martes, 20 de julio de 2021

El Apaño

 

     Orión, es una conocida constelación fácil observar tanto en el hemisferio norte como en el sur, y, aunque es posible verla durante todo el año, es especialmente visible, en nuestra bóveda celeste nocturna, en invierno, sobre todo entre noviembre y enero.

   También es conocida como constelación del cazador, ya que representa al mítico guerrero alzando su espada, enfrentándose a Tauro que va persiguiendo a las Pléyades, y su cinturón está formado por tres estrellas muy brillantes: Mintaka,  Altinak y Alminam, que  también son conocidas, en el mundo de la astrofísica,

Astrofisicayfisica.com

como las tres Marías; los antiguos egipcios, grandes conocedores de nuestro firmamento, pensaban que era el lugar donde reposaba el alma de Osiris, uno de sus dioses más destacados.

   Otras tres Marías, mucho más conocidas, son las del Evangelio; en este caso, se trata de María Salome, que era mujer de Zebedeo y madre de los apóstoles Santiago el Mayor y de Juan; María de Cleofás, hermana de la Virgen María, y la propia Virgen María, que acompañaron a Jesús en sus últimos momentos. Sobre este particular, hay que decir que no hay un acuerdo unánime respecto a quienes fueron exactamente estas tres mujeres, pues uno de los evangelios afirma que eran María Magdalena, la Virgen María y María Salomé; otro, en cambio, afirma que las tres Marías eran María Magdalena, María Salomé y María de Cleofás.

  De una u otra forma, son tradiciones basadas en relatos bíblicos y tampoco tienen demasiada importancia estas disquisiciones sobre quienes eran las tres Marías que acompañaron a Jesucristo, en su etapa final en la Tierra.

  Claro que Apolinar no tenía duda alguna de quienes eran las tres Marías de su pueblo. Él, era el clásico solterón que con frecuencia encontramos en muchas familias, y, al ser el pequeño de los hermanos, una vez que los demás se casaron, continuó viviendo con su madre, que era viuda; de modo que, cuando ésta murió, continuó morando solo en la casa familiar.

   Mientras convivió con la progenitora, su vida transcurría con total normalidad; ella se ocupaba de hacer las tareas domésticas y él siempre estaba impecable: bien vestido y alimentado, la casa siempre limpia …, todo iba sobre ruedas; pero, desde el fallecimiento de la madre, su vida había experimentado un cambio muy significativo, en este caso, en sentido negativo, y la cosa iba de mal en peor.

   En aquellos tiempos, a pesar de que aún ni se hablaba aún de machismo en España, las labores domésticas eran una tarea exclusiva de mujeres y él, tras la muerte de la madre, siguió viviendo como si no hubiera pasado nada; pero sí que pasaban cosas ya que el polvo y la suciedad no tienen consideración con nadie, viva solo o acompañado, y, a medida que pasaba el tiempo, se acumulaban por todos los rincones de la casa.

    Su morada, cada vez estaba más sucia y las vecinas hasta hacían bromas sobre el asunto diciendo que la casa de Apolinar era “El Palacio de las Telarañas”, también,  jocosamente, comentaban que allí, si alguien caía al suelo, era imposible hacerse daño, porque, al haber tal cantidad de polvo sobre el piso, lo haría en sitio mullido.

   En fin, ya sabemos que en los pueblos pequeños la gente a veces se aburre y todo aquello que se sale de lo habitual es motivo de burla y escarnio. Somos “tan buena gente”, que, a menudo, nos “preocupamos” demasiado de los problemas ajenos olvidándonos de los propios, a pesar de que, en ocasiones, son mayores que los de nuestros vecinos.

    Apolinar, no sabía, ni quería, cocinar y tampoco lavaba la ropa, por lo que siempre comía platos fríos y a menudo se tiraba semanas con la misma vestimenta que, obviamente, con el paso del tiempo, iba estando cada vez más sucia y deteriorada…

   Él, se había adaptado perfectamente a la nueva situación y, aparentemente, vivía satisfecho en su “Palacio”, en compañía de las arañas, despreocupado por estas “menudencias”. Su día a día consistía en trabajar y, cuando se terciaba, iba al “club social”, que en los pueblos no es otro que el bar, y así iba discurriendo plácidamente el tiempo hasta que un día recibió la visita de dos de sus hermanos que estaban preocupados por la forma de vivir que llevaba.

-          - ¡Apolinar!, dijo la hermana. Esto no puede seguir así. La casa está hecha una pena. Si llega a resucitar nuestra madre y ve cómo la tienes, se muere otra vez del susto; tu alimentación deja mucho que desear ; vistes peor que mal,  y cuando estás en casa no tienes ni un gato con quien hablar. Antes estabas acostumbrado a comer bien y estar siempre bien arreglado con madre, pero la pobre ya no está y esto tiene que cambiar.

  -- ¡Mira Generosa!, así se llamaba la hermana. Yo estoy bien y no me importa vivir solo. Ya lo dice el refrán: “El buey solo bien se lame”.

        -  ¡Vamos a ver !, continuó hablando el otro hermano. Una mujer se las arregla bien viviendo sola, pero nosotros los hombres, en ese aspecto, somos unos inútiles. Así que Gene y yo hemos pensado que lo mejor que puedes hacer es casarte.

          -  ¡¡Yoooooo!! ¿¿Casarme?? Respondió Apolinar, muy sorprendido, ante lo que acababa de oír.

         -  ¡Sí! ¡¡Tu!! Contestó secamente Generosa. Necesitas una mujer que te gobierne un poco y haga las cosas de la casa, y como ya eres un poco mayor para andar buscando una novia, Bernabé, -así se llamaba el otro hermano- y yo, ya hemos pensado en una. Sólo hace falta que aceptes . De lo demás no tienes que preocuparte en absoluto, yo hablo con ella y creo que no va a haber problema alguno.

   Apolinar no daba crédito a lo que estaba escuchando, en boca de sus hermanos. Cuando era jovencito, había salido con una chica, pero la cosa no cuajo, tras una corta relación lo dejaron y desde entonces nunca había vuelto a tener novia.

   Se dice que el amor y la amistad no se buscan, sino que se encuentran; y él, ni había buscado, ni había encontrado a alguien de quien enamorarse. Las circunstancias que llevan a una persona a no encontrar pareja son muchas. Unas veces por timidez hacia las personas del otro sexo; otras porque “lo que quiero no me lo dan y lo que me dan no lo quiero”; otras por vagancia mental, ya que buscar una novia/o requiera un esfuerzo, otras por… Apolinar, no es que tuviera fobia social, pero para relacionarse con los demás, era más bien perezoso.

   El caso es que la situación había llegado hasta donde estaba y ahora se encontraba con que sus hermanos, haciendo de celestinos, (obviando, descaradamente, todas las fases de una relación hombre-mujer convencional) querían hacer un matrimonio de conveniencia donde los presuntos novios, tanto él como ella, sospechaba que eran los últimos en enterarse.

     - Entonces, sin contar conmigo, habéis pensado que lo mejor que puedo hacer es casarme.

- ¡Así es!, respondieron al unísono sus dos hermanos. Creemos que es lo mejor para ti. Para   enamoramientos y demás, tú ya no tienes edad. Pero una buena mujer te vendría bien, y si encima a ella también le viene bien, “miel sobre hojuelas”. Si os enamoráis después, eso que ganáis los dos.

- ¿Y quién es esa buena mujer en la que habéis pensado? Preguntó Apolinar que, aunque estaba enfadado con sus hermanos, por meterse donde nadie les había llamado, sentía curiosidad por saber quién era la “afortunada novia” que le tenían destinada.  

-   Yo he pensado en María… “la del Medio”, claro. Respondió Generosa. Evidentemente, no te vas a casar con la abuela o con la nieta.

    En el pueblo, había tres mujeres que eran conocidas como las tres Marías y eran parientes entre sí: abuela, hija y nieta respectivamente. La hija, María la “del Medio”, como era conocida por los paisanos, era madre soltera, tenía una hija de 8 años, María “la Chica”, y del padre, que era un forastero, nunca más se supo.

   Esto que hoy, afortunadamente, lo hubiéramos tomado con mucha naturalidad, hasta mediados del siglo XX constituía, muchas veces, un hándicap tremendo para estas mujeres, pues casi nunca conseguían rehacer una vida en pareja, ya que encontrar un marido en aquella época, aportando el hijo de otro, era una empresa harto difícil; así que, con gran esfuerzo, unas veces con ayuda de la familia y otras veces sin ella, estas valerosas mujeres tenían que educar a sus hijos y salir adelante por sí solas.

  María “la del Medio”, era muy trabajadora y se ganaba la vida haciendo trabajos eventuales, limpiando las casas de los demás y en todo aquello que se terciara; con un físico agradable, incluso Apolinar se había fijado más de una vez en ella, pero nunca había pensado siquiera “decirle algo”.

-   ¡¡Estáis tontos los dos!!  ¿Pensáis que María se va a casar conmigo, sólo porque vosotros se lo digáis?

 -     ¡Vamos a ver!, contestó Generosa. ¡Tranquilízate! Eso se lo tienes que decir tú. Yo primero tengo que tantear el terreno, hablo con su madre y veo que cara pone. Si le parece bien, las dos hablamos con ella, la convencemos, y entonces ya es cuando intervienes tú. El plan es que vayas a tiro hecho, porque como dejemos que lo intentes tú sólo, vas listo.

(El plan del que hablaba Generosa, es lo que se conocía popularmente como “hacer un apaño”. La RAE tiene varias definiciones de apaño: Disposición, maña o habilidad para hacer algo. Relación amorosa circunstancial o irregular. Acomodo, avío, conveniencia... Como podemos ver, todas van bastante acorde con lo que allí se estaba tratando)

  Los tres hermanos aún siguieron un buen rato debatiendo sobre el tema. Los dos mayores, persuadidos  de que el arreglo que pretendían era estupendo, intentaban convencer al pequeño de que aquello era lo más conveniente para él; lo veían muy factible por varias razones a) Desde un punto de vista legal, los dos “afectados”, estaban solteros y sin compromiso, así que en ese sentido no había impedimento alguno por parte del poder civil, ni eclesiástico, que pudiera alterar sus propósitos, y b) Desde el punto de vista práctico, ambos saldrían ganando. Apolinar, solterón y huérfano, perdería la primera condición, y María “la del Medio”, que se dedicaba a realizar trabajos eventuales para poder ganarse la vida, haciendo limpieza en algunas casas, sería la señora de Apolinar, económicamente, tendría asegurado su futuro, y pasaría a limpiar, únicamente, su propia casa; por añadidura, c) desde el punto de vista social, su hija tendría un padre como los demás niños del pueblo.

  Apolinar, que consideraba aquello un auténtico disparate, en principio se mantuvo firme en sus convicciones de permanecer soltero y tachaba a sus hermanos de ser unos entrometidos e ilusos, pero ante tanta insistencia, acabó haciendo introspección sobre el asunto, pensó fríamente en cómo le gustaría que fuera su futuro, y se dio cuenta de que María era una mujer que realmente le agradaba, así que dejó de oponerse de forma tan decidida al plan que sus hermanos tenían sobre “su vida amorosa”, si a esto se le puede llamar así; reconociendo que quizá tuvieran razón y había llegado la hora de ingresar en el honorable –a veces no tan honorable- gremio de los casados.

  Pero el camino a seguir, para poder alcanzar el objetivo, lo veía largo y tortuoso, y no se veía con fuerzas para recorrerlo. En cambio, Generosa y Bernabé iban disparados, deseaban que tomara la decisión ya mismo y no estaban dispuestos a abandonar la casa del hermano con un no por respuesta y tampoco les valía un “lo pensaré”. Querían un compromiso inmediato por su parte, aceptando lo que ellos consideraban una buena oportunidad para mejorar su vida. 

  Nuestro soltero escuchaba a sus dos hermanos, mientras exponían sus argumentos a favor de la idea, y pensó que eran excesivamente optimistas… demasiado fácil lo veían los dos; en cambio, él, tenía muchas dudas. ¿Y si María se negaba? Sentiría un ridículo espantoso.

  Cuando alegó tal posibilidad, Generosa dejó cerrado ese camino diciéndole que esa disyuntiva ya  estaba contemplada, y que por ello era necesario que predominara, ante todo, la discreción. Así que,  de forma oficiosa, todo pasaría porque él no sabía nada, y que el asunto era exclusivamente “cosa” de sus hermanos, de este modo, que, si se "torcía la cosa", él quedaría al margen de todo. 

   A Sócrates, un filósofo griego, un día le preguntó un joven ateniense que debía tener las mismas dudas de Apolinar, si debía casarse a no. El filósofo le dio esta respuesta:

- Haz lo que te parezca, ya que, hagas lo que hagas, te arrepentirás

   Si Apolinar hubiera conocido la respuesta de Sócrates, posiblemente ésta le hubiese generado aún más dudas de las que ya tenía, pues sabría que, hiciera lo que hiciera, en el futuro, siempre habría momentos en los que iba a acabar teniendo la sensación de no haber acertado en su elección, pero como no lo conocía, tuvo que tomar la decisión por sí solo y, “ligeramente” influido por sus hermanos mayores, acabó aceptando su propuesta.

 -    Yo ya lo tengo todo pensado. Dijo Generosa, que por lo visto era la ideóloga del plan trazado para casarle. Como María se dedica a limpiar casas, tienes que contratarla para limpiar la tuya. Eso sí, la pobre, vaya trabajo que va a tener; porque ¡hay que ver cómo está esto!, pero mejor, así le puedes decir que venga varios días.

Antes de eso, hay que adecentarte a ti y tienes que dejar de vivir como un guarro en su zahurda. Mañana vengo a por tu ropa y me la llevo toda para lavarla. Además, Bernabé va a venir conmigo y te va a ayudar a afeitarte y lavarte, no vaya a ser que, en la espalda, como no te ves, sea necesario tener que refregarte con un estropajo. De ahora en adelante, vas a ser la persona más limpia y aseada del pueblo.

   En cuanto a los modales, también hay que pulirte un poco. Llevas mucho tiempo viviendo solo y hay cosas que se olvidan rápido cuando uno deja de convivir con otras personas. Tienes que volver a ser el hombre educado y agradable que siempre has sido; pero bueno, ya vendré yo a aleccionarte sobre todo ello.

  Al cabo de una semana, la primera parte del plan establecido por la hermana había ido cumpliéndose minuciosamente. Tal como había indicado Generosa, Bernabé acudió a la casa de Apolinar para asegurarse de que estaba limpio por todos los lados; ella, a su vez, se ocupó de que su ropa estuviera impecable, le aleccionó sobre lo que las mujeres de entonces esperaban de un hombre honesto y cabal, y llegó el día D. 

    María “la del Medio”, al día siguiente, iba a ir a su casa para empezar a limpiarla. 

 Apolinar, la noche anterior, no durmió bien debido al nerviosismo; tuvo varias pesadillas y todas giraban en torno al mismo tema. En una de ellas, incluso se despertó sobresaltado pues soñaba que, cual Jesucristo camino del calvario, al que acompañaban las tres Marías, las originales, mostrando angustia y pena; en su sueño, él iba por una larga y desconocida calle y le seguían las tres Marías del pueblo burlándose de él por sus pretensiones de enmaridarse con María la “del Medio”. En fin, el subconsciente que a veces es muy puñetero, le impidió dormir en condiciones esa noche. 

 El caso es que, al llegar la mañana, media hora antes de que “la futura novia” llamara a su puerta, dispuesta a enfrentarse al polvo y telarañas acumulados a lo largo de tantos meses; siguiendo las instrucciones establecidas por la hermana, estaba mejor vestido de lo habitual y olía a colonia. Aquello “cantaba” mucho, pero Generosa le había dicho que eso daba igual, pues si María pensaba que le recibía así, porque quería darle una buena impresión, ese era, precisamente, el objetivo.

A las nueve en punto, que era la hora convenida, sonó el llamador de la puerta y sintió una sensación extraña, algo similar al miedo escénico que sienten los actores cuando se enfrentan a un primer papel.

En la vida de las personas, a menudo, nos encontramos ante situaciones donde un acto, aparentemente banal, es determinante para nuestro futuro, pudiéndonos llevar al éxito o al fracaso: acudir o no a una cita, elegir uno u otro trabajo, aprobar una oposición y elegir uno u otro destino… (en el casamiento, aun accediendo a él con las mejores expectativas posibles, el futuro es siempre incierto, esto le llevó a alguien a decir : “El matrimonio es un puente que conduce al cielo, o al infierno”).   

En aquel momento, el acto que iba a condicionar el futuro de Apolinar también parecía muy simple,  y era decidir si abrir o no la puerta de la calle. Si no la abría, sabía lo que acontecería después:  despedirse para siempre de María y seguir viviendo solo; en cuanto a sus hermanos… ¡cualquiera volvía a vérselas con Generosa! En cambio, si la abría…

Indeciso, permaneció inmóvil en la sala donde se encontraba y el llamador de la puerta volvió a sonar por segunda vez. Esta vez, recorrió lentamente el pasillo, se detuvo unos segundos ante la misma, y…

Nota

·  El hecho de conocer a alguien, ir intimando con él/ella progresivamente, enamorarse y, posteriormente emparejarse, con matrimonio o sin él, es algo bonito, natural y siempre ha sido planteado como el modelo ideal a seguir en las relaciones de pareja en nuestra cultura. Pero los apaños, esas “cosas que se hacían antes”, en cierto modo, aún existen en nuestros días, aunque a otro nivel, ya que, que intentar encontrar un novio/a por internet, bajo mi criterio, si no es un apaño, se le asemeja bastante.

3 comentarios:

  1. ¡¡¡VAMOS!!!!.... José, dinos pronto ¿Qué hizo o decidió Apolinar?... No nos tengas mucho tiempo así, esperando.

    Apolinares, siempre hubo en todas partes. Y supongo que seguirán habiendo en esta era de Internet, como apuntas.
    Pronto! no tardes mucho en decirnos qué pasó
    - Manolo-

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Manolo. Esta historia está inspirada en un hecho real, evidentemente no ocurrió exactamente así, pero el protagonista existió y no se llamaba Apolinar. Cuando se trata de hechos reales intento que nadie acabe reconociendo al/los protagonistas. Se casaron, claro que sí. Los pormenores del asunto, y a si fueron felices y comieron perdices...eso ya lo veremos

      Eliminar