lunes, 14 de agosto de 2017

Historias riberanas 

 Las manzanas más ricas 

   La hospitalidad es una virtud que consiste en acoger a los forasteros en tu casa y ofrecerles, llegado el caso, cama, alimento y amistad. Esta definición, aunque algo simple, se aproxima bastante a lo que encierra el significado de dicha palabra.
   Algunas personas presumen de tener a la hospitalidad entre uno sus valores esenciales y, sin apenas conocerte, te ofrecen su casa “para lo que quieras”; cosa bien diferente es que el ofrecimiento sea sincero ya que a veces aceptas la invitación y resulta que, una vez allí, no eres bien recibido.
   Otra gente, en cambio, reserva su hospitalidad, exclusivamente, para los amigos más íntimos, evitando hacer ofrecimientos vanos a los demás; de modo que, cuando invitan a alguien a ir a su casa, siempre es bien acogido.
   Este segundo tipo de personas, son más sinceros que los anteriores; sin embargo, ante los demás, pasan por ser poco hospitalarios.
   Tras este preámbulo, se me plantea una duda ¿somos los salmantinos hospitalarios? En cierta ocasión, oí decir a un hombre que no lo somos mucho; en cambio, yo estoy plenamente convencido de que lo somos en la misma medida que los demás pues se trata de una cualidad que no tiene relación alguna con la latitud de cada lugar, ni con el clima; es algo muy particular que depende exclusivamente de cada persona.
 
   Bueno, pues esto me lo contaron en Mieza, trata sobre la hospitalidad y el hecho ocurrió a mediados del siglo XX. Entonces, a pesar de que ya comenzaban a circular algunos coches por nuestras carreteras, y había autobuses de línea regular para ir a la ciudad, los automóviles particulares eran prácticamente inexistentes, por lo que mucha gente aún seguía utilizando caballerías -mulos, burros o caballos- para desplazarse de un pueblo a otro.
   También era muy común encontrar por los caminos gente que lo hacía en el “coche de San Fernando”: unas veces a pie, y otras andando (la actividad de caminar por el campo, hoy día muy de moda, es conocida como hacer senderismo; quién iba a decirle a aquellas personas que, sin saberlo, ya eran senderistas). 
 
   En esa misma época, también era frecuente encontrar vendedores ambulantes, hombres, casi todos ellos, originarios de pueblos de La Ribera: Mieza, Vilvestre, Aldeadavila… que recorrían las distintas poblaciones de la comarca vendiendo fruta, aceite, vino y otras productos -el café de contrabando, no era ajeno a estas ventas-. Llevaban la mercancía en canastas que iban bien sujetas a los lomos de las mulas y burros, o en carros, y con ellos iban por los pueblos a realizar su negocio; un tipo de comercio directo, del productor al comprador; muy distinto al actual en el que existe un gran número de intermediarios entre uno y otro - mayoristas, transportistas, minoristas - que incrementa bastante el precio de los productos.
 
   Dos de estos vendedores, uno de Aldeadávila y otro de Mieza, cuando llegaba la época, todos los años, recorrían los pueblos de la comarca vendiendo sus productos, y, como a veces coincidían haciendo sus ventas, en distintos lugares, llegaron a establecer una buena relación.
   Una vez, a primeros de agosto, el de Aldeadávila, que se llamaba Acacio, recaló en Mieza, a vender su mercancía, y aprovechó la ocasión para visitar al colega de este segundo pueblo, que le acogió con agrado, agasajándole lo mejor que pudo.
   Su mujer y él le sentaron a comer a su mesa, le prestaron una cama para que durmiera la siesta, y, una vez que se levantó de la misma, no le permitieron irse sin tomarse un café y una copa de sol y sombra.
   Muy agradecido, el forastero invitó al de Mieza, y a su consorte, a la fiesta de su pueblo.
 - Por San Bartolomé tenéis que ir a Aldeadávila, a los toros. Cogéis la mula, os vais “palla”, comemos, vamos a los toros y después os venís. Las tardes todavía son largas y podéis estar de vuelta antes de que anochezca. O si no, os quedáis allí y os venís “al otro día”, o cuando queráis. Esos días, aunque hay mucha gente en las casas, un sitio donde comer y dormir no os va a faltar.
 - No sé, Acacio. Falta mucho aún, dijo el de Mieza.
 - ¡“Qué va a faltar”!…"El Toro" está ahí mismo y la invitación, queda hecha, apostilló el colega. Como la fiesta “son” varios días, vosotros vais cuando se os antoje, que allí estamos para todo lo que queráis. No hace falta ni que aviséis.
   El caso es que la invitación quedó en el aire, y, cuando llegó San Bartolomé, el matrimonio de Mieza decidió acudir “al Toro de Aldeadávila”.
   A pesar de haber madrugado algo más de lo acostumbrado, para llegar a buena hora a ese pueblo, como había que dejar hechos “los oficios” habituales, se entretuvieron un poco más de lo previsto y, cuando quisieron darse cuenta, se les había hecho ya un poco tarde. Incluso valoraron dejarlo para el día siguiente, ya que la invitación había quedado abierta para cualquiera de los días festivos, pero al final decidieron seguir con el plan previsto partiendo para la fiesta en la mula.
   Antes de salir, la esposa, como mujer previsora que era, sugirió llevar merienda para el camino, pero el hombre no lo consideró apropiado, esgrimiendo estas razones:
 - Mujer. Vamos a casa de Acacio ¿cómo vamos a ir con merienda? Si se entera puede le puede sentar mal y decir que confiamos muy poco en su hospitalidad. No te preocupes que, aunque lleguemos algo tarde, estos días de fiesta siempre hay comida de sobra. “Estate” convencida de que hoy vamos a comer muy bien.
 - Muy bien, no lo sé, respondió la mujer dubitativa, pero con el hambre que vamos a tener a la hora “en que lleguemos”, cualquier cosa que nos den va a parecernos una maravilla -no sé si la señora habría leído a los clásicos griegos, cosa que dudo mucho, pues alguno de ellos, hace unos 2500 años ya decía que el “mejor cocinero es el hambre”, coincidiendo plenamente con lo que pensaba la esposa del vendedor de Mieza-.
   Llevaban ya un buen rato de camino y comentó la esposa:
- Teníamos que haber llamado por teléfono a Aldeadávila. Aunque Acacio no tiene teléfono, la telefonista podría haberle dado el recado de que íbamos. Mira que no nos espera.
- No te preocupes…que no hace falta -contestó el marido, que iba delante arreando la caballería- Le oíste decir, igual que yo, que podíamos ir el día que quisiéremos, y que no hacía falta avisar.
   El caso es que, aunque la mula era excelente y llevaba un buen paso, los kilómetros hay que hacerlos y Aldeadávila no está demasiado cerca de Mieza. Como habían salido algo retrasados, el marido calculaba que antes de las cuatro de la tarde era imposible llegar a su destino, pero iba confiado pues sabía que los días de fiesta la gente siempre come más tarde y pensaba que, con un poco de suerte, cuando llegaran a Aldeadavila, el amigo y la familia aún estarían sentados a la mesa y ellos se sumarían entonces a la comida, antes de ir a los toros.
   Aunque la distancia entre ambos pueblos, en línea recta, no es tanta, la fragosidad de las arribes obliga a rodear un poco para hacer el camino a través de terreno llano (unos 12-13 km en total), siendo necesario pasar por La Zarza de Pumareda.
   Una vez pasado este pueblo, tras haber dejado atrás las últimas casas, en el camino de Aldeadavila, había varias huertas y en una de ellas pudieron ver varios árboles frutales. Uno de éstos, un manzano, estaba próximo al camino y algunas de sus ramas sobresalían por encima de la pared, colgando de
ellas algunas manzanas que quedaban casi al alcance de la mano. La mujer, que ya había salido con algo de hambre de su pueblo, a aquellas alturas ésta había aumentado a unos niveles poco recomendables, así que le dijo al marido:
 - ¿Por qué no paras un poco la mula, cogemos unas manzanas y las vamos comiendo mientras llegamos? Algunas están bastante maduras, y yo… ¡tengo un hambre!
 - ¡De ninguna manera! Respondió el marido No quiero que nadie nos vea cogiendo manzanas y piense que somos unos ladrones.
- Coger dos o tres manzanas, no es robar. Protestó la mujer.
   Pero el marido, haciendo oídos sordos a las protestas de la esposa, no quiso parar la mula y siguió hablando para convencerla
- Es tarde, y, si encima paramos, nos entretenemos más. Vamos a seguir la ruta, que no falta mucho…y esas manzanas, olvídalas. Ahí al sol, deben estar muy calientes. Seguro que no te iban a gustar nada. Cuando lleguemos a Aldeadávila, piensa en lo bien que vamos a comer: cordero, cabrito o lo que tengan.
   La mujer, claro que pensaba en la comida; con el hambre que llevaba, es que no podía pensar en otra cosa. Cuando se sale con retraso de un lugar, es casi imposible llegar puntual al destino; eso ocurría entonces, a mediados del siglo XX, sucede en la actualidad, y siempre será así; y, si hay algún cambio sobre el plan previsto, casi siempre es para empeorar la situación.
   Un poco antes de llegar a Aldeadávila, al lado del camino, había un pilar y la mula fue directa hacia él a beber agua. A pesar de la prisa, el dueño no pudo negarse; se había portado muy bien, les había traído a su grupa a ambos, sin apenas parar, y merecía beber toda el agua que quisiera. Si a ello sumamos que, cuando entraron en el pueblo, además de llegar tarde, no tenían GPS -éste tardaría aún muchos años en aparecer-, y no sabían dónde vivía el anfitrión, tuvieron que preguntar a más de uno donde estaban la calle y la casa del mismo; resultando que éste vivía lejos de la entrada por donde ellos habían llegado, casi al otro extremo del pueblo; así que, a medida que pasaba el tiempo, la demora iba incrementándose más.
   Cuánto sería el retraso acumulado que, cuando por fin llegaron a su destino, encontraron al amigo y a su esposa que, en ese preciso momento, estaban en la calle cerrando la puerta de su casa para ir a los toros -entonces, éstos comenzaban antes que ahora-.
   Acacio, al verles llegar, se quedó muy sorprendido. Evidentemente, no los esperaba. Debido a la sorpresa inicial, estuvo unos segundos indeciso, sin saber qué hacer; aunque reaccionó rápidamente, saludando así a los recién llegados.
 - ¡Pero hombre! ¿Cómo venís ahora? ¡Si ya hemos comido! Es tarde y nos vamos a los toros para poder coger un buen sitio…que luego se llena mucho la plaza. Vamos rápido a meter la mula en el corral, le echo algo de paja para que coma y vosotros ya comeréis por ahí lo que se tercie.
 El caso es que los anfitriones llevaron a los recién llegados directamente a la plaza, sin parar en ningún lado donde los forasteros hubieran podido comer algo, y allí se encontraban, viendo los toros, en un buen sitio, tal como deseaba Acacio.
  Comenzó la corrida y los de Mieza, como es natural, tenían una hambruna fuera de lo común y apenas estaban a la corrida. La mujer no hacía más que acordarse de las manzanas “calientes y al sol”, que habían dejado en la La Zarza, y a estas alturas debían parecerle un manjar de los dioses. En cuanto “a los amigos”, como estaban con la barriga llena, disfrutaban a lo grande de los toros; en cambio, ellos, que estaban desde la hora del desayuno sin llevarse nada al “papo”, no estaban para toros ni para nada - cuando uno no tiene cubiertas las necesidades primarias del cuerpo: respirar, comer, dormir…, el espíritu no está para fiestas-
   Al finalizar la corrida, que debió parecerles eterna a "los invitados”; éstos, casi desmayados, veían que sus anfitriones no tenían prisa alguna por volver a casa. En cambio, ellos sí que la tenían para regresar a Mieza con el fin de llegar al destino antes de que se les echase la noche encima; así que se excusaron, cogieron la mula que había tenido mejor suerte que ellos en el corral, donde había comido abundante paja, y tomaron el camino de regreso a su pueblo.
   Iban ambos sobre la mula, hablaban poco, y cada vez que lo hacían era para maldecir la hospitalidad del “amigo”.
- Qué ganas tengo de llegar a La Zarza para coger alguna manzana, exclamó en un momento determinado la mujer. Si está el dueño, se las pedimos… y si no está, las cogemos igual. Yo, es que me estoy poniendo mala del hambre que tengo.
- Y yo, confesó el hombre. Este Acacio ¡será c*******zo! ¡Con que venid cuando queráis, que nada os ha de faltar! ¡En la vida he pasado yo tanta hambre!
 
   Hay días en los que más le valía a uno no salir de Mieza -tuvieron que pensar los que iban en la mula-, pues cuando llegaron al anhelado manzano, resulta que el dueño había recogido aquella tarde las manzanas maduras que tenía y tuvieron que conformarse con un puñado de ellas, pequeñas y verdes; pero, a pesar de todo, se los comieron con avidez.
   La mujer, en un momento determinado, llegó a decirle al hombre:
- Son las manzanas más ricas que he comido en toda mi vida -una vez más, la esposa, sin saberlo, estaba emulando a los filósofos clásicos griegos cuando afirmaban que “No hay nada como el hambre para que cualquier alimento parezca un manjar”-.

 (Nota: Aunque Acacio podría haber alegado que los de Mieza llegaron demasiado tarde, la verdad es que su hospitalidad, ese día, dejó mucho que desear; pero eso no quiere decir que ésta sea la tónica general de la gente de Aldeadávila. Como en todos los lados, allí hay gente para todo. Yo, particularmente, siempre que he estado en este pueblo, he sido bien recibido. Eso sí, no tuve ocasión de conocer a Acacio; la historia me llegó “de la otra parte”, de los que se comieron las manzanas verdes).

6 comentarios:

  1. Bonita historia que da la razón al refrán que oi muchas veces a mi abuelo Ángel, que por cierto viajaba mucho por estos pueblos limítrofes a La Zarza a lomo de su yegua:" Cuando salgas de casa, nunca te olvides la merienda y la capa". En La Zarza siempre hubo muchas manzanas, puede que de ahí venga tal vez lo de Pumareda, la "poma" manzana o pomareda huerta o sea que de manzanas va la cosa. Lo mismo que en el caso de la hospitalidad, si hubieran cogido las manzanas maduras para saciar el hambre y si el dueño los hubiera sorprendido pudiera haberse enfadado o al contrario, haberle ofrecido más para saciar el hambre justificada. Está claro que cada cual somos como somos: más o menos hospitalarios, aunque percibo que esto de la hospitalidad va perdiendo terreno, tal vez porque las necesidades básicas, comer, por ejemplo ,estén sobradamente cubiertas, o porque nos hemos vuelto más egoísta,en fin queda la satisfacción de saber que "robar" una manzana de un árbol ya no es pecado.
    Félix Carreto.

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    1. Yo también escuché muchas veces, en casa, ese viejo refrán. Lo bien que le hubiera ido al matrimonio de Mieza, si lo hubieran seguido. La hospitalidad, no estoy seguro que haya cambiado mucho; pero lo que sí lo ha hecho, de forma importante, es el concepto de robar. Hoy día, si coges unas manzanas, sin permiso, eres un auténtico ladrón; en cambio, si te llevas veinte millones de euros, ya no eres un ladrón. Un saludo.

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    2. Efectivamente los conceptos evolucionan con el avance de la sociedad, lo que comentas del concepto de robar, así es, y para mi hay otros conceptos que se pueden asociar con la hospitalidad como son la generosidad y la solidaridad también han evolucionado, creo yo que paralelamente al de robar. Se es mucho menos solidario que en los años sesenta y setenta. Yo lo pude comprobar después de casi un cuarto de siglo en Paris.La España que encontré al regreso en el 92 se parecía muy poco en ese aspecto a la de los años sesenta. Tal vez porque las necesidades sociales cambiaron también. Pero me sorprendió mucho que nadie me ayudara a encontrar un empleo, los compañeros/as de enfermería se lo guardaban como un secreto con miras a tener ellos dos empleos y tu ninguno en la misma jornada, lo que reflejaba a todas luces el egoísmo creciente y la nula solidaridad. Yo me he encontrado muy a gusto en Portugal y siempre he sentido una hospitalidad admirable, algo diferente a la española. De todas formas es un tema con muchos matices y varia de un país a otro, de una región a otra. Aunque tal vez sea un concepto que depende más de cada persona que de un hábito social. Yo en Barrueco me he sentido siempre como en mi casa. Tengo un gran afecto por la famiia Carreto de Barrueco ya sean parientes ´próximos o lejanos. Se percibe algo muy acogedor, un afecto especial que no he sentido en otro lugar. Te contaria infinidad de anécdotas pero creo que seria muy extenso. Ya te contaré cuando proceda alguna relacionada con tu familia. Un saludo.

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    3. Cuando la gente es pobre, se necesitan los unos a los otros y existe, entre ellos, una gran riqueza de lazos espirituales que engloba todas esas virtudes que mencionas; en cambio, cuando mejora el nivel de vida, y pasamos a ser más ricos desde el punto de vista económico, espiritualmente nos empobrecemos.El problema que yo veo en España es que, económicamente, hemos mejorado un poco; y en cambio, espiritualmente, nos hemos empobrecido a unos niveles excesivos. Un saludo.

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  2. Desde La Zarza, sin tiempo para nada con tanta actividad festiva y escasa conexión,...Saludos, José
    -Manolo-

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  3. Hola Manolo, ya imagino que andarás por la La Zarza. Llega agosto y las fiestas se multiplican. Yo estuve por ahí a últimos de julio. Un saludo.

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