Las brujas, bruxas, meigas, hechiceras…son unos personajes que, desde antiguo, han estado presentes en la cultura occidental y siempre han despertado una gran curiosidad entre la gente. La información que nos ha llegado de estas señoras -aunque también ha habido brujos, éste era un gremio ampliamente dominado por las mujeres- es abundante y proviene de fuentes muy diversas.
Por
un lado, tenemos los cuentos populares, películas, novelas, narraciones… que
nos hablan de ellas situándolas en un mundo irreal e imaginario, y, por otro lado,
están los libros de historia que las ubican en el mundo real; todo ello, hace
que no podamos hacer afirmaciones categóricas sobre las brujas, tanto de su
existencia, como del resto de aspectos relacionados con “el brujerio”, pues la
leyenda y la realidad, a menudo, están entremezcladas de tal modo que no hay
forma de discernir donde acaba una y comienza la otra.
En la Edad Media y en la Edad Moderna, en muchos países, entre ellos el nuestro, hubo numerosos procesos en los que gran cantidad de mujeres fueron acusadas de brujería y de hacer pactos nada menos que con el diablo, “obligando” a las autoridades pertinentes, en España creo era la Inquisición quien se ocupaba de estos menesteres, a emplearse a fondo para poder llevar a estas señoras “al buen camino”, que muchas veces acababa en la hoguera.
Las mujeres, acusadas de brujería, claro que existieron,
no estamos ante personajes de ficción; pero… ¿eran realmente brujas? Situémonos
en el contexto del asunto: unas pobres mujeres, algunas incluso con
enfermedades mentales (seguro que las esquizofrénicas y fibromiálgicas de
entonces estaban incluidas en el lote) eran acusadas de brujería y, tras ser
torturadas, como todas ellas acababan confesando que eran brujas, oficialmente
pasaban a serlo.
Si ésta es la prueba fehaciente de su
existencia, evidentemente, no podemos estar seguros de nada ya que los
inquisidores o sus equivalentes, si se hubieran empeñado en que confesaran que,
en vez de brujas, eran palomas mensajeras, también lo hubieran confesado, y,
evidentemente, no eran palomas.
Pero bueno, no es mi intención intentar descubrir si hubo brujas entonces, o si continúa habiéndolas en la actualidad; en lo concerniente a este asunto, creo que cada uno debe sacar sus propias conclusiones, ya que la cosa, como indiqué anteriormente, no está nada clara.
En Galicia, cuando a alguien le preguntan
sobre las meigas, suele responder con la coletilla: “yo no creo en ellas, pero haberlas, “haylas”, por lo tanto, no
están muy seguros de ello. En cambio,
tengo un amigo al que lo le cabe duda alguna de su existencia. Un día, hablando
del tema me respondió:
- ¡Por supuesto que creo en las brujas! ¡No ves que estoy casado!
Aunque él afirma que su mujer es una auténtica bruja, yo, cada vez que la veo, la observo con detenimiento y no le veo nada especial; claro que quién convive con ella es el amigo y sus razones tendrá para asegurarlo.
Conocen las propiedades tanto terapéuticas y no terapeúticas de las
plantas, y elaboran con ellas brebajes de todo tipo para tratar males, tanto
físicos como espirituales, por eso, en sus casas, siempre tienen un caldero
humeante a la lumbre. Sus animales de compañía son cuervos, sapos, gatos
negros…, se transforman a voluntad en animales para pasar desapercibidas y pueden
echar el mal de ojo.
Los cuentos infantiles indican que, para pasar desapercibidas, suelen vivir apartadas de la civilización, en
plena naturaleza, concretamente, en el medio del bosque, algo que tampoco se
ajusta a la realidad. La bruja de mi amigo…perdón, la mujer de mi amigo vive en
la ciudad, en un piso como tantos y tantos urbanitas, y no desea pasar
desapercibida ya que sale con las amigas a tomar café, va al gimnasio, le
encanta ir de compras, sale de noche con el esposo y los amigos …
Volviendo a las brujas clásicas, les gusta mucho la juerga nocturna y en las noches de luna llena se reúnen con sus colegas en zonas apartadas, lejos de miradas ajenas. Estas reuniones, conocidas como aquelarres, son una especie de botellón donde practican ritos mágicos, beben licores que fabrican ellas
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mismas, bailan, cantan y, si algún brujo de buen ver acude a la reunión, también se dedican a “otras actividades. Vamos, que se lo pasan de miedo.
A estas reuniones, no viajan en metro, taxi
o en coche propio, gastando gasolina como el resto de los mortales, ya que
tienen la particularidad de hacerlo volando en escobas.
A mí, particularmente, las brujas no me caen mal, el único aspecto negativo que les veo, aparte de la envidia que les tengo por poder volar sin gastar dinero para viajar en avión, ni tener que hacer colas interminables en aeropuertos, es que, cuando tienen hambre, no tienen reparo alguno en comer niños pequeños.
Antiguamente, el universo de los niños era terrorífico, al menos en el mundo rural, ya que constituíamos un bocado exquisito para todos los seres maléficos habidos y por haber. Si salíamos solos de casa y nos alejábamos de ella, podíamos caer en manos del Hombre del Saco, o el Sacamantecas, que siempre estaban al acecho; si íbamos al campo, y nos alejábamos mucho del pueblo, podíamos ser víctimas de la Fiera Corrupia, el Ojáncano, Arboroso y algún otro ser mitológico más; si nos asomábamos a los pozos, allí la encargada de arrastrarnos a sus profundidades y “comernos crudos”, era la Marimanta… Y, si esto no fuera suficiente y uno lograba sobrevivir a todas estas amenazas diurnas, cuando llegaba la noche, el peligro llegaba del aire pues era la “hora de las brujas”. Éstas, si pillaban a un niño andando solo por la calle, le agarraban por los pelos y se lo llevaban volando en la escoba.
Evidentemente, si una bruja se llevaba a un
niño era para comérselo también, en este caso no sé si crudo, asado o al ajillo
–ellas, como siempre tenían un caldero a
la lumbre, supongo que, en alguna ocasión, también lo preparaban a la
caldereta-
Con el fin de poder evitar todos estos
posibles contratiempos, nuestros padres, cuando éramos pequeños, nos advertían
de todos estos peligros, y, en lo referente a las brujas, las indicaciones eran
muy claras: al oscurecer, no debíamos andar solos por la calle para evitar ser
víctima de alguna de ellas.
Estas historias de seres fantásticos “ asusta niños” , producto de leyendas o cuentos, nos las contaban nuestros progenitores pretendiendo con poco éxito, todo hay que decirlo, amedrentarnos para evitar que nos expusiésemos peligros innecesarios, pero los muchachos lo veíamos como lo que eran: historias fantásticas ajenas a la realidad; no obstante, en mi pueblo, el asunto de las brujas no nos dejaba del todo indiferentes, ya que había una calle que era conocida como la “Calle de las Brujas” y el sentido común nos decía que si tal calle existía, era evidente que allí debían haber vivido no una, sino varias de estas mujeres.
Esta calle, actualmente está muy reformada y su estructura es muy distinta al trazado original; en el callejero local figura como Calle Rua, y une la Calle Real (carretera de Aldeadávila) con la Calle de la Ortiga.
Si entramos
en la calle, desde la primera, en dirección a la Calle de la Ortiga, el lado izquierdo
de la misma está flanqueado por una alta pared de piedra que delimita una huerta
y alguna construcción más. Este lado no ha variado mucho, desde sus orígenes.
En cambio, el lado derecho de la calle ha sufrido una total transformación ya
que en la década de 1960 había varias casas que fueron posteriormente derribadas,
para poder hacer las construcciones actuales.
En dos de las casas que había entonces, en este
lado derecho de la calle, habitaban dos mujeres mayores y vivían solas, cada en
la suya. Aunque ambas moraban en la “Calle
de Las Brujas”, eran personas con un aspecto normal, similar al resto de las
ancianas del pueblo de aquella época. Recuerdo que no usaban sombreros cónicos,
sino pañuelos en la cabeza, como las demás señoras mayores de aquella época, sus
gatos no eran negros, las escobas las usaban sólo para barrer…vamos, que en
ellas no había nada que las hiciera parecer brujas.
Un día, era ya noche cerrada, un niño iba solo, caminando por aquella calle que estaba poco iluminada, podríamos decir que presentaba un aspecto bastante tenebroso, pero era muy similar al que presentaba el resto de las calles del pueblo, ya que entonces, en todas ellas, el alumbrado público nocturno era muy pobre.
Como la rúa era, y es, estrecha, y por ella entonces no circulaban coches, caminaba por la parte central de la misma; de pronto, al llegar a la altura de una de las casas, oyó unos sonidos extraños que provenían del interior de la misma. Era una especie de cantinela ininteligible que emitía una voz estridente, con continuos altibajos en la intensidad del sonido. En un momento determinado, se oyó una fuerte tos y la cantinela se interrumpió, se hizo el silencio y unos instantes después volvió a oírse nuevamente aquella voz chirriante, repitiendo la misma cantinela ininteligible, que resultaba sumamente desagradable.
El niño nunca había escuchado un sonido tan
extraño. Se asemejaba, vagamente, a la voz de una mujer mayor; pero, si
realmente lo era, estaba muy distorsionada y era imposible saber lo que decía,
así que llegó a la conclusión de que aquello, ni de lejos tenía parecido alguno
a una voz humana; luego, si la voz no era humana, debía ser sobrenatural,
pensaba el rapaz.
Se
encontraba parado en la mitad de la calle, confundido, escuchando aquella
extraña voz con su cántico persistente, y
entonces se dio cuenta que se encontraba en la ¡¡¡“Calle de Las Brujas”!!! viniéndole a la mente las palabras de su madre
respecto a lo que éstas hacen con los niños si los encuentran de noche solos en
la calle, sobrecogiéndose de espanto cuando llegó a la conclusión de que
aquella horrible voz sólo podía pertenecer a una bruja.
Un miedo pavoroso le embargó y su corazón
comenzó a latir muy deprisa. El pánico a veces inmoviliza las piernas e impide moverse
a quien es presa de él, pero en este caso ocurrió todo lo contrario. Echó a
correr despavorido, calle adelante, como alma que lleva el diablo, y llegó en
un periquete a su domicilio. Encontró la puerta abierta, entró precipitadamente
en la casa y cerró la misma con violencia.
La madre, al sentir el fuerte golpe de la
puerta, salió al pasillo a ver qué pasaba y vio al niño aterrorizado, apoyada
la espalda sobre la puerta, respirando agitadamente por el esfuerzo de la
rápida carrera.
- ¿Hijo, qué pasa? ¿Te persigue alguien?
- ¡Sí, una bruja
quiere cogerme!, contestó el niño atropelladamente.
Al
oír la respuesta, la madre comenzó a reírse y respondió:
- Eso es imposible
¡Cómo te va a perseguir una bruja! Las brujas no existen.
- ¡Sí existen, madre!
¡He oído a una, y me quería coger!
- A ver, cuéntame lo
de la bruja- dijo la madre, muy extrañada, queriendo enterarse del hecho que
tanto había asustado al niño-.
- Venía por la “Calle
de Las Brujas” y oí una voz muy rara, unos gritos tremendos…no sé lo que quería
decir, porque no la entendía, pero era una bruja. Seguro que quería cogerme
para cenar esta noche, así que eché a correr… ¡qué miedo he pasado!
- ¿Pero te
perseguía? - Insistió la madre-
- No sé, yo no he
mirado para atrás por si acaso.
Al escuchar las explicaciones del niño,
empezó a reír a carcajadas ante el asombro del muchacho que estaba muy
extrañado por lo que estaba pasando. Había estado a punto de ser víctima de una
bruja horrible y su madre, en vez de abrazarle y tranquilizarle, como hacen
habitualmente las madres con sus hijos, cuando éstos han estado expuestos a
algún peligro, estaba partiéndose de risa, por el suceso ¿Acaso prefería que se
lo hubiera comido la bruja y no volver a verle más?
Desde luego, qué padres más desconsiderados,
pensaba el niño. Él muerto de miedo, y ellos también muertos…pero de risa.
Aquella noche, a alguna de ellas se le debía
haber ido la mano con el vino, estaría muy alegre, se habría puesto a cantar (si
es que se puede llamar así lo que hacía) y esa era la voz “sobrehumana” que había
escuchado.
· * La Tía Pelagia y
la Tía Apolonia, no se corresponden con los nombres reales de aquellas señoras,
pero al tratarse de personas reales, he preferido buscarles estos “pseudónimos”.
· * En
cuanto a la “víctima”, al niño. Hasta que no pasaron bastantes años, y éste se
hizo mayor, no osó volver a pasar, de noche por dicha calle.
En tu pueblo, José, teníais o habéis tenido de todo: Brujas, Minas, ... de todo.
ResponderEliminarEn la Zarza no recuerdo yo que tuviéramos Brujas en mi época, posiblemente las hubo, pero se marcharían todas a Barrueco, con más niños y más posibilidades, más trabajo. En La Zarza, sí debía de andar por allí el Tío del Saco, El Sacamatecas, El Chupasangre, que debieran ser el mismo en distintas versiones, pero Brujas, no recuerdo: Quizá solo en algún cuento, relato o historia que nos llegara de Barrueco :)
-Manolo-
Brujas, brujas...oficialmente, tampoco creo yo que hubiera en mi pueblo, al menos en la época del niño asustado, pero mujeres mayores que compraban vino "para cocinar" y luego se lo bebían en casa, más de una; aunque hablando de borrachos, ellos ganaban 9 a 1 no lo dudes. Respecto al afán de asustar a los niños con esos personajes, era muy habitual; menos mal que apenas hacíamos acaso alguno a estas historias. Hoy, incluso sería considerado maltrato psicológico
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