Asuntos divinos y profanos III
Teología tabernaria
Las tabernas, tascas, pub, cafeterías… los
bares en general, son sitios de encuentro donde la gente va a
beber vino, cerveza, café , copas -siempre hay algún raro que
también bebe agua- cubatas, etc; pero
no sólo son “bebederos”, además, especialmente en los pueblos, son verdaderos clubs sociales donde se juega a las cartas y otros juegos de mesa, se ven los deportes en la TV y se habla con
la gente. En estos lugares tan interesantes, es frecuente encontrar “expertos oradores” que dominan
todos los temas: política, fútbol, economía, trabajo, críticas al prójimo y un largo etcétera.
Allí se habla de todo, tanto de lo divino, como de lo humano.
Cuando llega
la noche, tras la abundante cantidad de vino y cerveza que se han pimplado algunos, la lengua está muy suelta (las neuronas no suelen estarlo tanto, todo sea dicho), y
los asuntos mundanos que se han debatido
a lo largo del día ya están agotados;
por ello, no es extraño que se
hable de otros temas; estableciéndose, a veces, entre los parroquianos, debates
más profundos... incluso filosóficos, convirtiéndose el bar, por unos momentos,
en una auténtica Escuela de Atenas.
Si hubiera que buscar una consigna
filosófica, para los que vamos a los
bares, encontramos una buena referencia
en Descartes, un pensador francés, autor de la conocida frase: “Pienso, luego existo”.
No sé en qué ambiente o circunstancia se le
ocurrió a este filósofo su frase; pero,
si hubiera frecuentado los bares, como hacemos nosotros, en vez del
referido aforismo, seguramente, hubiera
dicho: “Bebo, luego existo”, lo cual
no deja de tener el mismo sentido y es más apropiado para estos ambientes.
Bueno, pues una noche se encontraban unos
paisanos, de los que “beben“ y “existen”, en el bar, apurando los últimos tragos de la jornada,
hablando animadamente, y la conversación había derivado ese día hacia lo
divino. No sé cómo había comenzado el tema, ni como había tomado estos derroteros, pero el caso es que la conversación giraba en torno a la
religión.
- Dios existe, no tengo ninguna duda, decía uno de nuestros teólogos tabernarios,
la prueba la tenemos en nosotros mismos.
Creó al hombre de la nada y somos una maravilla (evidentemente, el paisano tenía la autoestima muy alta), sólo hay
que vernos: tenemos un cerebro para
pensar, comemos, bebemos,
jo*****, respiramos, cazamos, pescamos, venimos al bar a hablar con los amigos… Todo esto es así, porque nos ha hecho un ser superior… o sea,
Dios.
Tras acabar su pequeño discurso, miró
atentamente a sus interlocutores, intentando adivinar el impacto que sus palabras habían ocasionado en ellos, y
apuró el medio vaso de cerveza que aún
le quedaba. Estaba satisfecho por los argumentos expuestos y, a la vez, extrañado
de que a estas horas su mente fuera capaz de razonar de este modo, sin que le
doliera la cabeza.
- Pues yo, dijo otro de la misma escuela teólogica que el anterior, que andaba por
allí, no creo mucho en Dios por lo mismo.
- ¿Cómo
que no crees en Dios, por lo mismo? exclamó el primero, sorprendido. Eso es
imposible. Tendrás tus propias razones para no creer en Dios, pero no pueden ser las mismas que tengo yo
para creer en Él. L- Sí es posible -respondió el segundo teólogo
tabernario-. Yo, si sigo tu razonamiento,
llego a la conclusión
contraria…es imposible que Dios exista.
La Biblia dice que creó al hombre y lo
hizo a su imagen y semejanza ¿Es así?
- Efectivamente, respondió “el creyente”.
-
Verás -siguió razonando “el ateo”-, es
imposible que Dios haya creado al ser humano, y, además, parecido a Él. El hombre es un ser ruin, un mentiroso...un auténtico cabronazo;
capaz de robar y de explotar a sus subordinados
en el trabajo (sospecho que este
segundo teólogo tabernario, ese día, debió haber tenido algún problema con el
jefe). Somos el único animal que
mata a otros animales por gusto, no porque lo necesitemos para comer; de
provocar guerras y matar a otros
hombres por territorios, dinero, por
ideas políticas o religiosas…
Si
Dios existiera, es imposible que hubiese creado a los hombres. Somos la
prueba viviente de que Dios no existe. Estoy totalmente seguro de que a gente como mi jefe -esto último lo dijo enfadado,
alzando la voz- , Dios no la hubiera
creado nunca. Las dos cosas son incompatibles: Si hubiera un Dios, mi
jefe es imposible que existiera; pero, como mi jefe sí existe, es imposible que
exista el Otro (La
sospecha se confirma, este segundo teólogo había tenido un mal día con su
superior…tan malo... tan malo, que hasta le hizo renegar de su religión).
La cantidad de cuentos, historias y tantas cosas incluida la Teología tabernaria que habrán habido, hay y seguirán hbiendo en los bares de los pueblos. A la vista está.
ResponderEliminar-Manolo-
Son los club sociales de los pueblos; muchas veces, los únicos puntos de reunión. Y que no falten.
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