Todos los años, cuando llega agosto, nuestros pueblos presentan un aspecto inusual: coches aparcados por todos los lados, casas que permanecen cerradas y vacías el resto de año, ahora están abiertas y ocupadas, bares muy concurridos, hay niños y adolescentes por las calles…, claro que esto no es más que un espejismo de la realidad ya que, el resto del año, la imagen que ofrecen es muy distinta.
Durante el verano, muchas personas nacidas en los pueblos, y sus descendientes, que habitualmente residen en otras zonas del país, regresan a sus lugares de origen de vacaciones, a pasar unos días, para reencontrarse con la familia y amigos, con el paisaje, o consigo mismos.
Coches en todas la calles |
El estereotipo de unas vacaciones estupendas, casi siempre aparece asociado a sitios exóticos y lejanos, lugares paradisíacos e idílicos los llaman las agencias de viajes ¡casi nada!, que a veces están situados a miles de kilómetros, con playas espectaculares de arena muy fina, bañadas por mares de aguas claras y cristalinas; en los spots publicitarios, estas playas siempre aparecen soleadas y desiertas, para gozo y disfrute de quien elige estos destinos, aunque no es oro todo lo que reluce ya que, una vez que estás allí, te preguntas cómo lograron hacer la foto de la playa vacía, porque tú la encuentras llena de gente a todas horas.
En cuanto a los hoteles que nos muestran las
agencias o portales de internet, todos tienen un aspecto magnífico, sin colas
de gente en los comedores, con un camarero sonriente, siempre cerca de ti, para
que le pidas lo que desees; en cambio, una vez allí, te das cuenta que, a veces, encontrar un
camarero se convierte en una auténtica aventura.
Para poder disfrutar de todo lo anterior, obviamente,
es necesario desembolsar una cuantiosa cantidad de dinero, pero si el presupuesto no
alcanza para tanto, existe la alternativa de ir a destinos más cercanos, fundamentalmente
de sol y playa, algo que está a nuestro alcance sin tener que salir del país,
ya que en España tenemos unas magníficas costas.
Tanto en uno como en otro caso, son unas
vacaciones para los sentidos: tomar el sol, bañarse, comer bien, ver bonitos
paisajes, realizar actividades recreativas que uno no hace uno habitualmente…
Recuerdo una paisana mía que se trasladó hace
años, con su familia, a trabajar a San Sebastián; llevaban ya bastantes años residiendo
allí, y un día me confesó que, a pesar del tiempo transcurrido, raro era el día
que no tenía algún recuerdo del pueblo.
Si la mujer fuera portuguesa o gallega, le
hubiera informado que tenía saudade,
pero
como era de Salamanca, le aclaré que lo suyo era un claro caso de añoranza
crónica, haciéndole mucha gracia cuando le dije:
- Mira, lo que te pasa
es que, aunque el cuerpo esté en San Sebastián, tu espíritu nunca se ha ido del
todo y parte de él permanece por aquí.
Pero bueno, voy a dejar a un lado las saudades,
morriñas, nostalgias, añoranzas y similares, y me centraré en otro tema que en
los veranos está muy de actualidad, como son las bodas.
El trabajo en el campo está ligado a los ciclos de la naturaleza, por ello, hasta no hace muchos años, las bodas, generalmente, se celebraban una vez finalizada la cosecha, de ahí que en verano apenas hubiera enlaces matrimoniales pues, como el período estival era, posiblemente, la época del año en la que más labores había que realizar y no había tiempo para otras cosas, solían elegirse otras épocas del año para estas celebraciones. Con el tiempo, los modos de vida han evolucionado y el verano ha pasado a ser la época predilecta para celebrar las bodas, de modo que, actualmente, casi 90 de ellas tienen lugar en primavera y verano.
Claro que estas cosas siempre le ocurren a los demás, así pensaban Jonás y Yolanda; originarios los dos del medio rural, aunque de diferentes pueblos, eran gente formada, con estudios universitarios; los dos trabajaban en la misma ciudad, en aquello para lo que habían estudiado, algo que hoy en día es una auténtica suerte; llevaban viviendo juntos varios años, tenían un niño de dos, e incluso ya habían comprado un piso…todo iba de maravilla. Podríamos decir que eran un auténtico matrimonio de hecho, aunque no de derecho.
Con estos antecedentes, siendo además jóvenes
y guapos, a los ojos de los demás pasaban por ser la pareja ideal; además, si
esto no fuera suficiente, para contento de los padres, habían decidido casarse,
“como Dios manda”, aquel verano.
Llevaban varios meses, con gran ilusión, preparando
el acontecimiento para que no faltara detalle alguno, y llegó el gran día. La
fecha que habían elegido era un sábado del mes de agosto y a las siete de la
tarde estábamos citados los invitados en la iglesia para la celebración.
De los hombres, hay que decir que también
estábamos muy guapos, y nos dividíamos en dos categorías a) “Los adaptados” -al clima, evidentemente- vestidos de un
modo más informal, en camisa de manga corta y zapatos cómodos, b) “Los
inadaptados” –también al clima, claro-,
aquellos que, “obligados por las circunstancias”, íbamos con traje y corbata, en
pleno mes de agosto, soportando estoicamente la temperatura de aquella calurosa
tarde.
Algunos, como no estaban acostumbrados a
llevar corbata, se llevaban repetidamente la mano al nudo de ésta, intentando
aflojarlo, para paliar la incomodidad de llevar el cuello oprimido. También, en
el grupo de “los trajeados”, a más de uno se le notaba ostensiblemente que no
había comprado el traje para la ocasión, pues le quedaba demasiado ajustado. Seguramente
ya lo había usado tiempo atrás, en alguna otra celebración, y una de dos: o el
dueño del mismo había engordado, o el traje había encogido. Se dice irónicamente
que las calorías son unos bichitos que entran en los armarios y encogen la ropa;
por lo visto, deben cebarse, especialmente, con los trajes y vestidos de fiesta,
que nos ponemos de tarde en tarde.
En cuestión de celebraciones, un dicho popular afirma que es mejor asistir a una mala boda que a un buen entierro, y allí estábamos todos, amigos, familia y allegados, a la puerta del templo, dispuestos a celebrar el enlace de Jonás y Yolanda en lo que se presumía no una mala, sino una magnífica boda. Después de la ceremonia, el banquete nupcial iba a celebrarse en un local de prestigio, y, a continuación, había baile con un conjunto musical…aquel era el mejor plan posible para una tarde-noche de agosto.
Los invitados, a partir de las 6,30,
habíamos comenzado a llegar a la puerta de la iglesia aprovechando la circunstancia para saludarnos, ya que son ocasiones muy propicias para encuentros entre amigos y
familiares que llevan bastante tiempo sin verse, y las siete en punto llegó el
coche del novio.
Conducía Jonás, algo inusual en estos
casos, y al lado, como copiloto, le acompañaba su madre, que era la madrina. Pararon
a la puerta del templo y bajaron los dos a la vez.
La imagen que uno tiene de unos novios a
punto de casarse es de gente sonriente y feliz - la cara es el espejo del alma-, pero en este caso la cara de Jonás
era de circunstancias; además, tampoco se les veía, a él, ni a la madrina, demasiado
elegantes para la ocasión, algo que nos extrañó un poco a quienes estábamos
próximos a la puerta de la iglesia.
El novio hizo un gesto de saludo a la
concurrencia con la mano, y sin detenerse a hablar con nadie entró a toda prisa
en el templo. La madre, en cambio, quedó fuera y se dirigió a todos nosotros.
-
¡¡¡Acercaos
por favor!!! Dijo, en voz alta. ¡¡¡Acercaos, que tengo que deciros algo!!!
Hasta ese momento, se había oído un gran murmullo de conversaciones, debía haber más de 150 invitados, y hacerlos callar a todos parecía ser una empresa difícil; pero la voz de la madrina y lo extraño que nos estaba pareciendo todo aquello lograron que rápidamente se hiciera un silencio total. Todos presentíamos que allí estaba pasando algo serio, y atentos nos dispusimos a escuchar lo que la madre de Jonás iba a decirnos.
El silencio que se había producido, mientras
escuchábamos a la madrina, aún se prolongó unos segundos más ante lo inesperado
de la noticia, y otra vez volvieron las conversaciones.
-
¿Qué
le ha pasado a Yolanda? Preguntó a alguien. ¿Es grave?
- ¡No! Respondió, rápidamente la madrina. -evidentemente sabía que iba a recibir esa pregunta, y
ya tenía la respuesta preparada de antemano- ¡No, es grave! Le dolía mucho la cabeza
esta mañana. Supongo que es debido a las preocupaciones de la boda y el ajetreo que esto
conlleva, y no se le acaba de pasar. La ha visto el médico y seguramente tenga que ir al hospital.
Ella dice que no nos preocupemos y que estemos tranquilos, porque ya le ha pasado más veces. Jonás ha entrado a decirle al cura lo que pasa. Cuando salga, volvemos a casa y después, a las nueve, nos vemos en el salón de celebraciones.
A la
hora convenida, los invitados estábamos en el restaurante dispuestos a celebrar
¿¿¿¿¿??????, no sabíamos qué. La familia de la novia no se presentó al banquete
nupcial. No se escucharon vivas a los novios y, evidentemente, tampoco a
nadie se le ocurrió decir que se besaran los novios, ni los padrinos; en cuanto
a la tarta nupcial, tampoco era nupcial, pues alguien se había encargado de
retirar la figura de la pareja de novios que se le suele poner encima. Fue un
banquete un tanto atípico.
Entre los invitados, también se establecieron
dos grupos. El de los “bien pensados”,
que lamentaban el inoportuno dolor de cabeza de la novia, que había obligado a
suspender la boda, deseando que ésta se recuperara lo antes posible, para poder
celebrarla más adelante, aunque fuera en la intimidad; y el de los “mal pensados”, estos opinaban que los
novios, unas horas antes de la boda, se habían enfadado y Yolanda había
decidido no casarse.
Eso
sí, todos coincidíamos en “el papelón” que estaba haciendo la familia del novio
asistiendo a un banquete nupcial que no era nupcial.
Más adelante, nos enteraríamos que los “mal
pensados” fueron quienes estaban en lo cierto
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ResponderEliminarDivertida historia, curiosa y entretenida, que enlazo en nuestra página: Noticias
ResponderEliminarPor fin al tercer intento, funcionó el enlace.
ResponderEliminar-Manolo-
Hola Manolo. Veo que, como siempre, has estado tomando testimonio gráfico y escrito de todo aquello que ocurre en la Zarza. Las fiestas supongo que han sido algo descafeinadas, como en todos los lugares, pero divertidas que, al fin y al cabo, es lo que importa. Un saludo.
ResponderEliminarJajajajja
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