sábado, 21 de marzo de 2020

El misterio del Tío Amaro

   Si preguntásemos a una persona cualquiera, que encontráramos en la calle, qué es una biblioteca pública, seguramente nos respondería que es un lugar donde hay muchos libros, debidamente ordenados y catalogados, al que acude la gente para leer y, en ocasiones, llevar los libros en régimen de préstamo, a sus casas, para hacerlo allí; además, también podemos encontrar en ellas prensa diaria y revistas.

    Esta definición es válida, pero queda incompleta y algo desactualizada ya que, actualmente, en las bibliotecas, además de material impreso también lo hay en soporte audiovisual: microfilmado, fotográfico, películas…, debiendo sumar a ello la posibilidad de acceder, desde las bibliotecas, a través de Internet, a documentos que no están físicamente en ellas sino en servidores o en otros centros de lectura distantes, incluso en otros continentes.

   Los orígenes más remotos de las bibliotecas los sitúan los historiadores en las ciudades mesopotámicas (s.VIII-VII a.d.C.). Se trataba de colecciones de documentos escritos, generalmente en tablillas de barro o papiros, que pretendían dejar constancia escrita de hechos ligados a la actividad religiosa, y administrativa.

   En el Antiguo Egipto también tuvieron bastante relevancia las recopilaciones de documentos escritos, en este caso en papiros, existiendo un gremio, el de los escribas, que se dedicaba a su elaboración. Sin salirnos del tema y tampoco de este país, sería inexcusable no mencionar la Biblioteca de Alejandría, que fue la más famosa de la antigüedad.

  Aunque los especialistas en el tema sitúan los orígenes de las bibliotecas en estas dos civilizaciones,   si pretendemos buscar semejanzas entre estas colecciones de documentos escritos, con alguna institución actual, esta similitud, realmente,  no la encontraríamos con las bibliotecas sino con los archivos oficiales, debido a que la función que tenían, en ambos lugares, era almacenar documentos que estaban, exclusivamente, a disposición de los reyes o sacerdotes en los templos.

   Fue en la Grecia Clásica (s. III-II a.d.C), donde se crearon las primeras bibliotecas,  desvinculadas de los templos, a las que se permitía el acceso a un público, muy selecto eso sí; por ello, éstas sí que pueden ser consideradas como las auténticas antecesoras de las bibliotecas públicas actuales.

   La biblioteca de Barruecopardo no es tan antigua como las griegas, tan famosa como la de Alejandría, y tampoco tiene libros manuscritos e incunables como la Biblioteca de la Universidad de Salamanca, por poner unos ejemplos; pero el solo hecho de su existencia, en un pueblo tan pequeño como el nuestro, ya constituye un gran mérito. Si a ello añadimos que abrió sus puertas hace más de
Antigua biblioteca
70 años, el mérito aún es mayor.

   Cuando yo aún era un niño, como casi todos los muchachos/as del lugar, era usuario de la biblioteca y, durante un tiempo, hubo algo que llamó mucho mi atención.
 
  Entre los adultos que la frecuentaban, que eran muy pocos, todo sea dicho, había un hombre ya mayor -desde mi perspectiva de niño, al menos a mí me lo parecía-, que tenía la particularidad de ser el único usuario que pedía al bibliotecario la revista “Time” y se la llevaba a casa para leerla.

   “Time” es una influyente revista de información general, que se edita en Estados Unidos desde 1923, con una temática que se centra en temas de actualidad. Cuenta con ediciones en diversas partes del mundo, la publicación europea, "Time Europe", se edita en Londres, y, obviamente, el idioma empleado en la misma es el inglés.

   La revista tiene un diseño muy característico, presentando una portada enmarcada con unos bordes rojos, y una de las acciones que promueve todos los años, con una gran repercusión mediática, es elegir a la Persona del Año que, según la revista, haya tenido un efecto mayor en las noticias y, obviamente, siempre son personajes muy conocidos. En 2019, por poner un ejemplo, la revista eligió persona del año a Greta Thunberg.

   A pesar del tiempo transcurrido, aún no acabo de entender por qué en aquella época, en la que casi nadie sabía inglés en España, y menos en pueblo perdido de Salamanca, casi en la frontera con Portugal, nuestra biblioteca tenía una suscripción con “Time”, pero el caso es que la revista llegaba regularmente y nuestro paisano, vamos a llamarlo el Tío Amaro, era el único de los usuarios que, cada vez que se acercaba a este lugar, sacaba el último número que hubiera llegado, para llevarla a casa y verla con detenimiento.

   A mí este asunto me tenía intrigado. Si la lógica te dice que para ser caballero necesitas tener un caballo, y que para ser trompetista necesitas tener una trompeta, era obvio que, para poder leer la revista “Time”, es necesario saber inglés, un idioma que entonces sólo estudiaban en la Universidad quienes hacían Filología Inglesa, que encima eran muy pocos ya que la demanda para estudiar esa materia en colegios e institutos era mínima, al contrario de lo que sucede ahora -entonces los estudiantes de enseñanza primaria no estudiaban lengua extranjera y, en secundaria el 99% de los estudiantes estudiaban francés- 

   El tío Amaro, como casi todos los hombres del pueblo, se dedicaba al campo y tan solo había cursado los estudios primarios correspondientes a la época que, en la mayoría de los casos, entonces finalizaban a los 10 años, así que yo era incapaz de entender cómo y dónde habría aprendido la lengua de Shakespeare este hombre, y, cada vez que le veía pedir la revista Time en la biblioteca, mi curiosidad iba en aumento, así que un día decidí investigar el tema.

   En los pueblos pequeños, la vida privada es un valor desconocido y, como todo es del dominio público, comencé preguntando a quién tenía más cerca, a mi padre, que si sabía dónde había aprendido inglés el tío Amaro, ya que era el único lector de la antedicha revista.
 Mi progenitor, al oír la pregunta, en vez de responder, empezó a reír fuertemente y tardó en contestarme. Yo quedé muy extrañado, el ver la reacción que había despertado en él la pregunta que le había planteado, y cuando recibí una respuesta, ésta no me convenció demasiado:

 - Donde yo hijo. Lo ha estudiado en el mismo sitio que yo.

  Sabía que los conocimientos de inglés de mi padre se limitaban a dos palabras: “The End”, y que las había aprendido viendo las películas americanas, así que el primer intento realizado, para resolver aquel enigma, había resultado baldío.
   Está mal dudar de lo que dicen los padres, pero ese día sí que lo hice. Si el tío Amaro sacaba de la biblioteca la revista “Time” era para leerla, y para ello, inexcusablemente, tenía que saber inglés…luego, mi padre, indefectiblemente, debía estar confundido.
   El caso es que yo seguía sin saber cómo había adquirido sus habilidades lingüísticas aquel anglófilo que teníamos en el pueblo; aquello era un auténtico misterio y, como estaba seguro de que por ciencia infusa no había sido, llegué a la conclusión que debía haber aprendido inglés haciendo algún curso por correspondencia y eso explicaba que ni mi padre, ni nadie , tuviera por qué saberlo.

   El tío Amaro, además de intriga,  despertaba admiración en mí. En aquella época, la persona que en España sabía inglés era una auténtica “rara avis” y, mira por donde, en el pueblo teníamos un lector avanzado de lengua inglesa, una persona que, con tan solo estudios primarios, era capaz de leer la revista “Time”. Si volvemos al mundo de las aves, podría decirse que este señor era un auténtico “mirlo blanco”.

   Estaba visto que si quería aclarar mis dudas debía tomar el camino recto y preguntar directamente al lector de “Time”, de donde provenían sus conocimientos de lengua inglesa, aun a riesgo de que me respondiera, y con razón, que qué coños me importaba a mí.

  Una tarde de primavera, ¡por fin se pudo aclarar el enigma!. No es que el asunto me quitara el sueño, pero aquello era un auténtico misterio y tenía grande deseos de resolverlo.

   En nuestra tierra, en invierno, debido al frío, se dice que la gente hace vida “de puertas para dentro”, mientras que en verano, con la mejoría de la temperatura, lo hace “de puertas para fuera” ya que se sale más a la calle, y aquel día, aunque aún era primavera, la temperatura era muy agradable, la luz del sol magnífica y esto invitaba a estar fuera de casa.

   En nuestros pueblos, antes era frecuente ver adosados a las fachadas de muchas casas  poyos, unos bancos construidos con tres grandes piedras de granito; dos de ellas se colocan verticalmente a modo de pilares y su función es dar soporte  a la tercera piedra, que debe tener una superficie lisa que es sobre lo que se sienta la gente.
 
   Bueno, pues el Tío Amaro, aquella tarde, aprovechando la bonanza del clima, estaba sentado en un poyo que había a la puerta de su casa; tenía sobre sus rodillas abierta la consabida revista y, con gran atención, estaba enfrascado en su lectura.
   En esos momentos, coincidió que pasaba yo por aquella calle con unos amigos y al ver a aquel hombre, en plena lectura de “Time”, decidí que había llegado la hora de aclarar la gran duda que me embargaba desde hacía varios días. Tenía incluso ensayado lo que le iba a decir: que le admiraba
mucho por saber inglés, y que si podía decirme cómo y dónde había aprendido el idioma, mas no fue necesario efectuar pregunta alguna ya que, al acercarme al atento lector, lo entendí todo, y es que, como dice la sabiduría popular: “Vale más una imagen que mil palabras”.
   El tío Amaro, aunque miraba con atención “Time” y tenía la revista abierta, la tenía colocada al revés. El pie de página, que siempre que leemos un libro o revista se encuentran en la parte baja de nuestro campo visual, estaba en la parte superior -la parte de arriba de la revista estaba orientada hacia abajo, y la de abajo hacia arriba- de tal modo que el único que hubiera podido leerla en aquel momento, si hubiera sabido inglés, claro está, hubiera sido yo desde mi posición, al estar enfrente de él, ya que el texto estaba orientado hacia mí; luego, era totalmente imposible que él pudiera estar leyendo aquella revista, tal como la tenía colocada.
 
   El misterio sobre el origen de los conocimientos de inglés del Tío Amaro se había resuelto solo, pero esto supuso una tremenda desilusión para mí. En un instante acaba de desaparecer lo que para mí se había convertido en un auténtico mito: Al único anglófilo que, según mis cálculos, debía haber no solo en el pueblo sino en toda la comarca, resulta que le daba igual leer la revista “Time” tanto al derecho como al revés -sospecho que, incluso, aunque hubiera intentado leerla teniéndola cerrada hubiera sacado el mismo provecho de ello-.
  Aquello me convenció de que sabía el mismo inglés que yo. O sea, ninguno.

 NOTAS

 • El tío Amaro existió realmente, pero no se llamaba así. Aunque murió ya hace tiempo, he querido buscarle "un pseudónimo" para intentar evitar que sea demasiado reconocible.

Desconozco cuál era el motivo que impulsaba a este hombre a llevarse la revista “Time” a casa para verla, ya que leerla no podía. En el mundo siempre hay gente un poco “más rara de lo normal”, y el Tío Amaro, al cabo del tiempo, por esta y otras extravagancias añadidas, demostró sobradamente que pertenecía a este selecto grupo de gente.

7 comentarios:

  1. ¡Qué privilegio tener una biblioteca en el pueblo! y además con la revista TIME.Sí una rareza lo de esa revista. Quizá para "contentar" a algún ingeniero inglés de la mina, si es que lo hubo en aquellos años...
    ¡Qué suerte! . También en el pueblo de mi mujer, Horcajo Medianero, pequeño, también tuvieron biblioteca, que aún sigue vigente.

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    1. La verdad es que era, y es, un lujo tener una biblioteca en nuestro pueblo; en cuanto a la revista "Time", sigue siendo un misterio el porqué llegaba puntualmente, así como el interés que podía despertar en "el Tío Amaro". Espero que no te no afecte el coronavirus. Un saludo.

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  2. Barrueco es especial. Una biblioteca y recibir la revista "Time". Todo un privilegio. Un abrazo.

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    1. Pues sí, debía ser un privilegio recibir la revista Time en aquellos tiempos, pero ninguno sabíamos inglés. Además, a aquellas edades, a nosotros nos interesaban más las aventuras de Tintín. Un abrazo y que no te coja el coronavirus.

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  3. Muy bien redactado, y como yo estuve algún verano
    encargado por nuestro maestro, D. José de último curso de escuela,
    repito encargado de la Biblioteca. creo conocer en este personaje a
    uno de los 2 hermanos. (Por cierto a veces se les nombraba mas por
    su apodo) y recuerdo que debían tantos libros que seguro en su casa
    tenían una segunda biblioteca de Barrueco
    Te dejo un dato, hubo años que tenía lo que llamábamos
    "el toro de la villa".

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    1. Efectivamente, es(era) un personaje fácilmente reconocible. No te equivocas

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