Tu
abajo y yo arriba
Antes de que la televisión llegara a las casas y se hiciera dueña de
nuestros ratos de ocio, era muy común
que los abuelos contaran narraciones de
todo tipo: cuentos, leyendas, historias,
anécdotas, chascarrillos, fábulas…cuyos receptores eran principalmente niños; pero, a
veces, los relatos no eran aptos para un
público infantil, como ocurre con el
siguiente.
Antiguamente, los novios cuando
llegaban al matrimonio, la mayoría de
ellos, lo hacían “vírgenes y puros” pero
vamos…vírgenes en todos los sentidos (apenas
tenían conocimiento alguno de la teoría y, ni mucho menos, de la práctica “del asunto”) pues no existía educación sexual alguna y, por
si esto fuera poco, casi todo lo que estaba relacionado con el sexo era considerado
pecado. A los padres les desagradaba mucho tratar estos temas con los hijos y evitaban
hacerlo a toda costa, (debían pensar
que éstos adquirían la información necesaria mediante ciencia infusa) y
a los descendientes, por su parte, ni por asomo se les ocurría preguntar de
ello a sus progenitores. Esta falta de
información, como es de suponer, ocasionó bastantes problemas.
Una vez se casaron dos novios, y ninguno de los
dos era demasiado despabilado.
La víspera de la boda, la novia le
preguntó a la madre que cómo era
“la cosa” que hacen los novios la noche de bodas y la progenitora, muy apurada,
para salir del paso, le contestó con
evasivas diciéndole que era muy fácil, que no debía tener miedo alguno, y que lo
único que debía hacer era colaborar con su novio y hacer todo lo que éste propusiera,
que él sabría bien qué hacer.
La verdad es que el novio tampoco
sabía nada del tema y hasta el día antes de la boda no se
atrevió a mantener una conversación, “de hombre a hombre”, con el padre.
- Padre, mañana por la noche,
cuando XXX y yo vayamos a la cama qué es lo tengo que hacer, porque hasta ahora
nunca hemos hablado de esto y yo estoy “muy verde”.
La pregunta incomodó mucho al padre pues no estaba preparado para dar
lecciones de sexualidad; pero claro, era su hijo, estaba a punto de casarse, y reconoció que necesitaba
que le aleccionaran un poco para cumplir, como se espera que cumplan los
hombres en estas circunstancias.
- Mira hijo, tú has visto alguna
vez a las vacas parir ¿no?
- Pues claro, respondió éste.
- Bueno - continuó el padre- entonces ya tenemos mucho
adelantado. Verás, para que una vaca pueda tener un ternero, nueve meses antes,
ella y el toro tienen que estar juntos. Hizo una pausa mirando al hijo, por si éste
quería preguntar o comentar algo y vio que permanecía en
silencio, escuchando con atención sus explicaciones, así que decidió continuar
con la información
- Cuando llega ese momento, la vaca
siempre está delante, y el toro se pone
por detrás… ¡pero vosotros no vayáis a hacer lo mismo!...con los hombres y mujeres
la cosa diferente. Él siempre se pone
encima, y ella debajo. No se te debe olvidar, ¿eh?, repito: Tú tienes que
ponerte encima, y ella debajo.
- ¿Entonces es así como se hace?,
preguntó el hijo.
- ¡Pues claro hombre! ¡Si es muy
fácil! Todos hemos tenido una primera
vez y hemos estado algo asustados al principio,
como a ti te ocurre ahora, pero luego te acostumbras rápido. Ya verás como todo sale bien - dijo el padre, agotado
por el enorme esfuerzo didáctico que había realizado-.
- Vale, vale. Respondió el hijo, que
parecía estar satisfecho con la explicación recibida.
Llegó el día de la boda, llegó
la noche, llegó el día siguiente, y el novio fue a ver a su padre. El progenitor estaba
intranquilo pensando en el desempeño que habría tenido el hijo en su noche de bodas, ya que tenía
muchas dudas respecto al provecho que hubiera obtenido de la clase de “educación sexual” recibida el día
antes. Consideraba que quizá debió haber
sido algo más explícito. Por ello, nada más verlo, le preguntó que cómo había
ido todo.
- Muy bien, respondió el hijo. Pero
ella se ha quejado un poco. Esta mañana, cuando nos hemos levantado, estaba algo
dolorida porque decía que estaba muy duro.
-
¡Bueno hombre, eso es normal!,
contestó el padre, muy aliviado, al oírle.
La
novia, a su vez, en la mañana siguiente de la boda se acercó a ver a la madre y
ésta , también le preguntó que como
había transcurrido la noche anterior.
-
Muy mal, respondió la hija. No me
ha gustado nada. Seguí todas las indicaciones que decía mi marido, tal como me
dijiste que hiciera, y él no hacía más que repetir: “Tú abajo, y yo arriba”, “tú
abajo, y yo arriba”..., y así lo hemos hecho... yo he dormido debajo de la cama,
en el suelo, y, como estaba tan duro, me he levantado muy dolorida. Él, en
cambio, ha dormido arriba, encima de la cama, bien arropado y tan a gusto. Tengo
una duda madre: ¿Padre y tú, siempre dormís
así?
La madre, asombrada, no
daba crédito a lo que estaba oyendo, maldiciéndose a sí misma por haber confiado tanto en los “conocimientos
amorosos” de su yerno. Evidentemente, aún había mucho que explicar.
¡Muy bueno, José!
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
Eliminar¡BRAVO, JOSÉ!
ResponderEliminarEn estos tiempos de crisis económicas, crisis políticas y otras crisis, estos relatos que cuentas, son bálsamos relajantes y divertidos que nos sacan por un momento de la realidad. Y no se puede por menos comparar aquella sociedad de antaño con la actual. Ahora cualquier muchacho da lecciones a sus padres, no sólo de informática, también si es necesario de sexualidad. La TV e Internet, antes inexistentes, su mal uso, algo habrán tenido que ver. Quizá, ni aquello ni esto. En el término medio, dicen, está la virtud.
Saludos,
-Manolo-
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado Manolo. Respecto a lo que dices, comparando los tiempos pasados con los actuales, llevas mucha razón, pero no tienen comparación. No son mejores, ni peores, simplemente, son distintos. Lo ideal sería tomar lo bueno de entonces y a ello sumarle lo bueno de ahora, pero a veces te da la sensación que sucede lo contrario y que la sociedad actual es la suma de lo malo de ambas épocas. Un saludo.
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