana novata conduciendo por estas carreteras! ¡Todavía
no sé como bajaron al Salto de Saucelle
y subieron después, sin que les pasara nada!
Bueno, pues
cuando han llegado a esta carretera y
han empezado a bajar, la conductora, en vez de meter marchas cortas para
controlar la velocidad, venía frenando
todo el rato; y claro… son muchos km…
mucha pendiente… se le calentaron los frenos…y
pasó lo que tenía que pasar (en esa época, los frenos de los vehículos
no eran demasiado buenos, y no existía aún el sistema ABS en los coches).
Mi
informante, hizo entonces otra pausa,
acabó el café, y encendió un cigarro; le dio unas chupadas, disfrutando
del mismo, y se dispuso a seguir narrando lo acontecido.
Yo estaba impaciente,
esperando enterarme de lo ocurrido, y mi asombro por la actitud del compañero aumentaba por momentos ¡Hay que ver los rodeos
que estaba dando para contarme lo sucedido! ¡Como si no le importaran nada las
monjas! (La verdad es que para estos
casos, las religiosas tienen enchufe
directo para ir al cielo. Pero hombre, un poco de consideración sí se merecían)
- Bueno-
siguió hablando mi narrador- , los frenos se calentaron mucho, la conductora
empezó a notar que la DKV cada vez respondía menos y, como veía que apenas podía controlarla, se lo dijo a la superiora. Ésta, al enterarse
del problema, decidió que lo mejor que
podían hacer, para que no les pasara
nada, es que se pusieran todas a rezar. ¡Mucho confiar en Dios, sí, y mucho
rezo, pero las pobres debían estar muertas de miedo!
Yo, que estaba deseando conocer el final del
relato, interrumpí al practicante.
- ¿Pero hubo accidente, o no?
- ¡Pues claro que hubo accidente! ¿Acaso no has visto la
furgoneta? Espera un poco, que ya acabo de contártelo. Lo he dejado en que las monjas, muy asustadas,
iban todas rezando; y que la conductora seguía frenando continuamente, sin
cambiar de marcha, así que la DKV cada vez respondía menos y apenas podía
controlar la velocidad.
Entonces, llegaron a la entrada del
poblado y siguieron rectas, cuesta abajo, por la
carretera de la Central. ¡Tuvieron que pasarlas canutas antes de llegar al
final!
Mi compañero hizo otra pausa, y aprovechó
para fumar un poco de su cigarro.
Yo llevaba un rato barruntando que la
despreocupación del practicante resultaba algo sospechosa. Pensaba que si hubieran
muerto siete monjas en el Salto, la
noticia habría corrido como la pólvora y que, por uno u otro medio, yo me
hubiera enterado. Además, mi compañero, aún con todos sus años de profesión, y “su
gran capacidad para no implicarse emocionalmente con los pacientes”, no estaría
allí tan tranquilo contándome los apuros de una monja inexperta, conduciendo
una DKV, mientras bajaba al Salto. Pero yo había visto la furgoneta totalmente
destrozada, de eso no había duda alguna, así que algo tenía que haber pasado. Además,
el practicante también había confirmado la
existencia del accidente.
Éste,
fumó otro poco del cigarro, y se dispuso a contarme el desenlace final (eso
esperaba yo al menos).
- Bueno,
pues tenemos la furgoneta por la carretera,
cuesta abajo… a la conductora pisando a fondo el freno, que cada vez respondía
menos…a las demás monjas rezando, mirando al río de reojo, pensando que iban a acabar en él y, milagrosamente, llegaron a la parte más baja de la carretera, al
sitio donde cambia el sentido de la pendiente… donde ésta comienza a subir hasta la Presa y la Central.
El alivio que debieron sentir todas las
hermanas, sobre todo la conductora, al ver que se había acabado la cuesta
abajo, que ahora iban subiendo cuesta
arriba, y que ya no necesitaba frenar, sino acelerar, tuvo que ser mayúsculo. Siguieron
su ascenso, llegaron a un punto que les pareció bien, y pararon.
Cuando bajaron, estaban todas que “no se les pegaba la ropa al cuerpo” del miedo que habían pasado; pero lo cierto es
que estaban todas bien, y la superiora
decidió que debían hacer un “rezo extra”,
en acción de gracias a Dios, por haberlas protegido de sufrir un accidente.
Imagino que se pusieron en círculo orando y, mientras estaban en
ello, la furgoneta, que estaba parada en un sitio con algo de pendiente, empezó
a moverse sola. Por lo visto, la
conductora, debido al nerviosismo, con la prisa por salir del vehículo, no
había dejado metida marcha alguna, sólo los frenos, pero éstos ya no frenaban nada.
Todas pudieron ver cómo la DKV iba cogiendo cada vez más velocidad, tomó la
pendiente abajo, acabó saliéndose de la carretera, cayó por un precipicio
dándose golpes por todos los lados, y cuando paró en su caída estaba “hecha mistos”.
Las pobres monjas debieron quedar aterradas al ver el estado en el que quedó el vehículo, y
lo que les podía haber ocurrido si se la hubieran pegado cuando bajaban (el practicante, en realidad, dijo acojonadas, no aterradas; pero, si consideramos
que todas eran mujeres, pienso que ese término es poco apropiado, por ello me he tomado la libertad de cambiarlo).
Las hermanas, con el nuevo susto, habían interrumpido
los rezos y la conductora se dirigió a la superiora para explicarle lo sucedido, y de paso
justificarse:
- Hermana ****, la
furgoneta debe haberse ido porque no habría ninguna marcha metida. El freno sí lo he dejado puesto, de eso estoy
segura, pero como no funcionaba bien… menos
mal que no estábamos subidas. Ha sido un auténtico milagro que la furgoneta se
haya ido sola al precipicio y que nosotras estemos sanas y salvas.
Nadie
decía nada y, tras unos momentos de tenso silencio, la hermana conductora
siguió hablando:
-
¿Qué hacemos? ¿Seguimos dando gracias a Dios?
La superiora, que aún no se había recuperado
del susto de la bajada, cuando vio los
tremendos golpes que se había llevado la
furgoneta, y el estado en que había quedado en el fondo de un despeñadero, fue consciente de la tragedia que podía haber
ocurrido si el accidente hubiera tenido lugar con ellas dentro de la DKV, así
que estaba al borde de un ataque de nervios. A ello se sumaba el asunto económico, ya que la Comunidad
había adquirido la furgoneta recientemente y había quedado inservible.
Al
principio, debido a la impresión, no era capaz de articular palabra
alguna; después se recuperó, cogió algo de resuello, miró a la conductora, y con gran enfado, respondió:
- ¡Hermana, siempre
hay que dar gracias a Dios! ¡Siempre! ¡Por
lo que le ha pasado a la furgoneta, no lo sé…pero sí que hay que dárselas, por no haber permitido que nos matarás a todas!
Qué bien relatas, escribes y describes todas estas historias y recuerdos que nos cuentas. Cuando en este caso y el anterior, por ejemplo, conocemos los lugares, personas, ambientes, nos metes de lleno en la historia que cuentas, que nos la haces vivir como si estuviéramos allí y en aquellos años. El Salto de Aldeadávila, como lo viví desde los inicios, en La Zarza, desde el abanico, arranque de la carretera hacia abajo, luego la construcción del poblado, residencias y casas de los técnicos y arquitectos, etc. Tu relato, el milagro de la DKV, me ha transportado a aquellos años en los que mi familia abastecía de leche al poblado, residencias y yo colaboraba haciendo los recibos cada mes o semana, no recuerdo bien.
ResponderEliminarTus experiencias, ya se ve, que son amplias y vienen de lejos, que hasta fuiste médico en el Salto. Ahí es na.
En la anterior entrada hablas de Higinio Severino, de las minas de Barruecopardo, quisiera saber si en las fotos que hay en nuestra página en El Baúl 15, las dos del coche descapotable de la época, si una de las personas es él, como así he creído siempre, que aparece con la BB, Inés de Luna. Yo creo que sí; pero algunos me aseguran que no. Tú, ¿qué dices?
-Manolo-
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola Manolo. Efectivamente, uno de mis primeros trabajos fue trabajar en El Salto, sustituyendo al médico durante unas vacaciones.
ResponderEliminarRespecto a las fotos de tu página , creo que son de 1927, donde está Inés Luna Terrero con su automóvil y un señor joven y muy elegante que bien podría ser Higinio Severino, pero no puedo asegurarlo. Yo le vi alguna vez de muy niño, a comienzos de 1960 - unos 35 años después de la foto-, pues iba con cierta frecuencia por mi pueblo, y le recuerdo muy vagamente, por lo que no puedo aclarar tu duda, aunque la BB te aseguro que no se relacionaba con cualquiera, y claro que puede ser quien la acompaña en la foto, ya que él no era "un cualquiera". Lo que si recuerdo, es el imponente coche americano que tenía.