domingo, 20 de diciembre de 2020

El Tronco de la Navidad.


  Aunque la encina es el árbol más representativo de Salamanca, debido a la abundancia y amplia distribución que tiene en la provincia, en la zona noroeste, concretamente, en nuestra comarca, el árbol que predomina en nuestros campos no es la encina sino el roble, nuestro árbol totémico.   

  Ramajería, es el apelativo que siempre ha recibido nuestra comarca, al menos en los mapas, un nombre que está perfectamente integrado con el paisaje, ya que el origen de tal denominación es atribuido al “ramón”, nombre genérico con el que eran conocidas las ramas de los robles con las que era alimentado el ganado, en verano y comienzos del otoño, cuando la hierba escaseaba en los prados.

   Los robles, son unos árboles que pertenecen al género Quercus, tal como sucede con las encinas y alcornoques; en el mundo, hay alrededor de 500 especies  y de estas,  en nuestra comarca, predominan dos: el Quercus Robur, o roble común, conocido también como carvallo, carballo o carbayo -la forma de escribirlo o expresarlo, de uno u otro modo, varía dependiendo de cada lugar-, y el Quercus Pyrenaica, popularmente conocido como carrasco o melojo; este último apelativo es debido a que sus hojas, en otoño, antes de caer del árbol, adquieren un color amarillento, muy bonito, similar al de la miel, proporcionado a nuestros campos, en esa estación, una gran belleza paisajística.

  Estos árboles crecen bien en terrenos como el nuestro, con un clima oceánico, cuyas temperaturas no son excesivamente cálidas en verano ni muy frías en invierno, y durante el otoño, al ser de hoja caduca, se desprenden de éstas permaneciendo “dormidos”, hasta la primavera.

  Sus frutos son las bellotas, maduran en octubre o noviembre, y, al contrario que las de las encinas y alcornoques, que tienen un sabor agradable, las suyas son amargas debido a la abundancia de taninos y por ello sólo son aprovechadas, como alimento, por los animales; sin embargo, en otras latitudes, hay especies de robles cuyas bellotas tienen sabor dulce.

   Hace años, durante una temporada, yo llevaba unas cuantas bogallas, de adorno, en mi coche, y recuerdo que, en más de una ocasión, alguna persona que subió al mismo y nunca había estado en un robledal, como desconocía qué eran aquellas “pelotitas tan extrañas”, pidió información sobre ellas proporcionándome una ocasión perfecta para explicarle qué eran las agallas (bogallas) de los robles.

  Se trata de unas neoformaciones que salen en las ramas de los robles originadas por una avispilla (Andricus kollari). Las hembras de estos insectos ponen sus huevos en el interior de los brotes tiernos de estos árboles, y ellos, como medio de defensa, hacen crecer alrededor del huevo una agalla, una excrecencia esférica que puede llegar a alcanzar 2 a 3 cm de diámetro. Existen dos variedades, una cuya superficie es totalmente lisa (bogallos) y otra con suaves prominencias (bogallas).

   Las agallas, que al principio son de consistencia blanda, con un color que oscila entre verde y amarillo pálido; posteriormente, se endurecen adquiriendo un color marrón oscuro, y su misión consiste en servir, de cobijo y alimento, inicialmente al huevo, y, posteriormente, a la larva del insecto.

  Además de proporcionar “alojamiento” a los vástagos de la avispilla, los niños, en los pueblos, las usábamos en nuestros juegos infantiles. Imaginábamos que éramos ganaderos, y con ellas hacíamos rebaños, siendo las bogallas, las de las prominencias, las vacas, y los bogallos, que son totalmente esféricos y de menor tamaño, los terneros.

   El aprovechamiento que los humanos obtenemos de los robles es amplio. En lo culinario, hay que reconocer que su utilidad es escasa ya que sus bellotas, como anteriormente dije, son amargas y no sirven de alimento para las personas, sin embargo, en este aspecto,  no todo está perdido, pues  de ellas pueden obtenerse licores; en cambio, los animales, tanto domésticos como salvajes, tienen en los robles una buena despensa, debido a que, tanto las hojas como las bellotas, les sirven de alimento.

  Estos árboles, también tienen propiedades medicinales; antes, los curanderos, para aliviar las diarreas, recomendaban beber agua donde habían sido cocidas previamente las bellotas; además, para tratar las ulceras varicosas de la piel indicaban a los afectados que se lavaran la zona con agua donde previamente había sido hervida la corteza del árbol. También la industria química, de su corteza, obtiene taninos, que son utilizados para curtir cueros y para elaborar tintes.

     Si algo hay que destacar del aprovechamiento de los robles, indudablemente, es el empleo de su madera que es muy dura y resistente, de ahí proviene el dicho de “estar fuerte como un roble” para significar a aquellos que, a pesar de los años, gozan de buena salud, ya que este árbol es sinónimo de fuerza y longevidad. Esta madera, soporta muy bien la putrefacción ante la humedad, de ahí que se haya utilizado, desde la antigüedad, en la construcción de barcos y toneles de vino, cerveza  y otros licores; también en la construcción tiene múltiples aplicaciones: tarimas para los suelos, pilares y vigas para soportar los techos y tejados, postes para el teléfono y la electricidad, traviesas para las vías del tren...

  En ebanistería, el roble constituye una materia prima de primer orden, ya que los muebles fabricados a partir de esta madera son muy apreciados.

    A todo lo anterior, también hay que sumar su alto poder calorífico, siendo ampliamente empleada, a modo de combustible, especialmente hasta mediados del siglo XX, en forma de leña o como carbón vegetal –la madera de roble, en nuestra comarca, permitió a nuestros antepasados cocinar y aliviar el frío invernal durante siglos, de ahí el respeto y valor que siempre le dieron a este árbol-

    Además de la gran utilidad material que obtenían nuestros antepasados de estos árboles, hay otros aspectos, quizá no tan evidentes, pero no menos interesantes, relacionados con los robles, que forman parte de nuestra cultura, desde la más remota antigüedad.

   Decían las leyendas que, quien llevaba consigo un trozo de madera de roble, a modo de amuleto, estaba protegido ante todos los males, tanto físicos como espirituales; también se decía que, portar una bellota en el bolsillo, aumentaba la potencia sexual en el varón - ¡qué suerte tenían nuestros antepasados! Actualmente, muchos hombres gastan elevadas cantidades de dinero en viagra y productos similares, y a ellos les bastaba con llevar una bellota de roble encima-

    Si nos adentramos en el mundo espiritual, hay que decir de los robles eran venerados por nuestros antepasados. En las etapas más remotas de nuestra historia, antes de que existieran los dioses actuales, nuestros ancestros creían en otras fuerzas sobrenaturales, “sus dioses”, como el sol, la luna, los ríos, las fuentes, el viento…la lista debía ser muy grande, y entre ellos estaban los árboles que eran considerados númenes protectores del hogar.  Para favorecer que su magia protegiera a las familias de los espíritus malignos, en los pueblos, existía una costumbre antiquísima, cuyo origen se pierde una vez más, en la noche de los tiempos, que consistía en quemar en todos los hogares, durante el solsticio de invierno, el tronco de un árbol. Supongo que en cada lugar elegirían un árbol autóctono, el más representativo de la zona y, como en nuestra comarca, el árbol más emblemático es el roble, era un tronco de este árbol el empleado por nuestros antepasados, para este fin.


   En el mundo celta, los druidas celebraban sus reuniones en bosques que para ellos eran lugares sagrados, y estos, eran robledales. Nuestra zona, como era territorio celta, algo nos tocaría, así que ya sabéis: si un día estáis en un robledal y notáis algo especial, es debido a la magia que desprenden estos árboles.

   Las celebraciones que hacían nuestros antepasados,  ligadas al solsticio de invierno, cuando   surgió el cristianismo, pasaron a ser  consideradas paganas por la nueva religión , poniendo los primeros cristianos un gran empeño en acabar con ellas y para ello emplearon distintos métodos. Uno de ellos consistió en cristianizarlas; de este modo, solapándolas con las fiestas paganas,  los neo cristianos fueron olvidándose de todo lo anterior. 

   En lo que respecta a las fiestas del solsticio de invierno,  fue el Papa Julio I , en el siglo IV quien instauró la Fiesta de Navidad en esta época del año; fue a partir de entonces cuando este tronco, que nuestros antepasados más lejanos quemaban durante le solsticio de invierno,  pasó a llamarse “Tronco de Navidad” que no hay que confundirlo, en modo alguno, con el árbol de navidad.

   Hasta la segunda mitad del siglo pasado, durante el invierno, en las cocinas de los pueblos, la lumbre, prácticamente, estaba encendida las 24 horas del día ya que, además de tener que combatir el frío, era el lugar donde se cocinaban los alimentos antes de que llegaran las cocinas eléctricas y de butano, así que quemar leña de roble, en nuestra zona, tanto el tronco, como ramas, convenientemente troceados, era algo habitual.

  La peculiaridad que tenía el Tronco de Navidad es que, como su propio nombre indica, era quemado durante estos días, y, además, no podía ser troceado. Entonces, casi todas las cocinas eran grandes, ya que muchas hacían las veces da sala de estar, y el roble era llevado entero, entre varios hombres, hasta la cocina. Un vez allí, se encendía la tarde de Nochebuena y debía durar hasta el comienzo del nuevo año, así que tenía una semana por delante para ir quemándose.

   El día de Año Nuevo, lo que quedara de él era apagado y guardado en la leñera, pues como tenía poderes protectores, volvía a ser encendido cuando fuera necesario. Estas situaciones “de necesidad” solían ser cuando había una tormenta, ya que el humo que salía por la chimenea tenía la capacidad de desviar los eventuales rayos que pudieran caer sobre la casa, o cuando una persona de la familia o alguna cabeza de ganado caía enferma.

  Un tronco para que esté ardiendo ininterrumpidamente una semana entera, debe ser largo y grueso, y esto no siempre era posible; sin embargo, todo estaba previsto, y, como lo realmente importante era que hubiese una continuidad en la combustión, antes de que se agotara, con el último rescoldo del mismo, se encendía uno nuevo y este, imagino ya llegaba al día de Año Nuevo. Ese día, era apagado y lo que quedara del mismo era conservado, como ya indiqué anteriormente, para usarlo cuando la ocasión lo requería; además, siempre se reservaba algún fragmento del mismo para poder encender con él el Tronco de Navidad del siguiente año.

  Las cenizas eran recogidas con sumo cuidado y, posteriormente, se esparcían en las huertas, viñas y demás tierras de labor, para que, con su magia, protegiesen las cosechas y además favorecer el que  fueran abundantes.

  Esta tradición del Tronco de Navidad, estoy convencido de que, como ocurre con tantas otras costumbres, antiguamente debió estar muy extendida, tanto dentro como fuera de nuestro país. Las costumbres no conocen fronteras territoriales.

   A veces oímos hablar a algunas personas, sobre determinadas costumbres tradicionales, afirmando que son propias y exclusivas de un determinado lugar: región, provincia, pueblo…el suyo, evidentemente; esto, es algo muy común y responde, únicamente, al deseo de significarse y parecer distinto que los demás. Curiosamente, casi todos los que hablan de estos temas, “tan particulares y que solo ocurren en su pueblo”, tienen conocimiento de ello a través de referencias escritas por gente lejana, que, a veces, ni siquiera sabe que existe ese lugar, y, además, tampoco lo han vivido.

    Yo, en lo que respecta al Tronco de Navidad, puedo decir que, en cierta forma, lo viví de cerca -y eso que no soy tan viejo -. Siendo niño, en la segunda mitad del siglo pasado, el día de Nochebuena poníamos un buen tronco de roble en la lumbre, troceado eso sí; aunque para nosotros no tenía nada de especial pues también lo poníamos los días anteriores y los posteriores, aquello era un hecho constante  a lo largo de todo el invierno.

  La verdad es que no buscábamos magia alguna…bastante mágico era estar sentado frente a la chimenea y ver cómo las llamas iban consumiendo la leña de roble, disfrutando del calor que desprendía la candela.

   Fue en una de estas veladas, al calor de la lumbre, la televisión aún no se había hecho dueña y señora de nuestros ratos de ocio, cuando un familiar próximo me contó los pormenores de esta costumbre. La cosa empezó así:

-      ¿Sabes una cosa?, yo aún recuerdo, cuando era pequeño, cómo mi padre y los vecinos, el día de Nochebuena, se ayudaban unos a otros a colocar en las cocinas el Tronco de Navidad..

 Nota

   Nosotros también guardábamos la ceniza de la lumbre, y, posteriormente, la usábamos para abonar una pequeña viña que teníamos, “porque siempre se había hecho así”. Debo reconocer que aquella ceniza tenía poca magia, pues la calidad del vino que nos proporcionaba la viña, algunos años, dejaba mucho que desear; pero bueno, tampoco es que San Isidro, que todos los años es sacado en procesión para bendecir los campos, hiciera mucho por ella. Al final, las cepas fueron arrancadas para darle otra utilidad a aquel terreno.

5 comentarios:

  1. En esta ocasión, tu pueblo y el nuestro, no difieren en nada en aquellos juegos de infancia con las bogallas y bogallos , tan a la mano, con las que montábamos auténticas y numerosas ganaderías, moviéndolas a comodidad, cambiándolas de prado o corral.
    Es tan interesante tu artículo sobre nuestro árbol autóctono, el roble, con tanta información de sus utilidades, aplicaciones, tradiciones, etc. que en el apartado de nuestra página RAMAJERIA he dejado un enlace a este apartado tuyo. Un buen regalo de Navidad. El Tronco de la Navidad . Gracias y ... FELIZ NAVIDAD!!!

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    1. Unos juguetes muy naturales y totalmente ecológicos, ¿o crees? Ahora, en juguetería, todo es plástico y metal, aunque la verdad es que apenas había más cosas y uno jugaba con lo que tenía a mano. Feliz Navidad.

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  2. El otro medio árbol, lo dejo para el año que viene

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