lunes, 16 de agosto de 2021

La boda

 


    Todos los años, cuando llega agosto, nuestros pueblos presentan un aspecto inusual: coches aparcados por todos los lados, casas que permanecen cerradas y vacías el resto de año, ahora están abiertas y ocupadas, bares muy concurridos, hay niños y adolescentes por las calles…, claro que esto no es más que un espejismo de la realidad ya que, el resto del año, la imagen que ofrecen es muy distinta.

  Durante el verano, muchas personas nacidas en los pueblos, y sus descendientes, que habitualmente residen en otras zonas del país, regresan a sus lugares de origen de vacaciones, a pasar unos días, para reencontrarse con la familia y amigos, con el paisaje, o consigo mismos.

Coches en todas la calles

     El estereotipo de unas vacaciones estupendas, casi siempre aparece asociado a sitios exóticos y lejanos, lugares paradisíacos e idílicos los llaman las agencias de viajes ¡casi nada!, que a veces están situados a miles de kilómetros, con playas espectaculares de arena muy fina, bañadas por mares de aguas claras y cristalinas; en los spots publicitarios, estas playas siempre aparecen soleadas y desiertas, para gozo y disfrute de quien elige estos destinos, aunque no es oro todo lo que reluce ya que, una vez que estás allí, te preguntas cómo lograron hacer la foto de la playa vacía, porque tú la encuentras llena de gente a todas horas.

   En cuanto a los hoteles que nos muestran las agencias o portales de internet, todos tienen un aspecto magnífico, sin colas de gente en los comedores, con un camarero sonriente, siempre cerca de ti, para que le pidas lo que desees; en cambio, una vez allí, te das cuenta que, a veces, encontrar un camarero se convierte en una auténtica aventura.

  Para poder disfrutar de todo lo anterior, obviamente, es necesario desembolsar una cuantiosa cantidad de dinero, pero si el presupuesto no alcanza para tanto, existe la alternativa de ir a destinos más cercanos, fundamentalmente de sol y playa, algo que está a nuestro alcance sin tener que salir del país, ya que en España tenemos unas magníficas costas.

   Tanto en uno como en otro caso, son unas vacaciones para los sentidos: tomar el sol, bañarse, comer bien, ver bonitos paisajes, realizar actividades recreativas que uno no hace uno habitualmente…

   Otros, en cambio, se decantan por otro tipo de vacaciones donde lo fundamental no consiste en satisfacer los sentidos, sino en alimentar el alma…son unas vacaciones más espirituales, y no es que me esté refiriendo a pasar una semana en un monasterio conviviendo con la comunidad de frailes o monjas correspondiente, algo que también es factible y  puede resultar una experiencia  muy positiva,  me refiero  a aquellos que, por cuestiones laborales, tuvieron que salir de su pueblo buscando otros horizontes, dejando atrás familia y amigos, y, cuando llegan sus vacaciones, el espíritu les pide renovar los lazos afectivos que les unen a sus lugares de origen y deciden pasarlas, total o parcialmente, en el pueblo.

  Recuerdo una paisana mía que se trasladó hace años, con su familia, a trabajar a San Sebastián; llevaban ya bastantes años residiendo allí, y un día me confesó que, a pesar del tiempo transcurrido, raro era el día que no tenía algún recuerdo del pueblo.

  Si la mujer fuera portuguesa o gallega, le hubiera informado que tenía saudade, pero como era de Salamanca, le aclaré que lo suyo era un claro caso de añoranza crónica, haciéndole mucha gracia cuando le dije:

-  Mira, lo que te pasa es que, aunque el cuerpo esté en San Sebastián, tu espíritu nunca se ha ido del todo y parte de él permanece por aquí.

 (Menos mal que no me preguntó cómo era posible dividir el espíritu de las personas en mitades, porque no hubiera tenido respuesta para esta pregunta.)

   A las personas les gusta regresar a aquellos lugares donde han sido felices, y si hay una época donde lo hemos sido es en la infancia y adolescencia, de ahí que algunos psicólogos opinen que esta tendencia a volver a nuestras raíces obedece a un deseo inconsciente de recuperar esa felicidad perdida.

  Pero bueno, voy a dejar a un lado las saudades, morriñas, nostalgias, añoranzas y similares, y me centraré en otro tema que en los veranos está muy de actualidad, como son las bodas.

     El trabajo en el campo está ligado a los ciclos de la naturaleza, por ello, hasta no hace muchos años, las bodas, generalmente, se celebraban una vez finalizada la cosecha, de ahí que en verano apenas hubiera enlaces matrimoniales pues, como el período estival era, posiblemente, la época del año en la que más labores había que realizar y no había tiempo para otras cosas, solían elegirse otras épocas del año para estas celebraciones. Con el tiempo, los modos de vida han evolucionado y el verano ha pasado a ser la época predilecta para celebrar las bodas, de modo que, actualmente, casi 90 de ellas tienen lugar en primavera y verano.

   Las relaciones de pareja, también han experimentado un gran cambio en los últimos 40 años. Si antes un hombre y una mujer, tras un largo noviazgo, se casaban “para toda la vida” y se hablaba de las “cadenas del matrimonio”, hoy, estas cadenas han pasado a ser “lacitos” que se rompen con suma facilidad, en cualquier momento, llevando a la separación o al divorcio. En ocasiones, estas uniones son demasiado frágiles, tanto… tanto, que a veces nos encontramos ante situaciones muy difíciles de entender, como lo acontecido a una pareja que se casó, fueron de luna de miel al Caribe, y a la vuelta del viaje, ella fue a ver a un abogado para pedir la separación.

    Claro que estas cosas siempre le ocurren a los demás, así pensaban Jonás y Yolanda; originarios los dos del medio rural, aunque de diferentes pueblos, eran gente formada, con estudios universitarios; los dos trabajaban en la misma ciudad, en aquello para lo que habían estudiado, algo que hoy en día es una auténtica suerte; llevaban viviendo juntos varios años, tenían un niño de dos, e incluso ya habían comprado un piso…todo iba de maravilla. Podríamos decir que eran un auténtico matrimonio de hecho, aunque no de derecho.

   Con estos antecedentes, siendo además jóvenes y guapos, a los ojos de los demás pasaban por ser la pareja ideal; además, si esto no fuera suficiente, para contento de los padres, habían decidido casarse, “como Dios manda”, aquel verano.

   Llevaban varios meses, con gran ilusión, preparando el acontecimiento para que no faltara detalle alguno, y llegó el gran día. La fecha que habían elegido era un sábado del mes de agosto y a las siete de la tarde estábamos citados los invitados en la iglesia para la celebración.

   Las mujeres estaban elegantísimas, algunas de ellas, que iban con vestidos de fiesta largos y estrechos, se las veía caminar con cierta dificultad; no sé si era debido a que estaban poco habituadas a este tipo de vestimenta, porque usaban zapatos con tacones demasiado altos, o ambas cosas

   De los hombres, hay que decir que también estábamos muy guapos, y nos dividíamos en dos categorías a) “Los adaptados” -al clima, evidentemente- vestidos de un modo más informal, en camisa de manga corta y zapatos cómodos, b) “Los inadaptados” –también al clima, claro-, aquellos que, “obligados por las circunstancias”, íbamos con traje y corbata, en pleno mes de agosto, soportando estoicamente la temperatura de aquella calurosa tarde.

   Algunos, como no estaban acostumbrados a llevar corbata, se llevaban repetidamente la mano al nudo de ésta, intentando aflojarlo, para paliar la incomodidad de llevar el cuello oprimido. También, en el grupo de “los trajeados”, a más de uno se le notaba ostensiblemente que no había comprado el traje para la ocasión, pues le quedaba demasiado ajustado. Seguramente ya lo había usado tiempo atrás, en alguna otra celebración, y una de dos: o el dueño del mismo había engordado, o el traje había encogido. Se dice irónicamente que las calorías son unos bichitos que entran en los armarios y encogen la ropa; por lo visto, deben cebarse, especialmente, con los trajes y vestidos de fiesta, que nos ponemos de tarde en tarde.

    En cuestión de celebraciones, un dicho popular afirma que es mejor asistir a una mala boda que a un buen entierro, y allí estábamos todos, amigos, familia y allegados, a la puerta del templo, dispuestos a celebrar el enlace de Jonás y Yolanda en lo que se presumía no una mala, sino una magnífica boda. Después de la ceremonia, el banquete nupcial iba a celebrarse en un local de prestigio, y, a continuación, había baile con un conjunto musical…aquel era el mejor plan posible para una tarde-noche de agosto.

   Los invitados, a partir de las 6,30, habíamos comenzado a llegar a la puerta de la iglesia aprovechando la circunstancia para saludarnos, ya que son ocasiones muy propicias para encuentros entre amigos y familiares que llevan bastante tiempo sin verse, y las siete en punto llegó el coche del novio.

   Conducía Jonás, algo inusual en estos casos, y al lado, como copiloto, le acompañaba su madre, que era la madrina. Pararon a la puerta del templo y bajaron los dos a la vez.

   La imagen que uno tiene de unos novios a punto de casarse es de gente sonriente y feliz - la cara es el espejo del alma-, pero en este caso la cara de Jonás era de circunstancias; además, tampoco se les veía, a él, ni a la madrina, demasiado elegantes para la ocasión, algo que nos extrañó un poco a quienes estábamos próximos a la puerta de la iglesia.

    El novio hizo un gesto de saludo a la concurrencia con la mano, y sin detenerse a hablar con nadie entró a toda prisa en el templo. La madre, en cambio, quedó fuera y se dirigió a todos nosotros.

-          ¡¡¡Acercaos por favor!!! Dijo, en voz alta. ¡¡¡Acercaos, que tengo que deciros algo!!!

   Hasta ese momento, se había oído un gran murmullo de conversaciones, debía haber más de 150 invitados, y hacerlos callar a todos parecía ser una empresa difícil; pero la voz de la madrina y lo extraño que nos estaba pareciendo todo aquello lograron que rápidamente se hiciera un silencio total. Todos presentíamos que allí estaba pasando algo serio, y atentos nos dispusimos a escuchar lo que la madre de Jonás iba a decirnos.

 -       ¡Lo primero de todo, es agradeceros que estéis en la boda! ¡Sé que algunos habéis venido de bastante lejos! ¡Muchas gracias a todos! ¡Lo digo de corazón, y lo repito! ¡¡Muchas gracias!!

      Hizo una pausa, supongo que sopesando bien lo que iba a comunicarnos, y a continuación siguió con su alocución:

 -       ¡Ha ocurrido un inconveniente de última hora, y tenemos que aplazar la ceremonia! ¡Yolanda se ha puesto mala y comprenderéis que sin novia no puede haber boda! ¡De todos modos, la cena se va a celebrar, y el baile también…todo va seguir según lo previsto!¡Ellos ya se casarán más adelante…cuando se pueda! ¡Pero la celebración la vamos a hacer de todos modos!¡Ya hemos pagado la mitad, es mucho, y no vamos a perderlo!

  

  El silencio que se había producido, mientras escuchábamos a la madrina, aún se prolongó unos segundos más ante lo inesperado de la noticia, y otra vez volvieron las conversaciones.

 

-           ¿Qué le ha pasado a Yolanda? Preguntó a alguien. ¿Es grave?

-           ¡No! Respondió, rápidamente la madrina. -evidentemente sabía que iba a recibir esa pregunta, y

       ya tenía la respuesta preparada de antemano- ¡No, es grave! Le dolía mucho la cabeza

       esta mañana. Supongo que es debido a las preocupaciones de la boda y el ajetreo que esto

        conlleva, y no se le acaba de pasar. La ha visto el médico y seguramente tenga que ir al hospital.

        Ella dice que no nos preocupemos y que estemos tranquilos, porque ya le ha pasado más veces.                  Jonás ha entrado a decirle al cura lo que pasa.  Cuando salga, volvemos a casa y después, a                         las nueve, nos vemos en el salón de celebraciones.

 

    A la hora convenida, los invitados estábamos en el restaurante dispuestos a celebrar ¿¿¿¿¿??????, no sabíamos qué. La familia de la novia no se presentó al banquete nupcial. No se escucharon vivas a los novios y, evidentemente, tampoco a nadie se le ocurrió decir que se besaran los novios, ni los padrinos; en cuanto a la tarta nupcial, tampoco era nupcial, pues alguien se había encargado de retirar la figura de la pareja de novios que se le suele poner encima. Fue un banquete un tanto atípico.

 

  Entre los invitados, también se establecieron dos grupos. El de los “bien pensados”, que lamentaban el inoportuno dolor de cabeza de la novia, que había obligado a suspender la boda, deseando que ésta se recuperara lo antes posible, para poder celebrarla más adelante, aunque fuera en la intimidad; y el de los “mal pensados”, estos opinaban que los novios, unas horas antes de la boda, se habían enfadado y Yolanda había decidido no casarse.

Eso sí, todos coincidíamos en “el papelón” que estaba haciendo la familia del novio asistiendo a un banquete nupcial que no era nupcial.

      Más adelante, nos enteraríamos que los “mal pensados” fueron quienes estaban en lo cierto

6 comentarios:

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  3. Divertida historia, curiosa y entretenida, que enlazo en nuestra página: Noticias

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  4. Por fin al tercer intento, funcionó el enlace.
    -Manolo-

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  5. Hola Manolo. Veo que, como siempre, has estado tomando testimonio gráfico y escrito de todo aquello que ocurre en la Zarza. Las fiestas supongo que han sido algo descafeinadas, como en todos los lugares, pero divertidas que, al fin y al cabo, es lo que importa. Un saludo.

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